Stalin

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II. El líder del partido » 15. ¡Al frente!

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¡AL FRENTE!

El 31 de mayo de 1918 se le encomendó a Stalin una nueva tarea. El suministro de alimentos en Rusia había bajado hasta un punto crítico y el Sovnarkom estaba al borde del pánico. Se decidió enviar a dos de los organizadores más capaces del partido, Stalin y su antiguo oponente bolchevique, Alexandr Shliápnikov, para que obtuvieran grano en el sur de la república soviética. La región del Volga y el norte del Cáucaso eran tradicionalmente áreas donde la agricultura abundaba, de modo que a Stalin y a Shliápnikov se les concedieron plenos poderes para obtener alimento donde pudieran encontrarlo. Stalin iba a dirigirse a Tsaritsyn, y Shliápnikov, a Astraján.

Le acompañarían sus ayudantes en el Comisariado del Pueblo para Asuntos de las Nacionalidades. Fiódor iría como asistente y Nadia, como secretaria. Llegaron con su equipaje a la estación de Kazán, en Moscú, dos días más tarde. Allí los aguardaban el caos y sus guardias del Ejército Rojo. Los mendigos y los carteristas merodeaban en las taquillas y en los andenes. Había también muchos «hombres del saco» que viajaban a Moscú para vender harina, patatas y verduras en el mercado negro. A veces los pasajeros tenían que permanecer allí durante días antes de poder subir a un tren. Había una atmósfera de desesperación. Cuando se anunciaban las salidas de trenes se producía un revuelo para coger un asiento o un lugar en el pasillo. Todos los compartimentos estaban repletos de gente y habitualmente los decepcionados viajeros con pasaje tenían que subirse a los techos de los vagones y viajar sin poder protegerse del calor del verano o el frío del invierno. Stalin tenía un fajo de documentos que indicaba su prioridad sobre otros pasajeros. Pero el comisario del pueblo para Asuntos de las Nacionalidades tuvo que perder la calma para que los oficiales de la estación le garantizaran un compartimento para él y sus acompañantes. Era otra muestra más del extremo desorden de la Rusia revolucionaria[1].

Los viajeros de Moscú, después de muchos altos en el camino, llegaron a destino el 6 de junio[2]. Tsaritsyn, después llamada Stalingrado y ahora —desde las denuncias póstumas de Stalin por parte de Jrushchov— Volgogrado, era una de las ciudades a orillas del Volga construidas a finales del siglo XVII como puesto cosaco avanzado. En la mayoría de los sentidos era un lugar insignificante. Ni siquiera era capital de provincia, sino que estaba sujeta a las autoridades administrativas de Sarátov. Sin embargo, desde un punto de vista geográfico y económico Tsaritsyn tenía una importancia estratégica. La ciudad albergaba el comercio regional del grano, el mimbre y el ganado. También era un centro vital de almacenamiento y distribución. Situada en el primer gran recodo del Volga para los barcos que remontaban el río hacia Rusia central desde el mar Caspio, Tsaritsyn había sido una importante escala desde su fundación. La construcción de vías férreas aumentó su importancia. Una línea principal se dirigía directamente al sur desde Moscú hacia Rostov del Don y se construyó un ramal desde Kozlov hacia Tsaritsyn que seguía hacia Astraján en la costa del Caspio. También se habían tendido líneas desde Tsaritsyn hacia el Oeste hasta Rostov del Don y hacia el Sudeste hasta el cruce de Tijorétskaia y las montañas del norte del Cáucaso. El control de Tsaritsyn y sus alrededores le permitiría al Sovnarkom hacerse con el suministro de alimentos de una vasta área.

La misión que el Sovnarkom le había encomendado a Stalin era la de mejorar el suministro de grano. Andréi Snésarev, antiguo general del Ejército Imperial que se había alistado con los rojos, había marchado antes que él a Tsaritsyn. Las funciones de Stalin y Snésarev estaban concebidas para que se complementaran. Se consideraba que la aplicación combinada de la fuerza política y militar sería el mejor método para asegurar el suministro de pan para Moscú y Petrogrado[3].

