Stalin

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EL CULTO AL EMPERADOR

A veces Stalin pretendía estar desconcertado por la extravagancia de los rituales de su culto. Pedía que se limitaran los elogios y refunfuñaba a sus propagandistas que estaban exagerando. En 1945, al discutir los planes para el primer volumen de sus obras completas, propuso restringir la tirada a treinta mil ejemplares debido a la escasez de papel. Otros participantes en la reunión consiguieron que aceptara una tirada de trescientos mil ejemplares, ya que, según afirmaron, la demanda del público sería enorme[1]. Stalin también mostró similar precaución un año más tarde en un encuentro semejante para discutir el borrador de la segunda edición de su biografía. Las adulaciones lo irritaban[2]:

¿Qué tiene que hacer el lector al terminar este libro? ¡Ponerse de rodillas y rezarme! (…) No necesitamos idólatras (…) Ya tenemos las enseñanzas de Marx y Lenin. No hace falta añadir otras (…) En ninguna parte dice claramente que yo soy el discípulo de Lenin (…) De hecho, me he considerado y todavía me considero el discípulo de Lenin.

El futuro de la Revolución, el marxismo y la URSS debían tenerse en cuenta. «¿Y qué pasa —exclamaba Stalin— si dejo de estar presente? (…) [Mediante este borrador] no inculcan el amor al partido (…) ¿Qué va a pasar cuando ya no esté aquí?»[3].

Sin embargo, en realidad Stalin no impedía las fanfarrias: o bien hacía juegos psicológicos o ya no podía molestarse en mantener un férreo control del área de propaganda. En 1946 aparecieron sus obras completas en una primera edición de medio millón de ejemplares. Un millón de ejemplares de la biografía revisada había sido publicado a finales de 1947 —y diez millones de ejemplares del Curso breve sobre la historia del partido fueron a la imprenta al mismo tiempo—[4]. El culto a Stalin se había convertido en una industria estatal (y el mismo Stalin había dejado de lado su débil intento de restringir su marcha).

Había un severo control de la iconografía. Un episodio de 1946 ilustra el celoso cuidado de la imagen del Líder. La artista V. Livánova había pintado un cartel sobre el «9 de mayo – Celebración de la Victoria Mundial» para la editorial Arte de Moscú. De acuerdo con los procedimientos habituales, los editores lo revisaron para controlar su mérito visual y su fidelidad política antes de enviarlo al censor I. N. Kleiner del Glavlit, el órgano central de censura. Pero las cosas no salieron bien. Los editores no esperaron la respuesta, sino que enviaron el cartel a la imprenta, ubicada en la zona de Alemania ocupada por los soviéticos. Para cuando las copias del cartel estaban siendo enviadas de nuevo a la URSS para su distribución se habían descubierto dos errores. Uno era que había sólo quince estandartes en representación de las repúblicas soviéticas en lugar de dieciséis. El otro se refería a Stalin: su estrella de mariscal tenía seis puntas en lugar de cinco. La investigación demostró que los errores los había cometido la misma Livánova y no saboteadores alemanes (como se había sospechado). El Glavlit también tuvo problemas por no haber tomado las precauciones necesarias. Kleiner fue despedido y la dirección del Glavlit, que estaba aterrorizada y trataba de probar su lealtad, solicitó quedar subordinada al Ministerio del Interior[5].

A errores nimios como éste se les atribuía un significado pernicioso. Los enemigos del orden soviético podrían estar haciendo un llamamiento al desmembramiento de la URSS al reducir el número de estandartes oficiales. Tal vez había una insinuación implícita a la independización de Ucrania. En cuanto a la imagen de Stalin con su estrella de mariscal de seis puntas, esto podía sugerir un complot para mostrarlo como amigo del judaismo internacional, dado que la estrella de David también tiene seis puntas[6].

