Stalin

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LA EDUCACIÓN DE UN SACERDOTE

Iósef necesitó algo de tiempo para obtener un rendimiento completo de esta oportunidad. Como no había hablado el ruso en su casa, permaneció en las clases preparatorias durante dos años. Pero demostró que podía aprender con rapidez y logró asimilar lo suficiente del idioma como para pasar de la clase de los principiantes. Comenzó el curso completo en septiembre de 1890[1]. A Beso Dzhughashvili nunca le había gustado la idea de que su hijo estudiara. En algún momento, cuando Iósef empezaba el curso en la escuela religiosa de Gori[2], hubo una terrible discusión entre Beso y Keke. El iracundo Beso triunfó y se llevó con él a Iósef de vuelta a Tbilisi para que trabajara en la fábrica de zapatos de Adeljánov. Iósef se convertiría en aprendiz y el plan de Keke de que entrara en el sacerdocio se frustraría[3]. Beso era un borracho y un artesano fracasado, pero su actitud no era inusual. Insistía en que un trabajo que era suficientemente bueno para él, era igualmente adecuado para su vástago.

Las autoridades consideraban la fábrica de zapatos de Adeljánov una de las más respetables de Georgia por el trato a sus ochenta trabajadores ya que, al contrario que las fábricas rivales, tenía su propia atención médica. Aun así, la mayoría de la gente pensaba que Emile Adeljánov, que había abierto su empresa en 1875, era un cruel explotador de su fuerza de trabajo. Los salarios eran bajos y las condiciones especialmente duras para los jóvenes: incluso las propias autoridades se preocupaban por el elevado número de jóvenes que había empleado Adeljánov y por los efectos que tendría sobre su salud crecer encerrados en un lóbrego edificio rectangular[4]. Adeljánov no era un filántropo. Cuando a finales del siglo, las condiciones del mercado se volvieron contra él, al instante recortó los salarios. El resultado fue una huelga que se peleó a muerte[5]. Sin embargo, a Beso Dzhughashvili el reclutamiento de menores para rebajar los costes le atrajo claramente. El dinero extra, aunque inicialmente fuera poco, llegaría a ser útil: Iósef podría comenzar a mantenerse solo. No vería mucho del centro de Tbilisi con sus palacios, catedrales y grandes establecimientos. Se alojaron en un cuarto barato en el barrio de Avlabari, en la orilla izquierda del río Mtkvari, y cada día pasaban junto a la prisión Meteji y cruzaban el puente hasta llegar a las calles sinuosas y empedradas del barrio de Ortachaala, donde se encontraba la fábrica. El primer encuentro de Iósef con el capitalismo fue cruel, rudo y deprimente.

Y, sin embargo, no podía dejar de notar lo diferente que era Tbilisi de Gori. En los alrededores de la fábrica de zapatos de Adeljánov se mezclaban las culturas. Aparte de la fábrica de zapatos Mantashov, rival de la otra, había sinagogas para los judíos de Tbilisi, algunas iglesias armenias y una media docena de iglesias georgianas. Allí cerca estaban los baños de sulfuro que habían sido usados por el gran poeta ruso Alexandr Pushkin a principios de siglo. Toda el área, incluyendo el burbujeante curso del río Mtkvari, se extendía a lo largo de surgentes de agua caliente valoradas por sus propiedades medicinales. Durante el tiempo que pasó en la fábrica, Iósef Dzhughashvili pudo ver que existía un mundo más amplio que experimentar que el que posiblemente había llegado a imaginar cuando estudiaba en Gori.

