Stalin

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II. El líder del partido » 17. Con Lenin

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CON LENIN

Las desavenencias entre Lenin y Stalin desaparecieron como la nieve bajo el sol. La razón fue de índole política. En noviembre de 1920 Trotski atacó los sindicatos soviéticos y repentinamente Lenin necesitó la ayuda de Stalin. Según Trotski, el sindicalismo convencional no tenía lugar en el estado revolucionario; su postura era que el Sovnarkom salvaguardaba los intereses de los obreros y que los sindicatos debían estar subordinados constitucionalmente a las órdenes de aquél. Esta sugerencia irritó a la Oposición Obrera, que estaba haciendo campaña para permitir que la clase obrera controlara las fábricas, las minas y otras empresas. Lenin hizo objeciones a la Oposición Obrera y en la práctica tenía la esperanza de que los sindicatos obedecieran al partido y al gobierno. Sin embargo, la petición de Trotski de que se efectuara una imposición formal de este acuerdo sería una afrenta innecesaria contra los trabajadores. En vano Lenin trató de hacer que Trotski retrocediera. Se formaron facciones en torno a Lenin y de Trotski mientras éstos escribían furiosos folletos y convocaban a acalorados encuentros. Aunque Bujarin formó un «grupo de amortiguación» entre ambos bandos, este grupo también se convirtió en una facción. No solamente la Oposición Obrera sino también los Centralistas Democráticos (quienes, desde 1919, habían estado abogando por la restauración de los procedimientos democráticos en el partido) entraron en la refriega. El partido estuvo envuelto en un amargo conflicto que duró todo el largo invierno de 1920 y 1921.

Lenin reclutó a Stalin para organizar a sus partidarios en las provincias. Stalin estaba desempeñando la función de la que Sverdlov había sido relevado durante la disputa de 1918 sobre Brest-Litovsk. Se realizó un esfuerzo extraordinario para desacreditar a las otras facciones. Las normas del partido podían ser flexibles, pero no romperse; Lenin sabía que Stalin, a quien tachaba burlonamente de «faccioso salvaje», haría lo que fuera necesario para lograr la victoria[1]. El Secretariado del Comité Central estaba dirigido por Preobrazhenski, Krestinski y Serebriakov, que simpatizaban con Trotski y Bujarin. Por lo tanto, Stalin envió a partidarios de confianza de Lenin a las provincias para que sembraran la agitación entre sus seguidores y les indicaran cómo organizar la campaña contra Trotski. Mientras que Stalin disponía las cosas en Moscú, Zinóviev viajaba por el país dando discursos en nombre de Lenin. Trotski realizó una gira similar; pero cuando se acercaba el momento de celebrar el X Congreso del Partido en marzo de 1921. Estaba claro que la victoria sería para los leninistas. Stalin coordinó la facción en cuanto sus delegados se reunieron en Moscú. Los leninistas presentaron su propia lista de candidatos para las elecciones al Comité Central. Esto fue gratificante para Stalin. Trotski, que había gozado del apoyo de Lenin en el asunto de la guerra polaco-soviética, había caído ahora en desgracia.

La lucha entre facciones había impedido que los bolcheviques tomaran en cuenta una amenaza fundamental a su poder. Se estaban amotinando guarniciones de tropas. Los obreros de las fábricas de las principales ciudades industriales rusas iban a la huelga. Y por todo el estado había problemas con los campesinos. Provincias enteras de Ucrania, de la región del Volga y de Siberia occidental se alzaron contra la dictadura del partido bolchevique. Las demandas de los amotinados, huelguistas y luchadores de las ciudades eran sustancialmente las mismas. Deseaban una democracia multipartidista y que se pusiera fin a la requisa de grano. La revuelta del campesinado de la provincia de Tambov devolvió por fin la cordura al Politburó y el 8 de febrero de 1921 sus miembros decidieron un cambio crucial en la política. La requisa de grano se reemplazaría con un impuesto gradual en especie. Se permitiría a los campesinos vender el resto de su cosecha en los mercados locales. Esta Nueva Política Económica extraería la astilla del descontento rural y permitiría al Ejército Rojo sofocar las rebeliones. No habría concesiones políticas: el objetivo era salvar el estado soviético tal como existía de la destrucción. Se nombró una comisión para esbozar una política integral que se discutiría en el X Congreso del Partido. No hubo discusiones en el Politburó. Era necesario que se cambiaran las medidas para evitar el desastre.

