Stalin

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EL DÉSPOTA ENFERMO

La salud de Stalin había empeorado gradualmente. Desde finales de 1945 los problemas cardíacos le obligaron a pasar semanas enteras fuera del Kremlin. Ya no podía sobrellevar la pesada carga de los deberes oficiales como antes. El exceso crónico de trabajo le pasaba factura. Tras haber llegado a la supremacía política pudo haber reducido su ritmo de trabajo, pero era un hombre inquieto. Se exigía tanto como exigía a sus subordinados. No soportaba pasar un día sin hacer nada del mismo modo que no era capaz de ir a la luna. Stalin, a diferencia de Hitler, era adicto al detalle administrativo. También era enormemente suspicaz en su incesante esfuerzo por encontrar signos de que alguien pudiera estar tratando de socavar sus políticas o suplantarlo como líder.

Su historia clínica incluía apendicitis, callos dolorosos, laringitis y probablemente soriasis[1]. Su inveterada desconfianza de la eficiencia de los médicos no le había hecho ningún favor. Está claro que ni siquiera Stalin podía arreglárselas por completo sin los médicos, pero los especialistas del Kremlin se ponían nerviosos cuando lo trataban y eran frecuentes los arrestos de individuos acusados de envenenar a los miembros del Politburó y a otras figuras públicas destacadas. La doctora Moshéntsova ofreció un relato estrambótico y poco verosímil. Cuando Stalin fue llevado a la clínica para que le trataran de un «enorme absceso» en el pie, al parecer tenía la cara y el cuerpo cubiertos por una manta y a ella se le dieron instrucciones de que sólo levantara el borde inferior. Sólo más tarde descubrió la identidad de su paciente[2]. Menos afortunado fue el médico personal de Stalin, Vladímir Vinográdov. En enero de 1952, después de hacerle una revisión al líder, le aconsejó que se retirara de la política a fin de evitar consecuencias fatales para su salud. El franco diagnóstico de Vinográdov enfureció a Stalin, que no podía jubilarse sin arriesgarse a sufrir las represalias de quienquiera que fuera su sucesor. El diagnóstico de debilidad permanente podría inducir a sus subordinados a urdir un complot contra él (sin duda les había dado motivos). Vinográdov fue a parar a la Lubianka en noviembre. La atención médica del líder podía costarles muy cara a sus médicos[3].

Stalin no dejó de tener en cuenta sus problemas de salud. Desde mediados de la década de los veinte se tomaba largas vacaciones de verano en el mar Negro y dependía de las cartas y los telegramas para mantenerse en contacto con la política del Kremlin. Incluso cuando estaba de vacaciones seguía dando instrucciones generales a sus subordinados más importantes. Sus vacaciones se alargaron después de 1945. En 1949 pasó tres meses en sus residencias del Sur; tanto en 1950 como en 1951 su estancia en Abjasia duró casi cinco meses[4].

Trataba de prolongar su vida y su carrera combinando el descanso en el mar Negro con el gobierno a larga distancia. En 1936 se hizo construir una dacha en Jolódnaia Rechka, al norte de Gagra, en la costa de Abjasia. Era una estructura de piedra de muros compactos diseñada por su arquitecto cortesano Mirón Merzhánov. Tenía un comedor, una sala de estar, una de billar, una de té y varios dormitorios —tanto en el piso superior como en la planta baja— y baños (de hecho, Stalin siguió prefiriendo dormir en un diván antes que en sus distintas camas)[5]. Se insistía en la severidad soviética más que en el lujo. Los únicos artículos importados eran la ducha alemana y la mesa de billar italiana. Aunque las alfombras eran de mejor calidad que cualquiera de las que se vendían en las tiendas soviéticas, eran muy inferiores a las que se vendían en los mercados de Tbilisi en la época de su niñez. Ordenó que toda la dacha se revistiera de madera y las paredes de todas las habitaciones estaban cubiertas por una variedad de maderas barnizadas. Aparte de la sala de billar, el principal lujo que se permitió Stalin fue una larga galería con un proyector de películas y una pantalla desplegable en la pared. El agua se bombeaba desde un arroyo en el fondo del valle directamente hacia el Sur. Los muros exteriores de la dacha (y esto era igual en la cercana dacha de su hija) estaban pintados de verde camuflaje[6].

