Stalin

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EL CORREDOR POLACO

La Guerra Civil en Rusia entre los rojos y los blancos había terminado a finales de 1919. Una vez que el Ejército Rojo hubo conquistado el territorio ruso era sólo cuestión de tiempo que el resto de las regiones del antiguo Imperio fueran ocupadas. Los rojos empujaron al último Ejército Blanco, a las órdenes del general Antón Denikin, hacia la península de Crimea. Denikin traspasó el mando a Piotr Wrángel, quien enseguida cambió de política hacia la sociedad civil. Entre esos cambios se prometió a los campesinos que la tierra no sería restituida a la nobleza una vez terminada la Guerra Civil. La Realpolitik era necesaria si los blancos querían mejorar sus perspectivas militares. De cualquier modo, la posición material y logística de las fuerzas bajo el mando de Wrángel era desesperada a menos que el mando militar y político rojo cometiera algún error fundamental. Los hombres de Wrángel se preparaban para huir al extranjero.

La victoria obtenida en la Guerra Civil alentó a los líderes comunistas a buscar oportunidades para extender el «poder soviético» hacia el Oeste. Estaban ansiosos por difundir su revolución. En marzo de 1918 Lenin —con la ayuda de Stalin, Kámenev, Zinóviev y Sverdlov— había pedido al partido que fuera más paciente en un momento en que la mayoría de los bolcheviques quería una «guerra revolucionaria». Pero incluso ante el colapso militar alemán en noviembre de 1918, Lenin había dado órdenes de convocar a grandes contingentes de reclutas y de recabar abundantes suministros de grano a fin de que el Ejército Rojo pudiera intervenir con contundencia en Alemania[1]. Las ideas expansionistas no desaparecieron con la firma del tratado de Brest-Litovsk. La Internacional Comunista (conocida como la Comintern) se había formado por iniciativa de Lenin en Petrogrado en marzo de 1919 para inaugurar, extender y coordinar las actividades de los partidos comunistas de Europa y el resto del mundo. La dirección del partido bolchevique en el Kremlin envió consejeros y fondos a los gobiernos que se establecieron por poco tiempo en Múnich y Budapest, y el Ejército Rojo habría estado disponible si se lo hubiera permitido la Guerra Civil en Rusia[2]. En el verano de 1920 Lenin veía con sumo agrado la situación de Checoslovaquia, Rumania, Hungría y el norte de Italia. Parecía que la cadena del capitalismo occidental por fin se iba a romper en Europa. Se preveía una campaña militar para «sovietizar» estos países[3].

¿Tenían en realidad los bolcheviques los recursos suficientes como para impulsar la formación de estados socialistas hermanos? Ellos habrían respondido que no: el antiguo Imperio ruso era un caos administrativo y económico. Pero el triunfo en la Guerra Civil había alimentado una confianza desmesurada en ellos. Habían eliminado a los blancos y las fuerzas expedicionarias británicas y francesas habían sido derrotadas. ¿Quién podría oponérseles ahora? También había una segunda consideración en sus mentes. El estado soviético estaba aislado. La expansión de la Revolución de octubre no era simplemente un objetivo: era una necesidad primordial derivada no sólo de la ideología sino también de un problema práctico. El Politburó —e incluso el suspicaz Stalin estaba de acuerdo— reconocía que la revolución seguiría en peligro hasta que no consiguiera aliados en Occidente.

Durante las primeras campañas de la Guerra Civil se actuaba dando por supuesto que el territorio extranjero comenzaba en las fronteras del antiguo Imperio ruso. Por esta razón el Politburó actuaba como si esperara que el Ejército Rojo reconquistara los territorios fronterizos tan pronto como concluyera la lucha en el territorio ruso. Los avances parecían muy satisfactorios en 1920. Azerbaiyán y Armenia estaban bajo control —y Stalin y su amigo Sergo Ordzhonikidze se hallaban envueltos con regularidad en discusiones estratégicas y políticas del más alto nivel—[4]. Pero la región del Báltico seguía siendo un problema. Se habían hecho intentos para establecer repúblicas soviéticas en Estonia, Letonia y Lituania; pero en todos los casos hubo contragolpes y estos países reconquistaron su independencia entre 1918 y 1919[5]. Estonia inauguró sus relaciones diplomáticas plenas con la RSFSR en febrero de 1920. La situación internacional era inestable. Los bolcheviques no consideraban los territorios fronterizos occidentales, lo mismo que los meridionales, como lugares extranjeros, y Stalin sostuvo este punto de vista con notable tenacidad[6]. Pero lo que sucediera en esos países dependería de lo que ocurriera en el marco más amplio de la guerra y la paz en Europa. Los líderes bolcheviques debían decidir una política permanente.

