Stalin

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V. El emperador » 52. Vozhd e intelectual

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VOZHD E INTELECTUAL

El Vozhd conservaba sus intereses intelectuales. Decía a la gente que leía hasta quinientas paginas al día[1] y los libros que elegía eran del tipo que había preferido siempre. Entre ellos estaba Germinal de Émile Zola, a quien había descubierto cuando era adolescente[2]. Siguió amando la épica medieval de Shota Rustaveli, El caballero de la piel de pantera[3]. Había encontrado a sus favoritos en sus primeros años y no los abandonó en la vejez. Su renovado apoyo al falaz genetista Trofim Lysenko siguió evitando el progreso de la biología soviética y amenazando la vida y la carrera de los oponentes políticos y académicos de Lysenko[4].

El marxismo, la arquitectura, la lingüística, la genética y las relaciones internacionales estaban entre los intereses intelectuales de Stalin. Le atraían especialmente las obras históricas. Leía sobre la historia de Rusia, así como los anales de Mesopotamia, la antigua Roma y Bizancio[5]. Cuando se le ocurría, mantenía conversaciones con físicos, biólogos y científicos. Leía con atención las novelas que ganaban todos los años el Premio Stalin y escuchaba en el gramófono discos de música folklórica y clásica antes de que aparecieran en las tiendas (y los clasificaba desde «buenos» hasta «horribles»). En Moscú asistía a los ballets, las óperas y los conciertos. Sus dachas estaban equipadas para que pudiera censurar las películas soviéticas antes de que se estrenaran. ¡Volga! ¡Volga! era su película preferida[6]. Leía, escuchaba y miraba ante todo para su deleite personal y para ilustrarse. No le agradaban los escritores extranjeros contemporáneos. Los escritores vivos tenían que ser soviéticos. No es que esto los salvara de su ira si no aprobaba alguno de sus libros. Nunca dejó de decir lo que pensaba acerca de los productos culturales sin que le importara si conocía o no el tema. Nadie en toda la URSS estaba en posición de ignorar sus predilecciones. Si existió alguna vez un intelectual obsesivo y diletante, ése fue Stalin.

Sin embargo, pronunció solamente tres discursos públicos después de 1946 y dos de ellos sólo duraron unos pocos minutos[7]. Escribió pocos artículos y no publicó textos de mayor extensión después de la guerra hasta Marxismo y problemas de lingüística en 1950[8]. No había escrito tan poco para la prensa desde el final de la Guerra Civil. La consecuencia fue que esos escritos menores y escasos servían como pautas de lo que otros podían publicar o transmitir en el ámbito público comunista tanto en la URSS como en el extranjero.

También hizo manifiesto su deseo de contrarrestar la admiración en boga por la ciencia y cultura extranjeras. Cuando el presidente Truman le envió algunas botellas de Coca-Cola, Stalin se enfureció y ordenó al científico experto en alimentos Mitrofan Lagvidze que desarrollara una bebida gaseosa superior a base de pera para enviársela a cambio (por una vez cabe sentir cierta simpatía por Stalin)[9]. Al elogiar sólo los logros de la URSS, Stalin se proponía encerrar todavía más a la URSS en una cuarentena intelectual. La principal excepción se mantuvo en secreto: dependía considerablemente del espionaje científico y tecnológico para robar los descubrimientos extranjeros que se necesitaban para el desarrollo del poderío militar e industrial soviéticos. En lo demás el principio rector era que todo lo extranjero era inferior y perjudicial. Con esto en mente convocó al Kremlin a Alexandr Fadéiev y a dos de sus colegas literarios, Konstantín Símonov y Borís Gorbatov, a los que se unieron Mólotov y Zhdanov el 13 de mayo de 1947. Fadéiev, presidente de la Unión de Escritores de la URSS, tenía la esperanza de que se discutiese la política de derechos de autor. Pero Stalin tenía otros motivos. Una vez que se estableció la política acerca de los derechos de autor, le entregó una carta a Fadéiev para que la leyera en voz alta a los allí reunidos. Los contenidos se referían a un posible medicamento anticancerígeno desarrollado por dos científicos soviéticos que habían enviado detalles sobre éste a editores norteamericanos[10]. Fadéiev estaba aterrorizado, mientras Stalin hacía su escena de caminar de un lado para otro dando la espalda a sus invitados. Cuando Fadéiev se volvió hacia él, la mirada de Stalin —severa y vigilante— lo estremeció todavía más. Stalin declaró: «Tenemos que liquidar el espíritu de autohumillación».

