Stalin

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III. El déspota » 29. El gobierno de las naciones

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EL GOBIERNO DE LAS NACIONES

El partido comunista administraba un estado multinacional. Los rusos constituían el 53% de la población y Stalin trató de vincularse con la nación rusa[1]. Esta tendencia suya se había incrementado entre los años veinte y principios de la década de los treinta. Stalin y Lenin habían tenido desavenencias cuando Lenin reclamaba que se tratara con mayor amabilidad de la que Stalin consideraba apropiada a los líderes comunistas georgianos.

En cierta ocasión el joven Vasili Stalin le dijo a su hermana Svetlana: «Pero, ¿sabes?, nuestro padre antes era georgiano»[2]. El muchacho había sido educado en Rusia, hablaba ruso y consideraba a su padre un ruso. Vasili cometía un error infantil: Stalin no se había convertido en ruso por arte de magia. Es verdad que alguna vez se definió como un «asiático georgiano rusificado» y negó ser un «europeo»[3]. Era un extraño modo de describirse desde un punto de vista nacional después de la Revolución de octubre, pero debe ser considerado con atención. Según los geógrafos, Georgia pertenece a Asia, ya que se sitúa al sur de las cumbres del Cáucaso. En consecuencia, la combinación de «georgiano» y «asiático» es sorprendente. Es posible que procediera de un cierto sentido de superioridad sobre los pueblos del Este. De cualquier modo, Stalin no lo dijo en público, sino en una cena privada en el apartamento de Voroshílov. La soltó bruscamente a modo de disculpa informal por haber interrumpido el discurso que el comunista búlgaro Georgui Dimítrov daba a los invitados. Al definirse como asiático, término peyorativo entre los europeos, Stalin se servía del humor para alivianar la atmósfera. Como siempre, sus comentarios deben interpretarse a la luz de las circunstancias en que se hicieron.

Sin embargo, había un núcleo plausible en la broma de Stalin. Nacido en Georgia, conservaba costumbres y actitudes de su patria y siguió valorando la poesía clásica georgiana. Pero también le impresionaban los gobernantes de los grandes imperios asiáticos. Leyó con avidez la historia de Genghis Khan. Su experiencia en Rusia también había dejado huella en su conciencia. Admiraba la literatura rusa del siglo XIX. Estaba orgulloso del poder de Rusia en el pasado y en el presente. Lamentaba la pérdida de territorios como Sajalín, que habían pertenecido al Imperio ruso. Le gustaba estar entre los rusos tanto como entre los georgianos. Es probable que su identidad subjetiva no fuera ni exclusivamente rusa ni exclusivamente georgiana, sino una mezcla fluida y vaga de ambas. Esto no es nada extraño. Mucha gente que viaja de país en país se asimila a medias a nuevas culturas sin abandonar su cultura de origen. Además, Stalin era un socialista internacionalista. Como marxista, consideraba que las ideas de nacionalidad eran un fenómeno temporal y contradictorio: eran ideas que al mismo tiempo mejoraban y viciaban a las sociedades. Es dudoso qué Stalín sintiera la necesidad interna de afirmarse en una identidad nacional. Sus prioridades más bien se centraban en gobernar y transformar a la URSS y en consolidar su despotismo personal.

Estas prioridades lo empujaban hacia un cambio de política sobre la cuestión nacional más allá de la compleja cuestión de su propia identidad. A pesar de los arrestos de personas acusadas de nacionalismo ruso durante el desarrollo del Primer Plan Quinquenal, de forma simultánea ordenó a los medios de comunicación que evitaran ofender los sentimientos nacionales de los rusos comunes y en confianza reprendió al poeta Demián Bedny por mofarse de las inclinaciones del pueblo ruso[4]. Cuando Stalin y Kaganóvich ordenaron la demolición de la catedral de Cristo Salvador en el centro de Moscú en 1932, especificaron que no debía anunciarse públicamente, sino hacerse por la noche: no querían que se dijera que un georgiano y un judío habían dado la orden[5]. Cuando apareció la biografía oficial de Stalin en 1938, no se hacía ninguna referencia a su origen georgiano en todo el libro después de la segunda frase del libro[6].

