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EL FIN DE LA NEP

Repentinamente a finales de la década de los veinte, Stalin arremetió como un toro salvaje contra la Nueva Política Económica. El compromiso económico inaugurado por el Politburó de Lenin siete años antes fue rechazado. Se recurrió a la violencia generalizada para introducir un sistema de granjas colectivas. Comenzó la industrialización a marchas forzadas. Se intensificó la persecución de los kulaks, los «hombres NEP» y los «especialistas burgueses». También hubo cambios políticos. El régimen interno del partido se endureció todavía más y se reanudaron los juicios ejemplarizantes contra los líderes supervivientes de los agonizantes partidos rivales. Comenzó una ofensiva contra todo tipo de tendencia nacionalista[1]. Los espacios de expresión cultural se redujeron drásticamente y la religión institucionalizada se convirtió en objeto de violentos ataques. El controvertido acuerdo que había estado en vigor desde 1921 se deshizo.

Stalin puso en marcha los cambios después de que la caída de los suministros de grano alcanzase un punto crítico a finales de 1927. El 6 de enero de 1928 el Secretariado remitió directrices secretas que amenazaban con expulsar a los dirigentes locales del partido que no aplicaran «duros castigos» a los que hacían acopio de grano[2]. Stalin manifestó sus convicciones en una carta a Serguéi Syrtsov y a la dirección del partido en Siberia[3]:

Mantenemos que este es el camino al pánico, al aumento de precios —la peor forma de hacer un trueque cuando es sencillamente imposible cubrir las necesidades de un campo Heno de campesinos con reservas de grano comercializables: esto refuerza la capacidad de resistencia de la clase poderosa del campo (…) El campesino no pagará sus impuestos porque lo diga el editorial de Pravda: la planificación forzosa es fundamental para él.

Se les notificaba a los comunistas siberianos que se exigía un inmediato incremento de la recaudación de grano. A diferencia de Ucrania y del norte del Cáucaso, Siberia —que había suministrado un tercio de las exportaciones soviéticas de trigo— había tenido un verano cálido. Stalin estaba decidido a expropiar el grano a los kulaks. Junto con un grupo selecto de funcionarios del partido salió de Moscú el 15 de enero de 1928. Políticos como Mikoián, Kírov, Zhdánov, Shvérnik, Póstyshev y Kosior, acompañados por miles de cargos del partido, emprendieron viajes similares hacia las regiones agrícolas de la URSS[4].

La recaudación de grano por parte del estado se había reducido a sólo el 70% del total obtenido el año anterior. Las dificultades habían surgido a causa de la mala gestión económica del Politburó. Desde 1926 se habían introducido varias medidas para extraer como fuese ingresos adicionales del sector privado. Se impuso a los kulaks un impuesto de clase: los ingresos fiscales que se obtenían de ellos se elevaron por encima del 50% entre 1926 y 1927. El 1926 el acopio «malintencionado» de productos industriales y agrícolas se convirtió en un delito en virtud del artículo 107 del Código Penal. Se aplicaron recargos al transporte por ferrocarril de bienes particulares. El gobierno expropió muchos molinos harineros que eran propiedad privada. Estas medidas siguieron a la reorientación de los objetivos económicos inmediatos propuesta por Stalin y Bujarin en el XIV Congreso del Partido en diciembre. La política del partido se orientaba hacia a un ritmo acelerado de industrialización por medio de la expansión constante de la acumulación de capital por parte del estado. Esta prioridad se reafirmó en julio de 1926. Se ordenó al Gosplan —el Comité de Planificación Estatal, responsable de diseñar un plan para el desarrollo económico del país— que se preparara para afrontar una situación en la que las empresas iban a estar sujetas a mayores requerimientos y supervisión. Se llevaron a cabo maniobras tendentes a poner todo el sistema económico bajo la autoridad del gobierno central[5].

