Stalin

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II. El líder del partido » 19. Testamento

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TESTAMENTO

Las tensiones entre Stalin y Lenin fueron en aumento en el otoño de 1922. Stalin no tenía una actitud conciliadora. Reprochó a Lenin que hubiese tergiversado los contenidos de la política del partido en una entrevista para el Manchester Guardian[1], el alumno reconvenía a su maestro. Ningún miembro del Politburó excepto Trotski escribió de un modo tan directo a Lenin. Estas minucias se sumaron al conjunto de las preocupaciones que Lenin albergaba sobre el secretario general, y la idea de que el partido comunista quedara en manos de Stalin empezó inquietarle. A medida que su esperanza de recuperarse físicamente iba desvaneciéndose, dictó una serie de notas para que se hicieran públicas en caso de que muriese[2]. Su encabezamiento rezaba «Carta al Congreso», porque quería que se leyesen en el próximo congreso del partido. Son las notas que la historia conoce como «Testamento de Lenin».

Lo esencial esta en los pasajes que redactó el 25 de diciembre de 1922 sobre sus compañeros de partido Stalin, Trotski, Zinóviev, Kámenev, Bujarin y Piatakov. Mólotov fue uno de los que se enojaron por haber quedado fuera de la lista[3]; Lenin dejaba un testimonio para la historia. De hecho, el testamento trata principalmente de dos de los individuos de la lista[4]:

El camarada Stalin, después de haberse convertido en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder ilimitado y no estoy convencido de que siempre vaya a conseguir utilizar ese poder con el cuidado debido. Por otro lado, el camarada Trotski, como ha demostrado mediante su lucha contra el Comité Central en relación con el Comisariado del Pueblo de Medios de Comunicación, no se distingue solamente por sus relevantes talentos. Como persona, sin duda es el individuo más competente del actual Comité Central, pero tiene una excesiva confianza en sí mismo y una preocupación también excesiva por el aspecto puramente administrativo de los asuntos.

Lenin hacía hincapié en la rivalidad entre Trotski y Stalin[5]: «Estas cualidades de los dos líderes más destacados del actual Comité Central podrían suscitar una ruptura no deseada (en el partido) y, a menos que el partido tome medidas para evitarlo, esto podría suceder de forma inesperada». Afirmaba que una división en el partido pondría en peligro la existencia del régimen soviético.

Lenin proseguía: «Nuestro Partido descansa sobre dos clases sociales y esto es lo que facilita su inestabilidad y hace inevitable su colapso a menos que puedan establecerse acuerdos entre estas dos clases»[6]. El peligro que tenía en mente era que Trotski y Stalin promovieran políticas que favorecieran a las diferentes clases —el proletariado y el campesinado— y que esto llevara a conflictos que pudieran minar el régimen.

Para muchos militantes del partido que conocían en secreto el Testamento, este análisis era algo extravagante. Reconocían el aislamiento del estado soviético en el sistema internacional y no habían olvidado la intromisión extranjera en la Guerra Civil. También podían entender por qué Lenin señalaba a Trotski como alguien que podría traer la desunión a la cúpula del Partido. Pero se sorprendieron de que Stalin constituyera una preocupación para Lenin. La opinión más extendida, según los informes de la GPU (como se conocía a la Cheka desde 1921), sugería que Trotski, Zinóviev, Kámenev, Rykov, Bujarin e incluso Dzierzyñski tenían más probabilidades de ganar la batalla por la sucesión política[7]. Incluso dentro del grupo dirigente todavía no se tomaba a Stalin tan en serio como se habría debido. Sin embargo, Lenin al fin había percibido su dimensión; y el 4 de enero de 1923, mientras el conflicto que tenía lugar en Georgia se volvía más agrio, dictó un apéndice a su caracterización[8]:

Stalin es demasiado rudo, y este defecto, que es totalmente soportable dentro de nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, se torna intolerable en el puesto de secretario general. Por lo tanto, propongo a los camaradas que piensen en el modo de destituir a Stalin y de nombrar a alguien en su lugar que se distinga del camarada Stalin en todos los aspectos por tener el único rasgo superior de ser más paciente, más leal, más cortés y más amable con los camaradas, menos caprichoso, etc.

