Stalin

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III. El déspota » 28. Temores en la victoria

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TEMORES EN LA VICTORIA

Aun cuando el Primer Plan Quinquenal casi se había completado en 1932, las tensiones en la economía y en la sociedad se estaban volviendo intolerables. La hambruna se agravó en Ucrania, el sur de Rusia, el norte del Cáucaso y Kazajstán. Las rebeliones rurales no habían sido completamente sofocadas. Continuaban los ataques a las patrullas colectivizadoras, a los oficiales de la OGPU y a los soviets locales. Después de haber sido empujados a golpes para que se unieran a los koljozes, cientos de miles de familias campesinas abandonaron el campo en lugar de seguir soportando más represión[1]. El problema empezaba a extenderse a las ciudades. Se organizaron huelgas y manifestaciones contra el régimen en la ciudad textil de Ivánovo[2].

Al igual que Lenin en 1921, Stalin vio la necesidad de una retirada provisional en lo económico. La diferencia era que, mientras que Lenin había introducido la Nueva Política Económica principalmente por temor a una revuelta generalizada del campesinado, fueron los obreros los que hicieron entrar en razón a Stalin. Si había que detener la industrialización, los fundamentos de su poder quedarían minados. Se reconoció que los problemas de las ciudades y de los pueblos estaban relacionados. Desde mayo de 1932 se permitió a los campesinos comerciar con sus excedentes agrícolas en los denominados mercados de los koljozes. Entre agosto de 1932 y febrero de 1933, la recaudación de cuotas de grano planificada por el estado se redujo de 18,1 millones de toneladas a 14,9[3]. En el plano de la industria, la retirada temporal adoptó la forma de una relajación del ritmo de inversión de capital durante el Segundo Plan Quinquenal. La carrera desenfrenada por expandir la producción industrial y minera tenía que ralentizarse[4]. Por fin se dio la preeminencia a las condiciones de vida de los ciudadanos. Se planeó incrementar la producción industrial de bienes de consumo en un 134% y la producción agrícola en un 177% entre 1933 y 1937. El espacio habitacional iba a expandirse en dos quintas partes[5]. Aparentemente, Stalin comenzaba a obrar con sentido. El objetivo era evitar las consecuencias de una segunda carrera precipitada por el crecimiento en los proyectos capitales y consolidar lo ya ganado.

Hubo más discusión en el Politburó acerca de la industria que acerca de la agricultura. Stalin sabía bien lo que quería del campo, aunque sentía la necesidad de hacer concesiones. La política industrial lo puso ante un dilema, y escuchó en el debate en el Politburó cómo Mólotov y Kaganóvich abogaban por una ralentización contra los deseos de Ordzhonikidze, del Comisariado del Pueblo de Industria Pesada. Las preferencias de Stalin le acercaban a Ordzhonikidze, pero se puso cada vez más en su contra. En el pleno del Comité Central en enero de 1933, Stalin anunció un descenso del objetivo de crecimiento industrial del 13 al 14%[6].

La presión sobre la sociedad sólo cedió moderadamente. La reducción de la recaudación agrícola hizo poco para engañar a la hambruna, ya que la cosecha de 1932, perjudicada por las condiciones climáticas, fue pobre. Las concesiones de Stalin a los campesinos tenían sus límites y la insistencia en aumentar la exportación de grano se mantuvo. Las sanciones penales por desobediencia se hicieron más severas que nunca. El 7 de agosto, a instancias del propio Stalin, los campesinos que robaran incluso un puñado de trigo pasaron a ser susceptibles de ser sentenciados a muerte o a un mínimo de diez años de prisión[7]. En una época en que los campesinos de varias regiones estaban tan desesperados que algunos recurrieron al canibalismo, era un decreto de extraordinaria ferocidad incluso para Stalin. La levadura del pan de la reforma era la represión. También dio órdenes a la OGPU para que controlara que los kulaks y los «especuladores» no intentaran sacar ventaja de las concesiones que se habían hecho[8]. La policía, el ejército y el Partido sirvieron para asegurar que los cambios económicos y políticos básicos introducidos desde 1928 se mantuvieran intactos. Stalin estaba totalmente al cargo de la política económica. El menor signo de desacuerdo proveniente de los líderes comunistas de Moscú o de las provincias se ganaba su inmediata reprimenda. El resultado fue que ni una vez después de la segunda mitad de 1932 un miembro del Politburó se atrevió a desafiar ninguna de sus decisiones[9].

