Stalin

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LA CENA DEL DEMONIO

En las primeras horas del 24 de agosto de 1939 tuvo lugar un acontecimiento que estremeció al mundo: la URSS y Alemania sellaron un pacto de no agresión por diez años. La ceremonia tuvo lugar en la oficina de Mólotov en el Kremlin con la presencia de Stalin[1], donde los dos ministros de relaciones exteriores —Mólotov y Ribbentrop— firmaron el acuerdo. Terminaban seis años de incriminaciones mutuas entre la Unión Soviética y el Tercer Reich. Pravda dejó de vilipendiar a Hitler y al nazismo en sus editoriales y Hitler interrumpió sus críticas al «judeo-bolchevismo». Los filmes contra los alemanes desaparecieron de los cines soviéticos; los panfletos y libros antisoviéticos se quitaron de los estantes de las librerías alemanas. Las dos dictaduras que habían apoyado a bandos opuestos durante la Guerra Civil Española se daban un abrazo.

Stalin, con su túnica arrugada por el uso, miraba por encima del hombro izquierdo de Mólotov mientras éste firmaba el documento. Al igual que Lenin con el Tratado de Brest-Litovsk, se mantuvo detrás por si las cosas salían mal. Stalin estaba encantado del modo en que marchaban las cosas desde la llegada de Ribbentrop al Aeródromo Central el día anterior. Ribbentrop había llegado al Kremlin a media tarde, donde se encontró con Stalin y Mólotov. Para Ribbentrop, era una señal de que la dirección soviética tenía verdaderamente un genuino interés en un trato con el Tercer Reich. Las notas diplomáticas habían circulado entre Berlín y Moscú durante tres semanas. Ribbentrop había llegado para proponer un acuerdo germano-soviético que abarcara desde el mar Báltico hasta el mar Negro. El objetivo inmediato de Hitler era la invasión a Polonia, pero la empresa sería peligrosa sin la complicidad de la URSS. El Führer autorizó a Ribbentrop a que acordara un tratado de no agresión entre la Unión Soviética y la Alemania nazi. El tratado propuesto preveía la división de las regiones septentrionales de Europa oriental en dos zonas de influencia soviética y alemana; también establecía un proyecto para incrementar el comercio en beneficio mutuo. Ribbentrop había volado a Moscú para afirmar que Hitler, pese a ser el autor de Mein Kampf, iba en serio.

La voluntad de Stalin de llegar a este acuerdo con la Alemania nazi se había visto reforzada por la poca disposición de los otros posibles socios poderosos para llegar a algún acuerdo diplomático. Hacia mediados de agosto la perspectiva de una alianza con Gran Bretaña y Francia se había esfumado y cada día que pasaba la oferta alemana se hacía más tentadora. Mólotov, siguiendo las instrucciones de Stalin, envió una nota confidencial donde manifestaba la resolución de iniciar conversaciones diplomáticas. La impaciencia de los alemanes iba en aumento. Hitler tenía que invadir y conquistar Polonia antes del invierno. El 19 de agosto Stalin declaró que Moscú estaba lista para recibir a Ribbentrop. Era tal la prisa por llegar a un acuerdo que Hitler no tuvo tiempo de asistir —o tal vez no habría ido a Moscú de ningún modo.

Con todo, Stalin estaba complacido. Tres horas de tranquila negociación en la tarde del 23 de agosto dejaban sólo un asunto por resolver: el destino de Letonia. Hitler había ordenado a Ribbentrop que conservara Letonia, con su influyente minoría alemana, en la zona de influencia alemana. Pero Stalin y Mólotov se mostraron intransigentes. Las viejas fronteras imperiales eran de cierto interés para Stalin. También estaba el factor de la seguridad estratégica. Si a Hitler se le ocurría invadir Letonia, tendría una cuña metida en los territorios fronterizos rusos. Las conversaciones se interrumpieron a las seis y media de la tarde para que Ribbentrop pudiera consultar a su Führer. Hitler asintió de inmediato, y Ribbentrop volvió al Kremlin para comunicar la noticia a Stalin. Stalin, que por lo general cuando quería se mostraba tan impasible como una piedra, no pudo evitar un estremecimiento. Pero pudo dominarse y, cuando los dos grupos finalizaron el texto del tratado, Stalin sacó las botellas y propuso un brindis «a la salud de Führer». Ribbentrop brindó con él en nombre del Führer[2]. Más tarde, esa misma noche, tuvo lugar la ceremonia oficial donde Stalin sonreía satisfecho al lado de Mólotov. Cuando se informó al abstemio Hitler, retirado en su nido de águilas sobre Berchtesgaden, se permitió beber una copita de champán[3].