El sentido de sus palabras traspasaba la sintaxis vacilante de Lenin: quería destituir a Stalin del Secretariado General.

Su propuesta tenía un alcance limitado. No sugería que se destituyera a Stalin de la cúpula del partido, mucho menos del partido en general. Una idea semejante habría sido tratada con el mismo desdén que había recibido su petición de julio de 1922 de que se destituyera a la mayoría de los miembros del Comité Central[9]. Lenin tampoco era el profeta político por excelencia de su tiempo. No había absolutamente nada en el Testamento que predijera la escalada de terror que iba a sobrevenir a partir de 1928. Lenin, el principal impulsor del terror de estado en la Guerra Civil, no se percató de la capacidad de Stalin para aplicar el terror como norma a una escala mucho mayor en tiempos de paz. El Testamento de 1922-1923 se limitaba a ser un intento de privar a Stalin de su cargo administrativo más importante[10].

Los archivos sobre el problema georgiano fueron sometidos al examen de Lenin. Había decidido el veredicto: Stalin y sus partidarios eran culpables de chovinismo granruso, aunque Stalin, Ordzhonikidze y Dzierzyñski no eran rusos. A finales del año anterior, en un artículo sobre la cuestión nacional, Lenin había reconocido[11]:

Al parecer soy inmensamente culpable ante los obreros de Rusia por no haber intervenido con la suficiente energía y el suficiente rigor en la cuestión primordial de la autonomización, oficialmente conocida, al parecer, como la cuestión de la unión de repúblicas socialistas soviéticas.

También dictó un artículo sobre la burocracia en los órganos del partido y del gobierno, donde hacía fuertes críticas a la Inspección de Obreros y Campesinos. Para los observadores informados resultaba obvio que Stalin, que encabezaba la Inspección, era el blanco principal. Los editores de Pravda suavizaron el artículo de Lenin en la publicación[12], pero conservaron el sentido principal. Lenin compuso otro artículo, «Mejor menos pero mejores», donde exigía la inmediata promoción de trabajadores industriales ordinarios a los cargos políticos. Su hipótesis era que sólo ellos tenían las actitudes necesarias para que hubiera armonía en el Comité Central del partido y para poner fin a las prácticas burocráticas. Una vez más el mensaje estaba dirigido a desacreditar a Stalin.

Lenin continuó dictando a María Volódicheva y a Lidia Fótieva. Aunque parecía haber dejado de sacar temas delicados delante de Nadia Allilúeva, no tomó ninguna otra precaución más que decirle a sus secretarias que guardaran una reserva absoluta y que pusieran bajo llave sus documentos. Así planeaba la caída de un individuo al que consideraba el mayor peligro para la revolución. Su excesiva confianza en sí mismo —el mismo defecto que adjudicaba a Trotski— no le había abandonado.

Habría sido menos descuidado si hubiese conocido mejor a sus secretarias. Volódicheva estaba desconcertada por los contenidos de las notas que le había dictado el 23 de diciembre y consultó a su colega Fótieva, que le recomendó entregar una copia nada menos que a Stalin. Stalin estaba perplejo, pero no se desanimó. Había tenido un altercado con Krúpskaia el día anterior al descubrir que ella había estado ayudando a Lenin a comunicarse con Trotski y con otros sobre los asuntos políticos del momento. La conducta de Krúpskaia contravenía las órdenes del Politburó y Stalin, a quien se le había pedido que garantizara la observación del régimen especificado por los médicos de Lenin, arremetió contra ella con insultos. Krúpskaia declaró que ella era la única que sabía lo que era mejor para la salud de Lenin. Si se le negaba a Lenin el contacto con otros líderes políticos, su recuperación se retrasaría todavía más. Escribió en estos términos a Kámenev, añadiendo que nadie en el partido le había hablado nunca de un modo tan ofensivo como Stalin. Pero no se lo contó a Lenin por temor a disgustarle, y Stalin no había querido negarle a Lenin el derecho a dictar sus escritos. Le dolía que se le culpara cuando simplemente estaba cumpliendo las órdenes del Politburó[13], pero supuso razonablemente que los asuntos que le separaban de Lenin finalmente se solucionarían.