La situación llegó a un punto crítico debido al conflicto armado entre Polonia y la RSFSR. Se habían producido choques mientras la Guerra Civil estaba en plena efervescencia, y el comandante en jefe polaco Josef Pilsudski aspiraba desde hacía tiempo a formar una unión federal con Ucrania. En la primavera de 1920 Pilsudski penetró en territorio ucraniano. El 7 de mayo sus fuerzas ocuparon Kíev, sorprendiendo a los oficiales del Ejército Rojo mientras esperaban en las paradas de autobús. El Sovnarkom hizo un llamamiento a la guerra en defensa de la patria. Serguéi Kámenev se hizo cargo del mando militar supremo y su comandante principal en el frente fue Mijaíl Tujachevski, de veinticinco años. Los voluntarios acudieron a colocarse bajo los estandartes del Ejército Rojo. Kíev fue reconquistada el 10 de junio y, después de un acuerdo con el gobierno de Lituania, una ofensiva conjunta tomó Vilnius y la transfirió a Lituania. El avance de los rojos prácticamente no encontró oposición. El gobierno británico advirtió a la cúpula soviética que diera el alto a sus tropas, pero el 16 de julio el Comité Central del partido tomó la decisión estratégica de llevar la guerra al territorio polaco, y Lenin informó a Stalin y a otros ese mismo día[7] (Stalin, que se hallaba en Járkov, en el este de Ucrania, no había podido asistir)[8]. El mando militar del frente occidental se preparó para cruzar el río Bug y avanzar hacia Varsovia. La revolución socialista europea daba señales de vida y el 23 de julio el Politburó estableció un Comité Revolucionario Provisional Polaco a cargo de Julián Marchlewski[9].

El gobierno británico trató de evitar la expansión del comunismo convocando unas negociaciones de paz y sugiriendo una nueva frontera entre el estado soviético y Polonia. Ésta era la línea Curzon, llamada así por el secretario británico de Exteriores en 1920. Había que detener el avance del Ejército Rojo hacia Europa Central. Con anterioridad, cuando Pilsudski parecía estar ganando la guerra, el Politburó se había tomado más en serio estos acercamientos. Pero la rápida marcha de los rojos a través de Ucrania cambió la postura de Lenin, que comenzó a abogar por una invasión de Polonia.

Stalin no se mostraba entusiasmado. Durante todo el verano había estado advirtiendo del resurgimiento de la capacidad militar de los blancos en Crimea, y cuestionaba la sensatez de avanzar sobre los polacos mientras Wrángel siguiera siendo una amenaza[10]. Incluso Trotski y Rádek, que se habían opuesto a Lenin sobre Brest-Litovsk, estaban desconcertados por la posición de Lenin[11]. Las objeciones de Stalin no se limitaban a su escepticismo crónico acerca de la viabilidad de una revolución socialista europea y a su preocupación por Wrángel. Dudaba de que el Ejército Rojo estuviera adecuadamente coordinado y organizado. Le preocupaban el alcance y la solidez de las líneas de abastecimiento[12]. Desde su base con las fuerzas rojas en Ucrania, tenía buenas razones para pensar que sabía de qué hablaba. El estado soviético no estaba a salvo de un ataque de los blancos. Los planes para una incursión en Polonia y Alemania eran impracticables. Repetidas veces Stalin mencionó el peligro que representaba Wrángel desde Crimea[13]. Asimismo le recomendó a Lenin que no subestimara la fuerza del nacionalismo de la clase obrera polaca. Stalin estaba sorprendido de que Lenin, que habitualmente era su aliado en la cuestión nacional, no se diera cuenta del peligro que esperaba al Ejército Rojo en este sentido. Deseaba que se tuviera el mismo cuidado que en 1918 en Brest-Litovsk al decidir sobre la guerra o la paz con Polonia.

