Stalin

Stalin


I. El revolucionario » 8. En el centro del partido

Página 14 de 74

EN EL CENTRO DEL PARTIDO

Los líderes del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en la emigración tardaron en reconocer a Iósef Dzhughashvili como un dirigente de talento. La composición de la élite dirigente no era inamovible, pero sin el auspicio de alguno de sus miembros era difícil que alguien pudiese sumarse a ella. Dzhughashvili no se hizo a sí mismo ningún favor quedándose en el sur del Cáucaso y en Rusia. En las reuniones de Tampere y Estocolmo había sostenido con firmeza sus opiniones. En cada ocasión había puesto objeciones a Lenin[1], que era el único dirigente del que cabía esperar que sugiriera su inclusión en el Comité Central. Lenin seguía muy atento a Rusia; incluso se mostraba dispuesto a dejar Georgia en manos de los mencheviques con la condición de que no metieran las narices en los asuntos del marxismo ruso[2]. Dzhughashvili no estaba de acuerdo. Para él, la expansión industrial y comercial de Bakú, Tbilisi y Batumi le daban a la zona una importancia comparable a la de las regiones del centro y el norte de Rusia; y no cambió de postura hasta que la facción bolchevique le encomendó tareas en otros lugares. Lo que ya estaba claro era su voluntad de mantener sus opiniones en las asambleas del partido fuera de la región. No se había unido al movimiento marxista para que sus propósitos quedasen sepultados por la política oficial del partido.

La promoción, cuando llegó, vino de manos de Lenin. Después de años de difícil e irregular cooperación con los mencheviques, Lenin consideró que ya había llegado a un punto límite. Hacia 1911 las desventajas de compartir un partido con ellos y con las diferentes organizaciones regionales no rusas sobrepasaban a las ventajas. Planeaba convertir la facción bolchevique —o más bien a aquellos bolcheviques que le seguían siendo leales— en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso y tratar a todas las demás facciones como si ya no formaran parte del partido.

Los mencheviques habían denunciado la aprobación de los atracos a bancos por parte de Lenin como un medio de financiar el bolchevismo. También querían su parte del dinero de la herencia de dos hermanas llamadas Schmidt, que pertenecía al partido en conjunto. Pero Lenin pretendía que todos los fondos quedasen en manos bolcheviques. Éste no era el único problema. Los partidos marxistas no rusos —polacos, letones y lituanos, así como el Bund judío— estaban causando problemas al criticar sus políticas. Incluso dentro de la facción bolchevique había disidencias. Cuando Lenin expulsó a Alexandr Bogdánov, se dio cuenta de que muchos bolcheviques seguían considerando el cisma como algo innecesario y contraproducente. Tan confiado en sí mismo y tan hábil como siempre, Lenin convocó una asamblea del partido en Praga. A pesar de que se había asegurado de que todos excepto un par de participantes serían leninistas leales, le dio el nombre de Conferencia del Partido. En esencia estaba dejando de lado incluso la apariencia de coparticipación en el mismo partido. Las sesiones comenzaron en enero de 1912. Las tácticas de Lenin, que buscaban la escisión, desconcertaron a los delegados y algunos no dejaron de condenar sus obsesivas polémicas de emigrado. Pero Lenin siguió con su plan. Se eligió un Comité Central y Lenin comenzó a actuar como si los mencheviques no existieran.

Por entonces Dzhughashvili estaba varado en Vólogda; pero la ciudad estaba unida directamente a San Petersburgo por tren y Lenin en absoluto se había olvidado de él. Lenin había formado una «escuela del partido» en 1911 en Longjumeau, en las afueras de París, y Dzhughashvili era una de las personas a las que quería tener a su lado. «Gente como él —le decía al menchevique georgiano Guiorgui Uratadze— es justamente lo que necesito»[3]. Longjumeau era un pueblo tranquilo en el que Lenin había preparado un programa de conferencias y reclutado a varios conferenciantes marxistas, además de él mismo, para que enseñaran a los jóvenes bolcheviques las bondades de las doctrinas y la historia del partido. El objetivo era inculcar a los estudiantes una firme lealtad al bolchevismo; y Dzhughashvili, que ya había hecho su contribución como escritor bolchevique en los más altos niveles de la facción, era un candidato natural. Otro bolchevique georgiano al que Lenin había echado el ojo era el futuro compañero de Dzhughashvili, Sergo Ordzhonikidze, que estudió en Longjumeau y le impresionó. De un modo u otro, sin embargo, Dzhughashvili no recibió la invitación. Tal vez sucedió simplemente que Lenin no disponía de alguien para que llevara el mensaje hasta Vólogda. De cualquier modo, Ordzhonikidze impresionó tanto a Lenin en Longjumeau que lo designó para que hiciera los preparativos de la Conferencia de Praga[4].

