Stalin

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I. El revolucionario » 11. Regreso a Petrogrado

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REGRESO A PETROGRADO

El caleidoscopio de la vida de Stalin dio dos giros bruscos durante el invierno de 1916 y 1917. El primero fue una experiencia desagradable, el segundo le brindó satisfacción. En diciembre, cuando el ejército imperial se reforzaba con la incorporación de nuevos soldados, el gobierno amplió la base de reclutamiento. El gabinete decidió servirse incluso de los presos políticos. Era un paso difícil. Ese tipo de gente había quedado exenta de ser llamada a filas porque se pensaba que harían propaganda enemiga entre las tropas. El alistamiento compulsivo siempre había sido problemático. En 1915 el reclutamiento de los musulmanes había desatado un levantamiento en el Asia central rusa. Mientras tanto, la lucha contra las potencias centrales se había convertido en una contienda bastante estática y las pérdidas eran enormes a ambos lados de las trincheras. Sin embargo, la moral del ejército imperial seguía estando alta. Los iniciales embotellamientos de la producción militar, el transporte y el abastecimiento habían sido desbloqueados. El Mando Supremo planeaba una nueva estrategia en un intento de organizar una ofensiva exitosa y se le daba al general Brusílov la oportunidad de probar su capacidad. No había escasez de alimentos ni de equipamiento en el frente. Pero se necesitaban más hombres. Stalin estaba entre los revolucionarios a los que se les ordenó que se sometieran a un examen médico con vistas a su ingreso en el ejército de Nicolás II.

Tenían que viajar a Áchinsk, una ciudad que estaba una milla al norte del ferrocarril transiberiano y cien millas al oeste de Krasnoiarsk. Stalin, Kámenev y otros bolcheviques —así como grupos de mencheviques, social-revolucionarios y anarquistas exiliados en el distrito de Turujansk— tenían que hacer un arduo viaje remontando el Yeniséi hasta Krasnoiarsk durante los meses más fríos del norte de Siberia. Tardarían semanas. Ninguno de los elegidos apoyaba los objetivos militares del gobierno imperial (aunque muchos mencheviques y social-revolucionarios habrían apoyado resueltamente a un gobierno democrático que sucediera a los Románov en la defensa del país)[1].

Stalin se despidió de Kureika y partió hacia Monastyrskoie. No hay señales de que haya pensado ni por un momento en el daño emocional que ocasionaba a la familia Perepryguin. En Monastyrskoie se unió a un grupo de candidatos al reclutamiento. El jefe de policía los puso en fila en la calle y fueron vitoreados por sus camaradas, que sabían que era posible que no volviesen a verlos. Los vapores no podían funcionar en invierno y el viaje remontando el Yeniséi debía realizarse en trineos tirados por perros de pueblo en pueblo. Antes de la partida alguien se les acercó. Era el contable adjunto de la oficina de la compañía Revillion con una mandolina y una guitarra que los bolcheviques se habían olvidado[2]. A Stalin le encantaba cantar. El viaje no tenía que carecer de diversiones. Sin embargo, la temperatura se mantuvo siempre varios grados bajo cero y el viento cortaba la cara de los viajeros. La larga travesía desde Kureika a Áchinsk fue una de las más agotadoras que hizo Stalin en toda su vida. Al llegar a Áchinsk estaba más delgado de lo que lo había estado en muchos años, y las largas noches invernales del lejano Norte le habían dado a su piel una palidez especial[3]. Pero pudo disfrutar. El grupo se detuvo en muchas pequeñas aldeas. Stalin había cantado para alegrarse el corazón y, pese a las normas, había pronunciado discursos políticos en abiertos mítines[4].

Pero su buen humor se acabó cuando con la llegada a Krasnoiarsk se enfrentó con la posibilidad de ser reclutado. Sólo le quedaba una opción: pedir permiso a su guardia Krávchenko para quedarse una semana allí antes de trasladarse a los cuarteles de alistamiento[5]. Se le concedió su petición (¿sobornó a Kravchenko?). Sin embargo, se preocupó inútilmente. Los médicos del ejército lo rechazaron para el servicio militar a causa de su lesión en el brazo derecho. Nunca llevó un rifle por el zar y la patria.

