Stalin

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I. El revolucionario » 4. Poeta y rebelde

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POETA Y REBELDE

Iósef Dzhughashvili se marchó a Tbilisi a la edad de quince años, en septiembre de 1894. Esta vez no fue a la fábrica de zapatos de Adeljánov, sino al Seminario de Tiflis. Tiflis era la variante extranjera más utilizada del nombre georgiano Tbilisi; no sólo se usaba en ruso, sino también en otros idiomas europeos. Fundado por las autoridades del Imperio ruso, el Seminario de Tiflis estaba en la parte alta de la calle Pushkin, en el corazón de la ciudad. Aunque el alojamiento y la comida eran gratuitos, Iósef Dzhughashvili tuvo que pagar por las clases que recibía. Esto habría sido un problema si no hubiese podido ganar una paga fija de cinco rublos por cantar en la catedral de Zión, junto al río Mtkvari[1]. No era el único alumno de la escuela religiosa de Gori que se marchaba a Tbilisi. En el Seminario había también amigos de su edad procedentes de Gori, incluyendo a Péter Kapanadze, Iósef Iremashvili, Vano Ketsjoveli y M. Davitashvili (Iósef Davrishevi, cuyo padre ganaba un sueldo digno, pudo pagar los honorarios del Primer Gimnasio Clásico de Tbilisi)[2]. La soledad no iba a ser un problema para Iósef Dzhughashvili.

Llegaba a la capital del poder imperial ruso en el sur del Cáucaso. A finales del siglo XIX Tbilisi era la ciudad más grande de esa zona del Imperio ruso con una población de 350.000 habitantes —solamente Bakú, a orillas del mar Caspio, con 220.000, se le acercaba remotamente—. El virrey residía allí y gobernaba a muchos pueblos de la región, desde las laderas septentrionales de la cordillera del Cáucaso hasta la frontera con el Imperio otomano al Sur, en nombre del emperador Nicolás II. Los reyes de la Georgia oriental habían elegido Tbilisi como capital por buenas razones. Al igual que Gori, estaba surcada por el río Mtkvari, que corría hacia el Norte desde las montañas de Turquía; aún más importante en siglos anteriores había sido el hecho de que atravesaba una de las antiguas rutas de caravanas que habían hecho posible el comercio entre Asia central y Europa. A fin de consolidar el lugar que Georgia habría de ocupar de forma permanente en el Imperio ruso, el gobierno de San Petersburgo construyó la carretera militar georgiana desde Vladikavkaz a Tbilisi. Esta ruta iba de Norte a Sur (el ferrocarril que unía el sur del Cáucaso con Rusia iba desde Bakú hasta la costa del Caspio). Dos cuerpos de ejército tenían su base en la guarnición de la orilla oriental de Tbilisi. Después de completar la conquista de la región en la primera mitad del siglo XIX, los Románov asignaron el personal, las comunicaciones y la fuerza necesaria para conservarla.

Tbilisi, a diferencia de Gori, tenía una población multinacional dentro de la cual los propios georgianos eran una minoría. Junto con ellos había rusos, armenios, tártaros, persas y alemanes. Los rusos vivían en la parte central de la orilla oriental. Los bazares armenios y persas se encontraban cerca de allí. Los georgianos tenían su distrito al otro lado del río. Al norte de ellos vivían inmigrantes alemanes que se habían trasladado allí, procedentes principalmente de Württemberg, invitados por el emperador Alejandro I.

Así que Iósef asistió a un choque de culturas mucho más intenso que en Gori. El barrio ruso del centro poseía el Ayuntamiento, el palacio del virrey, los cuarteles del Estado Mayor, la catedral ortodoxa y otras iglesias, el Banco Imperial, la Biblioteca Pública y el Museo Militar. Las calles eran rectas, los edificios altos y de reciente construcción. El barrio alemán se distinguía por su limpieza y el orden social que allí reinaba. Los armenios y persas, que eran los grandes negociantes de la ciudad, poseían bazares ruidosos y concurridos donde se comerciaba con platería, alfombras y especias. Los comerciantes georgianos se especializaban en comestibles, pescado y calzado. En la parte sudoriental de la ciudad estaban las fábricas y la prisión, que Iósef conocía desde los tiempos en que trabajó para Adeljánov. Había también una gran estación de tren y obras de reparación en el importante distrito de Didube. Por la ciudad circulaban soldados rusos de botas altas, tártaros con sus turbantes verdes y blancos (y sus esposas cubiertas con túnica y velo) y alemanes cuidadosamente vestidos al estilo de Europa central. Estos mismos habitantes quedaban eclipsados por el esplendor de los comerciantes de las cumbres del Cáucaso con sus trajes tradicionales: osetios, kabardos, chechenos e ingushes.

