Stalin

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LA FAMILIA DZHUGHASHVILI

La biografía oficial de Stalin apareció en 1938. Los primeros años de su vida se describen en las cinco primeras frases[1]:

Stalin (Dzhughashvili), Iósef Vissarionovich nació el 21 de diciembre de 1879 en la ciudad de Gori en la provincia de Tiflis. Su padre, Vissarion Ivanovich, de nacionalidad georgiana, descendía de campesinos de la aldea de Didi-Liio, en la provincia de Tiflis, y fue zapatero hasta que posteriormente se convirtió en obrero en la fábrica de zapatos Adejánov. Su madre, Yekaterina Gueórguievna, provenía de la familia de campesinos Gueiadze, vinculada a la aldea de Gambareuii.

En otoño de 1888 Stalin ingresó en la escuela religiosa de Gori. En 1894 Stalin terminó la escuela e ingresó en el seminario ortodoxo de Tiflis.

En la época de la publicación del libro los medios soviéticos abrumaban a los ciudadanos de la URSS con exageradas manifestaciones a favor de Stalin; pero los años de la niñez y adolescencia merecían muy poca atención.

Los comunistas de la época de Stalin no fomentaban los relatos que se detuvieran en aspectos de su vida privada. Para ellos la política era más importante que todo lo demás. Pero la susceptibilidad de Stalin era excesiva, incluso para los estándares de su partido, de modo que reunió a los autores de su biografía en el Kremlin para discutir el borrador[2]. Evidentemente, insistió en que sólo dos cortos párrafos cubrieran sus primeros años. Lo último que deseaba, como georgiano que gobernaba a los rusos, era llamar la atención acerca de su origen nacional. Había otras razones por las que su niñez le resultaba embarazosa. Como hombre que provenía de una familia desgraciada, no quería que el mundo supiera el daño que esto le había hecho. Además, no estaba nada orgulloso de su padre. Como revolucionario y ateo militante no quería reconocer la contribución del régimen imperial y de la Iglesia Ortodoxa a su desarrollo personal. La escasez de datos tenía aún otro propósito. Al envolverse en el misterio a los ojos de los ciudadanos soviéticos, Stalin esperaba granjearse la admiración del pueblo como gobernante. Por sus estudios de la historia rusa, sabía que los zares más efectivos habían restringido el conocimiento de sus vidas y opiniones personales. Al limitar lo que sus biógrafos podían escribir, aspiraba a crecer en la estima de los ciudadanos soviéticos.

La falsificación no le era ajena. La primera frase de esa biografía oficial era una mentira, porque Iósef Dzhughashvili no nació el 21 de diciembre de 1879, sino el 6 de diciembre de 1878. La verdad ha sido confirmada mediante investigaciones en los registros parroquiales de Gori[3]. No se sabe con certeza por qué puso en práctica este engaño. Pero no fue un error: Stalin siempre cuidaba mucho los detalles. A esta distancia de los hechos, sólo podemos especular. Aparentemente empezó a fabular acerca de su fecha de nacimiento después de dejar el seminario en Tbilisi y cabe la posibilidad de que el motivo fuera evitar el servicio militar: sin duda en esos años muchos georgianos alteraban los registros con ese propósito. Otra posibilidad es que simplemente tratara de confundir a la policía cuando entró en el movimiento revolucionario[4].

Sobre algunas cosas dijo la verdad. Su padre Besarión (o Vissarión en ruso) era realmente un zapatero que se casó con Ketevan (o Yekaterina en ruso) y vivían en Gori. Los Dzhughashvili eran súbditos de los zares rusos. La conquista total de la región del Cáucaso había tenido lugar poco tiempo atrás cuando, en 1859, el rebelde islamista Shamil, de Dagestán, fue capturado por las fuerzas imperiales. Algunas partes de Georgia no habían perdido del todo su condición autónoma hasta la segunda mitad del siglo XIX. Había sido el gobernante georgiano del Este, Irakli II, quien en 1783 había solicitado que su reino se convirtiera en un protectorado ruso. Siguieron otras adhesiones de territorio georgiano. Paulatinamente, los zares fueron derogando los acuerdos que garantizaban exenciones dentro del modelo que gobernaba el resto del Imperio. Se establecieron guarniciones militares. La autonomía de la Iglesia Ortodoxa georgiana fue abolida en 1811. A los campesinos rusos se les otorgaron tierras en Georgia. Se restringió la enseñanza de la lengua georgiana en las escuelas y los seminarios. Se controló la prensa georgiana. Los administradores rusos y los oficiales enviados al sur del Cáucaso robaron la dignidad nacional a los georgianos.