El Sovnarkom había juzgado mal a su comisario del pueblo. Stalin interpretó su obligación de conseguir grano, que se apoyaba en el uso del Ejército Rojo, como una autorización para imponerse sobre todos los comandantes militares de la región. Aunque se había negado a servir como soldado en el Ejército Imperial, esto no lo hizo retroceder ante la oportunidad de hacerse cargo del frente del norte del Cáucaso. Un mes más tarde informaba a Lenin[4]:

La cuestión del suministro de alimento esta naturalmente ligada a la cuestión militar. Por el bien de la causa necesito plenos poderes militares. Ya escribí al respecto y no recibí respuesta alguna. Muy bien. En tal caso yo mismo y sin formalidades voy a deponer a todos esos comandantes y comisarios que están arruinando la causa. Así es como me mueven los intereses de la causa y desde luego la falta de un pedazo de papel firmado por Trotski no me va a detener.

Stalin estaba aprovechando codiciosamente su oportunidad. Su renombre en Moscú no podía compararse ni siquiera de lejos con el de los más eminentes camaradas del Sovnarkom y del Comité Central del partido. Ahora se le presentaba la ocasión propicia para demostrar su capacidad política y militar. Estaba decidido a afrontar el desafío.

Sobre los bolcheviques pesaban varias amenazas a lo largo y ancho de la república soviética hacia mediados de 1918. Un «Ejército de Voluntarios» rusos estaba siendo entrenado en Novocherkask al mando de los generales Alexéiev y Kornílov, que habían huido de Petrogrado y planeaban marchar sobre Moscú. El Ejército de Voluntarios fue el primero de los autoproclamados Ejércitos Blancos que se oponían al socialismo y al internacionalismo y buscaban la restauración del orden social anterior a 1917 mediante la destrucción militar de los rojos. En septiembre, otra fuerza armada a las órdenes de los social-revolucionarios había sido forzada a salir de Kazan —700 millas al norte de Tsaritsyn— por el Ejército Rojo. El sistema de mandos y reclutamiento reorganizado por Trotski mostraba ya su efectividad. Sin embargo, los regimientos de los social-revolucionarios no habían sido destruidos. Después de retirarse a los Urales se reagruparon y engrosaron con oficiales del mismo tipo de los reclutados por Alexéiev y Kornílov en el Sur. En noviembre se produjo un golpe en Omsk y el almirante Kolchak se deshizo de los social-revolucionarios y reorganizó el ejército según sus propios criterios. Estos ejércitos denunciaban a los bolcheviques por traicionar a la Madre Rusia. Los cosacos liderados por el general Krásnov atacaban a los bolcheviques y a sus simpatizantes al sur de Tsaritsyn. Estaban bien equipados y tenían la moral alta; detestaban el Sovnarkom de Lenin por su socialismo, ateísmo y hostilidad a las tradiciones nacionales. La misión de Stalin le ponía en peligro —y tanto él como sus acompañantes de la familia Allilúev nunca dejaron de ser conscientes de los riesgos[5].

Los que más tarde fueron sus enemigos no prestaron atención al valor que demostró en la Guerra Civil. No era un cobarde en el aspecto físico; eclipsó a Lenin, Kámenev, Zinóviev y Bujarin al negarse a eludir el peligro en tiempos de guerra. Sin embargo, no fue un héroe de guerra y sus posteriores encomiastas magnificaron su imagen de comandante genial que salvó la Revolución de octubre desde las orillas del Volga.

La misión de Stalin en el Sur era importante. Sin alimentos el régimen soviético estaba condenado. La ocupación alemana de Ucrania, así como la presencia de Alexéiev y Kornílov en Rostov del Don habían estrechado peligrosamente la base agrícola del estado soviético. Las incursiones de Krasnov a finales de julio habían cortado la comunicación con Tsaritsyn. El sur de Rusia y el norte del Cáucaso eran áreas fundamentales de producción de trigo y en Moscú Lenin estaba decidido a terminar con los embotellamientos en el abastecimiento y la distribución. Los ejércitos blancos no eran la única amenaza. Muchos grupos locales armados también interferían en el comercio y el traslado y, aunque algunos de ellos eran simples bandidos, otros tenían motivos políticos o religiosos. Las nacionalidades de la región querían ser autónomas. La desintegración del estado ruso en 1917 les había dado la oportunidad de volver tanto al autogobierno como al bandidaje. Encargado de restablecer la circulación del grano desde esta región turbulenta, Stalin soportaba sobre sus hombros una pesada carga. Pero nunca se echó atrás, llevó a cabo sus responsabilidades con orgullo y transmitió su decisión a sus compañeros de viaje.

