Stalin

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II. El líder del partido » 18. Nación y revolución

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NACIÓN Y REVOLUCIÓN

A Stalin le mortificaba que Lenin se hubiera vuelto contra él en lo concerniente a la cuestión nacional. Su colaboración para resolver este asunto había comenzado antes de la Gran Guerra, y Lenin no habría podido arreglárselas sin él. Aunque Stalin no buscaba gratitud, tenía motivos para esperar un intercambio de opiniones más razonable. Sus desacuerdos en materia de política no eran nuevos[1], pero ambos habían coincidido en la orientación estratégica del gobierno en el estado soviético multinacional. Stalin era comisario del pueblo para Asuntos de las Nacionalidades y el especialista del Politburó en el tratamiento de asuntos tocantes a la nacionalidad, religión y límites territoriales durante la Guerra Civil. Al término de sus obligaciones militares, mantuvo el control sobre las decisiones en materia de nacionalidades. Cuando la dirección comenzó a planear la estructura constitucional permanente del país, se le dio un papel principal. La tarea se abordó seriamente en 1922.

El Sovnarkom había establecido desde tiempo atrás su punto de vista sobre varios aspectos de la política «nacional». Se permitía que los no rusos tuvieran sus propias escuelas y prensa y los jóvenes prometedores, partidarios de los bolcheviques y provenientes de todos los grupos étnicos y nacionales, eran instruidos para ocupar posiciones políticas de relevancia. Stalin supervisaba la política aunque, durante la Guerra Civil, con frecuencia estuvo fuera de Moscú. Las reuniones del colegio del Comisariado del Pueblo para Asuntos de las Nacionalidades habían sido caóticas durante su ausencia. A veces también eran ruidosas y extremadamente largas cuando él estaba presente. Su asistente Stanisíaw Pestkowski recordaba[2]:

Apenas sorprende que algunas veces perdiera la paciencia. Pero en ninguna ocasión lo hizo manifiesto durante las reuniones. En los momentos en que su cuota de paciencia se agotaba como resultado de nuestras interminables discusiones en nuestros encuentros, solía esfumarse repentinamente. Lo hacía con extraordinaria habilidad. Solía decir: «Vuelvo en un momento». Entonces acostumbraba a desaparecer de la sala, salía y se escondía en alguno de los cuchitriles del (Instituto) Smoiny o del Kremlin.

Todavía no había llegado el momento en que la previsión de que Stalin pudiera estar descontento hacía que todos se echaran a temblar. Stalin no era entonces sino un dirigente bolchevique más entre tantos. Sólo Lenin, con su mayor prestigio personal, podía quitarse de encima a los bribones de la oposición.

Cuando Stalin se hartaba se iba sigilosamente del Sovnarkom (he ahí el mito del gran burócrata de inagotable paciencia). Pestkowski, que conocía los hábitos de Stalin mejor que la mayoría, solía recibir instrucciones de sacarle de su guarida: «Fui a buscarle un par de veces al apartamento del camarada-marino Vorontsov, donde Stalin, recostado en un diván, estaba fumando su pipa y pensando en sus ideas»[3]. Había ocasiones en que Stalin anhelaba que se le reasignara a los frentes de la Guerra Civil para deshacerse de la palabrería del Comisariado.

En cualquier caso, las decisiones fundamentales acerca de la cuestión nacional las tomaba la dirección central del partido. Mientras el Ejército Rojo reimponía la autoridad central sobre las regiones periféricas del antiguo Imperio ruso, la dirección del Kremlin necesitaba clarificar y diseminar su política para captar al máximo las simpatías de los no rusos. Era una tarea difícil. En 1917 habían sido los obreros y soldados de Rusia quienes habían votado con más fuerza a favor de los bolcheviques. Arrasando y saqueando el Ejército Rojo no logró erradicar las sospechas acerca del imperialismo ruso, y el torrente de decretos provenientes del Comisariado del Pueblo para Asuntos de las Nacionalidades tardó en tener un efecto positivo. A esto se añadió un problema causado por la situación internacional. Aunque los aliados occidentales se retiraron del antiguo Imperio ruso a finales de 1919, las potencias regionales de Europa del Este y de Asia occidental seguían suponiendo una amenaza militar y al Politburó le preocupaba que Gran Bretaña y Francia pudieran utilizar a esas potencias para derrocar al comunismo ruso. Se temía a Turquía, Finlandia y Polonia, a los que se veía como potenciales invasores. En estas circunstancias, en 1919 el Comité Central y el Politburó establecieron estados soviéticos independientes en Ucrania, Lituania y Bielorrusia, y en 1920 en Azerbaiyán, Armenia y Georgia. Los dirigentes comunistas de Moscú confiaban con probar así que su apoyo a la autodeterminación nacional era auténtico.

