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II. El líder del partido » 21. Iósef y Nadia

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IÓSEF Y NADIA

Las luchas entre las facciones del Partido Comunista también eran un desafío por la supremacía individual. Tanto Trotski como Zinóviev, Bujarin y Stalin se sentían merecedores de suceder a Lenin, e incluso Kámenev tenía sus ambiciones. Stalin estaba cansado de ver a sus rivales alardeando en la escena pública. Aceptaba que eran buenos oradores y que él nunca podría alcanzarlos en este aspecto. Sin embargo, estaba orgulloso —a su modo tenso y susceptible— de que su contribución al bolchevismo fuera principalmente de naturaleza práctica: consideraba que los praktiki como él eran la espina dorsal del partido. Los praktiki reverenciaban a Lenin como el águila que ahuyenta a sus oponentes como si fueran meros pollitos. Stalin impresionaba poco a quienes no lo conocían y en realidad también a los que lo conocían, pero ya estaba decidido a remontarse en la historia como la segunda águila del partido[1]. No solamente ahuyentó a sus rivales en la sucesión: siempre que pudo se abatió sobre ellos y los despedazó. En una charla con Kámenev y Dzierzyñski en 1923 había explicado su actitud general: «¡La mayor delicia es agarrar al enemigo, preparar todos los detalles del golpe, satisfacer la propia sed de una cruel venganza y luego irse a casa a dormir!»[2].

Éste era el hombre que había desposado a Nadia Allilúeva después de la Revolución de octubre. No había habido ceremonia de boda, pero se le dijo a la hija de ambos, Svetlana, que sus padres vivían como marido y mujer desde un momento no especificado antes del traslado del gobierno soviético de Petrogrado a Moscú en 1918 (al parecer, el registro oficial no tuvo lugar hasta el 24 de marzo de 1919)[3]. Nadia tenía menos de la mitad de la edad de él en ese momento y él era su héroe revolucionario; todavía tenía que aprender que los rasgos desagradables del carácter de su marido no estaban reservados exclusivamente para los enemigos del comunismo.

Al principio las cosas fueron bien. Alexandra Kollontai, que llegó a conocer a Nadia en el invierno de 1919-1920, estaba impresionada tanto por su «encantadora belleza de alma» como por la buena disposición de Stalin: «Le presta muchísima atención»[4]. Pero el conflicto ya se respiraba en el ambiente. Iósef quería una esposa que tuviera como prioridad la atención del hogar; ésta era una de las cualidades de Nadia que lo había atraído en 1917[5]. Sin embargo, Nadia quería desarrollar una carrera profesional. Como hija de un veterano bolchevique, había desempeñado importantes tareas técnicas para el partido durante la Guerra Civil. Aunque carecía de cualificación profesional, poseía una educación escolar y demostró ser una empleada competente en una época en que las secretarias de fiar desde un punto de vista político escaseaban[6]. Pronto aprendió a decodificar telegramas que transmitían información confidencial entre líderes soviéticos, incluido su esposo[7]. Lenin la incluyó en su equipo personal[8]. Iósef estuvo más a menudo ausente en sus campañas que presente en el hogar hasta el otoño de 1920, dejando a Nadia que se dedicara a sus deberes en el Sovnarkom. Llegó intimar tanto con los Lenin que si Nadezhda Krúpskaia tenía que irse de viaje, solía pedirle que diera de comer a su gato (no podía confiar en que Lenin lo hiciera)[9]. Nadia se unió al partido dando por sentado que su participación en los altos niveles de la administración bolchevique iba a continuar.

