Stalin

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III. El déspota » 32. El culto a la impersonalidad

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EL CULTO A LA IMPERSONALIDAD

El culto a Lenin relucía como una película de aceite sobre el oscuro océano de la realidad soviética a finales de la década de los treinta. Stalin siempre había presidido sus ritos. Fue él quien dispuso que el cadáver del líder soviético fuera expuesto en el Mausoleo. Organizó la publicación de las memorias de Lenin y contribuyó a fundar el Instituto Lenin. Juraba eterna lealtad a las ideas y prácticas de Lenin. Durante la Nueva Política Económica declaró que no era más que un alumno del gran hombre.

La «biografía» escrita por el asistente de Stalin, Iván Tovstuja, en 1927 era en realidad sólo un catálogo de sus arrestos, lugares de exilio, principales publicaciones y cargos oficiales. Aunque mencionaba el apoyo de Stalin a Lenin contra Kámenev y Zinóviev en octubre de 1917, no había referencias a las posteriores campañas de facciones, y Stalin figuraba simplemente como «uno de los secretarios del Comité Central del Partido desde 1922»: se omitía su título completo de secretario general[1]. Con el ascenso de Stalin a la cima del poder político a finales de la década de los veinte, todo esto empezó a cambiar. Después de derrotar a Bujarin y a la Desviación de Derechas, quiso ser apreciado como alguien mucho más importante que un simple administrador del partido. El 21 de diciembre de 1929, fecha del (supuesto) quincuagésimo cumpleaños de Stalin, la celebración adquirió la pompa de una ceremonia estatal[2]. Aunque se sintiera avergonzado (y de hecho se cuidaba de parecer ridículo por permitir elogios excesivos)[3], sus propios intereses políticos le dictaban la necesidad de ser aclamado por los medios de comunicación en un período en que los opositores hacían una crítica mordaz. Stalin aspiraba a su propio culto personal.

Siguió expresando admiración por su antecesor. Aunque permitió que otros utilizaran los términos «marxismo-leninismo-estalinismo», se abstuvo de hacerlo. Incluso se negó a autorizar una edición completa de sus obras (mientras que Trotski ya había publicado veintiún volúmenes de sus escritos antes de caer en desgracia). En una gran conferencia sobre propaganda en Moscú en 1938, condenó los intentos de que se intentara colocarlo al mismo nivel que Lenin como teórico del partido. Insistió en que su obra Fundamentos del leninismo era sólo un trabajo de exégesis. La originalidad del pensamiento correspondía a Lenin, por lo que tenía sentido hablar de marxismo-leninismo y no de marxismo a secas. Pero no había que confundir al maestro con el alumno[4].

Sin embargo, con frecuencia dejó que su luz eclipsara la aureola que rodeaba a su predecesor. Comenzaron las comparaciones entre los dos hombres, en detrimento de Lenin. El historiador del partido, Yemelián Yaroslavski, sostenía que Stalin era el más decisivo de los dos líderes y basaba esta postura en la cantidad de años que Lenin había pasado en la emigración[5]. Pero habitualmente la degradación de Lenin se hacía en el aspecto visual más que en los escritos. El día de Año Nuevo de 1931 apareció en la primera plana de Pravda un dibujo de Stalin —mientras que Lenin aparecía sólo como un nombre impreso en un estandarte—[6]. Se utilizó una imagen similar para insistir en la grandeza de Stalin en los anales del comunismo soviético el día de Año Nuevo de 1937[7]. Se prefería publicar dibujos en lugar de caricaturas. Pravda siempre había evitado publicar representaciones humorísticas de los líderes del partido (aunque se consideraban de buen tono las de los políticos anticomunistas extranjeros). Esta tradición prosiguió a lo largo de la década de los treinta. No se toleraba la menor liviandad que infringiera la dignidad de Stalin y, cada vez que aparecía su imagen en los periódicos soviéticos, era en contextos que corroboraban su posición suprema. Los retratos de encargo tenían que mostrar a un genio inspirado con capacidad de decisión y sabiduría para cambiar la faz del estado y la sociedad de la URSS, y tanto editores como censores se afanaban por lograrlo.

