Stalin

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I. El revolucionario » 9. Koba y el bolchevismo

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KOBA Y EL BOLCHEVISMO

Dzhughashvili no era en absoluto un pensador destacado. Esto no asombraría a nadie si sus seguidores no le hubiesen ensalzado como una figura intelectual de importancia universal. Siempre tuvo muchos detractores y la mayoría de los que al principio le criticaban sugerían —implícitamente— que ellos mismos eran pensadores de primer orden. Se engañaban a sí mismos. Prácticamente ninguno de los dirigentes del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso hizo alguna contribución intelectual original. Plejánov, Lenin y Trotski fueron brillantes sintetizadores de ideas de otros —y no todos esos otros eran marxistas—. Cada uno llevó su síntesis personal a un extremo idiosincrásico. Esto es cierto también en el caso de Bujarin, que hizo el mayor esfuerzo para profundizar en la perspectiva marxista a la luz de la filosofía, la sociología y la economía contemporáneas. Sólo Bogdánov puede ser definido como un pensador original. La amalgama que Bogdánov hizo de Marx y Engels con la epistemología de Ernst Mach le llevó a rechazar el determinismo económico a favor de un interacción dinámica de los factores objetivos y subjetivos en la «ciencia» social. Su trabajo sobre la importancia de las ideas para el control de las sociedades por parte de las élites a lo largo de la historia constituyó una contribución seria. El empiriomonismo de Bogdánov fue un tour de force[1].

Sin embargo, las otras figuras dirigentes lograron persuadir a sus camaradas de que también tenían una significación cultural excepcional. Antes de la Gran Guerra Stalin no intentó destacarse en este aspecto. Tampoco en los años siguientes insinuó que hubiera hecho alguna aportación original. Siempre había afirmado que simplemente era un leninista leal[2]. Se definía como un praktik, con lo que quería decir que era más bien un revolucionario práctico que un teórico. Cuando publicó «Anarquismo o socialismo» en 1906-1907, muchos lectores pensaron que no podía ser el auténtico autor. Davrishevi, su amigo de la escuela, dio por supuesto que lo había escrito otro bolchevique, tal vez el camarada de Dzhughashvili Suren Spandarián. Pero Spandarián corrigió a Davrishevi. Sí que era un artículo de Stalin[3]. «Anarquismo o socialismo» no era un trabajo brillante. Stalin lo admitió en privado después de la Segunda Guerra Mundial (y su comentario se interpretó como extraordinariamente modesto)[4]. De cualquier modo, fue un libro de gran importancia práctica en el momento de su publicación. Los biógrafos de Stalin no han prestado atención a esto, pasando por alto el hecho de que los anarquistas estaban muy activos en Tbilisi tras el cambio de siglo. Se sabía que en Georgia la monarquía imperial iba a enfrentarse a un desafío muy importante. Los líderes anarquistas emigrados habían enviado misiones de propaganda a Tbilisi. Stalin se sumergió en la literatura marxista disponible antes de escribir su apremiante réplica[5].

De hecho, se mantuvo dentro de la línea general del bolchevismo antes de la Gran Guerra. Suscribía los preceptos de la estricta disciplina del partido tal y como estaban formulados en el ¿Qué hacer? de Lenin; también compartía el punto de vista leninista sobre las fases de la revolución, la dictadura y la alianza de clases de 1905. Aseguraba que las versiones rivales del marxismo en el Imperio ruso eran traiciones a la fe. Acentuaba la necesidad de liderazgo, de una vanguardia revolucionaria y de evitar el «seguidismo». La vanguardia debía organizar la insurrección y tomar el poder. Por otra parte, no temía oponerse a proyectos presentados por el mismo Lenin y hacerlo en un debate abierto. Sin embargo, en la mayor parte de los asuntos estaba de acuerdo con Lenin y, por su parte, Lenin tenía una gran necesidad de las contribuciones de Dzhughashvili sobre la cuestión nacional. Mientras que los mencheviques tenían varios teóricos que escribían sobre las nacionalidades en el imperio, los bolcheviques sólo contaban con Dzhughashvili (o Stalin, como se le conoció públicamente a partir de ese período). No es de extrañar entonces que Lenin le apreciara.

