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Un mes después

Era el día favorito del año de Makedde Vanderwall, el día de la noche, el día en el que los vampiros y las brujas se mezclaban amigablemente con los mortales. Durante aquella noche de Halloween, el cielo estaba iluminado por una luna llena naranja y brillante que colgaba muy cerca de la ciudad de Vancouver. La luna llena en Halloween era algo impredecible. Los policías locales pensaron que tendrían una noche movida, y no se equivocaron.

A las siete y media de la tarde, Makedde se despertó de su siesta, aquella siesta de dos horas que se echaba cada Halloween desde que tenía uso de razón. Todavía le gustaba dormir durante el atardecer y levantarse cuando ya era de noche, tal y como su madre le obligaba cuando era niña.

Se despertó sola en su antigua habitación, vestida aún con unos vaqueros y una camiseta. Bostezó y se estiró, arqueando la espalda. Miró a la habitación iluminada por la luna, que sugería la forma de la librería en la que seguían amontonadas las historias que su madre le solía leer: Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak; Los pequeñines macabros, de Edward Gorey, y la colección completa de Dr. Seuss, desde Huevos verdes con jamón a El gato garabato. Sus ojos se fueron adaptando poco a poco a la oscuridad y vio el suéter en una silla que tenía cerca y los pendientes de diamante pequeños de su madre, que siempre se ponía, en la mesita.

Sintió el azote de la soledad.

«Te echo de menos, mamá.»

Cuando era pequeña, apenas estaba sola y menos aún ese día del año.

Se incorporó y se frotó los ojos.

Mak hacía lo posible por encontrar la parte positiva de lo que le había ocurrido en septiembre. Era una superviviente y, lo más importante, había acabado con el estrambótico reinado del horror de Daniel Blake. Pero no podía olvidar la cara de Daniel: la mirada de rabia homicida, y la agonía cuando yacía en el suelo con el cuchillo clavado en el cuerpo, y el grito final cuando la bala lo perforó, haciéndole emprender un rápido viaje hacia la muerte para reencontrarse con su hermano gemelo; un fin violento para una vida violenta y torturada.

Makedde se sintió triste por Roy. Por lo visto, había tomado algunas decisiones en su vida demasiado inocentes, pero parecía que lo había hecho con buena intención. Con el fin de proteger a su hermano lo había alejado de las manos de la gente que podría haberlo ayudado. No había entendido de qué era capaz al padecer aquella enfermedad. Ni tan siquiera Ann podía haberlo adivinado hasta que fue demasiado tarde.

Ann creía que tal vez su padre había abusado de Daniel, tanto mental como sexualmente. Por alguna razón debía de haber decidido tomarla con el chico. Su madre lo había descubierto. Por eso se marchó. Pero nadie había sido capaz de localizarla desde entonces y, seguramente, ahora sería imposible. Y su padre, el cazador por excelencia, abusara de ellos o no, ahora era un hombre viejo y senil que vivía en una residencia.

Parecía improbable que alguien pudiera llegar a conocer la verdad.

Mak se puso el suéter y los pendientes de su madre, y caminó enfundada en sus calcetines gruesos de invierno desde la cama hasta el comedor familiar. Miró de arriba abajo por la ventana de la fachada principal. El cristal estaba adornado con decoraciones de Halloween que su padre conservaba desde hacía quince años y que pegaba año tras año. Representaban a una bruja verde sonriente que montaba en su escoba sobre una gran luna naranja. En el mismo lugar colocaba a Santa Claus y a su reno en Navidad o al conejito de Pascua en abril. Mak sonrió al ver aquellos viejos adornos y se aproximó a una de las paredes más cercanas para conectar a la corriente eléctrica una calabaza de plástico de la que emanaba una luz brillante. Estaba colgada de la ventana más cercana a la entrada frontal. Tenía dibujada una sonrisa con un solo diente y complementaba el conjunto decorativo de Halloween. Por último, encendió el interruptor de la luz del porche, señal de que la casa tenía caramelos para ofrecer a los niños que se acercaran hasta ella disfrazados ofreciendo susto o trato.

«Feliz Halloween.»

El teléfono sonó cuando llegó a la altura de las escaleras. Se dio la vuelta, saltó de dos en dos los peldaños y resbaló por el linóleo de la cocina.

- ¿Diga?

- Abre los ojos, Mak, que viene Dios a verte con una bolsita de caramelos -le dijo una voz conocida.

- ¡Papá! -Se animó de repente.

- ¿Cómo está mi chica?

- Estoy bien. Y tú, ¿cómo estás? ¿Cómo se encuentra Ann?

