Stalin

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II. El líder del partido » 22. Un faccioso contra las facciones

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UN FACCIOSO CONTRA LAS FACCIONES

En el año 1925 las disputas en el Politburó llegaron a un punto culminante. Las rivalidades personales se convirtieron en un conflicto de facciones cuando Zinóviev y Kámenev se colocaron en abierta oposición a Bujarin y Stalin. Discutían tanto sobre la organización interna del partido como sobre las relaciones internacionales. Las medidas agrarias oficiales también eran muy controvertidas. Bujarin, en su entusiasmo por la Nueva Política Económica, había dicho a los campesinos más prósperos: «¡Enriqueceos!»[1]. Esto no coincidía con los comentarios que durante años Lenin había hecho sobre los kulaks. Incluso en los últimos artículos que había dictado, Lenin había concebido un movimiento directo del campesinado hacia un sistema de granjas cooperativas; nunca había abogado expresamente por que se considerara el beneficio como el motor de la regeneración de la agricultura. Bujarin, aliado de Stalin, parecía estar minando las ideas leninistas básicas, y Zinóviev y Kámenev no sólo le criticaban por oportunismo. En líneas generales, no estaban de acuerdo con las crecientes concesiones de la Nueva Política Económica, tal como había sido desarrollada. Stalin y Bujarin cerraron filas para deshacerse de sus adversarios de facción. Después de haberse enfrentado a Trotski y la Oposición de Izquierdas, batallaron contra Zinóviev y Kámenev cuando defendieron una interpretación más radical de la «unión de la clase obrera y el campesinado». La supervivencia de la NEP estaba en peligro.

Los enfrentamientos tuvieron lugar en el Comité Central en octubre de 1925. Zinóviev y Kámenev habían recibido garantías del apoyo de Grigori Sokólnikov, el comisario del pueblo de Finanzas, y de la viuda de Lenin, Nadezhda Krúpskaia. Stalin y Bujarin obtuvieron la mayoría en esa ocasión. Pero ni Zinóviev ni Kámenev habían perdido a sus seguidores en las instancias más altas del partido. Por lo tanto, Stalin decidió atacarlos abiertamente en el XIV Congreso del Partido, en diciembre de 1925. Lo hizo con gran habilidad, revelando que en una ocasión habían tratado de acordar con él la expulsión de Trotski del partido. Negando con aire de santurrón su propia inclinación por las carnicerías, Stalin anunció[2]:

Estamos a favor de la unidad, estamos en contra del desmembramiento. La política dei desmembramiento nos asquea. El partido desea la unidad, y la logrará junto con los camaradas Kámenev y Zinóviev, si es eso lo que quieren —o sin ellos, si no la quieren.

Aunque él mismo había recibido críticas de Lenin por rudo y secesionista, se las apañó para sugerir que la amenaza de una ruptura en el partido se encarnaba en lo que empezaba a conocerse como la Oposición de Leningrado.

Kámenev fue directo al grano[3]:

Estamos en contra de crear una teoría del «Líder» [vozhdia]; estamos en contra de convertir a alguien en «el Líder». Estamos en contra del Secretariado, que en realidad combina la política y la organización, colocándose por encima del órgano político. Estamos a favor de la idea de que nuestros dirigentes se organicen internamente de modo que exista un Politburó verdaderamente omnipotente que unifique a todos los políticos de nuestro partido y un Secretariado subordinado a él que ejecute técnicamente sus decretos (…) Personalmente sugiero que nuestro secretario general no es la clase de figura que pueda cohesionar el viejo mando supremo bolchevique. Precisamente porque a menudo se lo he dicho al camarada Stalin en persona y precisamente porque a menudo se lo he dicho a un grupo de camaradas leninistas lo repito en el Congreso: he llegado a la conclusión de que el camarada Stalin es incapaz de desempeñar el papel de unificad or del mando supremo bolchevique.

Esta advertencia resultaba extravagante para los que apoyaban a Stalin y a Bujarin. Pero Kámenev tenía algo a su favor. Se daba cuenta de que, detrás de la apariencia de amistad entre Stalin y Bujarin, Stalin aspiraba a convertirse en el líder indiscutible del partido.

