Stalin

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STALIN TAL COMO LO CONOCEMOS

Iósef Stalin es una de las figuras más famosas de la historia. Ordenó asesinatos sistemáticos a gran escala. Durante sus años de poder y boato, desde finales de la década de los veinte hasta su muerte en 1953, personificó el orden comunista soviético. La Revolución de octubre de 1917 había dado origen en Rusia a una dictadura de partido único y de ideología única que sirvió de modelo de transformación social para un tercio de la superficie del globo después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque Lenin había fundado la URSS, fue Stalin quien reforzó y consolidó decisivamente la estructura. Sin Stalin, la Unión Soviética podría haberse desmoronado décadas antes de que fuera desmantelada en 1991.

Después de la muerte de Lenin en 1924 mucha gente se sorprendió cuando Stalin logró la victoria en el conflicto por la sucesión que tuvo lugar entre los líderes del partido. Hacia el final de esa década ya había anulado los compromisos que el partido había aceptado de mala gana para mantenerse en el poder después de la Guerra Civil que se había producido en el antiguo Imperio ruso. Stalin dirigió la Unión Soviética hacia la industrialización. Millones de campesinos murieron en el proceso de colectivización de la agricultura. La red de campos de trabajo se expandió y Stalin fortaleció su despotismo por medio del Gran Terror a finales de la década de los treinta. La Operación Barbarroja impulsada por Hitler contra la Unión Soviética en 1941 encontró a Stalin catastróficamente desprevenido. Sin embargo, el Ejército Rojo logró responder al ataque y, con Stalin como comandante supremo, derrotó a la Wehrmacht. Después de la Segunda Guerra Mundial, la URSS afirmó su dominio sobre la mitad oriental de Europa. La reputación de Stalin, para bien o para mal, alcanzó su punto culminante. Cuando murió en 1953 fue llorado por millones de compatriotas que tenían razones de sobra para detestarlo a él y a su política. Dejó la URSS convertida en una potencia mundial y en un coloso industrial con una sociedad alfabetizada. Dejó como legado instituciones de terror y de adoctrinamiento con pocos rivales de su envergadura. La historia de la URSS después de su muerte consistió en gran medida en una serie de intentos para conservar, modificar o liquidar su herencia.

Stalin no dejó una autobiografía. Hasta finales de la década de los veinte casi nadie se molestó en escribir algo más que una breve semblanza suya. Los que publicaban sus obras lo despreciaban. El insuperable cronista de Rusia en el año 1917, Nikolái Sujánov, lo desestimó llamándolo «una nulidad gris y obtusa»[1]. Trotski y simpatizantes suyos como Boris Souvarine e Isaac Deutscher ridiculizaron a Stalin considerándolo un burócrata sin opiniones ni personalidad propias; ésta también había sido la apreciación de los líderes de otros partidos revolucionarios —los mencheviques y los social-revolucionarios—, que se vieron obligados a exiliarse en el extranjero[2]. A pesar de la diversidad de sus orientaciones políticas, todos estos autores estaban de acuerdo en su caracterización del sucesor de Lenin. La falta de talento de Stalin era para ellos un axioma. Sus defectos se consideraban obvios. ¡Stalin no había vivido como emigrado antes de la caída de la monarquía imperial en la Revolución de febrero! ¡No era ni un políglota ni un orador decente! ¡Era un simple administrador! Tales rasgos se presentaban como prueba de que merecía ocupar un lugar de segunda fila entre los líderes del partido. Inclusive los compañeros que no lo atacaban pensaban, en la década que siguió a la Revolución de octubre, que su único fuerte era la administración y que las decisiones importantes del Estado debían quedar en sus manos y no en las de Stalin[3].

