Stalin

Stalin


II. El líder del partido » 12. El año 1917

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EL AÑO 1917

Los meses transcurridos entre las revoluciones de febrero y de octubre fueron extraordinarios para Rusia. La política se tornó libre y visible. Petrogrado estaba cubierta de banderas rojas y sin policía. Los dirigentes socialistas del Soviet de los Obreros y Soldados de la capital estaban de fiesta. Se cantaba la Internacional en las ocasiones ceremoniales. Abundaban las bravatas y el socialismo estaba en la cima de la popularidad. El gobierno provisional bajo el mando del liberal Gueorgui Lvov gobernaba solamente con permiso del Soviet de Petrogrado. La extrema derecha política había desaparecido tras la caída de la monarquía. «Organizaciones de masas» como la Guardia Roja mantenían el orden en las calles. Los oficiales del ejército aprendieron a consultar a sus tropas. La vida pública estaba dedicada al servicio del pueblo. Se exigía camaradería en todos los eventos oficiales. Si había que tomar decisiones, se suponía que debían estar precedidas por un debate y que los obreros, campesinos y soldados debían influir en lo que se resolviera. Surgieron soviets en todas las ciudades del país. Elegidos por las clases sociales inferiores, intervenían en los asuntos públicos cada vez que sus líderes —los mencheviques y los social-revolucionarios— sospechaban que los órganos del gobierno central o local contravenían el acuerdo con el gobierno provisional sobre la libertad civil general y la guerra defensiva.

Stalin trabajaba con Lenin para preparar una conferencia de bolcheviques que tendría lugar en abril. Era uno de los muchos dirigentes bolcheviques de Petrogrado y de las provincias cuyas opiniones estaban cambiando a causa del impacto del debate iniciado por Lenin. Se unían a aquellos otros bolcheviques que siempre se habían mostrado adversos a brindar siquiera el más leve apoyo al gobierno provisional. Incluso varios mencheviques rechazaron la política oficial de su agrupación pasándose al bolchevismo y toda la Organización de Distritos, que antes había sido antibolchevique, se unió a los bolcheviques en mayo[1]. La distancia entre bolcheviques y mencheviques siempre había sido grande, pero a la escisión inicial de los emigrados en 1903 le siguieron varios intentos de reunificación y, aunque la Conferencia de Praga de 1912 había dividido al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, bolcheviques y mencheviques de muchas ciudades rusas siguieron cooperando durante muchas semanas después de la Revolución de febrero. Pero sus radicales diferencias políticas eran cada vez más importantes y las facciones bolchevique y menchevique se convirtieron definitivamente en partidos separados.

Stalin, aun después de haber aceptado las Tesis de Abril de Lenin, no adoptó todas las opiniones políticas del líder. Lenin exigía la propiedad estatal de la tierra. Stalin continuó sosteniendo que esto podría privarles del apoyo de los campesinos, que deseaban tener el control total del campo[2]. Insistía en que la tierra debía ser transferida al campesinado sin condiciones[3] y quizás pensaba que una vez que Lenin adquiriera una experiencia más directa de las condiciones de vida en Rusia comprendería su postura. Stalin también evitaba la consigna más provocativa de Lenin acerca de la guerra. Al igual que Kámenev, Stalin omitía el llamamiento a los soldados y obreros a transformar la «guerra imperialista» existente en una «guerra civil europea» entre los proletariados de Europa y sus respectivas burguesías[4]. Kámenev y Stalin entendían que si los bolcheviques querían aumentar su popularidad, tenían que poner el acento en el hecho de que eran el único partido de Rusia que podía traer la paz. Igualmente destacable es que Stalin evitara expresiones tales como «la dictadura del proletariado»[5]. Prestaba oídos a las tendencias de la sociedad. Los trabajadores y los soldados vieron la caída de la monarquía como la inauguración de un régimen de libertad y democracia. Las ideas referentes a dictadura se consideraban típicas de la monarquía depuesta en febrero de 1917. Stalin defendía sus ideas —y no fue él sino Lenin quien finalmente tuvo que rectificar su posición[6].