Las autoridades de Tsaritsyn habían pensado que se comportaría como el funesto «ojo de Moscú»[6]. Se equivocaban. Stalin mostraba una indiferencia total por las instrucciones de la capital. Inmediatamente después de su llegada se dedicó a purgar el Ejército Rojo y las agencias de recolección de alimentos de los «especialistas» de clase media que detestaba en conjunto. Esto era una flagrante contravención de la política oficial. Stalin no se preocupó por las posibles objeciones de Lenin: «Dirijo a todo el mundo hacia adelante y maldigo al que tenga que maldecir». A los especialistas los llamaba «zapateros»[7]. Era una metáfora muy significativa en boca de un hijo de zapatero que deseaba probar su primacía como comandante del ejército; también era una ruptura la línea aprobada por el Comité Central.

A pesar de tener sólo los poderes de un comisario de suministro de alimentos, Stalin se impuso sobre todas las autoridades militares y civiles de los alrededores: Andréi Snésarev, comandante del frente del norte del Cáucaso; Serguéi Minin, jefe del Soviet de Tsaritsyn; y Kamil Yakúbov, dirigente de las delegaciones de suministro de alimentos en la región. Si Stalin quería que se le conociese como un luchador, tenía que hacer algo inusual. Los blancos habían cortado la línea férrea entre Tsaritsyn y Kotélnikovo. Stalin desafió el peligro yendo a inspeccionar la situación. Esto no era típico de él: durante el resto de la Guerra Civil y toda la Segunda Guerra Mundial evitó cualquier tipo de aventura de esta clase[8]. Pero ahora tomó un tren blindado desde Tsaritsyn hasta Abganerovo-Zutovo, donde una brigada de reparaciones de vías estaba trabajando para reanudar el servicio. Después de arriesgar su vida, volvió dos días más tarde con una reputación mejorada[9]. De vuelta en Tsaritsyn, Stalin reunió a los funcionarios de la ciudad y, haciendo gala de su autoridad como miembro del Comité Central del partido y del Sovnarkom, anunció una reorganización total del mando militar de Tsaritsyn. Apostaba por la supremacía en el frente del norte del Cáucaso.

Astutamente puso de su parte a compañeros bolcheviques. Serguéi Minin era uno de ellos. Otro fue Kliment Voroshílov, que estaba ansioso por tener mando en el terreno de operaciones a pesar de su falta de experiencia militar. Ambos se sintieron más que felices de unirse a Stalin para formar su propio Consejo Militar a fin de supervisar las operaciones en la región (que fue rebautizada «frente del Sur»), El 18 de julio Stalin y sus nuevos aliados enviaron un telegrama a Lenin en el que solicitaban la destitución de Snesárev y la confirmación de su Consejo Militar[10].

La petición fue aceptada. Lenin y sus camaradas de Moscú estuvieron de acuerdo en que una coordinación más estrecha de las medidas económicas y militares en Tsaritsyn era fundamental para asegurar el suministro de alimentos. Stalin estaba encantado. Se instaló no en un hotel, sino en un vagón de tren decomisado detenido fuera de la estación de la ciudad, y parecía otro hombre. Al llegar a Tsaritsyn, mandó llamar a un zapatero para que le hiciera un par de botas negras altas que combinaran con su túnica negra. El zapatero llegó al vagón de tren y le tomó las medidas. «Bien —preguntó Stalin—, ¿para cuándo estarán listas?». «Dentro de cinco días», replicó el zapatero. Stalin exclamó: «¿No hablará usted en serio? ¡Vamos! ¡Mi padre podía hacer dos pares de botas así en un día!»[11]. La anécdota muestra lo poco que Stalin había aprendido del oficio de zapatero. No obstante, desde el verano de 1918 hasta el día en que murió el atuendo de estilo militar fue lo usual en él. Llegó a conocérsele no sólo por sus botas altas, sino también por su túnica sin cuello de colores claros. Abandonó para siempre los trajes, las camisas corrientes y los zapatos[12]. Empezó a comportarse como un soldado. Llevaba una pistola. Adoptó un aire áspero de comandante. Era un estilo totalmente acorde con él; Stalin lo pasó bien en Tsaritsyn pese a los peligros[13].