Ambicioso y resentido, Stalin intentó mejorar su reputación. En 1920 insistió en que Lenin, durante el primer encuentro que tuvieron en 1905, le había impresionado por su discreción. El objetivo estaba claro. Stalin estaba indicando que ésa era la clase de hombre que había fundado el Partido Comunista y a quien él deseaba emular: en realidad estaba presentando un autorretrato. Pero llamar la atención no era lo suyo. El asistente de Stalin, Iván Tovstuja, escribió una semblanza biográfica en 1924 en la que mencionaba su actuación en diversos puestos destacados durante la Revolución de octubre y la Guerra Civil[4], pero esta obra apenas añadía una nota de color. Tanto Stalin como su entorno acentuaron siempre sus deseos de encajar en un colectivo político. Se comparaba a los presuntuosos protagonistas de la política en la Unión Soviética —Lev Trotski, Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y Nikolái Bujarin— con el modesto secretario general del partido.

Al reanudar su ascenso a la cima de la política, Stalin dispuso que se hicieran mayores exaltaciones de su figura. Se publicaron biografías autorizadas, cada una más hagiográfica que la anterior. En 1938 se publicó un grandilocuente relato escrito por los títeres del Comité Central del partido y editado anónimamente por Stalin[5]. El texto lo presentaba como el genio contemporáneo del comunismo mundial; y la tendencia creciente era equipararlo a Lenin como líder del partido, teórico marxista y estadista mundial. Esta imagen fue recogida en Occidente por comentaristas impresionados por el progreso industrial y educativo de la URSS en la década de los treinta.

Desde 1941, cuando la URSS se incorporó a la lucha contra la Alemania nazi, el elogio de Stalin fue ilimitado. La revista Time lo honró como «Hombre del Año» que por sí solo había tenido la tenacidad de conducir a su país al triunfo militar. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando estalló la Guerra Fría y los aliados occidentales lo convirtieron de héroe en villano, el número de admiradores de Stalin se redujo drásticamente. Sin embargo, entre sus críticos había muy pocos que le siguieran considerando mediocre. Reverenciado o detestado, era reconocido como uno de los políticos más relevantes del siglo XX.

Algunos lo vieron como el auténtico sucesor de Lenin, como el que condujo el tren de la revolución por el camino ya trazado por Lenin. Otros lo consideraban el gran traidor al leninismo. Al actuar a favor de los intereses de Rusia, muchos lo presentaban como un gobernante muy similar a los emperadores de antaño. Al parecer, lo que Stalin deseaba lograr primordialmente eran los objetivos que no habían conseguido los más grandes de los Románov[6]. Tal deseo se revelaba en su política exterior de expansión hacia Occidente. En el interior de la URSS se manifestaba en la concesión de privilegios a la etnia rusa en los empleos, la educación y el estatus. Stalin fue descrito como un exponente del imperialismo ruso tradicional.

Otra imagen de Stalin hace de él un asesino hambriento de poder. Al parecer, una vez conseguido el poder supremo, sus impulsos psicóticos latentes se liberaron y comenzó la carnicería de la década de los treinta. Algunos argumentaron que esto no podría haber sucedido de no haber estado ya afianzadas las doctrinas y prácticas de partido único en el estado soviético; sin embargo, también insistieron en que tal depuración no habría ocurrido entre 1937 y 1938 sin que un dictador desquiciado tuviera el control del partido y de la policía política[7]. Stalin no sólo encarceló y asesinó. Al aplicar la tortura física y mental a sus víctimas, las degradó del modo más humillante. Hallaba en esto una profunda satisfacción. Aunque no era él quien aplicaba los castigos a aquellos que la policía confinaba en la prisión de la Lubianka, alentaba las medidas más brutales. Se deleitaba manteniendo en un temor constante incluso a sus allegados más cercanos. Las hipótesis acerca de su posible locura son controvertidas, pero indudablemente la personalidad de Stalin estaba peligrosamente perturbada y esta personalidad suministraba el potente combustible para el viaje al Gran Terror.