Si Beso se hubiera salido con la suya, no habría habido Stalin y la historia del mundo habría sido diferente. Para llegar a la cumbre del Partido Comunista Ruso en la década de los veinte era esencial tener una pluma fluida y convincente; y por mucho que criticara a los sacerdotes que le enseñaron, Iósef siempre les debería su educación. También debía agradecer a su madre que no se diera por vencida. Mirando por el bien de su hijo ausente, fue a ver a los sacerdotes de Gori y consiguió que la ayudaran a obligar a Beso a que liberase a Iósef del trabajo en la fábrica. Beso cedió y unos pocos meses después Iósef volvió a su pupitre en la escuela religiosa. No resulta sorprendente que no se hubiera convertido en un buen zapatero en ese breve período. Sus tareas se habían limitado a traer y llevar materiales a los adultos de la fábrica. Pero había visto lo suficiente de la manufactura contemporánea como para querer evitar que la experiencia se repitiese. Resultó ser la única oportunidad que tuvo de conocer de forma directa el trabajo industrial, pero ni una sola vez se refirió a ello por escrito. Aunque en los años posteriores escribiría sobre «la clase obrera» y «el sistema fabril», se inspiró en su mayor parte en las conversaciones que tuvo con trabajadores del tipo que él nunca llegó a ser.

Beso Dzhughashvili empezó a desaparecer de las vidas de Keke y de Iósef. No se sabe cuántas veces regresó a Gori, si es que hubo alguna. Lo que es seguro es que nunca volvió a vivir allí por mucho tiempo. La bebida parece haberlo dominado mientras pasaba de un trabajo a otro. Según una leyenda, Iósef asesinó a Beso. No se ha encontrado ni la más mínima prueba de ello y la verdad es probablemente mucho más prosaica. Beso, después de haber convertido su vida en un desastre, tuvo que arreglárselas él solo. Trabajaba en fábricas, bebía en la taberna y finalmente perdió todo control sobre sus actos. Según algunas historias, murió antes del cambio de siglo; pero lo más probable es que Beso, solo y acabado, muriese de cirrosis hepática en 1909[6].

En ausencia de Beso, Iósef quedó bajo el cuidado exclusivo de su madre. No está claro cómo se tomó Iósef la ruptura del matrimonio de sus padres y la partida de su padre. Pero se conservan indicios. Cuando publicó unos poemas entre 1895 y 1896, uno de sus seudónimos fue «Besoshvili». Está claro que no se trataba de una elección casual. Tampoco lo era la referencia en uno de sus primeros artículos al modo en que la economía capitalista ponía a los artesanos independientes bajo una enorme presión comercial y obligaba a la mayoría de ellos a abandonar sus talleres para buscar trabajo en una fábrica. La conclusión es inevitable. Iósef no compartía lo que su padre ambicionaba para él. No le gustaba que le pegasen. Se había enfurecido ante las exigencias y el comportamiento insoportables de Beso. Pero Iósef era un chico tan reflexivo como sensible. Cuando comenzó a pensar como un marxista, empezó a ver a Beso como una víctima de la historia[7]. Esto seguramente no habría pasado si, en su fuero interno, Iósef no hubiese conservado un sentimiento de afecto y comprensión hacia su padre. Esto puede parecer paradójico. Stalin, la víctima de Beso, conservó pensamientos afectuosos hacia el hombre que lo había maltratado. No es una reacción inusual. El hecho de que Beso hubiese desaparecido de su vida probablemente le ayudó a superar sus recuerdos.

De vuelta en Gori, Iósef retomó la vida de la iglesia, la escuela y la calle. Fue un período lleno de acontecimientos. Un día, mientras estaba parado a la puerta de la iglesia, Iósef fue atropellado por un faetón. Era un carro tirado por caballos, que normalmente tenía dos o tres asientos para los ocupantes, flejes de suspensión primitivos y un juego de ejes simple. No tenía capota ni techo y era una de las formas más baratas de carruaje. El que lo conducía ese día en Gori perdió el control del caballo. El faetón se abalanzó con fuerza hacia la multitud que estaba junto al muro de la iglesia y el joven Iósef Dzhughashvili no logró apartarse a tiempo. Pudo haber sido un accidente fatal[8].

