Split

Split


3

Página 6 de 76




3

La autopista de Pat Bay era oscura. Los árboles que estaban situados al borde de la carretera mostraban sus siluetas ante un cielo nocturno de fondo. Makedde conducía rápido desde la bahía de Swartz y veía pasar como flashes a ambos lados las líneas blancas de la autopista, mientras el tráfico que quedaba de los pasajeros del ferry alumbraba tras ella con una multitud de faros. Zhora, su Dodge Dart Swinger turquesa del sesenta y nueve, necesitaba una puesta a punto para pasar de los ochenta, pero cuando lo conseguía zumbaba igual de bien que el resto.

Makedde pensaba que los vehículos, especialmente los antiguos, se merecían tener nombre. Antes de su Dart había tenido un Volkswagen Escarabajo llamado Bette Davis. Escogió el nombre de su coche actual como referente del desafortunado modelo Nexus 6 de replicantes que aparecía en una de sus películas favoritas. «Fue entrenada para un escuadrón extraterrestre de asesinos -había dicho Bryant de Zhora-. Hablando de la bella y la bestia, ella es ambos.» Esta era Zhora, la replicante. Zhora, el coche, tenía mucho carácter, dos puertas, una capota dura, un original motor Slant Six y asientos dobles de piel; otro tipo de bella y bestia. Era una rareza que había encontrado en condiciones, aunque no perfectas, sí originales. Makedde planeaba arreglarlo algún día y vendérselo a un coleccionista de Dart, pero ese día estaba aún un poco lejos. Todavía había que hacerle muchas cosas.

El año anterior lo había aprendido todo sobre el funcionamiento interno de los coches. A diferencia de otros muchos propósitos -practicar esgrima, aprender chino, hacer malabarismos-, tenía razones para ponerlo como una de sus prioridades. Nunca más confiaría en nadie para que le solucionara sus problemas. Nunca la volverían a pillar desprevenida con el capó levantado y sin idea de qué estaba mirando.

Mak paseó a Zhora por el suburbio residencial de Victoria y giró la calle Tiffany. Al final de la manzana paró frente a una casa de dos pisos de estilo Tudor, con un diseño similar al del resto de viviendas de la zona.

La casa de su padre.

Había sido la casa familiar. El hogar de Les y Jane Vanderwall y sus dos hijas, Theresa y Makedde. Una familia. Ahora su único ocupante era un viudo retirado, que envejecía en soledad.

Las luces estaban encendidas cuando paró. De hecho, todas lo estaban. Y a pesar de que su padre había sido muy moderado con la electricidad cuando ella vivía allí, sabía que aquella noche se encontraba solo en casa. Makedde sospechaba que aquel nuevo hábito era una manera de sobrellevar la soledad del lugar: las luces, la televisión con volumen bajo en otra habitación… Recordó el momento en que descubrió la radio que su madre había dejado encendida en su taller, en el sótano, y se dio cuenta de que el caballete de madera seguía abierto. Aquellos pájaros que había pintado su madre en la playa, unos correlimos, habían quedado sin terminar para siempre.

Makedde aparcó a Zhora en la entrada de la casa, puesto que el Lancer blanco de su padre estaba en el garaje, y dio la vuelta para sacar del maletero su pequeña bolsa. Una línea fina de óxido deslucía la pintura turquesa del coche cerca del guardabarros. La miró y frunció el ceño.

«Tengo que arreglarlo.»

Con la bolsa a cuestas y un par de libros de texto bajo el brazo, se dirigió hacia la puerta principal, que su padre había dejado abierta para ella. Un cálido olor a patatas y a mantequilla caliente le dio la bienvenida al entrar. Oyó el crujido de algo asándose en el horno.

- Hola, papá -gritó.

Se deshizo de sus cosas y se quitó las botas en el rellano. Las dejó en un montón, al lado de otras que estaban mejor colocadas. «Creo que no tengo suficientes zapatos», pensó. Tres pares en una hilera ordenada, todos para los mismos pies.

