Stalin

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II. El líder del partido » 20. Las oportunidades de lucha

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LAS OPORTUNIDADES DE LUCHA

Lenin murió de un ataque al corazón el 21 de enero de 1924. Stalin, a quien se le confirió el honor de organizar el funeral, logró consolidarse más cumpliendo esta función. El Politburó había decidido que se diera un tratamiento excepcional al cadáver. Iba a ser embalsamado y expuesto de forma permanente en un mausoleo que se construiría en la Plaza Roja. Krúpskaia objetó en vano las implicaciones casi religiosas de tal decisión. Stalin estaba decidido a la «mausoleización» del fundador del bolchevismo. Varios científicos ofrecieron voluntariamente sus servicios y comenzaron los preparativos para descubrir un proceso químico que permitiese realizar la labor. Trotski preguntó si debía volver de Tbilisi, donde había llegado en route a Sujumi, en el mar Negro, a donde se dirigía para recuperarse de un severo brote de gripe. Stalin le telegrafió diciendo que su regreso no era ni necesario ni posible, ya que el funeral se realizaría el 26 de enero. El mensaje tenía una intención hostil: Stalin sabía que Trotski atraería toda la atención si aparecía en Moscú para la ceremonia. Trotski viajó a Sujumi, donde Néstor Lakoba, partidario de Stalin, le dio la bienvenida. Dzierzyñski, que se había puesto del lado de Stalin en el asunto georgiano, ya había enviado instrucciones de que nadie debía molestar a Trotski durante su estancia en la dacha estatal[1].

Mucho se ha dicho acerca del deseo de Stalin y de Dzierzyñski de mantener a Trotski al margen de los acontecimientos. Presumiblemente la ausencia de Trotski en el funeral arruinaba sus posibilidades de suceder a Lenin como supremo líder del partido, mientras que la organización de la comisión encargada del funeral por parte de Stalin lo colocaba en una posición sumamente ventajosa. Esto es poco convincente. Aunque años después Trotski se quejaría de las manipulaciones de Stalin, no afirmó que esto hubiese tenido una gran trascendencia. Concentrado principalmente en su propia convalecencia, Trotski se quedó en Sujumi durante varias semanas antes de tomar el tren de vuelta a Moscú.

En realidad, el funeral tuvo lugar el 27 de febrero, y Stalin fue uno de los que llevó el féretro junto con Kámenev, Zinóviev, Bujarin, Mólotov, Dzierzyñski, Tomski y Rudzutak. Apareció con su túnica de corte militar. Al igual que los demás, pronunció un discurso. Incluía una serie de juramentos que terminaban con las palabras[2]:

Al partir, el camarada Lenin nos dejó un legado de fidelidad a los principios de la Internacional Comunista. Le juramos, camarada Lenin, que no escatimaremos nuestras propias vidas para fortalecer y expandir la unión del pueblo trabajador de todo el mundo: ¡la Internacional Comunista!

No fue el único que usó esta imaginería religiosa[3] y su discurso no era aún el de un orador pulido. La significación de su discurso radicaba en otra parte. Stalin por fin estaba hablando como alguien que podía dirigirse al partido en conjunto. En realidad, hablaba como si lo hiciera en nombre de todo el partido. Estaba emergiendo para situarse en el centro de la escena política —y tenía agallas como para envolverse en la bandera de la lealtad a un hombre que había querido destrozar su carrera—. Pocos habían imaginado que actuaría con tanto aplomo.

El Comité Central dejó a un lado sus disputas, al menos en público. Los bolcheviques habían hablado a menudo acerca de la amenaza que suponían otros partidos políticos. Era un temor exagerado después de la Guerra Civil; la oposición organizada contra el bolchevismo estaba en su punto más bajo. Aun así, el líder de la GPU, Félix Dzierzyñski, y Stalin no bajaron la guardia, creyendo que los mencheviques, los social-revolucionarios o incluso las «Centurias Negras» (que habían organizado pogromos antisemitas antes de la Gran Guerra) podrían organizar estallidos «contrarrevolucionarios» contra los bolcheviques[4]. Estas sospechas demostraban la actitud temerosa y suspicaz de los líderes comunistas. Habían sorprendido a sus oponentes al tomar el poder en la Revolución de octubre y les preocupaba que algo más o menos similar pudiera acontecerle a ellos mismos.