Fadéiev se sintió aliviado al oír que no había ningún problema con él, sino que se le encargaba la campaña contra las influencias y modas extranjeras. El ministro de Asuntos Exteriores no podía hacerlo sin desestabilizar las relaciones con Occidente[11] (por lo menos en esta ocasión los testigos presenciales pudieron registrar los cálculos específicos de Stalin). Stalin estaba planeando completar la cerrazón de la mente intelectual soviética. Su propia mente ya casi se había aislado de las influencias extranjeras. Ahora estaba llevando a cabo la reproducción sistemática de su mentalidad en toda la URSS.

Símonov anotó las palabras de Stalin[12]:

Aquí está el tema, que es muy importante y en el cual deben interesarse los escritores. Es el tema de nuestro patriotismo soviético. Si uno toma una muestra de los miembros de nuestra intelliguentsia, la intelliguentsia académica, los profesores y los doctores, no se les ha inculcado debidamente el sentimiento del patriotismo soviético. Muestran una injustificada sumisión a la cultura extranjera. Todos se sienten todavía inmaduros y suponen que no son personalidades desarrolladas al 100%; se han acostumbrado a considerarse eternos alumnos.

Stalin continuó[13]:

Esta es una tradición antigua y puede hacerse remontar a Pedro el Grande. Pedro tenía algunas buenas ideas pero pronto se establecieron demasiados alemanes; fue un período de sumisión a los alemanes. Veamos, por ejemplo, lo difícil que era para [el erudito ruso del siglo XVIII] Lomonósov respirar, lo difícil que le resultaba trabajar. Primero fueron los alemanes, luego los franceses. Había mucha sumisión ante los extranjeros, ante mierdas.

Aunque Stalin era un admirador de Pedro el Grande, se colocaba como el gobernante que por fin podría erradicar el síndrome del complejo de inferioridad característico de la vida intelectual rusa desde la época de Pedro.

Durante la Segunda Guerra Mundial había dejado de hacerse ilusiones de que podría incrementar su control sobre el orden soviético, pero estaba orgulloso de lo que había consolidado en muchos sentidos[14]. Reconocía que tendrían que producirse grandes cambios antes de que el comunismo de Marx, Engels y Lenin pudiera hacerse realidad. Sin embargo, insertó sus propias y peculiares ideas. Desde luego, en la década de los veinte había suscitado una controversia al decir que el socialismo podía ser construido en un solo país rodeado de estados capitalistas hostiles. Esto contrastaba con la convención de los teóricos bolcheviques, incluyendo a Lenin, de que debería haber más de un estado poderoso comprometido con el socialismo para que pudiera completarse tal construcción. Antes de la guerra Stalin había ido más lejos sugiriendo que la construcción del comunismo —la forma perfecta de sociedad sin Estado soñada por los marxistas desde los comienzos— podría comenzar en la URSS por sí sola[15].