La división de Azerbaiyán, Armenia y Georgia en estados separados se había producido debido a las enemistades entre las naciones de la Federación Transcaucásica antibolchevique, establecida después de la Revolución de octubre. Antes de que el partido musavatista panturco llegara al poder en Bakú en 1918 no había existido formalmente un lugar que se denominara Azerbaiyán[4]. Las fronteras de Azerbaiyán, Armenia y Georgia siguieron estando en litigio al principio de la administración soviética. Sin embargo, habían adquirido una primitiva administración estatal. Los bolcheviques invasores tenían la intención de construir sobre esa base.

Había sido Stalin quien redactó los decretos que reconocían a las repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania en diciembre de 1918[5]. Lo aceptó como una situación temporal; más tarde se referiría a ello como una política de «liberalismo nacional»[6]. La puesta en práctica era difícil. Escaseaban los líderes y activistas bolcheviques locales, y a menudo los bolcheviques que venían de allí eran judíos, en lugar de ser de la nacionalidad titular. Stalin tomaba parte en la discusión, aunque no podía asistir a las sesiones en la capital. Se le dio el derecho de veto personal sobre la designación de la organización Hümmet como el nuevo Partido Comunista de Azerbaiyán. Se consideraba que sólo Stalin sabía si se podía confiar en los hümmetistas como poder territorial[7]. A medida que la Guerra Civil llegaba a su fin, se planteaba la cuestión acerca de una futura organización constitucional permanente. Stalin no tenía dudas. Hasta entonces había habido tratados bilaterales entre la RSFSR y las repúblicas soviéticas. Se habían inclinado a favor de la hegemonía de la RSFSR, y en todos los casos el Comité Central del partido controlaba a los partidos comunistas de las otras repúblicas[8]. La existencia de un estado centralizado administrado desde Moscú ya era una realidad. Stalin quería colocar las estructuras gubernamentales en línea con las del partido incorporando a las repúblicas soviéticas a la RSFSR.

Inicialmente lo hizo. El «tratado de unión» negociado entre la RSFSR y la República Socialista Soviética de Ucrania después de la Guerra Civil unificó sus respectivos Comisariados del Pueblo para asuntos militares, económicos y de transporte —y se les concedió autoridad a los Comisariados del Pueblo de la RSFSR sobre los ucranianos—. Sin embargo, el Comité Central paró en seco la aprobación del objetivo fundamental de Stalin de una incorporación global[9]. Kámenev fue el principal oponente en esa ocasión. Pero Lenin también comenzó a criticarla. Se abría una brecha en la duradera colaboración entre ambos. De su análisis de la Guerra Civil, Lenin había sacado la conclusión de que las concesiones constitucionales formales a los territorios fronterizos debían mantenerse. Lo que Stalin quería era expandir la RSFSR y convertir a Ucrania en una de las «repúblicas autónomas» interiores. Se avecinaba una formidable disputa.

El establecimiento de repúblicas autónomas había comenzado durante la Guerra Civil, y esta política se había puesto en práctica plenamente desde 1920, cuando el principio nacional-territorial de gobierno local se extendió a los bashkires, tártaros, kirguises, chuvashes, maris, calmucos, votiacos y finlandeses de Karelia[10]. Esto no se logró sin controversias. La concesión de autoridad a los grupos nativos nacionales y étnicos disgustó a los habitantes rusos de regiones autónomas y de provincias, que tenían la sensación de que se los reducía al estatus de ciudadanos de segunda clase de la RSFSR. Incluso el Politburó llegó a ser visto como el órgano que impulsaba la mejora de las condiciones de los no rusos. No pocas ciudades de población mayoritariamente rusa fueron incluidas en una república autónoma con la finalidad específica de que la república pudiera tornarse autosuficiente económica y administrativamente[11]. Todo esto llevó a complicadas discusiones en Moscú y rara vez pudieron ofrecerse respuestas fáciles. Los bolcheviques estaban tratando de desimperializar un antiguo imperio sin permitir su desintegración en estados-nación separados. No había modelos para copiar. Estaban estableciendo un precedente, y Stalin era reconocido por el Politburó como el especialista en la materia.

