Stalin

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AMISTADES PELIGROSAS

La guerra de propaganda entre la URSS y los aliados occidentales se intensificó. Los diplomáticos soviéticos trataban como enemigos a sus colegas norteamericanos y británicos, y el sentimiento era recíproco. Cesaron los contactos culturales. Los países de Europa oriental, al igual que los partidos comunistas de Europa occidental, quedaron supeditados al Kremlin. En Occidente Stalin era presentado como el dictador vivo más malvado, casi tanto como el Führer alemán al que había derrotado. Al mismo tiempo Pravda denigraba a Truman y a Attlee por tener las mismas ambiciones de conquista mundial —así como métodos similares— que Hitler. Ambos bandos compartían la suposición de que podría producirse una Tercera Guerra Mundial entre los estados que hasta 1945 se habían unido en la lucha armada contra la Wehrmacht. En el mundo existían dos campos, armados hasta los dientes y rivalizando por la supremacía.

Sin embargo, ninguno de los dos buscaba el conflicto militar. Incluso Stalin, cuyo sombrío axioma era que una Tercera Guerra Mundial podría demorarse, pero que en definitiva era inevitable[1], no deseaba empujar a los Estados Unidos a un enfrentamiento con la URSS. Pero los hechos fortalecían su resolución de hacer frente a los norteamericanos. La coincidencia de la adquisición de la bomba A por parte de la URSS y la toma del poder en China alteraron el equilibrio mundial de poder. Aunque la tecnología bélica norteamericana seguía estando por encima de la de su rival, Stalin ya no iba a sentirse fácilmente intimidado en los encuentros diplomáticos. Pravda anunció el logro con orgullo. Se describía a los Estados Unidos como una amenaza militar a la paz del mundo y el estado soviético tomaba la delantera como el único poder que podía resistir las pretensiones norteamericanas. Lo que es más, la Revolución china significaba que la geopolítica de Asia en particular nunca volvería a ser la misma. La actitud inicial de Mao Tse-tung de rendir pleitesía a Stalin para conseguir ayuda económica era especialmente alentadora para Moscú. Cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética reclamaba su derecho a ser tratada como una potencia mundial al mismo nivel que los Estados Unidos.

Por supuesto, pocos regalos llegan sin envoltorio y Stalin sabía que el resurgimiento del poder de China bajo la dirección comunista podía complicarle las cosas. Mao podía consolidarse como un Tito chino. El movimiento comunista mundial, hasta entonces ampliamente unificado, podría verse minado por tendencias separatistas. Podría haber un choque directo entre la República Popular China y la URSS. O las cosas podrían deteriorarse de forma más indirecta. La República Popular China podría empezar a actuar en el plano de las relaciones internacionales sin consultar al Kremlin e involucrar de algún modo a la URSS en las consecuencias adversas.

Con todo esto en mente, Stalin envió a su ministro de Comunicaciones, Iván Kovaliov, a Pekín para ver en qué medida los comunistas chinos seguían sus recomendaciones. Fuera de lo habitual, le mostró a Mao el informe de Kovaliov[2]. Los motivos de Stalin no tenían que ver con la camaradería. Probablemente deseaba hacerle saber a Mao que la URSS sabía más de la política china de lo que Mao había imaginado. Kovaliov reveló que se habían realizado muy pocos esfuerzos reales para ganar a la clase obrera para la causa revolucionaria. Mencionó que la reforma agraria era desigual e incompleta. Kovaliov tampoco mostraba mucha consideración por la preparación ideológica de los cuadros del partido. En realidad percibió tensiones en la dirigencia de Pekín. Kovaliov le dijo directamente a Stalin que algunos dirigentes no sólo eran antinorteamericanos, sino también antisoviéticos. Se decía que el cercano colaborador de Mao, Chou En-lai, se preguntaba por qué, si se le había dicho a Pekín que evitara molestar a los Estados Unidos, debería rechazar los acercamientos provenientes de la vetada Yugoslavia[3]. Había muchas cosas que suscitaban la sospecha de Stalin y le hizo saber a Mao que, a menos que China siguiera la línea soviética, la ayuda de Moscú no llegaría.