Entretanto el gobierno provisional sucumbía a las dificultades. La guerra continuaba y los ejércitos rusos parecían ser cada vez más inferiores a sus enemigos alemanes. El caos económico empeoraba las cosas. Comenzaron a escasear los alimentos. Las fábricas estaban a punto de cerrar debido a que el metal, el combustible y otras materias primas no podían ser distribuidas. Los bancos dejaron de financiar empresas industriales. El sistema administrativo civil, que ya se tambaleaba por las exigencias de la guerra, comenzó a desmoronarse. No se podía contar con el buen funcionamiento del transporte ni de las comunicaciones. Al mismo tiempo, las exigencias del pueblo se intensificaban. Los obreros reclamaban salarios más elevados y un empleo estable. Los soldados de las guarniciones militares apoyaban una política de paz: les aterrorizaba la posibilidad de que les enviasen al frente. Los campesinos querían precios más elevados por sus cosechas; también insistían en obtener la posesión de toda la tierra cultivable y pedían el fin de la guerra. Los comerciantes y artesanos reclamaban medidas que les protegieran de las grandes empresas. Los ucranianos, finlandeses y georgianos querían pruebas de que las autoridades de Petrogrado no los estaban colocando en una posición desventajosa. El gobierno provisional hizo algunas concesiones. Introdujo tribunales de arbitraje para las disputas industriales. Aumentó los precios del grano. Toleró la insubordinación de las guarniciones militares. Garantizó la autonomía total de los organismos locales de autogobierno. Prometió convocar elecciones a una asamblea constituyente tan pronto como fuera posible.

Los ministros se negaron a sancionar mayores reformas hasta que no se hubiera logrado derrotar a las potencias centrales. El problema manifiesto desde la Revolución de febrero era que el gobierno provisional carecía de la capacidad para contener a los grupos sociales que reclamaban la introducción inmediata de reformas. La autorización del Soviet de Petrogrado había sido fundamental para que se estableciera el primer gabinete, y los soviets, los comités de fábricas y talleres, los comités militares y las comunas rurales empezaron a restringir los poderes de los ministros gobernantes. Las fuerzas armadas carecían de autoridad para sustentar la política del gobierno provisional debido a la insistencia de los soldados de las guarniciones en hacer caso omiso de las órdenes que les disgustaban. La policía había sido siempre inútil para repeler la desobediencia civil —y de cualquier modo virtualmente se habían dispersado solos cuando se produjo el derrocamiento de la monarquía.

Si Stalin tenía alguna duda acerca de seguir a Lenin, los acontecimientos de Petrogrado pronto la disiparon. El Ministro de Asuntos Exteriores, Pável Miliukov, había enviado una nota diplomática a Londres y París en la que afirmaba que los objetivos rusos de la guerra seguían siendo los mismos que bajo Nicolás II. Como estos objetivos incluían la expansión territorial a expensas del Imperio otomano, cundió un gran rechazo entre los obreros y soldados de la capital. El gobierno provisional había llegado al poder con el apoyo del Soviet de Petrogrado partiendo claramente de la base de que la guerra debía tener una función defensiva y de que debía renunciarse al expansionismo. Entre el 20 y el 21 de abril los dirigentes mencheviques y social-revolucionarios del Soviet de Petrogrado organizaron una manifestación. Similares manifestaciones de oposición tuvieron lugar en ciudades por todo el país. Algunos bolcheviques de Petrogrado llamaban a un levantamiento armado contra el gobierno provisional y Lenin tuvo que desautorizarlos como representantes del partido. En cualquier caso, todo el asunto Miliukov jugó a favor de Lenin. Para muchos que todavía no eran bolcheviques convencidos, así como para un creciente número de obreros y de soldados, pareció haberse confirmado que Lenin tenía razón y que había que culpar a los mencheviques y los social-revolucionarios por haber confiado en el gobierno provisional.

Dentro del bolchevismo, la opinión se inclinó definitivamente a favor de Lenin cuando logró reunir el apoyo de aquellos que habían sido postergados por Kámenev y Stalin en marzo. Lenin lo consiguió haciendo valer su posición y su personalidad ante quienes le oían y leían, y contaba con la ventaja de que muchos bolcheviques veteranos, aunque no compartían del todo sus ideas en cuanto a estrategia, se sentían incómodos prestando su apoyo, por más que fuera condicionado, a un gobierno provisional dirigido por liberales[7]. Kámenev también se puso de su lado. Por su parte, Lenin abandonó algunas de sus consignas más extremas. Dejó de exigir la transformación de «la guerra imperialista en una guerra civil europea». Temporalmente renunció a sus proclamas públicas a favor de la «dictadura» y la «guerra revolucionaria»[8]. Aunque Lenin todavía no se había adaptado plenamente al ambiente político ruso, Kámenev ya no lo veía como el fanático revolucionario que parecía ser en la Estación de Finlandia. Stalin tenía la misma opinión. Dejó a un lado su anterior actitud conciliatoria con respecto al gobierno provisional y se convirtió en un inequívoco defensor del leninismo. Miliukov hizo el resto y, cuando comenzó la Conferencia del Partido Bolchevique el 24 de abril, Lenin sabía que la victoria sería suya.