No le faltaban razones para preocuparse por el resentimiento popular de los rusos por ser gobernados por políticos extranjeros. Aunque la NKVD —y antes la OGPU— parece haber informado muy poco sobre esto, durante toda su vida Stalin fue muy susceptible a estas cuestiones. Un cartel clandestino mostraba la imagen de dos grupos de guerreros enfrentados en ambas márgenes de un río. Uno era el judío, al mando de Trotski, Kámenev y Zinóviev, mientras que el otro era el georgiano, comandado por Stalin, Ordzhonikidze y Enukidze. Debajo de la imagen se leía: «Y los eslavos se enzarzaron en una disputa acerca de quién iba a gobernar la vieja Rusia»[7]. En realidad, había varios no rusos en el entorno de Stalin y no todos ellos eran georgianos. Los más importantes a principios de la década de los treinta eran Kaganóvich (judío) y Mikoián (armenio). En consecuencia, Stalin siguió estando receloso de la opinión popular. La destrucción del campesinado ruso, de su Iglesia Ortodoxa y de sus modos de vida aldeanos tuvieron como consecuencia una marcada hostilidad hacia el régimen. Lo que es más, la propaganda oficial acentuaba la importancia de Stalin en el diseño de políticas. Esto no dejaba dudas acerca de su responsabilidad personal. Los campesinos lo odiaban y, por muy abundante que fuera, la propaganda no podía atenuar ese sentimiento[8].

Para entonces el régimen había abandonado muchas de sus objeciones iniciales a las tradiciones rusas. El referente máximo de la historiografía soviética en la década de los veinte había sido Mijaíl Pokrovski, que había descrito los siglos anteriores a 1917 como una época caracterizada por la opresión de otros pueblos del Imperio por parte de Rusia. No se les había adjudicado ninguna cualidad positiva a los emperadores o generales. Todo el sistema social era presentado como un obstáculo para el progreso social. A partir de mediados de la década de los treinta todo esto cambió. Se elogiaba a Iván el Terrible y a Pedro el Grande como precursores del orden administrativo, el avance económico y la influencia en el extranjero. Se aclamaba a los comandantes Alexandr Suvórov y Mijaíl Kutúzov como libertadores de Rusia y Europa de la tiranía francesa. Mientras que anteriormente se había considerado héroes a los rebeldes del Cáucaso, los historiadores comenzaron a recalcar que el gobierno imperial ruso aportó grandes beneficios a las regiones fronterizas. También se subrayaron los logros científicos y culturales de los rusos. Se afirmaba que el químico Mendeléiev y el fisiólogo Iván Pávlov (que murió en 1936) eran superiores a sus colegas extranjeros. Se editaron enormes tiradas de las obras de los clásicos de la literatura rusa del siglo XIX, y en 1939 se celebró con gran pompa el centenario de la muerte de Alexandr Pushkin. En la URSS de Stalin ya no se aceptaban las burlas o denigraciones de Rusia y de los rusos.

Junto con Zhdánov y Kírov, Stalin supervisó la producción de textos históricos adecuados[9]. La nueva ortodoxia era que la URSS realzaba las mejores tradiciones del patriotismo y la ilustración del Imperio ruso sin reproducir los rasgos negativos del zarismo. Había que fomentar el orgullo nacional. En gran medida se trataba de una propaganda cínica para ganar el favor de los rusos. Pero probablemente también concordaba con lo que entonces pensaba Stalin. Después del desfile conmemorativo del vigésimo aniversario de la Revolución de octubre, en 1937, habló en una cena privada que tuvo lugar en el apartamento de Voroshílov en el Kremlin a la que asistieron algo más de veinte dirigentes políticos y comandantes militares[10]:

Los zares rusos hicieron muchas cosas horribles (…) Pero también hicieron algo bueno: crearon un estado inmenso de aquí a Kamchatka. Hemos recibido ese legado. Y por primera vez nosotros, los bolcheviques, hemos hecho de él un estado cohesionado y lo hemos reforzado convirtiéndolo en un estado unitario e indivisible, pero en interés de los grandes terratenientes y de los capitalistas sino para el bienestar de los trabajadores y de todos los pueblos que constituyen este estado.

Stalin era un buen actor y bien pudo no haber creído una sola palabra. Sin embargo, es probable que estas afirmaciones, con esa peculiar mezcla de marxismo-leninismo y sentimientos imperialistas rusos, reflejaran su auténtica opinión.