También en su vida personal tuvo momentos gratos. Nadia Allilúeva, que lo había acompañado desde Moscú, ya no era meramente su secretaria sino que se había convertido en su esposa. Según el relato de la hija de ambos, muchas décadas después, ya vivían como una pareja casada en Petrogrado después de la Revolución de octubre[14]. Es imposible fechar el acontecimiento con precisión. En aquellos días los bolcheviques se negaban a casarse porque lo consideraban una farsa burguesa. Lo que es cierto es que después de su regreso de Siberia no tenía intención de mantenerse célibe. Había muchísimas mujeres bolcheviques que le atraían y salió con algunas en 1917[15]. Pero quería un hogar estable que su existencia nómada le había impedido tener (sus aventuras amorosas en Siberia habían sido de la variedad señorial). En el apogeo de su pasión marcharon a servir juntos a la revolución en el norte del Cáucaso y en los frentes del Sur.

Iósef era un dirigente del partido comunista y la familia de Nadia estaba entregada a la causa del partido. Era divertido y plácido en la flor de la juventud, y probablemente su talento para manejar los asuntos políticos resultó atractivo para Nadia. El hecho de que la vida familiar de los Allilúev hubiese estado constantemente interrumpida por los compromisos revolucionarios también pudo haber empujado a Nadia hacia un hombre mayor que evidentemente le inspiraba confianza. Pudo haberlo visto como el padre que le había faltado mientras crecía[16]. Nadia no debió de haberse dado cuenta del huraño egoísmo de Iósef. Sin embargo, él había ya sido testigo de los síntomas de inestabilidad mental de Nadia[17]. Así, mientras él resplandecía al calor de la admiración que ella sentía por él, ella disfrutaba de sus atenciones. Sin ser una belleza, tenía un largo cabello oscuro que peinaba con raya en medio y recogido en un moño; tenía los labios gruesos y unos ojos tiernos, aunque sus dientes estuvieran un poco «separados»[18]. A él le gustaban las mujeres de formas llenas como las de Nadia. No le preocupaba que ella tuviera menos de la mitad de su edad. Había leído más que ella y había visto más de la vida, y seguramente pensaba que siempre podría llevar las riendas del matrimonio. Los Allilúev siempre lo habían socorrido y todos se llevaban bien con él. No sólo ganaba una esposa, sino también —por fin— una familia más amplia, estable y comprensiva[19].

Sólo había un aspecto de su situación en Tsaritsyn que le molestaba. Era la interferencia de Moscú en sus actividades, y nadie le irritaba más que Trotski. Stalin había formado el Consejo Revolucionario del frente del Sur el 17 de septiembre. Inmediatamente recibió órdenes de Trotski, su superior militar en su calidad de Presidente del Consejo Militar Revolucionario de la República, de dejar de desafiar sus decisiones[20]. Stalin telegrafió a Lenin para decirle que Trotski no estaba en el lugar y no era capaz de entender las condiciones que se daban en la región[21]:

El asunto es que Trotski, a grandes rasgos, no puede estar sin hacer ruido. En Brest [-Litovsk] le dio un golpe a la causa mediante su inconcebible gesto «izquierdista». En la cuestión de los checoslovacos perjudicó de forma similar a la causa común exhibiendo su ruidosa diplomacia en el mes de mayo. Ahora vuelve a golpear con sus gestos sobre la disciplina, y sin embargo toda esta disciplina trotskista favorece en realidad a los líderes más destacados del frente inspeccionando el trasero de los especialistas militares desde el campo de contrarrevolucionarios «sin partido» (…).

Stalin le recordaba a Lenin que Trotski tenía un pasado antibolchevique; su resentimiento hacia el desdeñoso recién llegado era inconfundible. Según su punto de vista, Trotski no era de confianza. Stalin pedía medidas más severas.

Por lo tanto le pido que a su debido tiempo, cuando todavía no sea demasiado tarde, que destituya a Trotski y le ponga límites precisos, ya que temo que las órdenes disparatadas de Trotski, si se repiten (…) creen una disensión entre el ejército y el mando y destruyan totalmente el frente (…).

No soy un amante del clamor y del escándalo, pero tengo la sensación de que si no recogemos las riendas de inmediato para refrenar a Trotski, arruinará todo nuestro ejército a favor de una disciplina «izquierdista» y «Roja» que va a enfermar incluso a los camaradas más disciplinados.