Aunque el brazo izquierdo y las piernas del chico quedaron gravemente dañadas, se recuperó enseguida[9]. Muy pronto asistía de nuevo a la escuela. El daño físico, sin embargo, fue permanente. Le quedó el brazo izquierdo más corto y carente de flexibilidad. Por eso el ejército imperial no le llamaría a filas entre 1916 y 1917. Así pues, un caballo desbocado, al atropellar al joven de Gori, fue el instrumento que lo salvó de una posible aniquilación en la Gran Guerra. El accidente lo dejó desgarbado y aparentemente molesto por su apariencia. Y así otro elemento de tensión psicológica se añadió a la lista. La lesión tampoco contribuía a mejorar su habilidad en las competiciones de resistencia entre los muchachos de la ciudad. Pero Iósef estaba decidido a probarse a sí mismo. Su compañero de escuela Iósef Iremashvili recordaba cómo el joven Dzhughashvili siguió empleando métodos sucios para ganar a sus adversarios[10]. Nada lo satisfacía excepto la posición de líder. No pudo soportar que su amigo David Machavariani encabezara la pandilla de su calle. A veces se iba y se unía a otra pandilla antes que aceptar órdenes de Machavariani. Ésta era la clase de conducta que hizo que llegara a conocérsele por su «mal carácter».

Cuando esto no lo llevaba a ningún lado, aceptaba el liderazgo de Machavariani. Como todos los demás, tuvo que pasar por una serie de pruebas de iniciación para unirse a la pandilla. Los candidatos a ser miembros tenían que probar su habilidad corriendo una larga carrera, cometiendo un robo y sometiéndose a ser golpeados con una correa. Otros miembros de la banda eran Péter Kapanadze y Iósef Davrishevi[11]. El joven Dzhughashvili nunca olvidó esos días y siguió en contacto con Péter hasta que ambos fueron ancianos[12]. Esos amigos recordaban a Iósef como un muchacho bastante torpe. Nunca pudo dominar las danzas tradicionales de Georgia. La lekuri (conocida en Rusia como la lezguinka) siempre estuvo fuera de su alcance. Los muchachos de la ciudad competían por quién la bailaba mejor. Cuando un compañero lo hacía mejor, Iósef se acercaba a su rival y le golpeaba en las piernas.

Su madre comenzó a trabajar como costurera en la casa de la familia Davrishevi y Iósef Dzhughashvili empezó a ver a Iósef Davrishevi con mucha frecuencia. Algunos días escalaban hasta la fortaleza que se alzaba sobre la ciudad para ver a los pájaros que anidaban en las murallas. Pero no siempre se llevaban bien. Iósef Dzhughashvili no se privaba de robar la comida de su amigo. Cuando estallaba una disputa, el padre de Davrishevi salía y les daba otro plato. Dzhughashvili justificaba su mal comportamiento diciendo a su amigo que había conseguido que recibieran el doble de la ración normal[13]. Sin embargo, a veces abusaba de su suerte. Aficionado a mostrar lo resistente que era, desafiaba a chicos más fuertes a pelear. Quedó muy lastimado después de que un chico de otra pandilla le derribara diez veces en una pelea. Su madre se lo llevó a la casa y se quejó al jefe de policía Davrishevi, pero éste le replicó: «Cuando un pote de arcilla se choca con otro de hierro, es el de arcilla el que se rompe y no el de hierro»[14].

Los desmanes de Iósef no se limitaban a sus peleas con otros chicos. El brillante estudiante de la escuela era un granuja en las calles. Entre sus víctimas estaba una mujer deficiente mental que se llamaba Magdalena. Su socio en el crimen era el joven Davrishevi. Magdalena poseía un gato persa y los dos muchachos la molestaban atando una sartén a la cola del gato. El día de su santo se metieron en la cocina mientras ella estaba en la iglesia y le robaron un enorme pastel[15]. El asunto se resolvió sin demasiado alboroto, pero Davrishevi, que a duras penas podía declararse inocente, concluyó que esto demostraba que Iósef Dzhughashvili había sido desde siempre un elemento inmundo y perverso. Otro autor de memorias de su juventud, Iósef Iremashvili, tenía la misma opinión. Tanto Davrishevi como Iremashvili le imputaban la principal responsabilidad a su amigo. Partiendo de los mismos recuerdos ambos aseguraban que Dzhughashvili tenía un papel destacado aun cuando nunca logró su objetivo de ser el líder de la pandilla. El joven Dzhughashvili era irritable, voluble y ambicioso; también se sentía frustrado: nunca suplantó a David Machavariani como jefe de la pandilla. Pero al parecer no aceptó esta situación. Le molestaba. Tenía talento y deseaba que los demás lo reconociesen. Se resistía a esperar. Los demás debían mostrarle más respeto del que por lo general le tenían.

