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Mak salió a la calle mojada de Vancouver y cruzó la carretera para llegar hasta su coche. Le echó un vistazo a su reloj: eran casi las cinco. Si se daba prisa aún podría llegar puntual a su cita.

Temía la entrevista tanto como el hecho de ser descortés con Ann, puesto que ella se había ofrecido con tanta generosidad a dedicarle su precioso tiempo. No es que tuviera una gran necesidad de explicar su reciente pasado a alguien, ni tan siquiera a una profesional, pero había llegado la hora de hacerlo. La falta de sueño estaba afectando a sus relaciones con los amigos y la familia. ¡Dios, incluso había utilizado a Roy para superar lo de Andy y el intento ni tan siquiera le había dado resultado!

«Mierda.»

Makedde le dio una palmadita a Zhora, abrió la puerta y entró. Lanzó dentro su bolsa, que cayó en el agrietado asiento de piel blanca.

No dejaba de repetirse las mismas preguntas mientras conducía por la ciudad en dirección al puente Burrard. «¿Me estoy volviendo loca? ¿Realmente necesito ver a un loquero? ¿Por qué no puedo dejar de tener estas pesadillas? ¿Por qué ha vuelto Andy a mi vida?»

Ganó tiempo yendo por el puente y cogiendo la West 4th. Cuando vio la inconfundible cubertería gigantesca de la puerta del Sophie's Cosmic Cafe, redujo la velocidad para poder leer los nombres de las calles y los números. Mak tuvo que dar varios rodeos por las calles circundantes para encontrar un aparcamiento con un tamaño decente para Zhora. Después de subir una pequeña cuesta para volver a la calle principal, se dirigió hacia la clínica.

DRA. A. MORGAN. DOCTORA EN MEDICINA. MIEMBRO DEL REAL COLEGIO DE MÉDICOS Y CIRUJANOS DE CANADÁ. PSIQUIATRA.

«Psiquiatra. No puedo creer que esté haciendo esto.»

Su nombre era uno de los tres que aparecían en aquella pequeña placa. Mak empujó la única puerta de la clínica y consultó su reloj mientras se acercaba al mostrador de recepción. Faltaba un minuto para la hora.

La entrada era moderna y cuidada. Un muro curvado, que llegaba a la altura de la cintura, separaba la sala de espera de la recepción. Mak vio una cola de caballo negra bien definida que se movía adelante y atrás detrás del separador, y entonces percibió el sonido de unos dedos escribiendo en un teclado de ordenador. Cuando ya estuvo cerca, la recepcionista levantó la vista. Era una mujer hermosa, de unos treinta y cinco años, que mostraba unos rasgos japoneses impecables que había resaltado con un brillo de labios y un lápiz de ojos negro muy bien aplicado.

- ¿Puedo ayudarla en algo?

- Tengo una cita con la doctora Morgan.

- ¿Mak-idí Vanderwall?

- Ma-kei-dí -la corrigió Mak.

- Disculpe. Por favor, tome asiento, Makedde. -Esta vez pronunció el nombre perfectamente y siguió tecleando en el ordenador.

Mak miró a su alrededor. Había dos chaises lounges perpendiculares en la sala de espera. Una mujer severamente delgada leía la revista People en una de las esquinas más alejadas, junto a un tiesto que contenía un helecho. Llevaba el cabello recogido en un moño y vestía un traje beis escrupulosamente planchado. Sus elegantes tobillos revestidos de nailon sobresalían por debajo del dobladillo de sus pantalones como si fueran dos muslos de pollo sin carne. Llevaba una bufanda marrón y dorada colocada estratégicamente alrededor de su fino cuello para enmascararlo. Mak sintió una punzada de tristeza por la mujer y luego se reprendió por aquella desagradable piedad. ¿Quién era Makedde para juzgar que los aparentes problemas de aquella mujer eran peores que los suyos, que ella misma escondía?

Una mesa cuadrada que estaba en medio de los sofás contenía una pila de revistas que habían sido hojeadas cientos de veces antes. Mak escogió el Time de encima del montón y se sentó en la esquina opuesta a la mujer mientras esperaba su turno. Fue pasando las páginas lentamente, sin que sus ojos se fijaran apenas en ellas. Se había perdido en sus propios pensamientos: el «incidente» en Sídney, Andy, Roy, su padre y su madre.