Hitler tenía la necesidad de asegurarse de que la URSS no se opondría a su conquista de Polonia Era un compromiso temporal: no había desechado para siempre una posible invasión a la URSS. ¿Pero qué pasaba con Stalin? A la luz de lo que sucedió en 1941, cuando Hitler ordenó la Operación Barbarroja, ¿fue prudente al hacer lo que hizo en 1939?

Esto plantea la cuestión de si Stalin tenía alguna otra alternativa realista. Es evidente que la reconciliación con Alemania fue una decisión que tomó personalmente después de consultar con Mólotov. El personal del Comisariado del Pueblo de Asuntos Exteriores no fue advertido de antemano ni se le pidió que preparara informes por escrito[4]. No había habido ninguna insinuación en la prensa diaria más importante. Con excepción de Mólotov, el grupo de política exterior del Politburó, que incluía a Malenkov, Beria y Mikoián, no sabía nada del asunto[5]. La mejor prueba de que Stalin estaba dispuesto a asumir grandes riesgos es el pacto que firmó con los nazis. Más aún, cuando tomó la decisión no se dignó a explicar nada a los demás. En verdad, la política exterior soviética sólo tenía en ese momento dos opciones básicas: un acuerdo con Hitler o un acuerdo con Francia y el Reino Unido. La paz con Hitler le daría a Stalin un período de respiro para continuar fortaleciendo al ejército soviético. En contraste, no quedaba claro si los franceses y los británicos realmente estaban interesados en hacer un trato. El hecho de que los británicos hubieran enviado simplemente a un oficial de rango intermedio del Foreign Office para dirigir las conversaciones en Moscú en 1939 resultaba profundamente desalentador para el Kremlin.

Stalin, que temía un peligroso aislamiento, creyó que un trato con Alemania era la única opción que había sobre la mesa. Tuvo que superar sus prejuicios ideológicos: los nazis eran los mayores enemigos del comunismo mundial. Pero Stalin no dejó que la cuestión doctrinaria le impidiera actuar. Al fin y al cabo el marxismo-leninismo no diferenciaba demasiado los distintos tipos de estados capitalistas. Para Stalin, todos esos estados —fueran liberal-democráticos o fascistas— eran igualmente deplorables. Cuando se inclinó por la política de los frentes populares en 1934, simplemente se basaba en el cálculo práctico de que el Tercer Reich suponía una amenaza inminente para la URSS en Europa. Esto no había excluido la posibilidad de un tratado con Hitler en último término, del mismo modo que Lenin, a mediados de la década de los veinte, había contemplado la posibilidad de una acción armada conjunta con los protonazis alemanes[6]. Más aún, también Lenin había querido que el estado soviético se mantuviera al margen de una guerra mundial entre los estados capitalistas. La política de la URSS hacia las grandes potencias se basaba en dejar que éstas se enfrentaran entre sí en una futura guerra mundial, mientras el Ejército Rojo sacaba provecho del resultado cualquiera que fuese. Si esto implicaba firmar un tratado de no agresión para apartar a Hitler de la URSS y hacer que Alemania destinara a sus fuerzas armadas a luchar contra Francia y el Reino Unido, Stalin estaba dispuesto a dar ese paso.

No creía que un mero tratado pudiera asegurar la paz a la Unión Soviética. También sabía que Hitler era un formidable enemigo en potencia. Mólotov recordaría[7]:

Sería erróneo decir que lo subestimaba. Sabía que Hitler se las había ingeniado para organizar al pueblo alemán en poco tiempo. Había habido un Partido Comunista importante y, sin embargo, había desaparecido —¡fue barrido!—. Hitler tenía el apoyo del pueblo y los alemanes pelearon de tal modo en la guerra que esto resultaba palpable. Así que Stalin, con su desapasionado acercamiento a la consideración de la estrategia global, se tomó todo esto muy en serio.