También respondía a las turbulencias que en ese momento se producían en la atmósfera política. Personas de nacionalidad rusa tendían a ocupar el lugar de los derrotados adversarios de la facción de Stalin. Los judíos salieron perdiendo. A la luz de su continua relación con amigos judíos (si es que alguien podía ser considerado su amigo), sería difícil calificarle de antisemita y, sin embargo, esta el hecho de que sus principales enemigos —Trotski, Zinóviev y Kámenev, miembros prominentes del Politburó de Lenin— eran de origen judío. Los rusos fueron promovidos en todas las jerarquías de la administración estatal. Incluso en las repúblicas soviéticas no rusas tenían puestos asegurados. En contraste, rara vez los no rusos ascendían a puestos elevados fuera de las zonas en las que su nacionalidad constituía la mayoría de la población local. Desde mediados de la década de los treinta, el sistema de campos llamado Gulag albergaba a «nacionalistas burgueses» de todos los grupos nacionales y étnicos, excepto rusos. Se honró la lengua rusa. Se convirtió en obligatoria en las escuelas e instituciones, aunque al mismo tiempo se permitió que las repúblicas soviéticas siguieran enseñando también la lengua local. Se modificaron los alfabetos de otras lenguas. Los caracteres latinos y arábigos cedieron paso, en la mayor parte de las lenguas, a los que estaban basados en el modelo cirílico[11].

Muchos sugirieron que Stalin, no contento con haber distorsionado el marxismo-leninismo, había hecho efectivo su abandono. El dirigente fascista ruso emigrado, Konstantín Rodzaievski, convencido de que el estalinismo y el fascismo eran idénticos, volvió de Harbin a la URSS después de la Segunda Guerra Mundial (no fue muy inteligente por su parte: lo fusilaron nada más llegar a Moscú)[12]. ¿Era Stalin objetivamente un nacionalista ruso, aunque en el plano subjetivo no sostuviera esta postura? Es indudable que desde mediados de la década de los treinta fue el artífice de la promoción de los rusos a expensas de las otras nacionalidades de la Unión Soviética. Se prefería a los rusos para los altos cargos de la administración pública. Se otorgó primacía a la lengua rusa en los programas de enseñanza. En los medios de comunicación se elogió a los escritores, a los comandantes e incluso a ciertos emperadores rusos. Se presentó la conquista de otras naciones por parte de las fuerzas imperiales rusas como una gran contribución a su desarrollo general.

El enaltecimiento de Rusia y de los rusos iba acompañado del brutal maltrato de otros pueblos de la URSS. Los ucranianos y los kazajos creían que Stalin estaba llevando a cabo un genocidio con ellos. Ambos sufrieron extremadamente por la imposición violenta de la colectivización de la agricultura ordenada desde Moscú. Se forzó a los kazajos, un pueblo nómada, a establecerse en los koljozes. Los ucranianos siempre habían sido un pueblo agrícola. La OGPU y los «veinticinco mil» invadieron repentinamente sus pueblos y, después de la deportación de los kulaks, se forzó al resto de los habitantes a incorporarse al sistema de granjas colectivas. Los kazajos y los ucranianos padecieron más que los rusos en la mayor parte del territorio de Rusia. La razón era semejante: los kazajos tenían una cultura que todavía no había aceptado la agricultura, mucho menos las granjas colectivas; entre los ucranianos había muchas familias claramente asociadas con las ganancias de las granjas privadas. Los kazajos y los ucranianos estaban abocados a que la campaña de colectivización iniciada a finales de la década de los veinte los golpeara con deliberada dureza.

Al principio fueron motivaciones económicas y culturales, más que nacionales, las que subyacían al tratamiento dado a ambos pueblos. Pero una vez que la campaña estuvo en marcha, Stalin y sus colaboradores estaban atentos a la menor posibilidad de que los «nacionalistas burgueses» pudieran ponerse a la cabeza de la resistencia rural. Los líderes tribales y religiosos kazajos fueron constantemente perseguidos. También hubo represión en Ucrania, no sólo contra los kulaks, sino también contra los sacerdotes, escritores e intelectuales.