Se imaginó a Ann calculando. Vamos a ver, una relación desastrosa = diez sesiones. Muerte en la familia = doce sesiones. Muerte de una amiga íntima = doce sesiones. Asesino en serie = ¿cuántas sesiones necesitaría para esto?

El movimiento procedente del pasillo de la clínica la distrajo de sus enmarañados pensamientos. Era Ann, que se dirigía hacia la sala de espera. Vestía un traje de chaqueta oscuro y una blusa de seda de color crema. Parecía muy elegante, y un poco más formal que cuando se conocieron. Mak estaba nerviosa, pero seguía siendo un alivio poder verla. Se había dirigido allí en un último intento por curarse asociándose con Ann.

- Buenas tardes, Mak. Me alegro de verte -le dijo mientras le estrechaba la mano-. ¿Te importaría pasar por aquí?

Ann condujo a Mak por el pasillo hasta un despacho que se encontraba en la segunda de cuatro puertas.

- Es por aquí, Makedde. -Abrió la puerta y dejó que Mak pasara primero.

La oficina estaba decorada con simplicidad pero con elegancia. Era obvio que Ann tenía éxito en su profesión, y también muy buen gusto. Un escritorio modesto esperaba en una de las esquinas de la habitación, coronado por un montón de papeles que descansaban en una bandeja. También había un pequeño reloj plateado y una pluma Montblanc. Una carpeta abierta descansaba encima de la mesa y un bloc rayado esperaba las notas de la psiquiatra.

- Por favor, toma asiento.

Ann acompañó el ofrecimiento con un gesto hacia una butaca de piel colocada cerca de la pared y ella se sentó en su silla, que ya estaba girada de cara a la habitación. Mak se dio cuenta de que la doctora Morgan no le había dado la espalda en ningún momento mientras se sentaba. Solo había algunos centímetros entre doctora y paciente, sin ningún escritorio que pudiera crear barreras subconscientes. A Mak le encantaba la organización, pero se preguntaba sobre la funcionalidad de las barreras en el momento de empezar sus propias prácticas como psicóloga forense. Posiblemente querría utilizar cualquier barrera, por pequeña que fuera, dependiendo del paciente con el que le tocara trabajar.

Mak se puso cómoda en la silla. Esta dejó salir aire con suavidad al posar su peso en ella.

- ¿Estás cómoda? -le preguntó Ann. Su tono era dulce y cortés.

Mak se tomó unos minutos para responder. Físicamente, sí. Mentalmente, no. A pesar de ello, contestó:

- Sí, gracias.

- ¿Ha ido bien la sesión de fotos? Al final no has llegado tarde.

Mak recordó que prácticamente le había arrancado la cabeza a la maquilladora.

- Al final he podido arreglarlo para salir un poco antes.

- Bueno, ¿cómo puedo ayudarte?

El lenguaje corporal de Ann era abierto y atento. Sus rodillas apuntaban hacia su paciente y tenía los brazos doblados en una postura relajada encima de sus muslos. Sus grandes ojos marrones eran receptivos, pero directos. Su mirada no vacilaba y a Mak le sorprendió su quietud mientras esperaba que respondiera.

- Yo, bueno, eeeh… Tengo problemas para dormir. Insomnio, creo -empezó diciendo-, y pesadillas recurrentes. Parece que no puedo dormir por las noches y, si lo hago, lo paso muy mal.

«Dios, Makedde, relájate.»

- Cuéntame cuáles son tus hábitos de sueño. ¿Cuánto descansas ahora? -preguntó Ann.

- Bueno, he estado escribiendo un diario, así que te lo puedo contar con precisión. -Sacó la pequeña libreta de su bolso.

Ann la miró impresionada.

- Un diario es una idea excelente. Suelo recomendar a mis pacientes que empiecen a escribir uno.

Mak abrió la libreta y leyó en voz alta algunas entradas: las pesadillas en las que vestía el uniforme de su padre, el sentimiento de impotencia, la criatura con forma de diablo que mataba a su madre, el cuchillo…

- Muy intenso -puntualizó Ann-. Es muy sabio que estés apuntándolo todo. Entonces, más o menos estimas que has dormido un promedio de cuatro horas esta semana, ¿no?

- Sí.