Stalin había trabajado codo con codo con la GPU desde que volvió de la guerra polaco-soviética[5]. Esto reflejaba la interdependencia entre el partido y la policía, así como la preocupación personal de Stalin por lo concerniente a la seguridad. La dictadura soviética se había mantenido por medio de la represión, y ningún bolchevique —ni siquiera los más «blandos», como Kámenev y Bujarin— dejaban de apreciar la dependencia del régimen de la GPU. Mientras Stalin comenzaba a mostrar su seguridad, la viuda de Lenin, Krúpskaia, cambió temporalmente de actitud hacia el secretario general. Ya no volvió a decir lo que pensaba de él. Tampoco podía impedir que se publicaran recreaciones históricas de su carrera. La autoridad de Krúpskaia en el Comisariado del Pueblo para la Instrucción estaba decayendo[6]. A fin de reafirmarse, se presentó como la principal estudiosa de Lenin de su tiempo. También se embarcó en esta tarea para poder sobrellevar su pérdida: había escrito un esbozo de una biografía de Lenin semanas antes de su muerte. En mayo se lo envió a Stalin preguntándole que pensaba de su proyecto[7]. Stalin, que tenía sus propias buenas razones para tender un puente entre ambos, le respondió dando su aprobación. Sin duda leyó el escrito con mucha atención ya que se tomó la molestia de corregir una fecha equivocada[8].

Stalin y Krúpskaia se establecían como el sacerdote y la sacerdotisa supremos del culto a Lenin. La imagen de Lenin aparecía en todas partes. Se cambió el nombre de Petrogrado por el de Leningrado y se produjeron ingentes cantidades de libros y artículos sobre él. Paradójicamente, este nuevo culto requería la censura a las obras del propio Lenin. Los comentarios de Lenin que no coincidían con las políticas de Stalin eran prohibidos. De ningún modo podía tolerarse que Lenin apareciese como alguien que hubiera cometido errores. Un ejemplo era su discurso en la IX Conferencia del Partido en el que Lenin admitía que la guerra con Polonia había sido una equivocación y había declarado que las «fuerzas rusas» por sí solas eran insuficientes para la construcción del comunismo en Rusia[9]. Esto no se publicó. Stalin también censuró sus propias obras para incrementar su reputación de hombre de lealtad inquebrantable. En la celebración del quincuagésimo cumpleaños de Lenin, en 1920, el elogio de Stalin había incluido una referencia a los errores de juicio de Lenin en el pasado. Una década después, cuando se le pidió permiso a Stalin para reimprimir el discurso, se negó: «¡Camarada Adoratski! El discurso está muy bien transcrito en lo esencial, pero en verdad requiere cierta labor de edición. Sin embargo, no querría publicarlo: no es agradable hablar acerca de los errores de Ilich»[10]. La cristiandad tenía que dar paso al comunismo y Lenin se presentaría como el nuevo Jesucristo. También tenía que aparecer como la quintaesencia del ruso si se deseaba que la adhesión al comunismo se expandiera entre el mayor grupo nacional. Stalin prohibió mencionar la mezcla étnica de los ancestros de Lenin —el hecho de que el bisabuelo de Lenin hubiera sido judío se mantuvo en secreto[11].