Su participación fue a menudo problemática. La República Tártaro-Bashkiria, instalada en la RSFSR en 1919, pronto se fue al traste. Los tártaros y los bashkires no eran los mejores amigos, y a los residentes locales rusos no les agradaba sentirse excluidos de una posición influyente. La violencia interétnica asoló toda la región. Hubo que enviar al Ejército Rojo para restablecer el orden y Stalin decidió con razón que los tártaros y los bashkires deberían haber constituido unidades nacionales y territoriales separadas. La orientación básica de la política se mantuvo. Stalin siguió estableciendo repúblicas autónomas aunque esto significara ofender a la población rusa local[12].

Ninguna región le presentó problemas tan complicados como su Cáucaso natal. La mezcla étnica era intensa —tanto al norte como al sur de la cadena montañosa— y las rivalidades crónicas, enormes. Stalin no podía manejar esta situación exclusivamente desde el Kremlin y el 14 de septiembre el Politburó le asignó una misión en el norte del Cáucaso. Después de las decepciones de la guerra polaco-soviética, se le otorgaba un amplio margen de iniciativa[13]. Era el tipo de misión que más le agradaba. Al llegar a la región, aprobó la existencia de la República de la Montaña: le gustaba la capacidad que ésta tenía de unir a chechenos, osetios, kabardos y otros. Pero no incluyó a los cosacos[14]. Muchos de los problemas en el norte del Cáucaso derivaban de la práctica imperial de establecer cosacos, descendientes de los campesinos rusos fugitivos, en pueblos y pequeñas ciudades como un medio de controlar a las naciones aborígenes. Stalin alardeaba ante Lenin en octubre de 1920 de que él había impuesto «un castigo ejemplar a varios asentamientos cosacos» por sus actividades rebeldes[15]. Pese a la reputación que adquirió después, Stalin no tenía especial afecto por los rusos y el hecho de que continuara con la limpieza étnica de los cosacos lo reflejaba[16].

Al asistir al Congreso de los Pueblos del Terek en noviembre de 1920, Stalin consideró arreglos constitucionales futuros[17]:

¿Qué clase de autonomía se le va a dar a la República de la Montaña? (…) La autonomía puede ser diversa: hay una autonomía administrativa tal como la que poseen los karelios, los cheremíes, los chuvashes y los alemanes del Volga; también hay autonomía política como la que tienen los bashkires, los kirguises y los tártaros. La autonomía de la República de la Montaña es política.

Claramente quería decir que a los pueblos del norte del Cáucaso no sólo se les permitiría gestionar sus propias unidades territoriales sino también perseguir sus intereses nacionales étnicos dentro de ellas.

Stalin explicó su política en el X Congreso del Partido en marzo de 1921, cuando presentó el debate sobre la cuestión nacional. Su discurso comparaba Europa occidental, donde los estados-nación eran la norma, con Europa oriental, donde los Románov, los Habsburgo y los Hohenzollern habían regido vastos estados multinacionales. Stalin exageró la homogeneidad nacional de los estados occidentales, pero tenía razón en que la mezcla de naciones era mucho más densa en el Este. En cualquier caso, declaró que la lucha anti-imperial se había intensificado después de la Gran Guerra, cuando Turquía en particular apoyaba movimientos de liberación nacional en las colonias de las potencias europeas. Pero al parecer sólo la Rusia soviética podía hacer algo práctico. Stalin declaró[18]:

La esencia de la cuestión nacional en la RSFSR consiste en eliminar el atraso (económico, político, cultural) de las nacionalidades que ha sido heredado del pasado, a fin de dar la oportunidad a los pueblos atrasados de ponerse a la par con Rusia central en relación al estado, la cultura y la economía.