Como su período de exilio debía terminar a mediados de 1917, se le permitió quedarse en Áchinsk con los demás revolucionarios rechazados para el servicio militar. Entre éstos estaba su amigo Lev Kámenev. Stalin acudía con frecuencia a la casa que había alquilado Kámenev. El bolchevique Anatoli Baikólov realizó más tarde una descripción no muy atractiva de la situación. Stalin llevaba siempre la pipa consigo. La cargaba con majorka, el tabaco picante que gustaba a obreros y campesinos. El humo y el olor molestaban a la esposa de Kámenev, Olga. Según Baikálov, «ella estornudaba, tosía, protestaba, imploraba» que Stalin dejara de fumar, pero él no le hacía ningún caso. Era su conducta típica. Convertía este comportamiento de viejo cascarrabias en un arte cuando una mujer le pedía algo que no le gustaba. Esperaba que lo admiraran y se sometieran a él, y en ese caso podía ser encantador. Pero nadie que llevara falda, ni siquiera la bella Olga, podía exigirle nada[6]. Seguramente tampoco ayudaba el hecho de que Olga fuera inteligente, supiera expresarse bien y fuera la hermana de Trotski, enemigo jurado de los bolcheviques. El fin de su aislamiento en Kureika no había contribuido a mejorar su carácter ni sus modales; su rudeza se incrementaba en proporción directa a la disminución del aprecio y respecto que ansiaba.

Sus conocidos no encontraban mucho que apreciar. Stalin era taciturno y algo melancólico. Aunque escuchaba atentamente, apenas aportaba algo en las discusiones acerca de la guerra y las relaciones internacionales. En cambio, Baikálov se sentía atraído por la presencia vivaz de Kámenev y su dominio de los argumentos[7]; dos décadas más tarde, cuando Baikálov escribía sobre ese tiempo, recordaba que Kámenev desestimaba los escasos comentarios de Stalin «con observaciones breves, casi despectivas»[8].

Los Kámenev y Baikálov tenían prejuicios que les impedían darse cuenta de que Stalin no era un asno. Tenían una conversación fluida, provenían de familias acaudaladas en las que semejantes tertulias eran habituales: el padre de Kámenev era ingeniero y empresario; el de Baikálov, propietario de una mina de oro. Tanto Kámenev como Baikálov se habían educado en gimnasios[9]. Se sentían seguros de su cultura en público, mientras que Stalin todavía titubeaba cuando hablaba en ruso[10]. Los cuatro años que había pasado entre los ostiacos no habían contribuido en absoluto a mejorar su competencia lingüística. Baikálov lamentaba que Stalin era incapaz de ser ingenioso (se suponía que los intelectuales debían ser brillantes conversadores). Kámenev y Baikálov también subestimaban las virtudes del silencio. Cuando escuchaba a Kámenev, Stalin tenía la sensación de que estaba aprendiendo. Toda su vida se dedicó a acumular conocimientos. Su capacidad de concentración, su memoria y sus dotes analíticas eran muy agudas, aunque no alardeara de ellas; y aunque sus conocimientos de marxismo no estaban a la altura de los de otros líderes bolcheviques, se esforzaba por mejorar. En cualquier caso, cuando Stalin se encontraba entre personas que le animaban a relajarse, contaba chistes y hacía imitaciones de maravilla. Además, entendía perfectamente el ruso escrito y era un excelente editor de manuscritos rusos[11]. Se le subestimaba y él lo sufría en silencio[12].