Con frecuencia se sacaban fotos. Entre las más famosas hay una tomada en el momento en que alzó en brazos a la pequeña Guelia Markízova cuando ella le ofreció un ramo de flores[8]. Su luminosa carita sonriente adornó muchos libros en los años siguientes. No sabían los lectores que los padres de la niña perecieron en el Gran Terror muy poco después de ese gran día. Pero Stalin obtuvo lo que quería. Pudo hacerse representar como el amigo más tierno de todos los niños del país.

Buscaba identificarse con la gente joven en general. Pravda reprodujo muchas fotos donde saludaba a los héroes del trabajo, la ciencia o la investigación. Astutamente, no siempre monopolizaba la publicidad. La primera plana típica de los periódicos destinaba un espacio destacado a los jóvenes héroes del momento: los mineros o metalúrgicos estajanovistas, las lecheras que batían récords, los geógrafos exploradores o los aviadores de largas distancias. Se inducía a los ciudadanos a creer que el estado regido por Stalin se orientaba de manera dinámica hacia la ciencia, la educación, la meritocracia y el patriotismo. Los aviadores atraían particularmente a Stalin. Cuando apareció un libro que conmemoraba sus reuniones con personas de talento excepcional, se concedió a los aviadores soviéticos mucho más espacio que a cualquier otra categoría. Le encantaba encontrarse con ellos: «¡Sabe que volaré como un tigre para que nadie pueda desmerecer a nuestros aviadores!»[9] y, comprensiblemente, ellos se sentían muy complacidos por su cordialidad y por las medallas que les concedía[10]. Al compartir los elogios con otros ciudadanos soviéticos fuera del círculo de los poderosos líderes políticos mejoraba su imagen de hombre modesto del pueblo. Para Stalin, los aviadores y los exploradores tenían la ventaja de actuar lejos de la vista del público. En contraste, los directores industriales y los funcionarios del partido eran ampliamente impopulares y en realidad formaba parte de la rutina de Stalin reconvenirles cada vez que sus políticas (las de Stalin) eran causa de malestar. Los subordinados culpables servían a Stalin de pararrayos que desviaba el descrédito político hacia otros.

También buscaba vincularse con líderes de organizaciones oficiales y empresas de los niveles inferiores del estado soviético. Mientras hacía arrestar a una multitud de los cargos más antiguos durante la década de los treinta, trataba de atraer a los más jóvenes para que ocuparan su lugar. Tras haberse mostrado durante largo tiempo como un praktik, declaró en una recepción a funcionarios de la metalurgia y la minería del carbón que tuvo lugar en el Kremlin el 30 de octubre de 1937[11]:

Voy a proponer un brindis en cierto modo peculiar y poco convencional. Nuestra costumbre es brindar a la salud de los líderes [del Kremlin], de los jefes, presidentes y comisarios del pueblo. Por supuesto, esto no tiene nada de malo. Pero ademas de los grandes líderes también existen los líderes medianos y pequeños. Tenemos miles y miles de líderes medianos y pequeños. Son gente modesta. No sobresalen y apenas se hacen notar. Pero sería ceguera no percibirlos, ya que el destino de la producción en toda la economía de nuestro pueblo depende de esa gente.

Escogía sus palabras con sutileza a fin de no colocarse al nivel de su audiencia. No dejaba dudas de que era uno de los «grandes líderes» y el culto al Vozhd confirmaba que era el máximo. Esta mezcla de autoafirmación y modestia le hacía ganar amigos e influía en la élite del Kremlin, en el partido y en la gente.