A veces Stalin parecía desconcertado por los abusos y el caos que había provocado con sus políticas. Al escribir a Kaganóvich y Mólotov en junio de 1932, mencionó que los comités del partido de Ucrania y los Urales dividían cruelmente entre las unidades territoriales inferiores de cada provincia las cuotas de recaudación de grano asignadas por el gobierno central. Preguntaba por qué esos comités no tomaban en cuenta las particularidades locales[10]. Sin embargo, a fin de cumplir con las cuotas impuestas desde Moscú, las administraciones provinciales poco podían hacer salvo emplear métodos feroces y rápidos. Sólo hacían a nivel local lo que Stalin hacía en el Kremlin. Al estar apartado de las realidades rurales y administrativas, suponía que el problema era la incompetencia local o el sabotaje.

Sin embargo, los informes acerca de la pobre cosecha y de la expansión de la hambruna hicieron que hasta Stalin, que disfrutaba cómodamente de sus vacaciones en el mar Negro, aligerara las recaudaciones de grano ucraniano a mediados de agosto y, cuando tuvo la certeza de que lo había aprobado, el Politburó disminuyó a la mitad sus cuotas para aliviar la terrible situación[11] (no es que dejara de sentirse defraudado por los dirigentes del partido de Kíev: mantuvo su promesa al Politburó de que llegaría el momento en que los destituiría)[12]. Stalin también permitió una disminución de las cuotas en el Volga, los Urales y Kazajstán después de la cosecha de 1933[13]. Pero estas indulgencias eran temporales y parciales. Cuando, en septiembre de 1934, Kaganóvich solicitó todavía otra disminución en las cuotas de grano de Ucrania, Stalin replicó[14]:

Considero esta carta un síntoma alarmante, ya que muestra que podemos deslizamos hacia el camino incorrecto a menos que encaremos el asunto a tiempo con una firme política (esto es, inmediatamente). La primera reducción fue necesaria. Pero está siendo usada por nuestros funcionarios (no sólo por los campesinos) como un primer paso al que tiene que seguir un segundo paso encaminado a presionar a Moscú en demanda de mayores reducciones.

Le recordaba a Kaganóvich, miembro del Politburó, que la orientación general de las políticas debía mantenerse.

Las medidas paliativas de 1932 y 1933 tuvieron poco efecto inmediato. Incluso la disminución de las cuotas de recaudación dejó al campesinado con menos trigo y patatas de las que necesitaba para subsistir. Comían bayas, hongos, ratas y ratones y, cuando todo eso se terminó, masticaban hierba y corteza de árbol. Probablemente seis millones de personas murieron en una hambruna que fue la consecuencia directa de la política estatal[15]. Se anunciaron más medidas. El Estatuto Modelo del Koljoz, introducido en 1935, permitía que cada casa tuviera una parcela privada de entre un cuarto de hectárea y media hectárea[16]. Este incentivo adicional al sector no estatal de la economía era una señal de lo terribles que eran las condiciones para los consumidores soviéticos. Sin la producción agrícola privada, por más que fuera en un marco muy restringido, las condiciones habrían sido todavía peores. Los campesinos a duras penas se ganaban la vida en las circunstancias más severas aun después de que terminara la hambruna en 1933. Pero la vida era sólo poco mejor para la mayoría de los obreros de las ciudades. Los salarios urbanos seguían siendo más bajos en términos reales que antes del Primer Plan Quinquenal. La industrialización y la colectivización habían arrojado a la sociedad a un torbellino de hambre, migraciones y Gulag. Pero Stalin y su Politburó renunciaban a las medidas más extremas de transformación económica, y muchos funcionarios y la mayoría de los ciudadanos esperaban que el caos frenético que se había producido entre 1928 y 1932 hubiera terminado.

El XVII Congreso del Partido en enero y febrero de 1934 fue aclamado de antemano como el Congreso de los Triunfadores. En apariencia había unanimidad entre los delegados. No se hizo ninguna crítica directa al sector en ascenso de partido. El informe de Stalin ante el Comité Central fue recibido con ferviente aclamación; su contenido abarcaba con confianza tanto la política nacional como la internacional. Estaba orgulloso de las «victorias» logradas desde 1928. Se habían impuesto la industrialización rápida y la colectivización agrícola. La oposición a los bolcheviques, tanto de derechas como de izquierdas, había sido aplastada. Se le había dado prioridad al socialismo en un solo país. El Comité Central se distinguió más por su lista de objetivos a largo plazo que por su especificación de la política a seguir en lo inmediato.