De haber asistido Dzhughashvili al curso de Longjumeau, tal vez le habría dado a él esta misión. Casi con seguridad habría ido a Praga e incluso habría sido elegido para el Comité Central. Tenía un abanico de aptitudes, especialmente como escritor y editor, más amplio que el de su amigo Ordzhonikidze. Sin embargo, esta elección no le habría hecho un favor. El nuevo Comité Central incluía a un tal Román Malinovski, que era un agente pagado por la Ojrana. Todos los miembros del Comité Central que volvieron al Imperio ruso, excepto Malinovski, fueron arrestados en pocas semanas. También en 1912, Malinovski, dirigente sindical de los trabajadores metalúrgicos de San Petersburgo, concurrió como candidato bolchevique para la Cuarta Duma estatal y obtuvo una brillante victoria. La Ojrana podía mantenerse informada acerca de los cuerpos más importantes del bolchevismo —el Comité Central y la facción en la Duma— e influir en sus decisiones.

Sin embargo, el arresto de la mayoría de los miembros del Comité Central que regresaron cambió la suerte de Iósef Stalin. Tras haber perdido la oportunidad de asistir a la escuela del partido en Longjumeau y a la Conferencia de Praga, estaba disponible para actuar en el nivel más alto de la facción bolchevique. Lenin lo consideraba un hombre que podía operar a su favor en varios aspectos. Dzhughashvili era un reputado organizador. Nunca se quejaba de las tareas que le asignaban: ya era conocida su capacidad para ejecutar trabajos pesados. Aunque había tenido desacuerdos políticos con Lenin, no era el único, y de cualquier modo entre 1911 y 1912 ambos estaban de acuerdo en la mayoría de las cuestiones prácticas que afectaban a los bolcheviques. Tenía conocimientos básicos de la teoría marxista. Era un escritor fluido y un editor capaz. Era muy directo cuando había que obligar a una persona o a un comité a acatar la línea oficial de la facción. Lenin y Grigori Zinóviev, que pasaban una temporada en París antes de trasladarse a la sede del Comité Central en Cracovia, en los dominios polacos de la monarquía de los Habsburgo, decidieron elegir a Dzhughashvili (o Ivánovich, como solían llamarle) para formar parte del Comité Central. En febrero de 1912 enviaron a Sergo Ordzhonikidze a Vólogda para comunicarle las noticias en persona[5].

La comunicación con la emigración era lenta y Lenin se impacientaba: «No hay rastro de Ivánovich. ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está ahora? ¿Cómo está?»[6]. Por entonces Dzhughashvili estaba considerado como uno de los pocos camaradas realmente útiles. Pero Lenin no tenía que preocuparse. Ordzhonikidze encontró con facilidad en Vólogda al camarada elegido y le informó de que el Comité Central deseaba que abandonara de inmediato la ciudad y trabajara como uno de los principales dirigentes en el Imperio ruso. Por fin había alcanzado la élite de la facción bolchevique.

Dzhughashvili partió de Vólogda con documentación falsa el 29 de febrero de 1912. Primero estuvo en el Cáucaso. Allí escribió para justificar la formación del nuevo Comité Central, a pesar del hecho de que los mencheviques y otras facciones del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso habían sido excluidas ilegítimamente. Concentró sus esfuerzos en Bakú y en Tbilisi. Pero sus nuevas obligaciones implicaban que ya no se limitaría a una zona del Imperio ruso. El 1 de abril partió, de acuerdo con Lenin, hacia Moscú, donde se encontró con Ordzhonikidze. Después fue a San Petersburgo. Sus deberes eran fatigosos e importantes. Escribió para el periódico bolchevique Zvezda («La Estrella»), que también ayudó a editar; su fluidez literaria era muy apreciada por los apremiados bolcheviques metropolitanos. Al mismo tiempo entabló relaciones con los diputados bolcheviques de la Tercera Duma estatal con el objetivo de fundar un diario más popular, Pravda («La Verdad»), Dzhughashvili se convirtió en su editor. Había tres salas de trabajo en el cuartel general del periódico y la imprenta tenía dos habitaciones en otra parte[7]. Difícilmente puede decirse que hubiera conseguido pasar inadvertido a la Ojrana. Le quedaba la esperanza de que la policía, por motivos propios, no quisiera arrestarlo.