Esto es verosímil. En público los marxistas tenían que subrayar que el nazismo recibía su apoyo principalmente de la clase media. Sin embargo, Stalin sabía que se encontraba frente a un Führer cuyo pueblo le apoyaba. Tampoco tenía razones para creer que Hitler iba a derrotar de inmediato a los franceses después de someter Polonia. Al igual que muchos observadores, los dirigentes soviéticos pensaron que el Tercer Reich se metería en problemas en Occidente y que esto permitiría que la URSS continuara preparándose para la guerra en lugar de tener que enfrentarse sola a la Wehrmacht.

El tratado de no agresión se dividía en dos partes: una pública y otra secreta. La primera estipulaba que la URSS y el Reich alemán acordaban no declararse la guerra ni en forma individual ni en coalición con otras potencias. Las disputas que surgieran deberían ser resueltas mediante negociaciones o, si éstas no resultaban efectivas, mediante una comisión de arbitraje. El tratado conllevaba que, si cualquiera de las partes entraba en guerra con alguna otra potencia, la otra parte no brindaría apoyo a tal potencia. Tendría una validez de diez años con la opción de prolongarse cinco años más. La URSS y Alemania incrementarían el comercio entre ambos países en beneficio mutuo. Sin embargo, la parte secreta del tratado era todavía más significativa. Sus cláusulas delimitaban «esferas de interés» de los regímenes soviético y alemán en Europa oriental. Se admitía la libertad de acción de Alemania desde su actual frontera oriental hasta Lituania. La influencia sobre Polonia iba a dividirse entre la URSS y el Tercer Reich. Sin decirlo expresamente, Hitler y Stalin se proponían ocupar sus «esferas» y reducirlas a la subordinación política directa.

De inmediato Hitler hizo realidad su objetivo geopolítico. El 1 de septiembre de 1939 se inició una Blitzkrieg contra Polonia. En pocos días la resistencia militar polaca había sido abatida. Varsovia cayó el 27 de septiembre. Los gobiernos francés y británico, en cierto modo para sorpresa de Hitler, enviaron un ultimátum a Berlín el primer día de la guerra. Hitler hizo caso omiso. Los alemanes se quedaron perplejos cuando en principio Stalin se negó a autorizar el avance del Ejército Rojo hacia el territorio que quedaba bajo dominio soviético según el acuerdo. La razón era que la URSS y Japón seguían en guerra en el Extremo Oriente y el riesgo militar de movilizar fuerzas armadas hacia Polonia oriental era demasiado grande hasta que los dos países firmaron la paz el 15 de septiembre. El Ejército Rojo avanzó sobre territorio polaco dos días después. Un segundo acuerdo —el Tratado de Fronteras, Amistad y Cooperación— se firmó el 28 de septiembre. Stalin no sólo reclamó Estonia y Letonia como parte de la esfera soviética, sino también Lituania. Tenía el objetivo de recobrar los territorios que habían pertenecido al Imperio ruso y asegurar que la URSS poseyera un área compacta de defensa. Hitler, que ya estaba pensando en atacar Francia, accedió enseguida.

Los procedimientos establecidos por Stalin para tratar a los «enemigos del pueblo» dieron resultado. Se reprimió a los dirigentes políticos, económicos y culturales; también se arrestó a oficiales del ejército. Algunos fueron fusilados y otros enviados a campos de trabajo en Siberia y Kazajstán. La NKVD, tras haber aprendido las lecciones del Gran Terror, había preparado escrupulosamente la lista de personas que debían ser capturadas. Stalin quería estar seguro de que la intervención policial golpeara exactamente a aquellos grupos que había identificado como hostiles a los intereses soviéticos. Él y Beria no se limitaron a perseguir a personas en particular. Se arrestaron y deportaron familias enteras. Polonia fue el primer país que sufrió las consecuencias[8]. Estonia, Letonia y Lituania venían a continuación en la agenda de Stalin, y Mólotov ordenó a los respectivos gobiernos de esos países que firmaran pactos de ayuda mutua. Se envió una orden similar a Finlandia. El objetivo perseguido era el afianzamiento de la hegemonía soviética en toda la región. El problema era que Finlandia, que en el plano diplomático se hallaba cercana a Alemania, no estaba dispuesta a someterse. Las negociaciones cesaron. Stalin estableció un gobierno provisional formado por comunistas finlandeses y situado en Moscú y el 30 de noviembre el Ejército Rojo atacó confiado en que muy pronto llegaría a Helsinki.