El Congreso del Partido, que empezó el 8 de marzo, fue sorprendentemente tranquilo. La Nueva Política Económica (o NEP) en su forma primitiva fue aprobada sin discusión y los leninistas ganaron sin dificultad el debate sobre los sindicatos. Stalin organizó la facción cuando sus partidarios llegaron a Moscú. Las críticas provenientes de la Oposición Obrera fueron fácilmente rebatidas; ni Alexandr Shliápnikov ni Alexandra Kollontai lograron influir en el Congreso con su defensa de que la clase obrera tuviera una influencia más directa sobre la política del Kremlin y sobre las condiciones de los lugares de trabajo. La causa de esta victoria fácil de la facción de Lenin tuvo poco que ver con el prestigio de Lenin o con la astucia de Stalin[2]. El 28 de febrero la guarnición naval de Kronstadt, a 35 millas de la costa de Petrogrado, había iniciado un motín. Esos marineros habían estado entre los más fervientes defensores del Partido en 1917. El motín obligó al Congreso a reconocer que todo el régimen soviético estaba fundamentalmente amenazado. Los delegados del Congreso se ofrecieron como voluntarios para unirse a las tropas enviadas para reprimir a los marineros de Kronstadt. Trotski dirigió la ofensiva militar sobre Kronstadt. La unidad era esencial. Lenin prácticamente no tuvo oposición cuando declaró que la NEP —un repliegue desde el sistema económico de los años de la Guerra Civil que iba a ser conocido como «comunismo de guerra»— debía estar acompañada de medidas políticas drásticas. No se permitiría la actividad de facciones en el partido y se pidió que se disolvieran todas las facciones existentes.

Después del Congreso, Lenin le pidió a Stalin que asegurara el control del grupo de Lenin sobre el aparato central del partido. Debido a sus otras obligaciones —en el Politburó, el Orgburó, el Comisariado del Pueblo para Asuntos de las Nacionalidades y la Inspección de Obreros y Campesinos— ésta no iba a ser su tarea primordial, pero incrementaría sustancialmente su ya pesada carga de trabajo. Aceptó a regañadientes supervisar el Departamento de Agitación y Propaganda del Secretariado del Comité Central[3].

Sin embargo, este aspecto de la actividad política era vital para un partido dirigente en un estado entregado a imponer una sola ideología. Entre los problemas estaba el gran número de instituciones involucradas. La más influyente era el Comisariado del Pueblo para la Instrucción, cuya principal representante era la esposa de Lenin, Nadezhda Krúpskaia. Molesta por el intento de Stalin de reafirmar la autoridad del partido, apeló a Lenin. Stalin escribió a Lenin sin rodeos[4]:

De lo que se trata aquí es o de un malentendido o de una concomitancia casual (…) Interpreto la nota que envió hoy a mi nombre (al Politburó) como una pregunta acerca de si voy a dejar el Departamento de Agitación y Propaganda. Usted recordará que este trabajo en agitación y propaganda me fue impuesto (yo no lo buscaba), de lo que se sigue que no debería objetar a mi propio cese. Pero si me está haciendo esta pregunta precisamente ahora, en relación con los malentendidos señalados más arriba, se pone usted y me pone a mí en una posición desagradable —Trotski y los otros van a pensar que lo hace «en favor de Krúpskaia» y que está buscando una «víctima», que yo estoy dispuesto a ser la «víctima», etc.—, lo cual no es deseable.

A Stalin se le acababa la paciencia. Era obvio en su petición simultánea de abandonar el cargo en el Comisariado del Pueblo para los Asuntos de las Nacionalidades[5]. Quería y necesitaba ser apreciado.

Pedir la dimisión era su forma habitual de señalarlo. Lenin entendió el mensaje y dio un paso atrás. Stalin era un miembro de su equipo demasiado importante como para permitirle que se marchara.