¿O era simplemente un burócrata mediocre que protegía los intereses de los cuadros administrativos de un estado de partido único? Según esta interpretación, los administradores de los comisariados del partido, la policía y la economía aspiraban a expandir su autoridad y privilegios. Ya en la década de los veinte habían abandonado el compromiso revolucionario. Así pues, Stalin entendió lo que querían y utilizó su posición en el Secretariado del Comité Central para satisfacer los deseos de estos funcionarios. Como burócrata supremo de la URSS no cabe duda de que también él se benefició de semejante desenlace. El hecho de que los cuadros administrativos hubieran ejercido tal poder se atribuyó a profundas tensiones inherentes a la sociedad y al estado soviéticos. La Revolución de octubre de 1917 se había hecho en nombre de la clase obrera y de los sectores más pobres del campesinado. Pero estos grupos fracasaron en su intento de afianzarse en el poder. Las tensiones que se produjeron promovieron una situación que brindó oportunidades a la «burocracia». Poco escrupulosos y bien disciplinados, los funcionarios del partido y del estado se constituyeron firmemente en una casta separada del resto de la sociedad y la eminencia gris de Stalin fue su principal encarnación[8].

Apenas ha transcurrido un solo año desde la muerte de Stalin en 1953 en que no apareciera otra biografía más. Durante tres décadas todas dispusieron del mismo material: las memorias, viejas y nuevas, junto con los informes desenterrados de los archivos a instancias de Nikita Jrushchov —el sucesor de Stalin en el Kremlin— cuando hizo descender a Stalin del pedestal de la estima comunista a partir de mediados de la década de los cincuenta. Luego, en 1985, Mijail Gorbachov se convirtió en secretario general del partido. Gorbachov retomó la campaña contra Stalin y toda su obra y se desató una verdadera oleada de datos documentales. Pero hubo que esperar a la llegada al poder de Borís Yeltsin, en 1991, para que la mayoría de los investigadores pudieran tener acceso a los archivos. Fue un período fundamental para la investigación. Lo inconcebible se había convertido en realidad: el Archivo Central del Partido ubicado en la calle Pushkin de Moscú se abrió a la investigación independiente y un ingente número de documentos fueron desclasificados[9]. Este proceso tiene todavía un largo camino por recorrer y ha habido algún retroceso ocasional. Pero cualquier comparación con los años anteriores arroja un saldo positivo. Ahora es posible indagar en la vida política, ideológica, cultural y privada de Iósef Stalin hasta un grado de intimidad que antes era imposible.

Los escritores rusos aprovecharon la oportunidad. Su precursor fue el disidente Roy Medvédev, que escribió una denuncia de Stalin a mediados de los sesenta[10]. En la URSS se prohibió la publicación del libro y sólo circuló en copias ilegales. Su hipótesis fundamental no era nueva: Medvédev sostenía que Stalin era un cínico y un burócrata con una personalidad inadaptada que sofocó los ideales revolucionarios de Lenin. Bajo Gorbachov hubo otros intentos de analizar a Stalin. Dmitri Volkogónov, al mismo tiempo que mostraba a Stalin como un dictador asesino, reivindicaba que debían reconocerse sus virtudes como líder de la industrialización y del ejército[11]. Otros biógrafos pusieron reparos a esta equivocación y Edvard Radzinski escribió un popular relato que se centraba en las peculiaridades psicóticas de su protagonista[12]. Aunque añadían nuevos detalles de los hechos, los análisis de Volkogónov y Radzinski no ofrecían nada que no estuviera ya disponible en Occidente.

Los propios historiadores occidentales durante mucho tiempo no pusieron en cuestión los conocimientos básicos convencionales que habían sido desarrollados entre las décadas de los veinte y los cincuenta. Los diferentes relatos se centraron en aspectos particulares de su personalidad, sus actitudes o sus políticas. Las disputas han sido extremadamente enconadas. Incluso ha habido controversias acerca de si Stalin fue responsable o no del comienzo del Gran Terror. El historiador norteamericano J. Arch Getty sostuvo que las medidas terroristas del estado no surgieron de la iniciativa de Stalin sino de las presiones ejercidas por un grupo de miembros del Politburó, siempre con el objetivo de elevar el nivel de la expansión industrial y molestos por la resistencia pasiva de los miembros del partido de menor rango y de la oficialidad gubernamental[13]. Se alegó que Stalin era simplemente un agente del poder entre los políticos del Kremlin. Al parecer, sólo instigó los asesinatos en masa para acatar las firmes opiniones expresadas por el círculo dirigente. Éste era un alegato insólito, ya que incluso la larga lista de escritores que negaron que las víctimas del Gulag se contaran por millones habían asignado la responsabilidad decisiva a Stalin.