La pequeña ciudad de Gori, en Georgia central, se extiende junto al rápido río Mtkvari (o Kurá, como lo llaman los rusos). Está rodeada de colinas. En la más alta de ellas, al Norte, hay una gran fortaleza medieval —Goristije—, que en el siglo XIX era casi tan grande como la ciudad sobre la que se alzaba: sus muros y torres almenados se extienden como un enorme pulpo por las pendientes. El valle es ancho a la altura de Gori y en las colinas cercanas hay bosques de avellanos, nogales, abetos y castaños. En los días claros las montañas del Cáucaso se divisan a lo lejos. Cuando Iósef era un niño, la población era de poco más de veinte mil personas. La mayoría de las iglesias de la ciudad pertenecían a la Iglesia Ortodoxa Georgiana; pero también vivían allí muchos armenios, unos cientos de rusos y algunos judíos, e incluso había una colonia religiosa de dujobores[5]. La mejor educación local, disponible solamente para los varones, era la que ofrecía la escuela religiosa. La principal actividad laboral de Gori se relacionaba con el comercio con campesinos que llegaban a la ciudad con sacos de uvas, patatas, tomates, nueces, granadas y trigo, así como con sus vacas, cerdos y ovejas. La ciudad estaba a más de cincuenta millas por carretera de la capital georgiana, Tbilisi, a la que a pie se tardaba en llegar dos días. Había mucha pobreza en Gori. Para los campesinos, ésta había sido la norma durante siglos, pero, hacia finales del siglo XIX, también la mayoría de los nobles de la región pasaban por una mala época.

Gori no poseía grandes empresas; su economía se basaba en la producción artesanal y el comercio. Cebollas, ajos, pepinos, pimientos dulces, coles, rábanos, patatas y berenjenas crecían en un clima perfecto, y el vino atenurí producido de la uva ateni era muy apreciado. Las ovejas y vacas estabuladas en las pequeñas granjas de las laderas eran famosas por su calidad. En la misma ciudad de Gori existía un comercio floreciente de cuero y lana y los artesanos hacían zapatos, chaquetas y alfombras. Por todas partes había tiendas y establos. La mayoría de los propietarios eran sastres, zapateros y carpinteros. Las actividades profesionales se limitaban principalmente a los sacerdotes y los maestros. Los policías mantenían el orden. Existían varias tabernas y los hombres encontraban alivio en la bebida. Todo este escenario se mantenía más o menos igual desde que los rusos habían entrado en Georgia a petición de sus distintos gobernantes de finales del siglo XVIII. Sin embargo, Gori estaba cambiando. En 1871 la ciudad se hizo con una estación de tren junto al río Mtkvari. Los trenes permitían a los pasajeros llegar a Tbilisi en dos o tres horas. La penetración del comercio y la industria en la zona sólo era cuestión de tiempo.

Los georgianos como la familia Dzhughashvili se vestían con sencillez. Las mujeres usaban largas camisolas negras y cuando iban a la iglesia se tapaban la cabeza con pañuelos. Los sacerdotes vestían sotanas negras. El resto de los hombres no usaba ropa mucho más colorida. Chaquetas, camisas y pantalones negros eran lo corriente y nadie presionaba a los hombres de la clase trabajadora para que tuvieran un aspecto elegante. Los hombres aspiraban a mandar en sus casas con una sumisión total por parte de sus esposas, y Vissarión destacaba por su mal carácter y violencia. Las mujeres hacían todas las tareas domésticas, incluida la cocina. Esta era una de las glorias de la vieja Georgia, cuya cocina era una sorprendente combinación de los sabores del Mediterráneo oriental y del Cáucaso. Entre sus extraordinarios platos se incluían el esturión en salsa de granada, los kebabs de cerdo adobado y las berenjenas con pasta de nuez. Las ensaladas típicas también eran excelentes. La combinación kutaisi de tomates, cebollas, cilantro y nueces era todo un manjar. Pero las familias pobres, aunque mantenían sus vínculos con el campo, rara vez tenían la oportunidad de probar toda esa variedad de platos. De hecho, la gente como los Dzhughashvili solía subsistir principalmente a base de judías y pan. Para la mayoría de los habitantes de Gori la vida era muy dura y había pocas perspectivas de mejora.