Lenin desconfiaba de Trotski después de la disputa acerca de los sindicatos. También le preocupaba que Trotski deseaba aumentar la influencia de la planificación económica del estado en la NEP. Trotski no era el único problema de Lenin; toda la cúpula central le complicaba la vida. Cuando incluso el jefe del movimiento de sindicatos soviéticos, Mijaíl Tomski, se negó a seguir la línea del partido, Lenin pidió que se le expulsara del Comité Central[6]. El grupo dirigente no había sido tan proclive a la división desde 1918. Cuando la petición de Lenin fue desechada, él estaba fuera de sí y no le importó decirlo. El empeoramiento de la salud de varios de sus camaradas, ya que el inmenso desgaste físico de los años recientes había pasado factura, agravó la situación. Zinóviev tuvo dos ataques al corazón. Kámenev sufría de una enfermedad cardíaca crónica. Bujarin había estado muy débil y Stalin sufrido de apendicitis. En ausencia de estos firmes partidarios de la NEP, Lenin tuvo que poner en práctica solo las medidas decididas por el Politburó[7]. Estaba ansioso por tener de nuevo a Stalin a su lado. Después de haberlo reclutado para la causa leninista cuando se produjo la disputa sobre los sindicatos, Lenin apoyó una propuesta para convertirlo en secretario general del Partido Comunista Ruso.

El año en que Mólotov estuvo a cargo del Secretariado no había sido un éxito[8]; en realidad, desde la muerte de Sverdlov en marzo de 1919, nadie había estado a la altura del puesto[9]. Lenin estaba decepcionado. Él y Mólotov solían conspirar en las reuniones del Comité Central. Tras hacerle llegar un mensaje a Mólotov, ordenaba: «Usted va a dar un discurso. Bien, ¡hable con tanta dureza como pueda contra Trotski!». Y añadía: «¡Rompa esta nota!». A esto seguía una furibunda pelea entre Mólotov y Trotski, quien sabía que Mólotov actuaba cumpliendo órdenes[10]. El mismo Lenin tuvo problemas de salud en 1921. Dudaba de la habilidad de Mólotov para refrenar a Trotski durante su ausencia. Lenin concluyó que era necesaria una mano más firme en el Orgburó y en el Secretariado.

En esta atmósfera se propuso informalmente la candidatura de Stalin como secretario general del partido, con Viacheslav Mólotov y Valerián Kúibyshev como secretarios auxiliares, en el XI Congreso del Partido en marzo-abril de 1922. Yevgueni Preobrazhenski, uno de los aliados de Trotski, vio lo que se avecinaba. Ocupando el estrado, criticó la cantidad de puestos en manos de Stalin[11]. Preobrazhenski se quejaba del modo en que Stalin acumulaba un excesivo poder central, pero sobre todo sostenía que alguien con tantos puestos no podría desempeñar todas sus funciones con eficacia. En cualquier caso, no hubo ninguna decisión formal en el Congreso acerca del Secretariado General y, cuando el asunto fue discutido en el siguiente pleno del Comité Central, el 3 de abril, se presentó la queja de que Lenin y sus colaboradores más cercanos se habían adelantado al debate acordando elegir a Stalin para el puesto. Al parecer, Lenin había escrito «Secretario General» junto al nombre de Stalin en la lista de candidatos que presentó para las elecciones al Comité Central[12]. Pero Kámenev puso calma y la designación de Stalin fue confirmada con la condición de que delegara mucho más en sus ayudantes de la Inspección de Obreros y Campesinos (o Rabkrin) y en el Comisariado para Asuntos de las Nacionalidades. El partido tenía que ser lo primero[13].

Por lo general se ha supuesto que Stalin fue destinado a una oficina porque era un burócrata experimentado con una capacidad poco habitual para no aburrirse con el trabajo administrativo. Los hechos no apoyan esta hipótesis. Fue editor de Pravda en 1917 y un íntimo colaborador de Lenin en el diseño de políticas inmediatamente después de la Revolución de octubre. Había pasado la mayor parte de la Guerra Civil como comisario político. Estuvo en las campañas militares de Ucrania y Polonia en 1920 y, aunque tenía responsabilidades en Moscú, en el Orgburó del partido, en el Comisariado del Pueblo para Asuntos de las Nacionalidades y en el Rabkrin, nunca había tenido demasiado tiempo para dedicarles. Lo que es más, Stalin era conocido por su resistencia al cansancio en las interminables reuniones administrativas de la capital. Pero, desde luego, tuvo que tragarse muchas, lo mismo que Lenin, Kámenev, Zinóviev, Trotski y otros líderes. Estaban a la cabeza de un estado que todavía no se había consolidado. A menos que se ocuparan de la puesta en práctica y la supervisión de las decisiones administrativas tanto como de la política, el estado caería antes de ser construido. La razón por la que Lenin eligió a Stalin fue menos de orden administrativo que político. Quería que uno de sus aliados ocupara un puesto crucial para el mantenimiento de sus políticas.