Sin embargo, varias semanas después Krúpskaia le contó a Lenin cómo Stalin se había comportado con ella. Lenin estaba furioso. Aunque a menudo él mismo usaba expresiones fuertes[14], su límite estaba en propasarse verbalmente con las mujeres. El comportamiento de Stalin le había ofendido, y el 5 de marzo de 1923 dictó una severa carta:

Ha tenido usted el descaro de hablar con mi esposa por teléfono e insultarla. Incluso aunque ella haya tenido con usted la deferencia de olvidar lo que se dijo, sin embargo este hecho ha llegado a Zinóviev y Kámenev por mediación de ella. No pienso olvidar tan fácilmente lo que se ha hecho contra mí, y no hace falta aclarar que considero que lo que se haga contra mi esposa también se hace contra mí. Por lo tanto, le pido que considere si está de acuerdo en retractarse de lo que dijo y pedir disculpas o bien prefiere cortar nuestra relación.

Stalin estaba estupefacto. Había tratado de reconstruir los puentes entre él y Lenin dejando que continuara dictando e investigando, aunque los artículos que resultaban de esta actividad le perjudicaban. Le había pedido a la hermana de Lenin, María Uliánova, que intercediera en su favor: «Lo quiero con todo mi corazón. Hágaselo saber de alguna manera». Con la carta en la mano, Stalin trataba de convencerse a sí mismo: «¡No es Lenin el que habla, es su enfermedad!».

Garabateó con desgana una disculpa: «Si mi esposa se hubiera comportado incorrectamente y usted hubiera tenido que reprenderla —escribía—, yo no me habría considerado con derecho a intervenir. Pero ya que usted insiste, estoy dispuesto a disculparme con Nadezhda Konstantínovna». Después de reflexionar, Stalin volvió a escribir el mensaje y admitió haberle gritado a Krúpskaia, pero añadió que sólo cumplía con el deber que le había asignado el Politburó. Añadía:

Aun así, si usted considera que la continuidad de nuestras «relaciones» requiere que yo me «retracte» de las palabras antes mencionadas, puedo retractarme, aunque sin embargo me niego a entender cuál es el problema, en qué consiste mi «culpa» y qué se requiere de mí en concreto.

Cada vez que comenzaba a disculparse, terminaba echando sal en la herida. Es difícil imaginar cómo pudo ocurrírsele a Stalin que un mensaje así aplacaría a Lenin. Pero era un hombre orgulloso. De ningún modo iba a llegar a mostrar un arrepentimiento mayor y estaba a punto de costarle caro.

Sin embargo, esto no sucedió. El 10 de marzo, alterado por la disputa, Lenin sufrió un ataque al corazón. Repentinamente Stalin ya no tenía que preocuparse porque Lenin estuviera dirigiendo una campaña contra él. Le llevaron a la mansión Gorki, en las afueras de Moscú, de donde nunca regresaría. Ahora era un pobre inválido atendido por su esposa Nadia y su hermana María y, aunque los médicos les dijeron que no todo estaba perdido, Nadia dejó de creerles. Su estado de salud seguía sometido a la vigilancia de los cuerpos de seguridad. Los informes de los agentes de la GPU al Kremlin revelaron a Stalin que no había nada que hacer: Lenin no podía recuperarse; su muerte era cuestión de tiempo.