Entretanto Stalin estaba ansioso por demostrar sus capacidades como teórico. No había tenido tiempo de escribir un texto de cierta extensión desde antes de 1917, y a ningún líder bolchevique se le tomaba en serio en la cúpula del partido a menos que hiciera una contribución doctrinal. A pesar de las demás obligaciones que reclamaban su tiempo e inteligencia, logró escribir y —en abril de 1924— dio un curso de nueve conferencias para activistas del partido que se formaban en la Universidad Sverdlov bajo el título de Fundamentos del leninismo.

Publicado enseguida como un folleto, era un trabajo de notoria concisión. Stalin evitaba la espectacularidad de intentos similares a los de Zinóviev, Trotski, Kámenev y Bujarin, que en privado gustaban de menospreciarlo. También circuló el rumor de que los pasajes de Stalin que tenían algún mérito plagiaban los contenidos de un folleto de un tal E Xenofóntov. En realidad, Stalin era un escritor fluido y cuidadoso, aunque no tenía un estilo refinado. Su exégesis de las doctrinas de Lenin era precisa e iba al meollo de la cuestión, y sus conferencias se organizaban en una secuencia lógica. Hacía lo que Lenin no había hecho en su propio nombre, y en gran medida logró codificar el bagaje de escritos, discursos y propuestas de la oeuvre de toda una vida. Negó que las ideas bolcheviques fueran aplicables exclusivamente a la «realidad rusa». Para Stalin, Lenin había desarrollado una doctrina de alcances universales: proclamó que «el leninismo»[12]

es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. Más concretamente, el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general y la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular.

Stalin sostenía que Lenin era el único gran heredero de la tradición de Marx y Engels.

Stalin divulgó las «enseñanzas» de Lenin con minuciosidad catequista. Fue esta cualidad la que provocó la condescendencia de sus rivales, pero suscitó la aprobación de los jóvenes marxistas que escuchaban las conferencias. No es que el folleto careciera de ambigüedades en su contenido. El resumen que Stalin había hecho de la teoría leninista exhibía realmente una considerable cantidad de vaguedades. Insistía en ciertos tópicos. Citando a Lenin, sostenía que la «cuestión campesina» tenía que resolverse mediante una maniobra firme para lograr granjas cooperativas a gran escala[13]. Instaba al partido a ignorar a los escépticos que negaban que esta transición pudiera terminar en la consecución del socialismo. También se ocupaba de la cuestión nacional y mantenía que sólo el establecimiento de una dictadura socialista podría eliminar la opresión de las naciones. Supuestamente, el capitalismo diseminaba los odios nacionales y étnicos como un medio para dividir y dominar el planeta.

Stalin tenía poco que decir acerca de los principales tópicos del discurso marxista. Rara vez se refería a la «cuestión obrera». Hacía tan sólo unos pocos comentarios breves sobre el socialismo mundial. Pero había comenzado de nuevo, por primera vez desde antes de la Gran Guerra, a ocupar un lugar en el debate teórico marxista por sus contribuciones. Estaba progresando en su carrera. Y, sin embargo, había una mosca en la miel. Lenin había pedido que su Testamento se hiciera público en el siguiente Congreso del Partido en caso de que muriese. Krúpskaia, pese a su reconciliación con Stalin, sintió que era su deber para con la memoria de su esposo y elevó la cuestión a la dirección del Partido[14]. El XIII Congreso del Partido estaba previsto para mayo de 1924. Stalin tenía razones para preocuparse. Aunque Krúpskaia no hubiera hecho nada, existía el peligro de que Trotski viera la ventaja táctica que le depararía hacerlo en su lugar. Stalin no podía confiar automáticamente en el apoyo de Kámenev y Zinóviev: el episodio de Kislovodsk le había enseñado mucho. Todo lo que había logrado en los pocos meses anteriores se perdería si se realizaba un debate abierto en el Congreso y se adoptaba la resolución de cumplir con el consejo de Lenin de nombrar un nuevo secretario general.