Lenin insistió en que el Secretariado General no era equivalente a la dirigencia suprema del partido y en que el partido nunca había tenido un presidente[14]. Pero hablaba con comedimiento. Lo que en realidad quería dejar en claro era que él seguiría siendo el único líder dominante. Lenin y Stalin habían reñido muchas veces antes, durante y después de la Revolución de octubre[15]. Esta era la norma en el Comité Central. Pero Lenin confiaba en que no perdería el control de las cosas.

Stalin estaba de acuerdo con las amplias líneas de la NEP. No se consideraba un mero administrador y exponía libremente sus opiniones en los distintos debates que tenían lugar en el seno de la dirección. En contra de sus descripciones posteriores, su cautela en política exterior no le hizo abstenerse por completo de correr riesgos en el extranjero. Incluso después del Tratado Anglo-Soviético en marzo de 1921, favoreció el envío de provisiones e instructores militares a Afganistán con el objetivo de socavar el poder del Imperio británico[16]. También siguió considerando a los nuevos estados bálticos —especialmente Letonia y Estonia— como territorios arrebatados a Rusia de forma ilegítima, «que forman parte de nuestro arsenal como elementos integrales y vitales para la recomposición de la economía de Rusia»[17]. Es falsa la idea de que a Stalin no le habría importado que el estado soviético se mantuviera permanentemente aislado. Aceptaba este aislamiento como un hecho de la vida militar y política que todavía no podía ser modificado. Consideraba que, en una situación así, concernía al Politburó continuar con la reconstrucción de posguerra lo mejor que pudiera hasta el momento en que surgieran mejores oportunidades para la revolución en el extranjero. Esta siguió siendo su actitud durante los años posteriores.

Pero Stalin, al igual que Lenin, deseaba evitar problemas en el futuro inmediato. Lenin vio una oportunidad de llegar a un entendimiento con Alemania. Se habían entablado conversaciones entre las potencias europeas en Génova, en el norte de Italia. La RSFSR y Alemania fueron tratadas como parias, y Lenin intentó un acercamiento para que ambos países firmaran un tratado comercial por separado. El tratado se ratificó plenamente en la cercana localidad de Rapallo en abril de 1922. Ambos estados tenían más en mente que el mero comercio. Alemania, a la que el Tratado de Versalles impedía rearmarse, acordó probar equipamientos militares y entrenar unidades del ejército en secreto en suelo soviético. Otros miembros del Politburó, especialmente Zinóviev, eran reacios a aceptar que «el despertar revolucionario» se había apagado en Europa. Pese al Tratado de Rapallo, en 1923 la Comintern, a instancias de Zinóviev, alentó un levantamiento armado contra el gobierno alemán en el sexto aniversario de la toma del poder por parte de los bolcheviques en Petrogrado. Stalin no tuvo nada que ver con tales aventuras.

Sin embargo, el acuerdo de trabajo entre Lenin y Stalin ya había tenido que soportar una dura prueba con ocasión del súbito deterioro de la salud de Lenin el 25 de mayo de 1922, cuando tuvo un ataque masivo mientras se recuperaba de la operación a la que había sido sometido para extraer la bala alojada en su cuello desde el atentado contra su vida en agosto de 1918. Lenin perdió la movilidad del lado derecho del cuerpo; no podía hablar claramente y obviamente había perdido algo de lucidez mental. Varios médicos, incluyendo los bien remunerados especialistas traídos de Alemania, se consultaban entre ellos acerca de la naturaleza de la enfermedad de Lenin. Las opiniones estaban divididas. Entre las posibilidades que se consideraban estaban una enfermedad cardíaca hereditaria, la sífilis, la neurastenia e incluso los efectos de la reciente operación en el cuello. Había veces en que Lenin perdía toda esperanza y pensaba que «su canción había terminado». Pero, ayudado por su esposa Nadia y su hermana María Uliánova, se fortalecía psicológicamente. Los visitantes que le mantenían al tanto de los asuntos públicos eran bienvenidos.