El culto a Stalin era el núcleo del sistema de creencias del marxismo-leninismo-estalinismo. Aunque carecía de credo, sus devotos tenían que apegarse rigurosamente a una terminología e imaginería establecidas. Textos como El capital de Marx y El Estado y la revolución de Lenin cumplían la función de los Evangelios y el Curso breve y la biografía oficial de Stalin equivalían a los Hechos de los Apóstoles. El detallismo acerca de las palabras e imágenes era una reminiscencia de la tradición eclesiástica del antiguo Imperio ruso —y Stalin, que había asistido al Seminario de Tiflis hasta la edad de veintiún años, bien pudo haber estado influido, conscientemente o no, por sus recuerdos de la inflexible adhesión de la Iglesia Ortodoxa a los ritos, la liturgia y las imágenes establecidas[7]—. Los pintores de iconos representaban las imágenes sagradas según severas reglas prescritas. Tal vez éste era el origen del extremado control del detalle en los materiales de difusión pública que tenían por objeto a Stalin. Si en realidad éste era el caso, debió de haber reforzado la predisposición de los doctrinarios marxista-leninistas a garantizar la fidelidad a los textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin para desterrar cualquier rastro de heterodoxia. El cristianismo medieval y el marxismo vulgar constituían una mezcla poderosa.

La impersonalidad establecida en la imaginería de Stalin se mantenía dentro de límites muy precisos. No se permitía que ningún miembro del Politburó tuviera un perfil público que pudiera distraer al pueblo de la adoración al Líder. Veteranos compañeros de armas como Mólotov, Kaganóvich y Mikoián sólo se hacían notar cuando desarrollaban tareas específicas: ninguno de ellos fue siquiera mencionado en La economía de guerra de la URSS de Nikolái Voznesenski y tampoco se hacía referencia a ellos en los capítulos que se añadieron a la edición de posguerra del Curso breve y de la biografía oficial de Stalin[8].

El Líder observaba con ojos de lince los productos de la propaganda soviética. Incluso le disgustó la novela La joven guardia, de Alexandr Fadéiev, galardonada con el Premio Stalin. Era un éxito de ventas que describía a unos partisanos adolescentes que actuaban detrás de las líneas alemanas durante la guerra. La valentía, decisión y patriotismo de los personajes tocaban la fibra sensible de los lectores y el libro era muy popular, en particular entre los jóvenes de la URSS. Pero Stalin iba más allá. Al contrario de lo habitual, no había leído el texto antes de la entrega del premio. Iliá Ehrenburg recordaba la furia del Líder cuando vio los fragmentos de la película basada en la novela: «Aquí había jóvenes abandonados a su suerte en una ciudad tomada por los nazis. ¿Dónde estaba la organización del Komsomol? ¿Dónde estaba la dirección del partido?»[9]. La cuestión fundamental para Stalin residía en que todo el mundo debía comprender que la victoria en la guerra había estado asegurada por el marco institucional y la dirección proporcionada por las jerarquías del estado. No se podía admitir que se mostrara a individuos en particular y ni siquiera a grandes grupos sociales como si actuaran de forma autónoma. Se impuso una versión codificada de la realidad histórica. Se repudiaba cualquier obra que mostrara a los ciudadanos soviéticos luchando efectivamente contra la Wehrmacht sin la supervisión directa de una jerarquía administrativa ligada al Kremlin.

La guerra misma se convirtió en una cuestión embarazosa para Stalin. La celebración del aniversario del Día de la Victoria se suspendió después de 1946 y no fue reimplantada sino después de su muerte. Las memorias de los generales, soldados y civiles se prohibieron. Stalin deseaba controlar, manipular e influir en la memoria del pueblo. La realidad de la época de la guerra podía desestabilizar sus planes para el régimen de posguerra. Las ideas acerca del modo en que el pueblo pudo resistir y pelear sin referencia a la autoridad de Stalin eran peligrosas.

La segunda edición de su biografía oficial, presentada en los medios con ensordecedoras fanfarrias en 1947, añadía material sobre la Gran Guerra Patria y la participación de Stalin en ella. También se corrigieron los capítulos ya existentes. Aunque en general los autores solían exagerar los elogios hacia él, había una excepción. Mientras que la primera edición afirmaba que había sido arrestado ocho veces y había estado exiliado siete veces antes de 1914, la segunda reducía los números a siete y seis, respectivamente. Pero por lo demás la nueva edición era una apología todavía más extravagante que la primera. La parte dedicada a la Segunda Guerra Mundial apenas mencionaba a alguien que no fuera Stalin y su breve viaje a las proximidades del frente se trataba como un hecho crucial para el triunfo del Ejército Rojo. La narración no era mucho más que una lista de batallas. Se mencionaba al gobierno y al ejército. Pero el elemento dramático, en la medida en que existía, se centraba en las decisiones y en la inspiración de Stalin. El libro carecía por completo de un relato de las difíciles deliberaciones de la Stavka o de la contribución de otros dirigentes y del pueblo en su conjunto. Se pasaron por alto los detalles de la carrera de Stalin en la guerra; se le presentaba como la personificación del estado y la sociedad en la victoria. Aún más que antes de la Segunda Guerra Mundial, era un icono sin personalidad propia. Stalin, el partido, el Ejército Rojo y la URSS eran representados como un todo indiscernible[10].