Pravda apareció por primera vez el 22 de abril de 1912. Dzhughashvili había escrito un artículo para este número, «Nuestros objetivos». Había hecho lo que se le había indicado desde Cracovia y se había situado en el núcleo de la dirección bolchevique de San Petersburgo. Pravda era el diario legal de la facción. Su objetivo era recabar el apoyo de los trabajadores industriales en una época de creciente descontento popular con el zar y con los patronos. Los mineros en huelga en los yacimientos de oro de Lena, en Siberia, habían sido tiroteados por las autoridades el 4 de abril. Una ola de manifestaciones de protesta se extendió por todo el imperio. Había disturbios en San Petersburgo. El largo período de inmovilidad del movimiento obrero desde 1906 estaba llegando a su fin. Las campañas de los militantes bolcheviques comenzaron a eclipsar a las de los mencheviques. Consecuentemente, los bolcheviques dejaron de ser útiles para la Ojrana como una fuerza que creaba disensiones en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Puede que no fuera una coincidencia que la orden de arrestar a Dzhughashvili se diera apenas comenzó a venderse Pravda. La verdad no ha sido todavía desenterrada de los archivos del Ministerio del Interior. Dzhughashvili fue arrestado el 22 de abril y confinado en el Centro de Detención Preliminar de la capital. El 2 de julio le enviaron con una escolta al distrito de Narym, cerca de Tomsk, en Siberia occidental, donde se le sentenció a permanecer durante tres años. Después del largo viaje en el «vagón de arresto» del Transiberiano hasta Tomsk, fue embarcado en el vapor Koi-páshevets y llevado curso abajo del gran río Ob, hacia Narym.

Hasta su confinamiento Dzhughashvili había escrito con más intensidad que en cualquier período anterior de su vida. Fue también en esta época en la que algunos de sus poemas de adolescencia se reimprimieron en la última edición de la antología de literatura georgiana de Yákob Goguebashvili, Lengua materna[8]. Pero no se lo comentó a nadie (cabe la posibilidad de que no supiera de la publicación). Algunos destellos de su espíritu poético todavía se manifestaban. En una proclama que escribió para el 1 de mayo de 1912, declaraba[9]: «La naturaleza despierta de su sueño invernal. Los bosques y las montañas reverdecen. Las flores adornan los prados y los pastos. El sol brilla más cálido. Sentimos en el aire la nueva vida, y el mundo está empezando a bailar de alegría». Éste fue el último estallido romántico que publicó. Durante el resto de su vida nunca repitió semejantes efusiones de verborrea. Verdaderamente había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había permitido algo así[10].

La misma proclama no se refería a ninguna de las regiones del Imperio ruso, excepto Rusia. Estaba exclusivamente dirigida a los trabajadores rusos y les incitaba a «levantar la bandera de la Revolución rusa [russkoi]». No hace falta abundar en interpretaciones sobre esto (lo que no ha impedido que muchos biógrafos lo intentaran). Dzhughashvili estaba trabajando en la capital rusa, escribiendo en ruso y dirigiéndose a los trabajadores industriales rusos. Naturalmente, Rusia estaba en el centro de su mensaje, lo cual no habría sido así de haber estado todavía en Tbilisi. No obstante, se detecta un giro en su personalidad política en torno a este momento. Desde 1912 su principal seudónimo fue Stalin. Era un nombre inconfundiblemente ruso derivado de la palabra «acero» (stal). Aunque no era la primera vez que recurría al ruso en busca de una falsa identidad, habitualmente volvía a los nombres georgianos. Ahora, sin embargo, estaba construyendo su imagen en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso y ya no deseaba que lo vieran simplemente como alguien del Cáucaso. Ponía cada vez más énfasis en la necesidad de lograr una solución general para los problemas del Imperio ruso y quería ser parte de esa solución.