Los georgianos tenían una influencia bastante limitada en los asuntos de la ciudad. Los funcionarios designados por San Petersburgo, por lo general rusos, se ocupaban de la administración y del mando de las fuerzas armadas. La banca estaba en manos de rusos y judíos y los armenios poseían las mayores empresas comerciales. La jerarquía rusa dominaba la Iglesia Ortodoxa Georgiana desde que, en 1811, el emperador Alejandro I había sancionado su incorporación a la Iglesia Ortodoxa Rusa. El Seminario de Tiflis en el que ingresó Iósef estaba sujeto a las autoridades eclesiásticas de San Petersburgo.

El Seminario era un gran edificio con un pórtico elevado de columnas corintias coronado por un frontón. Construido por el millonario azucarero Zubalishvili, la Iglesia Ortodoxa Rusa se lo había comprado en 1873 y le había dado un uso clerical. La fachada era rústica desde un punto de vista arquitectónico. No había escalones que condujeran al pórtico, que se había añadido más para exhibición que con fines prácticos. Las gentes del Cáucaso debían sentirse impresionadas ante la grandeza del poder imperial, y el Seminario simbolizaba la soberanía de los Románov tanto en los asuntos espirituales como temporales de la región. El resto del edificio era como un barracón[3]. Tenía cuatro pisos. Cerca de la entrada estaban el guardarropa y el refectorio. El primer piso albergaba una gran sala que se había convertido en capilla. El segundo y tercer pisos eran aulas y el cuarto se destinaba a los dormitorios. La decoración eran simple y los seminaristas carecían de intimidad. Un corredor abierto conectaba los dormitorios; las pertenencias personales estaban a la vista de todos. Las sotanas, los libros de texto y la Biblia eran los objetos habituales. Como sus compañeros del Primer Gimnasio Clásico, a mitad de camino bajando por la avenida Golovín, los seminaristas se preparaban para servir a Dios, al zar y al Imperio.

En la época de la llegada de Dzhughashvili, el exarca de Georgia era el arzobispo Vladímir. Desde 1898 el rector era Guermoguén, un ruso. El inspector del Seminario era un georgiano llamado Abashidze. El clero ruso no se caracterizaba precisamente por tener convicciones políticas y sociales liberales. Los designados para el exarcado de Georgia eran incluso más reaccionarios de lo habitual en Rusia y algunos iban a identificarse públicamente con la causa del nacionalismo ruso en años posteriores. Muchos fueron antisemitas virulentos que propagaron ideas que hoy se reconocen como protofascistas. Mientras ejercían sus funciones en Georgia, consideraban que era su deber erradicar todo signo de afirmación nacional georgiana[4]. Llevaron al extremo su intolerancia. La lengua georgiana estaba severamente reprimida en el Seminario de Tiflis y se exigía a los estudiantes que hablaran y escribieran en ruso, so pena de ser castigados. El arcipreste Ioann Vostorgov, que influyó en la política educativa de la Iglesia en todo el Imperio ruso, proporcionó una justificación para esta medida. Sostenía que Tbilisi era una ciudad con un fuerte componente multiétnico y, por lo tanto, no tenía sentido privilegiar el georgiano sobre otras lenguas[5]. Algunos sacerdotes se referían al georgiano de forma menos cortés como «una lengua sucia»[6].