Señalaba dos peligros. El primero era obvio para cualquiera que, como él, proviniera de los territorios fronterizos del Imperio. Era el «chovinismo del gran poder ruso». El otro era el nacionalismo de los no rusos fuera de Rusia, y Stalin subrayó que era un nacionalismo compartido por los comunistas locales. El Partido Comunista Ruso tenía que afrontar ambos peligros.

«Bajo el estado federativo soviético —señalaba Stalin— ya no hay ni nacionalidades oprimidas ni dominantes: la opresión nacional ha sido liquidada»[19]. El discurso era atípicamente vago en su contenido. Stalin pudo haber estado demasiado ocupado como para prepararlo apropiadamente porque al mismo tiempo estaba organizando la facción leninista en relación con la controversia sindical. También estaba sufriendo de fuertes dolores en el estómago[20]. Como había demostrado otras veces, tenía una enorme capacidad de trabajo y siempre había logrado reunir la fuerza necesaria para dar un gran discurso. Lo más probable es que, sabiendo con qué rapidez se encendían las pasiones cuando se trataba de la cuestión nacional, intentara apaciguar las cosas.

Si ésta fue su intención, no tuvo éxito. Los críticos se alineaban para atacar. Le reprocharon haber hecho un informe abstracto «fuera del tiempo y del espacio» y apoyarse mucho en las reivindicaciones nacionalistas «pequeño-burguesas», mientras que no luchaba con la fuerza suficiente contra el rusocentrismo[21]. De hecho, Stalin tenía problemas con independencia de lo que dijera. Algunos delegados querían la descentralización y mayor espacio para la auto-expresión nacional. Otros, que querían una firme centralización en Moscú, atacaban la supuesta indulgencia que se había mostrado hacia el nacionalismo desde la Revolución de octubre. El propio Stalin fue acusado de «implantar artificialmente la nacionalidad bielorrusa». Este comentario le hizo enfurecer. Su respuesta fue[22]:

No es cierto, porque la nación bielorrusa existe; tiene su propia lengua, que es diferente del ruso, en vista de lo cual al pueblo bielorruso sólo le será posible alcanzar un grado más alto de cultura en su propia lengua. Opiniones como ésas se han escuchado hace cinco años sobre Ucrania, sobre la nacionalidad ucraniana. Y no hace tanto que la gente solía decir que la República de Ucrania y la nacionalidad ucraniana eran un invento alemán. Sin embargo, está claro que la nacionalidad ucraniana existe y que el desarrollo de su cultura constituye un deber de los comunistas.

Stalin no iba a permitir que toda la política desarrollada por él mismo y por Lenin fuera socavada, difamada o desechada.

Sus argumentos eran demográficos y políticos. Predijo que las ciudades ucranianas pronto dejarían de ser rusas cuando rebosaran de ucranianos recién llegados, exactamente del mismo modo que Riga, que antaño había sido una ciudad predominantemente alemana, se había letonizado gradualmente. En segundo lugar, sostuvo que, si se pretendía que el mensaje marxista fuera aceptado en los territorios fronterizos del antiguo Imperio ruso, tenía que ser transmitido en una lengua que fuese comprensible y querida para sus destinatarios. La idea de que Stalin era un «chovinista granruso» en la década de los veinte carece de fundamento. Luchó más que ningún otro líder bolchevique, incluido Lenin, por el principio de que cada pueblo del estado soviético debía tener un ámbito propio de expresión nacional y étnica.