Sin embargo, los finlandeses no se rindieron. El Ejército Rojo, debilitado por los efectos del Gran Terror, combatió duramente pero sin habilidad. La Guerra de Invierno se convirtió en un sangriento empate en las nieves septentrionales. El gobierno finlandés era consciente de que derrotar por completo al Ejército Rojo estaba fuera de su alcance. Se reanudaron las conversaciones y se firmó un tratado de paz en marzo de 1940. Los finlandeses, con sentido de la realidad, cedieron una gran porción de territorio y varias bases militares. La frontera soviética con Finlandia avanzó cientos de millas al norte de Leningrado. Stalin había conseguido lo que se había propuesto, pero a un precio terrible. Perecieron 127.000 soldados del Ejército Rojo[9]. Pero para Stalin lo más importante (ya que no le importaba en absoluto el número de muertos) era que la fuerza militar de la URSS se había mostrado más débil de lo que el mundo pensaba. Si las fuerzas armadas soviéticas no eran capaces de destruir a Finlandia, ¿qué podrían hacer contra el Tercer Reich si llegaba a estallar una guerra con Hitler?

La conmoción en el Kremlin era generalizada. Con una fuerza tan grande, se esperaba que el Ejército Rojo repeliera a los fineses sin dificultad y permitiera así el establecimiento de una República Soviética Finlandesa que solicitaría su incorporación a la URSS. Stalin estaba fuera de sí. Increpó a Voroshílov. La bebida y la vieja amistad soltaron la lengua de Voroshílov. Pese al Gran Terror, conservaba el sentido del honor y no estaba dispuesto a aceptar las críticas del Líder, que había supervisado todas las grandes decisiones acerca de seguridad y defensa durante los últimos años. Voroshílov ya no soportaba más: tomó un plato de cochinillo y lo estrelló contra la mesa[10]. Este tipo de reacción violenta habría condenado a más de uno al Gulag (en realidad, lo normal era que fueran a parar al Gulag mucho antes de que se atrevieran a gritar al Líder). Sin embargo, la guerra era una razón demasiado poderosa para que Stalin concentrara su interés en los fines estratégicos y se diera cuenta de la necesidad de reorganizar el Ejército Rojo. Stalin despidió al poco apto Voroshílov y nombró a Semión Timoshenko, un general profesional, para que se hiciera cargo de la dirección del Comisariado del Pueblo de Defensa.

La urgencia de la tarea quedó demostrada en el verano de 1940, cuando la Wehrmacht en rápido avance a través de los Países Bajos llegó a Francia y forzó la capitulación de París y la evacuación urgente de las fuerzas británicas de las playas de Dunquerque. La caída del Reino Unido parecía inminente. Timoshenko, con el consentimiento de Stalin, hizo que los cuerpos de oficiales soviéticos recuperaran el orgullo militar. La educación política se redujo a una parte del entrenamiento militar necesario. Se concibieron planes para la construcción de líneas defensivas a lo largo de los límites que separaban las esferas de interés alemana y soviética. Para llevar a cabo este objetivo parecía necesario que Estonia, Letonia y Lituania quedaran bajo control de la URSS. El desastre de Finlandia no podía repetirse. Se llevó a cabo una pequeña farsa. Se pergeñaron «incidentes» de provocación a fin de que el Kremlin tuviera un pretexto para intervenir. Había que intimidar a los políticos del Báltico. Se convocó a Moscú a los ministros de Estonia, Letonia y Lituania. Stalin y Mólotov tenían décadas de experiencia en estos asuntos. Los visitantes no tuvieron otra opción que aceptar la anexión. Mólotov le dijo con voz áspera al ministro de Exteriores letón: «Usted no va a regresar a su casa hasta que no firme el acuerdo de inclusión en la URSS»[11]. Los tres gobiernos carecían de todo apoyo militar. La resistencia habría llevado a una catástrofe nacional.