- ¿Y siempre con pesadillas?

- Los sueños que tengo ahora son bastante consistentes y han empezado este año, junto con el insomnio, que jamás había tenido. Pero las pesadillas se han ido volviendo cada vez más violentas y el insomnio ha ido empeorando -dijo Mak con la mayor naturalidad posible.

«Ahora viene lo duro.»

Makedde se aclaró la garganta.

- La verdad es que ocurrió algo en Australia el año pasado. Creo que esto tiene algo que ver con lo anterior. -Luego, corrigiéndose, dijo-: Sé que tiene relación. En realidad, han estado pasando muchas cosas recientemente. Para empezar, los últimos dos años no han sido del todo geniales…

Le salieron las palabras desordenadas y cerró la boca para evitar decir nada más. El dedo gordo del pie derecho empezó a picarle otra vez. Durante meses, después de la microcirugía, había perdido la sensibilidad. Y ahora sentía ese picor.

Makedde añadió:

- Estoy segura de que mi padre te ha puesto al corriente.

Era una manera de acabar su parte de la conversación. Se podía percibir un evidente rastro de resentimiento en aquellas palabras y en aquel tono. Seguro que la psiquiatra no lo había obviado.

«Apuesto lo que quieras a que te lo ha contado todo.»

Mak recorrió la habitación con la mirada, inquieta. Vio unos títulos enmarcados que estaban colgados de la pared. Una estantería muy alta contenía libros de psicología, algunos de los cuales también tenía Makedde en casa: El manual de diagnóstico y de estadística de los trastornos mentales, en su cuarta edición, Psicoterapia existencial… Sin embargo, no había libros sobre criminología. Ni libros sobre asesinos en serie. Encima del escritorio de la doctora había una caja de pañuelos, así como una foto de Ann con dos adolescentes: un chico y una chica. No aparecía ningún hombre en aquella fotografía. No se hallaba el sargento Morgan.

«¿Acabará mi padre en alguno de esos marcos?»

- Son Connor y Emily -explicó Ann al ver que Mak miraba la foto-. Connor vive con su padre por ahora. -Mak pudo ver un halo de tristeza cruzar su rostro-. Es un buen chico. Aunque creo que podría echar mano de un poquito de la ambición que tú tienes.

Makedde sonrió. Aún se sentía agitada y nerviosa. Tenía la mandíbula tensa y el dedo gordo estaba empezando a molestarle de verdad. Tenía ganas de quitarse el zapato y rascárselo hasta que se le rompiera a cachitos.

«El café. Tienes que tomar menos café.»

Ahora Ann le hablaba de una manera bastante profesional.

- Normalmente empiezo con mis pacientes planteándoles una serie de preguntas para establecer sus antecedentes y conocerlos un poco más. Quizá podríamos comenzar así. Luego podremos explorar el problema que tienes y, con suerte, encontrar una solución para él.

- ¿Con qué tipo de pacientes trabajas?

La actitud de la doctora cambió levemente. Se acercó un poco a ella.

- Trabajo con todo tipo de pacientes adultos con cuadros de esquizofrenia, bipolaridad, trastornos disociativos de identidad o trastornos del humor. He tratado con un gran número de pacientes con trastornos del sueño. Tengo confianza en poder ayudarte, Makedde, si me dejas. Tú ya eres estudiante de psicología y, por lo que me cuenta tu padre, una muy buena estudiante. Estoy segura de que conoces los beneficios de lo que vamos a acometer con estas sesiones, siempre que ambas podamos trabajar juntas para obtener un mismo objetivo.

Mak volvió a mirarse las manos. Hizo un esfuerzo consciente para descruzar los brazos.

«Deja de dar rodeos y enfréntate a ello.»

- Últimamente he tenido algunos contratiempos -comentó-. Pero lo que en realidad me ha hecho decidirme a llamarte es que… anoche hice lo más estúpido que podía hacer.

La doctora Morgan pareció animarse y se inclinó hacia delante.

- ¿Recuerdas que estando en casa de mi padre recibí una llamada de un detective que estaba involucrado en el caso de asesinato que viví en Australia? ¿Recuerdas que todo el mundo estaba pendiente de mí al teléfono?

- Sí, lo recuerdo.