Sin embargo, los pensamientos que Lenin había dictado seguían siendo una amenaza. El líder agonizante había hecho mecanografiar numerosas copias y los miembros del Politburó, además de las secretarias de la oficina de Lenin, sabían de su existencia. No todos los miembros del Politburó estaban en buenos términos con Stalin. Las relaciones entre Trotski y Stalin nunca habían sido buenas, y Stalin podía esperar problemas por ese lado. Sin embargo, contaba a su favor que Kámenev, Zinóviev y otros previeran una fuerte ofensiva por parte de Trotski para asumir el poder supremo. Stalin era un valioso aliado al que no se sentían inclinados a destituir del Secretariado General. Sabían de sus defectos tan bien como Lenin, pero también eran menos conscientes de sus capacidades y su ambición de lo que Lenin había llegado a ser: por lo tanto, subestimaron las dificultades que podría suponer tratar con él en los años siguientes. Esto significaba que, si Stalin hacía su jugada con habilidad, aún podría sobrevivir a la tormenta. El siguiente Congreso del Partido —el duodécimo— estaba previsto para abril de 1923. El Politburó tenía el objetivo de demostrar que el régimen podía funcionar eficazmente en ausencia de Lenin. Se le ofreció a Trotski el honor de presentar el informe político en nombre del Comité Central, pero lo rechazó. En su lugar lo hizo Zinóviev. Entre Zinóviev, Kámenev y Stalin concertaron el resto de las sesiones de antemano.

Pese a todo, Stalin dio el informe organizativo. Astutamente aceptó la propuesta de Lenin de llevar a cabo reformas estructurales en el Comité Central del partido y en la Comisión de Control Central, pero, mientras que Lenin había deseado que se incorporaran obreros comunes como miembros de estos organismos, Stalin dio preferencia a los líderes de los partidos locales de origen proletario que ya no trabajaban en fábricas o minas. De este modo Stalin controlaría el proceso y abortaría las intenciones de Lenin.

También presentó el informe sobre la cuestión nacional. Combinó sus palabras con ingenio y habló como un hombre en posición de ataque. Condenó tanto el nacionalismo granruso como los nacionalismos de los pueblos no rusos. Sugirió que la política del partido había sido correcta desde un punto de vista doctrinal, político y práctico —y, por implicación, insinuó que él simplemente seguía la senda trazada por Lenin—. Budu Mdivani se puso de pie para decir que Stalin y sus partidarios habían actuado injustamente[15]. Para entonces, sin embargo, Stalin había tenido tiempo de organizar su defensa y de hacer que los dirigentes del sur del Cáucaso atacaran a Mdivani. También Zinóviev se puso del lado de Stalin, al exigir que Mdivani y sus partidarios se separaran del nacionalismo georgiano. Bujarin enfatizó la necesidad de evitar ofender las sensibilidades nacionales de los no rusos, pero no señaló que Stalin había sido un obstáculo para el éxito de la política oficial. Incluso Trotski se contuvo de atacar abiertamente al secretario general a pesar de que Lenin le había estimulado en este sentido. Con todo, la presión sobre Stalin había sido intensa y, mostrando cierto grado de autoconmiseración, él sostuvo que no había sido su deseo presentar el informe acerca de la cuestión nacional. Como de costumbre, se mostraba ante los demás como un simple encargado de cumplir las misiones que la dirección del partido le había asignado.

Y superó la difícil prueba. Pagó un precio: tuvo que aceptar varias enmiendas al borrador de la resolución, la mayoría de las cuales concedían más derechos a los no rusos de lo que a él le habría gustado. Sin embargo, el alegato georgiano fue rechazado y Stalin sobrevivió al Congreso. El Testamento permaneció bajo llave. Pudo haber sido revelado en el Congreso, pero sus aliados Zinóviev y Kámenev habían impedido esta maniobra[16]. Para un secretario general que había estado a punto de ser destituido del Comité Central, esto merecía celebrarse como una victoria. Zinóviev, Kámenev y Stalin parecían gobernar el partido y el estado como un triunvirato.