Con su paso lento, a principios de la década de los cincuenta Stalin parecía una gárgola que se hubiera caído del canalón de alguna iglesia medieval. Su rostro era de una palidez sombría. Ya hacía tiempo que su cabello había adquirido el tono gris de la arenisca erosionada. Ya no ofrecía recepciones a los distinguidos visitantes extranjeros; también dejó de preocuparse por su aspecto. Su ropa estaba más raída que nunca. Vivía como le placía. Los abetos impedían que se vieran las casas. Siempre que estaba en su residencia, ciento cincuenta guardias se encargaban de garantizar su privacidad y seguridad. Solo dormía en la parte residencial de la dacha[7] y por lo general dejaba para el último momento la elección del dormitorio que iba a utilizar por temor a ser asesinado.

A Stalin le gustaba trabajar por la tarde y por la noche; nada pudo cambiar esta rutina hasta que finalmente sufrió un colapso en 1953. Nunca aprendió a nadar y rara vez descendía los 826 escalones del camino que llevaba a la costa. Su lugar preferido era el jardín. En Jolódnaia Rechka podía apartarse de las preocupaciones políticas que perturbaban sus horas de vigilia. Desde el balcón al borde del jardín podía contemplar el mar Negro, calmo y casi sin olas en los últimos meses de verano. Dándoselas de jardinero, plantó limoneros y eucaliptus frente a la casa. El limonero fue la única planta que sobrevivió al duro invierno de 1947-1948; todavía se encuentra allí[8]. En sus dachas de Abjasia podía hacer sus cálculos políticos sin alboroto. También podía disfrutar del Cáucaso que deseaba para sí. Era un Cáucaso sin la brillante diversidad humana y la actividad frenética de las ciudades de Georgia, Armenia, Azerbaiyán o Abjasia. En Jolódnaia Rechka o más arriba, junto al lago Ritsa, no había nada más que las dachas, las montañas, el cielo y el mar. Era un Cáucaso tranquilo, seguro y oculto donde las únicas intromisiones eran las que Poskrióbyshev y Vlásik autorizaban según sus indicaciones.

Ya fuera recuperándose en el Sur o descansando en la Blízhniaia, Stalin intentaba mantener en secreto su decadencia. Se pesaba con regularidad. Tomaba píldoras y cápsulas de yodo —sin supervisión médica— para estimularse[9]. Tomaba las aguas en los balnearios del mar Negro y en ocasiones disfrutaba de las saunas en Moscú (a las que consideraba equivalentes al ejercicio físico: hacía tiempo que había dejado atrás las diversiones que requerían movimiento). Para Stalin era motivo de orgullo, cuando había alguna ceremonia, subir con agilidad los escalones del Mausoleo en la Plaza Roja antes de saludar a la multitud[10]. Se alentaba a los ciudadanos soviéticos a creer que el gobernante del país seguía robusto y saludable. Stalin mismo se burlaba de las personas de su entorno que se habían abandonado físicamente. Acosaba a Jrushchov y a Malenkov por su corpulencia. Ridiculizaba a otros por cuestiones de gusto. La barba de chivo de Bulganin le divertía. Se reía de Beria porque éste no quería usar corbata, aunque él mismo nunca había usado; también ponía reparos a sus quevedos: «Le hacen parecer un menchevique. ¡Sólo le falta una cadenita para completar la imagen!»[11].

La edad no había suavizado su temperamento. Cada vez que admitía sentir el peso de los años, sus subordinados replicaban que era sencillamente indispensable. Pero siguió planteándose la posibilidad de renunciar al poder a pesar del brutal tratamiento que había sufrido Vinogradov por haberle hecho la misma sugerencia. En 1946 les había dicho a los miembros del Politburó que pensaran en el modo de preparar a la generación siguiente para hacerse cargo del poder. Según Kaganóvich, también expresó el deseo de retirarse. Pensaba en Mólotov para reemplazarlo: «Dejemos que Viacheslav haga el trabajo»[12]. Esto causaba consternación: a Kaganóvich no le agradaba la perspectiva de someterse a Mólotov. Sin embargo, el favor de Stalin, aunque hubiera sido concedido, siempre podía ser retirado. Jugaba como un gato con los ratones del Politburó. En 1947 le dijo a cada uno de sus miembros que eligieran a cinco o seis subordinados que fueran capaces de reemplazarles. Mikoián proporcionó la lista de nombres requerida al tiempo que afirmaba que se ascendía a los individuos demasiado rápido. Los veteranos no tenían incentivos para colaborar con los recién llegados; en realidad podría habérseles perdonado por obstruir deliberadamente su tarea y esto es probablemente lo que sucedió. Al cabo de un año se puso de manifiesto la falta de experiencia de los nuevos y fueron retirados de sus cargos[13]. Podían contentarse con seguir vivos.