Hoy en día prácticamente todos los estudiosos aceptan que él inició el Gran Terror. Las excepciones, sin embargo, no carecen de apoyo. Entre ellas se cuentan los nacionalistas rusos que sienten nostalgia de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial y lamentan la caída de la URSS. También muchos georgianos se sienten afectados por los ataques a su compatriota más famoso aun cuando reconocen que cometió abusos estremecedores contra la sociedad soviética. E incluso entre el resto de nosotros todavía se mantiene una gran controversia. Espero iluminar los rincones oscuros de la vida de Stalin de varios modos. Uno de ellos implica examinar detenidamente su formación, vida familiar, esposas, hijos y otros parientes. Hasta hace poco, esto era difícil: Stalin se había preocupado de excluir las referencias a su vida privada en el material publicado. También ejecutó o encarceló a muchos de los que lo conocían bien. Incluso Anna Allilúeva, que le remitió prudentemente el borrador de sus memorias para que él opinara, fue a parar a la Lubianka. La personalidad de Stalin fue misteriosa durante su vida, como él quería que fuera, y muchas de las fuentes más conocidas acerca de él, especialmente las memorias de Trotski y de Jrushchov, son relatos impregnados de hostilidad política.

Desde finales de los años ochenta ha sido posible realizar un análisis más detallado. Simón Sebag Montefiore y Miklós Kun han investigado la vida privada de Stalin y su entorno[14]. Las preferencias de Stalin en cuanto a la comida y al esparcimiento no fueron drásticamente anormales, al menos hasta que logró un poder despótico. Muchas personas de su entorno tenían la sensación de que sus enemigos habían exagerado flagrantemente sus defectos personales. Esta clase de información proporciona un vía para entender su carrera pública. No me disculpo por ahondar en el análisis de su paso por la escuela, el seminario y las primeras agrupaciones políticas o su intimidad familiar. Su estado físico y su perfil psicológico también merecen atención. Esta clase de material contribuye a evaluar sus motivaciones y su comportamiento en la carrera pública.

Otro tema del libro es el grado de influencia que tenía Stalin antes de la muerte de Lenin. Ninguna biografía deja de despreciar sus ya desarrolladas capacidades como político. Este libro se beneficia de las investigaciones de carácter político y psicológico de Robert Tucker, Adam Ulam, Robert McNeal y Ronald Hingley[15]. Pero incluso estas obras daban por sentado que Stalin no contaba mucho entre los bolcheviques antes de 1917. Tucker sostuvo que la actitud de Stalin hacia Lenin durante la década de los treinta venía a ser un mero culto al héroe[16]. El incuestionable predominio de Lenin es también el tema fundamental del estudio de Robert Slusser, que definió al Stalin de 1917 como «el hombre que se perdió la Revolución»[17]. Al parecer, Stalin era el chico de los recados de Lenin antes y durante 1917. Con respecto a los años inmediatamente posteriores a la Revolución de octubre se ha mantenido el mismo enfoque, ya que los biógrafos han insistido en que Stalin era un oscuro burócrata de la trastienda del bolchevismo. Como mucho, se le ha descrito como el emisario de Lenin: el hombre al que se enviaba en situaciones de emergencia con una orden específica del Kremlin. Pero rara vez se da crédito a la posibilidad de que la pertenencia de Stalin a los órganos supremos del Partido Bolchevique y del gobierno soviético demuestre que ya era un miembro consolidado del grupo dirigente comunista. Este libro cuestiona esta opinión histórica establecida durante largo tiempo.