Aunque varios aspectos de su pensamiento salieron a la superficie sólo en los años en que ejerció el poder, es improbable que no existieran antes. Stalin había crecido cuando las potencias imperialistas del mundo estaban aplicando la fuerza militar sin disimulos. La fuerza basada en la superioridad tecnológica y organizativa era la regla suprema. El Imperio británico se extendía sobre un quinto de la superficie de la tierra. La edad de la sangre y el acero había llegado. El capitalismo había triunfado. Los marxistas pensaban que el socialismo lograría la victoria final y que el capitalismo estaba destinado a ser derrotado. Creían que era inminente la llegada de una nueva era en la historia de la humanidad. Los marxistas radicales esperaban que se produciría una guerra civil entre las clases medias y las clases obreras a una escala global. De este conflicto surgiría el bien para las generaciones futuras. El marxismo justificaba el sacrificio de millones de seres humanos en aras de la revolución.

La sociedad perfecta llegaría una vez que terminara el conflicto militar. Los pobres heredarían la tierra. Esto se lograría mediante la «dictadura del proletariado». La necesidad de métodos represivos persistiría hasta que se lograra acabar con la resistencia de las viejas clases propietarias. Aunque la dictadura sería severa, Stalin y los demás bolcheviques no se esperaban demasiados problemas. Creían que la superioridad numérica y organizativa del proletariado pronto acabaría con toda oposición. La vieja sociedad será eliminada y se erradicarían los privilegios de clase. El estado implantaría la «modernidad» en todos los aspectos de la vida y sería una modernidad superior a las variantes capitalistas existentes[6]. Se establecería la enseñanza gratuita para todos. La producción material se efectuaría de modo organizado y el derroche del capitalismo sería suprimido. Todos los ciudadanos podrían disfrutar del acceso al trabajo, la alimentación, la vivienda, la atención médica y la educación. Este conjunto de ideas militantes le iba bien a Stalin. Vivía para el conflicto. Siempre quería dominar a los que le rodeaban y había encontrado una ideología que se avenía con esta inclinación. Todo lo concerniente al bolchevismo encajaba con sus propósitos: la lucha, la represión, la hegemonía del proletariado, la rivalidad interna del partido, el liderazgo y la modernidad; y ya se veía a sí mismo como un auténtico líder en un partido que en sí mismo buscaba conducir a las «masas proletarias» a un mundo nuevo y mejor.

Con todo, Stalin no era un leninista que obedeciera ciegamente. En varios asuntos importantes consideró que Lenin no estaba en el camino correcto y así lo dijo. En el Congreso bolchevique que se celebró en la ciudad industrial finlandesa de Tampere en diciembre de 1905, se había opuesto al plan de Lenin de que el partido presentara candidatos a las próximas elecciones para la Primera Duma estatal. Como la mayoría de los delegados, Stalin consideraba que para la facción era una pérdida de tiempo participar en la campaña electoral y sólo después, al igual que muchos otros bolcheviques, se dejó convencer por Lenin[7]. Sin embargo, no cambió de opinión sobre la «cuestión agraria». Lenin defendía que la «dictadura revolucionario-democrática del proletariado y el campesinado», después del derrocamiento de la monarquía, debía convertir en propiedad estatal toda la tierra cultivable. Stalin seguía considerándolo ingenuo e irrealizable. En cambio, proponía que la dictadura debía permitir que los campesinos se apoderaran de la tierra e hiciesen con ella lo que quisieran[8]. También creía que la exigencia de Lenin de una ruptura radical con los mencheviques en la Duma estatal simplemente confundiría y molestaría a los bolcheviques de la Duma. Tanto Lenin como Stalin eran rígidos y pragmáticos. En ocasiones importantes no se ponían de acuerdo sobre dónde debía terminar la rigidez y empezar el pragmatismo. Sus desacuerdos afectaban a decisiones operativas, no a los principios revolucionarios, aunque estos temas se debatían intensamente en el seno del bolchevismo. Lenin no podía soportar que sus seguidores interpretaran el leninismo sin que él les orientara. Stalin era uno de esos líderes bolcheviques que no temía defender sus opiniones sin salirse de la facción.

