Stalin

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Tercera parte » 23

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Apenas iniciada, la operación para eliminar a Trotski sufrió un grave tropiezo.

La culpa no fue de Sudoplátov, cuyos pasos preliminares no pudieron ser más inteligentes. Tras instalarse en el despacho 735 de la Lubianka, Sudoplátov procedió a reclutar a Leonid Eitington para que se ocupase de la operación sobre el terreno. Es difícil imaginar una elección mejor. La primera medida de Sudoplátov fue remediar su propia carencia de conexiones y experiencia en el mundo de habla hispana. Durante la guerra civil española, Eitington había llevado a cabo exitosas operaciones de guerrilla bajo el alias de general Kotov; para un temerario como Eitington, combatir al enemigo en el campo de batalla no era suficientemente interesante, a él le gustaba encontrarse en la posición más peligrosa de todas: tras las líneas enemigas.

Conozco a Eitington y me gusta. Hombre de gran energía, siempre está bromeando, incluso o especialmente mientras se ocupa de las misiones más arriesgadas. En 1930 organizó el secuestro de un general emigrado en las calles de París y a plena luz del día, con lo que conmocionó a toda Europa. También había trabajado en China, Shanghai y Harbin y, de momento, se ocupaba de controlar a Guy Burgess, un miembro de nuestra red de espías en Cambridge, Inglaterra.

Según su expediente, Eitington apenas bebe. Su pasatiempo preferido es la caza, pero no mata a los animales. Lo que le gusta es perseguirlos. Tampoco siente el menor interés por el dinero.

Nacido en una familia pobre de Bielorrusia en 1899. Auténtico nombre, Naum Isaákovich Eitington. Combatió en la Revolución. Destinado a los diecinueve años a la policía de seguridad. Cambió de nombre para ocultar su origen judío.

La foto de su informe va acompañada por una nota en la que se dice que su poblada cabellera negra y sus penetrantes ojos gris verdoso lo hacen muy popular entre las damas. Siempre anda metido en complicaciones sentimentales. Tiene dos o tres esposas, además de varias amantes y novias.

Eitington ha bautizado la operación para eliminar a Trotski con el nombre de «operación Pato». La expresión «hay patos volando» significa que circula la desinformación, y en la canosa nuca de Trotski hay algo que evoca la imagen de un pato.

Lo de que Eitington sea judío no me importa, pero me preocupan las complicaciones sentimentales, ya que estas ya han sido responsables de las primeras dificultades en la operación. Mezclar las francachelas eróticas con la política siempre resulta problemático.

La pintora mexicana Frida Kahlo formaba parte del comité de bienvenida que subió al barco de Trotski cuando este llegó a la bahía de Tampico en enero de 1937. A Natasha, la esposa de Trotski, le daba miedo desembarcar en México, donde los estalinistas controlan el poderoso Partido Comunista mexicano. Pero la esposa de Trotski se tranquilizó al ver los rostros familiares de los que habían subido a recibirlos al barco. Vestido con pantalones bombachos de tweed y llevando un maletín y un bastón, Trotski no opuso reparo alguno en desembarcar allí y recibió a la prensa como si fuera un héroe victorioso.

Frida Kahlo está casada con otro pintor mexicano, Diego Rivera, al que conocí brevemente en Moscú en 1928. Con sus flacas piernas, su gran tripa y sus ojos saltones, Rivera tenía aspecto de sapo. Lo vi dibujándome durante la entrevista y luego me acerqué a echarle un vistazo a sus esbozos. Escogí el que más me gustaba y lo firmé: «Saludos a los revolucionarios mexicanos. Stalin».

Diego Rivera y Frida Kahlo serían los anfitriones de Trotski en México, y prestarían a los Trotski una de sus casas. A juzgar por el decente intervalo que aguardó, a Trotski le debió de parecer de mala educación acostarse con la esposa de su anfitrión desde el mismo principio.

Inicialmente, Frida debió de sentirse atraída por el enérgico y legendario Trotski. Luego Diego le dio a su esposa motivos de venganza al acostarse con la hermana de Frida. Con las mujeres, uno es capaz de comprender los retales, pero no la forma como los cosen unos con otros.

Sea como sea, entre Trotski y Frida surgió un idilio, un pequeño tango durante el destierro. En cierto modo, resulta triste, indigno. El viejo chivo. Tiene mi edad, cerca de sesenta años, pero corre tras el sexo como si fuese un joven que no supiera lo que son los placeres de la carne.

Hacen excursiones a caballo por el desierto, visitan tumbas mayas. La esposa de Trotski lo sabe o lo sospecha y es desdichada. Trotski le asegura que sigue queriéndola, pero no es capaz de renunciar al placer de tales encuentros. Al menos durante un tiempo, Frida debe de limitar su venganza al mero acto de la infidelidad, ya que Rivera no hace nada que indique lo contrario, y es un hombre que tiene fama de echar mano al revólver a la más mínima provocación.