Por supuesto, el acatamiento también significaría el desastre, ya que Estonia, Letonia y Lituania sin duda iban a ser sometidas al mismo tratamiento que Polonia oriental. De hecho, los métodos de matón no derivaron inmediatamente en peticiones formales de incorporación a la URSS. Por lo tanto, el Ejército Rojo se movilizó para asegurar los objetivos de Stalin y las unidades de la NKVD le siguieron de cerca —algunas de ellas habían estado operando en Polonia—. Se mantuvo una fachada de constitucionalismo. El miembro del Politburó Andréi Zhdánov, estrechamente ligado a su amo Stalin, fue enviado a la región del Báltico para llevar a cabo sus órdenes de puertas para adentro. Se produjeron arrestos no difundidos debido a la censura de noticias. Las ejecuciones y las deportaciones se sucedieron mientras los medios de comunicación, dominados por los soviéticos, anunciaban nuevas elecciones. Solo se permitió presentarse a los candidatos comunistas o que cuando menos los apoyaban. Los parlamentos se reunieron en Tallin, Riga y Vilnius en julio y declararon su total acuerdo con los deseos de Moscú. Todos solicitaron la incorporación a la URSS, como había exigido Stalin. En consideración a las formalidades, Stalin evitó admitir a los tres países el mismo día. Lituania entró en la URSS el 3 de agosto; Letonia, dos días después y Estonia, al día siguiente.

Stalin jugaba al juego geopolítico por si servía de algo. Las perspectivas comunistas en Europa se habían desvanecido. Para Stalin, inveterado oportunista, esto no era problema. Al tiempo que no dejaba de considerar que el comunismo era superior al capitalismo, esperaba que se presentara una nueva oportunidad para promover su tipo de gobierno dictatorial en el extranjero. Lituania, Letonia y Estonia no eran los únicos lugares que tenía en miras como zonas de especial interés para la URSS. Él y sus representantes siempre insistieron en llevar a cabo la misma política en Rumania y Bulgaria. También defendió la idea de que Turquía cayera en la zona de hegemonía soviética. Y Stalin, al mismo tiempo que enviaba abundantes cuotas de grano y combustible a Alemania, en guerra con Francia y el Reino Unido, exigía a cambio tecnología alemana. Berlín tuvo que autorizar la venta de aviones de combate Messerschmitt, un tanque Panzer-III y el crucero Lutzow; también mostró a los especialistas rusos los planos para la construcción del buque de guerra Bismarck[12]. Stalin tiene fama de haber sido estafado por Hitler. Pero para Berlín en los años 1939 y 1940 no era así. Stalin sabía cómo conseguir lo que quería e insistía en conseguirlo por completo. Cuando no cejó en sus exigencias a riesgo de que aumentara la tensión entre Moscú y Berlín, Hitler lo describió como un «chantajista de sangre fría»[13].

Lo que cambió la actitud de Stalin no fue nada de lo que sucedió en Europa del Este ni en el Extremo Oriente. La caída de Francia en el verano de 1940 lo transformó todo. La planificación militar soviética se había basado en la suposición de que Hitler encontraría una resistencia más efectiva por parte de las fuerzas armadas francesas de la que había encontrado en Polonia. La geopolítica europea estaba patas arriba. Muy pocos observadores concedían al Reino Unido muchas posibilidades de sobrevivir en los meses siguientes. Para Stalin las implicaciones de la situación eran terribles. La Wehrmacht parecía estar a punto de culminar sus tareas en Occidente. Ya no tendría que luchar una guerra en dos frentes si dirigía su poderío contra la URSS. Las relaciones entre Hitler y Stalin reflejaron inmediatamente las consecuencias de la caída de Francia. La intransigencia mostrada a partir de agosto de 1939 comenzó a aplacarse. Había que impedir la guerra con Alemania a cualquier precio[14].