Zinóviev devolvió a Stalin el golpe por haber hecho públicas sus conversaciones privadas divulgando detalles del episodio en Kislovodsk, cuando incluso algunos de los amigos de Stalin habían considerado deseable recortar sus poderes[4], pero confiaba en sus florituras retóricas para lograr su objetivo y la habitual ovación ya no se iba a producir. Aunque Zinóviev había sido víctima de una maniobra, no podía culpar de todo su infortunio al secretario general. Había sido él quien había puesto en marcha el mecanismo de la sospecha mutua. Si alguien había mostrado una ambición desmedida, había sido él. Todavía no tenía mucho que contraponer a las políticas del duunvirato Stalin-Bujarin a cargo del Politburó. Zinóviev y Kámenev podían murmurar sobre las deficiencias del régimen, pero hasta muy poco tiempo atrás habían sido las columnas que sostenían su frontón. Cuando Zinóviev presentó un informe complementario al informe oficial de Stalin en el Comité Central, se quejó del tratamiento que había recibido de Stalin y advirtió en contra de la propuesta de Stalin y Bujarin de hacer mayores concesiones al campesinado. Pero no quedó claro qué haría él en su lugar.

Zinóviev y Kámenev se habían puesto en evidencia ante la mayoría de los dirigentes y militantes del partido. Habían restablecido el faccionalismo en el partido en un momento peligroso. Apenas había sido derrotado Trotski y ellos ya estaban dividiendo la dirección del partido. La posición del partido no era segura en todo el territorio de la URSS. Su victoria sobre los blancos en la Guerra Civil les mostró sin contemplaciones su aislamiento en el país. Los obreros que no militaban en las filas bolcheviques estaban muy descontentos. Los campesinos estaban lejos de mostrarse agradecidos a los bolcheviques por la NEP; existía un profundo resentimiento por los continuos ataques a la Iglesia Ortodoxa Rusa. Muchos miembros de las profesiones técnicas, mientras trabajaban en las instituciones soviéticas, anhelaban precisamente la «degeneración termidoriana» que el partido temía. Termidor había sido el mes de 1794 en que los jacobinos que habían encabezado el gobierno revolucionario francés fueron depuestos y se puso fin a los experimentos sociales de corte radical. La mayoría de los intelectuales creativos seguían considerando el bolchevismo como una plaga que debía ser erradicada. Muchos no rusos que habían experimentado la independencia de Rusia durante la Guerra Civil, deseaban reafirmar sus reivindicaciones nacionales y étnicas más allá de los límites permitidos por la Constitución de la URSS. «Los hombres nep» hicieron mucho dinero durante la NEP, pero suspiraban por un entorno comercial más previsible. Los campesinos más ricos —los llamados kulaks— tenían la misma aspiración. En las sombras de la vida pública también acechaban las legiones de miembros de los partidos políticos suprimidos: los mencheviques, los social-revolucionarios, los kadetes y las abundantes organizaciones fundadas por distintas nacionalidades.

El partido tenía la sensación de estar rodeado de enemigos en su propio país, y la dirección comunista soviética —incluyendo a Stalin— era muy consciente de que la imposición de un estado centralizado de partido único todavía no había llevado a un cambio revolucionario en las actitudes y en las prácticas de los niveles inferiores del partido, el estado y la sociedad. Las políticas se formulaban en su mayoría sin consultar fuera del Kremlin. La oposición abierta estaba restringida a las sucesivas reyertas internas del partido bolchevique. Cada vez que surgía otra tendencia, la OGPU (nombre que reemplazó al de GPU en 1924) la suprimía con rigor. Los miembros del Politburó sin excepción eran conscientes de que presidían un estado con métodos imperfectos de gobierno. El antagonismo social, nacional y religioso hacia los bolcheviques estaba muy extendido. Incluso el partido tenía sus defectos: las luchas de facciones y la desobediencia pasiva en la administración, así como una decadencia del fervor ideológico en los niveles inferiores eran evidentes. Quienquiera que ganara la batalla por la sucesión de Lenin tendría que enfrentarse de inmediato a una tarea más ardua: conseguir que el gobierno de la URSS se hiciera más sólido e irreversible. Stalin tenía poder sobre la formulación política y la elección de personal; se las había arreglado para derrotar a sus principales enemigos dentro del partido. Todavía no había convertido el orden soviético en un sistema de poder consagrado a una obediencia total y entusiasta.