Sin embargo, Ucrania siguió siendo motivo de preocupación para Stalin aunque entre 1932 y 1933 estuvo dispuesto a bajar las cuotas de recaudación de grano asignadas a la república. A medida que la colectivización y la «deskulakización» seguían su curso y las condiciones materiales empeoraban, cientos de miles de campesinos trataban de huir a regiones de la URSS donde el suministro de alimentos estuviera más asegurado. Entre los refugiados también había ucranianos que, según la OGPU, eran portadores del bacilo del nacionalismo. La reacción del Politburó, instigada por Stalin, fue ordenar a las autoridades comunistas de Ucrania que cerraran las fronteras de la república al paso de personas desde el 22 de enero de 1933. La misma política de cierre se aplicó a la zona de Kubán, en el norte del Cáucaso, donde en años anteriores se habían establecido muchos ucranianos: Stalin quería impedir que difundieran las ideas nacionalistas fuera de sus aldeas[13]. El mes anterior, el 14 de diciembre de 1932, el Politburó había decretado que la política tradicional del partido de reclutar principalmente cuadros ucranianos para el partido y el gobierno de Ucrania y de las zonas habitadas por ucranianos en otras regiones se había aplicado de forma demasiado mecánica. Se aducía que el resultado había sido la penetración de «elementos nacionalistas burgueses» en el estado. El Politburó exigió que se llevara a cabo una criba política mucho más rigurosa[14].

Esas medidas, que llegaban después de los arrestos y juicios a figuras de la cultura ucraniana que se habían producido desde finales de la década de los veinte[15], eran brutales y discriminatorias y, aunque Stalin no buscara el exterminio de todos los ucranianos y kazajos, sin duda se proponía extirpar toda oposición, fuera real o potencial, por parte de éstos. No obstante, el objetivo final era que Ucrania y Kazajstán se convirtieran en repúblicas soviéticas eficaces. Por lo tanto, permitió que ambos pueblos conservaran su cultura, si bien de un modo mucho más restringido que en la década posterior a la Revolución de octubre. Si la República Socialista Soviética de Ucrania podía convertirse en parte integrante de la URSS, constituiría un modelo económico que ganaría admiradores para el comunismo en Europa oriental[16]. La fértil Kazajstán también podría llegar a ser una república envidiada en el extranjero, en especial por parte de los musulmanes. La colectivización, la «deskulakización», la desclericalización y la subestimación de la hambruna fueron métodos espeluznantes para elevar a Ucrania y Kazajstán al rango de modelos del orden comunista, pero tenían un mínimo de sentido dentro de la visión del mundo del marxismo-leninismo de Stalin.

No todas las interpretaciones de Stalin como nacionalista lo consideran un rusófilo. Algunos piensan que sus concesiones a los rusos eran una tapadera de su campaña para realzar el prestigio y la situación de la nación georgiana. Se supone que, lejos de ser un nacionalista ruso, había conservado el entusiasmo patriótico de su juventud. Nunca había aprobado la separación de Abjasia de Georgia en los acuerdos constitucionales de 1921 y 1922, a pesar de que le encantaba pasar las vacaciones en la costa abjasia[17]. En 1933 obligó a su amigo Néstor Lakoba a aceptar la incorporación de Abjasia a la República Soviética de Georgia. La mayoría de los georgianos consideraba Abjasia como una provincia de la Georgia histórica y muchos se sintieron agradecidos a Stalin por su acción. Una vez incorporada, Abjasia fue sometida a una ofensiva cultural georgiana, especialmente después del asesinato de Lakoba en diciembre de 1936[18]. Se impuso obligatoriamente el cambio del alfabeto abjasio por un sistema basado en la escritura georgiana. Se restringió la enseñanza de la lengua abjasia. Se transfirió a funcionarios georgianos al partido, el gobierno y la policía abjasias. Se produjo una reestructuración demográfica cuando desde 1937 se adjudicaron viviendas y trabajos en Abjasia a los mingrelios, que habitaban en el oeste de Georgia[19].

El propio Stalin conservó su interés por las inquietudes culturales de su juventud. Fomentó la publicación de los antiguos clásicos literarios georgianos. Siguió leyendo la gran obra épica del siglo XIII, El caballero de la piel de pantera, de Shota Rustaveli. Autorizó la reimpresión de El parricida, de Alexandr Qazbegui, la historia del bandido montañés que lo había cautivado de niño. Este interés cultural fue lo que llevó a Stalin a tomarse el tiempo de leer y corregir la antología de poesía georgiana de Shalva Nutsubidze[20].