Todo esto no habría tenido mucha importancia en los anales de la historia rusa y mundial si no se hubiese visto afectado por un segundo acontecimiento en el invierno de 1916-1917. La causa fue la tormenta política que se vivía en Petrogrado. Nicolás II pasó una mala Navidad. Lo único bueno fue la ofensiva militar de Brusílov en diciembre de 1916, que hizo retroceder a los alemanes varias millas. Fue un triunfo militar ruso que hacía tiempo que tenía que haberse producido. Pero el resto de las noticias eran nefastas. Los líderes de los partidos conservador y liberal en la Cuarta Duma estatal murmuraban cada vez más abiertamente sobre la necesidad de un cambio de régimen si las fuerzas armadas llegaban a derrotar a las potencias centrales. Uno de ellos, Alexandr Guchkov, tanteaba a los generales sobre un coup d’état. La reputación de la dinastía estaba hecha añicos. Rasputin, el «hombre santo» que había ayudado a aliviar los efectos de la hemofilia que padecía el heredero del trono, Alexéi, había sido asesinado en diciembre, pero los rumores que circulaban sobre él —sus apuestas, aventuras amorosas, blasfemia y venalidad política— seguían pesando sobre Nicolás y la emperatriz Alejandra. En realidad, difícilmente los liberales o los conservadores podrían haberlo hecho mejor. La prolongación de la guerra significaba un enorme perjuicio para el transporte y la administración; también hacía inevitable que se acuñara moneda para financiar el gasto militar y esto provocaría con seguridad un aumento de la inflación. Nicolás II disolvió la Duma el 26 de febrero de 1917. Estaba decidido a mantener el control de la situación.

Esto podría haber funcionado si la opinión popular no hubiese sido tan hostil a los Románov. Los campesinos protestaban por los precios fijos del grano y por el déficit de bienes industriales consecuencia de la prioridad que se le había dado a la producción de armamento y equipamiento militar. A los soldados de las guarniciones les disgustaba la posibilidad de ser movilizados al frente. Los obreros estaban furiosos por el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo. Aunque hubiesen ganado salarios más elevados, la devaluación de la moneda habría anulado sus efectos. En diciembre de 1916 estallaron huelgas que fueron reprimidas con severidad. Con todo, el descontento persistía.

Sin que lo supieran los revolucionarios que estaban en Áchinsk, los conflictos obreros se sucedieron en Petrogrado durante la última semana de febrero de 1917. Los disturbios estallaron entre las trabajadoras textiles el Día Internacional de la Mujer y rápidamente se extendieron a los trabajadores de la planta de armamento Putílov. El envío de tropas de las guarniciones para controlar a la muchedumbre fue contraproducente, porque los soldados se pusieron del lado de los huelguistas y se unieron a ellos o depusieron las armas. El desorden se apoderó de la capital. La policía huía y el pánico se apoderaba de los generales. Los políticos de la Cuarta Duma estatal, que se había disuelto, tenían la sensación de que por fin había llegado la hora de ajustar cuentas con la monarquía de los Románov, pero les faltaba valor para pasar a la acción. Incluso los partidos revolucionarios estaban en un dilema. La represión de las huelgas de diciembre les había dado tiempo para pensar. Las redes clandestinas de mencheviques, bolcheviques y social-revolucionarios todavía no se habían restablecido del todo y la moral seguía estando baja. Pero el ardor de los huelguistas era insaciable y pronto se exigió la formación de un Soviet en Petrogrado.

Nicolás II tardó en comprender la magnitud de las fuerzas opositoras. Cuando regresaba a Petrogrado desde Moguiliov le informaron de que todo se había terminado. Aceptó el consejo del Mando Supremo; consultó al portavoz de la disuelta Duma estatal, Mijaíl Rodzianko. En primer término deseaba preservar la dinastía transfiriendo el trono a su hijo hemofílico, Alexéi. Pero en la corte nadie lo consideraba acertado. Después el zar se lo planteó a su hermano, el gran duque Mijaíl, pero éste rechazó la oferta. Nicolás II sucumbió y el 2 de marzo abdicó, para regocijo de todo el imperio. Multitudes eufóricas salieron a la calle en todos los pueblos y ciudades.