Además tenía reservas sobre las preferencias intelectuales de Lenin en materia de filosofía. En 1908 Lenin publicó un trabajo de epistemología, Materialismo y empiriocriticismo. El núcleo de la obra era un ataque feroz a su estrecho colaborador, Alexandr Bogdánov. Se oponía al aparente relativismo filosófico de Bogdánov. Para Lenin, que el «mundo exterior» existía con independencia de su conocimiento por parte de la mente humana era un axioma. Por lo tanto, la «realidad» era un fenómeno objetivo y perceptible. Lenin sostenía que el marxismo constituía un irrefutable corpus de conocimiento acerca de la sociedad. Insistía en que la mente funcionaba como un aparato fotográfico que registraba y transmitía con exactitud datos absolutamente verdaderos. Aseguraba que cualquier cuestionamiento a estas premisas implicaba apartarse del materialismo marxista y abrir las puertas de la intelección al idealismo filosófico e incluso a la religión. Bogdánov, cuyo compromiso con todas y cada una de las afirmaciones de Marx y Engels era más que absoluto, fue castigado como un enemigo del marxismo.

Stalin pensaba que Lenin estaba perdiendo el tiempo con temas que no eran de importancia central para la revolución. En una carta a Vladímir Bobrovski desde Solvychegodsk, escrita en enero de 1911, declaraba que la controversia epistemológica era «una tormenta en un vaso de agua». Por lo general ridiculizaba a los emigrados[9]. Pensaba que Bogdánov había realizado un trabajo filosófico convincente que «[había] percibido correctamente algunos errores puntuales de Ilich»[10]. Quería que todos los bolcheviques se concentraran en los temas más importantes desde un punto de vista práctico, y había muchos por discutir antes de poder formular las políticas apropiadas. Stalin estaba dispuesto a criticar «la política organizativa del comité editorial» de Proletari[11] que, a instancias de Lenin, había expulsado a Bogdánov. Stalin estaba expresando su desacuerdo no sólo con la epistemología de Lenin, sino también con su entusiasmo por dividir la facción en porciones todavía menores. Aconsejaba moderación en las polémicas y recomendaba a los líderes de ambas partes de la controversia que se había producido en la facción —Lenin y Bogdánov— que reconocieran que «el trabajo conjunto es tan lícito como necesario»[12]. Stalin mantuvo esta postura durante los años siguientes. Incluso la mantuvo a lo largo de 1917, ya que cuando Lenin exigió que se adoptaran severas medidas disciplinarias contra Kámenev y Zinóviev, fue Stalin quien lideró la oposición.

Así que entonces era lo que se denominaba un «conciliador» dentro del bolchevismo. Despreciaba los ardides de los emigrados y quería que los bolcheviques, vivieran donde vivieran, se mantuviesen unidos. Era una cuestión de prioridades. La filosofía no era tan importante como hacer la revolución. Para este propósito se necesitaba mantener a los bolcheviques unidos, y no se debía permitir que Lenin pusiera en peligro ese objetivo.