Sus esperanzas se hicieron añicos cuando Iósef volvió de la guerra polaco-soviética y se incrementaron las tareas domésticas. Iósef deseaba una tranquilidad doméstica al final de su día de trabajo, dondequiera que pudiera estar. Las cosas llegaron a un punto crítico en el invierno de 1920-1921. Nadia, embarazada desde junio de 1920, había seguido trabajando durante su embarazo. El mismo Iósef había caído gravemente enfermo. En la Guerra Civil se había quejado frecuentemente de molestias y dolores tanto como de «agotamiento»[10]. Nadie lo había tomado en serio porque solía hacer lo mismo cuando trataba de dimitir en medio de la indignación. Su cuñado, Fiódor Allilúev, al verlo antes del X Congreso del Partido, destacó lo cansado que parecía. Stalin asintió: «Sí, estoy cansado. Necesito irme lejos, a los bosques. ¡A los bosques! ¡Para relajarme y tener un descanso apropiado y dormir como es debido!»[11]. Se tomó algunos días libres. Pero fue sólo cuando se metió en cama después del Congreso cuando se hizo obvia la necesidad de atención médica. El profesor Vladímir Rózanov, uno de los médicos del Kremlin, le diagnosticó apendicitis crónica. Rózanov dijo que el problema pudo haber estado latente durante años; apenas podía creer que Stalin hubiese podido mantenerse en pie. Era necesario operar de inmediato.

En esa época las operaciones de apendicitis a menudo eran fatales. A Rózanov le preocupaba que la intervención pudiera desencadenar una peritonitis; también consideraba peligroso el hecho de que Stalin estuviera muy delgado[12]. En principio se le administró una anestesia local debido a la debilidad de su estado. Sin embargo, el dolor se hizo insoportable y la operación no pudo concluir hasta después de administrarle una dosis de cloroformo. Cuando se le permitió volver a casa, Stalin yació en un diván leyendo libros y recuperándose durante los dos meses siguientes. En cuanto se sintió mejor, salió en busca de compañía. En junio ya se había recobrado. En una discusión con Mijaíl Kalinin y otros bolcheviques acerca de la NEP, anunció su vuelta al trabajo: «Es insoportable estar acostado sin hacer nada y solo, así que me levanté de la cama: uno se aburre sin sus camaradas»[13]. Esta confesión pudo haberse incluido fácilmente en cualquier colección de recuerdos acerca de Stalin, pero el resto de la historia de Fiódor Allilúev era tan bochornosa para Stalin que no permitió que se publicara. No iba a permitir que la gente descubriera que no había sido sino una persona fuerte física y mentalmente.

La enfermedad de Iósef y su recuperación coincidieron con la llegada del primer hijo del matrimonio. Vasili Stalin nació en Moscú el 21 de marzo de 1921. La felicidad que le deparó a Nadia el parto sin complicaciones se empañó por el hecho de que Iósef incrementó la presión sobre ella para que se dedicara a las tareas domésticas. Ninguno de los miembros de su familia la ayudó: todos, incluyendo su madre, Olga, estaban inmersos en la actividad política. De cualquier modo, Olga no era precisamente un modelo en cuanto a la crianza de niños. Cuando Nadia y los otros hijos de los Allilúev eran pequeños, con frecuencia habían tenido que arreglárselas solos mientras sus padres estaban fuera desempeñando sus tareas profesionales y sus actividades revolucionarias.

Nadia no podía pedir ayuda a la familia de su marido: la madre de Iósef, Keke, se negó terminantemente a trasladarse a Moscú. En junio de 1921, después de recuperarse de la operación de apendicitis, Stalin había partido hacia el Sur por asuntos del partido: estuvo en Georgia y visitó a Keke. El hijo saludó a su madre sin la calidez que podría haberse esperado después de tan larga ausencia[14]. Ella tenía sus convicciones y no evitó preguntarle: «Hijo, ¿no te habrás manchado las manos con la sangre del zar?». Arrastrando los pies, hizo la señal de la cruz y juró que no había participado en ello. Su amigo Sergo Ordzhonikidze se mostró sorprendido ante esta reincidencia de la religión, pero Stalin exclamó: «¡Es creyente! ¡Pido a Dios que nuestro pueblo crea en el marxismo como ella cree en Dios!»[15]. Habían estado separados durante muchos años y, aunque él se hubiera escabullido para no darle una respuesta directa, la pregunta que ella le había hecho demostraba que sabía que había una creencia no compartida que seguiría separándolos. Como cristiana, Keke tenía razón al decirle a su hijo que el Kremlin rojo no era lugar para ella. Para su seguridad y comodidad, Stalin la instaló en una de las dependencias de la servidumbre en el viejo palacio del virrey de Tbilisi. Budu Mdivani comentó que las autoridades locales reforzaron la guardia en torno de ella: «¡Lo hacen para que no dé a luz a otro Stalin!»[16].

