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Andy Flynn llegó al gran campus de la Universidad de British Columbia justo antes de las nueve de la mañana. Aparcó un sedán de alquiler, colocó el tique en el salpicadero y empezó a caminar por la calle Crescent hacia el edificio que albergaba la sala del Centro de Graduados. Había dejado al doctor Harris en el hotel para que se restableciera del vuelo de la noche anterior. A pesar de que el criminalista necesitara recuperar el sueño, seguramente se habría puesto a trabajar justo al levantarse y a examinar la documentación que la Policía Montada de Canadá le había facilitado la noche anterior.

Andy ya había oído el repertorio del que hablaría su mentor en numerosas ocasiones, pero le interesaba ver cómo iba manejar a un grupo de gente, especialmente uno tan diverso como aquel: estudiantes, profesores, oficiales de policía, guardias de seguridad, psicólogos, etc. Por supuesto, había otras razones por las cuales Andy estaba interesado en saber quién habría en aquel grupo; razones que no tenían nada que ver con el trabajo, precisamente.

Era la primera vez que Andy pisaba el campus de aquella universidad, y no podía evitar pensar en Makedde a medida que caminaba por el verde césped y admiraba las vistas panorámicas del sitio. Era un lugar del que ella le había hablado en muchas ocasiones en el poco tiempo que habían estado juntos y, para su sorpresa, era aún más bonito de lo que ella le había podido describir.

Rápidamente decidió que Vancouver tenía cierto parecido a Sídney. Ambas ciudades compartían un puerto espectacular y un puente, y las cinco enormes velas blancas de Canada Place bendecían el muelle de una manera que le recordaba al Opera House de su tierra natal. Pero, desde luego, las cimas que rodeaban la ciudad proporcionarían siempre un punto de drástica diferencia con Sídney. Los que habían crecido cerca de las Montañas Rocosas, como Mak, pensaban en las Blue Hills al ver las Montañas Azules cerca de la ciudad de Andy. Ahora sabía por qué.

Necesitó un rato para orientarse y algo más de lo que había planeado para descubrir cómo llegar a la sala de conferencias. Cuando al fin dio con el edificio, se encontró con un cartel improvisado en el que se leía CONFERENCIA DE PSICOPATÍA, que tenía una gran flecha que apuntaba hacia las puertas principales, lo que le dio una gran sensación de alivio.

La sala que acogía la conferencia estaba dividida en dos niveles, uno de los cuales tenía una zona de recogida de acreditaciones dentro y mesas con termos de café y un festín de magdalenas, rosquillas y otros dulces. Hacia la derecha había una serie de estanterías empotradas numeradas que estaban llenas de libros que Andy no veía desde sus primeros años de escuela.

- Hola -le dijo una voz en tono animado cuando entró.

Dirigió la mirada hacia la mesa de acreditaciones para encontrarse con que la voz pertenecía a una chica con aspecto andrógino que llevaba el pelo muy corto y un piercing en la nariz. Vio que llevaba una acreditación en la que decía «Billie Looker». ¿Billie? Su vista pasó de la acreditación a la cara de la chica para examinarla. Sí, definitivamente era una chica.

- Hola. Soy el detective Andrew Flynn.

- Bienvenido a la conferencia -dijo Billie con un suave acento canadiense.

Hojeó entre las cajas de tarjetas perfectamente ordenadas y extrajo una con el nombre del detective impreso en ella: «Detective Andrew Flynn».

- Por favor, consérvela durante todas las sesiones de conferencias -dijo ella, e introdujo la tarjeta en una funda de plástico que tenía un alfiler de seguridad en la parte trasera.

Se guardó el documento y le dio las gracias. Entonces se dirigió al nivel más bajo, donde ya había empezado la primera presentación. Introdujo la acreditación en el bolsillo de su traje, sin ninguna intención de colocársela.