Las normas eran estrictas. A los seminaristas sólo se les permitía salir por la ciudad una hora al día. Había que tributar gestos de respeto al rector y a su personal. La disciplina se administraba desde la oficina del inspector Abashidze, situada a la izquierda del vestíbulo. Las faltas podían castigarse con el aislamiento. Las autoridades reclutaban informantes entre los seminaristas para erradicar la insubordinación. Sólo se podían tener los libros aprobados. Se hacían inspecciones regulares de los armarios. La comida era sencilla y sólo los que vivían en pensiones se libraban de una dieta compuesta principalmente por judías y pan. Los seminaristas se acostaban temprano y se levantaban a primera hora de la mañana. Apenas puede exagerarse la perplejidad de Iósef y sus compañeros recién llegados. En Gori siempre podían ir y venir a su antojo después de la escuela. El régimen del rector Guermoguén prohibía todo eso. Lo que empeoraba las cosas para Iósef era su edad. Estaba ya en la segunda mitad de su adolescencia cuando se fue de Gori. Normalmente, en el Seminario ingresaban muchachos de trece años. Al tener tres años más que la mayoría de los seminaristas de primer curso, Iósef era menos fácilmente maleable.

Los biógrafos de Stalin han tendido a subestimar la calidad de su currículum. La razón es la de costumbre: han reproducido sin criticarlo lo que los enemigos de Stalin en el movimiento revolucionario publicaron sobre el tema. Para ellos, era un ignorante sin una educación adecuada. El propio Stalin reforzaba esta impresión. Como revolucionario, le disgustaba prestar atención a los beneficios que había obtenido del régimen imperial. De hecho, sólo los muchachos verdaderamente brillantes eran admitidos en el Seminario de Tiflis y la educación tenía un nivel más elevado que la de otras instituciones eclesiásticas menos prestigiosas. Había dos seminarios de ese tipo en Tbilisi: uno para los georgianos y otro para los armenios; atraían a los jóvenes que carecían del dinero necesario para ingresar en el Primer Gimnasio Clásico. Incluso algunos padres metían a sus hijos en los seminarios a sabiendas de que el curso les proporcionaría la cualificación necesaria para continuar la educación superior laica.

Estos estudios contribuyeron a formar a la persona que se convertiría en Stalin. Se daba por supuesto que el ruso y el eslavo eclesiástico ya se dominaban[7]. Se esperaba que los estudiantes del Seminario de Tiflis, reclutados entre lo mejor de las escuelas locales georgianas, abordaran una amplia gama de materias. La enseñanza de la vocación cristiana no era lo más importante al principio: no sólo estudiaban literatura e historia de Rusia, sino también griego y latín[8]. Desde luego, la pedagogía tenía una orientación política. De la literatura secular se escogían obras concebidas para justificar el gobierno imperial y la asignatura de historia se basaba en el libro de texto de D. I. Ilovaiski, cuya prioridad era alabar a los zares y enaltecer sus conquistas[9]. El itinerario básico exigía que los alumnos dominaran la Anabasis de Jenofonte y, en el cuarto año, que estuvieran familiarizados con la Apología y el Fedón de Platón[10]. Aunque el estudio de materias seculares no era tan amplio como en los gimnasios, proporcionaba a los alumnos una cultura bastante extensa teniendo en cuenta los parámetros europeos de la época.

Iósef empezó bien. En los exámenes del primer año, logró las calificaciones más altas en todas las materias, con una sola excepción[11]:

Sagradas Escrituras

5

Literatura rusa

5

Historia

5

Matemáticas

5

Georgiano

5

Latín

Griego

4

Canto eslavo eclesiástico

5

Canto georgiano imeretiano

5

Su paso por la escuela en Gori había hecho que no dominara el griego como otras materias (y, tal vez, su tardía entrada al Seminario le impidió comenzar con el latín).

En los cursos superiores del Seminario el programa incrementaba el énfasis en la fe cristiana y en la preparación práctica para el sacerdocio. En el sexto año Iósef Dzhughashvili sólo tenía una clase de griego a la semana y ya no había ni literatura ni historia de Rusia, ni tampoco ninguna ciencia ni matemáticas. En su lugar estudiaba historia eclesiástica, liturgia, homilética, dogma, teología comparada, teología moral, trabajo práctico pastoral, didáctica y, como antes, Sagradas Escrituras y canto eclesiástico[12]. El programa atormentaba a los jóvenes seminaristas. Todas las obras de la literatura rusa que estaban permitidas eran anteriores a Alexandr Pushkin. Otros clásicos no permitidos eran las novelas de Lev Tolstói, Fiódor Dostoievski e Iván Turguénev. La poesía y la prosa georgianas estaban prohibidas. Incluso Shotá Rustaveli, el poeta del siglo XIII, estaba prohibido[13]. El programa y las normas del Seminario de Tiflis constituían una afrenta a la sensibilidad nacional y las aspiraciones culturales, y el rector no tenía otra actitud que reforzar su autoridad mediante la vigilancia y el castigo. Mientras Iósef Dzhughashvili progresaba de año en año, sus simpatías se dirigían hacia aquellos que se oponían a los reglamentos. Inteligente y patriota, se negó a aceptar las condiciones establecidas. Conversaba en secreto con los seminaristas que sentían lo mismo. Cada vez que podían, socavaban el régimen impuesto.