Lenin no se desalentaría. Nunca había concebido la guerra revolucionaria como una cruel guerra de conquista. Más bien suponía que los obreros de toda Europa esperaban para alzarse en apoyo del Ejército Rojo. Preveía que los militantes izquierdistas de los partidos socialistas europeos se unirían a la causa comunista y así se allanarían los obstáculos para el establecimiento de gobiernos revolucionarios. El Ejército Rojo sólo tenía treinta y cinco divisiones. El Ejército Imperial había reunido cerca de cien divisiones para luchar contra Alemania y Austria-Hungría al estallar la Primera Guerra Mundial. Lenin hacía caso omiso de esto. La lucha de clases en Europa permitiría superar con creces las carencias del Ejército Rojo. La suerte estaba echada para el Politburó. Varsovia sería tomada y el camino quedaría abierto para avanzar sobre Berlín donde, según creía Lenin, los rojos encontrarían un desorden político que podrían explotar en su favor. Los comunistas alemanes tendrían que aliarse con la extrema derecha alemana para erradicar las consecuencias del Tratado de Versalles de 1919, que había despojado a Alemania de territorios y colonias, le había impuesto onerosas compensaciones de guerra y había restringido su reconstrucción militar. Luego se volverían contra sus enemigos de derechas y se instalaría un estado revolucionario[14].

Después de haber perdido el debate muy lejos del Politburó, Stalin aceptó la decisión. En realidad desarrolló un deseo de ponerse a prueba en la campaña. En los meses anteriores había perdido mucho tiempo con otra disputa acerca de su puesto y sus responsabilidades. En noviembre de 1919 había hecho su típico intento de intimidar a Lenin y al Politburó con la amenaza de dimitir[15]. Adornó su explicación más de lo habitual: «Sin esto, mi trabajo en el frente del Sur se tornará vano e inútil, lo que me da el derecho o más bien me impone el deber de marcharme a cualquier otra parte —incluso al infierno— en lugar de quedarme en el frente del Sur»[16]. El Politburó, ya acostumbrado a sus sobreactuaciones, rechazó este ultimátum[17]. En enero de 1920 el frente del Sur fue convertido en el frente sudoccidental, con la misión de defender Ucrania tanto de los polacos como de las fuerzas de Wrángel en Crimea. Pero en febrero Stalin fue trasladado al frente del Cáucaso. No le gustó[18]; quería actuar donde el destino de la revolución se hallaba fuertemente amenazado: se sentía humillado al ser considerado como el hombre del Cáucaso cuya experiencia se limitaba a los asuntos caucásicos. El 26 de mayo, la tenacidad de Stalin se vio recompensada cuando le asignaron al frente sudoccidental, donde se preveían enfrentamientos con los polacos.

El 12 de julio Lenin le envió un mensaje a Járkov[19]:

Solicito a Stalin: 1) que acelere las disposiciones para una fuerte intensificación de la ofensiva; 2) que me comunique su (la de Stalin) opinión. Personalmente pienso que eso (la propuesta de Curzon) es simplemente una treta con la idea de anexionarse Crimea.

Antes escéptico sobre la campaña polaca, ahora Stalin telegrafiaba expresando con euforia su asentimiento[20]:

Los ejércitos polacos se desmoronan por completo, los polacos han perdido sus comunicaciones y administración y las órdenes polacas, en lugar de llegar a su destino, caen cada vez con más frecuencia en nuestras manos; en breve, los polacos estarán experimentando un desmoronamiento del que no se recobrarán pronto.

Stalin se burlaba de la propuesta de lord Curzon de una tregua seguida de conversaciones de paz en Londres[21]:

Creo que el imperialismo nunca ha estado tan débil como ahora, en el momento de la derrota de Polonia, y nosotros nunca hemos estado tan fuertes como ahora. Por lo tanto, cuanto más firmes nos mostremos, mejor será tanto para nosotros como para la revolución internacional. Adelanto la decisión del Politburó.

Lenin y Stalin, defensores de la cautela en Brest-Litovsk en 1918, se habían convertido en los miembros más beligerantes de la dirección bolchevique.