Aun así, Lenin toleraba a Stalin, y cabe atribuir en gran medida su actitud positiva al folleto de Stalin El marxismo y la cuestión nacional. Los enemigos posteriores de Stalin desecharon ese trabajo sin ambages. Se dijo que o bien Stalin en realidad no lo había escrito o que lo había hecho con la ayuda decisiva de otros. Al parecer, su negro fue Lenin. Es innegable que Lenin y otros le hicieron sugerencias sobre los borradores. Es un procedimiento muy normal cuando se trata de escritores razonables: es mejor someter el trabajo a crítica antes de la publicación que después. Otra hipótesis era que la incapacidad de Stalin para leer en idiomas extranjeros, excepto algunas pocas frases con la ayuda de un diccionario alemán-ruso, significaba que no pudo haber leído las obras de los marxistas austríacos que se citaban en las notas. Sin embargo, cualquiera que haya leído El marxismo y la cuestión nacional se dará cuenta de que la mayoría de las referencias a libros de Otto Bauer, Karl Renner y otros están tomadas de las traducciones rusas, fácilmente disponibles. Otro aspecto a tener en cuenta es que Lenin era un autor orgulloso. Si en realidad hubiese escrito el libro, lo habría publicado bajo alguno de sus propios seudónimos.

A Lenin le agradaba El marxismo y la cuestión nacional porque Stalin estaba de acuerdo con él en la solución fundamental. Una ventaja adicional era que Stalin no era ruso, sino georgiano. Después del cambio de siglo los marxistas de la monarquía de los Habsburgo —especialmente Bauer y Renner— argumentaban que el imperio era un mosaico de nacionalidades y que no se podía separar claramente a cada estado-nación. Lo que proponían era ofrecer a cada nación un cuerpo representativo propio en el centro del imperio con la misión de defender los intereses nacionales. Los mencheviques, con el apoyo del Bund judío y de Noé Zhordaniia, adoptaron el plan de Bauer como la futura base de la estructura estatal del Imperio ruso una vez que se hubiese depuesto a los Románov. Sin embargo, Stalin se adhería a la posición oficial bolchevique de que se debía conceder autonomía administrativa a los no rusos en las zonas donde se concentraban. Los finlandeses en Finlandia y los ucranianos en Ucrania eran los ejemplos habituales. De este modo, los bolcheviques esperaban mantener un estado centralizado al mismo tiempo que accedían a las aspiraciones nacionales y étnicas.

Stalin no estaba simplemente imitando los tempranos escritos de Lenin. Hay un pasaje en El marxismo y la cuestión nacional que merece especial atención, ya que se refiere a Georgia. Merece la pena citarlo por completo[13]:

Tomemos el caso de los georgianos. Los georgianos de la época anterior a las grandes reformas [de la década de 1860] vivían en un mismo territorio y hablaban una misma lengua, pero, en sentido estricto, no constituían una nación ya que, al estar divididos en una gran cantidad de principados separados unos de otros, no podían llevar una misma vida económica y emprendieron guerras entre ellos durante siglos y se destruyeron unos a otros, agravando los problemas entre los persas y los turcos. La unificación efímera y accidental de los principados que un zar conseguía llevar a cabo con éxito muy de vez en cuando, lo máximo que logró fue abarcar sólo la superficie del plano administrativo, y rápidamente fue destruida por los caprichos de los duques y la indiferencia de los campesinos.

En gran medida, la idea de que los georgianos constituían primordialmente una nación se desarrolló plenamente antes de su incorporación al Imperio ruso.

La argumentación de Stalin continúa del siguiente modo[14]:

Georgia sólo hace su aparición como nación en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el colapso del régimen feudal, el surgimiento de la vida económica del país, el desarrollo de los medios de comunicación y el nacimiento del capitalismo establecen una división del trabajo entre las regiones de Georgia y finalmente pulverizan el aislamiento económico de los principados y los vinculan en un todo único.

Es una visión puramente materialista de la historia, pero encaja perfectamente dentro del marco analítico construido por Stalin para su análisis del tema de la nacionalidad. Para que se les considerase una nación, los georgianos tuvieron que compartir no sólo sus raíces «psíquicas» y su territorio, sino también su vida económica.