Trotski y Rivera tienen otros problemas. Rivera, un grueso pintor mexicano que se acuesta con la hermana de su esposa, piensa de Trotski lo qué pensaría cualquier kinto: que es un esnob, un estirado. Trotski no tardará mucho en aburrir e irritar a Rivera y en sentirse aburrido e irritado él mismo por un obeso y pintoresco payaso que predica la revolución y hace agujeros en el techo con su revólver. Trotski no se quedaría mucho tiempo en un circo para ver una atracción así.

El conflicto estalló en la fiesta del Día de los Difuntos, que por lo visto los mexicanos celebran comiendo esqueletos de dulce. Así que, muy a tono con la costumbre nacional, Rivera le regaló a Trotski una calavera de caramelo con la palabra STALIN escrita sobre ella.

A Rivera le pareció muy gracioso y Trotski se sintió insultado. A los mexicanos les encanta reírse de la muerte, incluso de la propia; nada podría ser más típicamente mexicano que eso, y sería de esperar que a Trotski se lo hubiera explicado su señorita. Pero en ese momento salió a relucir su peculiar carácter. Su absoluta carencia de sentido del humor. Era evidente que Stalin se proponía matarlo, y eso lo sabía cualquier gordo pintor mexicano. La pregunta era: ¿Eres capaz de reírte de ello, eres capaz de comerte la calavera como si fuera un rico caramelo?

Quién sabe si este no habrá sido el momento más importante en la vida de Trotski, su oportunidad de liberarse de la muerte riéndose de ella en la cara.

Independientemente de lo que el asunto significara personalmente para Trotski, en su relación con Rivera marcó un definitivo punto de ruptura. Habría unos cuantos más.

Los demás choques fueron políticos, públicos. Trotski tildó de «burgués» a un candidato que Rivera apoyaba, y Rivera dijo que la organización de Trotski, la Cuarta Internacional, era un «vano sueño de gloria», y se retiró de ella. Pocos días más tarde, el 11 de enero de 1939, Trotski declaró a la prensa mexicana que ya no sentía «solidaridad moral» hacia Rivera.

Naturalmente, si Trotski le parecía a Rivera un latoso, ¿qué iba a pensar de él una mujer tan apasionada como Kahlo? Sabemos de buena tinta que en más de una ocasión Frida comentó «estoy harta de ese viejo». Con ocasión del cumpleaños de Trotski, Frida Kahlo le regaló un autorretrato, probablemente como «algo para que me recuerdes», una forma artística de dar el idilio por zanjado. Por una extraña coincidencia, el cumpleaños de Trotski y el aniversario de la Revolución rusa caen en el mismo día. Un año más viejo, otro amor perdido y, para colmo, el que se encontraba en lo alto de la tumba de Lenin, recibiendo los vítores de la multitud y saludando a los tanques, no era él, sino Stalin.

Así que también Trotski debía de sentirse pesimista y desanimado a comienzos de 1939, motivo por el cual él y Rivera no dejaban de chocar en la prensa. Su ruptura había tomado un sesgo político, lo cual en aquellos círculos significaba que era definitiva, al menos por algún tiempo, pues en política nada es definitivo.

Trotski tenía razones sobradas para romper con Rivera. Así se libraría del loco que le regalaba una calavera de dulce con el nombre del que intentaba matarlo escrito en ella con azúcar blanco. Así se libraría del hombre que había roto con la Cuarta Organización, tildándola de «vano sueño de gloria», lo cual, hablando en términos políticos, significaba que se había pasado al enemigo, los estalinistas. Así se libraría del hombre que, si se enteraba de que Trotski se había acostado con su esposa, querría vengar su honor a tiros.

Lo importante es que, a comienzos de abril de 1939, Trotski ya no se sentía cómodo con la hospitalidad de Diego Rivera y Frida Kahlo en la casa de estos en la avenida Londres, así que decidió alquilar su propia casa en la avenida Viena.

Aunque la nueva vivienda se encuentra muy cerca de la antigua, el traslado ha hecho que nuestra operación de vigilancia tenga que volver a empezar de nuevo. Parte del tiempo perdido se puede recuperar con rapidez. Fotografiar el exterior y calcular de nuevo las rutas de ataque y huida no será difícil. Pero los verdaderos problemas serán averiguar la disposición interior de la casa y los cambios en las medidas de seguridad. Además, en torno a la nueva villa han comenzado a hacer obras que no pueden ser sino medidas de fortificación.

Se perderán semanas, meses. Lo único bueno es que, con los ajetreos de la mudanza, el traslado y la reorganización, Trotski se distraerá de la tarea que lo ocupa: estudiar la vida de Stalin en busca de algún delito por el que ahorcarle.

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