Aun así, estos hechos no significan que Stalin fuera un nacionalista georgiano. Esta clase de interpretación no encajaría con sus políticas de finales de la Guerra Civil, con la conquista de Georgia en 1921, con la persecución de los líderes comunistas georgianos en 1922 y, sobre todo, con los ataques a los campesinos, sacerdotes, intelectuales y políticos georgianos desde finales de la década de los veinte hasta los últimos años de la década de los treinta. El hecho de que muchos georgianos olvidaran posteriormente todo esto no altera lo sucedido. La actitud de Stalin probablemente se explique mejor en relación con su conocida aproximación a la cuestión nacional en general. Desde El marxismo y la cuestión nacional de 1913, su axioma había sido que los pueblos sin una prensa y una literatura potentes no debían ser considerados naciones[21]. Su premisa era que había que elevar el nivel cultural de estos pueblos mediante su asociación con naciones cultas limítrofes. El incremento de la influencia georgiana podía desempeñar este papel en Abjasia y, mientras que deseaba que los ucranianos y bielorrusos avanzaran por medio de la introducción de la cultura rusa, su experiencia personal le decía que a los georgianos, al no ser eslavos, no era sensato abordarlos de este modo: la conciencia nacional georgiana estaba arraigada con demasiada fuerza como para que esto fuera posible.

Stalin elevó el estatus de los rusos en la URSS y favoreció a algunas naciones más que a otras, y lo hizo debido a una mezcla de razones ideológicas y pragmáticas. La URSS era un estado que atravesaba una transformación económica y social. Stalin tenía ciertas ideas preconcebidas acerca de cómo encarar los problemas resultantes de esto. Pero también tuvo que reaccionar a circunstancias que ni él ni nadie de su entorno había previsto. Durante la década de los treinta halló soluciones provisionales para los nuevos y los viejos problemas.

Aun así, que Stalin abandonara el marxismo-leninismo era tan poco probable como que se cortara sus propios dedos. Lo que hacía era mucho más parecido a afeitarse la barba, ya que la ideología esencial quedó en gran medida intacta. Stalin tenía su propia idiosincrasia sobre los aspectos de la identidad nacional rusa que eligió apoyar. No incluyó ciertos rasgos que habían tenido un lugar prominente en la ideología de los nacionalistas más recalcitrantes del siglo XIX y de comienzos del siglo XX. Estos habían elogiado la fe religiosa del pueblo ruso, sus tradiciones campesinas y la sencillez y belleza de sus aldeas. El campesinado ruso, con su falta de sofisticación, con su resistencia y su despreocupación por el resto del mundo, había constituido el núcleo del nacionalismo histórico. Pero nada de esto aparecía en el pensamiento de Stalin como algo positivo. Rastreó el pasado ruso en busca de precedentes de las preocupaciones comunistas por el poder estatal, los gobernantes fuertes, el terror, la industrialización, las pequeñas y grandes ciudades, la secularización y la organización a escala colosal. Habían existido tendencias en este sentido en algunos círculos intelectuales antes de 1917, pero no exactamente de la misma forma. La versión del nacionalismo ruso que propugnó surgió en gran medida de su propia cabeza[22].

Desde luego, existía otra ideología que glorificaba la dictadura, el militarismo, el urbanismo, lo colosal y la desconfianza hacia Occidente y se burlaba del campesino, la aldea y la cristiandad. Esa ideología era el marxismo-leninismo. Stalin descompuso las distintas versiones de la identidad nacional rusa hasta lograr una sola, muy peculiar, que además se solapaba al máximo con las ideas marxista-leninistas tal como se habían desarrollado desde 1917. Se animó a los rusos a que disfrutaran de un sentido de nacionalidad, pero al mismo tiempo se los disuadió severamente de que indagaran en él. Las autoridades tenían la sensación de que sabían qué nacionalidad rusa era buena para el pueblo ruso y castigaban todo intento de presentar otras alternativas.

Más aún, se esperaba que los rusos fueran tan soviéticos como rusos. De la misma manera que los zares de la dinastía Románov habían alentado la adhesión popular al Imperio ruso más que a cualquier idea nacional, Stalin indujo una mezcla de orgullo multinacional de la URSS más que un nacionalismo definido[23]. En un discurso improvisado en la cena que tuvo lugar el 7 de noviembre en el apartamento de Voroshílov declaró, entre otras cosas[24]:

La vieja Rusia se ha convertido en la URSS donde todos los pueblos son iguales. El país es fuerte por su poder, su ejército, su industria y su agricultura colectiva. Entre los estados y países que son iguales dentro de la URSS esta la nación rusa, que es la más soviética y la más revolucionaria.