Según la opinión de Stalin era indispensable «apoderarnos de lo máximo que podamos» antes de que pueda producirse un alto del fuego. Su objetivo era tomar Lwow[22]. Era una preferencia personal: la caída de Lwow no sólo beneficiaría a la causa soviética sino que también le proporcionaría el honor de ser el conquistador de la ciudad. El problema era que, tal como Stalin lo había señalado, las fuerzas de Wrángel seguían siendo una amenaza seria. Stalin, como de costumbre, abogó por la política de ejecutar a todos los oficiales Blancos que habían caído prisioneros sin excepción[23]. Al enterarse de que las cosas no iban bien para el Ejército Rojo en Crimea[24], atribuyó el fracaso a la cobardía del comandante en jefe Serguéi Kámenev. Tenía la mirada puesta en la gloria que le depararía Polonia mientras él y su personal de mando se trasladaban hacia el Oeste[25].

Stalin y Lenin también acometieron una planificación preliminar del tipo de Europa que esperaban organizar cuando los socialistas tomasen el poder. La grandiosidad de su visión deja sin aliento. Antes del II Congreso de la Comintern, Lenin insistió en la necesidad de formar una federación general que incluyera a Alemania, y dejó claro que deseaba que la economía de semejante federación fuera «administrada por un solo organismo». Stalin lo rechazó porque era imposible de llevar a la práctica[26]:

Si cree que logrará alguna vez que Alemania entre en una federación con los mismos derechos que Ucrania, se equivoca. Sí piensa que incluso Polonia, que se ha constituido como un estado burgués con todos sus atributos, entraría en la Unión con los mismos derechos que Ucrania, se equivoca.

Lenin estaba enojado. El comentario de Stalin implicaba que las consideraciones de orgullo nacional empujarían a Rusia y a Alemania a permanecer como estados separados en el futuro próximo. Lenin le envió una «carta amenazadora» en la que le acusaba de chovinismo[27]. El objetivo de Lenin era establecer una Unión de Repúblicas Soviéticas de Europa y Asia. Su visión de la «revolución socialista europea» no había cambiado desde 1917. Pero Stalin se mantuvo firme. El Politburó tenía que tener en cuenta la situación real de las nacionalidades si se deseaba que la expansión del socialismo en Europa tuviera éxito.

Estas discusiones eran hipotéticas, ya que el Ejército Rojo todavía no había llegado a Polonia, y mucho menos establecido un gobierno revolucionario en Varsovia. El propio Stalin había obstaculizado las operaciones. Esto ocurrió cuando ordenó a sus subordinados militares y políticos que consideraran prioritaria la toma de Lwow. No mencionó que esta orden perturbaría el plan estratégico general aprobado por Trotski y Tujachevski en campaña y por Lenin en Moscú. Stalin hacía caso omiso de la prioridad que los demás daban a la captura de Varsovia; en cambio, desvió las fuerzas armadas del frente sudoccidental de la línea de convergencia con las del frente occidental.

La batalla de Varsovia tuvo lugar en cuatro sectores. Duró desde el 12 al 25 de agosto y determinó el desenlace de la guerra[28]. El plan original de Tujachevski había sido atacar aún más pronto, antes de que los polacos tuviesen tiempo de reagruparse para defender su capital. Habían sufrido enormes pérdidas. Era poco probable que les llegaran aprovisionamientos y refuerzos. El exhausto Ejército Rojo, acosado por la población polaca, tenía que lograr una rápida victoria o de otro modo lo perdería todo[29]. Piísudski aprovechó la oportunidad. Repelió el avance del Ejército Rojo en varios lugares de forma sucesiva. Serguéi Kámenev, el comandante supremo, había planeado avanzar sobre dos frentes: el occidental bajo las órdenes de Tujachevski y Smilga y el sudoriental, bajo las órdenes de Yegórov y Stalin. Pero Kámenev no pudo coordinarlos a ambos. El frente sudoccidental todavía tenía la misión de proteger al estado soviético contra Wrángel en Crimea: por lo tanto, apuntaba al mismo tiempo en dos direcciones. Más aún, el 22 de julio Yegórov dirigió su ruta de avance hacia Lublin y Lwow, y día a día se incrementaba la distancia entre él y Tujachevski. Esto era un caldo de cultivo para la confusión y las disputas, y Stalin nunca se privaba de agravar una situación difícil.

El Ejército Rojo necesitaba una urgente revisión del plan estratégico. Un plan de este tipo sólo ser diseñado al nivel político más alto. El 2 de agosto el Politburó resolvió dividir en dos el frente sudoccidental y asignar la mitad de sus fuerzas al frente occidental y la otra mitad a un frente sudoccidental reestructurado y encargado de defender Ucrania contra Wrángel[30]. Pero no se hizo nada hasta el 14 de agosto, cuando Serguéi Kámenev ordenó el traslado inmediato de las tropas desde el frente sudoccidental[31].