Hubo además otro aspecto de mayor alcance en la formación de su carácter. Se crio cerca de las montañas de Georgia, donde persistían tradiciones de venganzas de sangre, y se ha sugerido que su propensión a la violencia, la conspiración y la venganza surgieron de esta cultura. Aquí hay una dificultad obvia. La mayoría de los georgianos que accedieron a las instituciones educativas durante el último período imperial tendieron a adaptarse a una visión de mundo menos tradicional. Si es cierto que le influyó la cultura montañesa, Iósef tuvo la peculiaridad de no apartarse de ella. No todos los georgianos eran obsesivamente vengativos. La habitual insistencia en buscar compensación por una ofensa no implicaba necesariamente el principio de ojo por ojo y diente por diente. Las negociaciones entre el agresor y la víctima —o sus parientes— eran una alternativa para solucionar el problema. Había algo muy extraordinario en el carácter vengativo de Iósef. Mientras crecía, se hacía conocido por esta característica suya: gozaba derrotando a sus rivales, nunca se conformaba simplemente con vencerlos. La cultura popular georgiana hacía mucho hincapié en el honor. Éste implicaba lealtad a la familia, a los amigos y a los protegidos. En contraste, Iósef no se sentía obligado con nadie por mucho tiempo. Más tarde ejecutaría a parientes políticos, líderes veteranos que fueron sus compañeros y grupos enteros de comunistas de los que había sido jefe. En apariencia era un buen georgiano. Nunca dejó de venerar la poesía que amaba en su juventud. Ya en el poder, fue anfitrión de copiosas cenas a la manera caucásica. Le gustaba la diversión; mecía a los niños en sus rodillas. Pero no tenía un sentido tradicional del honor. Si conservó algunas actitudes y costumbres de su niñez, también hubo muchas que abandonó. La historia del siglo XX habría sido mucho menos sangrienta si Iósef Dzhughashvili hubiese sido mejor georgiano.

No sólo la cultura popular, sino también la literatura georgiana influyeron en él. Amaba los clásicos nacionales, especialmente la poesía épica de Shota Rustaveli, un poeta del siglo XIII al que los georgianos veneraban como su Dante[16]. Otro de sus preferidos era Alexandr Qazbegi, cuya historia El parricida había sido publicada con gran éxito en 1883. Iósef la adoraba. El personaje principal se llamaba Koba. El argumento contenía episodios de la historia de la gran resistencia liderada por Shamil contra el imperialismo ruso en la década de los cuarenta. Koba era un abrek. Este término no alude simplemente a un ladrón, sino a un montañés con temeraria hostilidad hacia cualquier autoridad. Para vivir, los abreks recurren tanto a la astucia como a la violencia, pero no atacan a la gente común. Su código de honor les permite ser despiadados y les incita a ello. Lo que castigan es la traición. No esperan que la vida sea fácil o que Dios los libere del infortunio, y El parricida sugiere que se puede esperar la traición por parte de amigos allegados. Pero la venganza es dulce; los abreks siempre perseguirán hasta la muerte a quienes les han hecho algún mal. Koba declara: «¡Haré llorar a sus madres!».