Este análisis encontró aceptación entre los dirigentes bolcheviques que conocían la historia de la Revolución francesa. Un líder militar, Napoleón Bonaparte, había tomado el poder y había rechazado gran parte del radicalismo social introducido por Maximilien Robespierre. Trotski parecía el candidato militar con más probabilidades de desempeñar este papel en el drama de la Revolución de octubre. Había un profundo malestar entre los miembros del partido por su insistencia en emplear antiguos oficiales del Ejército Imperial. Trotski también era criticado por ejecutar a comisarios políticos por desobediencia o cobardía. Una oposición militar informal comenzó a cohesionarse contra él a finales de 1918.

Sin embargo, Trotski tenía motivos para estar horrorizado por los sucesos de Tsaritsyn. Lenin comenzó a ponerse de su lado. Stalin hacía lo que le venía en gana en el frente del Sur, lo que no siempre era compartido por la dirección oficial del partido. Lenin insistía en que, si se quería ganar la Guerra Civil, había que atraer a la causa de los rojos al campesino ruso medio (no precisamente el más pobre). La prioridad tenía que ser la persuasión y no la violencia. Las declaraciones de Lenin estaban plagadas de contradicciones. Había establecido los «comités de los pobres rurales», enormemente impopulares, para introducir «la lucha de clases» en el campo y también había reclutado a campesinos y expropiado grano por medio de patrullas urbanas armadas. Pero al mismo tiempo sin duda se preocupaba por ganar apoyos entre la masa del campesinado.

Stalin era menos ambiguo que Lenin. En su opinión, la fuerza estaba bien, era efectiva y economizaba recursos. Incendiaba pueblos para intimidar a los vecinos a fin de que obedecieran las demandas de los rojos. El terror se dirigía contra los mismos campesinos que la propaganda oficial describía como uno de los dos pilares del estado soviético. Stalin trataba a los cosacos en particular como enemigos. El término descosaquización estaba a la orden del día[22]. Stalin escribió en una carta a su viejo rival bolchevique Stepán Shaumián[23]:

En relación con los daguestanos y otras bandas que dificultan los movimientos de los trenes provenientes del norte del Cáucaso, debe ser absolutamente inmisericorde. Hay que incendiar algunos pueblos hasta los cimientos para enseñarles a no asaltar los trenes.

Esto estaba en línea con la tradición más feroz del Ejército Imperial bajo el general Yermólov en el Cáucaso a comienzos del siglo XIX y el general Alijánov en Georgia en 1905[24]. Stalin le ordenaba a Shaumián que dirigiera una campaña de terror ejemplarizante. Cuando las «bandas» atacasen los trenes, los pueblos cercanos debían ser arrasados hasta los cimientos. El mensaje era que solamente la colaboración total salvaría a las localidades del salvajismo del Ejército Rojo. Aunque quería conciliar a los grupos nacionales no rusos del país, sin embargo prescribía medidas brutales contra los miembros de esos grupos que no pudieran contener los alzamientos antibolcheviques.

Sometió a sus propios reclutas del Ejército Rojo —incluyendo a los rusos— a una disciplina severa. Como confiaba poco en la persuasión, dio por sentado que nunca ayudarían a los rojos a menos que se usara la fuerza[25]. Empujó a los ejércitos a entrar en acción sin grandes precauciones. Actuaba como si la pura superioridad numérica reportara la victoria. No le importaba que muriera una proporción muchísimo mayor de soldados rojos que de blancos. Lenin comentó el imprudente desprecio por la vida en el frente del Sur y, aunque no mencionó a Stalin por su nombre, era obvio a quién hacía responsable[26]. Lenin liberó a Trotski de cualquier culpa por organización del Ejército Rojo y confirmó la política del Comité Central sobre el reclutamiento de oficiales del Imperio[27]. Trotski envió a su asistente Aléxei Okúlov para que averiguara qué estaba pasando en Tsaritsyn. Su informe era preocupante. Stalin, después de haber destituido a los oficiales imperiales de los puestos de mando, los había arrestado por docenas y confinado en una barcaza en el Volga. Entre ellos estaba Snésarev, a quien acusó de encabezar una conspiración para sabotear el esfuerzo de guerra de los rojos y ayudar a los blancos[28]. Al parecer, la intención de Stalin había sido hundir la barcaza y ahogar a todos los que estaban a bordo[29]. Snésarev fue liberado por orden de Moscú y el Consejo Militar Revolucionario de la República lo trasladó al mando del frente occidental. Stalin, enfurecido, continuó exigiendo sanciones contra los oficiales supuestamente contrarrevolucionarios junto con Voroshílov. Voroshílov debía sostener que, si él y Stalin no hubiesen actuado como lo hicieron en Tsaritsyn, los blancos habrían invadido toda Ucrania[30].