Como secretario general, Stalin era su visitante más asiduo. No era un amigo. Lenin no lo tenía en gran estima al margen de la política. Le dijo a María que Stalin «no era inteligente». También dijo que Stalin era «asiático». Tampoco podía soportar el modo en que Stalin chupaba su pipa[18]. Lenin era un hombre maniático típico de su clase profesional; esperaba que los camaradas se comportasen con la cortesía de la clase media europea. Empezó a usar expresiones que aludían a un sentimiento de superioridad nacional. Stalin no era meramente un georgiano, sino un oriental, un no europeo y, por lo tanto, un inferior. Lenin no era consciente de sus prejuicios, que surgían sólo cuando tenía la guardia baja. Estos prejuicios contribuyeron a que hasta entonces no se hubiera dado cuenta de que Stalin podría ser el principal candidato a sucederle. Cuando pensaba en el poder dentro de los partidos, Lenin tenía la tendencia a suponer que solamente aquellos con buenos fundamentos doctrinales tenían posibilidades. Daba por sentado que las únicas figuras que merecían consideración en cualquier partido eran sus teóricos. El ejemplo clásico era su obsesión con Karl Kautsky. Tanto antes como durante la Gran Guerra, sobrevaloró la influencia de Kaustsky en el movimiento marxista alemán. Aunque Kautsky era una figura influyente, estaba muy lejos de moldear las políticas del Partido Socialdemócrata Alemán[19].

En cualquier caso, Stalin era el intermediario entre Lenin y el distante mundo de la política del Kremlin mientras estaba convaleciente en el pueblo de Gorki, 20 millas al sur de Moscú. Cuando Stalin acordaba ir allí para mantener una conversación, Lenin solía decirle a su hermana María que consiguiera una botella de vino decente para el invitado. Stalin era un hombre muy ocupado; había que tratarlo apropiadamente. Recientemente María había estudiado fotografía para retratar a Lenin y también le fotografió con Stalin durante una de sus frecuentes visitas[20]. Los dos se llevaban bien y se sentaban en la terraza para conversar. En otras circunstancias, algunos asuntos se habrían resuelto a favor de Lenin en el Comité Central, pero su ausencia le obligaba a confiárselos a Stalin. Sin embargo, una petición estremeció a Stalin. Antes de su ataque Lenin le había pedido que le consiguiera veneno para poder suicidarse si llegaba a quedar paralizado. El 30 de mayo volvió a pedírselo. Stalin salió de la habitación. Bujarin estaba fuera. Los dos consultaron a María. Acordaron que Stalin, en lugar de negarse rotundamente, volvería con Lenin y le diría que los médicos presentaban diagnósticos optimistas, por lo que el suicidio estaba totalmente fuera de lugar[21]. El episodio quedó atrás y Stalin retomó sus viajes para mantener a Lenin al tanto de la política en la capital[22].

Lenin era un enfermo cascarrabias y buscaba la ayuda de Stalin para quitarse de encima a los médicos que le fastidiaban[23]:

Si ha dejado a Klemperer aquí, entonces yo recomiendo cuando menos: 1) deportarlo de Rusia no después del viernes o sábado junto con Forster, 2) encomendar a Ramónov, Levin y otros que se sirvan de estos médicos alemanes y los sometan a vigilancia.

Trotski elogió la «vigilancia» de Lenin pero —como todo el Politburó— votó en contra de la petición. Otros ochenta líderes bolcheviques estaban siendo tratados por los alemanes. La deportación habría sido una medida ridícula[24]. Los caprichos de Lenin aumentaban. Exasperado por el rechazo de sus camaradas a acceder a sus preferencias sobre política, propuso una reorganización total del Comité Central. Su absurda sugerencia fue echar a la mayoría de los miembros. Los veteranos debían ser destituidos inmediatamente y reemplazados por Viacheslav Mólotov, Alexéi Rykov y Valerián Kúibyshev. No sólo Stalin sino también Trotski, Kámenev y Zinóviev quedarían fuera[25].

Lenin se sentía frustrado por la debilidad física y la inactividad política. Sus diatribas surgían de la irritación que le provocaba lo que oía acerca de las desviaciones de la política oficial. A cada momento se encontraba con que Stalin estaba en desacuerdo con él. Había estado madurando un debate acerca del comercio exterior desde noviembre de 1921[26]. Aunque Lenin había promovido la expansión del sector privado bajo la NEP, impulsó el monopolio del estado sobre las importaciones y exportaciones comerciales. Otros miembros del Comité Central, liderados por el comisario de finanzas Sokólnikov y apoyados por Stalin, consideraban que esto era impracticable. Sokólnikov tenía un argumento. La débil burocracia estatal era incapaz de aprovechar todas las oportunidades para el comercio exterior. Las fronteras no estaban eficazmente controladas; los contrabandistas hacían negocios sin que nadie se lo impidiera y sin pagar impuestos a las autoridades. Si el propósito de la NEP era regenerar la economía, entonces autorizar que se ampliaran los límites de los contratos privados de comercio exterior contribuiría a ello. Lenin no quiso escuchar. Para él convertir el estado soviético en una fortaleza económica contra la infiltración de influencias extranjeras no supervisadas había llegado a ser un artículo de fe.