Pero Iósef no volvió solo. En Georgia también buscó a su hijo Yákov, el que había tenido con su primera esposa Ketevan. Yákov había estado al cuidado del hermano de Ketevan, Alexandr Svanidze, y de su esposa María.

Iósef apenas reconocía al muchacho de trece años, pero quiso hacerse cargo de él por fin —o al menos que lo hiciese Nadia—. Aquí no acabó la ampliación de la familia. El dirigente bolchevique E A. Serguéiev, apodado Artiom, pereció en un accidente aéreo en julio de 1921 dejando un hijo adolescente. Era costumbre en el partido que tales huérfanos fueran criados por otros bolcheviques, y eso fue lo que hicieron los Stalin. El joven Artiom Serguéiev vivió con ellos hasta la edad adulta (y se convirtió en general de división del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial)[17]. Stalin también se interesó por la crianza de Nikolái Patólichev, el hijo de un camarada que, según los informes, había muerto luchando en la guerra polaco-soviética en 1920[18]. El joven Patólichev no fue a vivir con la familia. En cualquier caso, en el lapso de unos pocos meses la casa de Stalin pasó de tener dos habitantes a tener cinco.

Nadia se ocupaba de las tareas domésticas mientras su atareado marido concentraba sus energías en la política. Contrató a una niñera para Vasili, y también a sirvientes. Ella misma era como un sabueso que husmeaba en busca de materias primas para la cocina. El régimen administrativo del Kremlin, a cargo del viejo amigo de Stalin, Abel Enukidze, asignaba una cuota de productos alimenticios para cada familia que residía en él. A Iósef, cuyo estado de salud le había dado problemas durante toda la Guerra Civil, le habían recomendado una dieta abundante en carne de ave. Como resultado, había adquirido el derecho de recibir quince pollos al mes, un queso y quince libras de patatas. Hacia mediados de marzo de 1921, días antes de que naciera el bebé, la familia ya se había comido diez de los quince pollos (o las aves eran excepcionalmente pequeñas y delgadas o la familia Stalin tenía un apetito de caballo). Nadia redactó una petición para que se incrementara su cuota[19] (antes de casarse con Iósef ella ya sabía cómo manejarse con la burocracia soviética: en noviembre de 1918, después de que los Allilúev se mudaran a Moscú, escribió a Yákov Sverdlov para pedirle que les asignara una habitación mejor)[20]. En los años siguientes hizo otras peticiones. Una de ellas se refería a una nueva guardería, pero en esa ocasión no se le hizo caso[21].

Nadia quería trabajar fuera del hogar, como la mayoría de las jóvenes bolcheviques, que combinaban la dedicación a la causa revolucionaria con la lucha por la emancipación de la mujer. No tenía inconvenientes en supervisar los asuntos domésticos, mientras tuviera sirvientes y pudiera continuar con su empleo en la oficina de Lenin. El doble papel era muy pesado y la falta de apoyo por parte de Iósef lo hacía apenas soportable. Con mucha frecuencia él volvía muy tarde al edificio del Kremlin. Tenía malos modales y cuando se enojaba no ahorraba los insultos. Sus insultos no se limitaban a frases como «¡Vete al diablo!». Como odiaba que lo contradijeran, usaba las expresiones más groseras con su esposa. Su comportamiento era extremadamente rudo y no puede desecharse la posibilidad de que hasta cierto punto compensara de este modo sus inseguridades personales. Después de haberse lastimado el brazo cuando era niño, no había podido participar en los juegos bruscos habituales de la edad. Había sido rechazado por razones físicas en el Ejército Imperial durante la Gran Guerra. Stalin quería que se le considerara un hombre hecho y derecho. En realidad, según su sobrino nieto Vladímir Allilúev, llevaba las uñas cuidadosamente arregladas y «dedos casi femeninos»[22]. ¿Le quedaba alguna duda acerca de su masculinidad según los criterios de la época? De ser así, fue Nadia la que pagó las consecuencias.