Sin embargo, era enormemente difícil llevar los principios a la práctica. El Cáucaso seguía preocupando al Politburó y cualquier proyecto general que se aplicara a él tendría consecuencias en toda la estructura constitucional del estado soviético (o de los estados soviéticos). Cuando Georgia cayó en manos del Ejército Rojo en marzo de 1921, los bolcheviques habían reclamado para sí la parte del antiguo Imperio ruso que poseerían hasta las anexiones de 1939 y 1940. Polonia había repelido a los rojos en la batalla del Vístula. Estonia, Letonia y Lituania habían abolido sus repúblicas soviéticas y adquirido su independencia. El Politburó estaba decidido a que esto no pasara en el Cáucaso. Las repúblicas soviéticas de Azerbaiyán, Armenia y Georgia habían sido establecidas y Moscú no dejó de incrementar el control sobre la región. Sin embargo, todos los viejos problemas volvían a repetirse aquí. Los bolcheviques veteranos eran pocos y el apoyo popular a los regímenes comunistas era frágil. Las tradiciones religiosas seguían siendo fuertes. Las jerarquías sociales tradicionales persistían tenazmente. Lo que es más, el Ejército Rojo había entrado en una región que había estado desgarrándose por continuos conflictos armados desde 1918. Había habido guerras a lo largo de todas las fronteras. También se había perseguido a las minorías étnicas y nacionales en el interior de cada estado. Se había perpetrado una limpieza étnica[23]. El Politburó todavía tenía que conseguir un acuerdo definitivo.

Había varias posibilidades. Cada pequeña área podría haberse transformado en una provincia de la RSFSR. Esto habría tenido la ventaja de la nitidez administrativa y del control centralizado. Otra opción habría sido establecer varias repúblicas soviéticas según el modelo de Ucrania durante la Guerra Civil. No sólo Georgia, Armenia y Azerbaiyán, sino también Abjasia, Daguestán, Chechenia y otras partes del norte del Cáucaso podrían haber sido administradas de este modo. Y aún otra posibilidad era resucitar la efímera Federación Transcaucásica de 1918 como entidad prosoviética —y, tal vez, añadirle el norte del Cáucaso—. No existió un plan ni antes ni después de la Revolución de octubre. Aunque entre 1920 y 1921 Stalin llegó a abogar por situar el norte del Cáucaso dentro de la RSFSR, también tenía la intención de mantener las repúblicas soviéticas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán mientras las empujaba a entrar en una Federación Transcaucásica (que en sí misma se convertiría en una parte subordinada a la RSFSR). Nunca explicó por qué excluía el norte del Cáucaso de su proyecto para el resto del Cáucaso. Pero probablemente quería que la RSFSR contara con una frontera defensiva que la protegiera de una potencial invasión de los turcos o de los aliados. La razón por la que se inclinaba por una Federación Transcaucásica es fácil de entender: era un medio de asegurar el fin de los conflictos interestatales e interétnicos de la región. No se podía confiar en Georgia, Armenia y Azerbaiyán como repúblicas soviéticas separadas.

En el verano de 1921 Stalin, que había estado recuperándose en Nálchik, al norte del Cáucaso, finalmente hizo un viaje al sur del Cáucaso[24]. Hasta entonces él mismo desde el Kremlin y el Buró Caucásico del Partido, con sede en Tbilisi, habían dirigido los asuntos de la región. Los dirigentes del Buró eran sus amigos Sergo Ordzhonikidze y Serguéi Kírov, y Ordzhonikidze insistía en que la presencia de Stalin era necesaria para resolver los numerosos problemas que les acuciaban[25]. Era su primera visita a Georgia desde la Gran Guerra. No se hacía ilusiones sobre la clase de recibimiento que le esperaba. Incluso entre los bolcheviques georgianos había muchos a quienes siempre les había desagradado y su identificación con las fuerzas armadas «rusas» de ocupación —el Ejército Rojo-no contribuía mucho a mejorar su imagen entre los georgianos en general. Pero Stalin no se dio por vencido. Si Ordzhonikidze y Kírov, como representantes del Kremlin, no podían hacerlo, Stalin, como miembro del Politburó, adoptaría las decisiones necesarias.

El Buró Caucásico había estado dividido en varios asuntos territoriales. Así como la dirección comunista georgiana seguía presionando sin descanso para que Abjasia se incorporara a la República Soviética de Georgia, en Bakú la dirigencia comunista azerí también reclamaba que Karabagh, un enclave habitado por armenios y colindante con Azerbaiyán, formara parte de Azerbaiyán, a lo que se oponían ferozmente los comunistas de Armenia sobre la base de que Karabagh debía pertenecer a Armenia. Gobernar el Cáucaso no iba a ser fácil después de las guerras entre azeríes y armenios que se habían producido desde 1918. Pero la opinión de Stalin de que había que apaciguar a las autoridades de Azerbaiyán buscaba un equilibrio. El pragmatismo revolucionario era su motivación principal. El Comité Central del Partido en Moscú había dado prioridad total al objetivo de ganar apoyos para la Internacional Comunista en Asia. La indulgencia bolchevique hacia el Azerbaiyán «musulmán» sería percibida con aprobación en los países que hacían frontera con las nuevas repúblicas soviéticas. En cualquier caso, el gobierno turco de Kemal Pasha estaba siendo cortejado por Moscú; los ejércitos turcos habían arrasado Georgia, Armenia y Azerbaiyán en los años inmediatamente anteriores y continuaban siendo una amenaza para la seguridad soviética: el apaciguamiento de Azerbaiyán estaba concebido como un medio efectivo de mantener tranquila a Estambul.