Las noticias viajaban a Siberia más rápido por las líneas de telégrafo de lo que llevaba transportar los periódicos en tren. El grupo bolchevique de Áchinsk estaba exultante. Nicolás el Sangriento había sido destronado. La dinastía había llegado a su fin. Los revolucionarios de la ciudad se reunieron a pesar de su afiliación justo después de que se supiera que el gran duque Mijaíl había rechazado la corona. Una animada discusión siguió al anuncio. Como sentían la necesidad de contribuir activamente al desenlace político, muchos exiliados firmaron un telegrama felicitando al gran duque por su gesto cívico. Posteriormente Stalin afirmaría que su amigo Kámenev había incluido su firma. Kámenev rechazó con vehemencia esta acusación e incluso Stalin admitió que Kámenev se había arrepentido inmediatamente de su acto. En cualquier caso, en marzo de 1917 Kámenev y Stalin estaban de acuerdo en sus objetivos estratégicos. El 3 de marzo se formó un gobierno provisional con el apoyo del Soviet de Petrogrado, liderado por los mencheviques. El primer ministro sería un liberal, el príncipe Gueorgui Lvov, y los liberales, especialmente los constitucional-demócratas (o kadetes) dominaban el gabinete. Solamente un socialista, el social-revolucionario Alexandr Kerenski, se convirtió en ministro. El proyecto inicial de los bolcheviques de establecer una «dictadura democrática revolucionaria» había fracasado, y Kámenev y Stalin estaban dispuestos —al igual que la mayoría de los mencheviques, la mayoría de los social-revolucionarios y muchos bolcheviques— a dar su apoyo al gobierno provisional con la condición de que el gabinete promulgase las libertades civiles fundamentales y se limitase a una guerra defensiva contra las potencias centrales.

Tan pronto como pudieron sacar los billetes, los bolcheviques de Áchinsk viajaron desde Krasnoiarsk en el ferrocarril transiberiano hasta Moscú, y de ahí a Petrogrado. Los jefes del grupo eran Kámenev, Stalin y el antiguo diputado de la Duma, Matvéi Muránov. La experiencia fue muy diferente del anterior viaje de cada uno de ellos hacia su lugar de exilio. Ahora viajaban como pasajeros comunes y no en el vagón de los prisioneros. Debido a su reciente confinamiento cerca de la vía principal llegarían a Petrogrado antes que la mayoría de los exiliados, por no hablar de los emigrados. Kámenev y Stalin eran aliados especialmente comprometidos; estaban de acuerdo en la política, y Stalin no tenía deseos de resucitar el viejo asunto de la conducta de Kámenev en el juicio de 1915. La intención de ambos era tomar el control del Comité Central Bolchevique en la capital. Su objetivo era resarcirse de los años perdidos en su confinamiento siberiano.

El 12 de marzo de 1917 los tres bajaron del tren en la estación Nikoláievski en el centro-este de Petrogrado. Caía una fina nieve, pero Stalin y sus compañeros apenas lo notaron. Kureika les había acostumbrado a un clima mucho peor. ¡Por fin estaban de nuevo en Petrogrado! Stalin llevaba un cesto de mimbre de tamaño mediano; tenía pocas pertenencias personales y carecía de ahorros. Llevaba el mismo traje que vestía cuando partió en julio de 1913[13]. La única diferencia en su atuendo era que ahora calzaba valenki, las botas altas forradas que los rusos usaban en el invierno[14]. Tenía mala cara después del largo viaje en tren y había envejecido visiblemente en los cuatro años de exilio. Se había ido siendo un joven revolucionario y volvía como un veterano político de mediana edad. Stalin había escrito para avisar a su viejo amigo Serguéi Allilúev de su llegada[15]. Esperaba que estuviera en la estación y que tal vez hubiera enviado el mensaje al Buró Ruso del Comité Central. Los demás pasajeros y el personal ferroviario habían estado festejando a Stalin, Kámenev y Muránov como heroicos luchadores contra el régimen depuesto. Se preveía una recepción honorífica en Petrogrado.

En realidad, nadie fue a la estación Nikoláievski. No había bandas, discursos ni escolta de honor hasta el cuartel general del partido en la casa de la antigua amante del emperador Matilda Kshesínskaia[16]. Tuvieron que ir por su cuenta. Cuando habían dejado la capital rumbo a Siberia eran miembros del Comité Central, de modo que esperaban ser tratados con el debido respeto. Se encontraron con una desagradable sorpresa.