Su padre había pasado mucho tiempo el mes anterior con Ann Morgan, que se recuperaba bien. Estaba claro que había algo bonito entre los dos y Mak se sentía cómoda con ello. Quería que su padre fuera feliz y Ann le gustaba mucho para él, pero eso no impedía que en ocasiones se sintiera extraña. Después de todo, Ann Morgan era la primera «novia» de su padre desde que había enviudado. Y, como si esta dinámica pudiese ser aún más embarazosa, resultaba que Ann conocía toda la parte oscura de sus miedos más profundos y sus peores experiencias, y, además, Mak había presenciado cómo Ann había tenido que luchar por su vida con un atizador. La verdad es que no era exactamente una manera muy convencional de iniciar una relación.

- Espera…

- Hola, Makedde -dijo una voz de mujer-. Feliz Halloween. -Era Ann.

- Oh -exclamó Makedde, a quien aquella intromisión había cogido desprevenida-, feliz Halloween. ¿Cómo estás?

- Muy bien. Espero que podamos vernos la semana que viene. Pronto seré mejor compañía, tendré más movilidad.

- No tengas prisa, ¿vale? Prométemelo.

- Hecho.

Su padre volvió a retomar la conversación telefónica.

- Por cierto, la prensa aún no ha abandonado. No saben dónde te encuentras, así que te estoy haciendo de escudo.

- Para eso están los padres.

- Sí. Me ofrecen cinco cifras solo por una foto tuya.

- Mmm… A mi representante le encantaría eso -dijo ella-. Si hace algo así a mis espaldas me lo cargo.

- Y el profesor Gosper ha estado merodeando de nuevo. Quiere hablar contigo.

Makedde soltó un suspiro de irritación.

- Lo sé, lo sé, para poder escribir mi historia. Muy amable por su parte. Dile que se vaya a hacer gárgaras, papá. Si quiero que alguien escriba mi historia, seré yo quien lo haga.

Una pausa.

- Cariño, pues no le he mandado a hacer gárgaras.

«Oh, no.»

- ¿Ah, no? ¿Y entonces qué has hecho? No le habrás prometido que hablaría con él, ¿verdad?

«No ha podido hacer eso…»

- No. Le he mandado a la mierda.

- ¡Papá! -dijo chillando-. ¿Le has dicho eso? Vaya lengua… -No era habitual que su padre dijera palabrotas.

- ¿Estás sola?

- Hasta ahora sí.

Ya sabía qué le iba a decir.

- Llámalo.

- Sí, papá, bueno, que tengáis buena noche -le soltó cambiando el tema.

- Tú también.

- Y gracias por llamar -le dijo-. Te quiero, papá.

- Y yo a ti.

Sonriendo para sus adentros, se acomodó en el sofá detrás de la bruja de la escoba. Estiró los brazos por detrás del asiento y descansó el mentón, mirando por la ventana a los niños que iban disfrazados y que se paseaban con los farolillos. Uno iba vestido de alienígena; otro, de Drácula; una, de hada; otro, de Frankenstein, y otro, de dálmata.

«Voy a llamarlo», pensó.

Ahora que el doctor Harris había vuelto a Quantico, Andy había viajado desde Vancouver para verla. Ambos habían decidido que era demasiado íntimo que se quedara a dormir en la habitación de invitados de la residencia Vanderwall, así que Andy estaba gastando lo que le quedaba de ahorros en un hostal cercano, el más barato posible. Pero, durante los dos últimos días, había alquilado una cama diminuta en la habitación de invitados de la casa de una anciana bastante aterradora que tenía unas ideas extrañas y demasiados gatos.

Él había planeado marcharse a Australia al cabo de una semana, pero Mak se imaginaba que no aguantaría mucho más en aquella casa. Tendría que salvarlo. Eso sí, si se comportaba correctamente.

Le había soltado unas cuantas indirectas no muy sutiles sobre la idea de volver juntos a su país, pero ella no estaba del todo segura. «Aún no has superado el choque -se dijo a sí misma-. No vayas a refugiarte en sus brazos esperando que te salve de los recuerdos de lo que ha ocurrido aquí.» Pero tenía ganas de verlo, y no quería estar sola durante su noche favorita del año.

Quizá podría hacer que se pintara la cara y que abriera la puerta con una gran capa o algo por el estilo. Sería divertido.

El número de su residencia estaba en el corcho de la cocina que había al lado del teléfono. Lo marcó.

- ¿Dígame?

- Llamo para hablar con uno de sus huéspedes, Andy Flynn.

- Un segundo. Está viendo la televisión -dijo la señora.

Mak se rió entre dientes.

- ¿Hola?

- Hola, Andy. Soy Mak.

- Vaya, reconocería esa voz en cualquier parte -le dijo él. Y, por supuesto, ella reconocía la suya.