El temor de que en cualquier momento pudiera declararse una «cruzada» capitalista contra la URSS se sumaba a sus preocupaciones fundamentales. Los estados extranjeros habían intervenido en la Rusia soviética entre 1918 y 1919 y podrían hacerlo nuevamente. Abiertamente, la URSS tenía tratados de comercio con el Reino Unido y otros estados. Con la derrotada Alemania había firmado el Tratado de Rapallo. La Comintern aumentaba gradualmente en cuanto al número y la fuerza de los partidos comunistas afiliados. La paz no estaba manifiestamente amenazada. Incluso los franceses, que habían protestado ante la renuncia soviética a hacerse cargo de las deudas de Nicolás II y del gobierno provisional, de ninguna manera iban a comenzar una invasión. Sin embargo, mientras la URSS fuese el único estado socialista del mundo, habría tensiones diplomáticas que podrían provocar un cambio brusco en la situación y la Unión Soviética podría ser invadida. Los bolcheviques estaban en alerta ante la posibilidad de que se produjeran estallidos militares en sus fronteras. Creían que los polacos no habrían avanzado sobre Ucrania en 1920 a menos que la incursión hubiera sido instigada por los aliados occidentales (y, aunque esto no era cierto, realmente estaban en connivencia con asesores militares franceses y habían entablado negociaciones diplomáticas con los británicos). Los bolcheviques creían que, si los propios británicos y franceses no habían emprendido una cruzada contra la URSS en los años veinte, perfectamente podían armar y desplegar ejércitos invasores que actuaran en su lugar. Las fuerzas armadas de Polonia, Finlandia, Rumania e incluso Turquía se consideraban candidatas a cumplir esta clase de papel.

En esta situación, con la URSS presionada por enemigos de dentro y fuera de sus fronteras, Zinóviev y Kámenev elegían seguir un camino ya trillado por Trotski. Incluso sin los discursos de Stalin contra ellos, parecían amenazadoramente desleales. En 1925 había un millón veinticinco mil bolcheviques en una población de ciento cuarenta y siete millones[5]. Como los bolcheviques reconocían, eran una gota en el océano; se admitía que las campañas de reclutamiento masivo durante y después de la Guerra Civil habían creado un partido que tenía unos pocos miles de dirigentes y militantes con experiencia y una gran mayoría que difería muy poco en cuanto a sus conocimientos políticos y experiencia administrativa del resto de la sociedad. Zinóviev y Kámenev parecían ser dos ambiciosos egoístas y estaban a punto de pagarlo caro.

Stalin continuó publicando escritos que explicaban sus propósitos. Tenía que demostrar sus credenciales ideológicas y entre sus distintos logros estuvo una continuación de sus conferencias en la Universidad Sverdlov: en 1926 publicó Sobre cuestiones del leninismo (traducido convencionalmente como Problemas del leninismo). Sus contenidos no contribuyeron mucho a cambiar la impresión generalizada entre los dirigentes bolcheviques de que Stalin era un intérprete poco imaginativo de las doctrinas de Lenin. Otros producían los panfletos y artículos de mayor análisis. Trotski escribió acerca de los problemas de la vida cotidiana; Preobrazhenski, acerca del desarrollo económico; Bujarin, sobre epistemología y sociología. Apenas había algo en Problemas del leninismo que no pudiera encontrarse con facilidad en las principales obras publicadas de Lenin. En realidad, era un trabajo de codificación y muy poco más. Hubo precisamente un componente del libro que llamó la atención en el momento: la teoría de Stalin de que el socialismo podía ser construido en un solo país. Hasta entonces había sido un principio oficial del partido bolchevique que Rusia no podría hacerlo por sus propios medios. En realidad, se había dado por sentado que, mientras el capitalismo mundial continuara siendo fuerte, habría severos límites para la consecución de un gran progreso social y económico incluso en el país socialista más avanzado.