Andy había llegado tarde. Un grupo de ciento cincuenta personas observaba al conferenciante con atención. Por suerte, todavía había asientos libres para escoger. Consiguió sentarse sin hacer ruido cerca de la puerta, en la parte trasera de la sala, así que su entrada no causó apenas molestia.

«¿Estará Makedde?», se preguntó.

Miró a hurtadillas por la sala y su vista se paró por un momento en una estudiante rubia del frente. La respiración se le paró en seco. Se dio cuenta de que no era Makedde, sino un hombre con pinta de bohemio. «Hombres con melena larga y chicas con cortes a cepillo llamadas Billie.» Andy estaba empezando a sentirse poco a la última y desfasado. Quizá se estaba haciendo mayor. O a lo mejor era algo típico de Canadá.

No fue hasta las diez y media, de hecho, cuando la vio.

Una mujer pelirroja agradeció la intervención del orador -un profesor que había presentado muchas diapositivas y gráficos que Andy encontró muy interesantes- antes de dar paso a una pausa para poder ir a tomar un café. La sala entera se levantó al tiempo; una masa de cuerpos hambrientos se dirigían hacia la mesa de refrigerios. Un hombre muy alto se levantó con ellos y los ojos de Andy fueron a posarse en él. Debía de medir al menos dos metros y, probablemente, pesaba unos ciento sesenta o ciento ochenta kilos.

Cuando se movió hacia un lado, Andy echó un segundo vistazo.

Makedde se sentaba sola y tomaba notas de manera concienzuda en su libreta. El hombre la había estado ocultando todo el tiempo. Tenía el pelo largo y hermoso, tal y como lo recordaba, y definitivamente era femenina; no como la otra rubia de pelo largo a la que había estado mirando antes de reojo. Podía ver su perfil mientras escribía en su cuaderno. Tenía la melena hacia un lado y le rozaba el hombro.

Estaba aún más bonita de lo que la recordaba, y darse cuenta de ello fue total y absolutamente deprimente.

Parecía estar absorta en sus notas y se la veía tan fantástica allí sentada con el cabello que le caía hacia delante, con los labios que le hacían pucheros, tan concentrada que casi no quiso molestar. Casi.

Respiró hondo, se levantó y empezó a caminar.

Para su sorpresa, consiguió llegar hasta donde ella estaba sin que se diera cuenta. No alzó la vista de su libreta hasta el último momento, y cuando lo hizo se le dibujaron unos rasgos que crearon una expresión increíble en su cara. Se le quedó la boca abierta y sus ojos azules se volvieron completamente redondos, mostrando el blanco de alrededor de las pupilas. Se quedó pálida, como si hubiera visto un fantasma, como si él, de entre toda la gente, fuera un fantasma, y entonces necesitó lo que le parecieron unos minutos interminables antes de poder decir algo.

No era la reacción que él había esperado.

- Hola -dijo él con timidez. La mitad de él quería esconderse bajo tierra y la otra quería rodearla con sus brazos.

- ¿Andy? -dijo Makedde. Su nombre continuaba sonando dulce pronunciado por ella-. ¿Andy? -repitió-. Bueno… -Cerró los ojos durante un momento y movió la cabeza de lado a lado un par de veces. Sus labios dibujaron una sonrisa. Una fina marca de lápiz de ojos se extendía en sus párpados cerrados. Sus pestañas se veían largas con el rímel negro. Vio que su piel continuaba siendo perfecta. Andy pensó que debía de haberse cambiado algo el corte de pelo y vio que tenía las facciones más delgadas. Ella volvió a abrir los ojos y los centró en él-. ¿Qué narices te trae hasta el campus de la Universidad de British Columbia?

- Estoy aquí por las conferencias. Llegué desde Quantico anoche, con un colega, el doctor Harris.

- Mmm… -murmuró ella-. El doctor Harris, el criminalista. Imparte una conferencia esta tarde. ¿De qué era?, ¿de análisis de una escena de crimen violento y la personalidad psicopática?

Él asintió con la cabeza.