En persona, desde luego, Stalin no podía hacerse pasar por ruso. Sabía que tenía un aspecto, un modo de hablar y un comportamiento «sureños». Admiraba a los clásicos de la literatura georgiana. Nunca sería ruso. Y, al contrario de lo que se dice en todas partes, en realidad no lo intentó[11]. Si verdaderamente hubiera deseado desgeorgianizar su perfil político entre los bolcheviques, habría dejado de escribir acerca de la «cuestión nacional». Judíos como Zinóviev y Kámenev querían que se les conociese como internacionalistas y casi nunca hacían referencia a su proveniencia étnica. Stalin también quería que se le considerara un internacionalista; también pretendía que le tomaran en serio en la política socialista rusa. Pero seguía insistiendo al partido para que promoviera los intereses de los no rusos bajo una futura administración socialista. Su folleto de 1913, La cuestión nacional y la socialdemocracia, iba a contribuir mucho a elevar su reputación en el partido; también consolidó su relación con Lenin, que lo describió en una carta al escritor Maxim Gorki como «el maravilloso georgiano»[12]. Lo que queda claro es que Stalin había dejado de ocuparse en particular de los georgianos en sus manifestaciones sobre la cuestión nacional. Cuando escribía o decía algo, trataba a los georgianos ni mejor ni peor que a cualquier otro pueblo no ruso. No ofrecía a sus compatriotas perspectivas de tratamiento preferente, si bien por su aspecto, acento, modales y parte de su cultura, seguía siendo un georgiano.

Esto poco significaba para Stalin cuando iba camino a Narym bajo custodia. Permaneció unos pocos días en Kolpáshevo, un pueblo donde varios líderes bolcheviques vivían exiliados. Entre ellos estaban Mijaíl Lashévich e Iván Smirnov. Stalin también se encontró con su amigo bolchevique Semión Surin, así como con su conocido de la prisión de Bailov, Semión Vereshchak: cenó con ellos, se recuperó y luego partió hacia el Noreste por el río Ob hasta el destino que se le había asignado en Narym[13]. En realidad no era el peor lugar para exiliarse dentro del Imperio ruso. Narym, a diferencia de otras ciudades ubicadas más al Norte, se encontraba en una zona agrícola. Pero las condiciones podrían haber sido mejores. El invierno era crudo. La vida económica giraba sobre todo en torno a la caza y la pesca. El contacto con San Petersburgo era poco frecuente y estaba sujeto a vigilancia policial.

El compañero del Comité Central Yákov Sverdlov recibió a Stalin en Narym y le ofreció una habitación. No se llevaban bien. No podían ponerse de acuerdo ni siquiera sobre las tareas domésticas. Mientras que Sverdlov quería mantener un mínimo orden, Stalin era descuidado y egoísta. Habían pactado recoger el correo y se suponía que el que no iba tenía que ordenar la casa. Años más tarde ambos compararon sus recuerdos acerca de cómo Stalin se libró del acuerdo[14]:

Stalin: Me gustaba salir para ir a recoger el correo [el día en que le tocaba ir a Sverdlov], Sverdlov tenía que cuidar la casa le gustara o no —mantener la estufa encendida y hacer la limpieza (…)—. Cuántas veces traté de engañarte y librarme del trabajo de la casa. [También] solía despertarme cuando me tocaba y quedarme quieto como si estuviera durmiendo.

Sverdlov: ¿Crees que no me daba cuenta? Claro que me daba cuenta.

Aunque Sverdlov se reía de buen talante, en aquel entonces no le resultaba nada agradable. La conducta de Stalin era indudablemente egoísta. El que se acercaba a la oficina de correos se encontraba con otros camaradas y se daba un respiro de la monotonía del exilio. Todos pensaban que las condiciones eran deprimentes y se tomaban mal el egocentrismo de Stalin.

Ambos planearon huir de Narym para continuar con la actividad política clandestina. El Comité Central de Cracovia les animaba a hacerlo. Había dos «oficinas» de fugas, una en Kolpáshevo y la otra en Narym. Sverdlov lo intentó en primer lugar, pero fue capturado cerca de Tomsk. Después escapó Lashévich, seguido por Stalin y Sverdlov, el 1 de septiembre[15]. Fue un viaje lleno de incidentes. Habían concebido un plan muy ingenioso que requería que el diminuto Sverdlov se escondiera en un cesto de lavandería. Un gendarme abordó a Stalin e intentó examinar el cesto hundiendo en él la bayoneta. Stalin logró que desistiera mediante un soborno. Esta historia, contada por Stalin tres décadas más tarde, no se puede comprobar[16]. Pero no es inverosímil. Los revolucionarios fugitivos se aprovechaban a menudo de la ineficiencia y la venalidad de los agentes imperiales de la ley y el orden.

