Split

Split


10

Página 13 de 76




10

Era de noche y por fin Makedde se había relajado. Estaba enroscada en el sofá de su modesto apartamento de Vancouver con un ejemplar agotado de La psicopatía: teoría e investigación, del doctor Robert D. Hare.

«¿Qué más puede desear una chica?»

Quería profundizar en el tema antes de la conferencia de psicopatía del día siguiente. Pensó que el libro, cuya primera edición databa de 1970, antes siquiera de que ella hubiera nacido, podría mostrarle el interesante origen de las teorías más vanguardistas sobre las que se hablaría en la conferencia durante los siguientes días. Ya conocía bastante a Hervey Cleckley y La máscara de la cordura, y había leído el clásico del doctor Hare Sin conciencia, el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean en varias ocasiones. Pero durante los últimos meses no había podido saciar su apetito de información sobre el tema.

En períodos de relajación y de estimulación dolorosa, la pauta de actividad del adrenérgico (simpático) y del colinérgico (parasimpático) es la misma para los sujetos neuróticos que para los normales.

Un plato de pasta a medio comer estaba encima de la mesita, a su lado.

Sin embargo, al seguir el fin de la simulación, la actividad autonómica de los sujetos normales…

El teléfono sonó y rompió su concentración. Makedde cogió el auricular que estaba al otro lado sin levantar los ojos de la página. Estaba bastante segura de quién podría ser.

- ¿Qué tal, papá? -dijo.

- Bien, ¿y tú?

- Bien también, gracias -contestó ella, y leyó otra línea.

Recientes experimentos realizados por Malmo (1966) concuerdan con las hipótesis de Rubin.

- ¿Qué tal te encuentras? -le preguntó su padre.

La importancia de la teoría de Rubin en psicopatía radica en que algunas de las características del psicópata son más o menos opuestas a las del neurótico.

- ¿Has dormido? -prosiguió su padre, con un tono de voz más alto esta vez, demostrando que sabía que ella no le estaba prestando demasiada atención.

Desvió los ojos de la página.

- Mmm… ¿dormir? -Mak arrugó la frente y miró hacia el techo, ladeando la cabeza, aunque la única audiencia con la que contaba fueran sus plantas-. Ah, ah, eso. Sobrevalorado.

- Makedde…

Apartó el teléfono de su oreja y con la otra mano marcó la página. Dejó el libro en la mesita.

- Papá -dijo finalmente-, cálmate. Estoy bien. Duermo bien. -Mentira.

- ¿Con quién te piensas que estás hablando? -dijo su padre-. Ann cree que puede ayudarte. Conoce muy bien el tema y me dijo que estaría encantada de poder hablar contigo de esto o, a lo mejor, te podría recomendar a alguien.

- ¿En serio?

- Creo que deberías empezar a planteártelo -dijo él.

- Eso crees, ¿no? Y, por cierto, ¿cuándo se divorció? -preguntó Mak.

Pausa.

- Creo que se divorciaron hace unos años. -«Bingo»-. ¿Y qué tiene que ver el tocino con la velocidad?

- Nada. -Mak se preguntaba lo interesado que podría estar su padre en Ann-. Es que vi cómo la mirabas. Me gusta, papá. Parece buena persona.

- Bien, entonces a lo mejor consideras lo de aceptar su oferta. Quiere que te dé su número de teléfono, por si la necesitaras.

- Vale, adelante. -Él le dio sus datos y ella los anotó obedientemente, sin ninguna intención de llamar.

- Y, además, tienes otro mensaje del detective Flynn.

- ¿Andy? -«Mierda.»

- Dejó un número para que lo llamaras a Quantico. Creo que tenía miedo de pedirme el número de tu casa. Dijo que estaría disponible hasta mañana por la tarde en este número, por eso.

- Vale.

Lo anotó y se quedó anonadada mirando los dígitos hasta después de haber colgado. El trozo de papel que tenía en la mano contenía dos números de teléfono de gente con la que realmente no tenía ganas de hablar. Conversar con cualquiera de los dos sería como abrir la caja de Pandora.

Era muy tarde para llamar a Andy, de todas formas. Lo dejaría para el día siguiente.

A lo mejor.

Aquella noche Makedde soñó con psiquiatras, agentes del FBI y psicópatas. Y con el demonio. Justo antes de que se despertara chillando, él disparaba llamas con los ojos y Makedde, vestida con el uniforme de su padre, caía hacia atrás, con las manos aún frías en el gatillo de su pistola. De nuevo, el demonio había arrancado la vida de su madre en su presencia.

Eran las tres de la madrugada.

Después de eso ya no pudo volver a dormir.

Ir a la siguiente página

Report Page