En la conferencia Lenin y Kámenev se unieron para defender la oposición incondicional al gobierno provisional. También exigieron medidas drásticas para poner fin a la Gran Guerra. Lenin continuó promoviendo su política de nacionalización de la tierra y la conferencia votó a su favor. Stalin, a pesar de haber argumentado en contra en Pravda, se contuvo. Pronto se sintió compensado: a mediados del verano Lenin llegó a convencerse de que la tierra debía pasar a manos del campesinado por medio de la «socialización de la tierra».

Stalin y Lenin habían sido aliados en la cuestión nacional desde antes de la Gran Guerra y fue Stalin quien informó de ello en la conferencia. Ambos querían atraer hacia los bolcheviques las simpatías de los habitantes no rusos del antiguo Imperio ruso. Sin embargo, el resultado fue el debate más enconado de toda la conferencia. La mayoría de la comisión preparatoria votó contra Stalin y a favor de Gueorgui Piatakov. Asimismo, a la mayoría de los bolcheviques no les agradaba el compromiso de Lenin y Stalin con la autodeterminación nacional, incluyendo la posibilidad de secesión del antiguo Imperio ruso. Parecía que la política oficial ignoraba los principios internacionalistas y hacía concesiones al nacionalismo; daba la impresión de que esto no tenía en cuenta ni las tendencias económicas generales ni los intereses de las clases obreras del mundo. Supuestamente, la política bolchevique debía dar más importancia a la revolución proletaria que a la autodeterminación nacional. Según Lenin, Piatakov subestimaba el odio que las regiones fronterizas sentían por Rusia y los rusos. La hostilidad podría disiparse sólo si se les decía a los ucranianos y a los finlandeses que tenían derecho a la independencia. Predijo que tal oferta apaciguaría los sentimientos antirrusos y convencería no sólo a Ucrania y Finlandia, sino también a otros territorios rusos, de que continuaran unidos a Rusia.

Stalin recogió estas hipótesis y añadió otras. Sostuvo que cualquier política que se formulara para el antiguo Imperio ruso tendría implicaciones en el extranjero. Si se veía que los bolcheviques trataban decentemente a sus minorías nacionales, esto alentaría los movimientos de liberación nacional en todo el mundo. La política actuaría como un «puente entre Occidente y Oriente». La apasionante contribución de Stalin fue el éxito del día[9]. Había necesitado el apoyo de Lenin y de Zinóviev. En cualquier caso, se había desenvuelto muy bien al dar su primer informe en una conferencia del partido. Aguantó sin rechistar las críticas personales provenientes del veterano bolchevique georgiano Pilipe Majaradze, que preguntó cómo abordaría las «aspiraciones separatistas» de las naciones del sur del Cáucaso. Majaradze también quiso saber si el establecimiento de administraciones locales sobre una base nacional-territorial podría resolver el problema de la compleja mezcla nacional en Georgia y otros lugares[10]. En el preciso momento en que Stalin disfrutaba de su posición como experto del partido en la cuestión nacional, otro georgiano se levantó para desafiarle. Stalin no dejó ver su irritación. Concentró su artillería verbal en Piatakov y en Dzierzyñski e ignoró las punzantes preguntas de Majaradze. Piatakov era un joven teórico bolchevique que había criticado la estrategia revolucionaria de Lenin a lo largo de la Gran Guerra; Dzierzyñski provenía del marxismo polaco y se había unido recientemente a los bolcheviques. Nunca había aceptado la política oficial bolchevique sobre la cuestión nacional.