Sin embargo, aunque acosaba a sus principales subordinados, Stalin deseaba verdaderamente deshacerse de muchas cargas; en particular, delegó la gestión diaria de la economía y del orden administrativo a sus subordinados. Redujo el número de días en que recibía visitas de ciento cuarenta y cinco en el último año de la guerra a treinta y siete en 1952[14]. Pero estaba decidido a seguir siendo el Líder[15]. No sólo retuvo la supervisión de la política general, sino que también se reservó la capacidad de intervenir en asuntos concretos según su capricho y, pese a que estaba enfermo, nunca dejó que se tomara ninguna decisión sobre las relaciones internacionales sin su participación. Siguió recibiendo montañas de papeles desde Moscú mientras permanecía en el mar Negro. Los asuntos de la policía de seguridad siguieron siendo una de sus preocupaciones[16]. Siempre le acompañaba Alexandr Poskrióbyshev, jefe del Departamento Especial del Secretariado del Comité Central del Partido. A Poskrióbyshev se le había otorgado el grado de mayor general en la guerra y a Stalin le gustaba gastarle bromas dirigiéndose a él como «comandante supremo»[17]. Su relación de perro y amo era fundamental para Stalin. Poskrióbyshev se ocupaba de los telegramas que llegaban a la dacha y decidía cuáles eran los que requerían la atención de Stalin. Si surgía alguna emergencia, Poskrióbyshev tenía autorización para interrumpir la cena de su amo sin tener en consideración a los invitados y consultarle acerca de la respuesta adecuada[18].

En sus largas estancias en Abjasia, Stalin siempre tenía preparada una mesa abundante para los visitantes. La mayoría eran políticos provenientes de Moscú o del Cáucaso. Se mantenían conversaciones sobre distintos temas. Las cenas y desayunos tardíos de Stalin seguían siendo un resorte de su despotismo. Los utilizaba para deliberar con sus colaboradores, para darle precedencia a uno u otro y para suscitar el temor e incitar los celos de los demás. Entre las tradiciones aceptadas desde finales de la década de los cuarenta estaban los puntillosos brindis por su salud y por sus logros. Se consideraba de mala educación dejar de subrayar su participación fundamental en la preparación de la URSS para la Segunda Guerra Mundial y en la consecución de la victoria en 1945. En cada dacha había dispuesto que hubiera una abundante cantidad de vinos, brandy y champán; también tenía una provisión de cigarros y cigarrillos[19]. Durante toda su vida había fumado en pipa y siguió siendo aficionado a dar una calada a un cigarrillo. Le gustaba especialmente la compañía de los jóvenes oficiales del lugar y era un narrador entusiasta de sus años de juventud. En sus últimos años, especialmente ante sus nuevos conocidos, no podía dejar de adornar las historias con fantasías exageradas y su encanto y sentido del humor los cautivaba.

Estos hombres más jóvenes del partido y del gobierno estaban ansiosos por averiguar sus deseos. El jefe del partido en Abjasia, Akaki Mgueladze, le preguntó a Stalin qué vinos prefería. De los tintos el Líder dijo que su favorito era el Jvanchkara, producido con métodos artesanales. Esto sorprendió a Mgueladze, que había supuesto que Stalin se inclinaría por los renombrados Atenuri o Jidistavi de su Gori natal (los georgianos están orgullosos de las viñas de la localidad donde se han criado). Stalin explicó que en realidad se había provisto de una cantidad de Jidistavi por Mólotov. El otro vino tinto que prefería era el Chjaveri[20]. En el desayuno tomaba simplemente unas gachas con leche; para el almuerzo y la cena prefería las sopas y el pescado —era raro que un hombre del Cáucaso no gustara mucho de la carne—[21]. Adoraba los plátanos (y se irritaba mucho si le traían unos de calidad inferior)[22]. Cuando todo estaba preparado, hacía el papel de anfitrión a la manera georgiana y a menudo prescindía de los sirvientes. Los invitados se servían solos de un buffet. Las bebidas se colocaban en mesitas auxiliares[23].