En público los delegados se limitaron a hacer peticiones en beneficio de localidades en particular o de sectores económicos. Algunos pidieron ajustes en las políticas existentes, pero no hubo ninguna discusión clara acerca de la hambruna ucraniana o de la política industrial en general[17]. Sin embargo, de puertas para adentro se quejaban de los métodos y ambiciones de Stalin. Los cargos del partido de las repúblicas y de las provincias habían pasado por tiempos difíciles en los años recientes cuando se esforzaban por poner en práctica las exigencias del Politburó y el Gosplan. No tenían objeciones a los poderes y privilegios adicionales que todo esto había supuesto. Pero la perspectiva de tener que seguir soportando un régimen de presión permanente era algo que no deseaban. Más allá de sus intereses personales, creían que era necesario un período de consolidación. En ausencia de abiertas oportunidades, algunos de ellos —al menos según unas pocas fuentes— se acercaron al miembro del Politburó Serguéi Kírov y le pidieron que considerara relevar a Stalin del Secretariado General. Otras memorias sugieren que, cuando tuvo lugar la votación para el Comité Central, a Stalin no le fue bien, y que Kaganóvich, que estaba a cargo del recuento, tuvo que manipular los resultados para ratificar la reelección de Stalin. Si esto fuera cierto, entonces el llamamiento del arrestado Riutin estaba recibiendo respuesta y Stalin corría el peligro de caer en el olvido político[18].

Stalin dio motivos de preocupación al mostrar que las llamas de su severidad no se habían extinguido. Mientras que estaba de acuerdo con la necesidad de la consolidación económica, no dejó de argumentar la necesidad de vigilancia y represión dondequiera que se descubrieran enemigos del pueblo. Declaró que los opositores internos del partido habían «descendido al campo de los contrarrevolucionarios furiosos y destructores al servicio del capital extranjero»[19]. La antigua oposición sólo había sido readmitida recientemente en el partido. El informe de Stalin al Comité Central da la impresión de que no estaba totalmente convencido de que el arreglo debiera ser permanente, y con aire amenazante relacionó a la oposición interna del partido con los actos de traición a nivel estatal. No es extraño que muchos delegados consideraran que era peligroso dejarlo en el puesto de secretario general.

Los acontecimientos del Congreso ocurridos de puertas para adentro permanecieron en el misterio. Los que estuvieron íntimamente involucrados en ellos —Kírov y Kaganóvich— nunca divulgaron los detalles. La mayoría de los participantes de menor rango iban a desaparecer durante el Gran Terror y no se hizo un registro formal de lo que había sucedido en el Congreso. Kírov adquiriría una reputación póstuma de miembro del Politburó políticamente moderado. No hay muchos fundamentos para sostener esta afirmación más allá de algunos gestos relativos a incrementar el suministro de pan en Leningrado, donde era Secretario del Partido de la Ciudad[20]. Todos los miembros del Politburó tendían a proteger sus zonas de trabajo contra los efectos devastadores de la política general, y Kírov no fue una excepción. Si Kírov en realidad estuvo en los debates del Congreso, es probable que le dijera a Stalin qué tipo de apoyo recibía de los delegados. Kírov no se comportó como un líder en campaña ni dio señales de tal ambición. No puede demostrarse fehacientemente que el voto del Congreso para el nuevo Comité Central humillara a Stalin. Lo que puede afirmarse con seguridad es que muchos cargos estaban desencantados con él y que pueden haber dejado constancia de ello en sus papeletas de votación. Por su parte, Stalin tenía buenas razones para preocuparse aun sin tener en cuenta las historias acerca de Kírov y el voto del Comité Central. Tras haber obtenido la victoria en todos los frentes durante el Primer Plan Quinquenal, había entendido que una multitud de compañeros en esta victoria se negaban a darle carta blanca para proceder como quisiera.

Durante un tiempo no hizo mucho al respecto, y se mantuvo la faceta más moderada de la política oficial. A la policía se le hizo más difícil arrestar arbitrariamente a los especialistas que trabajaban en la economía. Además, la OGPU fue incorporada al Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos. Algunos observadores contemporáneos abrigaban la esperanza de que esto aplacara el celo represivo de los chekistas. Miles de individuos arrestados a finales de la década de los veinte comenzaron a regresar de los campos de trabajo y a retomar una vida en libertad. La economía era firmemente dirigida hacia la consecución de las metas del Segundo Plan Quinquenal en una atmósfera despejada de la histeria de los años previos.