Las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y la URSS no se habían roto, pero tanto Moscú como Washington entendían que la política mundial había entrado en un período de creciente incertidumbre. Stalin deseaba especialmente asegurar los intereses soviéticos frente a la China comunista. Comenzó como quería proseguir. Devastada por décadas de guerra civil, China necesitaba con urgencia ayuda económica extranjera y la URSS era la única fuente de ayuda posible. Stalin intentó regatear con dureza. Aunque se conformaba con empujar a China a que extendiera la influencia política comunista en Asia oriental, exigía que los chinos aceptaran la primacía de la Unión Soviética en el movimiento comunista mundial.

Sin embargo, los hechos del Extremo Oriente lo tentaron a correr el riesgo de inclinarse hacia una política exterior ofensiva. Desde que Corea había sido liberada de la ocupación japonesa se había producido una guerra civil intermitente y en 1948 la península se había dividido en dos estados separados. El mismo escudo militar americano que defendía Japón protegía Corea del Sur con Seúl como capital. Mientras tanto, Corea del Norte tenía un gobierno comunista con sede en Pyongyang que acudía a Moscú en busca de ayuda. Los ejércitos contendientes tenían abundantes suministros de equipamiento y asesores, y ambos estados coreanos partían de la base de que más tarde o más temprano las hostilidades se reanudarían de nuevo. El líder comunista coreano Kim II Sung fue a Moscú en marzo de 1949 y pidió un gran incremento de la ayuda a fin de poder atacar el Sur[4]. Stalin se negó y les aconsejó a los camaradas coreanos que continuaran con sus preparativos, pero que combatieran sólo si eran invadidos. Sin embargo, Kim II Sung deseaba ir a la guerra y siguió provocando a Seúl. No dejó de hacer propuestas a Stalin. En marzo de 1950 volvió a Moscú y argumentó con pasión que el Sur estaba allí para tomarlo. Afirmó que, si China podía unificarse bajo el liderazgo de Mao, Corea estaba lista para un plan similar bajo Kim II Sung.

Stalin tenía la costumbre de eludir este tipo de demandas de los líderes comunistas extranjeros, pero Kim II Sung tocó su fibra sensible y Stalin cedió repentinamente. No pudo haber sido la capacidad de persuasión del coreano lo que lo llevó a cambiar de opinión: Stalin era demasiado cauto para eso. Habían sucedido muchas cosas desde 1945. La adquisición por parte de la URSS tanto de su propia capacidad nuclear como de un poderoso aliado en China, le animó a pensar que ya no tenía que comportarse con debilidad ante los Estados Unidos.

Había subestimado mucho el potencial revolucionario del Partido Comunista Chino. Lo confesó en presencia de los líderes búlgaros y yugoslavos en una reunión en el Kremlin el 10 de febrero de 1948. Según el diario de Dimítrov, dijo[5]:

También dudé de que los chinos pudieran triunfar y les aconsejé que llegaran a un acuerdo temporal con Chiang Kai-shek. Oficialmente estuvieron de acuerdo con nosotros, pero en la práctica siguieron movilizando al pueblo chino. Y luego preguntaron abiertamente: «¿Debemos continuar con nuestra lucha? Tenemos el apoyo de nuestro pueblo». Nosotros dijimos: «Bien, ¿qué necesitáis?». Resultó que las condiciones eran muy favorables allí. Los chinos demostraron que tenían razón y nosotros nos equivocamos.

Stalin desempeñaba el papel de un líder que reconoce su propia falibilidad a fin de salirse con la suya los Balcanes. Pero el estilo estruendoso le salía con más naturalidad. La República Popular China, con su potencial económico y militar, podría convertirse en un quebradero de cabeza dentro del movimiento comunista mundial y Mao Tse-tung podría llegar a ser su pesadilla. Así que por una vez probablemente dejaba ver lo que realmente pensaba.