Trotski dejó pasar la oportunidad de provocar un conflicto. En los años siguientes sus partidarios criticaron que no hubiese aprovechado su ocasión en el XII Congreso del Partido. Indudablemente tenía poca sutileza táctica en los asuntos internos del partido. Aun así, es dudoso que se hubiese hecho un favor rompiendo con el resto del Politburó. Muchísimos dirigentes de la cúpula y de las provincias lo habían descrito como una figura similar a Bonaparte que podría conducir a las fuerzas armadas contra los principales objetivos de la revolución. Su pasado antibolchevique jugaba en su contra. Su actuación en la Guerra Civil, que incluía el fusilamiento de líderes bolcheviques del Ejército Rojo por cometer errores, no había sido olvidada. Más aún, algunos de sus subordinados del Consejo Militar Revolucionario que le admiraban no habían pertenecido —al igual que él— a los bolcheviques antes de 1917 y algunos de ellos no habían sido revolucionarios en absoluto. Trotski tenía una tendencia intermitente a ponerse muy nervioso en las pruebas de fuerza dentro del partido. También era consciente de que cualquier intento de desplazar a un miembro del Politburó habría sido interpretado como un intento de hacerse con el poder supremo incluso antes de la muerte de Lenin. Trotski decidió esperar que se presentara una oportunidad mejor en los meses siguientes.

De hecho, la rivalidad creció entre sus enemigos tan pronto como terminó el Congreso. Kámenev y Zinóviev habían protegido a Stalin porque deseaban ayuda contra Trotski, pero las iniciativas individuales de Stalin en las semanas siguientes al ataque cardíaco de Lenin les desconcertaron. Zinóviev, que residía en el lejano Petrogrado, criticaba que se tomaran decisiones sin consulta previa. Durante la Guerra Civil y después de ella había sido habitual que Lenin recabara la opinión de los miembros del Politburó por teléfono o por telegrama antes de fijar una política. Stalin actuaba según sus preferencias acerca del comité editorial de Pravda, la cuestión nacional en la URSS, Oriente Medio y la Comintern. Sus botas de Tsaritsyn se le estaban quedando pequeñas, y Zinóviev se proponía tratarlo con firmeza. Mientras estaba en Kislovodsk, en el norte del Cáucaso, Zinóviev convocó un encuentro con otros dirigentes bolcheviques que estaban de vacaciones cerca de allí. Entre ellos estaban Bujarin, Voroshílov, Lashévich y Yevdokímov. Si bien Lashévich y Yevdokímov eran partidarios de fiar que trabajaban con él en Petrogrado, Voroshílov era un cliente de Stalin que posiblemente iba a transmitirle el contenido de las conversaciones al secretario general. Tal vez (como supuso la mayoría) Zinóviev pecaba de ingenuo. Sin embargo, es más probable que pensara que Voroshílov sería el intermediario que llevaría a Stalin el mensaje de que tenía que cambiar de conducta o sufrir las consecuencias negativas.

El 30 de julio le escribió a Kámenev[17]:

Usted sencillamente permite que Stalin se burle de nosotros. ¿Hechos? ¿Ejemplos? ¡Aquí van!

La cuestión nacional.

(…) Stalin nombra a los plenipotenciarios (instructores) del Comité Central.

La Convención del Golfo.

¿Por qué no consultarnos a nosotros dos y a Trotski acerca de esta cuestión tan importante? Había tiempo suficiente. A propósito, se supone que soy el responsable del Comisariado del Pueblo para Asuntos Extranjeros (…)

Comintern (…)

V. I. [Lenin] dedicaba más del diez por ciento de su tiempo a la Comintern (…) Y Stalin llega, echa un vistazo y toma una decisión. Y Bujarin y yo somos «almas muertas»: no se nos consulta acerca de nada.

Pravda

Esta mañana —y esto es el colmo— Bujarin se enteró por un telegrama personal de Dubrovski de que el comité editorial había sido reemplazado sin que se le informara o consultara a Bujarin (…)

No vamos a tolerar esto por más tiempo.