A Stalin le gustaba que se le viera poniendo freno a las extravagancias de su culto. La reverencia tenía que ser muy efusiva, pero no debía llegar al ridículo. Con frecuencia reprendía a sus subordinados si, incapaces de adivinar su opinión, sobrepasaban los límites de la adulación. Se enojó ante el intento de publicar sus artículos anteriores a la Gran Guerra. Stalin escribió a Kaganóvich, Yezhov y Mólotov en agosto de 1936 —mientras estaba de vacaciones en el mar Negro— solicitando su colaboración para evitar la publicación[12] (por supuesto, pudo haber dado una orden directa e inmediatamente le habrían obedecido, pero Stalin también quería dar la impresión al Politburó de que seguía siendo miembro de un equipo político). Continuó haciendo comentarios mordaces acerca de lo que se escribía sobre él. Ante uno de sus médicos, M. G. Shnéidorovich, se quejó de las inexactitudes de los diarios soviéticos: «Mire, usted es un hombre inteligente, doctor, y debe entender: ¡en ellos no hay una palabra de verdad!». El médico empezaba a creer que contaba con la confianza del líder hasta que Stalin añadió que los médicos eran tan poco fiables como los periodistas —¡y contaban con los medios y la oportunidad de envenenarlo![13].

Sin embargo, Beria pudo publicar una historia de las organizaciones bolcheviques del Transcáucaso. Había logrado la aprobación de Stalin. El libro de Beria discutía la opinión establecida de que sólo los marxistas de San Petersburgo y los emigrados habían tenido un efecto decisivo en el destino del partido. Aunque los contenidos del libro eran en su mayor parte una ficción histórica, el tema de la importancia histórica de las regiones fronterizas hacía tiempo que debía haber sido objeto de atención (claro que Beria no era el verdadero autor: encargó la redacción del texto, se apropió de él y luego fusiló a los escritores). El gran rival de Beria en el Cáucaso, Néstor Lakoba, escribió un relato acerca de las experiencias de Stalin en la costa del mar Negro después del cambio de siglo[14]. También se publicaron algunas memorias de Stalin durante el exilio siberiano[15]. Con todo, no había muchos detalles acerca de los distintos episodios de su ascenso a la cima del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso antes de la Gran Guerra y de las circunstancias de su ingreso en el Comité Central en 1912. Muchas cosas se mantenían ocultas y Stalin las dejó así. El misterio servía a sus propósitos: de forma natural, la gente se inclinaría a suponer que había sido mucho más importante de lo que en realidad fue. Propició que esto sucediera al borrar a sus enemigos de la historia del bolchevismo. De forma gradual el resto de los bolcheviques que habían estado cerca de Lenin antes de la Revolución de octubre fueron eliminados de los libros de texto —y en la mayoría de los casos también lo fueron físicamente.

La grandiosa aclamación siguió en aumento. En junio de 1930, en el XVI Congreso del Partido, Stalin fue saludado con un «aplauso atronador y prolongado que se extendió en una larga ovación». El Congreso se puso en pie al grito de «¡Hurra!». Lo mismo ocurrió en el XVII Congreso del Partido en enero de 1934, cuando se produjo una tremenda ovación y gritos de «¡Larga vida a nuestro Stalin!». En el XVIII Congreso del Partido en marzo de 1939, después del Gran Terror, se consideró que esto no era lo más adecuado. Los organizadores del Congreso habían previsto cánticos de «¡Salud a nuestro líder, maestro y amigo, camarada Stalin!».