A los miembros del Politburó había llegado a inquietarles la NEP, de modo que, al realizar un cambio político radical se comprometían con los objetivos socialistas e industrializadores de los protagonistas de la Revolución de octubre. Al optar por un cambio rápido y sustancial intensificaban la transformación de la URSS en la dirección a la «modernidad». Los vestigios del viejo orden debían ser erradicados. Fastidiados por Trotski, deseaban demostrar sus credenciales. También sabían que el ritmo lento de la transformación económica era un terreno abonado para que la Oposición Unida se hiciese propaganda entre los dirigentes del partido en las provincias[6] —y, a pesar de la incesante centralización política desde mediados de 1918, los dirigentes del partido tenían buenas razones para temer un repentino brote de resistencia a su supremacía—. Pero creían en lo que hacían. Stalin vivía para el bolchevismo, pero combinaba la convicción ideológica con sentimientos hacia sus rivales —celos, rencor y venganza— que estaban muy lejos de ser puros.

La consecuencia previsible de las medidas económicas adoptadas desde 1926 fue el deterioro de la economía de mercado. Incluso antes de cortar las raíces de la NEP, Stalin —junto con Bujarin hasta las expropiaciones de enero de 1928— le había asestado serios golpes. Habían empezado a cambiar las cosas incluso antes, bajando los precios de los productos de las fábricas de propiedad estatal como un modo de resolver la «crisis de las tijeras» en 1923. El efecto fue acumulativo. Se registró una escasez de bienes de consumo, mientras los comerciantes compraban todo lo que estaba disponible. Tres años después, Stalin y Bujarin también bajaron los precios que estaban dispuestos a pagar por el grano. El resultado fue un deterioro del comercio de la cosecha de cereal. Los dos dirigentes del Politburó competían entre sí para ver quién era más incompetente. Sólo uno de ellos, Bujarin, se dio cuenta de que sus métodos eran equivocados al indicar al Comité Central que los precios de venta al por menor debían elevarse para evitar una calamidad. Stalin se resistió. Había tenido suficiente: en sus primeros años la NEP había restaurado la economía, pero no podía asegurar el ritmo de progreso industrial que deseaban los miembros del Politburó. El pleno del Comité Central de febrero de 1927 respaldó las medidas que se habían tomado el año anterior.

Stalin y Bujarin habían arruinado la economía, pero Stalin se negaba a reconocer la enorme metedura de pata. ¿Qué estaba pensando en 1927? Stalin nunca explicó su estrategia con detalle. Se ha sugerido que simplemente deseaba el poder y tenía que retar a Bujarin en un terreno en el que podría contar con que su postura discrepara de la de los círculos más amplios del partido. Es una posibilidad. Pero la explicación más plausible es que Stalin, después de haber acordado con Bujarin una aproximación más militante a la industrialización, se negó a echarse atrás. Su capacidad de juicio estaba embotada. La NEP siempre había dejado mal sabor de boca a Stalin y a muchos dirigentes bolcheviques de los órganos centrales y de las provincias. Las continuas emergencias les habían mantenido con los nervios a flor de piel. Había habido una terrible hambruna en 1922 y la «crisis de las tijeras» en el comercio en 1923. El partido había tratado de exprimir aún más a los obreros de las fábricas y las minas mediante la racionalización del proceso de producción. Pero esto nunca bastó para satisfacer a los críticos de izquierdas. Cada cual a su manera, los opositores —los Centralistas Democráticos, la Oposición Obrera, la Oposición de Izquierdas, la Oposición de Leningrado y la Oposición Unida— ponían en tensión al Politburó acusando a sus miembros de cobardía ideológica y de traición.

La NEP había logrado más de lo que sus críticos querían reconocer. El volumen de producción industrial y agrícola entre 1926 y 1927, según la mayoría de las estimaciones, había mantenido todo o casi todo el nivel del último año anterior a la Gran Guerra y el estado soviético estaba elevando su tasa de inversión en proyectos capitales. La NEP parecía capaz de generar un ritmo moderado de desarrollo económico en los años venideros. También había mucha estabilidad social y política. El Partido, la OGPU y el Ejército Rojo disponían de un poder indiscutible. En 1924 tuvo lugar un levantamiento georgiano; también se produjeron disturbios en Asia Central. Pero por lo demás había tranquilidad. El control de la disidencia pública fue efectivo.