Pero entonces sucedió algo que acabó con la tranquilidad política. El 1 de diciembre de 1934 Kírov fue asesinado de un disparo. Leonid Nikoláiev, probablemente molesto por los escarceos de Kírov con su esposa, entró en el Instituto Smolny y le mató. En septiembre de 1934 ya se había informado sobre la dejadez de la NKVD de Leningrado[21] y su incompetencia posterior formaba parte de un modelo general. Stalin estaba conmocionado, pálido y rígido —o por lo menos así fue como lo vieron otros en ese momento—. Nikoláiev fue identificado como un antiguo zinovievita. Rápidamente fue interrogado, incluyendo una sesión en presencia de Stalin, y luego fue fusilado. De inmediato los inspectores de la policía sufrieron misteriosos accidentes —aunque la dirección de la NKVD de Leningrado era objeto de sanciones disciplinarias por sus descuidos, el castigo fue excesivamente severo para la mayoría de ellos—[22]. Stalin emitió un decreto que sancionaba la formación de troiki con la atribución de administrar «justicia» sumaria sin tener que pasar por los juzgados. Se habían puesto las bases para la extensión del terror de estado. Los antiguos integrantes de la oposición fueron arrestados e interrogados. Zinóviev especulaba en su fuero interno con la posibilidad de que Stalin utilizara el crimen como pretexto para llevar adelante su propia campaña de represión siguiendo el modelo de Hitler en Alemania[23]. Stalin asistió al funeral de Kírov con aspecto sombrío y decidido. Incluso sus colaboradores más cercanos se preguntaban cómo iba a afrontar la situación; pero todos supusieron que se aplicarían severas medidas.

Muy pronto se expandió el rumor de que Stalin había sido cómplice del asesinato de Kírov. Era bien conocida su preferencia por la acción represiva, y abundaban las historias de que se había tanteado a Kírov para que reemplazara a Stalin en el Secretariado General. Supuestamente, Stalin estaba detrás del asesinato. En realidad, todas estas posibilidades son conjeturas y nunca se ha encontrado una prueba concluyente. Lo que es innegable es que Stalin carecía de escrúpulos a la hora de aplicar medidas drásticas. Todavía no había matado a nadie de su entorno, pero el asesinato de Kírov pudo haber sido la primera vez y, aunque no ordenara el crimen, fue su principal beneficiario. La muerte de Kírov le permitió tratar a sus anteriores opositores tal como había dado a entender que quería hacerlo en su informe al Comité Central en el XVII Congreso del Partido.

Zinóviev y Kámenev fueron puestos bajo custodia de la NKVD en Moscú y acusados de haber organizado una conspiración terrorista con sus seguidores de la oposición. Stalin nunca había dejado de inquietarse por la capacidad de retornar al poder de los opositores de izquierdas y de derechas, especialmente si sus ideas tenían aceptación entre los actuales cargos del partido. La sucesiva eliminación de agrupaciones formadas en torno a Lominadze, Eismont y Riutin no le deparó ningún alivio. Bien podría haber otros que actuaran solapadamente en Moscú y en las provincias. Lo que es más, Stalin sabía que Bujarin, Kámenev y Zinóviev no habían perdido la esperanza de volver al poder. Los mantuvo bajo vigilancia mediante las escuchas que le proporcionaba la policía política[24]. Sabía que lo odiaban y lo despreciaban. Bujarin, al mismo tiempo que mostraba respeto por Stalin cuando estaba ante él, lo denunciaba en privado. Kámenev y Zinóviev eran extremadamente rencorosos. Y Trotski estaba en libertad en el extranjero editando el Boletín de la oposición y enviando a sus emisarios a la URSS. Stalin era consciente de que, a pesar de sus pretensiones, sus enemigos del partido tenían la sensación de que había algo en común entre todos ellos. Existía una clara probabilidad de que organizaran una coalición clandestina en contra de Stalin y su Politburó. La habilidad de Trotski para mantenerse en contacto estaba bien consolidada. Cuando en enero de 1933 fueron arrestados en Moscú sesenta y ocho de sus partidarios, la OGPU descubrió un alijo de los últimos artículos de Trotski[25].