Como la mayoría de los hombres de su tiempo, Stalin pensaba que la esposa tenía que obedecer. En este aspecto quedó decepcionado, porque Nadia se negó a someterse. Las peleas entre ambos se hicieron frecuentes aproximadamente desde el mismo momento en que comenzaron su larga convivencia. Ella también tenía carácter. En realidad, ahora está claro que tenía problemas mentales. Tal vez fueran hereditarios. Al parecer, cierto tipo de esquizofrenia había afectado a las generaciones anteriores de su familia materna y su hermano Fiódor, después de un suceso muy traumático posterior a la Guerra Civil, cuando el antiguo ladrón de bancos Kamo organizó un tumulto en el que amenazó con dispararle, sufrió un colapso del que nunca se recuperó[23]. Nadia tenía un temperamento inestable y, aunque siguió enamorada de Iósef, el matrimonio siguió estando lleno de hostilidad con intervalos de tranquilidad.

Alguien del aparato central del partido decidió que Nadia no era adecuada para ser miembro del partido. Se rumoreaba que no era otro que el propio Iósef. En diciembre de 1921 fue excluida del partido: esto era una desgracia para cualquiera que trabajara en las oficinas del Sovnarkom. Cabía la posibilidad de que perdiera su empleo. Se la acusaba de no haber pasado las distintas pruebas a las que eran sometidos todos los miembros del partido y de no haberse molestado en prepararse para ellas. Tampoco había contribuido al trabajo rutinario del partido, lo que era todavía menos aceptable en la medida en que ella era «una persona de la intelliguentsia». Solo un miembro de la Comisión de Control Central habló en su favor, aunque el mismo Lenin había escrito cálidamente en apoyo de Nadia[24]. Ella suplicó que se le diera otra oportunidad y prometió hacer los mayores esfuerzos para lograr lo que se requería de ella. Inicialmente se tomó la decisión de «excluirla por ser un lastre, una persona que no se interesa en absoluto por el trabajo del partido», pero finalmente la Comisión de Control Central le permitió mantener el estatus secundario de «candidato» a ser miembro del partido[25]. No le hacía ninguna falta este contratiempo en un año lleno de problemas, pero la decisión final por lo menos le permitió seguir trabajando en la oficina de Lenin sin tener un borrón en su expediente.

No puede probarse que Iósef estuviera detrás de la maniobra para quitarle el carnet del partido, y Nadia nunca lo culpó expresamente. Pero él pertenecía al Politburó y al Orgburó y ya tomaba parte en el trabajo del Secretariado en 1921[26], por lo que habría podido interceder en su favor si hubiese querido. Pero ella logró salirse con la suya. Stalin aceptó la situación y evitó interferir nuevamente en las aspiraciones profesionales de su esposa. Ella trabajaba como secretaria de Lenin y lo siguió haciendo incluso cuando Lenin y Stalin tuvieron desavenencias. Krúpskaia incluso llegó a pedirle que actuara de enlace con Kámenev en favor de Lenin en la cuestión georgiana[27]. Sería raro que Nadia hubiera ocultado este secreto a su esposo. Tal vez Stalin por fin empezó a ver las ventajas de tener una esposa que trabajara fuera de casa.

En el hogar Nadia era una madre severa que negaba a los niños el visible afecto que demostraba a Iósef. Se reforzaron las estrictas reglas de conducta. Yákov, que apenas conocía a su padre antes de mudarse a Moscú, no se lo tomó bien. El trabajo de Iósef lo mantenía fuera de casa y el lazo entre padre e hijo nunca se consolidó. El interés que demostraba por su hijo tendía a implicar presión. Le presionaba para que leyera. «¡Yasha —escribió en la cubierta del libro de B. Andréiev, La conquista de la naturaleza—, lee este libro sin falta!»[28]. Pero era Nadia la que tenía que vérselas con Yákov diariamente y como indica la carta que le escribiera a la madre de Iósef en octubre de 1922, le encontraba exasperante[29]:

Le envío un beso muy fuerte y los saludos de Soso; goza de buena salud, se siente muy bien, trabaja mucho y siempre se acuerda de usted.

Yasha (o sea Ydkov) estudia, se porta mal, fuma y no escucha mis consejos. Vasenka (o sea Vasili) también se porta mal, insulta a su mamá y tampoco me escucha. Todavía no ha empezado a fumar. Iósef le va a enseñar a hacerlo, ya que siempre le deja dar una calada a su papiroska.