Esta política conciliadora se llevó a la practica sin ninguna declaración expresa de un cambio de posición. Pero las afirmaciones de Stalin en privado, recientemente disponibles, revelan sus preocupaciones. El 7 de noviembre de 1940, en la cena del aniversario de la Revolución de octubre en el Kremlin, se mostró conmocionado por los sucesos militares. No se limitó al desastre francés. La guerra soviético-japonesa había demostrado la debilidad de la fuerza aérea del país, aunque no la de sus tanques. La Guerra de Invierno con Finlandia había sido mucho peor para la URSS, ya que había revelado enormes defectos de organización y planificación. Y después Alemania había asolado Francia en la campaña de verano y había hecho retroceder a los ingleses al otro lado del Canal. Stalin fue tajante: «No estamos preparados para una guerra como la que se está desarrollando entre Alemania e Inglaterra»[15]. Mólotov recordaría que por esa época Stalin llegaba a la siguiente conclusión: «Podremos enfrentarnos a los alemanes en pie de igualdad sólo en 1943»[16]. Las ramificaciones diplomáticas eran innumerables. Era necesario convencer a Hitler de que las intenciones militares soviéticas eran absolutamente pacíficas. Había que enviar la materia prima requerida aunque a cambio no llegara de inmediato la tecnología alemana: el retraso en la entrega, antes motivo de reproche, ahora podía perdonarse.

Mientras el mundo diplomático se ensombrecía en la primera mitad de 1941, Stalin reconsideró varios de sus juicios políticos. Ya había incorporado los ingredientes nacionales rusos al marxismo-leninismo. Al pensar en los países europeos bajo la bota de acero de los nazis, gradualmente llegó a la conclusión de que la utilidad de la Comintern había terminado. Si lo que se quería era extender la simpatía popular por el comunismo, tenía que ser visto como un movimiento que mostrara respeto por los sentimientos nacionales. Tal vez a Stalin también le urgía el deseo de convencer a Hitler de que el expansionismo soviético había dejado de ser una aspiración. Se lo mencionó a Dimítrov en abril de 1941; aseveró que los partidos comunistas[17],

tienen que tener autonomía absoluta y no ser parte de la Comintern. Tienen que convertirse en partidos comunistas nacionales con distintas denominaciones: partido de los trabajadores, partido marxista, etc. No importa el nombre. Lo que sí importa es que arraiguen en sus pueblos y que se concentren en sus tareas específicas (…) La Internacional fue creada en tiempos de Marx ante la expectativa de una revolución internacional en ciernes. La Comintern fue creada en tiempos de Lenin en un momento similar. Hoy, las tareas nacionales se han convertido en la prioridad suprema de cada país. No hay que aferrarse al ayer.

Con estas palabras prácticamente se le daba a entender a Dimítrov que su trabajo estaba obsoleto.

Esto no significaba que Stalin hubiera perdido la fe en el triunfo final del comunismo a nivel mundial, pero Dimítrov recibía de modo indirecto la opinión de que la situación militar de Europa se había vuelto tan compleja y peligrosa que ya no era ventajoso para la URSS seguir manteniendo un movimiento comunista coordinado bajo la dirección de la Comintern. Stalin no había abandonado la esperanza de controlar la actividad de otros partidos comunistas. En cambio, había llegado a la conclusión provisional de que su política de apaciguar a Alemania se vería favorecida si ponía distancia entre su gobierno y la Comintern. Sólo el comienzo de la guerra con Alemania retrasó la disolución de la Comintern por parte de Stalin.

Pero mientras buscaba tranquilizar a Hitler, quería mantener alta la moral de su propio Ejército Rojo. El 5 de mayo de 1941 presidió la ceremonia de graduación de las academias militares de Moscú. Sus palabras, no reproducidas por la prensa de entonces, fueron combativas. En lugar de los discursos tranquilizadores que solía pronunciar ante los medios sobre Alemania, declaró[18]:

La guerra con Alemania es inevitable. Si el camarada Mólotov logra posponer la guerra durante dos o tres meses a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, tanto mejor para nosotros. Pero vosotros debéis seguir adelante y tomar medidas para elevar la capacidad de combate de nuestras fuerzas.

Stalin instaba a las fuerzas armadas soviéticas a prepararse para la guerra[19]. Explicó[20]:

Hasta ahora hemos llevado a cabo una política pacífica y defensiva y ademas hemos educado a nuestro ejército en este espíritu. Sin duda hemos ganado algo con nuestros empeños por mantener una política de paz. Pero ahora la situación debe cambiar. Tenemos un ejército fuerte y bien armado.