Los aspectos maliciosos de las cenas de Stalin persistían. En lugar de vino se servía vodka. Algunas veces se echaba pimienta en algún plato sin que el comensal se diera cuenta. No era simplemente un juego. Como antes, Stalin deseaba mantener a la gente en vilo. Le encantaba que algún invitado muy borracho dejara escapar una indiscreción. Quería sacar los trapos sucios de todo el mundo[24]. Sin embargo, también podía ser galante. Cuando el actor georgiano Bagashvili opinó que la esposa de Beria, Nina, tenía que escapar de «su jaula dorada», Beria se abstuvo de reaccionar pese a la insinuación de que ella vivía de forma indigna. Se sintió insultada y se notó. Stalin entendió su reacción. Cruzó la habitación, le tomó la mano y dijo: «Nina, esta es la primera vez que le beso la mano a una mujer». Beria recibió una reprimenda marital esa noche y Stalin se ganó la gratitud de una mujer enojada[25]. Pudo haber actuado de manera hipócrita, pero, aunque así hubiera sido, su conducta dio resultado y, aunque era un déspota, por lo general aquellos a quienes halagaba le concedían el beneficio de la duda.

Sin embargo, Stalin se fue deshaciendo gradualmente de los que habían sido sus íntimos desde mediados de la década de los treinta. Incluso Vlásik fue destituido en abril de 1952 y Poskrióbyshev, en enero de 1953. Otro blanco de Stalin fue Beria. Al parecer ambos estaban en buenos términos. Stalin lo honró en 1951 al confiar en él para que pronunciara el discurso principal en la Plaza Roja en las celebraciones del aniversario de la Revolución de octubre. Beria sospechó que Stalin no tramaba nada bueno. Le preocupó que el Líder le dijera que no hacía falta que le mostrara de antemano el texto del discurso[26].

Beria supuso que se le emplazaba a decir algo que podría ser usado en su contra. Conocía demasiado bien los métodos de Stalin y muy pronto los hechos le demostraron que tenía motivos para desconfiar. Dos días después del desfile del aniversario, una resolución del Comité Central denunció a un «grupo nacionalista mingrelio». No se nombraba a Beria en la resolución, pero su origen mingrelio lo exponía a acusaciones ulteriores —y en realidad la resolución especificaba que una organización menchevique con base en París y liderada por Yevgueni Gueguechkori, que era tío de la esposa de Beria, dirigía una red de espionaje en Georgia—[27]. Los mingrelios son un pueblo cuya lengua es tan diferente del georgiano que Stalin nunca la había entendido[28] (esto, desde luego, no contribuía en absoluto a disipar las recientes sospechas sobre ellos). Varios de ellos integraban la clientela política de Beria y éste les había dado tierras a los mingrelios en Abjasia a expensas de los abjasios con el consentimiento de Stalin. Cuando comenzaron a producirse los arrestos de destacados mingrelios en el invierno de 1951 y 1952, Beria previo que pronto se uniría a ellos. Aunque Stalin había detenido la purga en la primavera de 1952, Beria notó que por lo general se comportaba de un modo más correcto que amigable. Eran malos presagios. El antiguo jefe de la NKVD temía tener que volver a la Lubianka, pero no por voluntad propia[29].

En septiembre fueron arrestados varios médicos del Kremlin; fue el inicio de muchas otras detenciones. Esto se produjo como consecuencia de una denuncia confidencial del tratamiento recibido por Andréi Zhdanov, que había muerto en 1948. La denunciante fue la doctora Lidia Timashuk. Su denuncia, enviada inmediatamente después del fallecimiento de Zhdánov, se sacó de los archivos y se usó como base para purgar a los profesores de la clínica del Kremlin. Pravda publicó un artículo en el que denunciaba a los «asesinos de batas blancas». Esto causó pánico en la élite de la profesión médica. El profesor Yevdokímov, dentista de Stalin y durante muchos años jefe de cirugía maxilofacial y bucal en el Kremlim, se ausentó de su casa durante una semana por si la policía iba a detenerlo[30].