Vissarión se casó con la joven de diecinueve años Ketevan Gueladze el 17 de mayo de 1874. El padre de ella había muerto cuando la muchacha era muy joven; ella y su madre tuvieron que ingeniárselas para subsistir en la pequeña aldea de Gambareuli[6]. Ketevan —llamada Keke por su familia y conocidos— se quedó embarazada muy pronto. De hecho, tuvo dos hijos antes de la llegada de Iósef. El primero fue Mijaíl, que murió al año de edad. Luego llegó Guiorgui, pero también murió pronto. Sólo Iósef sobrevivió más allá de la primera infancia. El 17 de diciembre de 1878 lo llevaron a la iglesia, donde fue bautizado por el arcipreste Jajásnov y el catequista Kvinikadze[7].

Aunque lo bautizaron como Iósef, todos lo conocían por el diminutivo de Soso. Muy poco más —de hecho nada más— se sabe acerca de los primeros años de su vida. Se podría suponer que el padre y la madre de Iósef, después de haber sufrido la pérdida de dos hijos a muy temprana edad, habrían tratado al tercero con especial cariño. Esto también habría estado de acuerdo con la tradición georgiana de mimar a un nuevo bebé en la familia. Los georgianos se parecen más a los italianos y a los griegos que a las gentes de la Europa del Norte en lo que se refiere a la atención a los niños. Vissarión Dzhughashvili fue una excepción porque nunca mostró ningún afecto por su hijo. Keke trataba de compensar esta carencia. Aunque era una madre estricta y dominante, le hizo sentirse especial y le vestía tan bien como se lo permitían sus finanzas. A Vissarión esto le molestaba. Keke deseaba con todo su corazón que Iósef tuviera una buena educación e ingresara en el sacerdocio, mientras que Vissarión quería que fuera zapatero como él. Casi desde el comienzo los Dzhughashvili tuvieron una relación desgraciada; y, lejos de aliviar la situación, la llegada de Iósef exacerbó la tensión entre ellos.

El temperamento de Vissarión a menudo estallaba con violencia contra su esposa. La ambición comercial que él había abrigado no tuvo éxito. Su negocio de zapatería artesanal no pudo adaptarse a los nuevos tiempos fabricando zapatos al estilo europeo —en lugar de los tradicionales zapatos georgianos— que se estaban volviendo populares[8]. Todo lo que intentó terminaba siempre fracasando y su fracaso como artesano independiente y la pérdida de la estima local probablemente aumentaron su tendencia a los arrebatos volcánicos. Perdió el control de la bebida. Pasaba más tiempo empapándose en vino en la taberna de Yákob Egnatashvili que atendiendo sus obligaciones familiares[9].

Según la mayoría de las versiones, Keke era una mujer devota. Iba a la iglesia, consultaba a los sacerdotes y deseaba que su hijo se convirtiera en uno de ellos. Sin embargo, algunos rumores la presentaban bajo una luz diferente. Sergo Beria, hijo del que fue jefe de policía de Stalin desde 1938, escribió que su abuela —que se hizo amiga de Keke en su vejez— hablaba de una mujer de vida ligera con inclinación a los chismes indecentes: «Cuando yo era joven limpiaba casas y cuando me encontraba con un buen mozo no perdía la oportunidad». Cuando Vissarión no proporcionaba el dinero que necesitaba la familia, al parecer Keke salía y vendía su cuerpo[10]. Según una versión más moderada, aunque ella no era verdaderamente promiscua, tuvo una relación con una de las personalidades más prominentes de Gori. Los candidatos habituales eran el tabernero, Yákob Egnatashvili, y el jefe de la policía local, Damián Davrishevi[11]. Como suele suceder en estos casos, no hay pruebas; pero una prueba circunstancial vino a completar las habladurías de los chismosos. Cuando Stalin alcanzó el poder supremo, elevó a los hijos de Egnatashvili a un alto rango y esto a veces se interpreta como una señal de que había un parentesco especial entre ellos[12].

La paternidad de Soso también se ha adjudicado, en ocasiones, a Damián Davrishevi. El hijo de Damián, Iósef, amigo de la infancia de Iósef Dzhughashvili, no podía dejar de notar el parecido físico entre ambos; y en el transcurso de su vida Iósef Davrishevi no excluyó la posibilidad de que fueran medio hermanos[13]. A finales de los cincuenta se investigó para reunir pruebas definitivas que condenaran a Stalin; y las autoridades no eran reacias a descubrir que la imagen de Keke como una simple campesina temerosa de Dios no era sino un mito. Si podía echarse barro sobre su madre, parte de él también salpicaría al hijo. Pero no se encontró nada.