Stalin tuvo suerte debido a que el Comité Central del Partido, con el impulso de Kámenev y Zinóviev, decidió que el Testamento sólo se leería a los líderes de las delegaciones provinciales. Si Kámenev y Zinóviev no hubiesen seguido preocupándose por Trotski, podrían haber acabado con Stalin. Pero en cambio lo apoyaron. Stalin estaba sentado tan pálido como una tiza mientras se revelaba el testamento a la restringida audiencia. Trotski, temeroso de aparecer como secesionista tan poco tiempo después de la muerte de Lenin, no se aventuró a enfrentarse a la «troika» formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev. La decisión de que fuera Zinóviev quien presentara el informe político del Comité Central, cosa que habitualmente había hecho Lenin hasta su enfermedad terminal, halagó su amour propre. Así se perdió la mejor oportunidad para impedir el posterior ascenso de Stalin al poder. Tal vez Stalin se habría defendido con eficacia. Zinóviev y Kámenev no eran muy populares y la conducta de Stalin no estaba muy desacreditada en el partido en ese momento. Sin embargo, a Stalin le gustaba pelear desde una posición de fuerza y estaba muy débil en los pocos días que duró el Congreso. La noción de que debía su supervivencia a sus cabriolas como un artista del trapecio es errónea. Lo que lo salvó fue la red de seguridad que le procuraron sus aliados temporales, Zinóviev y Kámenev, y el que Trotski no emprendiera un ataque.

Apenas destacó durante las sesiones. Presentó el informe organizativo con la árida recopilación de detalles estructurales y numéricos de rigor, pero no intervino durante el resto de las sesiones de apertura. El momento más peligroso fue cuando informó acerca de la cuestión nacional en largas sesiones a puerta cerrada. Ahora que los principales delegados sabían de las críticas hechas por Lenin en su lecho de muerte, era un tema difícil. Sus enemigos comunistas georgianos se alineaban para disparar contra él. Sin embargo, Stalin no se amedrentó. En lugar de disculparse, hizo una ferviente apología de la política oficial.

El sentimiento de haber sido herido disminuyó, pero no desapareció. Las vicisitudes internas de la troika lo perturbaban: sabía que Zinóviev y Kámenev lo miraban con desprecio y que, si se presentaba la ocasión, lo hundirían. Además no estaba bien de salud. Al sentirse humillado, Stalin siguió su proceder habitual: pidió que le liberaran de sus obligaciones. En una carta al Comité Central del 19 de agosto de 1924, decía que el trabajo «honorable y sincero» con Zinóviev y Kámenev ya no podía continuar. Afirmaba que necesitaba tomarse un tiempo para recuperarse, pero también pedía al Comité Central que le retirara del Politburó, del Orgburó y del Secretariado[15]:

Cuando el tiempo [de convalecencia] termine, solicito que se me asigne al distrito de Turujansk, a la provincia de Yakutsk o a algún lugar del extranjero en algún puesto discreto.

Querría que el pleno decidiera sobre todas estas cuestiones en mi ausencia y sin explicaciones por mi parte, ya que considero perjudicial para la causa dar explicaciones aparte de los comentarios que ya he hecho en la primera parte de esta carta.

Volvería a Turujansk como un militante provincial ordinario y no como el líder del Comité Central que había sido en 1913. Stalin solicitaba un descenso de rango mucho más severo aunque el especificado por el Testamento.

Tenía una personalidad compleja. Puede dudarse de que hubiera considerado la posibilidad de volver al norte de Siberia. Pero era impulsivo. Cuando sentía su orgullo herido, perdía la compostura. Incluso al ofrecer su renuncia asumía un gran riesgo. Apostaba por esta exhibición de humildad que inducía al Comité Central, que incluía a algunos de sus amigos, a rechazar su petición. Necesitaba poner a sus enemigos en un aprieto. La maniobra funcionó perfectamente.