Yevdokímov volvió a su apartamento agotado. Probablemente había descubierto que las autoridades querían arrestar a médicos de origen judío. La mayoría de las víctimas tenían apellidos que parecen indicar que eran judíos. El «cosmopolitismo desarraigado» se denunciaba diariamente con creciente intensidad. Se persiguió a los judíos por toda la Unión Soviética. Fueron destituidos de los puestos de responsabilidad y humillados en el trabajo. En las calles se veían insultos antisemitas y a nadie se pedía cuentas de ellos. Se requería mucho valor para defender a las víctimas. La campaña, que nunca fue designada de manera oficial como dirigida a los ciudadanos judíos, se reforzó. Muchos dirigentes judíos fueron puestos bajo custodia policial. Solomón Mijoels, líder del Comité Judío Antifascista de la URSS (formado durante la Segunda Guerra Mundial) fue asesinado en un accidente automovilístico provocado por orden de Stalin en 1948; el Comité Judío Antifascista fue dispersado y el resto de sus dirigentes, arrestados y fusilados[31]. Pero la esposa de Mólotov, Polina Zhemchúzhina, que había estado detenida y exiliada desde 1949, todavía vivía. Se la escogió como potencial acusada en un juicio ejemplarizante de próxima celebración. La policía de seguridad volvió a interrogarla. Había rumores crecientes de que se estaban preparando medidas para deportar a todos los judíos soviéticos a la Región Autónoma Judía que se había establecido en Birobidzhan, en Siberia oriental, en 1928 (cuando Stalin y el Politburó finalmente habían llegado a la conclusión de que los judíos de la URSS que desearan mantener su cultura ancestral debían tener un territorio propio).

No se sabe a ciencia cierta si Stalin verdaderamente pensaba llevar a cabo una deportación general de judíos a principios de la década de los cincuenta, aunque en general se considera un hecho, y no se ha descubierto ninguna prueba concluyente[32]. Sin embargo, la situación cambiaba con rapidez. Ningún judío podía sentirse seguro en la URSS. Aumentaba el presentimiento de que habría pogromos. Kaganóvich, de ascendencia judía, estaba muy alterado. Tal vez Stalin le habría evitado verse implicado en el Complot de los Médicos. Pero los precedentes no eran alentadores. Una vez que empezaban las purgas, no había modo de saber a donde podían llegar. Mólotov y Mikoian ya habían caído desde lo más alto. Con Zhemchúzhina en prisión, Mólotov había temido lo peor durante mucho tiempo. Tanto Mólotov como Mikoian fueron destituidos de sus cargos como dirigentes, aunque seguían siendo miembros del Politburó. Pero sabían de antemano lo que les esperaba. Una vez que Stalin retiraba su apoyo, rara vez lo volvía a conceder.

Cuando finalizó los preparativos para el XIX Congreso del Partido en octubre de 1952, Stalin tenía reservadas varias sorpresas. En agosto tuvo lugar un pleno del Comité Central. Esto le brindó la oportunidad de tener un panorama completo de todo el partido y de la cúpula dirigente y no dejó de alentar a los participantes para que criticaran los borradores presentados por los demas antes de que pasaran al Congreso. Era también una oportunidad para que los jóvenes prometedores captaran su atención. Entre ellos estaba Mijaíl Pervujin, ya presidente adjunto del Consejo de Ministros. Dos semanas más tarde, Stalin le llamó por teléfono un domingo a primera hora de la mañana. Le preguntó por qué había propuesto enmiendas a las directrices en el pleno del Comité Central en lugar de haberlo hecho en el Consejo de Ministros. Pervujin le explicó que se sentía obstaculizado por el hecho de que las directrices ya se habían decidido en el Buró del Consejo de Ministros. Para Stalin esto olía a conspiración, especialmente cuando se enteró de que Beria, Malenkov y Bulganin se habían turnado en la presidencia del Buró. Siempre buscaba romper las coaliciones formadas por sus subordinados. Malenkov y Bulganin siguieron contando con su aval, pero Stalin no dejaba nada al azar. Según sus instrucciones, el franco Pervujin fue ascendido a miembro del Buró[33].