Su padre apareció en lo alto de la escalera con unos pantalones Eddie Bauer de color canela y una sudadera Roots. Las palabras «ROOTS CANADA» estaban escritas en la espalda junto con el emblema de la marca: un castor sentado entre ellas. En una ocasión Mak llevaba una camiseta Roots en Australia y le contaron que allí la palabra «root» tenía un significado bastante diferente.

- Son casi las diez. ¿Has cenado? -preguntó ella. Normalmente su padre cenaba antes de las siete.

- He pensado en esperarte. ¿Has comido?

- En realidad no. -Subió de puntillas con las medias en los pies por la alfombra que cubría la escalera y saludó a su padre con un fuerte abrazo-. Los ferris de BC no tienen muy buena comida. La verdad es que es bastante vomitiva.

- Makedde, no es tan mala -dijo su padre, siempre tan diplomático.

- Bueno, supongo que el bufé no está tan mal.

Mak miró a su padre. Con casi un metro noventa de estatura, era ligeramente más alto que su hija mayor de piernas largas. A sus cincuenta y cinco años, aún era atractivo y conservaba toda su cabellera, ahora grisácea por el paso de los años, que le sentaba muy bien a sus sorprendentes ojos al estilo de Paul Newman. Cada vez que lo veía parecía estar más delgado y eso le preocupaba. Había perdido peso desde la muerte de su esposa.

Cenaron en la pequeña mesa redonda de la cocina, dejando que el comedor siguiera acumulando polvo. Había preparado una ensalada con ajo y un plato de salchichas con patatas. Había mejorado en la cocina durante el último año. De hecho, las salchichas tenían buen sabor, y le recordaban cuánto se había alejado de sus días adolescentes como modelo vegetariana.

- ¿Qué tal te ha ido? Pareces cansada -dijo el padre.

Ella levantó la vista de sus pies.

- Bien. He estado estudiando mucho. Ah, por cierto, tengo otra sesión la semana que viene. Una chorrada para un catálogo de unos grandes almacenes, pero trabajan con un buen fotógrafo. Me ayuda con los gastos.

- Eso está bien. Tendrás que descansar un poco para ese día, tienes aspecto de estar rendida.

«Muchas gracias.»

- Por favor, papá, deja de halagarme, me vas a sonrojar -dijo ella-. Estoy bien. La sesión de hoy ha sido un poco pesada, eso es todo. Era para un cartel publicitario, pero el «última vez, última vez»… Si vuelvo a oírlo una sola vez más creo que me pondré a gritar.

Él la miró fijamente.

- Estoy bien -repitió Mak, con la esperanza de que no retomara el tema del insomnio.

- Mmm… -murmuró su padre sin que le acabara de convencer.

Se llevó un tenedor lleno de patatas a la boca y se quedó mirando el mantel mientras masticaba. Algo le rondaba por la cabeza. Les Vanderwall no solía hacer ese tipo de observaciones irreflexivamente. No era su estilo. Puede que se debiera a los muchos interrogatorios que había tenido que llevar a cabo, pero el ex detective tenía un truco para las declaraciones mordaces y las preguntas tendenciosas. Lo hacía parecer algo casual, pero no dejaría pasar mucho tiempo para volver a hablar del tema.

Cenaron unos minutos en silencio y Mak tenía la sensación de que había algo que su padre quería preguntarle. Finalmente cogió el toro por los cuernos y dijo:

- ¿Qué pasa?

- He estado hablando con una amiga sobre cómo reacciona la gente ante las situaciones de estrés, el trastorno postraumático y todo eso… En la policía se veían muchos casos…

«Ya estamos otra vez.»

- Sí, me suena todo eso, ¿y?

- Y, Makedde, estoy preocupado. Me preguntaba si habías considerado la posibilidad de ver a alguien por lo del incidente de Sídney.

«El "incidente de Sídney". Así lo llama todo el mundo.»

- ¿Si he considerado ver a alguien? Creo que el término que estás buscando es «terapia psicológica».

- Es solo para desahogarte con alguien. Una persona objetiva y con experiencia en este tema. Tú misma dijiste que a lo mejor deberías planteártelo. -El surco de su ceja formaba unas marcas de doble exclamación y sus ojos estaban llenos de sincera preocupación.

