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Makedde se incorporó cuando entraron los gemelos Blake.

«Allá vamos de nuevo…»

Entraron uno detrás del otro y ella los contempló con una mirada firme. Se detuvieron a menos de medio metro de su silla, uno aún detrás del otro. La mirada de Mak iba de delante atrás, intentando encontrar alguna familiaridad, intentando percibir cuál de aquellos dos horribles e idénticos hombres era Roy Blake.

«Joder, ¡los escojo bien! O lo hacen ellos…»

«No pudiste soportar el rechazo, ¿verdad? -pensó Makedde-. No puedes soportar nada que no puedas controlar, cabrón psicópata.»

Eligió al que creyó que podía ser Roy: el menos confiado, el que se había quedado rezagado, y le lanzó puñales de odio con los ojos. «Así que crees que podrías detectar a un psicópata, ¿no?», le había preguntado él a ella. ¿Sabía que él era precisamente uno de ellos? ¿Era aquella, algún tipo de prueba perversa?

«Ni tan siquiera los dos juntos formáis un ser humano de verdad», quería decirles, pero los rifles se lo impedían. Se lo diría antes de morir, decidió, si ese era el fin al que la conducía aquella situación. Cuando llegara el momento, diría lo que quisiera, pero ahora lo que debía hacer era prestar atención. Observaría lo que hicieran, buscaría una oportunidad. Todavía no había finalizado.

El que decidió que podía ser Daniel caminó hasta colocarse detrás de ella. Volvió a mirar al otro. «¿Qué os traéis los dos entre manos? ¿Qué viene ahora en esta farsa?» El otro parecía observar lo que quiera que estuviera haciendo su hermano detrás de ella.

Oyó una puerta abrirse y cerrarse. Se preguntaba adónde llevaría. ¿Afuera? No, no había notado la corriente. ¿A un armario? ¿A una habitación? ¿Qué estaba haciendo?

Ambos desaparecieron detrás de ella. Oyó algo metálico y luego sintió la forma dura del cañón de un arma entre sus omóplatos. Uno de los gemelos se agachó frente a ella y Mak sintió ganas de propinarle una patada en la cara. Entonces él agarró sus tobillos.

- Ahora tienes que ser buena y así no tendremos que matarte…

«Chorradas.»

Le liberó las piernas, pero no se movió. Los observó con atención. Tendrían que soltarle los brazos antes de hacer nada más. El mismo gemelo, fuera Roy o Daniel, se colocó a su espalda y sintió sus manos en las muñecas, retorciéndoselas, y luego salieron las esposas; un estirón momentáneo y luego liberación. Sus manos estaban libres.

- Levántate.

«Esto es lo que les hacían a las chicas -pensó con adusta seguridad-. Ahora es cuando las mataban. Ahora es cuando me van a matar a mí.»

- Levántate. Si cooperas, tendrás una oportunidad.

«Me llevarán al bosque y me ejecutarán. Allí no hay tantas complicaciones. No querrán matarme aquí, no con esa escopeta. Ensuciarían su hermosa alfombra y sus trofeos.»

La sensación de adormecimiento ocupó el lugar de todo lo demás. Se preguntaba si tenía los nervios destrozados, si ya no era incapaz de sentir. Decidió que aquella nueva serenidad ante el horror era algo precioso de lo que sacar partido para siempre, ya fuera en esta vida o en la siguiente.

- ¿Y cuál es vuestro juego? ¿Por qué montáis toda esta farsa? Me conoces, así que me lo puedes contar.

Uno de ellos intentó abrir la boca para hablar, pero el otro lo detuvo.

- Ponle las esposas.

La asió de las muñecas y las volvió a unir.

«Mierda.»

«Jódete. Jódete tú y que se joda tu hermano y el asesino de los tacones y todos los cobardes como tú que temen actuar como seres humanos de verdad.»

- Camina.

Ella dudó.

- Estáis cometiendo un terrible error. Os han visto conmigo. -Se dirigió a los dos-. Contadme. Decidme por qué estáis haciendo esto. Quiero entenderlo.