El hecho de que Shliápnikov y Mólotov, que dirigían el Buró, no hubieran ido a recibirles no era accidental. Kámenev, Muránov y Stalin esperaban que se les otorgaran asientos junto a los miembros existentes, que tenían mucha menor trayectoria en el bolchevismo. Pero el Buró pensaba de otro modo. Si Stalin se mostraba dispuesto a dejar pasar la falta de Kámenev hacia el protocolo revolucionario, el Buró no era tan indulgente. Había pecado; no había mostrado arrepentimiento. También parecía que la reputación de insolidario de Stalin le había precedido. Una lucha por el liderazgo en el Buró Ruso era inevitable. Había también un aspecto político que considerar. El Buró Ruso bajo la dirección de Shliápnikov y de Mólotov se mostraba en contra de cualquier apoyo, aunque fuera condicionado, al gobierno provisional. Abogaban por la oposición total. También sabían que había muchos militantes bolcheviques no sólo en los barrios de la capital sino también en las provincias que pensaban igual. Partiendo de esta base editaron el nuevo periódico del partido, Pravda, en un esfuerzo por ganar el apoyo de todos los bolcheviques. De por sí no les complacía demasiado la llegada de Kámenev y, cuando descubrieron de qué lado estaban él, Stalin y Muránov en el debate político del momento, decidieron evitar que ocuparan un lugar destacado.

La posición se clarificó el 12 de marzo, cuando el Buró decidió incluir sólo a los nuevos miembros «que considerase útiles según su credo político»[17]. Muránov entraba sin problemas dentro de esta categoría y se le otorgó un lugar. Luego se consideró el caso de Stalin[18]:

Respecto de Stalin, se ha informado de que fue agente del Comité Central en 1912 y, por lo tanto, sería deseable que fuera miembro del Buró del Comité Central, pero, a la luz de ciertos rasgos esenciales de su personalidad, el Buró del Comité Central ha tomado la decisión de invitarle (a unirse) como consejero.

Stalin había sido insultado. Incluso se había falseado su trayectoria, porque él no había sido un mero «agente» del Comité Central, sino un miembro de pleno derecho desde 1912. Tampoco se especificaban los «rasgos» que habían disgustado al Buró. Sus formas poco limpias de llevar los asuntos personales y políticos seguramente habían jugado en contra suya. En cuanto a Kámenev, fue rechazado de plano como miembro del Buró: sólo se le permitía contribuir en Pravda con la condición de que lo hiciera anónimamente; también se le exigió que diera una explicación satisfactoria de su comportamiento en el pasado[19].

Stalin se dirigió al apartamento de los Allilúev después de la reunión del Buró. En 1915 había escrito a Olga Allilúeva diciéndole que los visitaría tan pronto como terminara su exilio[20]. Cuando hizo esta visita, solamente su hija Anna estaba en casa. Sus padres y su hermano Pavel estaban trabajando y la hija menor, Nadia, estaba fuera recibiendo su lección de piano. Tampoco estaba el otro hermano, Fiódor (o Fedia)[21]. Al final de la jornada toda la familia Allilúev había vuelto. Conversaron con el visitante hasta muy entrada la noche. Le ofrecieron una cama en la sala de estar, donde también dormía Serguéi, y Olga y las niñas se fueron al dormitorio. Iósef les había causado a todos una buena impresión. Anna y Nadia se sentían muy cómodas con él. En particular Nadia, de dieciséis años, disfrutó mucho de su buen humor. El ruido que provenía del dormitorio molestaba a Serguéi, que tenía que ir a trabajar al día siguiente en la estación eléctrica. Pero Iósef intervino a favor de las muchachas: «¡Déjalas en paz, Serguéi! (…) Son jóvenes (…) ¡Deja que se rían!». Al día siguiente, antes de partir para el Buró Ruso, les preguntó si podía alojarse con ellos. El apartamento no era lo suficientemente espacioso para todos, pero le tenían tanto afecto que la familia decidió buscar uno más grande. Les encomendaron la tarea a Anna y a Nadia. Al mismo tiempo, Iósef se mostró perspicaz: «Por favor, asegúrense de reservar una habitación para mí en el nuevo apartamento»[22].

La prioridad de Stalin era aclarar su posición en el Buró Ruso. Después de dejar la casa de los Allilúev, se apresuró a llegar al cuartel general y armó un escándalo. Esta vez tuvo más éxito. El resultado fue un acuerdo para encontrar trabajo para Kámenev sobre la base de que los bolcheviques emigrados, incluyendo presumiblemente a Lenin, seguían valorándolo mucho. Stalin se incorporó al comité editorial de Pravda. Kámenev se le unió el 15 de marzo y Stalin fue nombrado miembro del Presidium del Buró ese mismo día[23]. La persistencia y la experiencia rendían sus frutos. Mólotov fue expulsado del Buró[24]. Evidentemente, había tenido lugar una feroz disputa y Shliápnikov y Mólotov habían perdido. Pravda empezó a acatar una línea aprobada por Stalin y Kámenev, y el Buró Ruso dejó de solicitar la deposición del gobierno provisional.

