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Andy podía oír el helicóptero.
Permaneció en el puente que llevaba hasta la pista de aterrizaje, refugiándose del frío viento canadiense.
«¿Dónde está?»
Lo que más deseaba era que estuvieran reaccionando de manera desproporcionada. Esperaba que Makedde se encontrara bien. Quizá estaba con aquel hombre, ese tal Roy Blake, y dormía plácidamente, y él no era culpable más que de haber conducido cerca de Nahatlatch y de ser guardia de seguridad de la universidad.
Andy intentó imaginarla a salvo en los brazos de aquel hombre, pero los celos se lo impidieron.
El helicóptero descendió sobre el agua, haciendo que esta formara pequeñas ondas. El ruido era ensordecedor. Andy se había despeinado a causa de las turbulencias, pero se quedó inmóvil con las manos en los bolsillos y la mandíbula tensa, preguntándose cómo su vida había llegado hasta ese punto: esperando a que un helicóptero aterrizara en medio de la noche para que saliera el padre de la mujer a la que amaba; una mujer que no le correspondía…; una mujer que perfectamente podía volver a estar en peligro.