La evolución personal de Iósef tenía una larga tradición. Ya desde los primeros años de su fundación el Seminario había dado problemas a las autoridades. La rebeldía era constante. Silva Dzhibladze, futuro marxista, fue expulsado en 1884 por agredir físicamente al rector. Dos años más tarde un tal Largiashvili, seminarista proveniente de Gori, dio un paso más y mató al rector de una puñalada[14]. Durante la Cuaresma de 1890, cuando Iósef Dzhughashvili estaba todavía en la escuela religiosa de Gori, los seminaristas de Tbilisi se declararon en huelga. Hartos de las interminables comidas a base de judías, se negaron a asistir a las clases a menos que se cambiara la dieta. Entre los cabecillas de la huelga estaban Noé Zhordaniia y Pilipe Majaradze[15]. Zhordaniia se convertiría en el líder del menchevismo georgiano y Majaradze, en un dirigente del bolchevismo georgiano. Sus exigencias se incrementaron hasta incluir también que se enseñara en georgiano y que se impartieran clases de historia y literatura georgianas. El boicot a las clases duró una semana y Zhordaniia y Majaradze elaboraron un periódico manuscrito en una campaña para conseguir apoyos[16]. En 1893 estalló otra huelga por la comida que llevó a la expulsión de Akaki Chjenkeli, Vladímir Ketsjoveli y Severián Dzhugheli. Todos ellos serían famosos marxistas. Mija Tsjakaia e Isidor Ramishvili también se afiliaron al movimiento marxista después de dejar el Seminario[17].

La Iglesia Ortodoxa Rusa se había convertido en la mejor agencia de reclutamiento para las organizaciones revolucionarias. Cada año las quejas específicas de los seminaristas eran las mismas: las limitaciones de los programas, la denigración de la cultura georgiana, la dura disciplina y las austeras comidas de cuaresma. El antagonismo de los sacerdotes a todo lo que fuera secular, nacional y moderno era francamente contraproducente. El rector Guermoguén y el inspector Abashidze le hicieron el trabajo a Karl Marx.

No hubo huelgas en la época en que Iósef estuvo en el Seminario. Pero la resistencia a las normas era sistemática y él se unía resueltamente a los rebeldes. Sus mentes estaban sedientas de un alimento intelectual distinto del que ofrecía el programa oficial. Fuera de allí, en la ciudad, encontraban lo que deseaban. Los seminaristas temían ser denunciados si pedían prestados los libros prohibidos en la cercana Biblioteca Pública. En lugar de esto buscaban en las oficinas editoriales de Iveria y Kvali y en la librería de Zakaria Chichinadze. Allí podían leer y conversar acerca de los temas prohibidos por los sacerdotes. Iveria era editada por el poeta y crítico Ilia Chavchavadze. Aunque clamaba por la libertad cultural georgiana, Chavchavadze se abstenía de hacer las más tibias exigencias de reformas sociales y económicas. Kvali, de Guiorgui Tsereteli, era más radical. Salía todos los sábados, publicaba contribuciones de intelectuales críticos pertenecientes a un amplio espectro de tendencias, desde socialistas agrarios hasta marxistas (y en enero de 1898 Tsereteli se lo entregó todo a Noé Zhordaniia sin ponerle condición política alguna)[18]. Zakaria Chichinadze era simpatizante del socialismo. Chavchavadze, Tsereteli y Chichinadze tenían muchas divergencias, aunque coincidían en la necesidad de reformas y de que los georgianos lucharan con ese fin. Comprendían que la clave del éxito estaba en su campaña para ganar los corazones y las mentes de jóvenes como Iósef.

