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Después de seis sólidas horas de sueño, Makedde Vanderwall se levantó somnolienta, pero no angustiada. La media píldora que se había tomado para dormir le había concedido un plácido sueño sin pesadillas. Las había comprado para los vuelos largos, pero, hasta ese momento, nunca las había utilizado.

«Relájate. Todo va a ir bien.»

Mak esperaba que Roy respetara su petición de espacio. Seguramente la dejaría en paz. Lo único que tenía que hacer era mantenerse firme. Y, además, Andy pronto se marcharía. Así solo tendría que perdonarse a sí misma por su falta de sensatez momentánea en el hotel Renaissance y recuperarse de aquello. Ann tenía razón, no había hecho nada malo. Al fin y al cabo, también era humana y estaba pasando una temporada bajo bastante estrés. Además, Jaqui estaría orgullosa de que se hubiera entregado a la pasión del momento, si reunía el valor para contárselo. Su corazón habría progresado mejor sin la experiencia o sin el recuerdo de esta, pero no importaba. Aquel era el último adiós. Pronto Andy se marcharía y ella quedaría en paz.

Y entonces podría dormir. Sin medicinas.

Y podría acabar su tesis y estaría bien.

Entonces sonó el teléfono.

Cansada, Mak se dirigió hacia la mesita de noche donde se encontraba el chirriante aparato. Si era Roy, solo tendría que decirle lo que hacer.

Se llevó el auricular a la oreja.

- ¿Hola?

- ¿Makedde? -Era una voz desconocida.

- Sí.

- Makedde, soy Ann.

- Hola. ¿Qué tal? -contestó, algo sorprendida por aquella llamada inesperada-. No he reconocido tu voz.

- ¿Has llegado ya a casa? -preguntó Ann.

Automáticamente, Makedde echó un vistazo al contestador que estaba en la cocina. Pudo ver que la luz de los mensajes estaba encendida.

- Sí, eh… de hecho, estaba durmiendo. ¿Has intentado localizarme?

- ¿Durmiendo? -Una pausa-. Sí, he intentado encontrarte antes.

Makedde no había oído sonar el teléfono.

- Hay algo que me gustaría preguntarte, en persona. ¿Podrías acercarte… lo más pronto posible? A mi casa…

- ¿Ocurre algo? -quiso saber Mak.

- No, nada per se, pero me gustaría hablar contigo. No es necesario que te alarmes.

- Me aseo un poco y voy para allá. ¿Cuál es tu dirección?

Tomó nota de la calle. Parecía bastante cerca y con sus indicaciones creyó que no sería complicado llegar a su casa.

«¿Qué significa esto?» Había comenzado a notar un dolor punzante en la cabeza. Su instinto le decía que algo iba mal.

No había mucho tráfico y al cabo de poco tiempo Makedde estaba prácticamente al lado de la casa de la doctora Morgan, Al acercarse, comprobó la dirección de nuevo. El lugar era curioso, con un paseo de arbustos verdes y una serie de pasos que llevaban hasta un porche que daba la bienvenida a los visitantes con la luz encendida.

Mak aparcó a Zhora fácilmente en aquella calle tranquila, delante de la casa de Ann, algo distinto a intentar aparcar en su casa, en el «cool Kitsilano», como Ann lo había llamado. Apagó el motor y se quedó sentada durante un momento en la oscuridad.

«Quiere hablar conmigo de algo. Es casi lo mismo que me dijo Andy.»

Mak salió del coche, cargada únicamente con su bolso, y se dirigió al porche. Llamó al timbre. Pocos segundos después, oyó unos pasos que se acercaban y Ann apareció en la puerta. La hizo pasar con rapidez.

- Estoy encantada de que hayas venido -le dijo Ann. El ver en la doctora una mueca de preocupación hizo que Mak se desestabilizara-. Por favor, siéntete como en tu casa.

Ann le pidió que se sentara y luego desapareció hacia la cocina, supuestamente para ir a buscar algún refresco. Makedde tomó asiento en el sofá, en la esquina más cercana a la mesa que había al lado. Vio que Ann estaba leyendo People of Heaven. El punto de lectura, una especie de flor seca laminada sobre un trozo de papel de color malva, estaba colocado cerca de la contraportada.

- ¿Qué te apetece beber?, ¿agua con gas?, ¿vino? -le preguntó Ann desde la cocina.

- Agua, gracias -respondió Mak.

Ann volvió al salón un par de minutos más tarde con dos vasos altos llenos de agua mineral. Estaban helados y sonaban dentro los cubitos de hielo que se iban consumiendo con el movimiento. Colocó la bebida de Makedde en la mesa, sobre un posavasos, y se sentó en la butaca adyacente.

- Bueno, ¿cómo estás?

- Bien. Gracias de nuevo por aceptar verme. Creo que realmente me ayudó a quitármelo de encima.

- Es un placer, de verdad. Gracias por haber venido. -Su rostro se ensombreció-. Makedde, soy consciente de que esta es una situación poco convencional, pero quería preguntarte algo y he creído que no podía esperar.

El inconfundible sabor a terror se asentó en el paladar de Makedde. Cruzó los brazos y se le hizo un nudo en la garganta.

- El otro día, en nuestra sesión, dijiste que el hombre con el que habías estado saliendo últimamente se llamaba Roy Blake -dijo Ann.

El estómago de Makedde se puso tenso.

- Sí.

Ann asintió.

- ¿Me lo podrías describir? Físicamente…

Makedde se agitó en el sofá. No le gustaban los derroteros que estaba tomando aquella conversación.

- Bien, pues es… eh… muy alto. Debe de medir un metro noventa y cinco más o menos. -Se recordó que debía respirar. Por alguna razón no lo hacía con naturalidad-. Es un chico bastante atractivo. No sé si conocerás a este actor, Vince Vaughn… Se le parece. -Miraba al hablar, imaginándoselo, A su pesar-. Tiene el pelo corto y de color castaño, como los ojos. Va afeitado. Puede que tenga algún año más que yo, casi treinta años o treinta y pocos, diría. Trabaja como guardia de seguridad en la universidad…

Ann volvió a asentir hacia ella y Makedde detuvo su laberíntica descripción.

- Sí -afirmó Ann con suavidad, en un tono que mostraba tanto reconocimiento como arrepentimiento-. Me sonó el nombre cuando lo mencionaste. Es que trabajé con un paciente con el mismo apellido hace unos años. Hoy he revisado mis archivos para estar completamente segura de que el nombre era el correcto. -Hizo una pausa-. ¿Te ha comentado Roy alguna vez que tuviera un hermano?

Entonces sonó el teléfono, rompiendo la tensión de la conversación.

Ann se levantó de inmediato.

- Perdóname, por favor. Estoy esperando una llamada importante.

Aún se la veía algo nerviosa. Mak encontró extraño verla de aquella manera.

Ann se dirigió hacia el teléfono que estaba en su habitación y cerró la puerta detrás de ella al entrar. Rezó para que fuera Roy.

- ¿Hola?

- Hola, ¿podría hablar con la doctora Morgan, por favor?

- Soy yo.

- Soy Roy Blake…

«Gracias a Dios.»

- Roy. Hola. Gracias por devolverme la llamada…

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