Stalin incluso estuvo a punto de relegar a Lenin de su posición primordial en la Unión Soviética, como indica el prefacio al primer volumen de sus obras completas. Expresaba su sorpresa de que Lenin, que había desarrollado los elementos de su síntesis de la teoría marxista de la revolución socialista en 1905, no hubiese divulgado por completo el hecho hasta 1917[11]. Con anterioridad se había instruido a los propagandistas oficiales para que insistieran en que la política leninista se había desarrollado en una línea ininterrumpida de cambios positivos. Hacia 1946 Stalin sugería que Lenin había dejado algunos cabos sueltos.

El aumento de su prestigio a expensas de Lenin también revistió otras formas. Los pintores oficiales sugerían visualmente que el más grande de los dos líderes comunistas había sido Stalin. Se hizo con mucha sutileza. En general lo típico era que Stalin estuviera de pie, seguro de sí mismo, pipa en mano, mientras explicaba alguna cuestión de estrategia política a Lenin, que le escuchaba con gran interés, como si se hubieran intercambiado los papeles de maestro y discípulo. Aparte de lo improbable de la sumisión de Lenin estaba su conocida aversión a que se fumara en su presencia. Otro toque poco realista era la creciente tendencia de los artistas a retratar a Stalin más alto que Lenin. De hecho, medían aproximadamente lo mismo. No hace falta mencionar que las imperfecciones físicas de Stalin se evitaban cuidadosamente. Después de la Segunda Guerra Mundial, las representaciones históricas acentuaban cada año su aspecto de atleta fuerte y maduro. La misma tendencia se seguía en las películas. En Inolvidable 1919, de Mijaíl Chiaureli, se ve a Stalin imperturbable mientras comunica sus decisiones. La imagen lo presenta como alguien excepcional por su valentía. Siempre parece defender la «decisión correcta», para elogio de todo el mundo. Se hacía que la supervivencia del estado soviético pareciese esencialmente un logro de Stalin.

Esto se hizo a propósito. Las políticas de la dirección eran profundamente opresivas; las elecciones y las consultas a la sociedad en conjunto no existían. Las aspiraciones populares de otro tipo de estado y de sociedad eran fuertes y los líderes soviéticos las veían como una amenaza. Se puso en marcha un plan de adoctrinamiento para reforzar el caparazón del viejo régimen. La fuerza por sí sola no era suficiente. Stalin ya era la personificación del orden soviético y la seducción que ejercía sobre los ciudadanos de la URSS era profunda y amplia incluso entre los millones de personas que odiaban sus políticas. Es imposible cuantificar el fenómeno: los informes de la policía de seguridad se basan en impresiones y están plagados de enormes prejuicios; además, no se hacían encuestas independientes para sondear la opinión pública. Pero la reacción ante la muerte de Stalin en marzo de 1953, cuando el dolor del pueblo adoptó una forma histérica, indica que todavía existía respeto e incluso afecto por él. Encarnaba el orgullo por la victoria militar. Impulsó el desarrollo industrial y el progreso cultural. Incluso si no hubiese deseado un culto a su grandeza, tal culto habría tenido que inventarse.

La vida pública partía de la premisa de que todas las cosas buenas de la URSS fluían de los talentos y los dones de Iósef Stalin[12]. Entre las expresiones del culto estaba El libro de la comida deliciosa y saludable, cuyo párrafo introductorio era una cita de Stalin: «La particularidad distintiva de nuestra Revolución consiste en haberle dado al pueblo no sólo libertad, sino también bienes materiales y la oportunidad de tener comodidades y cultura»[13]. No podía publicarse ninguna obra que no fuera de ficción sin mencionar su genio. Se decía que la historia, la política, la economía, la geografía, la lingüística e incluso la química, la física y la genética, no podían estudiarse adecuadamente a menos que incorporaran sus ideas como guía.