- Exacto -dijo él.

Mak frunció los labios y miró hacia el suelo.

- Lo siento, no te devolví la llamada -le dijo.

- No pasa nada. A veces es difícil que te pasen llamadas en la academia.

Andy sabía perfectamente que ella ni tan siquiera lo había intentado.

Ella meneó la cabeza, ausente, y ambos se quedaron callados.

Era una novedad poder estar de pie al lado de una mujer tan alta. Con los tacones, a lo mejor llegaba al metro noventa y dos, casi tan alta como Andy. A él le gustaba.

- Así que… ¿cuándo has llegado? -preguntó ella.

- Ayer por la noche -le repitió él-. Estaré aquí una semana, como mínimo.

Esperó que no sonara sugerente. Después de que las palabras salieran de su boca pensó que podría haberlo dicho de manera diferente, algo como: «Estaré en Vancouver durante una semana», «Solo he venido para la conferencia» o algo similar. No necesitaba haber añadido el «como mínimo», como para sugerir que podría quedarse un poco más si ella lo convencía. Y, evidentemente, si hubiera dicho «Solo he venido para la conferencia» habría mentido.

- Vaya -dijo ella. Aún no le había vuelto el color a la cara-. Fantástico. ¿Y qué piensas de Vancouver hasta ahora?

Él se rió, intentando sonar despreocupado, y dijo:

- Sería mejor un «¿Qué piensas del aeropuerto y del hotel Renaissance?». -Lo dijo como una broma, pero volvió a parecerle sugestivo-. Quiero decir que… aún no he visto prácticamente nada -prosiguió-. Espero ver algo más, ya sabes, con los compañeros. ¿Me recomiendas algo?

- Sí, deberías ver el parque Stanley, Gas Town, la montaña Grouse. El puente Capilano está bien. Y sobre todo tienes que ir a Whistler, si puedes. -Recitó la información turística y de repente paró, como si hubiera recordado a quién se estaba dirigiendo y lo encontrara demasiado extraño. O a lo mejor es que él estaba proyectando sus propios sentimientos en las acciones de Mak, no estaba del todo seguro.

Makedde se encontró con sus ojos y unió sus labios para esbozar una sonrisa forzada. Su complexión dorada había vuelto a ganar calidez.

- Vaya… Andy Flynn -dijo cruzando los brazos.

Andy estaba analizando la situación en exceso. Tenía que agradecérselo al intenso estudio que hizo en la academia del lenguaje corporal, el análisis de información y el análisis de contenidos científicos. Cada palabra y cada gesto escondían algún significado probable. Uno de sus instructores le dijo: «No intentes esto con tus amigos o te quedarás sin ninguno».

- Bueno, ¿y cómo va todo? -le preguntó Makedde, con los brazos aún cruzados-. ¿Qué te traes entre manos? Ya sabes, con la Unidad Criminalista y todo lo demás.

- Pues el inspector de policía finalmente consiguió luz verde para el proyecto y debería estar preparado y en marcha ya el próximo año. Estamos intentando que se convierta en un centro de criminología para retratar los crímenes mayores de toda Australia y enfrentarnos a ellos.

Ella levantó las cejas.

- Suena bastante apasionante.

Él no quería mencionar que el caso del asesino de los tacones podría haber sido un factor que influyera en la aprobación final de los planes. No había nada como una protesta pública para que de repente aumentara el apoyo político en un proyecto de lucha contra el crimen.

- Parece que a lo mejor es una oportunidad para ascender. Quizá incluso lleve la unidad en algún momento.

- Como te he dicho, es genial. Felicidades. Bueno, mmm… -Miró detrás de él, a la reunión de gente que estaba en la mesa de los refrigerios-. Creo que…

Entonces la pelirroja volvió al atril para presentar al siguiente orador; la pausa para el desayuno había acabado.

- Ahora, si todo el mundo se pudiera sentar, me gustaría presentarles al profesor Rickford, que viene desde la Universidad de Gales…

Ya no había tiempo para desayunar.