Después Stalin le pidió al escarmentado Malenkov que presentara el informe político del Comité Central. Él se sentía demasiado débil. Desde 1925 nadie salvo Stalin había desempeñado esta tarea. Cuando Kaganóvich le preguntó el motivo, Stalin respondió ladinamente que tenía que «promover a los jóvenes»[34]. Esto tampoco era una buena noticia para Kaganóvich, pero era todavía peor para Mólotov y Mikoián. En la reunión para planificar el desarrollo del evento, Stalin propuso excluirlos del presidium del Congreso por ser «miembros no activos del Politburó». Cuando los que le escuchaban lo tomaron como un chiste, Stalin insistió en que hablaba en serio[35]. En el Congreso mismo Stalin habló poco y se contentó con complacer a su audiencia sentándose en un lugar destacado del estrado. Las políticas que estaban en vigor fueron confirmadas por los elogios de los oradores. Sin embargo, las divergencias dentro del Politburó eran detectables para los oídos de los delegados mejor informados. Malenkov habló a favor de la industria ligera; Beria, de los no rusos, y Jrushchov, de la agricultura. Todo esto se hizo con un doble discurso elaborado de tal modo que parecía que Stalin y el Politburó estaban tan unidos en cuanto a sus pareceres como dos capas de pintura.

Desde luego, los subordinados sabían que no chocheaba y que no había asistido al Congreso simplemente para servir de adorno: también escuchaba y observaba como un ave rapaz. El conservadurismo estalinista estaba a la orden del día. Colocarse al margen de los encomios ceremoniales de las políticas del partido y del gobierno habría sido suicida. El informe de Malenkov no mostraba ni un ápice de realismo al afirmar que el problema del suministro de grano en la URSS había sido resuelto «definitivamente y para siempre». Pero este pecado era más leve en un orador que la más mínima señal de disentimiento.

El pleno del Comité Central después del Congreso el 16 de octubre de 1952 escuchó el último discurso de Stalin. Acompañado por los otros dirigentes, entró en la Sala Sverdlov en medio de una ovación. Su discurso duró una hora y media; no tenía notas y se dirigía a la audiencia con una mirada escrutadora[36]. El tema principal, aunque no declarado, era él mismo. Dio a entender que no le quedaba mucho de vida. Recordó los peligros de principios de 1918, cuando los enemigos acosaban al naciente estado soviético por todas partes: «¿Y qué hay de Lenin? En lo que se refiere a él, vayan y relean lo que dijo y escribió en ese momento. En una situación tan extremadamente difícil siguió bramando. Bramaba y no le tenía miedo a nadie. ¡Bramaba, bramaba, bramaba!»[37]. Cuando hablaba de Lenin en realidad se describía a sí mismo y hacía referencia a su contribución a la Revolución. «En cuanto se me encomendaba [una tarea], la cumplía. Y no para que se me reconociera. No me educaron de ese modo»[38]. Cuando un miembro del Comité Central afirmó con orgullo que era discípulo de Stalin, éste intervino: «¡Todos somos discípulos de Lenin!»[39]. Fue lo más parecido a un testamento político. Más que dejar recomendaciones sobre políticas específicas, enumeró las cualidades que debían tener los dirigentes soviéticos después de su muerte: coraje, valentía, modestia personal, perseverancia y leninismo.

Su objetivo inmediato era dejar a la vista las debilidades de algunos posibles sucesores. A diferencia de Lenin, dejó aflorar su ira mientras vertía insultos sobre las cabezas de sus víctimas. Mólotov y Mikoián fueron las principales. Stalin despotricaba acusándoles de cobardía y ligereza, alegando que los viajes que habían hecho a los Estados Unidos les habían proporcionado una admiración exagerada por el poder económico de los Estados Unidos. Recordó incidentes como, por ejemplo, cuando Mólotov había querido reducir la demanda de suministros de grano de los koljozes. Mólotov soportó la reprimenda sin responder. Sin embargo, Mikoián decidió que esto requería una defensa activa y subió al estrado para responder[40]. Los miembros del Politburó ya sabían de la hostilidad de Stalin hacia Mólotov y Mikoián, pero para otros dirigentes era algo nuevo.