Asimismo los biógrafos, que con toda razón destacan que Stalin concentró e hizo uso de un enorme poder desde los años treinta, habitualmente han dejado de señalar que no era omnipotente. Tuvo que manejar la maquinaria del sistema de poder que heredó. Pudo modificarla, pero fue incapaz de transformarla sin hacer añicos las bases del «poder soviético». Durante el Gran Terror de 1937-1938 se esforzó en eliminar las tendencias políticas que limitaran el ejercicio de la autoridad central: clientelismo, localismo y resistencia pasiva en la administración. También trató de liquidar las tendencias obstruccionistas que dominaban la sociedad soviética y que contrarrestaban las políticas del Kremlin. No sólo los administradores sino también los obreros y los trabajadores de las granjas colectivas encontraron modos de defenderse de Moscú y sus requerimientos. La introducción, por parte de Stalin, de nuevas políticas desde finales de los años veinte estuvo acompañada de ajustes en el orden comunista. Pero estos ajustes provocaban un conflicto de intereses que dificultaba el cambio sustancial a largo plazo. Presentar a Stalin como un déspota sin límites es algo convencional. Sin duda pudo introducir políticas internas y externas sin oposición por parte del Politburó. Pero yo pretendo demostrar que su gobierno personal dependía de su disposición de conservar el sistema administrativo que había heredado. También tuvo que adaptarse de muchas maneras a la idiosincrasia de la población de la Unión Soviética para continuar gobernándolos sin provocar una revuelta.

Stalin, custodio en jefe del orden soviético, fue también su prisionero. Para gobernar despóticamente por medio de la dictadura comunista, tuvo que limitar su inclinación a eliminar prácticas que inhibían la imposición de un perfecto sistema de mando vertical. Por muy poderoso que fuera, sus poderes no eran ilimitados. Esta consideración no es una sofisticada hipótesis erudita, sino que ayuda a comprender las vicisitudes de su carrera. Al final de su vida intentó mantener el orden soviético en un estado de agitación controlada. Con el objetivo de conservar el despotismo personal y la dictadura del partido, se esforzó en desbaratar las tendencias hacia una estabilización que podían entrar en conflicto con sus propósitos a gran escala. Pero las limitaciones del poder existían incluso para Stalin.

En todo caso, las determinaciones de Stalin no sólo surgieron de sus impulsos psicológicos y de sus cálculos prácticos sino también de su visión del mundo. El marxismo fue la filosofía que guio su vida adulta. Pero no fue el único ingrediente de su pensamiento. Su origen georgiano, sus intereses culturales y su educación eclesiástica dejaron su impronta. Las tradiciones nacionales rusas también tuvieron una importancia creciente, especialmente desde los años treinta. No fue un intelectual original. Lejos de esto, sus pocas innovaciones en el campo de la ideología fueron toscos y dudosos desarrollos del marxismo. En algunos casos las innovaciones fueron el resultado de sus propios intereses políticos más que de una auténtica reflexión intelectual. Sin embargo, no cabe duda de que Stalin sentía una genuina fascinación por las ideas. Leía voraz y activamente. Su incorporación de los temas nacionalistas a la ideología soviética oficial debe sopesarse en su justa medida. Stalin desplegó el tipo de nacionalismo que le pareció adecuado. No era el nacionalismo de la Iglesia, el campesino y la aldea. Ni siquiera era el nacionalismo de los zares, porque, aunque elogiaba a Iván el Terrible y a Pedro el Grande, condenaba a la mayor parte de los gobernantes del pasado. El de Stalin era un nacionalismo ruso del Estado, de la tecnología y la intolerancia, del ateísmo, de las ciudades y del poder militar. Era una mezcla tan peculiar que puede considerarse casi una invención suya, y se solapó sustancialmente con el marxismo soviético tal como se había desarrollado desde la muerte de Lenin.