El Comité Central lo mantuvo como secretario general y el ajuste de cuentas definitivo entre Stalin, Kámenev y Zinóviev se pospuso una vez más. Al volver de sus vacaciones en otoño, había recuperado el dominio de sí. Adelantándose a las reuniones del Politburó, consultó a Kámenev y a Zinóviev. Como Zinóviev estaba en Moscú, los tres se reunieron en privado y después, como unos conspiradores, llegaron al Politburó por separado. Stalin se comportó con descaro, sacudiendo la mano de su archienemigo Trotski cuando se saludaron. También contuvo cualquier muestra de ambición personal. Kámenev, y no Stalin, presidió el Politburó después de la muerte de Lenin[16]. Pero Stalin ya se estaba ocupando de su futuro. Cuando sus rivales no lograron entrar en el Orgburó, tuvo libertad para reemplazarlos por nombramientos que eran más de su agrado. El grupo de Stalin se formó bajo su liderazgo; era como la pandilla callejera que no había conseguido liderar de niño en Gori[17]. Nadie era más importante que Viacheslav Mólotov y Lázar Kaganóvich. Ambos eran secretarios del Comité Central; también se alternaban al frente de alguno de los departamentos y colaboraban con Stalin en el Orgburó. Cuando la política comunista ucraniana se tornó problemática para el Kremlin en abril de 1925, Kaganóvich fue enviado a Kíev para convertirse en el primer secretario del Partido Comunista de Ucrania.

Stalin también formó en torno suyo un grupo de partidarios en el Comité Central. Entre ellos estaban Sergo Ordzhonikidze, Kliment Voroshílov, Semión Budionny, Serguéi Kírov y Andréi Andréiev. Todos estos hombres eran leales sin ser serviles y lo llamaban Koba[18]. Algunos habían tenido disputas con él en el pasado. Mólotov había reñido con él en marzo de 1917. Kaganóvich había criticado la política organizativa del Comité Central entre 1918 y 1919 y Orzhonikidze nunca había podido darse un punto en la boca cuando algo le rondaba la cabeza[19]. Andréiev había pertenecido a la Oposición de los Obreros. Budionny y Voroshílov habían servido bajo sus órdenes en Tsaritsyn; Ordzhonikidze y Kírov habían sido sus subordinados en el Cáucaso. Andréiev lo había impresionado por su trabajo administrativo a principios de la década de los veinte. La pandilla tardó en cuajar, y Stalin nunca permitió que sus miembros dieran por sentada la posición que habían alcanzado. Incluso los «tsaritsynitas» tenían que seguir demostrando su valía ante los ojos de Stalin. Serguéi Minin y Moiséi Rujimóvich, sus secuaces en el frente del Sur, llegaron a parecer tan inútiles como pintura seca. Minin se puso del lado de la oposición a la dirección del partido en ascenso y Stalin ya no quiso tener nada que ver con él. Minin se suicidó en 1926. Cuando se hizo evidente la incompetencia de Rujimóvich en la organización del transporte, Stalin lo destituyó por «burócrata autocomplaciente»[20].

Exigía de sus secuaces tanto eficiencia como lealtad. También los elegía por sus cualidades individuales. No quería tener cerca a nadie que lo sobrepasara intelectualmente. Elegía hombres con un compromiso revolucionario semejante al suyo, y establecía el modo de actuar mediante sus severas políticas. Nadie se ganaba su desaprobación por mostrarse despiadado con el enemigo. Creó un ambiente de conspiración, compañerismo y rudo humor masculino. Como retribución por los servicios prestados, cuidaba de los intereses de los otros. Se preocupaba porque gozaran de buena salud. Dejaba pasar sus flaquezas mientras no afectaran en nada las tareas encomendadas y mientras reconocieran su palabra como ley.

Esto es lo que Amakián Nazaretián escribió acerca de trabajar «bajo la mano firme de Koba»[21]:

No puedo ofenderme. Hay mucho que aprender de él. Tras haber llegado a conocerlo de cerca, he desarrollado un extraordinario respeto hacia su persona. Tiene un carácter que uno sólo puede envidiar. No puedo ofenderme. Su severidad está envuelta en amabilidad hacia los que trabajan con él.