«No los dejes salir contigo. Te dispararán por la espalda como a las otras en cuanto estés lejos de su maravillosa casa. Piensa en otra estrategia. Tienes las piernas libres. Corre. Corre hacia donde sea.» Quería darse la vuelta para ver la puerta tras de sí, para ver adónde daba, y mientras se giraba recibió una sacudida con el rifle en la espalda.

- Camina.

Si fuera un tipo de almacén en el que guardaran más armas, seguramente no estarían cargadas ni preparadas para usar. Los gemelos la matarían sin dudarlo si se dirigía a por ellas. No debía tomar ese camino, aún. Primero tendría que distraerlos.

«Cuando te saquen, te dispararán como a un animal.»

- ¡Muévete! -La empujaron con el arma de nuevo, esta vez con más fuerza.

Ella caminó. Mantenía la cabeza erguida y andaba. Roy creería que Makedde sería un objetivo primordial por lo que había averiguado sobre ella, ¿no? ¿Sería una presa interesante con la que jugar? Bueno, al menos no había conseguido lo que quería. No del todo. Aún conservaba su dignidad.

El suelo se movía bajo sus pies al acercarse a la puerta. Quería saber quién era quién. No estaba segura de por qué lo consideraba tan importante, pero suponía que le otorgaba una mayor sensación de control pensar que lo sabía. Era obvio que aquello formaba parte de su juego, el parecer intercambiables, escurridizos. ¿Por qué otra razón, si no, llevarían aquellos trajes idénticos?

El marco de la puerta se aproximó a ella y pronto lo dejó atrás, fuera de aquella horrible habitación con todos los animales de mirada fija, aquellas bestias mudas. La estaban conduciendo por un pequeño pasillo. «No les permitas que te saquen.» Entonces consideró hacia dónde correr. ¿De cuánto tiempo dispondría? De ninguno. ¿Qué posibilidad tenía de dejarlos atrás? Ninguna.

«Llegará tu momento, Makedde. Llegará tu momento.»

Se acercaban ya a la puerta principal. Roy la estaba abriendo, porque aquel era Roy, ¿verdad?, y pudo ver lo que había fuera. Vio aquella naturaleza virgen y quiso correr a través de ella, escaparse y ser libre. Prefería morir allí fuera, intentándolo. Cualquier cosa era mejor que morir según las reglas de aquellos psicópatas.

Un codazo, un empujón, y ya estaba fuera. Un paso, dos. El aire era frío. El cielo, negro, como el azabache. Makedde anhelaba vestir ropa de abrigo, anhelaba muchas cosas que no tenía. No podía ver, pero tuvo la sensación de que uno de ellos llevaba consigo algo más que un arma. Se había provisto de algo más en aquella habitación que había quedado a su espalda.

Makedde giró la cabeza, decidida a ver de qué podía tratarse.

Estaba helada.

«Oh, no…»

Aquel hombre se había colocado algo en la cara. Algún artilugio con grandes protuberancias. Había visto aquello alguna vez. Era un instrumento que solían usar los militares. ¿Qué era?

«Visión nocturna.»

Se había puesto unas gafas de visión nocturna.

La empujaron de nuevo, pero esta vez ella estaba desprevenida y cayó hacia delante. Intentó alargar los brazos, pero los tenía atados por las esposas. Tropezó y recuperó el equilibrio justo antes de caer.

Volvió a mirar.

El otro llevaba puestas ahora las mismas gafas horribles. Ahora, en lugar de ojos, tenían aquella extensión metálica.

- Muévete -le ordenó uno de ellos.

Asintiendo a la orden, avanzó con dificultad. Sintió que empezaba a hiperventilar.

«Mantén la calma, mantén la calma…»

Pensó en las otras chicas asesinadas. Pensó en lo que habían tenido que sufrir, lo que habían tenido que soportar y cómo habían acabado. ¿Los gemelos habrían conseguido de ellas lo que se habían propuesto? ¿Les habían obedecido y, aun así, luego habían acabado muertas? Por supuesto que sí. ¿Habrían esperado recibir compasión o clemencia, ser liberadas?