Sin embargo, si los rumores de este tipo circulaban durante la niñez de Stalin, habrían contribuido muy poco a calmar la mente ya atribulada de Vissarión. Bien pueden haber sido el motivo fundamental por el que se hundió en la bebida, el vandalismo y la violencia doméstica. Conocido como el Loco Beso, se fue deteriorando a medida que su negocio se desmoronaba. Iba de mal en peor y Keke se consolaba como podía en la iglesia local. Ella también se ganaba la vida a duras penas haciendo trabajos de limpieza y costura: estaba decidida a impedir que su furibundo e incompetente marido destruyera su hogar. Beso mismo se dio cuenta de que no tenía ningún futuro comercial en Gori. Al igual que otros artesanos, buscó trabajo en el pujante sector industrial de Tbilisi. Allí encontró empleo como trabajador de la gran fábrica de zapatos de Emile Adeljánov en 1884. La jornada era larga y el salario escaso. Beso siguió bebiendo mucho y no hay constancia de que enviara dinero a Keke. Sus visitas a Gori no deparaban a su esposa e hijo ninguna tranquilidad: ebriedad y violencia era todo lo que podían esperar del gandul. Cuanto más se corrompía él, más buscaba Keke refugio emocional y espiritual dentro de los muros de la iglesia parroquial.

Existen otras versiones acerca del linaje de Iósef. La más grotesca de ellas sugiere que uno de los más famosos etnógrafos y exploradores de entonces, el noble Nikolái Przhevalski, tuvo una relación ilícita con Keke Dzhughashvili y que Iósef fue el producto de ese romance. Esto no sólo es improbable, sino físicamente imposible. Przhevalski ni siquiera estaba en Georgia en la época en que Iósef Dzhughashvili fue concebido[14]. Nada de esto es realmente sorprendente. Cuando los personajes de origen oscuro se convierten en gobernantes famosos comienzan a tejerse leyendas en torno a ellos y con frecuencia se rumorea que su origen fue más noble de lo que se supone.

Según una variante de este tipo de leyenda, el líder no es de la nacionalidad que se pretende. En el caso de Stalin se decía que en realidad no era georgiano sino de Osetia. Esto seguiría la pista de los ancestros de la familia Dzhughashvili (pero no de la familia Gueladze) hasta las montañas más allá de la frontera septentrional de Georgia. El mismo apellido bien podía tener una raíz no georgiana, sino precisamente de esta procedencia. Los pueblos del Cáucaso se habían desplazado por la zona durante siglos e incluso la somnolienta ciudad de Gori había recibido intrusos mucho antes de que los rusos se impusieran. Detrás de la historia de la ascendencia osetia, sin embargo, subyace la insinuación de que esto explicaría el salvajismo de la posterior tiranía de Stalin, ya que una creencia ampliamente difundida considera que la gente de la montaña es menos civilizada que los habitantes de las ciudades ubicadas en los valles. Más aún, para algunos georgianos tal genealogía los libera de la vergüenza de que se les relacione con tan célebre déspota. Ninguno de sus compañeros de escuela menciona nada de esto en sus memorias, pero casi seguro que durante su niñez se les prestaba atención[15]. Aunque Iósef Dzhughashvili creció orgulloso de pertenecer por nacimiento y cultura al pueblo georgiano, puede haber disimulado una temprana sensación de ser diferente de la mayoría de los otros chicos de la ciudad.

Las historias que Stalin contó a sus amigos y parientes desde la década de los treinta en adelante son una de las principales fuentes para saber qué sucedió en su infancia. Sin embargo, casi no hace falta insistir en que era un mentiroso empedernido e, incluso cuando no mentía directamente, a menudo exageraba o distorsionaba la verdad. Las historias que solía contar acerca de su niñez hacían frecuentes referencias a los estallidos de violencia alcohólica de Vissarión, pero todas sus historias deben ser tratadas con precaución. Cuando en 1931 el escritor Emile Ludwig le preguntó a Stalin acerca de su niñez, éste rechazó enérgicamente toda insinuación de maltrato. «No —afirmó—, mis padres no eran gente instruida, pero de ningún modo me trataron mal»[16]. Esto no se corresponde con otros recuerdos suyos. A su hija Svetlana le contó cómo se enfrentó a su padre y le arrojó un cuchillo cuando estaba golpeando una vez más a Keke. El cuchillo no dio en el blanco. Vissarión se abalanzó sobre el joven Iósef, pero no fue tan rápido como para alcanzarlo. Iósef salió corriendo y los vecinos lo escondieron hasta que la furia del padre se calmó[17].