Casi estaba dispuesto el escenario para un ajuste de cuentas definitivo. Mólotov, Mikoián y Beria vivían aterrorizados. El Comité Central estableció un Presidium como su principal órgano ejecutivo en lugar del Politburó. Stalin leyó en voz alta la lista de los miembros propuestos. Toda la lista fue aceptada sin discusión[41]. El nuevo Presidium del Partido tendría un Buró interno y ni Mólotov ni Mikoián iban a formar parte de él[42] (Beria obtuvo un puesto, pero no era un gran consuelo; sabía que Stalin a menudo torturaba a sus víctimas antes de iniciar una purga). Cuando el Presidium se reunió el 18 de octubre, Malenkov fue puesto al frente de la comisión permanente de asuntos exteriores, Bulganin debía supervisar las «cuestiones de defensa» y Shepílov iba a presidir la comisión que se ocuparía de «cuestiones ideológicas»[43]. Aunque era viejo, Stalin todavía se dedicaba a leer los informes, planear sus maniobras y asistir a reuniones fundamentales —y, como en 1937, renunció a la oportunidad de tomarse vacaciones todo ese año—. El Buró se reunió seis veces en las semanas restantes de 1952 y Stalin acudió en cada ocasión[44]. Gran parte de las sesiones se centraron en la asignación de personal. Pero también se discutieron asuntos de una naturaleza inequívocamente siniestra. Stalin planteó la cuestión «del sabotaje en el trabajo médico»; también pidió un informe acerca de la situación del MGB[45].

Stalin deseaba que un organismo oficial del partido se sumase a su conspiración. El riesgo de un golpe contra él tenía que reducirse. Al moverse lentamente y obtener sanciones formales en cada etapa del camino, también esperaba convencer a los miembros del Buró más jóvenes, y por lo tanto menos experimentados, de que sus medidas se basaban en pruebas sólidas. El asesino necesitaba asegurarse su coartada y su legendaria astucia no lo había abandonado.

Sus cómplices veteranos temblaban de angustia. No sólo Beria, sino también Malenkov, Jrushchov y Bulganin sabían por experiencia que no podían dar por sentado que Stalin no fuera a emprenderla también con ellos a su debido tiempo. No podían confiar en él: era obvio para todos. Las cosas se ponían feas. El 21 de diciembre de 1952 Mólotov y Mikoián, después de muchas vacilaciones, decidieron ir a la dacha Blízhniaia para felicitar a Stalin por su cumpleaños. Era lo que habían hecho durante muchos años y, aunque en los últimos tiempos él se había mostrado hostil hacia ellos, pensaron que la hostilidad se incrementaría si rompían la tradición. Se equivocaron. La visita molestó a Stalin y los otros miembros del Presidium aconsejaron a Mólotov y a Mikoián que se mantuvieran fuera de su vista[46]. Aun así, su comportamiento desconcertó y asustó a todos. Claramente ya no era la persona que había sido. Después de su muerte sus colaboradores subrayarían que había sufrido un deterioro tanto físico como psíquico. Percibieron el comienzo de una imprevisibilidad que llamaron «caprichosa». Previamente se había mantenido leal al grupo de dirigentes que había establecido a fines de la década de los treinta; el Caso de Leningrado de 1949-1950 había sido la excepción y no la regla durante los años de la posguerra[47]. Pero había comenzado a conceder y retirar su apoyo con una arbitrariedad que los aterraba.

Entonces, ¿qué se proponía el Líder? ¿Sus movimientos implicaban algún plan? ¿La eliminación de varios veteranos —junto con la persecución de todos los judíos— señalaba el fin de alguna purga proyectada? ¿Un hombre cuyo deterioro físico era inequívoco podía culminar semejante purga? Para sus colaboradores más cercanos, denunciados o no por él, no tenía ningún sentido intentar adivinar los motivos precisos. Durante muchos años Stalin había estado asesinando a sus compañeros. No había perdido la costumbre en su vejez.

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