Los abreks causaron a la sociedad civil daños mucho mayores de los que Qazbegi admite. Como escritor urbano de Georgia, se esforzó por demostrar que las viejas costumbres del Cáucaso tenían una cierta nobleza. Escritores rusos como Pushkin, Lérmontov y Tolstói también incorporaron bandidos caucásicos a sus obras, pero rara vez —hasta el Hadji Murat de Tolstói en 1912— lograron presentar una visión convincente, y desde dentro, de la mentalidad de los proscritos de las montañas. Qazbegi no estaba a su altura como figura literaria, pero su popularidad entre los lectores georgianos fue enorme en el momento. Su tratamiento de la resistencia de Shamil omitía las referencias a sus proyectos islamistas. Brindó a los georgianos un sentido de orgullo nacional. Ofrecía un retrato admirable de las violentas tradiciones de las montañas: sangrientas rencillas, venganza, honor personal y vida fuera de la ley. Era una visión romántica más extrema en sus aspectos particulares que cualquiera de las que presentaban Walter Scott, lord Byron o Alexandr Pushkin. Qazbegi daba a entender que los valores dominantes en las ciudades y pueblos de Georgia —el cristianismo, el comercio, la educación, la ley y la administración— eran inferiores a las creencias y costumbres salvajes de los habitantes de las montañas.

Gori está en un valle y sus habitantes no eran rudos montañeses que vivieran del robo, el secuestro y el asesinato. Sin embargo, uno de sus amigos de la escuela recordaba lo impresionado que estaba Iósef por la obra de Qazbegi[17]:

Koba era el ideal de Soso y la imagen de sus sueños. Koba se convirtió en el Dios de Soso, en el sentido de su vida. Quería ser un segundo Koba, un luchador y un héroe —como él— cubierto de gloria (…). Desde entonces adoptó el nombre de Koba, de ningún modo quería que lo llamáramos de otra manera.

Las obras literarias admiten interpretaciones diversas. La historia de Qazbegi es excepcionalmente directa, y la posterior preocupación de Stalin por la venganza y el honor personal indican que el mensaje primordial de la obra se transmitió con éxito.

Uno de los acontecimientos más horribles de la infancia de Iósef debería interpretarse en relación con esto. Cuando Iósef era alumno de la escuela, dos «bandidos» fueron colgados en el patíbulo en el centro de Gori[18]. Este suceso dejó una profunda huella en la mente del niño, y muchos años después —cuando se publicaron detalles biográficos sobre él— permitió que se reprodujera el relato del ahorcamiento. Con frecuencia sus biógrafos han presentado su recuerdo de esos hechos como una prueba de su singularidad psicológica. Que Iósef desarrolló un gran «trastorno de conducta» es casi innegable. Pero no fue el único que presenció o recordó el ahorcamiento. Fue el acontecimiento más destacado de Gori en el último cuarto del siglo XIX. Sucedió lo siguiente. Un policía montado a caballo perseguía a dos montañeses para intentar apoderarse de su vaca. Ellos se resistieron. En el altercado que siguió le dispararon. Los enfrentamientos entre los bandidos y la policía no eran desconocidos en Gori y en los alrededores. Los tiroteos eran cosa frecuente. Generalmente los habitantes de la ciudad solían ponerse en contra de la policía. El odio a la autoridad estaba muy extendido. La defensa de la familia, la propiedad y la aldea natal se consideraban justificados a pesar de la legislación imperial. Así que cuando los bandidos capturados fueron sentenciados a muerte, el interés de la gente —y no sólo el de Iósef— fue enorme[19].

El jefe de policía Davrishevi había previsto la posibilidad de desórdenes cerca del patíbulo, de modo que le prohibió a su propio hijo que saliera de casa. Iósef Dzhughashvili fue a ver la ejecución acompañado por otros dos amigos. ¿Qué fue lo que vieron? La popularidad de los convictos llevó a las autoridades a ordenar a los tamborileros que desfilarán por la plaza y no dejaran de tocar con fuerza. La sentencia se anunció en ruso. Era justo lo que no había que hacer si se quería tranquilizar el ánimo de los espectadores. Alguien arrojó una piedra cuando el verdugo, protegido por soldados, iba a cumplir su cometido. Estallaron los disturbios. La policía estaba al borde del pánico cuando los bandidos fueron colgados. La muerte no llegó enseguida. Las sogas no habían sido bien atadas y las víctimas tardaron un tiempo insoportable en morir[20]. Los habitantes de la ciudad no creían que las víctimas merecieran tan terrible castigo. Los bandidos no habían infringido el código de honor local: estaban protegiendo lo que creían que era suyo. Eran héroes locales. El joven Davrishevi, él mismo hijo de uno de los oficiales de más alto rango de la ciudad, los describió como «santos mártires»[21]. Cuando Iósef y sus compañeros presenciaban el ahorcamiento, participaban del sentimiento general.