Tardó en darse cuenta de la necesidad de tratar a Mao con más tacto. Kim II Sung había hecho su último ruego en un momento en que Stalin estaba más dispuesto a cambiar de idea y, de cualquier modo, Stalin no podía saber con certeza si los chinos apoyarían a Kim II Sung incluso sin tener en cuenta el consentimiento de la URSS. Stalin no reveló sus cálculos. Para entonces Mólotov había caído en desgracia de forma extraoficial y ya no era su confidente. Todos los demás del Ministerio de Asuntos Exteriores simplemente seguían las órdenes de Stalin.

Así pues, en las reuniones que se celebraron en Moscú en abril y mayo de 1950 Stalin sancionó la petición de Kim II Sung de que apoyara la reanudación de la guerra por parte de los comunistas coreanos. Tanto Stalin como Mao se habían convencido de que la campaña militar sería corta y triunfal[6]. Las armas, municiones y otros equipamientos soviéticos llegaron a Corea por medio del Transiberiano. Kim II Sung comenzó su ofensiva el 25 de junio. Superiores en todos los sectores militares, las fuerzas comunistas coreanas barrieron el Sur y tomaron Seúl tres días más tarde. Parecía que la premisa básica de la discusión de Stalin con Kim II Sung estaba a punto de convertirse en realidad cuando se logró una rápida victoria antes de que el resto del mundo pudiera parpadear. Pero los dos interlocutores comunistas habían cometido un grave error de cálculo. Truman estaba conmocionado, pero no se arredró. En cambio, ordenó a sus diplomáticos que acudieran al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y se aseguraran de que votara a favor de llevar a cabo una intervención armada para impedir la invasión de Corea del Sur. Le facilitó la tarea un error cometido previamente por Stalin, que, al oponerse a que siguiera reconociéndose al régimen de Chiang Kai-shek en Taiwán como el legítimo gobierno chino y a su derecho a ocupar el lugar de China en el Consejo de Seguridad, había boicoteado el organismo. Ante la ausencia del veto soviético, el Consejo de Seguridad aprobó la propuesta norteamericana. Stalin rechazó el consejo de su ministro de Asuntos Exteriores de terminar con el boicot a fin de evitar que los norteamericanos y sus aliados aterrizaran allí con la legitimidad que les confería la sanción de las Naciones Unidas[7].

No había mostrado una torpeza similar desde 1941. Las fuerzas de las Naciones Unidas, principalmente norteamericanas, estaban al mando del general Douglas MacArthur. El rápido despliegue fue posible gracias a la ocupación norteamericana del cercano Japón y a finales de septiembre ya habían detenido el avance de los comunistas y recuperado Seúl. En el mes siguiente cruzaron el paralelo 38 y entraron en Corea del Norte. Kim II Sung estaba desesperado; no tenía otra alternativa que pedir a Stalin un apoyo militar efectivo, aunque sabía cuál sería la respuesta probable. Mao Tse-tung fue menos desdeñoso, ya que suponía que la guerra entre los Estados Unidos y la República Popular China era sólo cuestión de tiempo. Los chinos decidieron ayudar a los comunistas coreanos antes de consultar a Stalin. Pero Mao todavía esperaba que el Kremlin enviara armas para las doce divisiones que estaban a punto de salir de China[8]. La noticia del triunfo de MacArthur llegó a Moscú y le fue remitida a Stalin al mar Negro. La suya era una forma curiosamente distante de vigilar los intereses de la seguridad soviética, pese a su capacidad de mantenerse al tanto por teléfono y telegramas. Cuando estaba en el Sur se desligaba de las frenéticas discusiones cara a cara con los dirigentes políticos y militares, tal como había sido su costumbre durante la Segunda Guerra Mundial. De pronto se agudizaba la crisis en la península de Corea y Stalin tenía que tomar una decisión estratégica. Kim II Sung reclamaba con urgencia un incremento de la ayuda y afirmaba que sin ella los comunistas pronto perderían la guerra por completo.