Sin embargo, sin el apoyo de Lenin puede que Stalin no hubiese sido elegido para el Comité Central. La mayoría de los delegados apenas lo conocían; hizo falta puntualizar que uno de sus seudónimos era Koba: todavía no era conocido por todos como Stalin. Pero su problema fundamental era la posibilidad de que alguien pudiera repetir las objeciones que se le habían hecho en marzo. Lenin destacó: «Conocemos al camarada Koba desde hace muchísimos años. Solíamos verlo en Cracovia, donde teníamos nuestro Buró. Su actividad en el Cáucaso fue importante. Sabe desenvolverse muy bien en todo tipo de tareas de responsabilidad». Con esta recomendación pudo respirar tranquilo otra vez y no tuvo que encarar a la oposición frente a candidatos menos conocidos pero aun así controvertidos como Teodoróvich, Noguín, Búbnov y Glébov-Avüov. Lenin tampoco tuvo que pronunciar un discurso apologético tan extenso como en el caso de la candidatura de Kámenev. Stalin había escalado a la cúpula del partido: quedó tercero después de Lenin y Zinóviev en las elecciones al Comité Central[11].

El ritmo del trabajo político se había vuelto frenético desde el momento en que Stalin llegó a Petrogrado. Un día típico incluía mítines en las oficinas del Comité Central, en la mansión Kshesínskaia, que a menudo se prolongaban hasta la noche. Stalin no era uno de los oradores del partido; según uno de sus colaboradores, «evitaba pronunciar discursos en los mítines multitudinarios»[12]. Sus defectos eran obvios. Su voz no se oía sin micrófono[13] y tenía un acento muy marcado. No declamaba ni engolaba la voz como un actor por naturaleza. Si se necesitaba un orador del Comité Central, generalmente la elección recaía sobre Grigori Zinóviev (o sobre Lev Trotski y Anatoli Lunacharski, que se unieron a los bolcheviques en verano). En ocasiones también Lenin intervenía en un mitin abierto después de haber dominado sus propias reticencias iniciales. Stalin evitaba a toda costa estas funciones a menos que fuera requerido especialmente por el Comité Central. El diseño de políticas y la organización eran sus actividades preferidas. También le agradaban las tareas asociadas con la edición de Pravda. Aunque su trabajo se desarrollaba detrás del escenario, no se limitaba a la administración interna del partido. Ese papel recayó en Yákov Sverdlov, que encabezaba el Secretariado del Comité Central. Stalin estaba ascendiendo en el partido sin que el resto de éste se percatara todavía. Pero los que concluyeron que era una «figura gris» sencillamente demostraban su ignorancia acerca del núcleo central del partido[14].

No llegó a mudarse con la familia Allilúev, como había acordado en marzo[15]. Sin embargo, le habían dejado una habitación libre y los jóvenes Allilúev —en especial Anna y Nadia— esperaban ansiosamente su llegada. Al igual que otros dirigentes bolcheviques, dormía donde y cuando podía. Estaba haciendo nuevas amistades. También salía con las mujeres que le atraían. Era una existencia desordenada y agotadora, pero no dejaba de tener sus encantos sociales.

Mientras tanto, el gobierno provisional no logró resolver los conflictos después de abril. Entre sus problemas estaba un conflicto entre sus miembros socialistas y liberales. Los mencheviques Irakli Tsereteli y Mijaíl Skóbelev y el social-revolucionario Víktor Chernov insistían en que debía garantizarse el autogobierno a Finlandia y Ucrania. Los kadetes se retiraron el 2 de julio en vez de aceptar responsabilidades en el gabinete. El Ministro de Asuntos Militares, el social-revolucionario Alexandr Kerenski, había comenzado una ofensiva contra las potencias centrales unos pocos días antes. Sobrevino la crisis política. Los bolcheviques, que habían cuestionado al gobierno provisional en primavera, querían tantear de nuevo el terreno. Organizaron una masiva manifestación de protesta el 4 de julio. Su consigna era «¡Todo el poder para los soviets!» y se proponían suplantar al gobierno. Los marineros de la guarnición de Kronstadt fueron invitados a participar armados. El gobierno provisional, apoyado por los mencheviques y los social-revolucionarios, prohibió la manifestación. Pero tal era el descontentó popular que las multitudes siguieron reuniéndose en Petrogrado. En el último momento el Comité Central bolchevique temió que las autoridades recurrieran a la fuerza e intentaron desconvocar la manifestación. Pero el gobierno provisional había tenido suficiente. Los contactos financieros de Lenin con el gobierno alemán salieron a la luz y se dictó una orden de arresto contra él. Los bolcheviques de Petrogrado se ocultaron, mientras que dirigentes como Lev Trotski, Lev Kámenev y Alexandra Kollontai fueron puestos bajo custodia.