Stalin y Sverdlov se alojaron con la familia Allilúev en San Petersburgo[17]. Enseguida restablecieron los contactos con las organizaciones del partido en el imperio y con la parte «extranjera» del Comité Central en Cracovia. Todo ese tiempo le llevaron la delantera a la Ojrana. La campaña electoral para la Cuarta Duma estatal estaba en pleno auge y Stalin se quedó en la capital para ayudar y dirigir las actividades bolcheviques. También comenzó a escribir de nuevo para Pravda. El 19 de octubre publicó el artículo principal sobre «La voluntad de los delegados de los votantes»; y Lenin publicó su escrito «El mandato de los obreros de San Petersburgo» en el periódico de los emigrados Sotsial-demokrat. El día de las elecciones, el 25 de octubre, los bolcheviques lograron asegurarse seis escaños. La necesidad de coordinación era lo más importante y Stalin realizó un viaje de último momento para ver a los bolcheviques de Moscú y tratar con Román Malinovski y otras personas recientemente elegidas. Al final de la campaña electoral urgía igualmente fortalecer el contacto con Cracovia. Stalin, después de un breve regreso a San Petersburgo y de asegurarse de que los preparativos para la Duma estuvieran en orden, compró billetes de tren para Polonia a principios de noviembre. Iba a consultar a Lenin. Por primera vez se encontrarían como miembros del Comité Central.

El viaje fue memorable para Stalin. Cuando el tren se acercaba a la frontera con la Polonia austríaca, se encontró en un vagón con un pasajero que leía en voz alta un periódico ruso nacionalista. No pudo contenerse y le gritó: «¿Por qué está leyendo esa basura? ¡Debería leer otros periódicos!»[18]. Una vez que descendió del tren, tuvo que buscar ayuda para cruzar la frontera en dirección a Cracovia. Deambuló por el mercado hasta que dio con un zapatero amistoso. Stalin usó su encanto: «Mi padre también fue zapatero, allá en mi tierra, Georgia». El zapatero, sin aceptar ninguna recompensa, llevó a Stalin a su casa, le dio de comer y cuando oscureció le acompañó por una sinuosa ruta a través de las montañas hasta la Polonia austríaca[19].

Llegó a tiempo para una reunión entre los miembros del Comité Central y tres diputados bolcheviques de la Duma. Stalin no disfrutó de la experiencia. En noviembre los bolcheviques habían organizado una huelga política de un día y una manifestación ante el palacio de Táuride en San Petersburgo. Cuando los mencheviques se opusieron a esto aduciendo que era peligroso e improductivo, la facción bolchevique se echó atrás. Lenin se enteró de esto en Cracovia y escribió un artículo furibundo[20]. No se le había pasado el mal humor cuando los tres diputados de la Duma llegaron a Polonia. Stalin estaba de acuerdo en que la facción bolchevique había cometido un error, pero dudaba de que el mejor modo de encauzarlos fuera intimidarlos[21]:

Ilich recomienda «una política dura» para el grupo de los seis [diputados bolcheviques de la Duma] dentro de la facción, una política de amenazar a la mayoría de la facción, una política de apelar al rango y la fila contra la mayoría de la facción; pero Ilich cederá, ya que es evidente que los seis [bolcheviques] no están todavía bien entrenados para llevar a cabo una política tan dura, que no están preparados y que es necesario comenzar por reforzar a estos seis y luego usarlos para aplastar a la mayoría de la facción como Iliá [Múromets] usó a un tártaro para aplastar a los tártaros.

Stalin pensaba que los bolcheviques podían derrotar a los mencheviques en la facción de la Duma. Había asistido a una reunión de la facción y podía atestiguar que era factible. La persuasión podía funcionar. Stalin creyó a Lenin inepto y mal informado por insistir en la intransigencia táctica[22].