Stalin había explicado su idea en el XVIII Congreso del Partido en marzo de 1939: «¿Deberemos mantener el Estado en el período del comunismo? Sí, se mantendrá a menos que el entorno capitalista sea liquidado y a menos que el peligro de un ataque militar extranjero sea liquidado»[16]. No indicó cómo se marchitaría el Estado, como había anticipado Lenin en El Estado y la revolución. Mólotov llamó la atención de Stalin sobre esta deficiencia teórica. La raíz del problema podía remontarse a la afirmación en la Constitución de la URSS de 1936 de que el estado soviético funcionaba sobre el principio de cada cual según sus capacidades y a cada cual, según su trabajo. Como había argumentado Mólotov, éste no era el verdadero estado de cosas en la URSS. El socialismo todavía no estaba cerca de completarse. Era especialmente erróneo considerar los koljozes como una forma de economía socialista. Existían grandes injusticias en la administración de la sociedad. Mólotov también rechazó la opinión de que el socialismo podía completarse en un solo país. La construcción podía comenzar; podía continuar. Sin embargo, no podía ser consumada[17]. Stalin entendió lo que Mólotov decía, pero lo refutó: «Reconozco la teoría, pero así es como yo entiendo las cosas: esta es la vida y no la teoría»[18]. La vida, tal como Stalin la veía desde finales de la década de los treinta, requería la expansión del orgullo por el orden que existía en el estado y la sociedad, aunque esto implicara mancillar la pureza de las doctrinas leninistas.

Se deleitaba intensamente con los logros soviéticos. Cuando miraba un mapa con un dirigente del Partido Comunista Georgiano, Akaki Mgueladze murmuró[19]:

Veamos qué tenemos aquí. En el Norte todo esta en orden. Finlandia ha cedido y hemos extendido la frontera desde Leningrado. La región báltica —¡que es auténtica tierra rusa!— es nuestra de nuevo; todos los bielorrusos viven ahora con nosotros y lo mismo los ucranianos y los moldavos. Todo está en orden en el Oeste.

Estaba igualmente complacido con la situación en el Este: «¿Qué tenemos aquí? (…) Las islas Kuriles ahora son nuestras, Sajalín es completamente nuestra: ¡qué bien! Port Arthur y Dalni [Dairen] también son nuestros. El ferrocarril chino es nuestro. En cuanto a China y Mongolia, todo está en orden». La única frontera que le inquietaba era la del Sur. Presumiblemente deseaba fervientemente obtener el estrecho de los Dardanelos y tal vez también el norte de Irán. Había llegado a aspirar a la restauración de las fronteras imperiales rusas y a considerar los objetivos de la política exterior de los Románov como suyos; las obras sobre la historia de Moscovia y del Imperio ruso, incluyendo la serie de volúmenes del clásico del siglo XIX Nikolái Karamzín, tenían un creciente atractivo para él.

La pasión de Stalin por lo ruso se había hipertrofiado. Cuando leía Tras las huellas de las culturas antiguas de V. V. Piotrovski, se encontró con el nombre «Rusa» en una parte dedicada a los asirios. Tomó nota de esto[20], pensando evidentemente que esta palabra podría dar una clave acerca de los orígenes de la nación rusa. Cualquier cosa que tuviera la más leve relación con Rusia atraía su atención. Como un viejo desocupado que tiene que ver una última locomotora antes de renunciar a su afición, se había convertido de entusiasta en fanático.

Pocos autores se libraron de sus críticas. En el margen de la página donde Piotrovski declaraba sus méritos como pionero de la historiografía de la cultura, Stalin se burlaba: «¡Ja, ja!»[21]. Stalin había recorrido cuidadosamente el libro de Piotrovski. Las notas que tomó acerca de las lenguas antiguas del Oriente Medio fueron importantes para él, ya que se proponía escribir un largo ensayo sobre lingüística. Está de más decir que esto causó sorpresa entre la intelliguentsia soviética. Esperaban que, cuando tomara nuevamente la pluma, expresara sus ideas acerca de la política o la economía. Pero hizo lo que le apetecía. En el transcurso de su extensa actividad lectora se había topado con las obras de Nikolai Marr. Miembro de la Academia Imperial rusa antes de 1917, Marr había hecho las paces con el estado soviético y había ajustado sus teorías al tipo de marxismo popular de la Unión Soviética en las décadas de los veinte y los treinta. Marr había argumentado que los marxistas debían incorporar los «principios de clase» a la lingüística del mismo modo que se hacía en la política. El lenguaje tenía que ser visto como específico de una clase y como la creación de cualquier clase que estuviera en el poder. Ésta era la ortodoxia oficial que Stalin había decidido desechar.