Las memorias de sus amigos afirman, sin excepción, que Beso era un padre brutal. También se ha dicho que Keke no era reacia a darle palizas a su hijo[18]. Si esto fuera cierto, la casa de los Dzhughashvili habría estado llena de violencia, y el pequeño Iósef habría crecido dando por sentado que ése era el orden natural de las cosas. Tal vez dijo lo contrario cuando fue entrevistado por Ludwig porque tuvo la sensación de que se estaba tratando de buscar una causa psicológica que explicara su severidad política. No hace falta ninguna sofisticación psicoanalítica. Al igual que mucha gente que ha sido maltratada en la infancia, Iósef creció buscando a otros a los que pudiera maltratar. No todos aquellos que son golpeados por sus padres adoptan una personalidad asesina. Sin embargo, algunos sí, y parece ser que lo hacen más a menudo que el resto de la sociedad. Lo que hizo que las cosas fueran peores para el posterior desarrollo de Iósef fue que la violencia de su padre no era ni merecida ni predecible. Apenas puede sorprender que creciera con una fuerte tendencia al resentimiento y la venganza.

Keke Dzhughashvili era estricta con él, pero también le abrumaba con atenciones y afecto. En un momento en que bajó la guardia con el comandante del ejército soviético Gueorgui Zhúkov, durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin dijo que ella nunca le había permitido estar fuera de su vista hasta que tuvo seis años. También dijo que había sido un niño enfermizo[19]. Esto era expresarlo de una manera suave. Alrededor de los seis años cayó enfermo víctima de la viruela. Su madre estaba enloquecida. La viruela era casi siempre una enfermedad mortal y durante un tiempo ella creyó que iba a perderle. Las familias pobres como los Dzhughashvili no podían permitirse la visita del médico ni las medicinas. En estos casos, la mayoría de la gente de Gori conservaba la fe en los métodos tradicionales de curación. Se mandó llamar a una curandera —a la que Stalin luego llamaría una znajarka cuando hablaba en ruso— para que tratara a Iósef. Contra todo pronóstico, se recuperó. Las únicas secuelas se limitaron a las marcas en el rostro. Iósef Dzhughashvili se había salvado por poco. Esta situación se repetiría en los años siguientes. Aunque Iósef era propenso a las enfermedades, su capacidad de recuperación física le ayudaba[20].

No sería sorprendente que la crisis hubiera reforzado la actitud protectora de la madre. La desilusión que Keke sentía respecto de su marido se sublimaba en las grandes esperanzas que tenía puestas en su hijo Iósef, y el hecho de que fuera el único hijo que le había sobrevivido intensificaba su preocupación por él. Keke era la típica mujer georgiana de la época. No tuvo ninguna oportunidad de salir del círculo vicioso de la pobreza. Lo mejor que podía hacer era ganar algún dinero limpiando y cosiendo para familias mejor situadas. Así mitigaba un poco la miseria. El cambio a mejor tendría que esperar a la siguiente generación. Iósef era su única esperanza.

Pero ella no podía retenerlo en casa para siempre. Iósef tenía su propio modo de ver las cosas y quería ser aceptado por los demás chicos. Sin embargo, cuando Iósef empezó a salir a la calle tuvo que enfrentarse a otro desafío. Los muchachos de Gori formaban pandillas en cada uno de los pequeños barrios. Había mucho jaleo. También mucha mezcla de los diversos grupos nacionales. Los chicos que podían cuidar de sí mismos en los combates de lucha que se organizaban sin que los adultos lo supieran eran respetados. Las peleas a puñetazos eran frecuentes. A Iósef, que había estado pegado a las faldas de su madre, le llevó tiempo hacerse valer. Su contemporáneo Kote Charkviani escribió: «Antes de matricularse en la escuela no pasaba un día sin que alguien le pegara y, entonces, o se iba a la casa llorando o la emprendía con algún otro»[21]. Pero, como señaló Charkviani, Iósef estaba decidido a triunfar. No importaba cuántas veces lo derribaran, se levantaba y peleaba. Se saltaba las reglas si eso le ayudaba a ganar. Iósef era astuto. También era ambicioso: siempre quería liderar la pandilla y se sentía contrariado cuando no lo conseguía.