Stalin creía apasionadamente que en todas partes de Rusia había conspiraciones. Ya tenía tendencia a sospechar que existían complots aunque no se dispusiese de ninguna prueba directa. No era el único. Lenin y Trotski también se referían ocasionalmente a las conexiones organizadas entre los enemigos del partido; y Trotski tenía una notoria disposición a tratar incluso a los activistas del partido bolchevique como traidores si pertenecían a regimientos del Ejército Rojo que no habían sabido obedecer sus órdenes. Stalin era mucho más parecido a Trotski de lo que pretendía. Cuando, en septiembre de 1918, no llegó a Tsaritsyn un suministro adecuado de municiones, aulló a Lenin: «Hay algún tipo de descuido o traición en uniforme de oficial (formennoe predatelstvo)»[31]. Para el modo de pensar de Stalin, siempre había intervenido algún acto de maldad deliberada cuando las cosas no salían bien. Por lo tanto, existían traidores incluso en la dirección de los Comisariados del Pueblo en Moscú.

Stalin hizo uso de la violencia, incluyendo el terror, a una escala mayor de la que aprobaban la mayoría de los dirigentes comunistas. Sólo Trotski, con sus exigencias de que los comisarios políticos fueran fusilados junto con los oficiales del ejército si se producían retiradas no autorizadas, estaba remotamente cerca de él en sed de sangre —y Trotski también introdujo la política romana de diezmar a los regimientos que no llevaran a cabo las órdenes superiores—. Stalin y Trotski invariablemente ignoraban las súplicas que intercedían en favor de individuos arrestados por la Cheka. Incluso Lenin, que se resistió a la mayoría de los intentos de Kámenev y Bujarin para que imponer un control sobre la Cheka, ayudó a veces en estos casos[32]. Sin embargo, el entusiasmo que Stalin mostraba por una violencia prácticamente indiscriminada hizo que incluso Trotski pareciera un individuo moderado. Este fue un rasgo que sus camaradas olvidaron y que les costaría caro en la década de los treinta.

También existía un contraste entre Stalin y Trotski en cuanto a su actitud básica hacia el bolchevismo. Trotski, que se había unido a los bolcheviques tardíamente, le prestaba poca atención al partido. Stalin consideraba de gran importancia el lugar del partido en el estado soviético. Llevó consigo una copia de la segunda edición de El Estado y la revolución de Lenin cuando marchó a la Guerra Civil. El libro no dice nada del partido comunista en la transición al socialismo. Stalin era consciente de esta omisión. Mientras escribía notas en los margenes, se preguntaba: «¿Puede el partido tomar el poder contra la voluntad del proletariado? No, no puede ni debe»[33]. Y añadía: «El proletariado no puede alcanzar su dictadura sin una vanguardia, sin un partido único»[34]. Lenin no había dicho tal cosa en El Estado y la revolución, pero Stalin, al igual que Lenin, había modificado y desarrollado sus ideas desde octubre de 1917. El partido se había convertido en la institución suprema del estado. Stalin se contaba entre los muchos bolcheviques que deseaban incorporar esto a la doctrina comunista. La teoría había sido que el proletariado administraría su propio estado socialista. La inquietud de Stalin se manifestaba en su comentario de que «el partido no puede simplemente sustituir a la dictadura del proletariado»[35].

Pero durante la Guerra Civil le faltaba tiempo para escribir panfletos, y ninguno de sus artículos para Pravda tenía el nivel de los que escribían Lenin, Trotski, Zinóviev o Bujarin. Con todo, siguió pensando en las grandes cuestiones. Entre ellas destacaba la política del partido respecto de la cuestión nacional. Otra cuestión primordial era el marco institucional del estado soviético. El informe que escribió en enero de 1919 junto con Dzierzyñski acerca de un desastre militar en Perm era una disquisición acerca de las relaciones caóticas en las fuerzas armadas y entre ellas, el partido y el gobierno. Sus recomendaciones influyeron en las decisiones tomadas para establecer al partido como agente supremo del estado y para regularizar las líneas de mandos del partido en todas las instituciones públicas[36]. Sólo el hecho de que los posteriores propagandistas de Stalin hicieran una exagerada defensa del informe ha inducido a los historiadores a minimizar su importancia. Stalin era verdaderamente un político reflexivo y decisivo, y Lenin lo apreciaba por esto.