Los artículos aparecieron en Pravda en el verano de 1950 y fueron recopilados en un folleto titulado Marxismo y problemas de lingüística. Las facultades universitarias de toda la URSS dejaron lo que estaban haciendo para estudiar las ideas de Stalin[22]. Mucho de lo que escribió era un antídoto saludable contra las ideas que circulaban en la lingüística soviética. Marr había argumentado que el ruso contemporáneo había sido un fenómeno burgués bajo el capitalismo y que debía ser recreado como un fenómeno socialista bajo la dictadura del proletariado. Stalin pensaba que esto era charlatanería. Insistió en que el lenguaje tenía sus raíces en un período anterior; en la mayoría de las sociedades, en realidad, se había formado antes de la época capitalista. Los cambios recientes que se habían producido en el ruso consistían principalmente en la introducción de nuevas palabras en su acervo léxico y en el abandono de viejas palabras a medida que se transformaban las condiciones políticas y sociales. También tuvo lugar una organización de la gramática. Pero el ruso escrito y hablado por Alexandr Pushkin a principios del siglo XIX difería muy poco de la lengua de mediados del siglo XX[23]. Mientras que varias clases tenían su propia jerga y algunas regiones su propio dialecto, el idioma fundamental había sido común para todos los rusos[24].

Los motivos de Stalin desconcertaron a los políticos e intelectuales acostumbrados a sus contribuciones polémicas acerca de la política internacional, la dictadura política y la transformación económica. Su habitual tono amenazador apenas era evidente. Sólo una vez dejaba ver su ira, cuando afirmaba que, si no hubiera sabido de la sinceridad de un escritor en particular, habría sospechado un sabotaje deliberado[25]. Aparte de eso conservaba las características de un maestro paciente y modesto.

Marxismo y problemas de lingüística ha sido injustamente ignorado. Si bien recurrió a importantes lingüistas como Arnold Chikobava para que le asesoraran, Stalin escribió el libro solo, y no hacía nada sin un propósito[26]. El texto estaba lejos de tratar sólo de lingüística. Los contenidos también muestran su permanente interés por las cuestiones del carácter nacional ruso. En un punto establecía con autoridad que los orígenes de «la lengua nacional rusa» podían ser rastreados hasta las provincias de Kursk y Oriol[27]. Pocos lingüistas aceptarían hoy esta opinión, pero conserva su importancia en la historia soviética, porque demuestra el deseo de Stalin de situar las raíces de la condición rusa en el territorio de la RSFSR. Esto era particularmente relevante para él, porque algunos filólogos e historiadores consideraban que Kíev, en la Ucrania contemporánea, era la cuna de la lengua rusa. Más aún, usó la lengua rusa como ejemplo de la longevidad y resistencia de una lengua nacional. Pese a todas las invasiones del país y a todas las influencias culturales, el ruso se conservó durante siglos y emergió «victorioso» de los intentos de erradicarlo[28]. Al elogiar con frecuencia las obras de Alexandr Pushkin, Stalin no dejaba dudas acerca del lugar privilegiado que ocupaban Rusia y los rusos en su corazón.

Sin embargo, esta fascinación por la «cuestión rusa» no excluía una preocupación por el comunismo y la política mundial. De hecho, Stalin afirmó que las lenguas nacionales finalmente desaparecerían cuando el socialismo se extendiera en el mundo. En su lugar surgiría una sola lengua para toda la humanidad que se desarrollaría a partir de las lenguas «regionales» que a su vez habían surgido de las nacionales[29]. La idea muy extendida de que la ideología de Stalin se había convertido en un nacionalismo puro y duro no puede ser corroborada. Ya no propugnaba la causa del esperanto. Su empeño en exagerar las virtudes de Rusia no puso fin a su creencia marxista de que la última fase de la historia sería el logro de una sociedad mundial postnacional.