Stalin tenía la opción de acceder a la petición de Kim II Sung o simplemente apartarse de la guerra antes de que las cosas se le fueran por completo de las manos. El problema era que la geopolítica sin duda se tornaría favorable a los Estados Unidos a menos que se apoyara la causa comunista en Corea y la humillación para Stalin y la URSS sería inmensa, ya que era un secreto a voces que la ayuda encubierta que los soviéticos ya habían prestado a Kim II Sung había sido considerable. Era un momento delicado. Mientras se maldecía a sí mismo por haberse dejado convencer por Kim II Sung a principios de año, no podía fallarle en la crisis. Aun así tenía que procurar no acrecentar la hostilidad entre la URSS y los Estados Unidos hasta el punto de que estallara una guerra entre ambos. Eligió comportarse con astucia. El 1 de octubre envió un telegrama a Pekín reclamando a Mao que enviara «seis o siete divisiones» al paralelo 38. Era la latitud que separaba en dos mitades a Corea. Si los comunistas podían repeler el avance en ese punto, Kim II Sung podría retener un área de proporciones respetables. Stalin tenía que evitar a cualquier precio una colisión directa entre las fuerzas de los Estados Unidos y de la URSS mientras seguía defendiendo los intereses geopolíticos soviéticos. Había que persuadir a Mao de que los chinos tenían que asumir por sí solos la responsabilidad de defender Corea del Norte. Parecía raro que Stalin, que recientemente se había situado por encima de Mao como líder de una potencia económica y militar ya poderosa, se deshiciera del peso de la guerra con tanta ligereza. ¿Cómo podía dar con la cuadratura del círculo?

Lo hizo principalmente mediante la fuerza de los argumentos. Al escribir a Pekín, afirmó[9]:

Desde luego debo considerar el hecho de que, pese a su falta de disposición, los Estados Unidos todavía podrían lanzarse a una guerra a gran escala por razones de prestigio; consecuentemente China sería arrastrada a la guerra y la URSS, ligada a China por el pacto de ayuda mutua, también se vería arrastrada a la guerra. ¿Tenemos que temer esto? En mi opinión no, ya que juntos seremos más fuertes que los Estados Unidos y Gran Bretaña (…) Si la guerra es inevitable, dejemos que se produzca ahora y no dentro de unos años, cuando el militarismo japonés resurja como aliado de los Estados Unidos y cuando los Estados Unidos y Japón cuenten con una cabeza de puente disponible en el continente [asiático] en forma de la Corea de Syngman Rhee.

El razonamiento está claro. Todavía afirmaba esencialmente que los norteamericanos no estarían por la labor de combatir. Pero si esto era cierto, ¿por qué Stalin insistía en que los chinos combatieran en su lugar?

En cualquier caso, la República Popular China tenía el permanente temor de que su integridad territorial se viera amenazada si Syngman Rhee, el político coreano apoyado por los norteamericanos en el sur del país, llegaba a gobernar toda Corea. Se sucedieron tensas negociaciones. Mientras que Stalin trataba de conseguir que los chinos combatieran en el Extremo Oriente en nombre del comunismo mundial, Mao y sus camaradas trataban de conseguir la máxima cantidad de equipamiento soviético. Ambas partes estuvieron cerca de romper las conversaciones sobre Corea[10]. El 12 de octubre Stalin se la jugó enviando una carta a Kim II Sung en la que le decía que la guerra estaba perdida y le aconsejaba evacuar a sus fuerzas hacia China y la URSS por razones de seguridad[11]. Mao cedió al día siguiente y Stalin pudo anunciar a Kim II Sung que los camaradas coreanos pronto recibirían grandes refuerzos de tropas chinas. Teóricamente las tropas estarían compuestas por voluntarios, pero en la práctica serían divisiones tomadas directamente del Ejército Popular de Liberación. El 19 de octubre cruzaron el río Yalu en dirección al territorio coreano. En cuestión de días entablaban combate con las fuerzas lideradas por los norteamericanos[12]. Lucharon con la ayuda prometida por Stalin. Contaron con abundantes suministros de armamento y municiones soviéticas y, en cuanto a los aviones de combate, Stalin era muy consciente de que la aviación debía ser utilizada adecuadamente, de modo que mandó a sus propios aviadores vestidos con uniformes chinos.