Los Allilúev pusieron su habitación vacante a disposición de Lenin. En su huida de las autoridades en los «Días de julio», Lenin buscó refugio en primer lugar en la casa del activista bolchevique Nikolái Poletáiev. Pero Poletáiev era muy conocido porque anteriormente había sido diputado de la Duma y Lenin se sintió muy agradecido por el ofrecimiento de los Allilúev. Estuvo allí unos pocos días antes de disponer su partida al Norte, al distrito rural de Razliv. El disfraz era fundamental. Decidió afeitarse la barba y el bigote. Stalin, que fue a la casa de los Allilúev para despedirse, hizo las veces de barbero en jefe del partido[16] (esto sucedió algunos años antes de que se convirtiera en su maestro carnicero). Cuando Lenin se miró al espejo, se sintió complacido: «Está muy bien ahora. Parezco ni más ni menos que un campesino finlandés, y casi nadie podría reconocerme»[17]. Mientras Lenin estuvo con los Allilúev, Stalin se mudó con los compañeros solteros Viacheslav Mólotov y Piotr Zalutski —así como con Iván Smilga y su esposa— a un apartamento bastante espacioso en los alrededores de Petrogrado[18]. Las disputas entre Mólotov y Stalin acabaron cuando Stalin admitió: «Estuviste más cerca de Lenin que nadie en la fase inicial, en abril»[19]. Sin embargo, hubo otras desavenencias en su relación. Ya anciano, Mólotov recordaba que cuando compartían apartamento Stalin le quitó una novia —una tal Marusia[20].

Más o menos una semana después de la partida de Lenin, Stalin, pese a la preocupación por el peligro que su presencia podría entrañar para la familia[21], se mudó a casa de los Allilúev. Para entonces se habían trasladado a un distrito más céntrico y habían alquilado un apartamento más grande en el número 17 de la calle Décima Rozhdéstvenskaia. Tenía tres habitaciones, una cocina y un baño, las escaleras de todo el edificio eran «lujosas» y se encargaba de ellas un conserje uniformado. Un ascensor subía hasta el quinto piso, donde vivían los Allilúev. Stalin tenía su propia habitación[22]. La mayor parte del tiempo estaba solo, ya que Anna y Nadia habían dejado Petrogrado durante las vacaciones de verano y Fedia trabajaba tanto como sus padres, Serguéi y Olga[23]. Llevó allí sus pocas pertenencias —manuscritos, libros y algo de ropa— en una cesta de mimbre. Olga se preocupaba por Iósef (como le llamaba) e insistía que se procurara un traje nuevo. Cuando Iósef alegó que no tenía tiempo, ella y su hermana María salieron y le compraron uno. Les pidió que le pusieran unos paños térmicos dentro de la chaqueta. También dijo que le resultaba incómodo usar una chaqueta y una corbata corrientes debido a su infección de garganta. Olga y María se sentían más que dichosas de atenderle y María le cosió dos cuellos verticales de terciopelo en el traje. Aunque no parecía un dandi, sin duda su aspecto se volvió algo más elegante[24].

Nadia volvió a Petrogrado para el comienzo del curso a finales del verano. Cumplía dieciséis años en septiembre, pero estaba harta de la escuela y había tenido que soportar gran cantidad de burlas debido a las tendencias bolcheviques de sus padres[25]. Cuando volvió al apartamento de la calle Décima Rozhdéstvenskaia desarrolló una pasión por las tareas domésticas. Un día el ruido que producía el movimiento de las mesas y sillas hizo que Stalin saliera de su habitación: «¿Qué pasa aquí?, ¿qué es todo este lío? ¡Ah, eres tú! ¡Veo que una verdadera ama de casa se ha puesto a trabajar!». Esto desconcertó a Nadia, que le preguntó: «¿Qué ocurre? ¿Está mal?». Enseguida Stalin la tranquilizó: «¡Por supuesto que no! ¡Está muy bien! Pon un poco de orden, sigue (…) ¡Que vean los demás!»[26].

A Stalin le gustaban las mujeres que se ocupaban de la casa. También esperaba y necesitaba ser admirado, y estaba buscando un enclave donde poder descansar de su ajetreada vida política. Quizás comenzaba a sentirse atraído por Nadia. Aunque le doblara la edad, esto no le había impedido conquistar a adolescentes en Siberia. Sin embargo, durante ese tiempo siguió comportándose con ella por las noches casi como un padre. Leía a los hermanos Allilúev «El camaleón» y otros cuentos de Chéjov y recitaba a Pushkin. Maxim Gorki era otro de sus preferidos. Cuando aparecían los amigos de los jóvenes, también se divertía con ellos[27]. Antes de irse a la cama retomaba su trabajo y a veces estaba tan cansado que se quedaba dormido con la pipa todavía encendida; en una ocasión quemó las sábanas y estuvo a punto de provocar un incendio en el apartamento[28]. Pero la mezcla de trabajo y atmósfera familiar le agradaba. Tenía casi cuarenta años. Rara vez se había establecido con personas que le tuviesen cariño. En casa de los Allilúev encontró al fin un santuario. Se estaba cerrando una herida en sus sentimientos; apenas sorprende que pronto desposara a un miembro de la familia.