Lenin tenía que buscar amigos fuera de su entorno anterior. Sokólnikov estaba con él. También le apoyaba firmemente el comisario del pueblo para el Comercio Exterior, Lev Krasin; pero Krasin tenía poco peso en el Comité Central. El defensor de una posición similar a la de Lenin con mayor influencia era de hecho la misma persona que había argumentado que Lenin había apartado en exceso el desarrollo de la economía del país de la regulación del estado: Trotski.

La creciente alianza de conveniencia entre Lenin y Trotski surgió muy lentamente. Por ambas partes persistía la sospecha sobre las actuales medidas económicas. Pero en el verano de 1922, cuando los debates constitucionales sobre el futuro del estado soviético llegaron a un punto crítico, surgió otro asunto que influyó entre tanto en las inestables relaciones entre Lenin y Stalin. A Lenin le parecía fundamental que las repúblicas soviéticas establecidas desde 1918 se unieran en términos de igualdad en una estructura federal. Formalmente, debía darse la impresión de que, aunque el estado fuera administrado desde Moscú, los dirigentes comunistas rechazaban toda inclinación hacia el «Chovinismo Granruso». La RSFSR, por vasta que fuera, no sería sino una república soviética más junto con Ucrania, Bielorrusia y la Federación Transcaucásica. Lenin quería un nuevo estado federal que se llamara Unión de Repúblicas Soviéticas de Europa y Asia. Ésta siempre había sido su meta (lo había explicado en su correspondencia confidencial con Stalin a mediados de 1920)[27]. Lenin no tenía la intención de restar influencia a los bolcheviques en la Comintern. Pero su objetivo a medio plazo era genuinamente internacionalista, y pensaba que el nombre y la estructura del proyectado estado federal deberían reflejarlo.

Stalin, sin embargo, deseaba extender la RSFSR a todo el territorio ocupado por las repúblicas soviéticas y otorgar a Ucrania, Bielorusia y el Transcáucaso el mismo estatus de «repúblicas autónomas» de la RSFSR que a la República Autónoma Socialista Soviética de Bashkiria.

El estado seguiría siendo designado como RSFSR. Stalin podía argumentar que sólo estaba proponiendo lo que los bolcheviques siempre habían dicho que su estado socialista proporcionaría: la «autonomía regional». Lenin y Stalin habían afirmado durante mucho tiempo, desde antes de la Gran Guerra, que ésta sería la solución del partido a las reivindicaciones de las «minorías nacionales». Stalin quería evitar que en las repúblicas soviéticas se otorgaran privilegios a aquellas naciones que daban nombre a cada una de las repúblicas. Por esta razón había propuesto que las repúblicas soviéticas formadas en Azerbaiyán, Armenia y Georgia en 1920 y 1921 se uniesen a la RSFSR en una Federación Transcaucásica. Éste era un mecanismo para impedir que los nacionalismos locales se les fueran de las manos como había sucedido en los años anteriores. Consideraba que la propuesta de Lenin de una estructura federal formal conllevaba en potencia la capacidad de minar todo el orden estatal. Con su típica brusquedad, lo desestimó como «liberalismo».

Stalin seguía haciendo planes para la «autonomización». Sus colaboradores Serguéi Kírov y Sergo Ordzhonikidze presionaron con éxito a los líderes comunistas de Azerbaiyán y Armenia para que aprobaran este proyecto en septiembre de 1922. Lo mismo hizo el Comité Regional Transcaucásico[28]. Pero el Comité Central Georgiano, al que siempre había disgustado el proyecto y que sabía que esto disminuiría aún más su baja popularidad en Georgia, lo rechazó. También había indicios de que las direcciones comunistas ucraniana y bielorrusa —e incluso, de un modo discreto, la armenia— lo aceptarían sólo muy a regañadientes[29]. Stalin contraatacó sosteniendo que, si no se seguía su propuesta, esto significaría la continuación del «puro caos» en el gobierno soviético[30]. Presentó su proyecto a una comisión del Orgburó el 23 de septiembre[31]. Lenin, que habló directamente con Stalin el 26 de septiembre, tuvo noticia de ello[32]. Insistió en que debían hacerse cambios en el borrador aceptado por la comisión del Orgburó. Pidió que se abandonara la idea de la «autonomización». De nuevo Lenin defendía una Unión de Repúblicas Soviéticas de Europa y Asia, y seguía insistiendo en que Rusia (en la forma de RSFSR) debía unirse a esta federación en pie de igualdad con las otras repúblicas soviéticas[33].