La falta de sentido práctico de Kámenev como comandante enfureció a Stalin. Yegórov y Stalin ya estaban inmersos en su ataque a Lwow antes del comienzo de la batalla de Varsovia. Aunque la distancia entre Varsovia y Lwow, a vuelo de pájaro, es de 200 millas, la geografía de la región hizo que los movimientos rápidos de las tropas fueran imposibles. Era un lugar pantanoso y sin caminos. La población polaca era casi en su totalidad hostil a los rojos, a los que veía como otra fuerza invasora rusa. Stalin, que siempre estaba dispuesto a criticar a los militares profesionales heredados del Ejército Imperial, le dijo a Kámenev en términos inequívocos: «Su orden frustra inútilmente las operaciones del frente sudoccidental, que ya había comenzado a avanzar»[32]. Cuando Yegórov cumplió puntualmente la orden de Kámenev, Stalin se negó a refrendar las últimas disposiciones y le dejó la tarea a su ayudante R. Berzins[33]. Pero la Caballería Roja del compañero de Stalin, Semión Budionny, estaba completamente inmersa en los combates cercanos y hasta el 20 de agosto no se abandonó el ataque a Lwow. Para entonces la batalla de Varsovia estaba cerca del catastrófico final que tuvo para Tujachevski y el frente occidental.

Es indiscutible que Stalin reaccionó de forma turbulenta al cambio de estrategia. Pero pronto se le acusó de algo más grave. Se empezó a decir que una obsesión por lograr la gloria militar le había impulsado a retener las fuerzas que debían ayudar a Tujachevski. Por lo tanto, parecía ser el culpable de la derrota de los rojos. Es un veredicto demasiado severo. De hecho, él no bloqueó el traslado de tropas: sencillamente se negó a refrendar personalmente la orden. Ciertamente no era inocente. El 12 de agosto había apoyado el despliegue de la caballería contra Lwow pese a estar al tanto de la intención del Politburó de dividir las fuerzas del frente sudoccidental entre un frente occidental y un frente sudoccidental. Aun así, es muy poco probable que las fuerzas reasignadas al frente occidental hubiesen llegado a Varsovia a tiempo para la batalla, aunque Stalin no hubiese aprobado la operación de Lwow[34]. Sin embargo, aun sin haberse insubordinado, indudablemente hizo mucho —y debió de haberlo hecho a sabiendas— para que fuera casi imposible para Kámenev y Tujachevki llevar a cabo cualquier otro despliegue de las fuerzas del Sudoeste. En este sentido actuó como lo había hecho durante la Guerra Civil. Se comportaba como si tuviera el monopolio del juicio militar y aquellos que se oponían a él eran o tontos o bellacos.

En el momento en que se levantó el sitio de Lwow Stalin ya estaba lejos. Volvía a Moscú para la reunión del Politburó del 19 de Agosto, donde ardía en deseos de justificarse. Tanto Lenin como Trotski estaban presentes. La lucha ante Varsovia continuaba; Wrángel se movía hacia el Norte desde Crimea. Al mismo tiempo se había abierto una brecha en el frente del Cáucaso por la que las unidades rojas podrían penetrar en Persia a través de Azerbaiyán. El conjunto de las fuerzas militares fluía en tres direcciones. Sin embargo, el primer punto a tratar era la confusión estratégica que se había producido en Lwow. Stalin decidió que el ataque político era la mejor forma de defensa: condenó la campaña en su totalidad. Subrayó el abandono sufrido por las fuerzas armadas que enfrentaban a Wrángel y advirtió que el resultado podría ser la reanudación de la Guerra Civil en Rusia. Su virulenta ofensiva tuvo resultado porque, a pesar de un contrainforme por parte de Trotski, el Politburó decidió «reconocer el frente de Wrángel como el principal»[35]. En una semana en que el destino de la campaña polaca pendía de un hilo, era una extraordinaria conclusión. Desde fuera parecía que Stalin había golpeado decisivamente a su enemigo Trotski en el Politburó y se había asegurado la reorientación estratégica que apoyaba.