En cualquier caso, fue su fervor por Rusia y por la Unión Soviética lo que ocupó el mayor espacio en sus consideraciones intelectuales. Estaba claro en su último libro. Lo había escrito de su puño y letra; se negó a dictar sus reflexiones a un secretario[30]. El libro, que apareció poco antes del XIX Congreso del Partido en 1952, se titulaba Los problemas económicos del socialismo en la URSS. Seguía a un debate público acerca del tema inaugurado a instancias de Stalin en noviembre de 1951 y, como preparación para su propia contribución, dio instrucciones a Malenkov de que se familiarizara con la bibliografía reciente sobre economía política. A Malenkov se le habían encomendado muchas tareas difíciles durante su carrera, pero la asimilación rápida de todo el corpus del marxismo fue una de las más arduas[31]. Stalin reconoció que no tenía ni el tiempo ni las fuerzas —y tal vez tampoco la capacidad intelectual— para desarrollar una visión general de la economía política que fuera innovadora. Pero estaba dentro de su capacidad indicar su marco preferido en lo que afectara a la URSS. Tenía el objetivo de proporcionar unas pautas para políticas que se esperaba que siguieran en vigor durante muchos años. La obra fue concebida como su testamento intelectual por un líder debilitado[32].

El libro describe varias supuestas herejías que debían ser evitadas por los marxistas soviéticos. Ante todo, Stalin argumentaba contra quienes pensaban que la transformación podría llevarse a cabo mediante la mera aplicación de la voluntad política. Stalin mantenía que las «leyes» del desarrollo condicionaban lo que era posible bajo el socialismo del mismo modo que bajo el capitalismo[33]. Aquí se desplegaba una formidable hipocresía. Si ha habido un intento de transformar la economía mediante la pura voluntad y la violencia, se produjo precisamente al final de la década de los veinte bajo el liderazgo de Stalin.

Pero en 1952 Stalin estaba decidido a evitar mayores tumultos Deseaba que se dejase de especular con la idea de que los koljozes pronto serían convertidos en granjas colectivas bajo la posesión y dirección del estado (sovjozes). Insistía en que, en un futuro próximo, el marco organizativo agrícola se mantendría. Las ideas acerca de la construcción de «ciudades agrarias» también tenían que ser desestimadas. Del mismo modo seguía insistiendo en que la inversión en el sector industrial de bienes de equipo tenía que tener prioridad en el presupuesto estatal de la URSS. Aunque un incremento de los bienes de consumo también era fundamental, todavía tenía que ocupar un lugar secundario respecto a la maquinaria, el armamento, los transportes y, en realidad, también el hierro y el acero en general. Stalin escribía exclusivamente sobre economía. No era un tratado general de economía política. Sin embargo, al recomendar un afianzamiento más que una drástica ruptura de las estructuras y políticas económicas, presentaba una firme fundamentación implícita del sistema político de la URSS. Stalin estaba conforme con sus obras de las décadas pasadas.

Las instituciones políticas, los procedimientos y las actitudes que ya existían iban a seguir vigentes mientras el líder viviera y largo tiempo después.

Sin embargo, en las relaciones internacionales previó un desarrollo más dinámico. Stalin planteó dos cuestiones[34]:

¿Es posible afirmar que la famosa tesis expuesta por Stalin antes de la Segunda Guerra Mundial acerca de la estabilidad relativa de los mercados en el período de la crisis general del capitalismo sigue estando vigente?

¿Es posible afirmar que sigue estando vigente la famosa tesis de Lenin, según la expuso en la primavera de 1916, según la cual, a pesar de la decadencia del capitalismo, «en conjunto el capitalismo está creciendo de modo mucho más rápido e inconmensurable que antes»?