Hubo también una oleada de resentimiento en toda la sociedad por los efectos de las políticas de Stalin. Los campesinos habían sido arrojados a las granjas colectivas y detestaban el nuevo sistema agrícola, y cientos de miles de familias de kulaks habían sido víctimas de atropellos. Los trabajadores que no lograban ser promovidos a puestos directivos experimentaban un drástico deterioro de sus condiciones de vida. Los salarios, la comida y la vivienda rara vez eran más que rudimentarios. En las capas más altas de la sociedad el resentimiento también era intenso: los ingenieros, intelectuales, expertos en economía e incluso directores soportaban con rencor el acoso que sufrían. La sensación de descontento civil era profunda y estaba muy extendida. Los que habían pertenecido a otros partidos, así como los opositores comunistas derrotados, estaban resentidos por las fuertes sanciones que se les aplicaban. Todos los grupos nacionales y religiosos rezaban por un milagro que quitara de sus hombros la carga de las políticas económicas de Stalin. Había abundantes recursos humanos en toda la URSS que podían ser desviados hacia un golpe contra Stalin y su Politburó si las condiciones cambiaban.

Zinóviev y Kámenev se negaron a «confesar» la organización de una conspiración. Pero ante la posibilidad de ser condenados a largos años de prisión y de la separación permanente de su actividad comunista, cedieron y admitieron la responsabilidad política y moral de la acción de Nikoláiev. El Politburó —o más bien Stalin— decidió que Zinóviev era el más peligroso de los dos. Zinóviev fue condenado a diez años y Kámenev, a cinco. La NKVD no se detuvo ahí. Seiscientos sesenta y tres antiguos partidarios de la Oposición de Leningrado fueron apresados y exiliados en Yakutia y otras zonas de Siberia oriental[26]. La incriminación de la antigua oposición interna continuó. Regularmente Pravda e Izvestiia denigraban a Trotski. Al mismo tiempo que se dictaba el veredicto contra Zinóviev y Kámenev, se anunciaba que iba a producirse un intercambio de carnets del partido. El propósito era excluir a los miembros del partido que no habían logrado desempeñar sus obligaciones mínimas, que se habían comportado de modo inadecuado o incluso que alguna vez habían pertenecido a la oposición interna. No se preveían consecuencias judiciales para aquellos a quienes se iba a despojar de su carnet del partido. Pero se insinuaba que la campaña de persecución, que hasta entonces había estado limitada a los dirigentes que habían pertenecido a la oposición y a sus seguidores, no iba a detenerse en las puertas del partido. Todos estaban obligados a probar su lealtad al Politburó o corrían el riesgo de ser expulsados y degradados.

El cariz amenazador del intercambio de carnets del partido queda plasmado en una directriz secreta enviada por el Secretariado del partido el 13 de mayo de 1935[27]. Stalin estaba fuera de control. El Secretariado explicó que los aventureros, enemigos del partido y espías declarados habían estado en posesión de dichos carnets. Elementos extranjeros y antisoviéticos se habían infiltrado en el partido. El 20 de mayo el Politburó intervino con una directriz que especificaba que todos los que habían sido trotskistas y aún no estaban en prisión o en los campos de trabajo serían condenados sin excepción a un mínimo de tres años de trabajos forzados en el Gulag[28]. La venganza de Stalin contra sus viejos adversarios y detractores había tardado varios años en llegar. Ahora se revelaba en toda su furia primitiva. El 20 de noviembre se dio un paso más allá: Zinóviev y Kámenev, que habían sido encarcelados, y el deportado Trotski fueron acusados de espiar para las potencias extranjeras enemigas.

Los miembros del grupo de Stalin identificaban la actividad opositora histórica con la traición al estado en la actualidad. Los héroes veteranos del partido comunista eran denunciados como agentes mercenarios al servicio de los intereses occidentales. Parecían conejos paralizados de miedo ante la proximidad del zorro. En cualquier caso, no había modo de huir. La única esperanza que les quedaba era que el resto del Politburó pudiera refrenar de algún modo al secretario general[29]. Pero la atmósfera política no era propicia. Stalin había vuelto calladamente a la convicción de que el modo más seguro de fortalecer tanto su posición personal como el pujante desarrollo económico era ejercer una fuerte presión sobre el Gosplan y los Comisariados del Pueblo para que incrementaran el ritmo de la producción industrial. En previsión de la oposición que encontraría, se dedicó a explotar los esfuerzos de los trabajadores individuales para desafiar los métodos convencionales de producción. Se informó de que en la cuenca del Don el minero Alexéi Stajánov había extraído 102 toneladas de carbón en una sola jornada de seis horas en agosto de 1935. Esto suponía catorce veces más que la norma establecida por los directores de las minas. Stalin lo tomó como una demostración de que persistía la resistencia pasiva al Segundo Plan Quinquenal. Stajánov fue convocado a Moscú y cubierto de honores y regalos. El movimiento estajanovista se extendió a todos los sectores de la economía, incluso a las granjas y los ferrocarriles.