Entre los marxistas georgianos, ésta no era una hipótesis original. También Zhordaniia había subrayado siempre los agudos contrastes que separaban las muchas regiones de la pequeña Georgia[15]. Sin embargo, entre Zhordaniia y Stalin había una diferencia de énfasis. Mientras que Zhordaniia quería que la mayoría de los habitantes de Georgia se asimilaran a la identidad georgiana, Stalin seguía reconociendo que la georgianización era algo que no podría lograrse nunca. Tanto Zhordaniia como Stalin eran socialistas internacionalistas. Pero Stalin no dejaba de dar en el blanco cuando señalaba los componentes nacionalistas —aún inconscientes— de sus adversarios mencheviques. Stalin cuestionaba en particular si los mingrelios y adzharos, que vivían en Georgia occidental, debían ser considerados georgianos o no[16]. ¿Qué conclusión debemos sacar de todo esto? En primer lugar, que sin duda Stalin estaba más sensibilizado con su Georgia natal y sus alrededores de lo que habitualmente se supone (tampoco debemos sentirlo demasiado por él: en los años siguientes se convirtió en el gobernante más brutal que había tenido el Cáucaso desde la época de Tamerlán —y, desde luego, por esta razón se ha prestado poca atención a la sofisticación de sus primeros análisis). De cualquier modo, rechazó la política menchevique porque proponía soluciones simplistas basadas en datos demográficos inexactos.

Stalin destacaba que la nacionalidad era un fenómeno contingente. Podía llegar con el capitalismo. Pero bajo condiciones cambiantes también podía desvanecerse. Algunos grupos nacionales podrían asimilarse a una nación más poderosa, otros no. Stalin era firme en este punto[17]:

No puede discutirse que el «carácter nacional» no es un hecho dado de cierta permanencia, sino que cambia según las condiciones de vida (…) Y así se entiende fácilmente que la nación, como cualquier otro fenómeno histórico, tiene su propia historia, su comienzo y su final.

En consecuencia, no tenía sentido que los marxistas de cualquier nación se identificasen permanentemente con esa nación en particular. La historia estaba en marcha. El futuro residía en el socialismo, en los estados multinacionales y, finalmente, en una comunidad humana global.

Al escribir sobre los marxistas, Stalin decía mucho de sí mismo y del desarrollo de sus opiniones. El joven poeta que había apelado a sus compatriotas georgianos a que «deis renombre a nuestra Patria con vuestros empeños» había desaparecido[18]. En su lugar había un internacionalista que luchaba por la causa del proletariado de todas las naciones. El Stalin de El Marxismo y la cuestión nacional no consideraba que los rusos fueran un problema. Al describir la Georgia contemporánea, afirmaba[19]:

Si las campañas de represión [del gobierno] afectan a los intereses de «la tierra», como ha sucedido en Irlanda, las amplias masas del campesinado pronto se unirán bajo la insignia del movimiento nacional.

Si, por otra parte, no hay un auténtico nacionalismo anti-ruso en Georgia, es sobre todo porque allí no hay terratenientes no rusos o gran burguesía rusa que pudiesen alimentar esta clase de nacionalismo entre las masas [georgianas]. Lo que existe en Georgia es un nacionalismo anti-armenio, pero esto es porque hay una gran burguesía armenia que, al explotar a la burguesía georgiana, tan pequeña como débil, empuja a esta última hacia el nacionalismo anti-armenio.

El análisis de Stalin señala la complejidad de la cuestión nacional en el Imperio ruso. Prevé que rusos y georgianos se unirán armónicamente dentro del mismo estado multinacional.

Evidentemente, daba por sentado que el Imperio ruso no debía partirse en estados separados cuando la revolución depusiese por fin a los Románov. Incluso la Polonia rusa, que Marx y Engels habían querido que obtuviese la independencia junto con otras tierras habitadas por polacos, en opinión de Stalin debía permanecer dentro de Rusia[20]. Su regla de oro era que «el derecho de secesión» debía ser ofrecido, pero que no había que animar a ninguna nación a que lo ejerciera.