Como teórico en jefe del movimiento comunista mundial, Stalin respondió como sigue: «No creo que sea posible hacer tal afirmación. A la luz de las nuevas condiciones que han surgido en relación con la Segunda Guerra Mundial, es preciso considerar que ambas tesis han perdido su vigencia»[35]. Recurrió a Oriente para explicarlo[36]:

Pero al mismo tiempo China se ha separado del sistema capitalista, así como otros países europeos de gobiernos democrático-populares, que junto con la Unión Soviética han creado un único y poderoso campo socialista confrontado al campo capitalista. El resultado económico de la existencia de dos campos opuestos ha sido que el mercado único y global se vino abajo con la consecuencia de que ahora tenemos dos mercados mundiales paralelos y opuestos.

Stalin aseveraba que el mundo había cambiado debido al incremento numérico de estados comunistas. La reducción territorial del mercado capitalista mundial no aminoraría sino que intensificaría las rivalidades entre las economías capitalistas[37]. Aunque Alemania y Japón habían sido humillados en el plano militar, se recobrarían en el plano industrial y comercial para competir duramente con los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. Los propios vencedores tenían intereses en conflicto. Los Estados Unidos tenían como objetivo ser la potencia capitalista dominante en el mundo y pretendían acabar con los imperios de los aliados occidentales. Era de esperar una Tercera Guerra Mundial. Stalin afirmaba dogmáticamente: «A fin de erradicar la inevitabilidad de la guerra es necesario aniquilar el imperialismo»[38]. En la vejez seguía teniendo fe en que el capitalismo estaba perdido. También seguía creyendo que el socialismo tenía una capacidad inherente de fomentar el avance tecnológico. Era una vieja idea marxista. Para Marx y Lenin era un axioma que el desarrollo capitalista indefectiblemente entraría en un callejón sin salida e impediría activamente el desarrollo de los productos industriales necesarios para el bienestar de la humanidad[39].

Sin embargo, el aspecto del pensamiento de Stalin que ha atraído la mayor atención es su actitud hacia los judíos. En sus obras publicadas no hay pruebas irrefutables de antisemitismo. El que antes de la Primera Guerra Mundial negara que los judíos fueran una nación se basaba en consideraciones técnicas; no puede probarse que definiera la nacionalidad con el fin específico de excluir a los judíos[40]. No se negó a conceder a los judíos el derecho a la expresión cultural después de la Revolución de octubre; en realidad, su Comisariado del Pueblo para Asuntos de las Nacionalidades brindó dinero y recursos a grupos que defendían los intereses de los judíos[41]. Sin embargo, las acusaciones contra él también incluyen el hecho de que sus partidarios sacaron a relucir tópicos antisemitas en la lucha contra Trotski, Kámenev y Zinóviev en la década de los veinte[42]. En su propia familia, se había opuesto al noviazgo de su hija con el cineasta judío Alexéi Kápler[43]. Sin embargo, el hecho de que sus partidarios explotaran los sentimientos antisemitas en las disputas internas del partido no lo convierte en un antisemita. Además, como padre tenía mucha razón en querer apartar a Svetlana de un mujeriego maduro como Kápler.

Su campaña contra «el cosmopolitismo desarraigado» no se puede atribuir automáticamente al odio a los judíos en tanto que judíos.

Arremetió agresivamente contra todos los pueblos de la URSS que compartían nacionalidad con pueblos de estados extranjeros. Los griegos, polacos y coreanos habían sufrido a manos de él antes de la Segunda Guerra Mundial por esta razón[44]. Las campañas contra el cosmopolitismo comenzaron cuando las relaciones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos empeoraron drásticamente en 1947[45]. Al principio los judíos no era el blanco principal. Pero esto no duró mucho tiempo. Unos veinte mil judíos tributaron una cálida recepción a Golda Meir en la sinagoga de Moscú en septiembre de 1948 después de la fundación del estado de Israel[46]. Esto enfureció a Stalin, que comenzó a considerar al pueblo judío como un elemento subversivo. Aunque su motivo era de Realpolitik más que un prejuicio visceral, aun así en sus últimos años algunas de sus afirmaciones en privado así como en actos públicos tenían un innegable matiz de áspero antagonismo contra los judíos.