Sin embargo todavía tenía que arreglarse por su cuenta. La familia Allilúev siempre estaba muy ocupada y, en cualquier caso, los movimientos de Stalin eran impredecibles. Por lo tanto, se compraba la comida cuando volvía del trabajo. En la esquina de la calle Décima Rozhdéstvenskaia solía detenerse en un puesto y comprar una hogaza de pan y un poco de pescado ahumado o una salchicha. Ésta solía ser su cena —o, si su actividad en el partido había sido frenética, el almuerzo que se había saltado[29].

Con todo, la política era el principal objeto de sus afectos. El poder y el prestigio satisfacían sus más profundos e intensos anhelos. No había renunciado a sus ambiciones como teórico marxista. Pero en este momento sus inclinaciones se dirigían hacia asuntos de índole práctica como contribuir en la dirección del Comité Central, editar Pravda y planificar las maniobras de los bolcheviques de Petrogrado. Su desagradable recepción por parte del Buró Ruso en marzo había quedado muy atrás; se había establecido firmemente en la dirección del partido. Trabajaba sin descanso. Sus tareas en el Comité Central y en Pravda implicaban escribir tanto, fuera con pluma o lápiz, que le salieron callos en los dedos de la mano derecha[30]. Con el trabajo vino la autoridad. Lenin y Zinóviev habían huido. Trotski, Kámenev y Kollontai se encontraban en prisión.

La dirección del partido quedó en manos de Stalin y Sverdlov, ya que eran los únicos miembros del núcleo interno del Comité Central que seguían en libertad. Esta situación pudo haber desconcertado a muchos. Pero Stalin y Sverdlov superaron con aplomo las dificultades mientras trataban de reparar el daño que los «Días de julio» habían causado al partido —y Stalin disfrutaba de la oportunidad de demostrar que tenía las habilidades políticas que todavía no habían detectado en él sino unos pocos miembros del partido.

A comienzos del VI Congreso del partido, que se celebró en la clandestinidad a finales de julio, no había duda acerca de la preeminencia de Stalin entre los bolcheviques. El Comité Central le eligió para presentar su informe oficial, así como otro «sobre la situación política». Su antigua hostilidad mutua ya no preocupaba ni a Stalin ni a Sverdlov. Como secretario del Comité Central, Sverdlov ya no constituía un verdadero rival para Stalin. En realidad, Sverdlov era par excellence un administrador y, aunque también se le podía invitar a pronunciar vehementes discursos con su resonante voz de bajo, no aspiraba de convertirse en una personalidad política destacada: dejaba que otros elaboraran las políticas. Esta actitud se avenía bien con los deseos de Stalin, que buscaba una posición destacada en el partido bolchevique.

Los «Días de julio» de Petrogrado habían perjudicado al partido en las provincias y los delegados provinciales se quejaban de que el Comité Central había llevado mal los asuntos en la capital y de que habían dejado de lado las necesidades del resto del partido. Stalin se enfrentó a esto resueltamente. La crítica, señaló:

proviene de los comentarios de que el Comité Central no mantuvo contacto con las provincias y de que concentró su actividad en Petrogrado. La acusación de que se ha dejado de lado a las provincias no carece de fundamento. Pero no era posible abarcar toda la red provincial. La acusación de que el Comité Central se convirtió en realidad en un Comité de Petersburgo es cierta parcialmente. Así fue. Pero es que la política de Rusia giraba en torno a Petrogrado.

Después de haber abordado las objeciones, insistió en que el Congreso debía concentrar su atención en la estrategia futura. En ese momento los soviets permanecían bajo el control de los mencheviques y los social-revolucionarios, y Lenin —todavía escondido en Finlandia— deseaba impulsar la consigna «¡Todo el poder para los soviets!». Stalin se oponía discretamente a esta línea. Entendía que, si el Partido quería ganar popularidad, tenía que presentarse como un agente entusiasta de las «organizaciones de masas».