Se habían publicado abundantes biografías de Stalin. La obra del escritor francés Henri Barbusse sobre la vida del Secretario General, de 1935, fue traducida al ruso y puesta en venta en la URSS[16]. Fue Barbusse quien puso en circulación la frase: «Stalin es el Lenin de hoy». Pero ni siquiera Barbusse agradaba por entero a Stalin. Fue este desagrado el que le llevó en 1938 a hacer que el Comité Central encargara Stalin: una biografía, que narraba su vida desde su nacimiento en la pequeña ciudad de Gori hasta el presente. Se reafirmó su importancia fundamental en la teoría y práctica bolcheviques. La Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética (Bolchevique): Curso breve apareció el mismo año y cubría la historia del partido comunista hasta finales de la década de los treinta. Durante años habían existido versiones rivales de la historia de comunismo soviético. Varias habían disfrutado de la aprobación del Comité Central, y sus autores —Nikolái Popov, Yemelián Yaroslavski y Andréi Búbnov— obtuvieron cuantiosas sumas en concepto de derechos de autor. Sin embargo, se necesitaba una versión oficial cuando la ortodoxia más firme era asunto de vida o muerte. Se reunió a un equipo de escritores bajo la dirección de V. G. Knorin, Y. M. Yaroslavski y P. N. Pospélov para producir una obra de este tipo.

Stalin también participó de puertas para adentro; no sólo escribió un capítulo del Curso breve, sino que también editó el texto completo del libro cinco veces[17]. Se trazó una línea sucesoria legítima desde Marx y Engels, pasando por Lenin, hasta Stalin. El libro se caracterizaba por ser tendencioso y falso. En todos los puntos que habían sido objeto de discusión entre los revolucionarios marxistas, se sugería que sólo había una única expresión auténtica del marxismo y que Lenin y su seguidor Stalin la habían adoptado consecuentemente. La historia del comunismo soviético se abordaba en términos maniqueos. Estaban las fuerzas del bien lideradas por el leninismo y las fuerzas del mal y la traición representadas por los partidos antibolcheviques —social-revolucionario, menchevique, anarquista y nacionalistas de todas clases— y, posteriormente, las facciones bolcheviques hostiles a Stalin. El Curso breve denigraba a «los trotskistas, los bujarinistas, los desviacionistas nacionalistas y otros grupos antileninistas». Lenin jamás se había equivocado ni en la doctrina ni en la estrategia. Por suerte, un hombre igualmente infalible, el propio Stalin, le había sucedido.

Los dos personajes principales del Curso breve recibían diferente tratamiento. Por lo general se supone que el libro permitía a Stalin suplantar a Lenin en la mitología del comunismo soviético[18]. No es cierto. A pesar de que estaba creando su propio culto, todavía le resultaba útil reconocer la superioridad de Lenin[19]. Esto era obvio en el tratamiento de los primeros tiempos de la historia del partido. Mientras que la biografía oficial prestaba atención a la carrera de Stalin cuando era un joven revolucionario, su nombre apenas aparecía en los primeros capítulos del Curso breve[20]. En todo el libro había cuarenta y nueve citas de las obras de Lenin, pero sólo once de las de Stalin. Evidentemente, Stalin sentía la necesidad continua de envolverse en el manto de la memoria de Lenin[21]. En este aspecto destaca el tratamiento de la Revolución de octubre. Las páginas que se refieren a la toma del poder evitan toda referencia a Stalin[22] (las posteriores generaciones de historiadores no lo tuvieron en cuenta; en realidad cabe preguntarse si se molestaron en leer el Curso breve). La cuestión es que a finales de la década de los treinta Stalin, pese a dominar la escena política soviética, se dio cuenta de que era mejor poner ciertos límites al culto a su propia grandeza. Incluso el líder tenía que ser cauto.

Lo que es más, había muy poco en los escritos acerca de Stalin que diera una impresión vivida de él. Por lo general las apologías oficiales se asocian al «culto a la personalidad», ya que este fue el término usado por Nikita Jrushchov cuando denunció póstumamente a Stalin en 1956. Una traducción del ruso más exacta sería «culto a la persona». Así, la biografía de 1938 presentaba un mínimo de detalles de la primera mitad de la vida de Stalin antes de comenzar a catalogar sus acciones en el plano político. Apenas se prestaba atención a la familia, la escuela y su ciudad natal. Se desaconsejó la inclusión de relatos de su carrera en los comités clandestinos bolcheviques antes de la Gran Guerra; incluso su carrera en la Revolución de octubre, la Guerra Civil, el período de la NEP y los dos planes quinquenales apenas se describían tanto en la biografía como en el Curso breve. Desalentó todos los intentos históricos y literarios de explicar cómo llegó a pensar lo que pensó o cómo hizo lo que hizo antes de la instauración de su despotismo. En cambio, se esforzó en que los escritores, pintores y cineastas lo presentaran como la encarnación del partido más que como un personaje histórico verosímil. A pesar del interés de los medios de comunicación por Stalin, fue extremadamente poco lo que se permitió que se hiciera de dominio público acerca de su familia, educación, creencias, carácter o ideas.