En otra ocasión, añadió[22]:

Es muy astuto. Es duro como una nuez y no se le puede partir de un golpe. Pero ahora tengo una visión completamente diferente de él de la que tenía en Tiflis. A pesar de su salvaje racionalidad, por así decirlo, es un individuo afectuoso; tiene sentimientos y sabe como valorar los méritos de la gente.

Lázar Kaganóvich compartía estos conceptos[23]:

En los primeros tiempos Stalin era un individuo afectuoso (…). Bajo Lenin y después de Lenin. Tuvo que aguantar muchas cosas.

En los primeros años después de la muerte de Lenin, cuando llegó al poder, todos atacaron a Stalin. Se endureció mucho en la contienda con Trotski. Después sus supuestos amigos Bujarin, Rykov y Tomsk también lo atacaron (…).

Resultaba difícil no ser cruel.

Para Kaganóvich, la personalidad de Stalin respondía a circunstancias ajenas a su voluntad.

Trató de desviar la atención de su origen nacional. En las provincias sus partidarios destacaron el hecho de que sus principales oponentes —al principio Trotski, y luego Kámenev y Zinóviev— eran judíos. El nunca hizo referencia a esto, pero no impidió que otros lo hicieran[24]. Tenía sus propias razones para ser precavido. No sólo los judíos, sino también los polacos, georgianos y armenios tenían una presencia en la dirección central y local del partido bolchevique que no era proporcionada a la demografía de la URSS, y había un creciente resentimiento por este hecho en el país. Por lo demás, Stalin todavía hablaba con fuerte acento. Trotski lo destacó con típica malicia: «El ruso siempre fue para él no sólo una lengua a medias extranjera e improvisada, sino también —mucho peor para su conciencia— convencional y forzada»[25]. Los comentarios negativos acerca de su fluidez lingüística no eran poco comunes en la década de los veinte[26].

Sin embargo, ningún otro de los dirigentes del partido en ascenso se situó tan bien. Bujarin tenía seguidores en el partido, pero no una red clientelar consolidada. Zinóviev tenía una red de ese tipo, pero la mayoría de sus clientes residían en Leningrado. Kámenev nunca había tenido mucho de patrón. El único líder que podía competir con la habilidad de Stalin para formar un grupo clientelar era Trotski. Todavía atraía a los miembros del grupo de los distritos que se habían unido a los bolcheviques en mayo de 1917 y había cosechado admiración en la Guerra Civil como comisario del pueblo para Asuntos Militares. La Oposición de Izquierdas, cuando atacaba al Politburó en el último cuarto del año 1923, veía en él una fuerza inspiradora. Entre ellos estaban Yevgueni Preobrazhenski, Leonid Serebriakov, Nikolai Krestinski, Adolf Ioffe y Christian Rakovski. Pero a Trostki le faltaba la accesibilidad cotidiana de Stalin. Tenía el tipo de altivez que irritaba a muchos potenciales seguidores. También carecía de la astucia y beligerancia de Stalin y entre sus seguidores cundía la sospecha de que las enfermedades de su ídolo en coyunturas cruciales de la lucha entre facciones tenían un aspecto psicosomático. Con todo, tenía suficientes seguidores como para arremeter y derrotar a Stalin de haber sido distinta la situación. El problema era que Trotski había perdido los primeros asaltos del combate. Siempre estaba perdiendo puntos.