Stalin también realizó una notable contribución al debate «sobre la situación política». Yevgueni Preobrazhenski, un joven y prometedor delegado (que iba a incorporarse al Comité Central en 1919), deseaba que se insistiera más en la necesidad de que se produjeran revoluciones en todas partes de Europa. Stalin no estaba de acuerdo[31]:

No se excluye la posibilidad de que Rusia sea justamente el país que allane el terreno al socialismo. Hasta ahora ni un solo país disfruta de la libertad que hay en Rusia y ninguno ha tratado de establecer el control obrero de la producción. Más aún, la base de nuestra revolución es más amplia que en Europa occidental, donde el proletariado se enfrenta a la burguesía completamente solo. Aquí los trabajadores son apoyados por las capas más pobres del campesinado. Finalmente, el aparato del poder estatal en Alemania funciona incomparablemente mejor que el aparato imperfecto de nuestra burguesía, que depende del capital europeo. Debemos rechazar la anticuada idea de que sólo Europa puede mostrarnos el camino. Hay un marxismo dogmático y un marxismo creativo. Yo me sitúo en el terreno de este último.

Esta afirmación adquirió relevancia varios años más tarde cuando Stalin, convertido en secretario general del partido, reclamó que la política del partido se centrara en la construcción del «socialismo en un solo país»[32].

La política estaba cambiando rápidamente fuera del partido bolchevique. Alexandr Kerenski, que se convirtió en primer ministro después de los «Días de julio», intentaba restaurar el orden. Organizó una Conferencia de Estado para recuperar el apoyo de los partidos y de otras organizaciones públicas. Entre los que fueron bien recibidos en los círculos políticos de derechas de la Conferencia de Estado estaba el comandante en jefe de Kerenski, Lavr Kornílov. Kerenski y Kornílov trazaron un plan para trasladar las unidades de la línea del frente a Petrogrado (donde las tropas de las guarniciones tenían fama de no ser muy de fiar). En el último momento, el 28 de agosto, Kerenski sospechó injustificadamente que Kornílov estaba urdiendo un complot para dar un golpe de estado y se le ordenó que mantuviera sus fuerzas en el frente. Esto sirvió para convencer a Kornílov de que Kerenski ya no era capaz de gobernar el país en situación de guerra y decidió derrocarle. El pánico se apoderó de Petrogrado. Los recursos militares de Kerenski eran débiles y confiaba en los agitadores socialistas para que salieran al encuentro de los trenes y convencieran a las tropas de que desobedecieran a Kornílov. Entre los tan necesarios agitadores estaban los bolcheviques, así como los mencheviques y los social-revolucionarios. Kornílov fue arrestado y Kerenski logró salvarse, pero sus días ya estaban contados.

El bolchevismo volvió a surgir abiertamente como una fuerza política, aunque ya no lo hizo bajo el doble liderazgo de Stalin y Sverdlov. El 30 de agosto el Comité Central consideró una petición secreta de Zinóviev para volver a la acción. Era arriesgado. Zinóviev no sólo podía ser arrestado, sino que también su reincorporación al Comité Central podía provocar una renovación de los ataques al partido por parte de las autoridades. Se le dijo que el Comité Central estaba «haciendo todos los esfuerzos para que pudiera estar tan cerca como fuera posible del partido y del trabajo en el periódico»[33]. Esto no logró desanimar a Zinóviev, que al día siguiente asistió a la reunión del Comité Central[34]. El Comité Central reconoció que necesitaba un líder revolucionario de su talento. Con Trotski sucedía lo mismo, aunque muchos bolcheviques continuaban siendo hostiles hacia él. Una vez liberado de la cárcel, estaba impaciente por obtener repercusión pública. El 6 de septiembre el Comité Central dispuso nuevas asignaciones de personal. El comité editorial de Pravda, previamente dirigido por Stalin, se amplió para incluir a Trotski, Kámenev, Sokólnikov y a un representante del Comité de Petersburgo. Trotski fue asimismo designado para colaborar en la edición de Prosveshchenie y para unirse al Comité Ejecutivo Central del Congreso de los Soviets. Aunque también Stalin fue designado para integrar el Comité Ejecutivo Central, sus deficiencias como orador implicaban que Trotski sería allí la figura más destacada del partido[35].