Esta había sido la opinión de Lenin, y la había expresado en su política exterior. Siempre que pudo, trató de extender la revolución a Occidente mediante la propaganda, la ayuda económica, los consejos o la guerra. Repetidas veces había proclamado que la reconstrucción de la economía rusa sería un objetivo quimérico a menos que se contara con la ayuda de Alemania, fuera capitalista o socialista. En consecuencia, su programa implicaba que los bolcheviques comenzaran a construir el socialismo en Rusia con la esperanza de que los estados extranjeros, en especial Alemania, finalmente ayudaran en la tarea de completar la construcción. En septiembre de 1920 lo afirmó en la IX Conferencia del Partido. Insistió en que «las fuerzas rusas» por sí solas serían inadecuadas para este objetivo; incluso la recuperación económica, mucho menos el desarrollo económico, podría llevar entre diez a quince años, si la Rusia soviética permanece aislada[6].

Sin embargo, Stalin sostenía que la construcción del socialismo era completamente factible incluso aunque no existiera un estado socialista hermano. En este punto el gran codificador tenía que encontrar un subterfugio. Tuvo que citar mal los textos publicados de Lenin y, haciendo uso de su autoridad organizativa, impedir que aparecieran discursos y escritos inéditos que comprometieran sus afirmaciones. Sus enemigos recibieron los escritos con tanto desprecio que ni siquiera se dignaron a poner de manifiesto su heterodoxia; y, en realidad, sus enseñanzas heréticas sólo llegaron a tener algún significado práctico de forma retrospectiva. En la década de los veinte no tuvieron un efecto directo en la política. Todos los partidarios de la NEP daban por sentado que la URSS tenía que continuar con la «construcción del socialismo» por sus propios medios en una época en la que no existía ningún otro estado socialista. La cuestión de hasta qué punto los bolcheviques podrían triunfar en este aspecto parecía inútilmente abstracta.

Los otros contendientes por el liderazgo —Trotski, Zinóviev, Kómenev y Bujarin— también escribieron libros que explicaban el leninismo al resto del partido. Cada uno de ellos invocaba la autoridad de Lenin y sostenía haber diseñado una estrategia leninista coherente. No había nada intelectualmente destacable en ninguna de estas obras, pero todos sus autores tenían en común el deseo de dar la impresión de ser intelectuales destacados. Trotski, cuando se aburría en el Politburó, solía sacar una novela francesa y ponerse a leerla a ojos de todo el mundo. Era arrogante incluso para los parámetros del Politburó. Pero todos compartían su desprecio por el «ignorante» e «inculto» Stalin. Lo que no pudieron entender fue que Problemas del leninismo, aparte del punto herético del «socialismo en un solo país», era un resumen competente de la obra de Lenin. Estaba bien estructurado. Contenía formulaciones claras. Era un modelo de claridad pedagógica: se presentaban las ideas y se explicaban cuidadosamente desde varios ángulos. Se tocaban casi todos los temas principales de la obra de Lenin. El sucinto modo de exposición se reconoció en su momento y el libro se reimprimió varias veces.

Los rivales de Stalin subestimaron mucho su decisión de demostrarles que estaban equivocados al estimarle tan poco. Él conocía sus defectos. Sabía muy poco alemán, mucho menos inglés y nada de francés. Por lo tanto, retomó su intento de aprender inglés por su cuenta[7]. Carecía de refinamiento oratorio. Por lo tanto, trabajó duramente en sus discursos y no dejó que nadie los escribiera por él ni que editara sus borradores. Su marxismo carecía de competencia epistemológica. Por eso le pidió a Jan Sten que le diera clases semanales sobre los preceptos y métodos básicos de la filosofía marxista contemporánea[8].

Al mismo tiempo, Stalin se dotó de un perfil distintivo en la cúpula del partido. Su idea acerca del «socialismo en un solo país, tomado separadamente» era leninismo pobre, pero tocó la fibra sensible de muchos miembros del comité del partido a los que disgustaba la insistencia de Trotski en que la Revolución de octubre se marchitaría y moriría a menos que los socialistas tomaran el poder en otros países poderosos del continente europeo. Stalin, ferviente defensor de la NEP, se las ingenió para sugerir que él creía profundamente en el potencial básico de progreso de la URSS sin la ayuda extranjera. El socialismo en un solo país era la exposición de una propensión ideológica[9]. Igualmente importantes eran ciertas tendencias del pensamiento de Stalin. Su compromiso con la NEP era cada vez más equívoco. Nunca le dio un apoyo entusiasta, como Bujarin, y estipuló cada vez más la necesidad de mayores niveles de inversión en la industria estatal y de gravar a los campesinos más pudientes con impuestos más elevados. También siguió insistiendo en que había que promover a los obreros de las fábricas a los puestos administrativos; su odio a los «especialistas burgueses» seguía sin remitir[10]. En línea con la política oficial del partido, sus nombramientos de cargos del partido tenían como base la lealtad demostrable al bolchevismo antes de 1917[11].