Su vida privada también quedó particularmente oculta. Antes de 1932 nunca se mencionaba en los periódicos que era un hombre casado. Cuando apareció en lo alto del Mausoleo de Lenin estaba acompañado únicamente por dirigentes políticos. Pravda apenas dio una breve noticia de la muerte de Nadia[23]. Se adoptó la misma actitud respecto de la madre de Stalin. Pravda publicó artículos cortos acerca de la visita de Stalin en 1935, poco antes de la muerte de ella, y también se informó de su funeral[24]. Por lo demás, su vida íntima se ocultó celosamente. Hubo unas pocas excepciones. En 1939 aparecieron una serie de artículos de V. Kamisnki e I. Vereshchaguin acerca de los primeros años de la vida de Stalin, que incluían breves recuerdos de algunos de sus amigos de la escuela y documentos relacionados con su educación[25]. También se publicaron algunos documentos personales acerca de los períodos de arresto y confinamiento de Stalin[26].

La persistente austeridad del culto de Stalin invita al comentario. Una posibilidad es que reconociera que la mayoría de los aspectos de su vida pasada y presente difícilmente encontrarían aceptación entre los demás —de modo que extendió un tupido velo sobre ellos—. Esto es verosímil, pero poco probable. Stalin era un maestro de la invención histórica y los hechos reales no le habrían impedido inventar una biografía enteramente ficticia. Otra posibilidad es que Stalin sencillamente careciera de imaginación y como, a diferencia de Hitler —que contaba con Goebbels—, era el principal artífice de su culto, esto puede explicar la situación. Pero Stalin estaba rodeado de colaboradores deseosos de demostrarle su utilidad. No es verosímil que no le hubieran propuesto otras ideas. La explicación más plausible es que Stalin todavía consideraba que la austeridad era lo que más convenía al ambiente cultural ruso y a los gustos del movimiento comunista mundial. Después del XVII Congreso del Partido en 1934 había dejado de llamarse secretario general y en su lugar fue designado secretario del Comité Central del Partido. Más aún, hasta el 6 de mayo de 1941 rechazó rotundamente convertirse en presidente del Sovnarkom, pese al hecho de que este había sido el puesto de Lenin. Ni siquiera cedió a la tentación de crear para sí mismo el puesto de presidente del Politburó del Partido. Tampoco era la cabeza del estado. Este puesto siguió a cargo de Mijaíl Kalinin como presidente del Comité Central Ejecutivo del Congreso de los Soviets. Las cartas a la dirección suprema comunista a menudo no estaban dirigidas a Stalin, sino a Kalinin o a ambos[27].

Aun así, dominaba la vida pública de la URSS. La gente vivía o moría según su capricho. La actividad política, económica, social y cultural estaba condicionada por sus inclinaciones diarias. Era el guía magistral de los hombres y el administrador de los asuntos del estado soviético. Pero Stalin siempre había sido astuto. Había aprendido las ventajas de mostrarse modesto. Había llegado a la conclusión de que era mejor dejar que se pensara que no tenía sed de poder ni de prestigio. ¿Pudo haberle influido su interés en la trayectoria de Augusto, el primer emperador romano? Augusto nunca aceptó el título de rey a pesar de haberse convertido a todas luces en el fundador de una dinastía monárquica[28].