Se terminaban las semanas de esplendor de Stalin. La tarea inmediata del Comité Central era organizar a los bolcheviques para la Conferencia Democrática convocada por Alexandr Kerenski. Se había fijado su celebración en el teatro Alexandrinski el 14 de septiembre y Kámenev fue elegido como el orador principal de los bolcheviques. Stalin se unió a Trotski, Kámenev, Miliutin y Rykov en la comisión que elaboró la declaración del partido[36]. La Conferencia Estatal Democrática reunió a los partidos socialistas de todo el antiguo Imperio ruso. Entre los mencheviques y los social-revolucionarios había un creciente descontento por la incapacidad del gobierno provisional para aliviar el malestar social y por su negativa a profundizar las reformas. Alexandr Kerenski se estaba convirtiendo casi en su bite noire, como ya lo era para los bolcheviques. La estrategia del Comité Central era persuadir a los delegados que participaban en la Conferencia Estatal Democrática de que Kerenski tenía que ser reemplazado por un gobierno socialista. Los mencheviques y los social-revolucionarios seguían estando al frente de la mayoría de los soviets en la Rusia urbana, aunque tanto el Soviet de Petrogrado como el de Moscú habían caído en manos de los bolcheviques. Por lo tanto, la declaración apelaba a todos los socialistas, incluidos los bolcheviques, para que unieran sus fuerzas en la persecución de sus objetivos comunes. Esto se acordó dando por supuesto que estaba de acuerdo con el compromiso estratégico aceptado por Lenin en Finlandia.

Las exigencias específicas de los bolcheviques eran de carácter global, y esto inevitablemente llevaría a disputas con los mencheviques y los social-revolucionarios. Mientras intentaba establecer una única administración para todo el socialismo, el Comité Central bolchevique insistía en la radicalización de las políticas. Había que expropiar a la nobleza terrateniente. Debía implantarse el control obrero y la gran industria debía ser nacionalizada. Había que proponer «una paz democrática universal» a todos los pueblos del mundo. La autodeterminación nacional tenía que proclamarse. Había que establecer un sistema de seguridad social de cobertura global[37].

Pero el Comité Central no había contado con que Lenin había dejado de creer —si es que alguna vez había creído en ello— en la posibilidad de un proceso revolucionario pacífico. El 15 de septiembre el Comité Central analizó una carta suya en la que reclamaba que se iniciasen los preparativos para una insurrección armada[38]. No decía nada acerca de una coalición de todos los socialistas. Para él lo principal era deponer a Kerenski e implantar una administración revolucionaria. Su frustración por tener que permanecer oculto se canalizaba en sus escritos. Los artículos fluían de su pluma en Helsinki y cada uno de ellos dejaba claro que la sección bolchevique no debía establecer pactos en la Conferencia Estatal Democrática: el tiempo de hablar se había terminado. En «Marxismo e insurrección» reclamaba «la inmediata transferencia del poder a los demócratas revolucionarios encabezados por el proletariado revolucionario»[39]. Sus llamamientos al levantamiento causaron consternación entre varios miembros del Comité Central. En la misma asamblea del Comité Central hubo acaloradas discusiones, y Stalin confirmó su apoyo a Lenin al proponer que la carta fuera enviada a las organizaciones más importantes del partido para su análisis; pero el Comité Central finalmente decidió quemar la carta y conservar una sola copia en los archivos. La moción se aprobó por seis votos contra cuatro[40].

La política del partido bolchevique acerca de la cuestión fundamental del gobierno fluctuaba. Con el abierto regreso de Trotski a la actividad, se reforzó la tendencia más radical. Por otra parte, había muchos líderes y activistas socialistas por todo el país que querían la deposición del gobierno provisional. Cada vez más soviets de las ciudades, sindicatos y comités de fábricas y talleres adquirían una mayoría bolchevique a finales de septiembre y principios de octubre. Más pronto o más tarde habría que responder a la pregunta: ¿Van a tomar el poder los bolcheviques? De ser así, ¿cuándo será? En ese caso, ¿iban a actuar solos o en algún tipo de alianza socialista? Sin embargo, Stalin ya había elegido. Ya no consideraba viable un acuerdo con los mencheviques (Trotski había adoptado la misma postura). Su futuro estaba ligado únicamente al de los bolcheviques. Su posición en el Comité Central bolchevique se había consolidado, pero fuera de este marco apenas tenía autoridad política. Era uno de los bolcheviques más influyentes y al mismo tiempo uno de los más oscuros. Si hubiera muerto en septiembre de 1917, seguramente nadie habría escrito su biografía.

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