La posición de Stalin y Kámenev pronto se convertiría en motivo de vergüenza para ambos, y Stalin se disculpó por no haber adoptado un punto de vista más radical; pero no había sido tan moderado como gustaban de sugerir sus posteriores enemigos, especialmente Trotski. Es verdad que se negó a atacar a los mencheviques en público. Igualmente innegable es el apoyo que prestó a una política de mera «presión» sobre el gobierno provisional[25]. Sin embargo, no dejaba de denunciar a los mencheviques que abogaban por la defensa incondicional del país. Stalin exigía más: proponía que los bolcheviques debían cooperar sólo con los mencheviques que aceptaran la línea adoptada en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal y que militaran activamente para poner fin a la Gran Guerra. No quería la unidad a cualquier precio[26]. Más aún, quería que el Soviet de Petrogrado continuara intimidando al gobierno provisional. Declaró que el Soviet debía trabajar para vincular «la democracia metropolitana y provincial» y para «convertirse en el momento necesario en un órgano de poder revolucionario capaz de movilizar a todas las fuerzas sanas del pueblo para oponerse a la contrarrevolución». El objetivo inmediato era asegurarse de que el gobierno provisional no se pusiera del lado de la contrarrevolución. La convocatoria urgente de una asamblea constitucional era esencial[27].

Tampoco dejó Stalin de introducir un tema que no se había tratado en Pravda antes de su regreso: la cuestión nacional. Exigió la igualdad lingüística para las naciones no rusas. Abogó por el autogobierno regional. Más que cualquier otro bolchevique de Petrogrado en marzo de 1917, entendió que el bolchevismo tenía que apelar a los habitantes de los territorios fronterizos. Se opuso deliberadamente a hablar de federalismo[28]. Los bolcheviques ortodoxos tenían el objetivo de formar un estado unitario y Stalin estaba de acuerdo con esto; pero la «autodeterminación» era posible dentro del marco de la política que tanto él como Lenin habían propuesto antes de la guerra. La «opresión nacional» tenía que ser erradicada, y el gobierno provisional, como un gabinete que perseguía los intereses del capitalismo, no había mostrado la simpatía necesaria[29].

Kámenev y Stalin continuaron con su programa combativo en el encuentro extraoficial de bolcheviques y mencheviques de todo el país que tuvo lugar a finales de marzo de 1917. El Buró Ruso lo eligió para hablar en el debate conjunto sobre el gobierno provisional. Su crítica del régimen posterior a los Románov fue implacable[30]:

Las élites —nuestra burguesía y la de Europa occidental— se unieron a favor de un cambio de decorado, para sustituir a un zar por otro. Querían una revolución cómoda, como la turca, y una libertad restringida para el sostenimiento de la guerra —una pequeña revolución para una gran victoria—. Sin embargo, las clases inferiores —los obreros y los soldados— profundizaron en la revolución, destruyendo los fundamentos del viejo orden.

Así se pusieron en movimiento dos corrientes —desde abajo y desde arriba— que impulsan dos tipos de gobierno, dos fuerzas diferentes: 1) el gobierno provisional apoyado por el capital anglo-francés; 2) el Soviet de los representantes de obreros y soldados. El poder se dividió entre estos dos órganos y ninguno de ellos tiene todo el poder. Existen tensiones y conflictos entre ambos y no puede ser de otro modo.

Stalin terminó diciendo que la ruptura política con la «burguesía» era deseable y que «el único órgano capaz de tomar el poder en toda Rusia es el Soviet de los representantes de obreros y soldados»[31].