En este viaje Stalin trabó amistad con el asistente personal de Dzierzyñski, Stanisfaw Redens. Nadia acompañó a Stalin a Perm, y poco después Redens se enamoró de su hermana mayor Anna y se casó con ella. Redens se convirtió en una figura central de la Cheka[37]. La vida política, militar y personal de los bolcheviques se mezclaba en la Guerra Civil, y Stalin no fue una excepción. Su reciente casamiento no influyó en sus actividades públicas; pasó la Guerra Civil principalmente en los frentes de combate o cerca de ellos. Cuando le llamaron a Moscú en octubre de 1918, retomó su trabajo en el Comité Central del partido y en el Sovnarkom. Pero en diciembre ya se había marchado nuevamente. El Ejército Blanco del almirante Kolchak había llegado hasta la ciudad de Perm, en los Urales, y había destruido las unidades del Ejército Rojo que se encontraban allí. Stalin y Dzierzyñski fueron enviados para dirigir una investigación sobre las razones por las que se había producido el desastre militar. Volvieron y presentaron su informe a finales de enero de 1919. Stalin permaneció nuevamente en Moscú hasta que en mayo le enviaron a Petrogrado y al frente occidental para afrontar la invasión del general Yudénich de Estonia. En julio se trasladó a otro sector del mismo frente en Smolensk. En septiembre fue transferido al frente del Sur, donde permaneció en 1920[38].

Stalin hacía lo que le venía en gana. Cuando fue trasladado a Petrogrado, en el frente occidental, a mediados de 1919, mostró una macabra inventiva para abordar el desorden y la desobediencia. El Ejército Rojo del frente occidental no le impresionó en lo más mínimo. Apenas recién llegado, el Tercer Regimiento se pasó al bando blanco. Stalin fue inmisericorde. El 30 de mayo telegrafió a Lenin desde el Instituto Smolny diciéndole que estaba capturando a los renegados y desertores, acusándoles de alta traición y ordenando que los escuadrones de fusilamiento los ejecutasen en público. Argumentaba que, ahora que todos veían las consecuencias de la traición, los actos de traición se habían reducido[39]. No todos estaban satisfechos con la intervención de Stalin. Aléxei Okúlov, trasladado al frente occidental después de haber expuesto los errores de Stalin en Tsaritsyn, volvió a fastidiarle los planes. Stalin telegrafió furioso el 4 de junio exigiendo que Lenin eligiera entre Okúlov y él. Las condiciones existentes, peroraba, eran «insensatas»; amenazó con abandonar Petrogrado si su ultimátum no se cumplía[40].

Su actividad militar estaba centrada en los Consejos Militares Revolucionarios asignados a los distintos frentes y desde 1919 se unió a ellos como el representante del Comité Central del partido. Su modo de lucha implicaba dar órdenes. Su participación en la lucha se limitaba a dar órdenes: nunca estuvo directamente involucrado en el combate físico. Su inexperiencia era absoluta y nadie ha podido encontrar pruebas de que hubiese consultado libros de táctica militar[41] (mientras que Lenin había estudiado a Clausewitz y Trotski, como corresponsal de un periódico, había informado sobre la guerra de los Balcanes antes de 1914). Pero Stalin estaba ansioso por probar su eficacia como comandante. El Comité Central reconoció su capacidad al enviarlo sucesivamente al frente del Sur, al frente occidental, de nuevo al frente del Sur, al frente sudoccidental y al frente del Cáucaso. Las cualidades que le valieron elogios fueron su aplomo, decisión, energía y disposición a asumir la responsabilidad ante situaciones críticas o impredecibles.

Había que pagar un precio. Stalin odiaba actuar en equipo a menos que él estuviera al mando. Sólo había un compañero de partido a quien se mostraba dispuesto a obedecer, y éste era Lenin. Incluso Lenin le encontraba problemático. A Stalin le gustaba vanagloriarse y era extremadamente susceptible. Detestaba a Trotski. Odiaba a toda la élite de oficiales imperiales. Tenían una necesidad casi patética de sentirse apreciado y le bastaba tocarse la gorra en pico del Ejército Rojo que llevaba para manifestar su contrariedad. Tal era su egotismo que se mostraba dispuesto a no acatar órdenes aunque proviniesen del Comité Central o de los subcomités que funcionaban dentro de éste. Era caprichoso en extremo. Una vez que se había decidido a llevar a cabo una acción, se conducía a su antojo. Hizo que el Comité Central tuviera que dedicar una cantidad extraordinaria de tiempo a atender sus demandas de que se destituyera a camaradas y de que se alteraran la táctica y la estrategia. Las medidas represivas que aplicó a los grupos sociales hostiles al estado soviético fueron excesivas incluso para los niveles aceptados por la dirección comunista en tiempos de guerra y, aún más que Trotski, tenía la tendencia a considerar a cualquiera que no le mostraba respeto como un enemigo del pueblo.