Como editores eran muy emprendedores. La censura imperial era un fenómeno variable. Rígida y entrometida en San Petersburgo, era más flexible en Georgia y en Finlandia. El estricto control sobre las ideas que mantenía el Seminario no se reproducía fuera de sus muros. Aunque las obras de manifiesto carácter nacionalista llamaban la atención, se permitía la publicación de estudios sobre temas sociales, económicos e históricos. Por otra parte, antes del cambio de siglo se pensaba que el peligro más acuciante para los Románov provenía de aquellos intelectuales que llamaban a la lucha armada, clamaban por la autonomía regional o inclusive por la secesión del Imperio ruso. Chavchavadze no representaba un desafío directo a la monarquía ni al orden social. Pero tampoco se consideraba a los marxistas como una amenaza importante, ya que aparentemente se preocupaban por las injusticias sociales y económicas; ninguno de ellos exigía la autonomía territorial georgiana, ni mucho menos, la independencia. El principal censor de Tbilisi, Guiorgui Zhiruli, admitía alegremente su ignorancia acerca del marxismo. Esta atmósfera hacía posible que existiera un vivo debate público. Los marxistas de Rusia debían contentarse con gruesos periódicos publicados en San Petersburgo y con la aparición intermitente de periódicos editados por los emigrados[19]. El debate sobre el alma de la nación georgiana era intenso, ya que los conservadores, los liberales y los socialistas discutían entre sí.

Iósef Dzhughashvili tenía más seguridad en sí mismo que la mayoría de los seminaristas de primer curso. Había empezado a escribir sus propios versos y nada más llegar a Tbilisi comenzó a hacer intentos para publicarlos. Escribía sobre la naturaleza, la tierra y el patriotismo. Iliá Chavchavadze valoraba su talento. El primer poema de Iósef que fue publicado, «A la Luna», apareció en la revista Iveria en junio de 1895. La revista Kvali, de Guiorgui Tsereteli, no reaccionó con menos entusiasmo ante su obra y Iósef —firmando con seudónimos como «I. Dzhshvili» y «Soselo» para que no le descubrieran el rector y el inspector del Seminario— publicó seis poemas entre 1895 y 1896[20].

El poema «La mañana» era una obra conmovedora escrita en el estilo literario romántico por entonces habitual en los círculos literarios georgianos[21]:

El capullo rosado se abre.

Rápido se tiñe de pálido azul violáceo

Y agitada por una brisa ligera,

La lila del valle se inclina sobre la hierba.

La alondra ha cantado en el oscuro azul.

Volando más ato que las nubes,

Y el ruiseñor de dulce sonido

Canta desde los arbustos una canción a los niños.

¡Flor, oh mi Georgia!

¡Deja que reine la paz en mi tierra natal!

¡Y que vosotros, amigos, deis renombre

A nuestra patria con vuestros empeños!

Nadie afirmaría que este texto traducido es arte con mayúsculas, pero en el original georgiano tiene una pureza lingüística reconocida por todos. Los temas de la naturaleza y la nación apelaban a la sensibilidad de los lectores. El educador Yákob Goguebashvili, que tenía contactos con los revolucionarios de Tbilisi[22], valoró tanto el poema que lo incluyó en las ediciones posteriores de su libro de texto escolar, Lengua materna (deda ena)[23].

Había un matiz nacionalista en los poemas de Iósef, aunque intentaba refrenarse para evitar irritar al censor de Tbilisi. Sus imágenes eran semejantes a las que utilizaban muchos escritores de los países oprimidos de Europa y Asia en aquel entonces: las montañas, el cielo, el águila, la patria, las canciones, los ensueños y el viajero solitario. La obra en la que más cerca estuvo de desvelar su orientación política fue un poema sin título dedicado «al poeta y cantor de los labradores, el conde Rafael Eristavi». Para Iósef, Eristavi se había identificado con la difícil situación de los labriegos pobres de la campiña georgiana[24].

No en vano el pueblo te ha glorificado,

Tú cruzarás el umbral de las edades

¡Oh, que mi país pueda elevarse!

Eristavi, nacido en 1824, era, además de poeta, etnógrafo y folclorista. Se centró en la necesidad de reformas económicas y sociales, lo que le convirtió en un indudable oponente del statu quo del Imperio ruso. Según uno de los compañeros de Seminario de Iósef, el poema dedicado a Eristavi se interpretó como revolucionario por su contenido[25]. Quizá sea una exageración, pero sin lugar a dudas había escrito una obra concebida para criticar el orden de cosas imperante.