Los bolcheviques se reunieron aparte. Fue allí donde Kámenev denunció la cordialidad del apoyo oficial menchevique al gobierno provisional e insistió en la necesidad de volver al Soviet de Petrogrado[32]. Los bolcheviques y los mencheviques, después de todas las divisiones organizativas que habían tenido desde 1903, conformaban una vez más un solo partido. Eran las dos facciones más grandes del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. En el nivel central mantenían órganos separados, pero a escala nacional —especialmente fuera de Petrogrado— trabajaban juntos. Esta situación era insostenible. El ala derecha del menchevismo abogaba por una vigorosa defensa de la nación, mientras que todos los bolcheviques querían que se llevase a cabo una firme campaña a favor de una paz multilateral. Kámenev y Stalin planeaban resolver estos problemas llamando a los mencheviques antidefensistas a separarse del ala derecha de su facción.

Entre los bolcheviques, Kámenev expuso francamente sus cálculos[33]:

Es un error adelantarse a los hechos y evitar de antemano los desacuerdos. No hay vida de partido sin confrontaciones. Dentro del partido podremos afrontar pequeños desacuerdos. Pero hay una cuestión en la que es imposible unificar lo que no se puede unificar. Formamos un solo partido junto con los que se nos unen sobre la base de Zimmerwaid y Kienthal, esto es, los que están en contra del defensismo revolucionario.

Tenemos que anunciar a los mencheviques que este deseo es sólo el deseo del grupo de gente que se ha reunido aquí y que no es obligatorio para todos los bolcheviques. Debemos ir al mitin y evitar presentar plataformas particulares. [Deberíamos hacerlo] dentro del marco de un deseo de convocar una conferencia sobre la base del antidefensismo.

Tales afirmaciones, hechas tres días antes de la llegada de Lenin a Petrogrado, indican que Kámenev y Stalin estaban muy lejos de estar bien dispuestos hacia el menchevismo. Implícitamente tendían al cisma sobre la base de una política acerca de la guerra y la paz que necesariamente llevaría al partido a un conflicto abierto con el gobierno provisional.

Era una estrategia plausible. Tan sólo el hecho de que en unas semanas los bolcheviques comenzaron a llevarla a cabo solos y de que luego, meses después, hicieron su Revolución de octubre explica que la audacia de la estrategia de Kámenev y Stalin se olvidara. Después de 1917, tanto Kámenev como Stalin tuvieron que abjurar de su estrategia, cuando la política más radical de tomar el poder sin la ayuda de los mencheviques se convirtió en uno de los hechos sagrados de la historia del bolchevismo. En cualquier caso, el episodio es importante por la luz que arroja sobre la carrera de Stalin. Él y Kámenev, a pesar de la hostilidad del Buró Ruso, se habían abierto camino hasta la dirección de la facción y habían elaborado una estrategia que, de haberse seguido, podría haber generado un partido de oposición radical al gobierno provisional. En marzo y abril las lealtades a las facciones eran extremadamente inciertas. La astuta idea de tentar a los mencheviques del ala izquierda a unirse a los bolcheviques tenía un sólido potencial político. Kámenev y Stalin habían sido al mismo tiempo hábiles y decididos. Habían visto mucho más de Rusia en el siglo XX que Lenin; habían experimentado la atmósfera política revolucionaria de Petrogrado desde la Revolución de febrero. Su plan de realizar una campaña de políticas radicales a favor de la paz, el pan, la tierra y el gobierno tenía la posibilidad de lograr una enorme popularidad.

Lenin manifestó rotundamente su desacuerdo. Escribió desde Suiza sus «Cartas desde lejos», en las que exigía el derrocamiento del gobierno provisional. La estrategia original del bolchevismo, enunciada desde 1905, había sostenido que los obreros debían derrocar la monarquía y establecer una dictadura revolucionaria temporal, uniendo a todos los partidos socialistas, que pondrían en práctica todas las libertades cívicas imaginables y establecerían una economía capitalista. La formación del gobierno provisional, liderado por los liberales, y la promulgación de las libertades cívicas habían dejado obsoleta la estrategia de Lenin. Nunca explicó adecuadamente por qué de repente creyó que Rusia ya estaba lista para la segunda gran etapa prevista en su desarrollo revolucionario —es decir, la «transición al socialismo»—, pero insistió en que era la única política auténticamente bolchevique. Tuvo la oportunidad de pelear por sus ideas cuando, a finales de marzo, el gobierno alemán le permitió a él y a un grupo de marxistas antibelicistas viajar hacia Escandinavia a través de Alemania antes de dirigirse a Petrogrado.