El caso es que esta configuración de las tendencias ideológicas y políticas tenía un atractivo cada vez mayor para los líderes del partido de Moscú y de las provincias. Stalin no se elevó hasta el poder supremo exclusivamente por medio de las palancas de la manipulación burocrática. Sin duda tenía ventaja en la medida en que podía reemplazar a los secretarios de los partidos locales por personas de su elección. También es verdad que el régimen del partido le permitió controlar los debates del Comité Central y de los congresos del partido. Pero estos recursos habrían sido inútiles de no haber podido convencer al Comité Central y al Congreso del Partido de que él era el político adecuado a seguir. No sólo como administrador, sino también como líder —en el pensamiento y la acción— parecía reunir estos requisitos mejor que cualquier otro.

Stalin y Bujarin se prepararon para una última y decisiva campaña contra la oposición en el interior del partido. Siempre habían odiado a Trotski y, en su correspondencia privada, se regocijaban porque cada vez tenían más éxito a la hora de humillarle. Pero también conservaban un cierto temor hacia él. Sabían que era brillante y decidido; eran conscientes de que conservaba varios seguidores en el partido. Trotski seguía siendo un enemigo peligroso. Tenían menos respeto por Zinóviev, pero podían percibir que también seguía siendo una amenaza. Más peligro aún entrañaban los efectos de un posible acercamiento entre Trotski y Zinóviev. Mientras Zinóviev criticaba a Bujarin y a Stalin desde una posición de izquierdas, las diferencias entre los opositores se aminoraban. A mediados de 1926 se formó una Oposición Unida. Cuando Stalin oyó que Krúpskaia simpatizaba con Zinóviev, le escribió a Mólotov: «Krúpskaia es una secesionista. Necesita realmente que se la castigue por secesionista si queremos conservar la unidad del partido»[12]. Dos años antes había recibido con agrado el apoyo de ella mientras se defendía de los efectos del Testamento de Lenin. Tras haber superado esa emergencia, ahora se proponía tratarla con la misma severidad que al resto de los dirigentes de la Oposición Unida.

A mediados de 1926 estaba preparado el escenario para el ajuste de cuentas y Stalin tenía ganas de pelea. Cuando Trotski le murmuró a Bujarin que esperaba tener a la mayoría del partido de su lado, el secretario general escribió a Mólotov y a Bujarin: «¡Qué poco sabe y en qué baja estima tiene a Bujarin! Pero creo que el partido pronto les va a romper el hocico a Trotski, a Grisha [Zinóviev] y a Kámenev y los va a convertir en renegados como Shliápnikov»[13]. Los acusó de comportarse de una forma aún más desleal que la Oposición Obrera de Shliápnikov. Había que enfrentarse a ellos. Zinóviev sería expulsado del Politburó. La dirección del partido en ascenso no tenía nada que temer: «Puedo asegurarles que este asunto se llevará a cabo sin las menores complicaciones para el partido y para el país»[14]. Se desharían primero de Zinóviev. A Trotski se le podía dejar para después[15].