Los estajanovistas no podían batir récords sin que los directores dictaran disposiciones especiales para ellos. Se obligó a otros trabajadores a brindar ayuda extra. Esto desbarató el modelo de producción en general y la producción se vio afectada de forma negativa. Más aún, los estajanovistas, en su celo por destacarse, empezaron a servirse de atajos. El resultado era a menudo que la maquinaria se rompía. Pero Stalin ignoraba lo evidente. Se dejaron de lado las modalidades científicas de producción mientras prevalecía el entusiasmo por conseguir obreros que obtuviesen privilegios por incrementar la producción[30].

La situación podría haberse tornado más difícil para los especialistas en economía —directores, capataces, ingenieros, proyectistas— si las sospechas de que eran objeto, fomentadas por el movimiento estajanovista, hubiesen adquirido la sanción penal aplicada a los antiguos opositores. La cosa estaba muy reñida. En 1935 Stalin no limitó sus ansias persecutorias a la represión simultánea de los antiguos opositores del partido y los actuales miembros del partido bajo sospecha.

También dirigió su ira hacia categorías enteras de ciudadanos. Se ordenó a la NKVD limpiar Leningrado de todas aquellas personas que en virtud de su profesión o su posición social antes de 1917 se consideraran intrínsecamente hostiles a la URSS. Se expulsó a miles de aristócratas, terratenientes y comerciantes con sus familias y un mínimo de pertenencias personales a ciudades más pequeñas o pueblos. Se deportó de Leningrado a más de once mil personas hacia finales de marzo[31] y esta misma política se reprodujo en otras grandes ciudades. Bajo la dirección de Stalin el Politburó empezaba a purgar las ciudades de supuestos elementos antisoviéticos de un modo muy similar al que se había empleado en las zonas rurales cuando tuvo lugar la «deskulakización» en 1929.

Pese a todo, los especialistas que estaban en actividad, aunque acosados en su trabajo, no fueron objeto de una persecución extrema a menos que obstruyeran manifiestamente las medidas oficiales. Se beneficiaron del deseo de apoyarse en ellos de muchos de los miembros del entorno de Stalin. Ordzhonikidze, comisario del pueblo de Industria Pesada desde 1932, protegió a sus directores y proyectistas no sólo porque pensara que estaban siendo difamados, sino también porque se daba cuenta de que no lograría cumplir con las cuotas del Plan Quinquenal requeridas a su Comisariado sin ayuda de su pericia.

En cualquier caso, los beneficios de la consolidación económica comenzaban a vislumbrarse. La producción total de acero en 1935 duplicaba holgadamente la de 1932[32]. El Segundo Plan Quinquenal, al igual que el Primero, se modificó varias veces durante su puesta en práctica. Entre las modificaciones inevitables hubo un incremento del presupuesto para la producción de armamento después de que Hitler se convirtiera en canciller alemán en enero de 1933 y la URSS tuvo que reconocer que pronto podría tener lugar una guerra con el Tercer Reich[33]. Esto obviamente implicaba un aplazamiento de las metas establecidas para la producción de bienes de consumo. Pero en términos generales el Kremlin estaba satisfecho con el progreso alcanzado. Aunque la política se llevaba a cabo y se hacía pública en una atmósfera de crisis, los miembros del Politburó, incluido Stalin, no daban la impresión, ni en su correspondencia ni en sus debates, de creer que hubiera una importante resistencia activa a sus planes o de que no se estuvieran haciendo avances en el desarrollo económico. El progreso continuó en 1936 y después. En 1937, último año del Segundo Plan Quinquenal, la producción industrial se había incrementado en tres quintas partes con respecto a la producción de 1932. Incluso la agricultura empezaba a recobrarse de los duros golpes de la colectivización. La producción agrícola se elevó alrededor de un 50% en el mismo período[34].