Esto no significa negar que Iósef sentía una atracción particular por la violencia en el trato hacia los enemigos. El Imperio estaba castigando a los súbditos rebeldes. Los habitantes de Gori debían soportarlo sin poder hacer nada para detener el proceso. Ni Iósef ni sus amigos dejaron registro alguno de sus impresiones. Pero no sería improbable que él llegara a la conclusión de que el poder estatal era un factor insoslayable y determinante en la sociedad y que, para que se produjese algún cambio sustancial, sería necesario usar la fuerza para enfrentarse al orden establecido. También pudo haber pensado que el castigo drástico de los delincuentes ayudaba a afianzar un régimen. Sin duda hubo muy poco en sus primeros años que fomentara un punto de vista sobre los asuntos humanos en el que no hubiera lugar para la violencia con un propósito determinado.

Iósef completó su curso al final del verano de 1894, la junta de la escuela religiosa de Gori lo recomendó para que ingresara en el Seminario de Tiflis y le dieron un certificado[22]. Su conducta en la calle no era la misma que en clase, donde era un muchacho que se portaba bien y un estudiante aplicado al que se aplaudía. Aprendió con gran rapidez el ruso, aunque su acento siguió siendo marcadamente georgiano; estudió aritmética, literatura y la Biblia. Su aplicación en Gori había sido ejemplar y había demostrado tener una magnífica memoria y agilidad mental. Iba a la iglesia con regularidad y tenía una buena voz, una ventaja para un aspirante a sacerdote, ya que los servicios de la Iglesia Ortodoxa siempre han hecho hincapié en los cánticos. Los sermones no eran corrientes y había pocos deberes pastorales fuera de la liturgia. Iósef era obediente. En Gori se lo recordaba como «muy devoto». Uno de sus compañeros de estudios, cuando en el año 1939 se le preguntó qué recordaba de entonces, dijo que Iósef había asistido puntualmente a todos los servicios religiosos y que había dirigido el coro de la iglesia: «Recuerdo que no sólo realizaba los ritos religiosos, sino que también nos hacía reparar siempre en su significado»[23].

Pese a la interrupción a causa de la enfermedad y del empleo en la fábrica, se puso a la altura del resto de los alumnos. La junta de la escuela estaba impresionada. En el título que recibió había excelentes calificaciones en todas las materias, excepto en aritmética (ésta no fue una carencia permanente: posteriormente resultó ser muy cuidadoso y efectivo cuando tenía que controlar las tablas estadísticas que le remitían sus subordinados)[24]. El director de la junta escribió en el título un «excelente» junto a la categoría de conducta. También obtuvo calificaciones óptimas en otras materias: antiguo Testamento, Nuevo Testamento, catecismo ortodoxo, liturgia, ruso y eslavo eclesiástico, georgiano, geografía, caligrafía y música religiosa rusa y georgiana. Obtuvo un cuatro en lugar de un cinco en griego antiguo[25]. Pero los borrones eran escasos. Iósef Dzhughashvili había completado el curso en la escuela religiosa de Gori con distinciones. El mundo eclesiástico georgiano se hallaba a sus pies. Pero era un muchacho con una personalidad compleja que hacía que sus allegados se sintieran incómodos. Con talento para el estudio, deseaba ser admirado como un chico valiente en las calles. Amaba a su madre y aceptaba las ambiciones que ella tenía para él, pero era lúcido y tenía sus propias ideas. Los sacerdotes escribían sobre él en términos muy elogiosos. Y, sin embargo, sus amigos, cuando llegaron a escribir sus memorias, recordaban ciertos hechos o detalles que tuvieron eco en su carrera posterior. Cabe la posibilidad de que inventaran o exageraran las cosas. Pero probablemente tenían razón en que Iósef Dzhughashvili era, en efecto, Stalin en potencia.

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