La cuestión seguía siendo si el ritmo del desarrollo económico era suficiente para que la URSS pudiera protegerse contra sus potenciales enemigos exteriores. Hacia finales de la década de los veinte se consideraba que los principales peligros eran Gran Bretaña (que rompió relaciones diplomáticas con la URSS en mayo de 1927), Francia (que siguió exigiendo a Rusia el pago de los antiguos créditos del estado ruso) y Japón (que miraba codiciosamente las posesiones soviéticas del Extremo Oriente). Era dudoso que el Ejército Rojo estuviera lo suficientemente bien equipado para enfrentarse con cualquiera de estos países en una guerra. Aunque el desarrollo industrial seguía su curso, la brecha tecnológica entre la Unión Soviética y las economías más avanzadas de Occidente iba en aumento. Los bolcheviques habían llegado al poder creyendo firmemente en la necesidad vital de la ciencia y la ingeniería como vehículos del progreso socialista. Una década después de la Revolución de octubre no había sucedido nada en la URSS que sugiriera que la brecha podía cerrarse pronto. Los Estados Unidos y Alemania tomaban la delantera. Stalin y sus partidarios estaban preocupados por el persistente fracaso del régimen soviético.

La actitud del partido no se basaba únicamente en previsiones de desarrollo económico. Los «hombres nep» hacían fortunas fabricando poco. Una rica capa del campesinado, al que los bolcheviques llamaban kulaks, volvió a surgir en el campo. Los sacerdotes, imanes y rabinos proclamaban la palabra de Dios. El ateísmo marxista-leninista no era popular. Ciertos sectores de la intelliguentsia, procedentes especialmente de los pueblos no rusos, cultivaban ideas nacionalistas. Se habían hecho concesiones sobre la cuestión nacional desde la Revolución de octubre que se reforzaron durante la NEP. En Ucrania se llevaba a cabo una campaña sistemática de «ucranización» de las escuelas, la prensa y los cargos públicos. En otras repúblicas soviéticas se emprendieron iniciativas similares. Pero el nacionalismo estaba en alza por toda la URSS y superaba la difusión del pensamiento socialista. La política básica de Lenin y de Stalin fue contraatacar de manera espectacular. Moscú respondió en 1926 aprobando medidas para deportar a cierto número de religiosos y líderes tribales de Azerbaiyán[7]. La política sobre la cuestión nacional se hizo más dura, al tiempo que se incrementaba la severidad en la política económica. Kaganóvich, colaborador de Stalin que presidió el Partido Comunista de Ucrania entre 1925 y 1926, propuso medidas para deportar a los polacos de las fronteras occidentales hacia las regiones interiores de la URSS. Su finalidad era evitar que las agencias de inteligencia de Piísudski se infiltrasen en Ucrania[8].

El mismo partido que había hecho la Revolución de octubre en nombre de la clase obrera y de los campesinos más pobres estaba ante una sociedad donde el capitalismo, la religión y el nacionalismo eran cada vez más fuertes. Incluso las propias filas del partido eran motivo de preocupación. En 1927, después de una intensiva campaña de reclutamiento, los miembros del partido se elevaron a 1.200.000. Aunque es una cifra considerable, no hacía sino disimular la inquietud oficial porque la calidad de los reclutados, en términos de fervor ideológico y formación cultural, dejaba mucho que desear[9].

En este contexto se habían introducido las medidas económicas desestabilizadoras desde mediados de la década de los veinte. Stalin conservó durante mucho tiempo una inclinación hacia la autarquía económica. Daba por sentado que la política estatal no era la adecuada si no producía un crecimiento industrial autóctono. Había escrito a Mólotov en junio de 1925[10]:

O resolvemos [esta sería cuestión] correctamente según los intereses dei estado, de los obreros y de los desempleados, a quienes sería posible incorporar a la expansión de la producción o, si no lo resolvemos correctamente, vamos a perder cientos de millones —aparte de todo lo demás— para beneficio de los fabricantes extranjeros.