No explicó por qué los rusos eran más leales que otras naciones a la Revolución de octubre y a la Unión Soviética. Pero había dos factores de peso. Uno era que la Unión Soviética fue fundada en territorio ruso. La otra era que al pueblo ruso se le habían concedido ventajas negadas a otros. De cualquier modo, Stalin no quería que se transformaran en nacionalistas. Todavía temía a los rusos. En consecuencia, mientras otros pueblos tenían sus propios partidos comunistas, a la RSFSR se lo denegó. Los sentimientos nacionales de los rusos tenían que canalizarse hacia una fusión de las identidades soviética y rusa. De este modo podría contar con su apoyo sin dejar libre al incontrolable demonio del nacionalismo.

También está claro que la rusificación tenía sus límites en las otras repúblicas soviéticas. La URSS siguió siendo un estado multinacional y Stalin continuó ocupándose de inducir a los no rusos a que se asimilaran al orden soviético. Para esto necesitaba que las escuelas y la prensa utilizaran las lenguas locales y que los grupos nacionales locales tuvieran acceso a promocionarse. Había que fomentar el orgullo nacional. Así, a lo largo y ancho de la Unión Soviética se honró al poeta ucraniano Tarás Shevchenko, que murió en 1861. El homenaje de las figuras literarias en Georgia y en otras repúblicas soviéticas del sur del Cáucaso siguió una tendencia similar. El proceso de conseguir que los pueblos de Asia Central se adaptaran afectivamente a las unidades territoriales demarcadas por las fronteras de Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán también continuó, y los bielorrusos, cuya conciencia nacional no estaba muy desarrollada antes de 1917, siguieron teniendo sus propias escuelas y su prensa.

Este inmenso conglomerado de pueblos, reunidos en el marco de un estado revolucionario, requería nuevas formas de gobierno. Se describe erróneamente a Stalin como un mero zar vestido de rojo. En varios sentidos no pudo haber sido más diferente de Nicolás II. Es verdad que tanto Stalin como el emperador Nicolás, aparte de unas pocas excursiones al ballet, rara vez aparecían en público excepto en ocasiones ceremoniales. Pero Nicolás y su esposa acudían con frecuencia a los lugares de peregrinación cristiana preferidos por los campesinos. En el verano de 1903 disfrutaron con pasión del traslado de las reliquias de San Serafim de Sarov al interior de Rusia[25]. Stalin no iba con regularidad a ninguna parte salvo a su dacha o de vacaciones. No se dignaba recibir a grupos de campesinos peticionarios como habían hecho los zares. Lenin había entendido que esas actividades lo ayudaban a mantenerse en contacto con lo que sucedía en el país en general y a aumentar su popularidad. Stalin desechó esta práctica mucho antes de que empezara a temer por su seguridad personal: debió de haber sabido que los campesinos —y probablemente también la mayoría de los obreros— le habrían soltado una retahíla de quejas acerca de las espantosas condiciones del país.

Hubo una excepción a esta reclusión. Su cuñada María Svanidze apuntó en su diario el relato de un incidente el día del cumpleaños de la hija de Stalin en noviembre de 1935. Svetlana deseaba dar un paseo por el nuevo metro de Moscú y se dispuso que María acompañaría a Svetlana y a su hermano Vasili. En el último momento Stalin dijo que los acompañaría junto con Mólotov. Kaganóvich estaba desconcertado. Aunque había encargado de antemano diez billetes, temía por las implicaciones en materia de seguridad de la noticia de que Stalin iba a ir. Cuando llegaron a la Plaza de Crimea las paredes de la estación de metro, recién inaugurada, todavía no estaban secas, pero ya la usaban pasajeros normales. Los transeúntes distinguieron a Stalin mientras se disponía que él y sus acompañantes viajaran en un vagón separado con su propio motor y, cuando salieron en Ojotny Riad, la estación más cercana al Kremlin, los otros pasajeros aplaudieron. Retomando sus lugares en el vagón, siguieron por la Línea Circular hasta que Stalin decidió que era hora de volver a casa[26].