Aun así, a este déspota le faltaba, en lo más recóndito de su mente, una confianza verdadera en su apariencia. Su brazo izquierdo lisiado, su cara picada de viruela y su corta estatura parecen haberle impedido disfrutar de ese culto tanto como lo habría hecho en otras circunstancias. Amaba y detestaba al mismo tiempo los elogios excesivos. También entendía que la escasez de imágenes recientes de él servía para mantener el interés del público. La cercanía y familiaridad podrían haber alimentado la apatía o el desprecio. Por estas razones eligió poner límites técnicos a su iconografía en mayor medida que la mayoría de los dirigentes extranjeros contemporáneos. Prefería la pintura a la fotografía. Aun así, no le gustaba posar para los pintores oficiales y, cuando lo pintaban, esperaba una idealización estética y un lavado de cara político. Con el paso de los años, disminuyó el número de imágenes que autorizaba que se imprimieran. Se negaba a que se le sacaran nuevas fotos y siguió dejando que circularan las que habían sido autorizadas antes de la Segunda Guerra Mundial: éste fue el caso de la segunda edición de su biografía oficial (que incluía versiones retocadas de fotografías que habían sido publicadas desde la década de los veinte)[14].

Hubo un par de excepciones. La biografía incluía una fotografía suya en la que saludaba desde el muro del Kremlin y una pintura con su uniforme de generalísimo, pero, aunque ambas imágenes lo mostraban más viejo que otras anteriores, los efectos de la edad se disimularon. En la pintura tenía el bigote oscuro e incluso el cabello apenas presentaba un matiz grisáceo. No había marcas de viruela en su cara. La túnica le colgaba con delicadeza poco natural y las medallas de su pecho, incluida la estrella de mariscal de cinco puntas, parecían pegadas a una superficie plana. Este retrato, obra de B. Kárpov, se usó en carteles, bustos y libros[15]. También había una foto suya sentado con los otros mariscales, pero la imagen era tan pequeña en relación con el tamaño de la página que apenas se distinguían el cuerpo y la cara —y, en cualquier caso, también se habían hecho retoques: tenía los hombros inverosímilmente anchos y parecía más corpulento que las otras figuras de la foto[16].

Se produjeron algunos intentos de «humanizar» su imagen. Los más notables fueron las memorias de los Allilúev supervivientes. Anna Allilúev y su padre Serguéi, orgullosos del pasado de su familia, registraron sus impresiones sobre Stalin antes de la Revolución de octubre. Se publicaron en 1946[17]. El libro de Serguéi apareció póstumamente: había muerto en el anterior mes de julio, extenuado por los años de duro trabajo y problemas y por la tragedia familiar. Anna era consciente de los riesgos que conllevaba escribir acerca de Stalin y se dirigió formalmente a Malenkov para asegurarse de que el libro obtuviera la bendición de Stalin[18]. Los textos eran laudatorios y habían pasado por la censura[19]. Pero Serguéi dejó que se supiera que había conocido a Stalin como Soso Dzhugashvili. También mencionó que el primer intento de Stalin de escapar del exilio administrativo de Nóvaia Udá durante el invierno de 1903-4 se malogró por un error elemental: Stalin olvidó llevar ropa de abrigo y se le congelaron seriamente las orejas y la cara[20]. Las memorias de Anna daban todavía más detalles acerca de la vida privada de Stalin. Describía cómo su brazo dañado impidió que fuera llamado a filas durante la Primera Guerra Mundial. Relataba que parecía más delgado y viejo después de la Revolución de 1917 y que, cuando se fue a vivir con los Allilúev, le gustaba perseguir a la criada de la familia. Las memorias informaban de que Stalin dormía en la misma habitación que Serguéi a finales del verano. También describían cuánto le agradaba el celo de Nadia Allilúeva por mantener limpio y ordenado el apartamento. Y ofrecía un cómico episodio de la afición de Stalin por su pipa: Anna recordaba que se había quedado dormido con la pipa encendida y había quemado las sábanas[21].