- Hice ese comentario muy a la ligera hace un año, pero al final no necesité terapia y sigo sin necesitarla. No ha cambiado nada. Estoy bien. No tienes por qué preocuparte, papá. Te lo aseguro, estoy completamente bien. -Miró hacia el plato de comida que se le estaba enfriando-. No entiendo por qué tendría que volver a repetir todo el asunto, es innecesario, y más ahora. Lo revisé todo con la policía, Dios sabe cuántas veces. Además, con aquella consejera de Sídney, no sé si la recordarás, hablé de todo esto. Fue suficiente.

Su apetito se transformó y se quedó mirando de reojo el resto de carne muerta que le quedaba en el plato. Desde lo más recóndito de su memoria le llegó un flash de un cuerpo mutilado, e inmediatamente sintió la cálida sensación que precede a la fiebre. Parpadeó para dejar atrás aquella visión y se concentró en el vaso de agua. El vidrio le pareció refrescantemente frío en las yemas de los dedos y el agua que bebió la calmó. Empezó a sentir un cosquilleo en el dedo gordo del pie derecho, justo en el punto donde le habían practicado la microcirugía. Lo ignoró.

- Mak, hablaste con aquella consejera durante una hora.

Era verdad.

Cambió el punto de vista, volviendo a guardar todos aquellos recuerdos de Sídney en una caja negra cuya tapa cerró de un golpe.

- ¿Quién es esa amiga tuya con la que estuviste hablando de esto?

Les Vanderwall atrajo la atención de su hija y la mantuvo.

- No te preocupes, no te estoy utilizando como tema de conversación. ¿Recuerdas que te dije que me encontré a una mujer en el Starbucks de Robson hace varios meses?, ¿la doctora Ann Morgan?, ¿que estaba casada con el sargento Morgan del Departamento de Policía de Vancouver?

Mak recordaba que había hecho alguna mención sobre aquel encuentro fortuito al empezar la primavera. Su padre fue a visitarla a Vancouver y había estado paseando por las tiendas de la calle Robson matando el tiempo mientras ella acababa una sesión de moda. Él reconoció a la doctora Morgan en la cola de la cafetería. Se habían encontrado con anterioridad en una recepción a la que ella había asistido con su marido. Le habían contado lo de la muerte de Jane Vanderwall y envió una tarjeta dándole el pésame. Estuvieron charlando.

Mak había visto a su marido una vez, o puede que dos. Pero nunca le gustó demasiado. «Estaba casada con… Vaya, qué interesante elección de palabras.»

- Bueno, pues estuve hablando con ella el otro día -prosiguió él-. Ahora está de visita aquí, en la isla. Ann sabe algo de tu situación. Nada específico, por supuesto.

Makedde sintió cómo se había tensado su garganta. Su arteria temporal latió.

- ¿Y exactamente qué es lo que sabe de mi situación? -preguntó la chica-. ¿Cuál es exactamente mi situación? -Sabía que estaba sonando algo ofensiva, pero no le importaba.

- La doctora Morgan está especializada en este tipo de temas -dijo en un tono conciliador-. Es psiquiatra. Puede que ya te lo haya dicho.

Pero no lo había hecho. En realidad era la primera vez que Makedde había oído a su padre hablar de algún psiquiatra desde un punto de vista positivo. Muchos oficiales del cuerpo de policía, particularmente los de la generación anterior, solían mirar a los psiquiatras y a los psicólogos con recelo. Los más cínicos los veían como una espina clavada que quería excusar a los criminales alegando locura para que la responsabilidad que recayera sobre ellos fuera mínima.

Su padre protestó cuando ella anunció su deseo de cursar psicología como carrera. ¿Acaso ahora estaba sugiriendo que su propia hija debía ver a uno de ellos? Si era así, la verdad era que los tiempos habían cambiado mucho. Y fue algo que la desconcertó.

- No me digas que crees que necesito ver a una psiquiatra. Quién lo iba a decir. A lo mejor lo próximo es que me digas que tengo que tomar antidepresivos.