Para entonces el grupo de Stalin en la dirección estaba bien organizado. Stalin mismo podía permitirse quedarse en el mar Negro mientras, el 3 de junio de 1926, una terrible disputa sobre las propuestas por Zinóviev se prolongaba durante seis horas[16]. Stalin quería el control total de su grupo. Quería mantenerse al tanto de los acontecimientos y enviaba instrucciones a sus subordinados con regularidad. Pero había creado un sistema que le permitía ser el amo incluso mientras estaba de vacaciones. Se reafirmó hasta un punto todavía mayor. En septiembre de 1926 le escribió a Mólotov indicándole que albergaba reservas fundamentales acerca de su aliado y supuesto amigo Bujarin: «Bujarin es un puerco y seguramente es peor que un puerco porque piensa que está por debajo de su dignidad escribir un par de líneas»[17]. Más o menos por entonces también dijo de su allegado Mikoián: «Pero Mikoián es un patito en política, un patito hábil pero de cualquier manera un patito»[18]. De todo esto se desprendía que Stalin se consideraba a sí mismo como la única fuerza indispensable en la campaña contra la Oposición Unida. A sus ojos, nadie más podía coordinar y dirigir con éxito a la dirección del Partido en los conflictos entre facciones que se avecinaban. Su objetivo era que Trotski y Zinóviev sufrieran una derrota definitiva.

Sin embargo, la tensión de las constantes polémicas también le afectó. Libre de acusar a la Oposición Unida, resultó herido por las ofensas personales que él mismo tuvo que soportar. Era un bruto extremadamente sensible. Cuando la situación fue demasiado lejos para él, siguió su patrón de conducta habitual desde los primeros años después de octubre de 1917 e intentó dimitir. El 27 de diciembre de 1926 escribió al presidente del Sovnarkom Alexéi Rykov diciendo: «Le pido que me releve del puesto de secretario general del Comité Central. Afirmo que ya no puedo trabajar más en ese puesto, que no estoy en condiciones de seguir trabajando por más tiempo en este puesto». Hizo un intento similar de renuncia el 19 de diciembre de 1927[19]. Por supuesto, lo que quería era que le persuadieran de que se retractara de estas peticiones —y sus partidarios hicieron exactamente lo que deseaba—, pero la máscara de absoluto autocontrol y seguridad en sí mismo se le había caído por momentos.

Las vacilaciones de Stalin fueron temporales e intermitentes. La Oposición Unida todavía tenía que ser derrotada y él volvió a trabajar como secretario general del partido con la belicosidad por la que sus partidarios lo admiraban. Stalin y Bujarin estaban listos para la lucha (aunque Bujarin tenía la inquietante tendencia a seguir dirigiéndose a sus oponentes en términos amistosos). La muerte política de Trotski, Zinóviev y Kámenev llegó con sorprendente rapidez. En la primavera de 1927 Trotski presentó una ambiciosa «plataforma», firmada por ochenta y tres opositores (incluido él mismo), donde se criticaban fulminantemente los pecados de la dirección del partido. Exigía una política exterior más «revolucionaria», así como un crecimiento industrial más rápido y, mientras que previamente había expresado su preocupación acerca de la «burocratización» del partido, él y sus partidarios insistían ahora en que era necesario llevar a cabo una amplia campaña de democratización no sólo en el partido sino también en los soviets. Sostenía que sólo mediante este conjunto de medidas las metas originales de la Revolución de octubre podrían alcanzarse. Así pues, para la Oposición Unida el Politburó estaba arruinando todo aquello por lo que Lenin había luchado.

Era necesaria una lucha a muerte para zanjar las disputas y elevar nuevamente los principios del partido a la cima de la agenda política actual.

Stalin y Bujarin dirigieron los contraataques durante el verano de 1927. Su humor beligerante se vio reforzado por su aguda conciencia de que la Oposición Unida, mientras difundía acusaciones sobre la dejación de sus deberes revolucionarios por parte del Politburó, también estaba acusando a sus miembros de lisa y llana incompetencia. El Politburó estaba decidido a mantenerse firme mientras los conflictos internacionales se intensificaban. El gobierno conservador británico había estado buscando pelea durante varios meses y, cuando una investigación policial de la compañía comercial anglo-soviética Arcos descubrió pruebas comprometedoras, el Reino Unido rompió por completo las relaciones diplomáticas con la URSS y expulsó al embajador soviético en mayo. Al mes siguiente, el embajador soviético en Polonia fue asesinado. No era la primera vez que afloraban las cicatrices de guerra en la URSS. La OGPU reforzó su vigilancia de las actividades subversivas y el sabotaje. Los problemas aumentaban en importancia y rapidez. A mediados de julio llegaron noticias desde China de que el líder nacionalista Chiang Kaishek había masacrado a los comunistas en Shangai durante el mes de abril. Mientras que nada de lo que pasaba en Londres y Varsovia era imputable al Politburó, Stalin y Bujarin eran directamente responsables de las políticas impuestas por la Comintern a la dirección comunista china. Hasta hacía muy poco tiempo habían insistido en una alianza con Chiang Kaishek contra los deseos de los comunistas chinos; ahora, en agosto de 1927, les autorizaron a organizar un levantamiento contra Chiang Kaishek. La Oposición Unida denunció al Politburó por la falta total de una supervisión eficaz de la política exterior de la URSS.