Stalin continuó pegando sin bajar la guardia. La derrota a la Oposición de Izquierdas en el invierno de 1923-1924 se había conseguido en un combate abierto. Trotski y la Oposición de Izquierdas habían atacado y Stalin, Zinóviev, Kámenev y Bujarin habían respondido. Stalin apenas había tenido necesidad de echar a los trotskistas y reemplazarlos por individuos leales a la dirección del partido en ascenso[27]. Pero el Orgburó y el Secretariado —así como el Politburó en la instancia más alta— usaron su derecho a cambiar designaciones en los meses siguientes. La dirección del partido en ascenso accionaba las distintas palancas administrativas en beneficio propio. Rápidamente la Izquierda perdió los puestos clave que todavía le quedaban en el partido, el gobierno, el ejército y la policía. Las destituciones habitualmente fueron acompañadas de degradaciones que con frecuencia implicaban el traslado a lugares remotos de la URSS. Era en realidad una forma liviana de exilio por medio de la cual la dirección en ascenso consolidaba su control del poder. La Izquierda también fue minada desde un punto de vista doctrinal.

El Departamento de Agitación y Propaganda del Secretariado publicaba disputas del pasado entre Lenin y Trotski. Sus distintas dependencias imprimieron montones de panfletos antitrotskistas, y Stalin, que era un lector ávido, garabateó una aide-mémoire en la cubierta de una obra sobre la Revolución de octubre: «Hay que decirle a Mólotov que Trotski mintió acerca de Lenin en el tema de los modos de llevar a cabo una insurrección»[28].

Stalin tenía una actitud muy conspirativa. Según el secretario del Politburó, Borís Bazhánov, el escritorio de Stalin tenía cuatro teléfonos, pero dentro había un aparato más que le permitía escuchar las conversaciones de muchísimos líderes comunistas influyentes. Podía hacerlo sin tener que pasar por la centralita telefónica del Kremlin, y la información que recabó debió de haberle puesto sobre aviso de las maniobras que se emprendían contra él[29]. Asistentes personales suyos como Lev Mejlis y Grigori Kánner llevaban a cabo cualquier oscura empresa que se le ocurriera[30]. Era implacable con sus enemigos. Cuando Kámenev le preguntó por la cuestión de ganar una mayoría en el partido, Stalin se burló: «¿Sabe qué pienso acerca de eso? Creo que lo que vote cada uno en el partido no tiene importancia. Lo que es extremadamente importante es quién cuenta los votos y cómo se registran»[31]. Con esto daba a entender que contaba con que el aparato central del partido manipulara los resultados si llegaban a ponerse en contra suya.

Este tipo de afirmación le reportó a Stalin la fama de ser un burócrata sin principios. Se deleitaba en sus perversidades cuando hablaba con sus colaboradores. Pero había mucho más. Tenía las cualidades de un verdadero líder. Era convincente, competente, seguro y ambicioso. El hecho de que se le eligiera a él, en lugar de a Zinóviev o Kámenev, para encabezar la carga contra Trotski en la XIII Conferencia del Partido demostraba que otros miembros del Comité Central empezaban a comprenderlo. Estaba saliendo de la sombra. Desde los meses finales de 1924 mostró una enorme disposición para seguir atacando a Trotski sin conservar a Zinóviev y a Kámenev de su lado. Kámenev había cometido un desliz al referirse a la «Rusia del hombre nep» en lugar de a la «Rusia de la NEP». El así llamado «hombre nep» era el típico comerciante privado que sacaba ventaja de las reformas económicas que se habían producido desde 1921 y al que los bolcheviques denostaban. Stalin sacó mucho jugo al desliz de Kámenev en la prensa del partido. Más o menos por la misma época Zinóviev había descrito el régimen soviético como una «dictadura del partido». Stalin, como secretario general del partido, rechazó enérgicamente el término como descripción de la realidad política[32]. Kámenev y Zinóviev percibieron que tenían que tener cuidado. En el otoño de 1924 Stalin cargó contra sus principales partidarios. I. A. Zelenski fue reemplazado como secretario del partido de la ciudad de Moscú por el seguidor de Stalin Nikolái Uglánov[33].