- ¿Te apetecería venir a casa? -le preguntó, sintiéndose como una quinceañera rebelde que se quedaba a solas en casa-. Podríamos pedir que nos trajeran algo de comer y ver todas las películas de vampiros y hombres lobo que echen por televisión. ¿Qué me dices?

- ¿Quieres que me pierda el especial de Halloween de Charlie Brown y la calabaza embrujada del huerto de calabazas? Me estoy divirtiendo mucho, ya sabes que me gusta.

Mak no pudo contener una risita.

- Sácame de aquí -le oyó decir en voz baja-. Estaba esperando que me llamaras.

- Recomendé al invitado de honor, ¿no? Pero nooo… -Se rió-. Bueno, no quisiera que te perdieras el especial de Charlie Brown que dan en casa de la abuelita. Pero La leyenda de Sleepy Hollow es lo próximo que van a poner, así que si lo que necesitas es alguien a quien abrazar cuando te asustes…

- Voy ahora mismo.

Con una sonrisa de oreja a oreja, volvió a la ventana.

Fuera había empezado a llover. Vio que algunos padres acompañaban a sus hijos a ponerse a cubierto. Otros habían abierto sus paraguas y se dirigían corriendo hacia casa, y otros tiritaban y esperaban a que amainara. Con suerte, escamparía en poco tiempo. Era más divertido cuando había que caminar bajo la lluvia; parecía que realmente estuvieran en el infierno con todas aquellas capas de vampiros, sin mencionar el maquillaje.

La lluvia la deprimía y volvió a pensar en lo que le había dicho Ann.

«Ten cuidado con lo que deseas.»

Makedde supuso que al final había obtenido lo que había pedido: otra oportunidad para probarse a sí misma, para salvarse la vida. De alguna manera, volvía a sentirse completa.

- Fuiste a salvarme -le dijo a Andy-, pero esta vez no lo he necesité…

Andy y su padre se encontraban en su apartamento buscando alguna pista cuando les dijeron que Mak había llamado a emergencias desde una cabaña que estaba en medio del bosque en Squamish. En esta ocasión no había necesitado a nadie para que le salvara la vida, aunque suponía que no podría haber vuelto a la cabaña sana y salva de no haber sido por la pelea entre los hermanos. La riña le había proporcionado el tiempo que las otras víctimas no pudieron permitirse.

Las familias de Debbie Melmeth y Susan Walker la habían llamado. Encontraron consuelo al saber que el asesino de sus hijas estaba muerto, pero nada les devolvería a sus niñas. Nada de lo que nadie pudiera hacer cambiaría ese hecho.

No importaba qué ser superior o qué fuerza diera forma a la vida de Makedde; tenía en mente una imagen infinitamente mayor de la que podía tener ella. Ahora, más que nunca, estaba convencida de aquello. No importaba cuáles fueran sus miedos; al final se convertirían en realidad. Pero de lo que se estaba dando cuenta era de que la adversidad, más que ser una maldición, era, de hecho, un gran regalo. Una vez que los mayores miedos de alguien se vuelven realidad, ya no representan ninguna carga. Has sobrevivido, te has vuelto más fuerte y eres libre.

El timbre de la puerta sonó.

Makedde miró con cautela por la mirilla y vio la cara de Andy.

- ¿No vas a pedirme susto o trato? -le preguntó mientras abría la puerta.

- ¿Cómo?

- Nada, no importa. Vamos, entra.

Andy estaba mojado por la lluvia y vestía pantalones vaqueros y una chaqueta de piel. Traía consigo una botella de vino.

Se acomodaron para ver todos los especiales que pusieran aquella noche, mientras los interrumpían los aventureros disfrazados que se acercaban a pedirles caramelos a pesar del mal tiempo. De vez en cuando, los visitantes se dejaban caer, y mientras tanto ellos se abrazaban en el sofá. No hacía falta hablar.

Makedde sucumbió al sueño alrededor de la una. Le dio un beso de buenas noches a Andy y lo vio dirigirse hacia la habitación de invitados; no quería que volviera a casa de la anciana. Pero las pesadillas no tardaron en apoderarse de ella otra vez. Estaba corriendo y había monstruos, unos monstruos horribles que la perseguían: vampiros y zombis gemelos. Oía sus pasos detrás de ella, cómo la seguían, y eran rápidos, demasiado rápidos incluso para unas piernas tan atléticas como las suyas. Se quedaba sin respiración mientras jadeaba y corría, y de repente todo se quedó en silencio. Había encontrado un oasis en la oscuridad, un refugio temporal detrás de un gran árbol lleno de nudos como los que había en el bosque cuando los gemelos la secuestraron. Y entonces oyó un sonido… un chasquido de ramitas… no, un roce, no sabía dónde… El sonido era real, y abrió los ojos de golpe.

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