Nicolás II podría haber hecho una excursión similar de haber estado todavía en el trono. Pero, por lo general, la conducta de Stalin contrastaba con sus prácticas. Daba discursos y escribía artículos acerca de política soviética y mundial, mientras que los Románov dejaban que sus obispos dieran los sermones: los zares no se caracterizaban por escribir compendios de sus intenciones. Nicolás II era creyente y, como gobernante, no sentía la necesidad de explicar su fe fuera de su familia. Stalin era diferente. Durante las décadas de los veinte y los treinta pasó mucho tiempo escribiendo. Era una tarea dura y fatigosa. Prescindía de los servicios de los taquígrafos: pensaba que no se estaban quietos. Escribía laboriosamente a mano y apenas se distraía. Ningún emperador desde Catalina la Grande había sentido tal entusiasmo por escribir —y la emperatriz Catalina había escrito principalmente a corresponsales privados como Voltaire y Diderot—: Stalin elaboraba sus escritos para el mundo entero. Los Románov siempre fueron muy considerados con sus ministros. Stalin disfrutaba humillando a sus subordinados; golpeó y mató a muchos de ellos. Rara vez era amable y nunca dejaba de amenazar (con frecuencia, cuando le daba por ser agradable, hacía que los demás se preguntaran qué maldad estaría preparando). Daba pavor a los que le rodeaban. Desde Iván el Terrible y Pedro el Grande no había habido un gobernante ruso que se hubiera propuesto producir semejante efecto.

Otra diferencia entre el estilo de gobierno de Stalin y el de los zares era de naturaleza social. Stalin insistía repetidas veces en reuniones privadas que su éxito político se debía al apoyo de «las masas»[27]:

No niego que los líderes sean importantes; organizan y dirigen a las masas. Pero sin las masas no son nada. Personas como Aníbal o Napoleón perecieron en cuanto perdieron el apoyo de las masas. Las masas deciden el éxito de todas las causas y del destino histórico.

Los zares no se expresaban de este modo. En realidad, en junio de 1937 Stalin dio un paso más. Acostumbrado a brindar a la salud de los comisarios del pueblo, quiso que se les tributara el debido reconocimiento a los «miles» de dirigentes medios y pequeños. «Son gente modesta. No sobresalen y apenas se hacen notar. Pero sería ceguera no percibirlos»[28].

Expresó con más agudeza esta actitud el 7 de noviembre de 1937 durante la cena del aniversario de la Revolución de octubre, cuando pronunció un discurso que la prensa no registró. Declaró que los praktiki eran los intermediarios que mantenían el contacto entre el Kremlin y las masas. Sus rivales entre los líderes soviéticos de la década de los veinte habían sido más populares; pero no se dieron cuenta de la necesidad de estimular las carreras de los funcionarios de menor rango. Cuando Dimítrov y otros trataron de elogiarlo personalmente, continuó con su alabanza a los praktiki[29]. Pensaba que la derrota de la oposición interna del partido, seguida de las purgas de los últimos meses, había acabado con los líderes que provenían de las capas más altas de la sociedad prerrevolucionaria. Se lo había dicho en junio de 1937 a los comandantes militares después del arresto y la ejecución de Tujachevski[30]. Stalin estaba ansioso por demostrar que tanto él como sus colaboradores supervivientes eran capaces de entender las necesidades de la clase obrera y del campesinado mucho mejor que los privilegiados emigrados de antes. Ellos también provenían de las capas más bajas, o al menos muchos de ellos. Ningún emperador Románov alardeó de carecer de una excelente genealogía.

Sin embargo, hubo un momento durante el episodio del metro de Moscú en que las mentalidades se retrotrajeron a la época imperial. En la estación de Ojotny Riad el grupo de Stalin salió del tren para probar el ascensor. Mientras tanto, los pasajeros del andén se metieron en su vagón y permanecían allí cuando Stalin volvió y el tren se puso en movimiento[31]:

Todo fue muy conmovedor. [Iósif] sonreía gentilmente todo el tiempo, con mirada amable [dobrye], amable y atenta. Creo que lo que lo conmovió, pese a su gran sobriedad, fue el amor y la atención que el pueblo demostraba a su líder [vozhd]. No había nada artificial ni formal en ello. Creo que dijo de los aplausos que recibió: la gente necesita un zar, esto es, una persona ante la cual puedan inclinarse y en cuyo nombre puedan vivir y trabajar.