Mientras Bujarin abogaba por la industrialización a un ritmo lento y trataba de contener las exigencias de aceleración, Stalin empezó a mostrar una creciente frustración. La alianza entre Stalin y Bujarin se estaba desintegrando sin que ninguno de los dos presintiese que iba a producirse una ruptura decisiva. Todavía se llevaban bien en el Politburó. También se veían en reuniones sociales. Pero las ideas de Stalin se estaban endureciendo. En diciembre de 1926 negó que la URSS fuese a necesitar cincuenta años o más para igualar el volumen económico de las potencias capitalistas extranjeros. En realidad, afirmó que podían y debían darse «pasos de gigante»[11].

La contribución de Stalin al debate sobre política económica había sido moderada hasta enero de 1928 y —aparte de sus ataques autorizados a la oposición interna del partido— había mantenido una actitud exterior de calma desde la muerte de Lenin. Sus rivales tenían alguna excusa para malinterpretar la situación, pero no era un error del que fueran a salir indemnes. Stalin actuaba con astucia. No le dijo una sola palabra a Bujarin acerca de la guerra que estaba a punto de iniciar en el campo. Encerrado durante dos días en el Transiberiano con su asistente Alexandr Poskrióbyshev, entre otros, su ánimo era belicoso (Poskrióbyshev fue el último de los asistentes personales de Stalin y permaneció en el cargo hasta 1953). Cualquiera que se interpusiera en el camino de Stalin durante su viaje iba a recibir un tratamiento feroz. Al llegar a Novosibirsk, ordenó el arresto de los kulaks «antisoviéticos». Debían cumplirse las cuotas de recaudación de grano. La campaña comenzó al «expandir el establecimiento» de granjas colectivas[12]. Se formaron patrullas en Siberia occidental y los Urales para recoger las cuotas fijadas para la cosecha de grano. Viajaron a las granjas armados hasta los dientes y se apoderaron de toda la producción que descubrieron. Al igual que había sucedido entre 1918 y 1920, los bolcheviques entraron en las aldeas, reunieron a los campesinos en asambleas y exigieron el cumplimiento inmediato de sus órdenes a punta de pistola.

Stalin volvió a Moscú el 6 de febrero de 1928 con vagones llenos de grano quitado a los «acaparadores». Pravda celebró el logro[13]. Parecía que la política de Stalin había triunfado sin resistencia por parte de la dirección del partido. Tanto él como otros dirigentes insistieron en que los «campesinos medios», lo mismo que los kulaks, tenían que ser obligados a entregar sus cosechas[14]. Bujarin estaba furioso. El cambio de política se había sido llevado a cabo en las provincias sin previa sanción por parte del Politburó o del Comité Central. No había precedentes en la historia del partido. Stalin había llegado a Moscú como un ladrón con su botín; en lugar de reconocer su delito, esperaba que se encomiara su virtud. El Politburó era un tumulto. Sus miembros dejaron de dirigirse la palabra fuera de los encuentros oficiales. Cuando se desafiaban sus políticas, Stalin se enojaba y se mostraba tajante. Bujarin le reprochó su comportamiento del 16 de abril. Stalin le respondió: «No me va a forzar a quedarme quieto ni a ocultar mi opinión con sus aullidos acerca de “mi deseo de enseñar a todos.” ¿Todo tiene que acabar siempre en ataques contra mí?»[15]. Estas palabras constituían una mezcla explosiva de fariseísmo y susceptibilidad extrema.

Stalin entendió cómo aprovechar la situación. Deseaba una colectivización agrícola más rápida y una industrialización planificada por el estado. La mayoría de los cargos del partido nunca se habían sentido cómodos con la NEP. Estaban ansiosos por avanzar en una dirección más «revolucionaria». En el Komsomol —la organización juvenil del partido— también había muchos militantes que anhelaban que el Politburó abandonara la política de compromisos. Esta tendencia también se manifestaba en la OGPU: muchos oficiales de la policía estaban ansiosos por imponer un mayor control sobre una sociedad indisciplinada. Destacados mandos del Ejército Rojo ansiaban la transformación económica y el fin de las restricciones presupuestarias que les afectaban[16]. Aunque la agricultura había sido el foco principal de la iniciativa de Stalin en enero de 1928, estaba asumiendo una agenda mucho más amplia. Al igual que sus seguidores en el partido y en otros organismos públicos, quería acelerar y profundizar la transformación del campo. Había que dar prioridad a la industria, la educación, la urbanización y al adoctrinamiento socialista. El estado iba a incrementar su intervención y la tradicional adhesión a la religión y la nacionalidad tenían que desaparecer. La URSS iba a convertirse en una potencia militar capaz de defenderse a sí misma.