Makedde miró atrás, hacia su asiento, y luego volvió a mirar a Andy.

- ¿Estás solo o…?

- He venido solo -le dijo Andy-. El doctor Harris llegará justo antes de comer.

- ¿A qué hora es su presentación?

- A la una. El primero después de la pausa del mediodía.

- Me encantaría conocerlo -dijo ella, e hizo una señal para que tomara asiento.

Él sonrió aún de pie.

- Podrías comer con nosotros, si quieres.

- No pretendía autoinvitarme…

Entonces el profesor Rickford subió al atril y empezó su discurso. Parecía inapropiado cruzar la sala para volver a su asiento, así que Andy se sentó allí, justo donde estaba, a una silla de separación de Makedde.

Mak le sonrió y se encogió de hombros, mientras sacaba la libreta y el bolígrafo, y hacía un gesto hacia el orador. A excepción del profesor, la sala estaba en silencio. Ellos no volvieron a hablar hasta el mediodía, a la hora de comer.

Makedde retomó la conversación justo donde la habían dejado.

- No pretendía autoinvitarme a la comida -dijo, mientras la sala empezaba a vaciarse.

- Estoy seguro de que a Bob no le va a importar -dijo Andy.

Los dos se levantaron de los asientos a la vez. La sala estalló en un animado parloteo y la gente los rozaba intentando encaminarse hacia la salida para ir a comer. Se quedaron mirándose el uno al otro con torpeza, sin que ninguno de los dos hiciera ningún gesto para marcharse.

- No, de verdad. A lo mejor vosotros queréis hablar de trabajo…

- Para nada -le aseguró-. Para nada. -A lo mejor ella no quería ir, y él no pretendía forzarla-. Mira, la invitación queda hecha -dijo Andy. De alguna manera eso parecía acabar con el estancamiento, pero por lo visto no a su favor. Era obvio que ella ya había tomado la decisión de no ir.

Mak recogió el bolso y la libreta.

- ¿Vendrás mañana?

- Puede.

- A lo mejor podríamos vernos entonces…

Era mejor que decir que no quería verlo, pero seguía sintiéndose como si lo estuviera rechazando.

- Nos veremos de todas formas después de la conferencia.

- Sí, claro.

Andy escudriñó la entrada y localizó al doctor Harris, que estaba hablando con una organizadora pelirroja.

- Allí está -dijo Andy señalándolo-. ¿Por qué no vienes y te lo presento? -No quería dejarla marchar.

- Vale, pero luego os dejaré que comáis tranquilos. No quiero entrometerme.

Andy quería explicarle que ella nunca se entrometía, pero entonces se fue, dando zancadas hacia la puerta, y él no pudo dejar de mirarla mientras se alejaba. Aflojó el paso por un momento y entonces pudo alcanzarla para llegar hasta donde estaban el doctor Harris y su nueva amiga.

- Hola, Mak -dijo la organizadora cuando se acercaron.

- Hola, Liz, ¿cómo estás? -Intercambiaron unas sonrisas cordiales y entonces Mak desvió su atención hacia el doctor Harris.

- Bob Harris -dijo él, extendiéndole la mano.

- Makedde Vanderwall. Encantada de conocerlo.

Bob le dio lo que a Andy le pareció un firme apretón de manos. Se dio cuenta de que el criminalista le mantuvo la mirada durante un momento mientras aún tenían las manos cogidas. A veces Bob lo hacía la primera vez que conocía a alguien y, por experiencia, Andy sabía que era como si tuviera rayos X. Mak aceptó ese breve pero intenso escrutinio sin acobardarse.

La otra joven mujer se volvió hacia Andy y se presentó ella misma:

- Hola, me llamo Liz Sharron.

Con aquella pálida tez y la cabeza llena de rizos rojizos naturales a lo Shirley Temple, Andy imaginó cómo la habrían llamado sus compañeros de colegio: Liz la Panocha, o algo similar. Su sonrisa era afable y escondía mucho detrás de sus ojos.