Una papiroska es un cigarrillo con un tubo vacío en el extremo que actúa como boquilla para permitir fumar mientras se tienen los guantes puestos cuando la temperatura está por debajo de los cero grados. Era típico de Iósef esperar que Nadia reforzara la disciplina mientras él la desbarataba.

Pese a todo, la vida tenía sus momentos placenteros. Los Stalin tuvieron dos residencias después de la guerra polaco-soviética: el apartamento en el Kremlin y la dacha llamada Zubálovo cerca del viejo aserradero de Úsovo, en las afueras de Moscú. Por una extraña casualidad, el propietario de la dacha había pertenecido a la familia de comerciantes Zubalishvili, que había construido la casa que albergaba el Seminario Espiritual de Tiflis. Probablemente esto estimulaba la fantasía de Stalin y de su vecino Mikoián de que vivían en casas erigidas por un industrial del sur del Cáucaso contra el que una vez habían contribuido a organizar huelgas[30].

Varias dachas se habían convertido en propiedad estatal en el mismo distrito en 1919 y los Stalin ocupaban la Zubálovo-4. Stalin, que nunca había tenido una casa propia[31], limpió el terreno de árboles y arbustos para convertirlo en un lugar de su agrado. El río Moscova estaba cerca, y en verano los niños podían nadar en él. Era un lugar hermoso que podría haber aparecido en las obras de teatro de Antón Chéjov; pero mientras que Chéjov describía el modo en que la antigua aristocracia rural era sustituida por los nouveaux riches, en este caso los nouveaux riches habían sido expulsados por los revolucionarios. Al tiempo que se regodeaba con la partida forzada de los Zubalishvili, Stalin no se privaba de llevar un estilo de vida igualmente burgués. Cuando podían, todos los miembros de la familia Stalin se trasladaban a Zubálovo. Recogían miel. Buscaban setas y fresas salvajes. Iósef cazaba faisanes y conejos y toda la familia comía lo que había matado. Los Stalin mantenían su casa abierta y las visitas se quedaban tanto tiempo como quisieran. Budionny y Voroshílov a menudo se desplazaban hasta allí para beber y cantar con Iósef. Ordzhonikidze y Bujarin también solían pasar tiempo allí. Nadia y los niños apreciaban especialmente al gentil Bujarin: incluso llegó a llevar un zorro gris amaestrado y pintó los árboles que había cerca de la dacha[32].

En el verano pasaban las vacaciones en el sur de la URSS, por lo general en una de las muchas dachas estatales que había a orillas del mar Negro. Stalin recibía por correo el material siempre que había necesidad de consultarle. Pero sabía divertirse. Siempre había muchos platos y vinos caucasianos en la mesa y las visitas eran frecuentes. Los políticos georgianos y abjasianos hacían cola para congraciarse con él. Sus secuaces de Moscú, cuando residían en las dachas cercanas, visitaban a la familia y se organizaban picnics en las colinas o junto al mar. Aunque Stalin no sabía nadar, también amaba el aire fresco y la playa.

Asimismo se servía de las vacaciones para recuperarse físicamente. La salud de Iósef siempre le había causado problemas y desde 1917 se había sometido a varias curas tradicionales. El reumatismo del brazo y su molesta tos —probablemente causada por fumar en pipa— a menudo se mencionan en sus cartas[33]. En una ocasión había hecho un alto en Nálchik, a gran altura en el norte del Cáucaso, un lugar al que acudían los pacientes de tuberculosis[34]. Pero los malestares específicos de Stalin eran diferentes: para aliviar el reumatismo que afectaba su brazo cada primavera, Mikoián le aconsejó probar los baños calientes en Matsesta, cerca de Sochi en la costa del mar Negro[35].