Esto acumulaba problemas para el futuro. Si el asunto se hubiera podido decidir sin referencia a la situación en el resto de Asia, Stalin probablemente habría dejado Karabagh en manos de Armenia a pesar de las protestas de los azeríes. Si hubiera sido por él, también habría decidido poner Abjasia en manos de Georgia, con derechos de autonomía interior, en el mismo encuentro del Buró Caucásico[26]. Pero los líderes bolcheviques abjasianos Yefrém Eshba y Néstor Lakoba, que habían negociado un tratado entre la RSFSR y la Turquía de Kemal Pasha[27], habían establecido sólidas alianzas en Moscú y obtuvieron su República Soviética de Abjasia. El gobierno menchevique de Georgia se había anexionado Abjasia y había maltratado a su pueblo. Eshba y Lakoba insistían en que la reincorporación de su país a Georgia haría impopulares a los bolcheviques y, frente a esta campaña, Stalin cedió y les permitió tener su propia república soviética. Pero sólo pudo hacerlo al precio de molestar al Comité Central del Partido Georgiano (que, por su parte, argumentaba de forma similar que el bolchevismo se ganaría la hostilidad popular si Stalin accedía a la petición de Eshba y Lakoba).

Esto se confirmó cuando se dirigió a la Organización del Partido de la Ciudad en Tbilisi el 6 de julio. La audiencia ya estaba enojada con él y su discurso empeoró las cosas. Stalin sostuvo que la economía georgiana era incapaz de recuperarse después de la guerra sin la ayuda específica de Rusia[28]. Esto era al mismo tiempo falso y ofensivo, porque la inversión occidental y el comercio pudieron haber contribuido a regenerar la industria y la agricultura en el país. Desde un punto de vista intelectual pisaba terreno más firme cuando afirmó[29]:

Ahora, al llegar a Tiflis [Tbilisi], me impresiona la ausencia de la vieja solidaridad entre los obreros de las distintas nacionalidades del Cáucaso.

Se ha desarrollado el nacionalismo entre los obreros y campesinos y la desconfianza hacia los camaradas de otras nacionalidades se ha hecho más fuerte; antiarmenio, antitártaro, antigeorgiano, antirruso y cualquier otra nacionalidad que se quiera nombrar.

Pero tampoco este argumento fue bien recibido. Esencialmente Stalin advertía a los líderes y a los activistas comunistas georgianos que debían demostrar que merecían el apoyo de Moscú. Los abjasios, osetios y adzharos habían sufrido realmente bajo el gobierno menchevique, que había tratado sus tierras como provincias de la Georgia histórica. Habían insistido en que los abjasios eran una tribu georgiana pese al hecho de que su lengua no tuviera ninguna relación con la suya. Si había que alcanzar la armonía, la dirección comunista georgiana tenía que dar el ejemplo.

Stalin se vio envuelto en problemas todavía mayores cuando se dirigió a una masiva concentración de obreros en Tbilisi. Escucharon en silencio al hijo pródigo de Georgia mientras abogaba por la sovietización. Esto contrastó con el trato que dispensaron a Isidor Ramishvili: el depuesto ministro del Interior menchevique y viejo enemigo personal de Stalin fue recibido con una fuerte ovación[30]. Stalin se enfureció repentinamente y, protegido por sus guardias de la Cheka, estalló. Toda su carrera política en Tbilisi había estado llena de rechazos. Este último episodio era una humillación insoportable. Como de costumbre, sublimó su resentimiento atacando a otros. Señaló a Pilipe Majaradze, presidente del Comité Georgiano Revolucionario, como responsable personal del fracaso. Majaradze fue destituido y reemplazado por Budu Mdivani[31]. Entonces Stalin tuvo la sensación de que había encumbrado al poder en Georgia a un bolchevique más leal y cumplidor. Y, desde luego, juzgó mal a su hombre. Mdivani resultó estar muy lejos de ser un aliado de confianza; era él quien había incitado a Lenin en su lecho de muerte a actuar contra Stalin en lo concerniente a la cuestión nacional.