Les dispararon por la espalda.

Las cazaron.

Como animales.

La procesión se detuvo en la linde del bosque. Makedde sintió unas manos sobre ella que la liberaban de las esposas. Tenía los brazos libres.

- ¡Corre! -le dijo una voz a su espalda-, ¡ahora!

Ellos llevaban las gafas de visión nocturna y los rifles. ¿Realmente pensaban que aquello era un juego justo?, ¿que tenía oportunidad de participar en él con deportividad?

Se dio la vuelta y se dirigió a las figuras dobles en aquella espesa oscuridad.

- Tenéis que saber que hay un criminalista del FBI estudiando el caso, ¿de acuerdo? Es uno de los mejores del mundo. Trata con gente como vosotros constantemente -les espetó-. ¿Sabéis qué fue la primera cosa que dijo? Dijo que erais unos cobardes. Dijo: «Les dispararon por la espalda con un rifle de alta precisión… un poco cobarde.» ¿Qué sentís siendo unos cobardes?

Pum.

Al pronunciar la última frase, uno de ellos la golpeó en la cara con el cañón del arma.

- ¡Corre!, ¡ahora!

Se volvió hacia ellos una última vez antes de obedecer la orden, con la cara ardiendo.

- ¿Cuántos minutos necesita un deportista para su juego? -dijo en tono desafiante-. ¿Cuántos una impedida? Vosotros sois dos. Yo no voy calzada, ni llevo esas… gafas.

- Tienes sesenta segundos. Te sugiero que empieces a correr.

Uno de los gemelos disparó un tiro de advertencia. La bala cayó cerca de sus pies. La adrenalina recorrió el cuerpo de Mak y entonces inició la huida, tan rápido como pudo.

Corrió directa hacia los árboles. Dio setenta y cinco pasos hacia delante y giró con brusquedad hacia la izquierda, una y otra vez. «Condúcelos lejos de la cabaña e intenta volver en círculos. Puedes regresar a la cabaña, coger un arma y esconderte. Pero no te pierdas…»

Vamos.

Vamos.

¡Vamos!

Su reloj brillaba débilmente en la oscuridad. La segunda manecilla parecía moverse demasiado deprisa. Se creyó lo que le habían dicho. Le daban sesenta segundos. Ni un segundo más ni uno menos. La seguirían al cabo de treinta segundos… veintinueve… veintiocho…

«Corre…»

Llevaba veinticinco pasos hacia delante. ¿La podrían ver detrás de los árboles? Debía salir de su campo visual antes de desviarse. El bosque tenía que ser lo suficientemente espeso para proteger sus movimientos. También estarían pendientes del ruido. Cuarenta pasos…

Ya llevaba cuarenta segundos. Tenía que correr más rápido…

«Por favor, no me dejes tropezar.»

Corrió esquivando los troncos y las ramas a medida que veía sus formas alzarse enfrente de ella. Cincuenta pasos ya, y sabía que no le quedaba mucho para que empezaran a perseguirla. «Gira pronto, gira, y corre durante unos segundos, y luego recula setenta y cinco pasos hacia la carretera.» Tenía que funcionar.

«Puedo hacerlo. Soy lo bastante rápida. Puedo correr en la oscuridad, puedo hacerlo.»

Sesenta pasos… Pronto la estarían siguiendo. Comprobó el reloj, había pasado casi un minuto. «Ya vienen…» Entonces se cayó. «¡NO!» Tropezó por culpa del musgo resbaladizo y de unas raíces retorcidas. Se deslizó y se golpeó contra un árbol, y las muñecas, que ya tenía irritadas, se rascaron contra una gruesa corteza, lo que le provocó un dolor extremo.

«¡No!»

«Te están persiguiendo. ¡Levántate! ¡Vamos!»

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