Después de ciertas vacilaciones, Stalin había cumplido. Lo que había comenzado como una guerra en los confines de Asia podía convertirse en un conflicto mundial con los miembros victoriosos de la Gran Alianza enfrentados a muerte. Stalin no reveló sus cálculos, pero probablemente influyó una mezcla de factores. No deseaba un estado títere de los Estados Unidos en sus fronteras. No quería que la URSS perdiera prestigio en el movimiento comunista mundial mientras que la República Popular China ayudaba a un poder comunista hermano. También debió de haber tenido la sensación de que Mao tenía una clara oportunidad de lograr lo que Kim II Sung no había podido hacer. La logística del abastecimiento militar era más fácil para China y la URSS que para los Estados Unidos. Tal vez Stalin también adivinaba que las fuerzas norteamericanas se verían maniatadas y extenuadas en Corea incluso si no se las derrotaba completamente. La suposición básica de Stalin era que la guerra mundial podría posponerse pero no evitarse. Fueran cuales fueran sus reflexiones sobre la situación coreana, no dejó que nadie las conociera. Mantenía la posición, como en agosto de 1941 cuando Ribbentrop fue a cortejar al Kremlin, de ignorar las opiniones de otros y convirtió en un hábito dejar pocas pistas del proceso mental que había seguido antes de tomar una decisión importante. Esto lo ayudó a seguir teniendo sobre ascuas al resto del mundo. Cuanto más enigmático fuera en la política mundial, menos probable era que se diera por sentado lo que iba a hacer.

Los acontecimientos se pusieron cada vez más difíciles en Corea; Stalin y sus colaboradores sopesaban qué hacer. Entraron en juego factores más amplios. Aunque pragmático, Stalin también era un hombre de presupuestos ideológicos y creía verdaderamente que los tratados firmados al final de la Segunda Guerra Mundial eran documentos destinados a romperse en pedazos cuando el mundo se lanzara a una Tercera Guerra Mundial. Mientras tanto, había que aprovechar las oportunidades de expandir la influencia comunista. Los espías de Stalin le llevaron a la conclusión de que Truman no intervendría para salvar al impopular gobierno de Corea del Sur[13]. La URSS se había hecho con armas nucleares efectivas en agosto de 1949, de modo que los Estados Unidos tenían que actuar con más cuidado. La alianza chino-soviética aumentaba todavía más el peso de Moscú en el mundo —y en realidad Stalin tenía que tener en cuenta el hecho de que Mao Tse-tung era plenamente capaz de ofrecer un apoyo efectivo a Kim II Sung con independencia de los deseos de Stalin: Mao tenía incluso más libertad de elección que Tito.

La entrada de China en la Guerra de Corea inclinó la balanza a favor de la causa comunista. El Ejército Popular de Liberación cruzó el río Yalu en dirección a Corea el 19 de octubre de 1950 y la campaña de MacArthur se vio en serios apuros, especialmente después de la llegada de las unidades aéreas soviéticas en el mes siguiente[14]. Se dio otro paso hacia una guerra mundial el 31 de diciembre, cuando las fuerzas chinas avanzaron hacia el Sur y cruzaron el paralelo 38. Al mes siguiente se tomó Seúl. MacArthur pidió permiso para llevar la lucha a suelo chino. En ese momento ni Stalin ni Mao estaban en disposición de transigir. El mismo hijo de Mao fue movilizado para la guerra (murió en combate)[15]. Parecía que los norteamericanos estaban a punto de perder la guerra en la península de Corea[16].