Stalin lo probó y consideró que las aguas de Matsesta resultaban «muchísimo mejores que el barro de Essentuki»[36]. Essentuki era una de las ciudades balnearias del norte del Cáucaso famosa, por los efectos beneficiosos de su suelo. En cualquier caso, Stalin prefería con mucho ir a Sochi en las vacaciones de verano[37]. Desde 1926 se puso en manos del doctor Iván Valedinski, un gran creyente en la «balneología». Cuando Stalin se marchaba al Sur en verano, se llevaba consigo las instrucciones de Valedinski: consistían en tomar una docena de baños en Matsesta antes de volver a casa. Stalin pidió permiso para alegrar su estancia con uno o dos vasos de brandy los fines de semana. Valedinski fue terminante: Stalin podía beber un vaso los sábados, pero de ningún modo los domingos[38].

Tal vez el médico olvidó que los domingos no eran sagrados para un ateo. En cualquier caso, Stalin nunca fue un paciente en el que se pudiera confiar; tenía su propio lote de medicinas y las usaba según le parecía, sin tener en cuenta los consejos de los médicos[39]. Es dudoso que siguiera al pie de la letra todo lo que Valedinski le había prescrito. Pero sin duda se sintió mejor que antes. Los baños calientes calmaron los dolores de sus articulaciones y la aspirina recetada por Valedinski redujo su dolor de cuello. Una revisión de cardiología en 1927 confirmó que en términos generales estaba sano[40].

Más preocupantes para Stalin que sus recurrentes problemas de salud eran sus problemas con Nadia, que iban en aumento. Los períodos de calma y ternura eran interrumpidos por estallidos de furia por ambas partes. Nadia y los niños pasaban un tiempo con él en el Sur, y ella y Iósef se escribían si por alguna razón ella no podía quedarse[41]. Su ausencia se convirtió en la norma cuando empezó a estudiar en la Academia Industrial: el comienzo de las clases coincidía con el período anual de vacaciones de su marido. Las cartas que se escribían eran afectuosas, tiernas. Él la llamaba Tatka y ella, Iósef. Nadia se preocupaba por él: «Te pido por favor que te cuides. Te beso profunda, profundamente, como me besaste cuando nos despedimos»[42]. También escribía a la madre de Iósef en nombre de él, contándole novedades acerca de los niños y algunos detalles de la vida en Moscú. El propio Stalin escribía muy poco a Georgia. Estaba demasiado preocupado por los asuntos políticos y, en cualquier caso, apenas se había molestado en pensar en sus parientes consanguíneos durante muchos años. Por lo general las cartas que escribía a su madre eran breves y concisas y terminaban con frases tales como: «¡Que vivas mil años!»[43]. Nadia hacía todo lo que podía, pero nunca pudo obtener de su marido la estima y comprensión que anhelaba.

La rudeza de Stalin habría desmoralizado al carácter más optimista. El estado mental de Nadia empeoró y empezó a experimentar episodios de desesperación. Los coqueteos de Stalin con otras mujeres probablemente influyeron en ello. Entre las secretarias del Politburó había una hermosa joven, Tamara Jazánova, que se hizo amiga de Nadia; solía acudir al apartamento del Kremlin y ayudar a Nadia con los niños. Al parecer en cierto momento Stalin se sintió atraído e intentó conquistarla[44].

Nadia se hundió en la melancolía. Expresó sus pensamientos en una carta a su amiga María Svanidze, hermana de la primera esposa de Iósef[45]:

Me dices que te aburres. Tú sabes, mi queridísima, que en todas partes es igual. No tengo absolutamente nada que ver con nadie en Moscú. A veces me parece extraño no tener amigos íntimos después de tantos años, pero esto obviamente depende del carácter de cada cual. Más aún, resulta raro pero me siento más cerca de quienes no son miembros del partido (mujeres, desde luego). La explicación más obvia es que tales personas son mucho más sencillas.

Lamento muchísimo haberme atado otra vez a los nuevos asuntos familiares. En estos días no es nada fácil, porque hay un montón de prejuicios nuevos y extraños y, si una no trabaja, entonces la ven como una «vieja».

«Los nuevos asuntos familiares» era el peculiar modo de Nadia de referirse a su último embarazo. Por este motivo tuvo que posponer la obtención de las cualificaciones requeridas para un empleo profesional. Inscribirse en algún curso seguía siendo su ambición. Le dijo a María que adoptara la misma actitud, porque si no se pasaría la vida haciendo recados para otros[46].