Le escupió las palabras. Mak creía que muchos de los medicamentos que recetaban los psiquiatras los prescribían por la influencia de farmacéuticas agresivas. Su padre conocía bien los miramientos de su hija.

- Relájate. Nadie está hablando de fármacos. Has estado sometida a mucho estrés con tu tesis y todo lo demás. Y no estás durmiendo bien. No creas que no lo sé.

Eso le dolía. Podía ver a través de sus protestas insignificantes. No podía ocultarle nada. Controló las ganas de tirar el plato y marcharse de la mesa. En lugar de eso, frunció los labios, volviendo a mirar la mitad del plato que aún no se había comido. Las intenciones de su padre eran buenas. En todo caso, llegaban a ser demasiado buenas.

Y, además, tenía razón.

- Piénsatelo. Puede ayudarte ver a alguien.

Mak sabía que esperaba una respuesta, pero ella simplemente se quedó mirando el vaso. Una gota de humedad se deslizó de su labio, recorrió el vidrio y manchó el mantel con un pequeño redondel húmedo.

- Piénsatelo -repitió.

Mak no dijo nada.

Él cambió de tema sabiendo que había alcanzado su objetivo. Ahora la tenía pensando sobre ello.

- Theresa y Ben vendrán mañana a cenar con la pequeña Breanna.

- Ah -dijo forzada.

«Cielos.»

- Espero que te quedes esta vez. Tu hermana y tú no os habéis visto mucho últimamente.

Eso también era verdad.

- Y es muy posible que Ann se deje caer un rato. Estaría bien que estuvieras aquí para verla.

«Si esto es una encerrona pienso irme.»

Makedde asintió y no dijo nada. Si su padre tenía una nueva amiga que quería visitarla, muy bien. Mejor que bien. Pero si se estaba volviendo a entrometer en su vida y contaba con una psiquiatra para acorralarla, eso ya era algo muy diferente.

Mak cogió el vaso y se lo acercó a los labios. Bebió mientras él comía. Pensó en que, después de tantos años de haber viajado, el hecho de estar cerca de casa parecía tanto reconfortarla como hacerle sentir una extraña sensación de claustrofobia.

«Tiene razón y lo sabes. Estás empezando a patinar.»

- Por cierto -le dijo su padre-, te han llamado esta tarde.

- Mmm… -murmuró ella. Agradeció que no comentara nada sobre su falta de apetito.

- Era el detective Flynn.

De pronto a Makedde se le cortó la respiración. Después de un momento consiguió articular un «Ah» con una voz razonablemente firme. Palideció y luego su hermosa complexión adquirió el color de una remolacha fresca.

Su padre fingió no darse cuenta. Cogió más patatas con grandes cantidades de mantequilla y sal, se las metió en la boca y procedió a masticar con una calma irritante. En vez de ofrecerle más explicaciones, usó las pinzas de la ensalada para ponerse un poco más en el plato.

- ¿En serio?, ¿Andy? -dijo ella-. Bueno… bueno, sí, mmm… es interesante.

Su padre pinchó más lechuga con el tenedor y se la llevó a la boca. Masticó. La comida sonaba crujiente.

- ¿Qué te ha dicho?

Les tomó un sorbo de Coca-Cola light y se oyó el tintineo de los cubitos en el vaso. Ella odiaba que hiciera eso.

- Por Dios santo, ¿qué te ha dicho?, ¿algo sobre el juicio? -le espetó Makedde.

- No, no ha dicho mucho sobre nada. Solo ha preguntado por ti. Llamaba desde Quantico. -Se metió el último bocado de lechuga en la boca y lo masticó despacio.

- ¿Quantico? ¿En Quantico, en la academia del FBI?

- Sí.

Silencio.

- Dijo que intentaría llamarte mañana -añadió su padre.

Ahora era ella la que se metía comida en la boca. Los restos de su cena estaban fríos, pero ella apenas lo notaba. Masticaba con lentitud, sin saborear nada, puesto que su cabeza estaba funcionando al ralentí furiosamente.

No pudo dormir aquella noche. Para cuando amaneció, ya había contado todos los puntitos del estucado del techo de su antigua habitación.

Ir a la siguiente página

Report Page