Sin embargo, su triunfo no era lo que parecía. El Politburó no reconoció que los planes y la conducta de Stalin en la guerra polaco-soviética hubiesen sido los apropiados. Lenin y Trotski siguieron culpándolo. Un punto que estaba más abajo en la agenda y que se refería a la posición de Stalin da una idea de la intensidad de la disputa. Después de algunas discusiones fue formalmente recompensado con quince días de vacaciones[36]. Una vez más se declaraba exhausto y, sin duda, se sentía menospreciado. Era el patrón de conducta que se había establecido en la Guerra Civil siempre que no se salía con la suya[37].

Stalin estaba a punto de estallar de furia. Ni se tomó las vacaciones[38] ni renunció a su disputa con el Mando Supremo y su líder Trotski. Se sentía humillado y, cuando volvió al Politburó el 1 de septiembre, solicitó su propio cese de la «actividad militar». Nadie esperaba seriamente que sirviese en el Ejército Rojo después del fin de las hostilidades en Polonia, pero la petición fue aceptada y Stalin abandonó el Consejo Militar Revolucionario de la República[39]. Se había esforzado mucho por ser miembro de este Consejo desde su creación, pero ya no seguiría sirviendo en él si sus recomendaciones iban a ser ignoradas. Se negaba a olvidar lo que él consideraba los menosprecios que había sufrido. En la misma sesión del Politburó hubo apresuradas discusiones sobre política internacional, y Trotski había propuesto con éxito una «política de paz con Polonia»[40]. Esto era difícil de soportar para Stalin. Trotski y el Mando Supremo eran a sus ojos igualmente responsables de los desaciertos en la guerra. Ahora Trotski aparentemente quería disfrutar de los elogios en tiempos de paz. Stalin se había manifestado en contra de toda la campaña de Polonia. Había hecho sonar la alarma acerca de Wrángel. Se le había pedido que dirigiera dos frentes militares como si fuesen uno solo y se le había pedido que luchara todavía en otro frente más.

Durante varios día se entregó a las labores por las que había sido más respetado antes de la Guerra Civil. A instancias suyas, el Politburó planeaba atraer a los pueblos indígenas del Cáucaso a expensas de los cosacos. En principio se tomó la decisión y se le pidió a Stalin que supervisara la puesta en práctica de esta medida en nombre de Moscú[41]. También se hizo cargo del complejo asunto bashkirio.

El Comité Revolucionario Bashkirio se había comportado deslealmente con el estado soviético y varios de sus miembros habían sido arrestados. Stalin propuso trasladarlos a Moscú para ser interrogados[42]. Era un trabajo político importante. Pero al mismo tiempo Stalin no quería que se le conociese como un georgiano que se especializaba en la cuestión nacional. Pertenecía al Comité Central y al Sovnarkom por derecho propio, y quería que esto se reconociese. Tenía sus opiniones acerca de la política en general. Tenía la sensación de que sabía tanto como cualquier otro acerca de la política y la sociedad en las provincias. El resentimiento se extendía como el óxido en un clavo de hierro. Como cualquier otro miembro del Politburó, también sentía los efectos físicos y emocionales de los excesos de los años anteriores. A diferencia de otros, se sentía menospreciado. Nada indicaba que sus sentimientos fueran a aplacarse cuando se acercaba la IX Conferencia del Partido.

Lenin llegó a la Conferencia el 22 de septiembre y mostró un desacostumbrado remordimiento. Había que afrontar la realidad: era «una profunda derrota, una situación catastrófica». El proyecto secreto de la «sovietización de Polonia» había resultado desastroso. El Ejército Rojo, en lugar de ser bien recibido por los obreros y los campesinos polacos, había sido rechazado por un «despertar patriótico». Entonces, ¿cómo se había producido este error de cálculo? Lenin admitía que había creído que Alemania era un hervidero y que Polonia sería una mera cabeza de puente hacia Berlín. También admitió: «En absoluto pretendo tener el más mínimo conocimiento de la ciencia militar». Concedió que el Ejército Rojo había emprendido una tarea imposible. Probablemente el Politburó debía haber aceptado la propuesta de Curzon y entablado negociaciones de paz. La mejor opción era demandar un tratado y esperar a que se produjese un giro en los acontecimientos «en la primera oportunidad conveniente»[43].