Lev Kámenev, conocido de los días de Tbilisi y miembro del Comité Central, tenía una relación mucho mejor con Stalin. Stalin se sentía solo en Cracovia y le escribió lo que sólo puede denominarse una «carta amorosa»[23]: «Te doy un beso esquimal en la nariz. ¡El diablo me lleve! Te echo de menos, lo juro y perjuro. No hay nadie, absolutamente nadie con quien tener una conversación sincera, maldición. ¿No podrías venirte de algún modo a Cracovia?». Como todavía estaba tratando de afianzar su posición en la dirección del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, intentaba llegar a posibles amigos que pudieran ayudarle.

Tras volver brevemente a San Petersburgo, Stalin trabajó con los seis diputados bolcheviques de la Duma antes de viajar de nuevo a Cracovia a finales de diciembre para otro encuentro del Comité Central con el grupo bolchevique de la Duma. Permaneció en el extranjero durante el período más largo de su vida y llegó a establecer una relación más amistosa con Lenin. Sin embargo a pesar de haber sido invitado a comer con Lenin y su esposa Nadezhda Krúpskaia, insistió en buscar un restaurante. Perplejo ante su reacción, Lenin fue a buscarlo. Lo encontró comiendo con una botella de cerveza en la mesa. En adelante, Lenin se aseguró de que su casa estuviese surtida de alcohol y retomaron sus conversaciones políticas en sociedad. Mientras tanto, las malas lenguas del lugar comentaban la conducta de Stalin. Al pedir una comida en ruso en una estación de tren de la línea entre Cracovia y Zakopane, notó que otros clientes entraban al restaurante y se les servía mientras que él tenía que esperar. Le trajeron la sopa después de una espera excesiva. Ofendido, volcó la escudilla y se marchó. Lenin tuvo que explicarle, al que supuestamente era el experto del partido en la cuestión nacional, que a los polacos les disgustaba tener que hablar en ruso[24].

Lenin tenía la habilidad de hacer que los bolcheviques se sintieran cómodos en sociedad, y Stalin enseguida se tranquilizó. Los dos conversaban incansablemente. Para Lenin, Stalin reunía las condiciones del perfecto bolchevique. Era tenaz y no se quejaba (para entonces Stalin todavía no había exteriorizado su lado autocompasivo y reprobador). Parecía ajustarse al estereotipo de la clase obrera. También era un revolucionario comprometido y leal a la facción bolchevique. Stalin era obviamente brillante y Lenin, que estaba embarcado en una controversia con Zhordaniia y otros mencheviques sobre la cuestión nacional, animó a Stalin a que dejara temporalmente sus obligaciones y escribiera un artículo largo sobre el tema. Ya en 1910 Lenin había citado a Stalin (bajo el seudónimo de K. S.) como un analista más autorizado en lo relativo al Cáucaso que el más famoso Zhordaniia[25]. Ahora le impulsaba a profundizar en sus investigaciones y a publicar el resultado.

Con esto en mente, en la segunda mitad del mes de enero de 1913 Stalin viajó a Viena, donde podía utilizar bibliotecas con mejores fondos de literatura marxista que los disponibles en Cracovia. Permaneció unas pocas semanas con compañeros bolcheviques de la parte meridional de la ciudad, no lejos del palacio de Schönbrunn, en un apartamento del primer piso en la Schönbrunner​schloss​strasse. Los camaradas de Stalin tenían montones de libros para ofrecerle. Le dieron un escritorio y un diván[26] (nunca ponía pegas a dormir en los lugares más modestos)[27]. Durante varias semanas leyó en las bibliotecas vienesas y escribió su trabajo en el apartamento. Con frecuencia consultaba a los camaradas del lugar sobre los textos en alemán de Bauer, Kautsky y el diario marxista Die neue Zeit[28]. Stalin tenía una misión. Vivió la cuestión nacional y habló de ella incluso en reuniones sociales. Galina, la hija de seis años de sus anfitriones bolcheviques, se aburría muchísimo en sus paseos por los bien cuidados parques de Viena: «¡No empiece a hablar de la nación otra vez!»[29]. Stalin, separado de su hijo Yákob, que se había quedado en Georgia, se aficionó a Galina, lo mismo que a otros chicos vivaces. Ella le retaba: no le creyó cuando, con su fuerte acento, le hizo la tentadora promesa de traerle «chocolate verde» del Cáucaso[30].