Mak le explicó su historia con Andy: el caso de Sídney, su breve relación, la manera en que la comunicación se había ido deteriorando entre ellos casi un año antes.

- Bueno, pues está en la ciudad, apareció de la nada… Ya sabes que en la universidad se está llevando a cabo una serie de conferencias en torno al tema de la psicopatía.

- He oído algo.

- Andy ha estado en la academia del FBI formándose en criminología y, de repente, aparece en Vancouver para asistir a la conferencia. Vino con uno de los ponentes, que es criminólogo del FBI.

Los ojos de la doctora Morgan se empequeñecieron mientras contemplaba el desarrollo de su explicación.

- Parece que no estás convencida de que esa sea la razón principal por la cual ha venido a Vancouver.

Makedde reflexionó un instante sobre lo que acababa de comentar Ann.

- No lo sé. Supongo que estoy muy sorprendida. No estoy segura de lo que debo pensar.

La psiquiatra anotó algo en la libreta y Makedde permaneció en silencio.

«¿Qué pienso sobre su aparición?»

- ¿Tienes interés en retomar las cosas con este detective?

- No. -La respuesta fue rápida. Quizá demasiado-. Pero eso no significa que haya acabado…

Mak paró de hablar y volvió a cruzar los brazos. «Joder, me he acostado con él. ¡No me lo puedo creer!»

- ¿Y en qué te ha afectado su presencia, Makedde?

Le costó responder a esta pregunta.

«Me fastidia muchísimo.»

- Me siento muy abrumada. Me trae a la memoria demasiados recuerdos. -Miró hacia abajo-. Malos recuerdos.

Se atragantó con las últimas palabras y eso provocó que le brotaran lágrimas de los ojos. «¡No llores! ¡No!» Las lágrimas se adhirieron a sus pestañas e inclinó la cabeza hacia atrás deseando que desaparecieran. Cuando al final cayeron en forma de cascada, le ardieron en las mejillas. Pero no emitió ningún sonido.

La doctora Morgan le ofreció la caja de pañuelos y Mak cogió un par. Se llevó uno a los ojos y a la nariz, conteniendo la respiración, intentando que pararan.

- Lo siento -dijo. Se había sorprendido llorando así, pensando que ya había puesto de su parte. Mostraba muy poca tolerancia hacia su propia pena. Siempre era mejor seguir adelante-. No te imaginas lo devastador que es aceptar que… que estuviste… indefensa -dijo-. Cuando realmente fue necesario… estuve indefensa. Y alguien tuvo que venir a salvarme. -Mak apretó los labios y echó la cabeza hacia atrás.

- Este es un lugar en el que puedes sentirte a salvo para hablar de todo eso, Makedde. Necesitas llorar, pues llora. No hay necesidad de disculparse. Tienes todo el derecho a sentirte disgustada por la experiencia que viviste.

La doctora Morgan estaba muy calmada. Parecía desprender una especie de energía serena y tranquila que hacía que Mak se sintiera bien contándoselo todo. Formaba parte de su trabajo, evidentemente, pero tenía que admitir que era buena.

Le costó un poco recomponerse.

- Es que no puedo creer que Andy esté aquí. Era tan fácil no pensar en él cuando estaba a tantos kilómetros. Podía dejarlo todo allí. Pero entonces aparece.

- Sí, debe de haber sido duro. ¿Crees que es injusto que haya aparecido sin avisarte?

- ¡Sí! -Se limpió la nariz-. Me revienta tanto. Sé que me ha dejado mensajes y que no le he devuelto las llamadas, pero podría habérmelo dicho de todas formas. Me podría haber dicho por qué me llamaba.

- Sí. Eso habría sido lo ideal por su parte -le dijo la doctora.

- ¿No se da cuenta de lo que me provoca su presencia? Quiero decir, ¡me salvó la vida! Me encontró desnuda, sangrienta e indefensa, y me salvó la vida, y no puedo perdonármelo. Me tuvo que salvar. Si hubiera alguna manera de revivirlo… haría lo que fuera por cambiar eso. Yo…

- Ten cuidado con lo que deseas -le dijo Ann.

- ¿Cómo?

- No desees revivir un trauma que ya has experimentado, porque corres el riesgo de atraer la violencia de nuevo hacia ti. Si no es en la vida real, entonces aparece en tus sueños. Ya ha sido suficientemente duro tener que soportarlo una vez, pero es que además lo estás reviviendo en sueños con la intención de encontrar una nueva resolución.