Muy pronto Stalin se arrepintió de haber autorizado los libros de los Allilúev. Anna fue arrestada en 1948 y sentenciada a ser confinada en un campo durante diez años por haberlo difamado. Stalin hizo caso omiso de la carta que le envió, en la que le decía que había expuesto con claridad el proyecto antes de la publicación y que no había hecho nada malo[22]. Anna no podía creer lo que estaba pasando. Le escribió defendiendo a su familia y su testimonio. Implícitamente acusaba al «querido Iósef» de ingratitud: «Hay gente a la que nuestra familia sencillamente salvó de la muerte. Y esto no es un elogio desmedido, sino la pura verdad, muy fácil de comprobar»[23]. Que le enviara tal mensaje al Líder es un signo de su valor o de su estupidez. Antes de la Segunda Guerra Mundial habían muerto suficientes parientes políticos de Stalin como para que ella pudiera saber a qué clase de persona se dirigía.

Aunque la viuda Olga Allilúeva, a quien Stalin había expresado su amable gratitud en 1914, no fue perseguida, cayó en una profunda depresión. Nadia se había suicidado en 1932, Pável había muerto en 1938 y Fiódor nunca se había recobrado del trauma provocado por la mala pasada que le jugó Kamo al final de la Guerra Civil. Ninguno de los hijos, nueras o yernos de Olga permanecieron en libertad en los años de posguerra. La viuda de Pável, Yevguenia, no se salvó casándose de nuevo y alejándose de Stalin: había sido arrestada un año antes que Anna y recibió el mismo castigo. Olga no tenía consuelo: murió en 1951, devastada por el dolor. Así fue como Stalin recompensó a los Allilúev por los favores que le habían hecho antes de la Revolución de octubre. Sus parientes Svanidze ya habían recibido este peculiar agradecimiento. Alexandr Svanidze había sido arrestado durante el Gran Terror y fusilado en 1942; su esposa María tuvo un ataque al corazón al recibir la noticia. No sólo ellos, sino también las dos hermanas de la primera esposa de Stalin, Ketevan —María y Alexandra—, habían perecido antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Los únicos parientes cercanos que vivían sin miedo a ser arrestados eran sus hijos Svetlana y Vasili. Pero eran las excepciones: por norma la vinculación familiar con Stalin conllevaba la represión.

El problema que planteaban los Allilúev era que lo conocían muy bien. Deseaba mantenerse libre de su historia personal. Optó cada vez más por el icono estatal a expensas de una imagen realista de sí. Se tornó todavía más huraño y misterioso. Es verdad que a veces aparecía en el Mausoleo de Lenin para pasar revista a los desfiles del aniversario de la Revolución de octubre o del Primero de mayo. Pero muy pocos espectadores podían verlo más de un instante. Por lo general la policía y los mariscales del desfile cruzaban la Plaza Roja tan rápido como les era posible[24].

Lo que la gente no sabía por el contacto directo con Stalin, a menudo lo inventaba en expresiones de devoción hacia él. El genio universal del padre de todos los pueblos debía ser reconocido en toda ocasión solemne en las escuelas, empresas y oficinas. Había que manifestar gratitud por su vida y su carrera. Pravda citaba a diario sus obras. Sus viejas fotografías retocadas se publicaban con regularidad —y a veces se sacaban cuadros almacenados y se convertían en imágenes que parecían fotografías—. Nada de esto dañaba su prestigio, ya que muy pocos individuos lo veían en realidad: se había convertido en una deidad distante. Las reuniones comenzaban siempre con un pean dedicado al Líder. Los recuerdos de un pasado en el que no gobernaba quedaron confinados a una pequeña minoría de la sociedad soviética. No había nada en la URSS ni en los otros países donde se había establecido el comunismo que se considerara ajeno a su genio. Sus retratos colgaban en los lugares de trabajo y en las casas. En ocasiones importantes se entregaba formalmente su biografía a los jóvenes. A falta de ser llamado Dios en la tierra, Stalin se había deificado.

Cuando en 1949 (en una fecha inexacta) celebró su septuagésimo cumpleaños[25], se suscitó un tremendo alboroto a su alrededor. Hizo un débil intento de que no se le fuera de las manos diciendo a Malenkov. «¡Ni se le ocurra regalarme otra estrella!». Con esto quería decir que ya tenía suficientes recompensas (y siguió lamentando haber permitido que le nombraran generalísimo: cuando Churchill le preguntó como debía llamarle, si mariscal o generalísimo, Stalin respondió que mariscal)[26]. Era inconcebible que Malenkov se tomara en serio tal demostración de humildad. Se habían preparado memorias laudatorias para el gran día. Los artículos proliferaban en los periódicos. El mismo día, 21 de diciembre, se soltó un gran globo sobre el Kremlin que proyectaba el rostro bigotudo de Stalin. Se habían organizado marchas en su honor a lo largo y ancho de la URSS. Los festejos continuaron al anochecer en el teatro Bolshói, cuando los invitados de la élite política soviética y del extranjero se reunieron para hacer los honores al Líder. Fue una de las pocas apariciones de Stalin y quienes lo vieron se sorprendieron de su deterioro físico: estaban acostumbrados a las imágenes de culto y no preparados para la realidad humana. ¿Sería cierto que ese anciano decrépito que tenían ante los ojos fuera el Gran Stalin?