Stalin tomó largas notas y escribió la mayor parte del texto de su folleto antes de volver a Rusia. Al principio publicó «La cuestión nacional y la socialdemocracia» en la revista marxista de San Petersburgo Prosveshchenie («Ilustración»)[31]. De vuelta en la capital a mediados de febrero de 1913, Stalin retomó su lugar en el complejo juego que se desarrollaba entre los partidos revolucionarios y la Ojrana. Hacía mucho tiempo que la policía había aceptado que una política de total supresión del movimiento revolucionario no daría resultado, así que desde la década de 1880 venía actuando con conciencia de ello (el problema era que la Ojrana podía cambiar las reglas del juego a voluntad y el resultado podía ser la prisión o el exilio para algunos revolucionarios). Stalin tenía que enfrentarse a los riesgos habituales. Esta vez no se quedó en los barrios menos agradables de la ciudad, sino en el centro, en el número 44 de la calle Shpalérnaia, en el apartamento que los diputados bolcheviques de la Duma E. Samóilov y Alexandr Badáiev habían alquilado[32]. La Ojrana estaba al tanto de que Stalin seguía las instrucciones de la dirección de los emigrados de Cracovia —o al menos lo estaba haciendo en la medida en que le parecía bien—. Stalin se dio cuenta de que la Ojrana sabía quién era y qué se proponía. La Ojrana esperaba conseguir pistas de círculos más amplios de la actividad bolchevique; Stalin intentaba no dejar estas pistas mientras continuaba guiando a la facción de la Duma hacia el fin deseado.

Evidentemente su presencia en San Petersburgo no era un secreto. En cualquier momento podía ser arrestado. Con la bendición de Lenin, dirigía la actividad de la facción en la capital. Sin embargo, apenas podía pavonearse. Tenía que ser cauto. La voluntaria oscuridad de 1912 y 1913 ha llevado a muchos a continuar suponiendo que era una figura insignificante entre los bolcheviques antes de la Gran Guerra. Esta idea era muy errónea. Había llegado a la cúspide del Comité Central y consideraba que sus habilidades radicaban en el trabajo que podía hacer en el Imperio ruso.

Lo inevitable sucedió el 23 de febrero de 1913. Stalin fue al baile del Día Internacional de la Mujer en la lonja Kaláshnikov. Era una gran ocasión y muchos militantes se dirigían al mismo lugar. Sin embargo, la Ojrana había decidido que ya había llegado el momento de arrestarle. Al parecer, Malinovski había puesto a sus jefes sobre aviso del paradero de Stalin ese día. Fue detenido y esposado nada más llegar. Para entonces ya había terminado su extenso artículo sobre «La Cuestión Nacional y la Socialdemocracia» (que más tarde se volvió a publicar como El marxismo y la cuestión nacional) y lo había enviado a las oficinas de Prosveshchenie en la capital[33]. Esta era una revista marxista que se publicaba legalmente y que trataba temas de teoría doctrinaria y análisis de actualidad. El hecho de que sus editores recibieran con agrado su artículo era una señal de su creciente importancia entre los marxistas del Imperio ruso. Se consideró que el escrito era lo suficientemente valioso como para ser publicado en forma de folleto. Stalin también había dejado otro artículo, mucho más breve, para Pravda[34]. Era un informe sobre «La situación del grupo socialdemócrata de la Duma». Su contenido era una justificación de la línea dura que sostenían los bolcheviques comparada con la de los mencheviques. Pero para entonces Stalin estaba fuera de combate en el Centro de Detención Preliminar de la capital.

No sabía que no volvería a disfrutar de las delicias de la libertad durante exactamente cuatro años; porque fue precisamente el Día Internacional de la Mujer de 1917 cuando las trabajadoras textiles fueron a la huelga en la capital y pusieron el primer eslabón de una cadena que derrocó a la monarquía imperial algunos días después. No se imprimieron más obras de Stalin entre la fecha de su arresto y la abdicación de Nicolás II. Apenas había entrado en el círculo central de la facción bolchevique cuando fue arrastrado por los vientos de la justicia zarista. Conocía los riesgos. Los continuos arrestos y el exilio eran lo normal para los revolucionarios que no emigraban. Debió de haber esperado que lo enviarían de nuevo a algún lugar como Solvichegodsk o Narym y que el Comité Central le ayudaría a escapar y a retomar sus importantes funciones políticas. No lo llevarían a juicio. Su futuro inmediato dependía de la policía. Stalin esperaba la decisión con su acostumbrada fortaleza.

Ir a la siguiente página

Report Page