La imagen convencional del ascenso de Stalin al poder supremo no es convincente. En realidad no se pasó la mayor parte del tiempo en oficinas durante el período de la Guerra Civil ni consolidando su posición como el burócrata por excelencia del estado soviético. Si bien es cierto que fue miembro del Comité Central del partido y también comisario del pueblo para Asuntos de las Nacionalidades, en ninguna de estas funciones sus responsabilidades se redujeron a la mera administración. Cuando aumentaron las complicaciones en los asuntos públicos, se le asignó a puestos todavía más altos. Presidió la comisión encargada del borrador de la Constitución de la RSFSR. Se convirtió en el comisario político al mando en una sucesión de frentes militares entre 1918 y 1919. Estuvo involucrado de forma regular en la toma de decisiones acerca de las relaciones con Gran Bretaña, Alemania, Turquía y otras potencias; y se ocupó de los planes para el establecimiento de nuevas repúblicas soviéticas en Estonia, Letonia y Lituania. Dirigió la investigación sobre la derrota del Ejército Rojo en Perm. Cuando el Comité Central del partido estableció sus propios subcomités internos en 1919, fue elegido tanto para el Buró Político (Politburó) como para el Buró Organizativo (Orgburó). Se le solicitó que encabezara la Inspección de Obreros y Campesinos cuando fue creada en febrero de 1920.

Lejos de encajar en el estereotipo del burócrata, fue un líder dinámico que intervenía en casi todas los debates fundamentales sobre política, estrategia militar, economía, seguridad y relaciones internacionales. Lenin telefoneaba o telegrafiaba a los miembros del Politburó siempre que se discutía un asunto polémico[42]. Había pocos espacios en los asuntos públicos de alto nivel en los que no se conociera la influencia de Stalin, y el Politburó acudía con frecuencia a él cuando surgía una emergencia repentina. Los otros grandes líderes —Lenin, Trotski, Kámenev, Zinóviev, Sverdlov, Dzierzyñski y Bujarin— desempeñaban funciones que mantuvieron durante la Guerra Civil y posteriormente. En la mayoría de los casos estas funciones incluían apariciones públicas —y Trotski en el Ejército Rojo lo hacía con agrado y era muy aclamado—. También gozaban de prestigio los principales líderes que habían intervenido en la toma del poder en octubre de 1917: Lenin, Trotski y Sverdlov eran ejemplos de ello. Como los bolcheviques estaban dirigidos por teóricos, también aumentaba el prestigio de quienes escribían con fluidez y con frecuencia. Lenin, Trotski, Kámenev, Zinóviev y Bujarin siguieron publicando libros durante la Guerra Civil. Stalin no podía competir en ese terreno. Siempre estaba de un lado para otro. No era buen orador en ningún sentido formal y tenía escasas oportunidades de escribir.

Sus méritos tendieron a pasarse por alto aunque era parte integrante del grupo político en ascenso. El problema era que todavía tenía que hacer que el grupo, el partido o la sociedad en conjunto se diesen cuenta de su importancia. Sólo en ocasiones dejaba ver su resentimiento. En noviembre de 1919 trató de renunciar a su función como Presidente del Consejo Militar Revolucionario del frente del Sur. Lenin, alarmado, se apresuró a hacer que el Politburó tomara la decisión de implorarle que lo reconsiderara. Stalin era demasiado útil como para ser excluido. Sin embargo, lo que a Lenin le resultaba atractivo horrorizaba a los enemigos del bolchevismo. El Stalin de la Guerra Civil fue una primera versión del déspota que instigó al Gran Terror entre 1937 y 1938. Sólo el hecho de que el resto de los líderes comunistas aplicase la política de la violencia después de la Revolución de octubre explica que la personalidad poco estable de Stalin no destacase por completo. Pero esto no es excusa. Nadie que hubiera estado en contacto con Stalin entre 1918 y 1919 debería haberse sorprendido por su «desarrollo» posterior.

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