Por supuesto, Stalin deseaba ser adulado y su culto alcanzaba las mayores extravagancias; las restricciones que impuso tenían motivaciones pragmáticas. Se daba cuenta de que se granjearía más admiradores si se abstenía —y si lo veían abstenerse— de hacer las mismas afirmaciones extremas que proferían los aduladores del Kremlin. Para él era fundamental controlar el proceso. Se mantuvo alerta ante el peligro que entrañaba dejar que la gente le alabara por iniciativa propia y —por más extraño que parezca— prohibió a los círculos de debate (kruzhki) considerar tanto el Curso breve como su biografía oficial. La razón que dio fue que no deseaba que los ciudadanos, cansados después de un día de trabajo, tuvieran que asistir por la noche. En un intercambio con un propagandista del partido de Leningrado, le ordenó: «¡Déjelos vivir tranquilos!»[29]. Pero esto no era inocente. Los miembros del partido tenían que concurrir, como deber político, a reuniones después del trabajo. El objetivo real de Stalin sin duda era restringir el debate en su conjunto. Los textos de los dos libros eran bastante directos de por sí y todo el mundo podía estudiarlos con rapidez y facilidad por sí solo. Una vez que hubieran leído y digerido los textos, podían reunirse en las ceremonias y festivales organizados escrupulosamente por las autoridades en las calles, fábricas u oficinas.

Sin duda el culto arrojaba beneficios. Una anciana trabajadora textil de setenta y un años fue invitada a las celebraciones de la Revolución de octubre en la Plaza Roja en 1935, pero debido a que era corta de vista no alcanzaba a ver a Stalin. Se acercó de golpe a Ordzhonikidze y gritó: «Mire, pronto voy a morir. ¿Es que no voy a poder verlo?». Ordzhonikidze le contestó que no iba a morir y, mientras ella seguía caminando, se acercó un automóvil del que salió Stalin. La mujer empezó a aplaudir: «¡Oh! ¡Qué veo!». Stalin le sonrió y dijo con modestia: «¡Qué bueno! ¡Un hombre de lo más corriente!». Prorrumpió en llanto: «Usted es nuestro sabio, nuestro gran hombre (…) y ahora que le he visto (…) ¡puedo morir tranquila!». Stalin replicó: «¿Y por qué quiere morir? ¡Deje que se mueran los demás y usted siga trabajando!»[30].

Este pequeño episodio muestra que muchos ciudadanos, especialmente los que estaban agradecidos a las autoridades, tenían la urgencia compulsiva de reverenciarlo (también indica que Stalin, aunque gustara de estos elogios, reaccionaba con bastante brusquedad: ¡su preocupación principal era convencer a la anciana de que siguiera trabajando pasada la edad de la jubilación!). Asimismo, era mucho más probable que la gente demostrara su veneración cuando se encontraba entre una multitud influida por la atmósfera oficial. No sólo los ciudadanos sencillos, sino también muchos políticos e intelectuales sentían la necesidad intrínseca de exaltar su figura. Se consideraban bendecidos con tan sólo encontrarse con él o verlo. El escritor Kornéi Chukovski no era un estalinista por naturaleza. Desconcertado por el tipo de literatura que Stalin requería de los autores, se dedicó a escribir cuentos infantiles. Aun así, su diario de 1936 registra la siguiente impresión en un congreso[31]:

De pronto llegaron Kaganóvich, Voroshílov, Andréiev, Zhdánov y Stalin. ¡Qué diablos pasó en la sala! Él estaba de pie, callado, algo cansado, pensativo y magnificente. Se podía sentir la inmensa familiaridad con el poder, la fuerza y al mismo tiempo algo femenino y suave (…).

El hecho de que Chukovski estuviera fascinado por la «encantadora sonrisa» de Stalin dice mucho de los efectos del culto.