Si el partido tiene la desgracia de atravesar un período (probablemente muy breve) de despotismo personal de Stalin, que así sea. Pero por mi parte no tengo la intención de encubrir todo este comportamiento detestable. Todas las plataformas se refieren al «triunvirato», partiendo de la base de que no soy la figura de menos importancia en él. En realidad no hay triunvirato, sólo existe la dictadura de Stalin.

Según Zinóviev, el tiempo de actuar se había acabado.

Exageraba el poder del secretario general. Un simple voto en el Politburó, presidido por Kámenev, todavía podía frenar a Stalin y, cuando Zinóviev no podía asistir a las sesiones, no habría sido difícil insistir en que se consultaran previamente sus opiniones. Pero tenía razón acerca del creciente deseo de Stalin de salirse con la suya al margen de sus compañeros del Politburó. Stalin vio la necesidad de una retirada táctica. Estuvo de acuerdo en efectuar cambios —y en realidad pareció fomentarlos— en la composición de los órganos centrales del partido. Sus críticos habían visto con cuánta frecuencia había colocado a sus partidarios en puestos de autoridad fuera de Moscú. Soportaba las reuniones del Orgburó, que decidían estos asuntos. La solución era obvia. Se nombró a Trotski, Zinóviev y Bujarin miembros del Orgburó. Podrían oponerse a los designios de Stalin cada vez que quisieran[18].

Esto no cambiaba demasiado las cosas. La razón que suele darse es que Trotski y Zinóviev no repararon en la importancia de asistir al Orgburó, mientras que Stalin era un firme participante de sus sesiones. Sin embargo, la pregunta fundamental es por qué Trotski y Zinóviev, que habían identificado la fuente del poder burocrático de Stalin y reclamado ser miembros del Orgburó, no pudieron seguir actuando contra él. Esta pregunta lleva a otra. ¿Fue la disposición de Stalin para tragarse una reunión tras otra la razón más importante que le permitió derrotarlos? Con toda seguridad la respuesta es que no. Trotski, Kámenev y Zinóviev no se despreocupaban del deber de asistir a reuniones burocráticas. Todo el orden soviético era burocrático, y las reuniones de cargos administrativos eran lo habitual. Los órganos directivos del Comité Central habían sido reorganizados principalmente con vistas a asestar un golpe al secretario general. Sus compañeros del Politburó pensaron que podrían seguir adelante con sus campañas individuales para suceder a Lenin. Cada uno de ellos esperaba controlar su jerarquía administrativa sin la interferencia de los otros. La carrera de Stalin no se había extinguido, pero su capital político se había reducido al mínimo.

Los acontecimientos vinieron en su ayuda. Todos los miembros del Politburó, incluido Trotski, deseaban salvaguardar la unidad de la cúpula del partido. Aislados y criticados en todo el país al margen del partido, deseaban presentarse ante la opinión pública como un frente unido. Lenin todavía no estaba muerto, aunque los líderes del Kremlin supieran que las posibilidades de que se recuperara eran remotas. Los adversarios de Stalin en el Politburó no querían sacudir el bote del Partido Comunista intentando arrojar a Stalin por la borda.

Sin embargo, los desacuerdos continuaban de puertas para adentro. La gestión de Kámenev, Zinóviev y Stalin en materia de política económica los intensificó. A mediados de 1923 hubo un repentino déficit en el suministro de alimentos a las ciudades. Era el resultado de lo que Trotski llamó la «crisis de las tijeras». Los precios de los bienes industriales habían aumentado tres veces más que los precios que se pagaban por los productos agrícolas desde 1913. Así se abrieron las hojas de la tijera económica. Los campesinos preferían guardar el grano en el campo a venderlo a las agencias de suministros del gobierno. Acumulaban parte de la cosecha. Se alimentaban mejor ellos y sus animales. Fabricaban más vodka para consumo propio. Se negaban a abrir paso a los bolcheviques, que habían hecho que los productos manufacturados se encareciesen tanto. Los miembros de la mayoría del Politburó prestaron oídos a las exigencias del campo y redujeron los precios industriales. Las ruedas del intercambio entre la ciudad y el campo comenzaron a moverse de nuevo. Trotski no dejó de criticar a sus rivales por su mala gestión económica; consideraba que habían hecho realidad sus temores sobre la NEP en su calidad de instrumento potencial para desviarse de los objetivos de la Revolución de octubre e inclinarse ante los requerimientos del campesinado.