En su actuación más allá de la política agrícola, Stalin organizó un juicio a ingenieros y «especialistas industriales» de Shajty, en la cuenca del Don, entre los que se incluían varios extranjeros. Se les acusó de sabotaje deliberado. Oficialmente la OGPU, bajo las órdenes de Guénrij Yagoda, estaba llevando a cabo una investigación independiente. En realidad, Stalin era el fiscal y el juez. Se ignoraron los procedimientos de investigación. El secretario general del partido ordenó que los individuos arrestados fueran golpeados hasta que confesaran crímenes imaginarios. Estaba poniendo a punto la maquinaria de la política soviética. Buscaba quebrantar la resistencia de los especialistas industriales —gestores, ingenieros y planificadores— ante las exigencias de un crecimiento industrial más rápido. Mediante los procesos de Shajty, dio fuerza a la hipótesis de un sabotaje a gran escala. La sombra de la sospecha caía sobre todos los especialistas de la URSS.

Stalin dejó que otros hicieran el trabajo sucio. Evitó pedir la ejecución de los acusados en el caso Shajty. Maniobró para obtener los resultados deseados mientras protegía su buena reputación[17]. Mientras tanto, el Gosplan preparaba las directrices para toda la economía de la URSS. El Sovnarkom había dado instrucciones a tal efecto en junio de 1927 y el trabajo estaba llegando a su término en el verano de 1928. La inauguración de la primera versión del Plan Quinquenal estaba fijada para octubre. Los objetivos de la producción eran increíblemente grandes: se preveía que los bienes de equipo creciesen un 161% y los bienes de consumo, un 83%[18]. Todos los sectores de la economía iban a estar sujetos al control estatal. Aunque se daba prioridad al desarrollo de la industria pesada, el Politburó pronosticaba que el nivel de vida de la población urbana se incrementaría de forma simultánea. También se esperaba que se construyeran unos 100.000 tractores destinados a la agricultura, que serían puestos a disposición de las granjas colectivas que estaban a punto de crearse. Los fondos para llevar a cabo un plan tan extremadamente optimista provendrían de los principales beneficiarios de la NEP. Stalin deseaba arrancar un tributo al campesinado acomodado. Bujarin lo describió como «estúpida incultura».

En abril Bujarin logró que el pleno del Comité Central condenase los «excesos» cometidos en las recientes operaciones de recaudación. Cuando el Comité Central volvió a reunirse el 4 de julio, su resolución oficial se comprometió con la NEP e incluso prometió un aumento en el precio del grano[19]. Sin embargo, el problema de Bujarin era que sus medidas no lograban restaurar la estabilidad económica. Los campesinos se negaban a entregar las reservas de grano. La violencia había empeorado las relaciones entre las aldeas y las autoridades administrativas. En cualquier caso, la escasez de productos manufacturados no animó al campesinado a volver al mercado[20]. El Politburó había esperado aliviar los problemas importando trigo, pero fue muy poco y llegó demasiado tarde como para terminar con el déficit en el suministro de alimentos. Tampoco sirvió para allanar las dificultades con los campesinos. Mientras tanto, en las ciudades seguían faltando el grano y las verduras. El Politburó no podía ignorar los informes mensuales: la URSS se enfrentaba a un invierno dominado por la desnutrición en las ciudades.