Sin embargo, Beria y Kaganóvich, que era judío, absolvieron a su amo de la acusación de antisemitismo[47] (no es que fueran árbitros morales en ningún sentido). Sin duda Kaganóvich a veces se sentía incómodo. El entorno de Stalin tenía un sentido del humor casi cruel. Un día Stalin preguntó; «¿Pero por qué pone esa cara tan sombría cuando nos reímos de los judíos? Mire a Mikoián: cuando nos reímos de los armenios, Mikoián se ríe con nosotros de los armenios». Kaganóvich replicó[48]:

Camarada Stalin, usted conoce bien los sentimientos y el carácter nacional. Evidentemente, se ha dicho que es típico de los judíos el hecho de que a menudo sufren una paliza y reaccionan como una mimosa. Si usted la toca, al instante se cierra.

Stalin cedió y se le permitió a Kaganóvich, que no era precisamente el más sensible de los hombres, quedar al margen de las bromas. El episodio en sí no exculpa a Stalin y hay que añadir que algunos de los comentarios que hizo a otros a principios de la década de los cincuenta eran extremadamente malévolos en lo referente a los judíos soviéticos. Tal vez se convirtió en un antisemita justo al final o, posiblemente, usaba un lenguaje violento para recabar apoyo político. Era demasiado inescrutable como para que se pueda emitir un juicio exacto.

Lo que está claro es que la mente de Stalin no se puede reducir a una sola dimensión. Algunos lo ven como un nacionalista ruso. Para otros la fuerza motriz de sus ideas era el antisemitismo. Otra línea de pensamiento postula que en la medida en que tenía ideas, éstas eran las de alguien que practica la Realpoiitik; esta versión de Stalin cobra varias formas: la primera es la de un líder que perseguía las metas tradicionales de los zares, la segunda es la de un hombre de estado oportunista que trataba de elevarse a la altura de los dirigentes de las otras grandes potencias. Y hay algunos —hoy día visiblemente pocos— que lo describen como un marxista.

El pensamiento intelectual de Stalin era en realidad una amalgama de tendencias y dentro de ellas se expresaba de un modo individual. En la edad adulta había comenzado a ver el mundo a través del prisma marxista, pero había sido el marxismo en la variante leninista —y había ajustado esta variante, a veces distorsionándola, a su gusto—. El marxismo de Lenin había sido un compuesto de doctrinas de Marx y otros elementos que incluían el terrorismo socialista ruso. El tratamiento del leninismo por parte de Stalin fue igualmente selectivo y, al igual que Lenin, se resistía a reconocer que nada sino el puro legado de Marx y Engels constituía la base de su marxismo-leninismo. Pero su idea del gobierno se caracterizaba indudablemente por ideas sobre la nación rusa, el imperio, la geopolítica internacional y una generosa dosis de orgullo xenófobo. En un momento dado estas tendencias entraron en juego en su mente, aunque sólo los miembros de su entorno atisbaron la gama de sus fuentes. No las sistematizó. De haberlo hecho habría corrido el riesgo de revelar cuánto había tomado de otros pensadores que no eran ni Marx ni Engels ni Lenin. En cualquier caso, se abstuvo de codificar ideas que tenía la sensación de que podrían obstaculizar su libertad de acción si quedaban fijadas de algún modo.

Stalin era un hombre muy reflexivo y a lo largo de su vida trató de encontrar sentido al universo tal como se le presentó. Había estudiado mucho y olvidado poco. Su aprendizaje, sin embargo, le había llevado a introducir sólo unos pocos cambios básicos en sus ideas. La mente de Stalin era similar a una máquina de acumulación y regurgitación. No fue un pensador original, ni siquiera un escritor destacado. Sin embargo, siguió siendo un intelectual hasta el fin de sus días.

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