Pese a todo, el éxito no fue tan grande como había esperado Stalin. Entre los campesinos en particular había un penetrante disgusto hacia él y muchos aldeanos lo consideraban —siendo georgiano, ateo e internacionalista— como el mismo Anticristo. Tan extrema era la opinión que tenían hacia finales de la década de los treinta que muchos campesinos esperaban seriamente que hubiera guerra con Alemania, dando por supuesto que sólo una invasión militar podría derrocar al comunismo del poder y brindar la oportunidad de la descolectivización[32]. La hostilidad no se limitaba sólo a los habitantes del campo. Una carta de protesta con faltas de ortografía y errores gramaticales que cincuenta trabajadores de Leningrado le enviaron a Stalin y Kalinin en marzo de 1930 sostenía[33]:

Nadie simpatiza con el poder soviético y se os considera los verdugos del pueblo ruso. Por qué debemos llevar a cabo el Plan Quinquenal de forma tan brusca cuando ya nos habíamos empobrecido a pesar de toda la riqueza que teníamos en Rusia —tomemos el ejemplo del azúcar, que solía alimentar a los cerdos y que ahora no se puede encontrar ni pagando, y mientras tanto nuestros hijos se mueren de hambre y no hay nada para darles de comer.

La mentalidad popular asociaba directamente el período del Primer Plan Quinquenal con Stalin. Había pedido apoyo para la revolución industrial y cultural en esos años. El resultado fue que todo el mundo sabía a quién tenía que culpar de su penuria.

Hasta qué punto estaba extendido y qué profundidad tenía este odio es una cuestión que nunca podrá obtener una respuesta completamente satisfactoria. La NKVD proporcionaba informes acerca de la opinión popular con regularidad, pero tanto su lenguaje como su orientación dejaban mucho que desear. Los cuerpos de seguridad tenían interés en asustar a Stalin. El poder y prestigio de que disfrutaban se basaba en su capacidad para convencerlo de que solamente su vigilancia podía proteger al estado de sus millones de enemigos internos (lo que no quiere decir que a Stalin por lo general le hiciera mucha falta que le convencieran).

Aun así, sin duda muchos ciudadanos soviéticos, como la trabajadora textil, amaban al Líder. Las condiciones no empeoraron para todos en la década de los treinta. Había trabajo disponible, mejores salarios, vivienda y acceso a los bienes de consumo para quienes eran ascendidos. La negativa de Stalin a incorporar al orden soviético el principio del igualitarismo creó buenas perspectivas para ellos. Provenientes en general de la clase obrera o del campesinado, sus beneficiarios apenas podían creer en su buena suerte. Reemplazaron a las élites masacradas por orden de Stalin. La propaganda era burda, pero se adecuaba bien a los intereses particulares de los promovidos. Eran hombres y mujeres jóvenes, ambiciosos, brillantes y obedientes que deseaban prosperar en la vida. El sistema educativo reforzó el mensaje de que Stalin había puesto a la URSS en la senda del progreso universal. No hace falta decir que incluso estos promovidos pudieron haber albergado sus dudas. Era posible que algunos aspectos del líder y su política les agradaran y que al mismo tiempo desaprobaran otros. Mucha gente esperaba, contra toda evidencia, que finalmente se abandonarían las políticas del terror. Tal vez pensaron que Stalin pronto se daría cuenta de la necesidad de hacer reformas —y algunos pensaron que la violencia cesaría cuando dejara de escuchar a los consejeros que lo llevaban por mal camino[34].

Stalin dependía de esta ingenuidad. Difícilmente podía convencer a un kulak víctima de las purgas, a un sacerdote o a un opositor del partido de que lo amara. No podía esperar que un montón de obreros fabriles y kojozniki desnutridos y exhaustos le cantaran alabanzas. Pero es indiscutible que algunos de ellos lo admiraban. Y, por encima de todo, los miembros de la nueva capa administrativa deseaban mantenerse fieles a él, ya que les había dado un lugar en el mundo. Había transformado la economía y construido una potencia militar. Era el Vozhd, el Líder, el Jefe. El nombre de Stalin era grande en las mentes de los beneficiarios del orden estalinista.

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