La reciente dimisión de Stalin era demasiado para el agobiado Lenin. La actitud conminatoria de Stalin y su carácter inestable resultaban excesivos; con Trotski al menos parecía que se podía contar en una crisis. Trotski aprovechó la oportunidad y criticó duramente la actuación de Stalin en la guerra polaco-soviética y lo acusó de «errores estratégicos»[44]. Los informes de los comisarios políticos que habían regresado confirmaron esta acusación y Lenin la repitió en las primeras sesiones[45]. El Politburó se revelaba como un nido de celos y descalificaciones. Varios de los miembros de la audiencia eran conscientes de que Lenin había sido muy poco franco en cuanto a la parte que le tocaba en la debacle. El error fundamental había sido invadir Polonia y esto era ante todo una equivocación de Lenin. En realidad, Trotski y Stalin le habían advertido de las probables consecuencias. Trotski había argumentado que el Ejército Rojo ya estaba exhausto; Stalin, que los polacos se alzarían contra la invasión[46]. Algunos delegados acusaron directamente a Lenin y la sesión terminó en una agria disputa. Cuando se reanudaron las sesiones al día siguiente, Stalin insistió en su derecho a réplica. Fue un discurso breve. Después de señalar que él había expresado desde el comienzo sus dudas acerca de la invasión, no hizo ninguna defensa de su comportamiento durante la campaña y la Conferencia se desvió hacia otras cuestiones[47].

Desde la perspectiva de Stalin, esto era muy poco satisfactorio. Había tenido la oportunidad de defenderse y en el último momento la había desechado. El efecto más duradero fue que la responsabilidad primordial de la desastrosa campaña recayó únicamente sobre él. En el pasado ha habido intensas controversias. La decisión de octubre de 1917 de tomar el poder y el rechazo en noviembre de 1917 de un gobierno de coalición socialista habían causado un gran revuelo en el Comité Central, y durante varias semanas cierto número de miembros del Comité Central se habían negado a compartir el gobierno con Lenin. La disputa sobre Brest-Litovsk había sido todavía más estridente: Bujarin y sus partidarios habían considerado muy seriamente la posibilidad de formar un gobierno sin Lenin. Pero la controversia acerca de la guerra polaco-soviética introdujo un elemento nuevo. Stalin, miembro destacado del grupo dirigente, fue acusado de insubordinación, ambición personal e incompetencia militar; una notoria lista de faltas.

La reacción a medias de Stalin es difícil de explicar. Era un hombre extremadamente orgulloso. También era receloso —hasta un punto extraordinario—. Le afectaban profundamente las críticas y se sentía ofendido con facilidad. También era muy belicoso. Entonces, ¿por qué decidió mascullar unas pocas palabras acerca de la prehistoria de la invasión y luego volver a su asiento? Si se hubiera tratado de otro, ni Lenin ni Trotski habrían dejado de dar un largo discurso de autojustificación[48]. Probablemente Stalin sintió que pisaba un terreno poco firme y en el último momento perdió la confianza en sí mismo. Había pruebas incontrovertibles de que se había conducido mal y, en cualquier caso, no era la primera vez que se hablaba de su contumacia. En el VIII Congreso del Partido el propio Lenin le había reprendido por usar tácticas que llevaron a la muerte a muchísimos soldados del Ejército Rojo[49]. La diferencia en la IX Conferencia del Partido fue que no se dijo nada positivo como contrapeso de lo negativo. Había caído en desgracia; ninguno de sus amigos se había tomado la molestia de hablar en su favor. Le pareció innecesario prolongar sus padecimientos profundizando en la discusión. Odiaba que le vieran lamentándose[50]. Tenía una necesidad constante de aparecer como alguien firme, decidido y práctico.

Pero no tenía la intención de olvidar y perdonar. La acusación de Trotski había añadido uno más a la lista de agravios que Stalin rumiaba. Lo único llamativo de este episodio es que no cultivó ningún rencor contra Lenin. Stalin siguió expresando admiración por él hasta el fin de sus días. Se ha sugerido que Stalin veía en Lenin no sólo a un héroe, sino también a un sustituto de padre al que emular[51]. Esto no se puede probar. Hubo muchas ocasiones antes y después de octubre en las que Stalin chocó violentamente con Lenin. Pero acerca de su estima fundamental por Lenin no caben dudas serias. No había deferencia, mucho menos servilismo, pero Stalin hacía una excepción con Lenin y no le trataba como al resto de la raza humana —y aguardaba el momento de vengarse de Trotski.

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