Bujarin no había contado con la reacción de varios poderosos dirigentes. Esperaba que Voroshílov y Kalinin criticaran lo que había pasado en los Urales y en Siberia[21]. Incluso Ordzhonikidze a veces era desleal a Stalin de puertas para adentro[22]. Bujarin siguió albergando la esperanza de que podría salir victorioso frente a individuos como el líder de la OGPU, Yagoda, y el resto del partido. La vuelta al Comunismo de Guerra tenía que mostrarse como lo que era[23]. Pero Stalin logró poner a todos de su lado (se dijo que la debilidad de Kalinin por las bailarinas le había permitido a Stalin ejercer presión sobre él). Hacia el verano de 1928 Bujarin estaba desesperado. Incluso empezó a preocuparse porque Stalin hiciera volver a la escena pública a Kámenev y a Zinóviev para utilizarlos como aliados. Bujarin intentó un acercamiento a Kámenev a fin de evitarlo: «Los desacuerdos entre nosotros y Stalin —le dijo— muchas veces son más serios que todos los que tuvimos con usted. Los derechistas (…) querían que Kámenev y Zinóviev se reincorporaran al Politburó»[24]. Estas tentativas de Bujarin eran una señal de pánico. No podía reunir suficiente apoyo en los niveles superiores del partido. Sus únicos aliados prominentes contra el secretario general eran Rykov, Tomski y Uglánov.

Bujarin aún creía que se renegaría del «método ural-siberiano» y se restaurarían los mecanismos de mercado de la NEP de Lenin. Inicialmente su optimismo parecía justificado. Los «excesos» que al parecer se habían cometido en la campaña de expropiación se condenaban oficialmente y se negaba que las «medidas extraordinarias» supusiesen un abandono de la NEP. Aunque Stalin insistía con éxito en que también debía introducirse un compromiso más fuerte con la colectivización en los estamentos públicos, todavía estaba muy difundida la opinión de que se había perjudicado políticamente.

Bujarin no se rindió. Tras haber escrito una prosa inescrutable durante la mayor parte de su vida adulta, puso los pies en la tierra y publicó «Notas de un economista». Bujarin criticaba las ideas de la «superindustrialización». En su opinión, eran trotskistas y antileninistas. Sostenía que únicamente una relación equilibrada y constante entre los intereses de la industria y de la agricultura aseguraría un desarrollo económico saludable[25]. No había nada en las «Notas» que desentonara con lo que Stalin había dicho hasta 1928 y, como Stalin todavía evitaba renegar de la NEP, Bujarin no necesitó un permiso especial para publicar lo que quiso con la esperanza de neutralizar a un político al que había empezado a considerar el Genghis Khan de la URSS[26]. Pero también juzgó mal a Stalin al dar por sentado que sólo le interesaba conservar el poder[27]. Lo que había comenzado como una crisis del suministro de alimentos había adquirido otras dimensiones. El grupo de Stalin en el Politburó y en el Comité Central no iba a quedar satisfecho con el cambio de política agrícola. Deseaban un rápido progreso industrial y seguridad militar. Querían acabar con el nacionalismo y la religiosidad. Se proponían erradicar la hostilidad al régimen soviético y querían deshacerse de los remanentes de las viejas clases propietarias. Había que fundar ciudades, escuelas y cines.

El socialismo tenía que difundirse como idea y como realidad práctica.

Stalin y Bujarin chocaban cada vez que se encontraban. Partiendo de sus elevadas expectativas, Stalin aplicó su programa a las relaciones internacionales. Ahora negaba que prevaleciese la «estabilización capitalista» y declaraba que la economía mundial se enfrentaba a otra emergencia fundamental. Decidió que esto debía reflejarse en el movimiento comunista mundial. Antes del VI Congreso de la Comintern en julio de 1928, Stalin declaró que los socialistas anticomunistas de Europa —miembros de los partidos laboristas y socialdemócratas— eran enemigos mortales del socialismo. Los llamó «social-fascistas». Bujarin estaba horrorizado: se daba cuenta del peligro que representaba la extrema derecha europea. Como apreciaba la diferencia cualitativa entre conservadurismo y fascismo, quería que los nazis de Hitler fueran el principal objeto de ataque político por parte del Partido Comunista Alemán. Pero Stalin consiguió el apoyo suficiente del Politburó para un cambio de política en la Comintern. La brecha interna suscitada por la NEP adquiría ahora una dimensión exterior. Hasta entonces la línea oficial había sido que el capitalismo mundial se había estabilizado después de la Gran Guerra. Ahora Stalin insistía en que había comenzado un «tercer período» en el que el capitalismo había entrado en su crisis terminal, de modo que estaban a punto de presentarse en Europa oportunidades revolucionarias.

