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Makedde miró con odio y confusión a su secuestrador.
«¿Por qué haces esto, Roy?»
Pero, sin que Makedde lo supiera, en realidad era Daniel, el hermano de Roy, quien tenía la mirada fija en la carretera mientras conducía a toda velocidad para trasladarla al campo. Cuando se giró y la pilló mirándolo, él le sonrió y dejó escapar una risita ahogada carente de sentido del humor.
«Y pensar que esa sonrisa me gustaba…»
Amordazada, lo único que podía hacer era observar a través de la ventana, intentar captar la visión de algo reconocible: la parte alta de un edificio conocido, un monumento, una señal de autopista, cualquier cosa que pudiera ayudarla a formarse una idea de adónde se dirigían.
Nada. El cielo era oscuro y solo se veían algunas copas de árboles. Nada que fuera realmente útil.
Ojalá pudiera alcanzar la manija de la puerta del coche, saltar de él… Pero se movían a mucha velocidad. Aunque sobreviviera a la caída, él podía dispararle como si fuera un caballo cojo, ya que quedaría herida en el asfalto. Ya había matado a Ann, después de todo. ¿Y qué podría ocurrir si hubiera otro coche? ¿Un testigo? Pero Makedde se lo pensó mejor. Era bastante probable que asesinara a cualquier testigo que se detuviera a ayudarla.
«¿Es el asesino de Nahatlatch? ¿Es el responsable de haber matado a las estudiantes de la universidad?»
Ahora todo encajaba. Roy era guardia de seguridad de la UBC… tenía acceso a todas las estudiantes, confiaban en él.
¿La llevaría hasta Nahatlatch para dispararle y enterrarla allí? ¿O cambiaría de ubicación esta vez? ¿Cuánto sabría sobre la investigación?
Volvió a pensar en la manilla de la puerta. ¿Podría tirar de ella con las muñecas atadas? ¿Valía la pena que le acabara disparando por ello? ¿Qué era mejor, morir intentándolo o esperar a tener una nueva oportunidad?