Y prosiguió:

Una buena defensa implica la necesidad de atacar. El ataque es la mejor forma de defensa (…) Ahora debemos llevar a cabo nuestra política defensiva y de paz mediante el ataque. Sí, defensa con ataque. Ahora debemos reeducar a nuestro ejército y a nuestros comandantes. Infundirles el espíritu de ataque.

¿Era esto —como pensaron algunos— una señal de la intención de atacar Alemania en un futuro cercano? Es innegable que Stalin no tenía el menor escrúpulo en apuñalar por la espalda a amigos y aliados. Hitler pensaba y actuaba de igual modo, y el Kremlin no había olvidado la propaganda nazi acerca del Lebensraum y de los Untermenschen eslavos. Esto pudo haber suscitado en Stalin la idea de que la mejor estrategia era golpear a Hitler antes de que éste pudiera atacar a la URSS. También es cierto que Zhúkov y Timoshenko diseñaban los planes de esta ofensiva.

Sin embargo, nada de todo esto prueba que Stalin planeaba verdaderamente llevar a cabo una ofensiva en el futuro inmediato. Una ceremonia de graduación militar en Europa y Asia a mediados de 1941 no era una ocasión para que un líder político moderara la mentalidad de combate de los futuros oficiales. Tenían que estar preparados para la guerra; también tenían que darse cuenta de que tenían unos dirigentes políticos dispuestos a ir a la guerra. Más aún, habría sido un descuido por parte de Stalin no encargar a Zhúkov y Timoshenko para que planearan una ofensiva. Todos los ejércitos deben llevar a cabo múltiples planificaciones y el Ejército Rojo no era una excepción. Stalin deseaba estar preparado para hacer frente a cualquier posible contingencia. Era realista al suponer que necesitarían al menos un par de años antes de que sus fuerzas pudieran atacar a los alemanes. No excluía la posibilidad de atacar Alemania en caso de que la Wehrmacht mostrara debilidad. La tradición marxista-leninista en política extranjera indicaba que la URSS debía explotar las rivalidades políticas, económicas y militares entre las potencias capitalistas. Así se habían comportado los estados de toda índole desde tiempos inmemoriales. Si Alemania parecía débil, el águila soviética se lanzaría en picado para atrapar su presa.

En consecuencia, la prioridad de Stalin en mayo y junio de 1941 era evitar que Hitler tuviera algún motivo para comenzar una guerra. El Mando Supremo todavía tenía que completar un plan de defensa global definitivo[21]. La contemporización en lo diplomático y lo económico seguía siendo primordial en la mente de Stalin. Los análisis de los expertos militares de Berlín y Moscú habían destacado la importancia de comenzar las hostilidades a comienzos del verano a fin de pulverizar las defensas de la URSS antes de la llegada del invierno, y Stalin esperaba que todas estas conjeturas fueran verdaderas. Hitler no había podido invadir la Unión Soviética en el momento apropiado debido a los problemas en Yugoslavia a partir de la primavera. Pero la decisión secreta ya se había tomado en Berlín: Hitler iba a atacar tan pronto como reuniese fuerzas suficientes en la Polonia ocupada por los alemanes. Su confianza en el triunfo descansaba en su ignorancia de la capacidad militar soviética. La cautela de Stalin hizo que los alemanes no pudieran saber con certeza la verdadera capacidad militar de la URSS. Cuando tal información comenzó a llegar a Berlín, era demasiado tarde para persuadir a Hitler de que aplazara la invasión[22].

Stalin esperaba contra toda esperanza que sus maniobras diplomáticas dieran resultado mientras el verano se acercaba. No prestaba atención a la creciente cantidad de información acerca de que Hitler no estaba en las fronteras para nada bueno. Zhúkov estaba desesperado. A mediados de junio hizo uno de sus recurrentes intentos de que se apartara de su política conciliadora. Stalin saltó con furia: «¿Qué es lo que busca? ¿Ha venido aquí para asustarnos con la idea de la guerra o es que verdaderamente quiere la guerra? ¿No tiene ya suficientes medallas y títulos?»[23]. Este era un golpe bajo que hizo que Zhúkov perdiera la compostura aun con Stalin. Pero el momento pasó y se mantuvo la política conciliadora. Así pues, el confiado Líder del Kremlin preparaba sin saberlo las condiciones para que se produjera el mayor desastre militar del siglo XX.

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