Los telegramas le precedieron y el Buró Ruso preparó una recepción adecuada. Kámenev y el resto de los dirigentes bolcheviques viajaron desde Petrogrado para recibirle en Beloóstrov cuando el tren se detuvo brevemente en la frontera administrativa entre Finlandia y Rusia el 3 de abril. Lenin no se anduvo con rodeos. Señaló a Kámenev como el responsable del apoyo condicionado del Buró al gobierno provisional y lo maldijo enérgicamente[34] (Stalin se libró de la diatriba sencillamente porque no había ido a Beloóstrov con el comité de bienvenida)[35]. El humor de Lenin no había mejorado cuando el tren llegó después de medianoche a la estación de Finlandia en Petrogrado. Una vez más denunció furioso al gabinete de Lvov y se comportó con brusquedad con el líder menchevique Nikolái Chjeidze, que encabezaba la delegación del Soviet de Petrogrado designada para recibirle como un célebre revolucionario que regresaba. Luego se dirigió al palacio de Táuride, donde habló en un encuentro de la facción bolchevique y exigió una transformación de la estrategia. Le oían con incredulidad, pero no iban a desanimarle; en una sesión conjunta de bolcheviques y mencheviques declaró de nuevo que todo compromiso con el gobierno provisional era intolerable. Durante todo el 4 de abril Lenin se dedicó a la agitación, mientras Kámenev y Stalin observaban con impotencia. De líderes dominantes se habían convertido en espectadores.

Los miembros del Buró Ruso que habían sido postergados por Kámenev y Stalin estaban encantados. Por fin contaban con alguien con el suficiente peso entre los bolcheviques como para exigir una posición ultrarradical. Estaban fascinados con Lenin y sus ideas, que él redujo a unos cientos de palabras y publicó como sus Tesis de abril. En otros lugares del país, muchos otros integrantes de la facción estaban igual de molestos con la política de apoyo condicionado al gobierno provisional. El bolchevismo siempre había abogado por el extremismo revolucionario. Para los bolcheviques a los que, en Petrogrado o en otras partes del país, les parecía bien dar un apoyo condicionado al gobierno provisional, la llegada de Lenin fue similar a la estampida de un toro en una tienda de porcelana. Todos los bolcheviques, de uno y otro lado del debate, habían quedado paralizados ante la visión de un líder que había regresado lleno de furor y seguridad; y ya estaba claro que los miembros del partido tendrían que elegir definitivamente entre las estrategias rivales de Kámenev y Lenin.

Stalin, como muchos otros, apoyó decididamente la posición de Lenin. Nunca se molestó en justificar esa decisión. De mitin en mitin, Lenin unió a los ultrarradicales y engatusó a los indecisos en aquellos primeros días después de su llegada a Petrogrado. Fue un tour de force político. Pero al mismo tiempo fue más fácil para Lenin de lo que parecía en el momento. El bolchevismo siempre había adoptado posiciones extremas. En realidad, hasta 1917 la facción tenía pensado formar una «dictadura provisional democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado» en caso de que la monarquía imperial fuese derrocada. Un gobierno de kadetes siempre se había considerado una posibilidad odiosa en la mentalidad bolchevique. Kámenev y Stalin, los defensores de llegar a un acuerdo con ciertos componentes de la facción menchevique, siempre habían tenido un objetivo ulterior. Stalin cambió de postura el 4 de abril, pero no hasta el extremo de convertirse abruptamente de «moderado» en «extremista». Además, al inclinarse a favor del ala leninista no aceptó la totalidad de las propuestas de Lenin. Siguió creyendo que Lenin tenía mucho que aprender acerca de la Rusia revolucionaria (¡e incluso acerca de la Europa no revolucionaria!).

Pero no podía dejar de ver la diferencia entre Kámenev y Lenin. Kámenev había sido el superior de Stalin, su amigo y aliado. Pero Lenin era un verdadero líder. Desde abril de 1917 hasta la incapacidad física de Lenin en 1922, Stalin le dio su apoyo. A menudo fue una relación problemática. Tuvieron disputas todos los años hasta la muerte de Lenin. Pero se llevaron bien entre febrero y octubre, y Lenin tomó a Stalin bajo su protección e impulsó su carrera en el bolchevismo.

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