La leyenda que hablaba del joven georgiano rechazado fue producto de la imaginación de Stalin. Fue bien recibido por la élite cultural georgiana. Desde que abandonó Gori no volvió, excepto para pasar unas vacaciones. Tbilisi le ofrecía la promesa de realizar sus ambiciones. Sus amigos, tanto los que provenían de familias ricas como pobres, sentían lo mismo. Ansiaban destacar en el mundo, lejos de la ciudad donde habían nacido.

Más tarde Stalin dio a entender que tanto él como sus camaradas entraban furtivamente en el establecimiento de Chichinadze y que, como andaban escasos de dinero, copiaban subrepticiamente en sus cuadernos los textos prohibidos. Al parecer lo hacían por turnos para aliviar el dolor de mano. Es difícil imaginar una situación más improbable en un establecimiento bien organizado (lo que no quiere decir que los biógrafos se hayan privado de tomar la historia tal cual). Chichinadze estaba del lado de aquellos que se oponían al dominio ruso en Tbilisi. Cuando los seminaristas llegaron a su local, sin duda los recibió cordialmente; y si se hicieron copias, debió de haber sido con su permiso explícito o implícito[26]. La difusión de las ideas era más importante para la élite intelectual metropolitana que el mero beneficio económico. Era una batalla que los liberales apenas podían contribuir a ganar. La tienda de Chichinadze era como una mina que atesoraba el tipo de libros que los jóvenes querían. A Iósef Dzhughashvili le gustaba el libro de Víctor Hugo, El noventa y tres. Le castigaron por introducirlo clandestinamente en el Seminario; y cuando en noviembre de 1896, como resultado de una inspección, se encontró el libro de Hugo, Los trabajadores del mar, el rector Guermoguén dictaminó una «larga estancia» en la celda de aislamiento[27].

Según su amigo Iremashvili, el grupo también pudo acceder a textos de Marx, Darwin, Plejánov y Lenin[28]. Stalin se refirió a esto en 1938, afirmando que cada miembro había pagado cinco kopeks por tomar prestado el primer tomo de El capital de Marx durante una quincena[29]. Por mucho que les agradasen Ilia Chavchavadze y Guiorgui Tsereteli, no eran sus seguidores incondicionales. Algunas obras de Marx y de sus seguidores se publicaron legalmente en el Imperio ruso.

Otras pasaban secretamente de mano en mano. La Iglesia Ortodoxa había perdido el desafío de retener a sus seminaristas más activos de la capital georgiana. La verdadera lucha se daba entre las distintas tendencias políticas y culturales que existían fuera del Seminario. Chavchavadze, un reformista conservador, esperaba un renacimiento de la cultura nacional; Tsereteli, un liberal radical, apuntaba a una reforma socioeconómica de base. Sin embargo, en la década de los noventa tenían que competir con defensores de las diversas corrientes del socialismo. El marxismo estaba en alza en Georgia y Iósef Dzhughashvili ya empezaba a sentirse atraído por sus propuestas.

En el momento en que su estancia en el Seminario de Tiflis estaba a punto de concluir Iósef se había alejado totalmente de las autoridades. Había dejado de estudiar con esmero desde el segundo curso, cuando comenzó a interesarse por escribir y publicar[30]. Pero también se apartaba del mundo de la literatura. Pese al patronazgo de Ilia Chavchavadze y Guiorgui Tsereteli, ya no deseaba convertirse en poeta. Dejó de lado la oportunidad de unirse a la élite cultural georgiana. En su lugar se dedicó a estudiar el socialismo, la política y la economía. Después de haber resplandecido fugazmente como un pequeño meteoro que surcaba la escena literaria de Tbilisi entre 1895 y 1896, se esfumó con la misma velocidad. Podría parecer que dejó de escribir poesía por completo. Poca gente, aparte de sus editores y de sus más íntimos amigos del Seminario, sabía que había publicado algo (cuando Yákob Goguebashvili reimprimió «La mañana» en 1912, lo hizo con el seudónimo original)[31]. Dzhughashvili buscaba un modo de vida distinto de los que le ofrecían tanto el sacerdocio como los círculos literarios de Tbilisi. Su alter ego de militante de voz ronca proveniente de las profundidades de la sociedad estaba comenzando a emerger y, hasta donde sabía la mayoría de la gente, este personaje fue el único Dzhughashvili que existió.