Sin embargo, se adaptaron a lo que habían visto. Optaron por la admiración. Stalin podía estar viejo, pero a sus ojos seguía siendo la figura cumbre en la historia de la URSS desde los últimos años de la década de los veinte. Había sido el impulsor de la campaña para modernizar, industrializar y educar en la década de los treinta y —pensaban— lo había logrado. Había sido el líder que consiguió la victoria sobre las hordas nazis. Suya era la mano firme que sostenía el timón de la política exterior durante las tormentas de la Guerra Fría. Si la audiencia abrigaba dudas acerca de su grandeza, rápidamente se disiparon. Horas de discursos reforzaron el mensaje de que el mejor político vivo del mundo estaba presente en la sala. Dirigente tras dirigente ensalzaron su significación para el comunismo. El escenario, decorado con pancartas y flores, estaba ocupado por destacados comunistas extranjeros como Mao Tse-tung, Palmiro Togliatti y Dolores Ibárruri (que estaba exiliada en Moscú desde la Guerra Civil española). Detrás de ellos se había desplegado un enorme retrato de Stalin. Él mismo sonreía ocasionalmente y aplaudía a los oradores. Aunque sus gestos no eran expansivos, estaba satisfecho. Todo el movimiento comunista le rendía homenaje.

El culto de Stalin, señor de todo lo que contemplaba, se extendía mucho más allá de los límites de la URSS.

En los carteles y en la prensa su imagen era prominente y era inconcebible que los dirigentes comunistas de Europa oriental no lograran conservar la reverencia del pueblo. Los líderes de la región interiorizaban individualmente esta actitud siempre que tenían contacto directo con él. Las conversaciones con Stalin se abordaban como si a los súbditos se les concediera una audiencia imperial. El primer ministro húngaro, Ferenc Nagy, declaró con efusión al comienzo de su conversación: «El gobierno húngaro ha reconocido que un año después de la liberación [del país] debía venir a expresar su gratitud al generalísimo Stalin por la liberación de Hungría, por la libertad de la vida política húngara y por la independencia de la patria húngara»[27]. No fue el único. El primer ministro polaco, Bolesíaw Bierut, declaró: «Hemos viajado hasta usted, camarada Stalin, a quien consideramos nuestro gran amigo, para informarle de nuestro parecer acerca del desarrollo de los acontecimientos en Polonia y comprobar que nuestra evaluación de la situación política en el país es correcta»[28]. Por lo general Stalin se sentía complacido por esta abyecta sumisión a su voluntad. Pero en algunas ocasiones los informes no le agradaban y cuando reconvino al líder comunista rumano GeorgiuDej por sus errores políticos, a Dej no le quedó otra cosa que «confesar lo erróneo de sus puntos de vista»[29].

Nadie desafiaba esto excepto, a distancia, el líder comunista Tito. Aunque el miedo a las represalias soviéticas contra los dirigentes comunistas de Europa oriental debió de haber contribuido lo suyo, también sentían una admiración genuina por Stalin. La mayoría de esos partidos comunistas habrían sido suprimidos de no haber estado el Ejército Soviético como fuerza de ocupación. Dependían extremadamente de la buena voluntad de Stalin y lo sabían. Incluso Mao Tse-tung, que había ganado la Guerra Civil china con escaso apoyo y en realidad muchos impedimentos por parte de Stalin, mantenía una postura pública de admiración hacia el Líder de la URSS. Hacia 1952, cuando el XIX Congreso del Partido se reunió en Moscú, el elogio que los líderes extranjeros tributaron a Stalin fue verdaderamente empalagoso. Lo saludaron al grito de: «¡Gloria al gran Stalin!». Estatuas, pequeños bustos de metal y carteles repetían los elogios. Hasta el día de su muerte escuchó himnos dedicados al amo del movimiento comunista mundial.

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