Makedde se lo presentó a Liz como «detective Flynn».

«No muy personal», pensó él.

- Andy se ha estado formando en Quantico conmigo durante las dos últimas semanas -dijo el doctor Harris.

- Liz es la ayudante del doctor Hare en el laboratorio de psicopatía -explicó Makedde.

- ¿Qué es exactamente un laboratorio de psicopatía? -tuvo que preguntar Andy.

Liz se rió.

- Bueno, en realidad no tenemos un laboratorio convencional, como el que te podrías imaginar de química o física. Como grupo, realizamos investigaciones sobre psicopatía, una parte aquí en la universidad y otra en varios laboratorios forenses y en instituciones correccionales locales. Usamos muchas técnicas para medir las diferencias neurobiológicas: escáneres SPECT, electroencefalografías, imagen por resonancia magnética…

- A mí eso me suena a laboratorio -indicó Andy.

- Pero no hay nada de cerebros en tarros o cosas así -dijo Liz-. Bueno, de hecho, un par, sí.

- ¿Los antiguos ayudantes del doctor Hare? ¿O solo es un rumor? -dijo Makedde esgrimiendo una sonrisa.

Liz sonrió.

- De hecho, es un ámbito de estudio interesante -afirmó el doctor Harris.

- Sí, debería quedarse para asistir a las conferencias de los próximos dos días -añadió Liz-. Algunos de nuestros investigadores van a presentar un trabajo realmente fascinante.

Andy estaba a punto de recalcar que él sí se quedaría, cuando advirtió una extraña mirada en Makedde. Estaba mirando detrás de ellos, hacia el hueco de la escalera. Un guardia de seguridad bajaba las escaleras en dirección a donde estaban.

- Debería dejaros ir a comer -dijo demasiado rápido.

- Ha sido un placer conocerte, Makedde -añadió el doctor Harris.

Bob era vagamente consciente del actual vínculo entre Andy y Makedde, y Andy supuso que estaría observando el desarrollo de la escena con interés. A no ser que se conociera bien a Bob, era imposible imaginar que detrás de aquella apariencia calmada y despreocupada existiera una mente tan analítica y entusiasta. Nunca se perdía ni un detalle: ni un gesto, ni una deducción, ni cualquier expresión que aparentemente pasara desapercibida. Un hombre como él nunca desconectaba de su talento. Y eso es lo que lo hacía tan bueno.

Mak volvió a prestar atención a su grupo.

- Ha sido un gran placer conocerlo, doctor Harris.

- Llámame Bob.

- Gracias. -Mak miró hacia Andy y luego hacia Liz-. Hasta luego.

Volvió la mirada hacia Andy antes de alejarse, y a él le pareció encontrar algo extraño en ella que no acababa de convencerle.

- Hasta luego -dijo Andy viéndola marcharse.

Intentó apartar los ojos, no presenciar la escena en la que Makedde saludaba a aquel alto guardia de seguridad. Era un tipo atractivo, joven, y a Andy no le gustó. Ella no lo besó para saludarlo, pero la verdad es que parecía que tenían buena relación. Andy intentó con todas sus fuerzas contener los destellos de celos que emanaban de todo su cuerpo. Sus mandíbulas se tensaron.

«Tiene novio. Pues claro que tiene novio. Las chicas como ella siempre tienen novio.»

Se corrigió. Sabía que Makedde era diferente. A veces era una persona solitaria, no necesitaba siempre vincularse a alguien, pero eso no significaba que no hubiera sucumbido a los encantos de un guardia de seguridad alto y fornido en su propia universidad; de alguien que no estuviera a continentes de distancia y que no se hubiera visto involucrado en una terrible parte de su vida que le encantaría olvidar.

«Déjalo, Andy. Ya no es cosa tuya.»

Lo lamentó.

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