Sin embargo, Stalin se fue al Sur de vacaciones, como de costumbre. Daba por sentado que podía dejar que la Comisión de Control Central, presidida por Ordzhonikidze, se encargara de disciplinar a la Oposición. Le enviaban los documentos por correo con regularidad. Lo que leía le llenaba de ira. De algún modo Zinóviev y Trotski habían logrado convertir las investigaciones de la Comisión de Control Central en una oportunidad para desafiar al Comité Central. Y Ordzhonikidze parecía haber perdido el control de los acontecimientos. «¡Qué vergüenza!», escribió Stalin a Mólotov como preludio de un escrito más agresivo dirigido a los hombres que había dejado a cargo de Moscú[20].

En junio y julio salpicó sus cartas de instrucciones detalladas tanto sobre Gran Bretaña como sobre China[21]. Aun así, no apartó los ojos de la amenaza interna: había que ocuparse de Trotski. Stalin, Mólotov y Bujarin se preguntaban sobre la conveniencia de que su enemigo fuera deportado a Japón[22]. Se tomó la decisión de proceder por etapas. En el pleno del Comité Central y de la Comisión de Control Central en octubre de 1927, algunos de los seguidores de Trotski gritaron que el Politburó estaba enterrando el Testamento de Lenin. Stalin estaba listo para responderles[23]:

La Oposición esta pensando en «explicar» su derrota en términos personales: la rudeza de Stalin, la actitud poco comprometida de Bujarin y Rykov y cosas por el estilo. ¡Es una explicación mezquina! Es menos una explicación que una tontería supersticiosa (…) En el período transcurrido entre 1904 y la Revolución de febrero [1917], Trotski se pasó todo el tiempo revoloteando en torno a los mencheviques y dirigiendo una campaña contra el partido de Lenin. En ese período Trotski sufrió toda una serie de derrotas a manos del partido de Lenin. ¿Por qué? ¿Tal vez la rudeza de Stalin fue la causa? Pero Stalin todavía no era el secretario del C[omité] C[Central]; en ese tiempo [Stalin] estaba incomunicado y lejos de lugares extranjeros, dirigiendo la lucha en el subsuelo mientras que la disputa entre Trotski y Lenin se desarrollaba en el extranjero. Entonces, ¿qué tiene que ver exactamente con esto la rudeza de Stalin?

Su manipulación del pleno fue una obra maestra de persuasión. Le recordó a la Oposición que con anterioridad él había rechazado peticiones de expulsión de Trotski y Zinóviev provenientes del Comité Central. «Tal vez —sugirió mordazmente— me excedí en mi “amabilidad” y cometí un error».

El pleno excluyó a Trotski, Zinóviev y Kámenev del Comité Central. El 14 de noviembre de 1927 Trotski y Zinóviev fueron expulsados del partido por completo, y esta decisión fue ratificada por el XV Congreso del Partido en diciembre. El eje Stalin-Bujarin había triunfado. Su versión de la política revolucionaria en el país y en el extranjero había prevalecido después de una década de continuas luchas de facciones entre los bolcheviques. Bujarin mantuvo relaciones amistosas con sus adversarios derrotados, pero Stalin se negó a llegar a ningún compromiso. En el XV Congreso del Partido se anunció la exclusión de setenta y cinco opositores más, incluyendo a Kámenev. Stalin y Bujarin se habían deshecho de la grave amenaza contra la NEP. Nadie imaginó que en un mes más el acuerdo político quedaría destruido y que los dos triunfadores se convertirían en enemigos. En enero de 1928 la Nueva Política Económica estaba a punto de ser liquidada por el secretario general del partido.

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