Detestaba el régimen disciplinario del Seminario. Estaba al frente de un grupo que el 28 de septiembre de 1898 fue sorprendido leyendo material prohibido. Iósef incluso había hecho anotaciones en él[32]. El inspector Abashidze, exasperado por estas infracciones, informó:

En el transcurso de un registro de las pertenencias de ciertos alumnos de quinto curso, Dzhughashvili, Iósef (V. I.) protestó varias veces a los inspectores, expresando en sus comentarios el descontento por los registros que se hacen de cuando en cuando a los seminaristas. En uno de ellos afirmó que tales registros no se realizan en ningún otro seminario. En general, el alumno Dzhughashvili es maleducado e irrespetuoso con las personas que ejercen la autoridad y sistemáticamente ha dejado de inclinarse ante uno de los profesores (A. A. Murajovski), como este último ha referido con frecuencia a los inspectores.

Ha sido reprendido y confinado en la celda durante cinco horas por orden del padre rector.

Con su conducta, podría decirse que se estaba buscando problemas y la reacción del rector agravó la tensión en el joven. Era sólo cuestión de tiempo que Iósef tirara por la borda su vocación sacerdotal.

Aguantó casi hasta el final del curso. Hubo razones prácticas para que lo hiciera. Una hoja de papel que certificara la finalización de los estudios en el Seminario, aunque rechazara entrar en el sacerdocio, le habría dado la cualificación (si hubiera tenido el dinero necesario) para ingresar en alguna de las universidades del Imperio ruso. Pero Iósef no disponía de ninguna fuente privada de ingresos y no tenía contactos con ninguna organización que lo pudiera mantener. Tendría que haberse ganado la vida empezando de cero. Así que su desaparición del Seminario de Tiflis en mayo de 1899, cuando estaban a punto de realizarse los exámenes finales, fue una elección existencial. No dejó a las autoridades ninguna explicación acerca de su resolución. En años posteriores simuló que había sido expulsado por llevar «propaganda marxista»[33], pero la realidad es que tomó la decisión de irse por su cuenta. Tenía un espíritu voluntarioso. Había perdido la fe religiosa y estaba empezando a descubrir un modo diferente de interpretar el mundo en el marxismo. También era impulsivo. Iósef Dzhughashvili había tenido suficiente: dejó el ambiente sacerdotal según su propio parecer. Siempre quería que el mundo concordara con sus deseos. Si detrás quedaba algo sin resolver, mala suerte. Había tomado una decisión.

Aborrecía a las autoridades imperiales. Tenía orgullo nacional. En Tbilisi reaccionó a la efervescencia intelectual de la vida pública georgiana de finales del siglo XIX. Ya se consideraba a sí mismo un hombre de extraordinaria capacidad. Ya había demostrado su ambición al conseguir que sus poemas se publicaran.

Los rasgos de la personalidad posterior de Iósef empezaban a manifestarse. Se dedicaba a perfeccionarse mediante el estudio diario. Su capacidad para el trabajo duro, siempre que pensara que semejante trabajo resultaba útil, era inmensa. El régimen imperial le había dado una educación provechosa y amplia, pese a que fuera una educación basada en la liturgia cristiana y en la lealtad al zar. Sabía de números y letras; su poesía tenía un estilo agradable. En su tiempo libre había comenzado a familiarizarse con ideas más amplias acerca de la sociedad y a estudiar los textos marxistas. También leía novelas clásicas europeas y rusas. Obviamente era capaz de ingresar en la universidad y tenía una mente analítica aguda. Su problema era qué hacer con su vida. Tras haber abandonado el cristianismo, no tenía una carrera por delante y su familia carecía de los recursos y del deseo de ayudarle a ingresar en otra profesión. Durante unos pocos años iba a gastar mucha energía tratando de resolver la pregunta fundamental de los rebeldes en el Imperio ruso: ¿qué hacer? Otra pregunta también acuciaba su mente: ¿con quién hacerlo? El joven Dzhughashvili, liberado del Seminario de Tiflis, todavía debía formular sus respuestas.

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