La propia actividad de Stalin todavía era ambigua. Entre 1935 y 1936 supervisó la elaboración de una nueva constitución para la URSS. Implicó en ello a muchas figuras relevantes de la política y la cultura e incluso Bujarin desde sus oficinas editoriales de Izvestiia contribuyó a elaborar las versiones iniciales[35]. En cualquier caso, la autoridad suprema radicaba en Stalin y el Politburó. En la práctica, esto quería decir en Stalin. Y Stalin, el implacable perseguidor de antiguos opositores y de la denominada «gente de antes», sancionó la garantización de todos los derechos civiles reconocidos en la constitución a todos los ciudadanos soviéticos sin importar su condición social, religiosa o política. Se proclamó la igualdad universal de trato. Se garantizó a los ciudadanos soviéticos el salario, la comida, la educación, la vivienda y el empleo. Ninguna otra constitución en el mundo era tan amplia en cuanto a los beneficios que otorgaba. En un momento en que todas sus maniobras políticas estaban en su punto de máxima opacidad, Stalin se presentaba como una persona desconcertante ante los observadores de 1936. La mayoría de los artículos de la constitución eran tan absolutamente benignos que algunos pensaron que estaba tramando un subterfugio. Tal vez la constitución se había concebido principalmente para crédulos ojos extranjeros, teniendo en cuenta los intereses de la URSS en las relaciones internacionales. También es posible que la hubiese concebido como propaganda dentro del país sin proponerse seriamente cumplirla en un futuro cercano. Durante mucho tiempo, Stalin había disfrazado la opresión y la explotación y afirmado que la URSS era un paraíso para la mayoría de sus ciudadanos.

Al presentar la Constitución en noviembre de 1936, Stalin proclamó: «El socialismo, que es la primera fase del comunismo, se ha logrado en lo esencial en nuestro país». Rompiendo con su anterior idea de que la resistencia al comunismo se hacía más feroz a medida que aumentaban los logros del régimen, acogió con agrado la revocación de la privación de los derechos civiles de que habían sido objeto las antiguas élites políticas, económicas y religiosas en 1918. Pero no toleró cambios en la orientación del Politburó. La Constitución definió a la URSS como «un estado socialista de obreros y campesinos». A pesar de los derechos constitucionales que se les otorgaban, no se permitiría que los ciudadanos alteraran el orden soviético. Stalin, al glosar varios de los artículos, afirmó abiertamente que no se debilitaría la dictadura comunista.

Sin embargo, algunos ciudadanos no llegaron a entender los límites reales del cumplimiento de la Constitución. Se enviaron quejas y denuncias al Kremlin en la suposición de que las autoridades se habían comprometido verdaderamente con los derechos cívicos en general[36]. Desde luego, la mayoría de la gente no se hizo ilusiones. La concesión de todos los derechos civiles a la «gente de antes» significaba que en el mejor de los casos obtenían los derechos del resto de la oprimida ciudadanía soviética —y no había ninguna intención oficial de cambiar esta situación de base—. La URSS era gobernada arbitrariamente y mediante la represión masiva. La mayoría esperaba muy poco de la nueva Constitución. En un funeral, alguien gritó: «Mataron a un perro —Kírov—, pero todavía queda otro perro vivo, Stalin»[37]. El resentimiento en el campo era espantoso[38]. Muy pocos ciudadanos tenían la esperanza de verse beneficiados por la nueva Constitución. Aunque el partido comunista no era mencionado en ningún artículo, su monopolio político iba a mantenerse claramente mientras Stalin estuviera en el poder. El sistema electoral era casi tan ficticio como su antecesor soviético. La NKVD dejaba sus informes sobre el escritorio de Stalin. Fuera lo que fuera lo que prentendiera con la Constitución, no le quedaron dudas de que no había engañado a la mayoría del pueblo. Todo el mundo sabían que el partido y la policía se proponían poner en práctica una dictadura tan feroz como la de antes.

Otros hechos acaecidos en la segunda mitad de 1936 demostraron que Stalin no estaba satisfecho con las condiciones políticas. Sus medidas, siempre brutales, descendían a niveles de depravación. El 29 de junio de 1936 el Secretariado envió un mensaje secreto a los órganos locales del partido que afirmaba el descubrimiento de «actividades terroristas del bloque trotskista-zinovievista». Era evidente que las sentencias judiciales del año anterior no habían contentado a Stalin, y en agosto Zinóviev y Kámenev fueron procesados en un juicio ejemplarizante que tuvo lugar en Moscú. Ambos confesaron puntualmente haber dirigido, de acuerdo con Trotski desde el extranjero, un Centro Antisoviético Trotskista-Zinovievista que llevaba a cabo asesinatos sistemáticos en la URSS. Budionny sugirió tontamente que se encomendara a la Comintern que capturara a Trotski y lo devolviera a su país para ser juzgado con los dos principales acusados[39]. Aun antes de su lamentable comparecencia ante el tribunal, Zinóviev y Kámenev ya eran dos hombres acabados. A instancias de Stalin se les sometió a continuas denigraciones y burlas durante todo el juicio. El veredicto fue la condena a muerte por fusilamiento. Se les había prometido a ambos que si confesaban su participación en la «conspiración» de Kírov, en 1934, se les conmutarían las sentencias. Pero Stalin los había engañado. El día siguiente a primera hora de la mañana, antes de que se pudiera considerar cualquier apelación judicial, fueron sacados de la celda a empujones y fusilados.