Lenin había obtenido información de Budu Mdívani y otros comunistas georgianos. Stalin estaba perdiendo el control de la situación. Mdivani había sido previamente apoyado por Stalin; gracias a él se convirtió en presidente del Comité Revolucionario Georgiano en julio de 1921 en lugar de Pilipe Majaradze, crítico con Stalin en el interior del partido[34]. Lenin empezó a ponerse del lado de los líderes comunistas georgianos cuando éstos estaban en desacuerdo con Stalin. Sin embargo, Lenin no apoyaba por completo la línea de Mdivani. Todavía apoyaba a Stalin en la necesidad de una Federación Transcaucásica como mecanismo para sofocar las manifestaciones de nacionalismo en el sur del Cáucaso; y Stalin, por su parte, se retractó de su propuesta de que la RSFSR «autonomizara» a las otras repúblicas soviéticas. Lo hizo a su pesar: cuando Kámenev le recomendó una solución de compromiso, replicó: «Lo que hace falta, según mi punto de vista, es firmeza con Ilich». Kámenev, que conocía a Lenin, puso reparos y sostuvo que eso simplemente empeoraría las cosas. Finalmente Stalin le dio la razón a Kámenev: «No sé. Que haga lo que crea razonable»[35]. El nombre acordado para el estado sería Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). A Stalin no le agradaba la idea, pero dejó de hacer objeciones.

Tenía motivos para sentirse abandonado por Lenin. Los asuntos que los separaban no eran de importancia fundamental, a pesar de lo que Lenin dijo en el momento (y a pesar de lo que los historiadores han escrito después)[36]. Stalin y Lenin básicamente estaban de acuerdo en política. Ninguno cuestionaba las ventajas de un estado de partido único, su monopolio ideológico o su derecho de usar métodos dictatoriales o terroristas. Estaban de acuerdo en la necesidad provisional de la NEP. También habían alcanzado un acuerdo implícito en que Stalin tenía la importante tarea en el aparato central del partido de bloquear el avance de los trotskistas y fortalecer el orden administrativo en su conjunto. Lenin le había encomendado esas tareas. Stalin también había sido el camarada en quien había confiado cuando quiso suicidarse. Cada vez que hacía falta rigor o autoridad, Lenin había recurrido a él. Nunca los dividió una cuestión de principios básicos, y habían trabajado muy bien juntos desde la disputa de los sindicatos. Lenin se había comportado de un modo extraño en el verano de 1922, antes de reñir con Stalin. Pero era Stalin el que tenía que tratar con él. Sus dificultades con Lenin habrían puesto a prueba la paciencia de un santo.

Sus discusiones sobre Georgia y sobre el monopolio estatal en el comercio exterior tocaban asuntos de importancia secundaria. Lenin no abogaba por la independencia de Georgia; sus alegatos en favor de los comunistas georgianos se referían al grado de autonomía que se les debía conceder: era casi una disputa acerca de cosmética política. Stalin también tenía razón en que el régimen comunista georgiano había estado lejos de ser ecuánime en su trato hacia los no georgianos. La Federación Transcaucásica era un proyecto plausible para evitar la opresión nacional en Georgia, Armenia y Azerbaiyán. La disputa acerca del comercio exterior tampoco estaba en absoluto cerca de definirse claramente, como Lenin sostenía. El monopolio del estado no había logrado disminuir el aumento del contrabando y la especulación; y Stalin y sus partidarios sostenían que esto conducía a una pérdida de ingresos estatales. Sin embargo, aunque Stalin estaba molesto por las intervenciones de Lenin, no podía impedir que el Viejo del Bolchevismo siguiera haciendo y deshaciendo a su antojo mientras se lo permitieran sus condiciones físicas.

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