Esta observación no parece referirse exclusivamente a los rusos[32]; probablemente Stalin tenía en mente a todas las masas del antiguo Imperio ruso cuando lo dijo. De cualquier modo, había revelado algo importante acerca de su modo de entender el gobierno de la URSS. A los ojos de Stalin, la Revolución de octubre todavía no había transformado la mentalidad de la mayoría de los ciudadanos soviéticos. Necesitaban que alguien los gobernara, al menos en cierta medida, de manera tradicional. Y esto quería decir que necesitaban un «zar».

Stalin era un avido lector de libros sobre Ivan el Terrible y Pedro el Grande. Admiraba sus poderosos métodos y aprobaba la brutalidad en aras de los intereses del Estado. Era evidente que algunos zares eran mejores modelos que otros. Incluso Ivan el Terrible no llegaba a ser su preferido. Para Stalin, Ivan era demasiado asistemático en la represión de sus enemigos. Sin embargo, en términos generales adoptó ciertas técnicas de gobierno de los zares. La mayoría de los gobernantes Románov conservaban un aura de misterio. Una exhibición excesiva ante el pueblo habría desacreditado la dignidad y autoridad del trono imperial. Stalin se sumó a esta tradición. Tal vez lo hizo porque sabía que no parecía enteramente ruso. De hecho, algunos emperadores Románov tuvieron el mismo problema: Catalina la Grande era una princesa alemana de las casas de Anhalt y Holstein. En el caso de Stalin, la dificultad era mayor por el hecho de que él, un georgiano que gobernaba Rusia, estaba rodeado de muchos que tampoco eran rusos. Ademas, Stalin había modificado su estilo político. Su despacho ya no estaba abierto para que cualquier militante del partido pudiera acudir a consultarlo. No se hacía fotografiar con las delegaciones provinciales en los congresos del partido; no sometía a discusión sus ideas en eventos públicos.

Sólo persistieron unos pocos rastros de su «don de gentes». A pesar de su enorme volumen de trabajo, Stalin todavía encontraba tiempo para escribir notas personales a gente que le escribía acerca de todo tipo de pequeñas cuestiones. Cuando la campesina Fekla Kórshunova, de setenta años, le envió una carta pidiendo permiso para presentarse ante él con una de sus cuatro vacas, le contestó[33]:

Gracias, madrecita [matushka] por su amable carta. No me hace falta una vaca porque no tengo una granja —soy un funcionario del estado [sluzhashchii] a tiempo completo, sirvo al pueblo lo mejor que puedo, y es raro que los funcionarios tengan una granja—. Mi consejo, madrecita, es que se quede con su vaca y que la conserve en recuerdo mío.

Esta breve respuesta tiene el peso de una pluma en el conjunto de sus virtudes, y su misantropía asesina la sobrepasa con creces. Pero muestra que incluso en los años del terror era capaz de ser amable con personas desconocidas.

Pese a racionar el número de sus apariciones públicas, Stalin no podía dejar de pronunciar discursos y de hacerlos registrar para los noticiarios soviéticos. Las costumbres del partido podían alterarse, pero no abandonarse del todo. A fin de confirmar su legitimidad como sucesor de Lenin tenía que ponerse en pie en los congresos del partido y pronunciar el discurso de apertura, y también estaba obligado a escribir artículos y folletos explicando las últimas versiones de la doctrina marxista-leninista. Nunca llegó a ser un orador destacado. Le faltaba el sentido del ritmo; a menudo parecía apresurarse mucho o ir muy despacio, como si no entendiera lo que estaba diciendo[34]. Cuando insistía en algo, lo hacía con torpe severidad. Aun así, su rudeza como orador también jugaba a su favor. Stalin escribía sus propias palabras; siempre meditaba cuidadosamente su mensaje. Pronunciaba los discursos de manera brusca y directa. Parecía más un general arengando a sus tropas que un político, o en algunas ocasiones se asemejaba a un sacerdote que leyera un texto litúrgico cuyos detalles hubieran dejado de atraer toda su atención. Los esfuerzos por animar estas situaciones eran escasos. Si en alguna ocasión había algo de humor, era fuertemente sarcástico, y destacaba la escasez de anécdotas sacadas de su experiencia.

Pero tampoco adoptó una modalidad paternalista. Ningún Románov, ni siquiera los más salvajes como Pedro el Grande, carecía tanto de encantos sociales de cara al público. Stalin conservó hasta el fin de sus días el aspecto rudo del típico veterano bolchevique. Ningún bolchevique fue tan parecido a un zar como él, pero seguía siendo un bolchevique.

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