No obstante, Stalin siguió siendo pragmático, y su habilidad para decidir sobre importantes cuestiones internacionales con los líderes de las grandes potencias del mundo llevó a algunos historiadores a concluir que fue un estadista en la tradición de los zares. Había algo de esto. Stalin quería que los líderes norteamericanos y europeos le tomaran en serio y lograr concesiones a los intereses soviéticos en la mesa de negociación. También se esforzó por entender las complejidades de los problemas de la propia URSS en lo referente a la administración, la economía y la sociedad. Era un gobernante muy laborioso e intervenía en las minucias de la política siempre que podía.

Sin embargo, ha subsistido la duda sobre su estado mental. Su obsesión por el control personal era tan extrema y brutal que muchos han considerado la posibilidad de que fuera un psicótico. Roy Medvédev, el historiador soviético disidente, negó que Stalin fuera un demente[18]. Robert Tucker también adoptó una actitud cauta y sostuvo que Stalin, si bien no estaba clínicamente loco, tenía una personalidad traumatizada por sus experiencias infantiles. Robert Conquest estaba de acuerdo con esto, pero insistió en el insano apetito de Stalin por la venganza y el asesinato. Todo esto trae a colación el tema de la naturaleza de los «enemigos» a los que Stalin deseaba eliminar. ¿Eran fantasmas de su imaginación sin existencia en la realidad objetiva? Medvédev, Tucker y Conquest están de acuerdo en que Stalin tenía una personalidad profundamente inadaptada. Desde que se abrieron las puertas de los archivos el extraño modo en que se comportaba dentro de su círculo íntimo se ha ido aclarando cada vez más. En los años veinte su ambiente familiar estaba muy enrarecido y el hecho de que su esposa Nadezhda fuera mentalmente inestable empeoró las cosas. En política Stalin era excepcionalmente suspicaz, vengativo y sádico. Padecía un fuerte desorden de la personalidad.

¿Pero su conducta era simplemente el reflejo de su infancia en Georgia? Las ideas acerca de la dignidad personal y la venganza estaban muy extendidas en su tierra natal, especialmente en las zonas rurales. Prácticamente todos los biógrafos han dado por sentado que esto influyó en su carrera posterior. Pero la cultura georgiana no era ni uniforme ni inalterable. En Gori y Tbilisi Stalin se imbuyó de ideas que fueron rechazadas por otros y no es correcto achacar exclusivamente su comportamiento personal y político a sus orígenes nacionales. El mal funcionamiento de la familia Dzhughashvili fue advertido por sus amigos. Sus propias rarezas empeoraron a causa de la posterior experiencia de ser menospreciado, por sus camaradas en el movimiento revolucionario; y los principios y prácticas del comunismo reafirmaron sus tendencias más crueles (todos los líderes bolcheviques justificaron el Terror Rojo que se desató en 1918: ésta fue otra razón más por la que tendieron a ignorar el extremismo de Stalin hasta finales de los años veinte). También influyeron en él los libros que leyó acerca de los gobernantes rusos del pasado, especialmente Iván el Terrible, e hizo anotaciones a El Príncipe, de Maquiavelo. Hubo muchos factores cuya interacción contribuye a explicar la extraordinaria ferocidad de Stalin.

Aunque exageró la fuerza y el alcance de quienes se le opusieron, esta oposición tenía un potencial nada despreciable. La supuesta locura de Stalin no carecía de método. Conquest y Medvédev han señalado la existencia de agrupaciones críticas en el interior del partido[19]. Getty ha indicado que Stalin estaba descontento con la resistencia pasiva a sus políticas por parte de los cargos del partido en las provincias[20]. Jlévniuk ha señalado su constante interés por los miembros, anteriores o actuales, de la directiva comunista[21].

Este libro pretende demostrar que los intereses de Stalin fueron más amplios y más profundos que su preocupación por el sector crítico del partido. Realmente tenía multitud de enemigos. Ninguno de ellos tuvo muchas oportunidades frente a él. Sus derrotados oponentes murmuraban contra él y algunos subordinados del partido formaron grupúsculos para conspirar en contra suya.