Esto se había estado discutiendo en el Politburó durante uno o dos años, pero, a pesar de ello, no se había producido ninguna alteración seria en las instrucciones prácticas de la Comintern a los partidos comunistas europeos. Como quería desplazar a Bujarin, Stalin tenía un interés personal en cambiar de política. Pero probablemente había más. Stalin había tenido dudas acerca de la «revolución socialista europea» entre 1917 y 1918. Su escepticismo todavía era absoluto y a veces sus instintos bolcheviques le dominaban. Con el objetivo de transformar la URSS, pudo haber vuelto a la opción radical. Como quiera que sea, desde mediados de 1928 el grupo de Stalin ordenó a los comunistas de todo el continente que adoptaran la postura asumida por los bolcheviques en 1917. El radicalismo extremo se convirtió de nuevo en la corriente dominante y la Comintern, instigada por el Politburó, comenzó a purgar a los indecisos y vacilantes —así como a los trotskistas— de todas las filas de sus partidos. El comunismo mundial se preparaba para un inminente estallido revolucionario.

Stalin, mientras insistía en que la revolución estaba a punto de estallar en Europa, seguía sosteniendo que el Partido Comunista Ruso debía concentrarse en la construcción del «socialismo en un solo país». Sus enemigos lo tomaron como una demostración de que Stalin era un hipócrita o un tonto. Trotski recordaba a todo el mundo las cacareadas instrucciones enviadas al Partido Comunista Chino en 1927; Bujarin estaba perplejo por el cambio de política. El cambio de política de Stalin no encerraba una paradoja esencial. Su controvertido compromiso con el socialismo en un solo país no implicaba soslayar la necesidad de que se produjera una revolución internacional. Stalin nunca había dejado de aceptar que la URSS se enfrentaría a problemas de seguridad hasta el momento en que una o más de las grandes potencias mundiales llevaran a cabo una revolución del tipo de la soviética. Esto no significaba, sin embargo, que estuviera dispuesto a arriesgarse a una intervención directa en Europa; todavía temía provocar una cruzada contra la URSS. Pero ya no buscaba refrenar a los partidos comunistas de Alemania, Francia e Italia que no habían dejado de proclamar su desacuerdo con la insistencia de la Comintern en que debían colaborar con los partidos laboristas y socialdemócratas de sus países.

Rara vez Stalin hacía algo por un solo motivo. Cuando era aliado de Bujarin antes de 1928, en buena medida dejó en sus manos la dirección de la Comintern. Bujarin tenía muchos partidarios que ocupaban puestos destacados en los partidos extranjeros. Al modificar la política y expulsar a los disidentes, Stalin pudo poner en la cúspide a su propia gente. De talante depresivo, Bujarin consideró la posibilidad de dimitir para presionar a Stalin[28]. Desde la Revolución de octubre, Stalin con frecuencia había presentado su dimisión a diversos puestos, pero trataría a Bujarin con la misma indulgencia que él había recibido. Su concepción de la victoria incluía defenestrar y humillar a su enemigo.

El terreno estaba preparado. Al avanzar hacia la propiedad y regulación generalizadas del estado, los dirigentes mejor situados del partido retrocedían hacia el sistema económico soviético del período de la Guerra Civil. El Consejo Supremo de Economía del Pueblo había sido fundado para supervisar toda la actividad económica después de la Revolución de octubre[29]. El estado se hizo cargo de los sectores bancario e industrial en la Guerra Civil y posteriormente los retuvo en gran medida. El Gosplan había sido creado en febrero de 1921. Una vez iniciado el Primer Plan Quinquenal, Stalin y sus aliados sugirieron que estaban poniendo en marcha una estrategia calculada a partir de esta transformación. La palabra «plan» implicaba que era así. Sin embargo, esa estrategia no existía en una forma que fuese definitiva y se produjeron muchos vaivenes en la ruta hacia la transformación. Las políticas se modificaban y a veces se abandonaban. Después de anunciarse, los objetivos del crecimiento económico se alteraban con frecuencia. Con todo, Stalin sabía por dónde se andaba cuando tiró por la borda la NEP. Aunque le faltara una estrategia calculada, siempre estaba en posesión de un conjunto de presupuestos operativos, y estos presupuestos eran compartidos por muchos dirigentes del partido, tanto en el nivel central como en el local.