El bebé que esperaba nació el 28 de febrero de 1926; fue una niña y la llamaron Svetlana. Nadia, sin embargo, siguió decidida a liberarse de las tareas domésticas y en el otoño de 1929 consiguió inscribirse en la Academia Industrial del centro de Moscú en un curso de especialización en fibras artificiales. La casa de Stalin quedó en manos de sirvientes y niñeras.

Cada mañana salía del Kremlin rumbo a la Academia Industrial. Dejaba de lado todo privilegio. Además dejaba un ambiente compuesto por gente de mediana edad y se juntaba con gente de su generación. La mayoría de los estudiantes no sabían que Nadia Allilúeva era la esposa del secretario general del partido —y aunque lo supieran, no se comportaban con ella de modo muy diferente—. Nadia partía sin chófer ni guardaespaldas, viajaba en los mismos medios de transporte que sus compañeros de la Academia. Le escribió a Iósef acerca de un viaje muy tedioso el 12 de septiembre de 1929[47]:

Hoy puedo decir que las cosas van mejor, porque he tenido un examen escrito de matemáticas y me fue bien, pero en general todo no sale tan bien. Para ser exactos, tenía que estar en la A(cademia) I(ndustrial) a las nueve en punto y, por supuesto, salí de casa a las ocho y media y resulta que se ha estropeado el tranvía. Me puse a esperar un autobús, pero no venía ninguno, así que decidí coger un taxi para no llegar tarde. Subo a uno y, no te lo vas a creer, habíamos avanzado solamente cien yardas cuando el taxi se para; alguna pieza se había roto.

Aunque pretendía que este catálogo de averías en los servicios le resultaba divertido, en su carta se percibe cierta dureza que se contradice con ello. Nadia tenía exigencias muy altas en todo y estaba disgustada por el deterioro de las condiciones de vida. Trataba de asegurarse de que Iósef supiera algo acerca de la clase de vida cotidiana que afrontaban los habitantes corrientes de la metrópoli: el ruido, los líos y el desorden[48].

Incluso Iósef a veces se topaba con los mismos trastornos. En una ocasión, cerca de finales de la década de los veinte, Mólotov y él salían del Kremlin por algún que otro motivo. Mólotov nunca olvidó lo que sucedió[49]:

Recuerdo una tormenta muy fuerte; la nieve se amontonaba y Stalin y yo cruzábamos el Manége. No teníamos guardaespaldas. Stalin llevaba un abrigo de piel, botas altas y un gorro con orejeras. Nadie sabía quién era. De repente, un mendigo se plantó ante nosotros: «¡Dadnos algo de dinero, buenos señores!». Stalin buscó en su bolsillo, sacó un billete de diez rublos, se lo tendió y seguimos caminando. Detrás de nosotros, el mendigo gritó: «¡Malditos burgueses!». Esto hizo reír a Stalin: «No hay quien entienda a nuestro pueblo. ¡Si uno les da poco, está mal; si uno les da mucho, también está mal!».

Pero por lo general no tenía contacto con este tipo de experiencias.

Sin embargo, a Nadia le preocupaba que se hubiera ido desprendiendo de todo compromiso familiar. En casa siempre estaba de mal humor y con una actitud dominante. Ella sospechaba que tenía relaciones con las atractivas mujeres que se cruzaban en su camino. Y, por su parte, él rara vez pensaba en otra cosa que no fuera la política. Se sentía satisfecho no en el apartamento del Kremlin ni en Zubálovo, sino en su despacho, que estaba a pocos cientos de yardas en la Plaza Vieja, atravesando por la Plaza Roja. Allí estaba la sede del Comité Central desde 1923. Su despacho estaba en un piso alto cerca de los de Mólotov, Kaganóvich y otros[50]. Stalin pasaba allí la mayor parte del día y a menudo una buena parte de la noche. Nadia no le reprochaba que la dejara sola, pero sí sentía que su comportamiento en casa —cuando estaba allí— dejaba mucho que desear. Era comprensible que no fuera feliz. Stalin no tenía otros intereses fuera del trabajo y el estudio, salvo alguna partida de caza ocasional. A diferencia de Mólotov y sus otros secuaces, no jugaba al tenis ni a los bolos. Ni siquiera iba al cine. El matrimonio de Iósef y Nadia parecía un divorcio anunciado.

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