Lo que movía a Stalin era el objetivo de conducir a «las naciones atrasadas y a las nacionalidades hacia el canal general de una cultura más elevada». Puso esta frase en bastardilla en su folleto. La propuesta menchevique de «una autonomía nacional y cultural» permitiría que las fuerzas religiosas y sociales más reaccionarias aumentaran su influencia y el proyecto socialista quedaría postergado durante años[21]:

¿Adónde conduce [«la autonomía nacional y cultural»] y cuáles son sus resultados? Tomemos como ejemplo a los tártaros transuránicos, con su mínimo porcentaje de alfabetización, sus escuelas dirigidas por mulás omnipotentes y con su cultura impregnada de espíritu religioso (…) No es difícil entender que organizarlos en una unión nacional y cultural significa poner a sus mulás a cargo de la población, empujarla a ser devorada por los mulás reaccionarios y crear un nuevo bastión para el embrutecimiento reaccionario [zakabalenie] de las masas tártaras por sus peores enemigos.

La hipótesis de Stalin no dejaba de ser plausible. Luego planteaba algunas preguntas pertinentes[22]:

¿Y qué sucede con los mingrelios, los abjasios, los adzharos, los esvanos, los lezguinos y otros que hablan lenguas diferentes, pero que no tienen su propia literatura? ¿Cómo relacionar estas naciones? ¿Es posible organizarlas en uniones nacionales? Y ¿en torno a qué «aspectos culturales» podrían ser «organizadas»?

¿Qué sucede con los osetios, entre los cuales los osetios transuránicos se están asimilando (pero aun así están todavía muy lejos de haberse asimilado por completo) a los georgianos, mientras que los osetios del norte del Cáucaso en parte están asimilándose a los rusos y en parte desarrollándose aún más por medio de la creación de su propia literatura? ¿Cómo pueden ser «organizados» en una sola unión nacional?

¿A qué unión nacional deberían adscribirse los adzharios que hablan georgiano pero viven según la cultura turca y profesan la religión musulmana? ¿Deberían ser «organizados» aparte de los georgianos sobre la base de los aspectos religiosos o junto con los georgianos sobre la base de otros aspectos culturales? ¿Y qué pasa con los kobuletsy? ¿Con los ingushes? ¿Con los inguiloitsy?

Zhordaniia no tenía respuestas para estas preguntas.

La alternativa de Stalin era el autogobierno regional, como Lenin había recomendado desde 1903. Esto se llevaría a cabo de tal modo que se diese a cada grupo étnico, por pequeño que fuese, el derecho a usar su propio idioma, a tener sus propias escuelas, a leer su propia prensa y a practicar su propia fe[23]. Stalin y Lenin recibieron una respuesta ácida, liderada por el antagonista georgiano de Stalin, Zhordaniia. Para Zhordaniia lo importante era que el desarrollo económico capitalista había diseminado las naciones en vastas regiones. Por lo tanto, era impracticable proteger los derechos nacionales y étnicos sobre una base puramente territorial. De este modo, el leninismo era una doctrina del «viejo mundo»[24]. Zhordaniia también afirmaba que «la parte rusa del partido», con lo que se refería a los bolcheviques, no era sensible a la gravedad de la opresión que sufrían las naciones en el Imperio ruso[25]. En realidad, a bolcheviques y mencheviques se les daba mejor criticarse unos a otros que encontrar una solución que no llevara de algún modo a resultados opresores. Si, según la propuesta de los bolcheviques, se les ofrecía a los ucranianos el autogobierno, los judíos y los polacos de Ucrania tendrían buenas razones para preocuparse. Si, según la propuesta menchevique, los ucranianos adquirían el derecho a autoorganizarse territorialmente, las perspectivas de un gobierno central supranacional se volverían caóticas. Stalin y Zhordaniia lidiaban con un problema que no tenía una solución teórica definitiva.