Más pronto o más tarde, como creyó incluso Nikolái Bujarin, el mercado tenía que ser eliminado de la economía y los elementos sociales hostiles al socialismo —los kulaks, los «hombres nep», el clero, los «especialistas burgueses», los nacionalistas y los partidarios de todas las otras tendencias políticas y culturales— tenían que desaparecer de algún modo. La necesidad de una economía que estuviera totalmente en posesión del estado y de una sociedad dirigida por el estado era un objetivo compartido por los dirigentes bolcheviques. El uso de la fuerza no les arredraba. Endurecidos por sus experiencias antes y después de la Revolución de octubre de 1917, estaban más que deseosos de asegurar el cumplimiento de las medidas mediante métodos crueles. Las frustraciones de la NEP eran inmensas. La amenaza militar extranjera no se desvanecía y la brecha tecnológica entre la URSS y Occidente crecía. Más aún, los partidarios leales de los líderes más destacados del partido estaban molestos por las declaraciones de los opositores, que sostenían que habían traicionado el objetivo de la revolución dirigida por Lenin. Esta mentalidad brindó un marco de presupuestos dentro del cual Stalin pudo ir introduciendo esporádicamente sus propuestas desde 1928 y contar con el apoyo sustancial de la mayoría del partido.

Stalin empezó por las hipótesis generales acerca del mundo. Esto provenía de su peculiar y deformada reacción ante su origen georgiano, su experiencia en la clandestinidad revolucionaria y la variante bolchevique del marxismo. Cualquiera que fuese el asunto que había que decidir, nunca se mostraba desconcertado hasta el punto de vacilar. Sus axiomas no prescribían la política en detalle. Al pensar y ordenar de acuerdo con sus ideas fundamentales, podía decidir de inmediato. Cualquier situación dada a veces podía requerir mucho estudio —y Stalin se esforzó constantemente, aun después de la Segunda Guerra Mundial, en mantenerse bien informado—. Pero la mayoría de las situaciones podían resolverse sin tanto esfuerzo; en realidad, Stalin podía permitirse dejarlas en manos de sus subordinados y pedir informes de lo que habían decidido. Se rodeó de personas como Mólotov y Kaganóvich, que compartían sus presupuestos, y promovió a otros que podían ser adiestrados para que los asumieran (o que los secundaran por ambición o por temor). Este mundo interior de presupuestos da la clave de lo que de otro modo parecería una misteriosa capacidad de Stalin para maniobrar en las cambiantes situaciones de los años treinta.

Durante el Primer Plan Quinquenal la URSS pasó por un período de cambios drásticos. A la cabeza estaban las campañas para expandir las granjas colectivas y eliminar a los kulaks, los clérigos y los comerciantes. El sistema político se haría más férreo. La violencia se intensificaría. El Partido Comunista Ruso, la OGPU y los Comisariados del Pueblo consolidarían su poder. Serían erradicados los restos de los antiguos partidos. Los «nacionalistas burgueses» serían arrestados. El Gulag, que era la red de campos de trabajo sujetos al Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos (NKVD), se expandiría y se convertiría en un sector indispensable de la economía soviética. Se fundarían muchas ciudades y pueblos. Se crearían miles de nuevas empresas. Se produciría una enorme afluencia de gente de las aldeas, ya que las fábricas y las minas necesitaban fuerza de trabajo. Los programas educativos tendrían una enorme base estatal. La promoción de obreros y campesinos a cargos administrativos se ampliaría. Se cultivaría el entusiasmo por la desaparición del compromiso político, social y cultural. El marxismo-leninismo se difundiría de forma intensiva. El cambio sería obra de Stalin y sus colaboradores del Kremlin. Suyo sería el mérito y suya la culpa.

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