Por su parte, la madre seguía adorándolo y encaminándolo a la carrera eclesiástica; y él tenía que asentir siempre que ella estaba cerca. Era obligatorio ir a la iglesia regularmente. Pronto Iósef despertó la atención de figuras influyentes de la ciudad. Iósef era temeroso de Dios y brillante. Era exactamente la clase de chico que los sacerdotes deseaban admitir en la escuela religiosa de Gori, especialmente teniendo en cuenta el deseo de la madre de que su hijo ingresara en el sacerdocio. Se le concedió una plaza en el verano de 1888, cuando tenía diez años. Sus estudios comenzarían en septiembre.

Pese a que la familia Dzhughashvili era pobre, le estaban ofreciendo una oportunidad que sólo tenían unas pocas docenas de niños en toda la ciudad: se le iba a dar una educación. Recibiría una pequeña ayuda de tres rublos al mes[22]. De un recuerdo de Vano Ketsjoveli proviene un retrato suyo al comenzar los estudios[23]:

Vi (…) que entre los alumnos estaba parado un chico al que no conocía, vestido con un largo ajaluji [una sencilla túnica de tela] que le llegaba hasta las rodillas, con botas nuevas de bordes altos. Tenía un grueso cinturón de cuero fuertemente atado a la cintura. En la cabeza llevaba una gorra picuda hecha de tela negra con una punta charolada que brillaba al sol.

Ningún otro usaba un ajaluji ni unas botas semejantes, y los demás alumnos lo rodearon mirándolo con curiosidad. Obviamente su madre deseaba verdaderamente vestir a su hijo lo mejor posible; lo había mimado desde que nació. Ella nunca había ido a la escuela, y probablemente no entendía que al vestirlo de un modo diferente no le hacía ningún favor frente a sus compañeros.

Gradualmente comenzó a independizarse de ella. Cuando no lo veía, se quitaba el cuello blanco y se mezclaba con los otros chicos por la calle[24]. Adoptó la misma conducta en la escuela. Todos los relatos de primera mano registran su beligerancia ante cualquier rival. Pero también era devoto, trabajador y decidido a triunfar, y el camino que estaba transitando le ofrecía la oportunidad de salir de la pobreza que debía soportar en su casa.

Su inteligencia y diligencia fueron reconocidas. Los que lo rodeaban enseguida notaron sus rarezas: era voluble, astuto y susceptible. Pero todavía nadie tenía la sensación de que estos rasgos de su carácter llegasen a ser anormales.

Había tenido una infancia mucho más dura que la mayoría de los otros niños de la ciudad y muchas cosas se le perdonaban. Sólo de forma retrospectiva se hizo detectable la combinación de factores que dañaron de forma permanente su personalidad. Fue maltratado por su padre, al que odiaba. Al mismo tiempo, su madre lo trataba como si fuera una persona muy especial; se esperaba mucho de él. Al ser hijo único, su madre lo malcrió. Esto sólo puede haber incrementado su resentimiento ante el modo en que su padre se comportaba con él. Los mimos de Keke lo protegieron durante un tiempo de los rudos juegos de los chicos del lugar. Pero la voluntad de probarse a sí mismo seguía presente en él y la recurrente violencia de su padre le sirvió como modelo de la clase de hombre que quería ser. Aunque quería convertirse en sacerdote, también quería probar su fuerza. No había conocido la benevolencia por parte de su padre; no mostraría ninguna con quienes se interpusieran en su camino. No era el más fuerte de la calle, pero lo compensaba utilizando métodos que otros evitaban. Su deseo constante era estar en la cima y permanecer allí: ésta fue una de las pocas actitudes que compartían su padre y su madre, si bien cada uno a su modo.

La infancia del joven Dzhughashvili no predeterminó la carrera de Iósef Stalin. Hubo demasiadas contradicciones en su personalidad y en el trato que le dieron sus padres como para predecir un único resultado. Muchas cosas más tendrían que ocurrir antes de que llegara a forjarse su perfil psicológico, y esto incluyó tanto sus experiencias particulares como los acontecimientos en el mundo. Y, sin embargo, si Iósef no hubiera tenido esas experiencias infantiles no habría habido un Stalin. Para que crezca un árbol tiene que haber una semilla.

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