Los compañeros izquierdistas de Trotski en el partido se movilizaron contra el desarrollo de la Nueva Política Económica en octubre de 1923. Yevgueni Preobrazhenski y otros firmaron la Plataforma de los Cuarenta y Seis, criticando las políticas económicas y de organización de la dirección en ascenso del partido. Reclamaban una mayor libertad de discusión y una intervención estatal más profunda en el desarrollo industrial. En noviembre de 1923 Trotski se unió a los disidentes con una serie de artículos titulados «El nuevo curso». La XIII Conferencia del Partido, en diciembre, había acusado a esta oposición de izquierdas de deslealtad. Los líderes en ascenso necesitaban más que nunca a Stalin como contrapeso de Trotski; todas las críticas del verano quedaron aparcadas —y Zinóviev ya no habló más de la necesidad de restringir la autonomía administrativa de Stalin—. Creían que era mejor dejar en sus manos la supresión de la actividad de las facciones en las provincias. También le encomendaron la tarea de presentar una queja contra Trotski en la Conferencia. Por una vez ellos no deseaban tener el honor. Sabían que Stalin podía mirar a Trotski a los ojos y abofetearlo políticamente —y tal vez calcularon que Stalin no se haría ningún favor a sí mismo al aparecer como secesionista mientras ellos se mantenían por encima de las exigencias de la lucha entre facciones.

Stalin estaba más que deseoso de encargarse de reprender a Trotski. Sus palabras fueron incisivas[19]:

El error de Trotski consiste en el hecho de que se ha puesto en contra del Comité Central y ha concebido sobre sí mismo la idea de que es un superhombre que está por encima del Comité Central, por encima de sus leyes, por encima de sus decisiones, a fin de proporcionar razones a cierto sector del partido para dirigir sus esfuerzos hacia minar la confianza en el Comité Central.

La Conferencia fue un triunfo para Stalin. Lenin agonizaba mientras Trotski se tambaleaba y Kámenev y Zinóviev aplaudían. Stalin se había asegurado su rehabilitación.

Y aunque el Testamento había advertido acerca de una separación entre Stalin y Trotski, Stalin había seguido adelante y denunciado a Trotski. Si se hubiera recobrado, Lenin no habría aceptado la excusa de Stalin de que sólo estaba haciendo lo que el resto del Politburó le había pedido. Sin embargo, Stalin nunca se había puesto de rodillas ante Lenin y tenía razones para sentirse perjudicado por él. Había contenido su resentimiento por la forma en que le había tratado; no era un comportamiento que desplegara a menudo. Presumiblemente entendió que lo más probable era que Lenin estuviera demasiado enfermo como para recuperarse físicamente y, de cualquier modo, siguió sintiendo una auténtica admiración por el líder que declinaba. Stalin se limitó a observar atentamente lo que pasaba en la mansión Gorki, donde los guardaespaldas y las enfermeras informaban a Dzierzyñski, que a su vez mantenía al tanto a Stalin[20]. Stalin todavía no estaba a salvo de problemas. Nadezhda Krúpskaia podía estar recurriendo a sus viejos trucos al leerle a Lenin las editoriales de Pravda acerca de las actitudes secesionistas de la XIII Conferencia. De este modo Lenin habría podido saber que lo que había predicho respecto de la división entre Stalin y Trotski ya había ocurrido. Pero para Stalin las cosas habían cambiado. Estaba orgulloso de su actuación en la Conferencia, era un líder supremo en ascenso y comenzaba a erigirse en toda su altura.

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