Sin embargo, la disputa se llevó a cabo con rigor intelectual en su mayor parte, aunque el lenguaje por parte de ambos lados no fuese moderado. Incluso los que estaban en desacuerdo con Stalin se tomaron en serio su análisis de la situación en el Cáucaso. No había dicho nada ofensivo excepto para los oídos de los nacionalistas más extremistas. Pero después, cuando sus enemigos buscaban el modo de difamarle, se prestó muy poca atención a su folleto.

La excepción fueron los pasajes de El marxismo y la cuestión nacional sobre los judíos. Según las categorías empleadas por Stalin, los judíos no podían ser considerados una nación porque no vivían en un territorio en particular. Tenían una lengua —el yiddish— y una religión propias, y eran conscientes de su condición de judíos. Pero la cuestión del territorio era fundamental para Stalin y llevó las ideas bolcheviques acerca de la nacionalidad a su conclusión lógica. El ataque al Bund judío era directo[26]:

Pero [la autonomía cultural y nacional] se vuelve todavía más peligrosa cuando se impone a una «nación» cuya existencia y futuro está sujeto a duda. En tales circunstancias los defensores de la autonomía nacional deben guardar y conservar todas las peculiaridades de «la nación», incluyendo no solo aquellas que son útiles sino también las que son dañinas con tal de que «la nación pueda ser salvada» de la asimilación y «pueda ser protegida».

El Bund inevitablemente estaba obligado a emprender este peligroso camino. Y ese camino ha emprendido realmente.

Stalin señalaba que, mientras otros partidos marxistas habían apelado al derecho general de las naciones a hablar su propia lengua, tener sus propias escuelas y seguir sus propias costumbres, el Bund sólo mencionaba a los judíos. Por lo tanto, en su opinión, se había convertido en una organización nacionalista[27].

Criticaba duramente la preocupación del Bund por el yiddish y el sabbath judío. Señalaba que algunos bundistas incluso querían hospitales separados para los judíos. Todo esto suponía un golpe para el deseo de los marxistas de concertar la unión de los trabajadores de los distintos grupos étnicos y nacionales en una única organización política. Para Stalin, se había ido demasiado lejos al sugerir que se debería permitir a todos los obreros judíos faltar al trabajo desde el anochecer del viernes hasta el anochecer del sábado[28].

Todo esto atizaba las llamas de la controversia: los análisis de Stalin enfurecían a mencheviques y bundistas. Pero se mantuvo en sus posiciones y publicó una autodefensa explicativa en el mismo periódico[29]. Resultaba que la mayoría de los mencheviques eran judíos. Los ataques de Lenin habían propiciado que se acusara a los bolcheviques de antisemitas[30]. Sin embargo, se pasaba por alto el hecho de que varios dirigentes bolcheviques también eran judíos —el mismo Lenin tenía un abuelo judío—[31]. Pero en política las apariencias importaban tanto como la realidad, y el rechazo por parte de Stalin de las exigencias de los judíos de obtener reconocimiento como nacionalidad y del derecho al autogobierno parecía otro ejemplo de la hostilidad de los bolcheviques hacia los judíos. También se rumoreaba que Stalin hacía comentarios antisemitas en la intimidad. En contra de esto está el hecho incontrovertible de que entre los amigos y allegados de Stalin antes y después de la Gran Guerra había judíos. Sin embargo, el Bund judío se oponía a los bolcheviques en la mayoría de los debates del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso antes de la Gran Guerra. Stalin y Lenin gustaban de atacar a los bundistas y a sus aspiraciones. La controversia entre mencheviques y bolcheviques implicaba tanto consideraciones de facción como ideológicas. Sería difícil culpar a Stalin de antisemitismo simplemente por lo que escribió en su obra maestra acerca de la cuestión nacional.

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