En los Congresos del Partido había muchos delegados que tenían la sensación de que su poder había aumentado en exceso después del Primer Plan Quinquenal de 1928-1932. En general, fuera del partido mucha gente tenía buenas razones para odiarle: bolcheviques expulsados del partido; sacerdotes, mulás y rabinos; mencheviques y social-revolucionarios; nacionalistas no rusos —y también rusos—; campesinos e incluso trabajadores y soldados. Su impopularidad era tan grande como su poder cuando estuvo en la cima, y el hecho de que fomentara el culto a su personalidad significaba que nadie en la URSS podía dejar de considerarle responsable de las políticas que tanto sufrimiento habían traído al país. Esta situación no tenía probabilidades de mejorar a corto plazo. En el mismo momento de su victoria política, Stalin ya tenía muchas razones para estar preocupado.

Los capítulos que siguen ofrecen un retrato exhaustivo de Stalin en su época. Investigan no sólo lo que hizo sino también por qué lo hizo y cómo pudo hacerlo. Se analiza simultáneamente a Stalin como líder, administrador, teórico, escritor, camarada, esposo y padre. También se analizan su entorno social, su formación, nacionalidad y formas de trabajo y esparcimiento. Asimismo es necesario considerar a Stalin como sujeto psicológico; también se han tenido en cuenta tanto sus hábitos cotidianos como sus maniobras políticas a gran escala y su condición de estadista.

Se ha sugerido que este tipo de enfoque corre el riesgo de «humanizar» a los líderes comunistas. Me declaro culpable. Stalin llevó a cabo campañas de crímenes que han sido definidas con palabras ajenas al léxico de nuestra especie: monstruosas, diabólicas, propias de reptiles; pero la lección que se debe aprender al estudiar a algunos de los políticos más asesinos del siglo XX es que es un error describirlos como seres que en modo alguno pueden compararse con nosotros mismos. No sólo es un error, también es peligroso. Si individuos como Stalin, Hitler, Mao Tse-tung y Pol Pot son representados como «animales», «monstruos» o «máquinas de matar», nunca podremos reconocer a sus sucesores. En muchos aspectos Stalin se comportó como un «ser humano normal». Pero de hecho estaba muy lejos de ser «normal». Tenía un vasto deseo de dominar, castigar y asesinar. A menudo profería burdas amenazas en privado. Pero también podía ser encantador: podía despertar la pasión y la admiración tanto de sus camaradas más cercanos como de una inmensa cantidad de gente. En algunas ocasiones podía ser modesto. Era muy trabajador. Era capaz de ser cariñoso con sus parientes. Se preocupaba realmente por el bien de la causa comunista. Antes de que comenzara a matarlos, la mayoría de los comunistas de la URSS y de la Comitern consideraban que cumplía sus funciones dentro de los límites aceptables de la conducta política.

Desde luego, pasaron por alto el otro lado de Stalin, un lado que se hizo más que evidente después de la Revolución de octubre. Había matado a muchos inocentes durante la Guerra Civil. Había causado cientos de miles de muertes durante el primer y el segundo plan quinquenal. Era un asesino de Estado mucho antes de instigar el Gran Terror. El hecho de que no se prestara atención a sus inclinaciones parece inexplicable a menos que se tenga en cuenta la complejidad del hombre y del político oculto detrás de «la borrosa figura gris» que ofrecía a una multitud de observadores. Stalin fue un asesino. Fue también un intelectual, un administrador, un estadista y un líder político; fue escritor, editor y estadista. En privado fue, a su modo, un marido y padre tan atento como malhumorado. Pero estaba enfermo de cuerpo y de mente. Tenía muchas cualidades y utilizó su inteligencia para desempeñar el papel que pensó que se ajustaba a sus intereses en un momento dado. Desconcertaba, aterrorizaba, enfurecía, atraía y cautivaba a sus contemporáneos. La mayoría de los hombres y mujeres de su época subestimaron a Stalin. Es tarea del historiador examinar sus complejidades y sugerir el modo de entender mejor su vida y su época.

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