La tempestuosa disputa entre Lenin y Stalin entre 1922 y 1923 tendió a ocultar el hecho de que Stalin mantuvo el acuerdo general al que habían llegado después de hacer las concesiones que Lenin exigía. La decisión de formar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue ratificada el 31 de diciembre de 1922 y la nueva constitución formalmente entró en vigencia a comienzos de 1924. El sistema federal era una mera tapadera. El Politburó del Partido Comunista Ruso tomó las principales decisiones acerca de cada república soviética. Stalin tenía sus propias y crecientes inclinaciones a favor de Rusia y de los rusos. Sin embargo, la concesión de autoridad, prestigio y progreso a los otros pueblos permaneció intacta. Las repúblicas soviéticas se mantuvieron y proliferaron las repúblicas autónomas. Los grupos nacionales y étnicos disfrutaron de la libertad de tener periódicos y escuelas en sus propias lenguas —y Stalin y sus colaboradores destinaron recursos para que los filólogos desarrollaran alfabetos para las lenguas de varios pueblos pequeños del Cáucaso y de Siberia a fin de que pudieran ponerse en marcha escuelas—. El partido también trató de reclutar a jóvenes nativos. Stalin lo expuso con detalle en una conferencia organizada por el Comité Central con dirigentes comunistas provinciales y republicanos «nacionales» en junio de 1923[32].

Era un experimento extraordinario. El Politburó, mientras reforzaba su imagen ante la posibilidad de que cualquier región de la URSS pudiera separarse, continuaba tratando de demostrar a todo el mundo, tanto en el país como en el extranjero, que la Revolución de octubre había establecido las condiciones para solucionar finalmente los problemas nacionales. Stalin no estaba simplemente haciendo política. Creía en ella y fue uno de sus exponentes más comprometidos. Sus orígenes georgianos y su temprana militancia marxista le habían inculcado la idea de que los pueblos del antiguo Imperio ruso necesitaban ser educados, adoctrinados y reclutados si se quería que el marxismo arraigara en ellos, Lenin y él habían coincidido al respecto entre 1912 y 1913. Stalin no se limitaba a jugar con estas ideas. Desde antes de 1917 había entendido la importancia de las lenguas nacionales y del personal nacional para el avance del comunismo. Había desechado algunas de sus ideas originarias pero seguía insistiendo en que el marxismo tenía que asumir el compromiso serio de resolver la cuestión nacional. Sus altercados con Mdivani y con los dirigentes comunistas georgianos no derivaron del «chovinismo» (como Lenin había dicho en ese momento y como Trotski repitió más tarde), sino de un conjunto específico de objeciones a la descuidada falta de atención por parte de Mdivani hacia los deseos de Moscú y los intereses de los no georgianos en Georgia[33].

Las medidas oficiales sobre la cuestión nacional siempre habían desagradado a muchos de los líderes comunistas, y fue Stalin quien tuvo que cargar con el peso del oprobio. Trotski, Zinóviev y Kámenev estaban de acuerdo con la línea oficial. Sin embargo, al ser judíos se sentían cohibidos ante la idea de jugar un papel destacado en los debates sobre la cuestión nacional. Aunque Bujarin hizo algunas observaciones ocasionales, también se mantuvo al margen. Así Stalin, pese a la acusación de Lenin de que era un chovinista granruso, siguió siendo el principal responsable de la política del partido. Mdivani y otros dirigentes comunistas georgianos enseguida riñeron con él. La imposición de una Federación Transcaucásica era un trago demasiado amargo y las manipulaciones de Stalin en 1922 los ofendieron en forma permanente. No era la primera vez desde 1917 que había emprendido una tarea desagradable que otros rehuían.

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