Mientras tanto, Stalin tenía que ocuparse de Europa y estaba especialmente preocupado por Italia y Francia. Grecia ya no le interesaba: no había intervenido en la guerra civil, los comunistas griegos le habían disgustado reclamando su permiso para operar como si fuera posible que los socialistas tomaran el poder y había dejado Atenas a merced del fanatismo represivo del gobierno de Alexandros Diomidis. Italia y Francia eran otra cosa: sus partidos comunistas le dieron muchos menos problemas y había sido fácil acallar a los dirigentes que se proponían seriamente llevar a cabo una insurrección en Roma y en París. Cuando las relaciones con los aliados occidentales empeoraron, se convirtieron en los peones del juego europeo de Stalin. Aunque su estrategia siguió siendo evitar la guerra con los Estados Unidos, no le importaba fastidiar a los norteamericanos siempre que podía. Por esta razón exigió a los partidos comunistas francés e italiano que llevaran a cabo una política más alborotadora. Esto se explicó a los representantes de Italia y Francia en la II Conferencia de la Cominform en junio de 1948. Como de costumbre, Stalin y los dirigentes soviéticos no admitieron haber cometido ningún error. En cambio, se culpó a Togliatti, Thorez y sus subordinados de no haberse dado cuenta de la necesidad de tomar medidas más radicales que las que el Kremlin había estipulado previamente.

A comienzos de la década de los cincuenta el control que Stalin ejercía sobre los asuntos mundiales era más débil que en los años anteriores. La guerra de Corea se recrudecía y, con los pilotos y el equipamiento soviéticos, podía desembocar en una Tercera Guerra Mundial. La República Popular China lo complicaba todo al instar a Stalin a pelear hasta la muerte; el comportamiento de Mao Tse-tung demostraba que podía ser tan independiente de Moscú como Tito —y en realidad China se jugaba mucho en sus aventuras en el extranjero—. Stalin no podía controlar ni siquiera todos los partidos comunistas de Europa. Cuando convocó a Palmiro Togliatti para que dejara Italia y tomara una posición dirigente en la Cominform, recibió un enérgico rechazo; Togliatti deseaba guiar al Partido Comunista Italiano a través de las complicaciones de la política italiana de la posguerra y no tenía interés en arriesgar su vida trabajando cerca de Stalin. Mientras tanto, Tito seguía imperturbable como máxima autoridad en Belgrado. En todas partes de Europa oriental había un silencio sepulcral en lo político, pero bajo la superficie las democracias populares estaban lejos de la calma: el rencor por la toma del poder de los comunistas en estos países era profundo y sólo la amenaza de una represión incondicional mantenía el orden en beneficio de Stalin.

Sin embargo, la guerra de Corea representó el mayor peligro para los intereses soviéticos. Stalin no pudo pasar por alto que los americanos les aventajaban en número de armas nucleares y en la proximidad de sus bases en el extranjero. Sin embargo, es posible que supiera más acerca de las intenciones de Truman y que nadie se percatara de ello en el momento. Existían agentes soviéticos en la clase dirigente británica. Entre ellos estaban Kim Philby y Donald Maclean. Cuando el primer ministro Clement Attlee voló a Washington a principios de diciembre de 1950 para protestar por los debates secretos acerca del uso de bombas nucleares en la Guerra de Corea, el presidente Truman le aseguró que sólo se utilizaría armamento convencional. Es muy probable que Maclean, jefe de la sección norteamericana del Foreign Office, enviara la noticia a Moscú. Stalin pudo haber sabido de este modo que Truman no buscaba un enfrentamiento[17]. Aun así, podría haberse desarrollado una guerra mundial con armamento convencional y no había modo de garantizar que un lado u otro, en algún momento desesperado, no recurriera a su arsenal nuclear. Aunque Stalin no era un jugador completamente temerario, tampoco era del todo cauto. Arriesgó mucho, mucho más de lo que debía si realmente consideraba la paz mundial como una prioridad suprema.

No estalló una Tercera Guerra Mundial. Pero la situación se desarrolló de un modo que se asemejaba peligrosamente a un conflicto mundial a todos los efectos y gran parte de la responsabilidad recae sobre los hombros de Stalin. Si no hubiera financiado y equipado a Kim II Sung, la guerra civil de Corea no habría sido retomada con la intensidad que adquirió.

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