Igual de siniestro fue el cambio del personal de la NKVD. Ni Guénrij Yagoda ni su antecesor Viacheslav Menzhinski habían logrado complacer a Stalin. Había tenido que presionarlos para que llevaran a cabo las actuaciones extremas que había exigido desde finales de la década de los veinte. No eran sus funcionarios ideales, aunque en último término nunca habían dejado de llevar a cabo sus órdenes. Yagoda trató de congraciarse relatándole a Stalin cada una de las ocasiones en que se hallaba un nuevo alijo de material trotskista[40]. Pero no era suficiente para Stalin. Quería que al frente de la NKVD estuviera alguien que fuera capaz de anticiparse a sus deseos en lugar de responder a ellos con lentitud ocasional y sin mucha eficiencia.

El 26 de septiembre de 1936 pensó que había encontrado al hombre adecuado en Nikolái Yezhov. Yagoda fue destituido por decisión del Politburó y Yezhov ocupó su lugar. Yezhov era un funcionario del partido en constante ascenso desde 1917. En 1927 se incorporó al Departamento de Asignaciones y Registros del Secretariado del Partido y en 1930 se convirtió en su jefe. En el momento de su nombramiento como comisario del pueblo de Asuntos Internos era al mismo tiempo secretario del Comité Central del Partido y presidente de la Comisión de Control del Partido. Stalin lo había visto en acción y apreciaba su compromiso fanático de descubrir y aniquilar a los adversarios del sector principal de la dirección del partido. En 1935 Yezhov, con el apoyo de Stalin y con ayuda editorial, había hecho un «trabajo teórico», nunca publicado, sobre la oposición interna del partido. Titulado «Del faccionalismo a la contrarrevolución abierta», intensificaba las amenazas que pesaban sobre todos aquellos —especialmente los dirigentes— que alguna vez hubieran dejado de acatar la línea política de Stalin. Haber formado parte de alguna tendencia opositora en el pasado se había convertido en equivalente a ser culpable de traición en el presente[41]. Cuando se le nombró comisario del pueblo de Asuntos Internos, se pidió a Yezhov que dedicara las nueve décimas partes de su tiempo a la NKVD[42].

A partir de diciembre de 1934 Stalin contaba con la base legislativa y organizativa para expandir el terror de estado en la modalidad de las íroiki. Durante 1935 y 1936 lo había puesto en práctica en gran medida, pero de forma intermitente. También había mostrado cierta contención, al igual que su entorno, y su mandato se caracterizaba cada vez más por el avance económico y por la calma social. Pero en la sociedad el resentimiento seguía estando profundamente arraigado aunque se hubiese sofocado la resistencia activa. Aunque proseguía la caza de opositores y «gente de antes», muchos lograron evitar ser capturados. Trotski mantenía los vínculos con sus seguidores; Bujarin no era el único antiguo dirigente de la oposición que tenía la esperanza de que se produjera un cambio de personal y de políticas en la cúpula de la política soviética. Hasta ahora las víctimas de Stalin, al menos durante el desarrollo del Segundo Plan Quinquenal, estaban agrupadas en categorías definidas. Pero nada garantizaba que siguiera siendo así.

La carrera anterior de Stalin, en especial en la Guerra Civil y durante el Primer Plan Quinquenal, ponía en evidencia los peligros de la situación. Siempre le había seducido la idea de arreglar cuentas con los «enemigos» de forma violenta, y se enfurecía cuando su entorno no se identificaba con él. Nunca le faltaron las ganas de tomar la iniciativa. Era peligroso en extremo cuando intuía un peligro para él o para el orden soviético. Más pronto o más tarde, Stalin, el más decidido conductor del vehículo del terror, volvería a coger el volante y a encender el contacto. Los años transcurridos entre finales de 1932 y 1936 fueron testigos de arranques ocasionales y bruscos avances. La maquinaria respondía caprichosamente a las órdenes de Stalin. Cuando encendía el contacto, el resultado era impredecible. A veces la batería se descargaba y había que recargarla. En otras ocasiones las conexiones estaban demasiado húmedas y todo lo que podía conseguir era un sonido breve e intermitente. Pero de hecho el vehículo era apto para circular y, cuando las circunstancias fueron más favorables en 1937, el conductor podría arrancar y correr a toda velocidad hasta que decidiera detenerlo un año después.

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