Los factores estratégicos se repartían entre Stalin, de un lado, y Zinóviev y Kámenev, del otro. Stalin quería defender la hipótesis de la posibilidad de «construir el socialismo» en la URSS incluso durante la NEP. Esto contradecía el argumento de Trotski, expuesto en Las lecciones de octubre, en 1924, de que la Revolución de octubre expiraría a menos que se mantuviera por medio de la cooperación con los regímenes socialistas de Europa. Trotski desarrollaba sus ideas prerrevolucionarias acerca de la necesidad de la «revolución permanente». Para Stalin ese folleto resultaba al mismo tiempo antileninista en la doctrina y pernicioso en la práctica para la estabilidad de la NEP. Bujarin, un archiizquierdista en la dirección bolchevique durante la Guerra Civil, estaba de acuerdo con Stalin y fue recompensado con el nombramiento de miembro de pleno derecho del Politburó después del XIII Congreso del Partido. Comenzó a actuar con Stalin contra Zinóviev y Kámenev. Bujarin, cuando analizaba la política del partido después de Lenin, creía que la NEP ofrecía un marco apropiado para un desarrollo más pacífico del país y para una «transición al socialismo» evolutiva. Desechó la tradicional hostilidad del partido hacia los kulaks y los alentó a «enriquecerse». Buscaba la moderación de los métodos represivos de control de la sociedad por parte del estado y deseaba hacer hincapié en el adoctrinamiento de la clase obrera urbana. Veía las cooperativas campesinas como una base para la «construcción del socialismo».

Stalin y Bujarin rechazaron a Trotski y a la Oposición de Izquierdas acusándolos de doctrinarios cuyas acciones podrían llevar a la URSS a la perdición. La propuesta izquierdista de una política exterior más activa podría provocar una invasión por parte de las potencias occidentales como represalia. El comercio se arruinaría junto con los planes de inversión soviéticos. Por lo demás, la exigencia trotskista de un incremento del nivel de crecimiento industrial podría realizarse sólo mediante la subida de los impuestos a la capa más acomodada del campesinado. El único resultado posible sería la ruptura de la relación entre campesinos y obreros recomendada por Lenin. El recrudecimiento de las tensiones económicas y sociales podría conducir a la caída de la URSS.

Zinóviev y Kámenev no se sentían cómodos frente a un giro tan drástico hacia la economía de mercado. Pero todavía temían a Trotski. También querían mantener la alianza con el campesinado. Pero no estaban dispuestos a suscribir el programa evolucionista de Bujarin; les disgustaba el desplazamiento de Stalin hacia una doctrina según la cual el socialismo podía ser construido en un solo país —y hervían de resentimiento ante la incesante acumulación de poder por parte de Stalin—, Zinóviev y Kámenev podían ser acusados de haber traicionado al Comité Central bolchevique en octubre de 1917. Tenían que probar su radicalismo. Sólo era cuestión de tiempo que comenzaran a desafiar a sus aliados antitrotskistas Stalin y Bujarin.

Stalin estaba preparado y a la espera. Para la mayoría de los observadores parecía más tranquilo que durante sus primeros enfrentamientos, cuando no había podido manipular las disputas internas del partido. Pero en realidad no era así. Stalin estaba furioso y su ferocidad era la de siempre. Lo que había cambiado era que ya no era el marginado ni la víctima. Stalin dominaba el Orgburó y el Secretariado. Con Bujarin dirigía el Politburó. Podía permitirse mantener una apariencia exterior de tranquilidad y coger desprevenidos a sus enemigos.

Siguió actuando de este modo. Había logrado sobrevivir pese a las críticas de Lenin. Tenía que demostrar a los demás que no era tan malo como le habían pintado. Su grupo en la dirección central del partido le ayudaría. Pero tenía que vigilar a los otros. Dzierzyñski no le debía ningún favor. Krúpskaia, después de sus primeros acercamientos a Stalin, seguía su propio criterio. El propio Bujarin no era incondicional; siguió hablando amistosamente con Trotski, Zinóviev y Kámenev aunque condenara sus ideas. La política bolchevique fluctuaba peligrosamente.

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