Mak se detuvo para asimilar aquello.

«Dios mío, tiene razón.»

- Nunca lo había pensado así.

Ann la miró directamente a aquellos inteligentes ojos marrones que guardaban tantos pensamientos, tantos secretos.

- Fuiste secuestrada por una persona terrible y la policía consiguió encontrarte antes de que fuera demasiado tarde. El crimen fue que te secuestraran, no que te salvaran, Makedde.

«Pero nadie pudo salvar a mi madre. ¿Por qué me tuvieron que salvar a mí si a ella no pudo salvarla nadie?»

- Ese detective, Andy Flynn, no ha hecho nada malo, excepto, a lo mejor, no mostrarse demasiado sensible con tus sentimientos teniendo en cuenta la situación.

- No, él para mí es malo -espetó Makedde mientras las lágrimas resbalaban libremente por su cara-. No sé lo que es. Creo que en realidad es un hombre decente, pero hay algo en él que indica problemas. Nada más que problemas. -Ahora ya se encontraba más cómoda desahogándose-. De hecho, hace poco que me veo con alguien, por primera vez después de volver de toda aquella mierda en la que me vi envuelta en Australia. Este chico, Roy Blake, parece muy dulce.

Ann levantó la vista.

- ¿Roy Blake? -preguntó.

- Sí. Es alto, atractivo, y trabaja como guardia de seguridad en la universidad. Ya lo sé, policía y guardia de seguridad… No hay mucha diferencia. -Respiró hondo-. Creo que es un buen chico. Está pendiente de mí, me regala flores… -Era consciente de que se estaba yendo por las ramas. Los pensamientos le salían en diez direcciones a la vez.

- Makedde, es una muy buena señal que hayas decidido salir con alguien nuevo. Eso es exactamente lo que tienes que hacer. Salir y disfrutar con la compañía de gente nueva. Es algo que muestra que estás saliendo adelante…

- Pero aún no he acabado. -Abrió la boca para seguir hablando, pero la cerró de nuevo. Aquellas eran palabras duras-. Anoche acabé en la cama con Andy. Pasó. No lo planeé. A eso me refería cuando he dicho que había hecho algo estúpido. No sé. Me siento como una… puta o algo así. Todo está mal. Me refiero a Andy, que apareció sin avisar y me asustó con sus noticias sobre la investigación de la universidad. Los asesinatos de Nahatlatch. Y me hizo sentirme como si algún psicópata estuviera cazando víctimas en la UBC. Que se las llevaba al bosque y las tiroteaba, como si fueran animales… ¡Y es que está cazando en mi universidad! De todos modos, no me encontraba muy bien antes de que me dieran las malas noticias… Me siento como si todo estuviera fuera de control. Yo estoy fuera de control. Es que… he pasado la noche con él…

«Cálmate, Makedde. Estás perdiendo los nervios.»

- ¿No querías hacerlo? -quiso saber Ann.

Mak se tomó un respiro. Pensó sobre ello. Sí, sí había querido que ocurriera. No lo había planeado, pero lo había deseado.

- Estás intentando vencer algunos aspectos justo ahora. Tu insomnio es la manera que tiene tu cuerpo de decirte «Oye, tienes que resolver todo esto». Asegúrate de que cada uno de los pasos que des te acerque más a la solución, Makedde. Creo que ha sido muy acertado que te decidieras a hablar con alguien.

«¿Estás bromeando? No puedo creer que haya tardado tanto.»

- No estoy segura de lo que debo hacer ahora. Nunca me he sentido así. -Makedde pensó en que había estado con Roy y luego con Andy la noche siguiente-. Nunca he actuado así. Tengo miedo de tomar más decisiones erróneas.

- Ten paciencia y empieza por el principio, ¿de acuerdo? Y recuerda que no le debes nada a ninguno de los dos. Es bueno pedir tu propio espacio.

«Pero a Andy le debo mi vida.»

«Le debo mi puñetera vida.»

La doctora Morgan le había sugerido que se vieran al cabo de dos días y a Mak le pareció bien. Condujo hasta casa sintiéndose agotada. Se tiró en la cama durante varias horas antes de que el sueño se apoderara de ella.

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