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El teléfono sonó varias veces el sábado y cada vez que lo hacía Makedde daba un respingo, escuchando nerviosa a escondidas las conversaciones de su padre hasta que se quedaba satisfecha al comprobar que no era Andy.

No llamó. De todos modos, Mak no sabía qué habría hecho si hubiera llamado. No estaba preparada para hablar con él de nuevo, pero su curiosidad podía más.

«¿Qué estará tramando en Quantico? ¿Por qué me llama?»

A las tres en punto el padre de Makedde recibió una llamada de Theresa. Llegaría con su marido, Ben, y su pequeña, Breanna, al cabo de menos de una hora. Aunque ya le habían avisado de la visita, la verdad era que Mak no estaba de humor para ver a su hermana. Cuando, por casualidad, oyó la llamada, desapareció enseguida en el estudio de su padre, se sumergió en El manual de diagnóstico y de estadística de los trastornos mentales y mantuvo su nariz pegada al libro hasta que sonó el timbre, treinta minutos más tarde.

- ¿Makedde? ¿Mak? -Su padre remató sus llamadas con una ronda de golpes en la puerta del estudio.

- Sí, papá.

La puerta crujió al abrirse.

- Tu hermana ya está aquí con Ben y Breanna. Venga, sal y salúdalos. -La miró con desconcierto al verla sentada y en posición arqueada metida en aquel libro tan espeso.

- Vale -dijo ella, y puso una marca en la página-. Perdona, tardo solo un minuto.

Cuando hizo el gesto para levantarse, él se dio la vuelta para volver con su hija pequeña, susurrando «Rata de biblioteca…» o algo parecido.

No es que Makedde no quisiera a su hermana. Sí la quería. Pero a veces Theresa tenía la habilidad de irritarla, y Mak no estaba de humor últimamente. No sabía muy bien si sería a causa de la falta de sueño o de la sobrecarga de hormonas premenstruales. Podía ser arriesgado que Theresa la visitara encontrándose así. No tenía intención de reaccionar mal.

La misteriosa llamada de Andy tampoco había ayudado demasiado al humor de Makedde o a que pudiera conciliar el sueño. Aquel hombre significaba complicaciones, y ella lo sabía. Se preguntó por un momento si su problema tendría algo que ver con la falta de sueño. Pero no, ese sería el tipo de afirmación que haría su amiga Jaqui Reeves.

«Estás bien. Solo estás a punto de tener la regla y de completar la tesis.»

Se deshizo de cualquier pensamiento sobre Andy y cruzó el pasillo enmoquetado.

Con un poco más de metro y medio, Theresa era unos cinco centímetros más bajita que Mak, exactamente la misma altura de su madre. Theresa tenía veintitrés años y era la hermana menor solo por tres. Su bonita cara era un poco más pálida y redonda que la de Makedde, y casi nunca se maquillaba. Tenía el pelo castaño y liso natural, y llevaba un corte limpio por encima de los hombros.

Theresa se arreglaba siempre con un estilo muy conservador y, a pesar de que nadie de su familia fuera particularmente religioso, tenía aspecto de estar siempre preparada para arrodillarse y rezar. Mak pensaba más bien que le encantaba ser remilgada. Llevaba una chaqueta de algodón abrochada de arriba abajo y unos pantalones de sport Eddie Bauer. Era ella quien se los había comprado a su padre.

Su marido, Ben, era un buen tipo, contable, que había nacido en la isla y moriría en la isla. Sin ninguna duda. Medía lo mismo que su mujer y aparentaba menos de los veintiséis años que tenía. Vestía una camiseta de cuadros escoceses azul cielo, del tipo que Makedde pensaba que llevaban los leñadores yuppies. También era de la marca Eddie Bauer. Su pelo era castaño. Sospechaba que se aplicaba crema para tenerlo tan suave. Mak quería despeinárselo. Solo con unos mechones bastaría.

«Aj. ¿Qué me pasa?»

Abrazos por todas partes. Mak se sentía tensa y cumplidora. Estaba preocupada por ser tan negativa. ¿Cuál era su problema exactamente? ¿Que su hermana parecía tan racional y perfecta a ojos de su padre? Casada y con hijos. Les se preocupaba por Mak más de lo normal, no estaba contento con ella; en cambio, Theresa siempre había sido la más estable. Predecible. Makedde era lo que algunos llamarían de un modo educado una «luchadora», siempre viajando de un lado a otro. Siempre metida en problemas.

Theresa y su familia se dirigían hacia el comedor seguidos por su padre. Mak iba detrás a una distancia prudente, intentando aún prepararse mentalmente para la visita.

¿Alguna vez llegaría ella a estar en aquel comedor con sus propios hijos y su marido, y con su padre sonriendo como un niño ante esa escena? Al parecer, no sería pronto.

Cuando Mak tenía veinte años, su familia la animó para que se casara con un chico de la zona llamado George Purdy. Cuando ella se enteró de que la había estado engañando, Mak lo plantó y tiró su anillo de prometida junto a un montón de cartones de leche y latas de conserva a la entrada del supermercado Safeway.

Llevaban ya cuarenta y cinco minutos viendo fotografías de la niña antes de que Theresa se pusiera manos a la obra. Lo que suponía unos cuarenta y cinco minutos más de lo normal.

- Papá me ha dicho que no estás demasiado bien -afirmó.

Mak parpadeó y alzó la vista del montón de fotos de Breanna, que llevaba un lazo con topos rosas y amarillos en el pelo, solo para verificar. Sí, el comentario iba dirigido a ella.

- ¿Perdona? -dijo.

- Por lo visto has estado despierta durante toda la noche, dando vueltas.

- Insomnio -murmuró Les desde la seguridad de su butaca en la otra punta de la habitación. Tenía el álbum de Breanna y jugaba con una bola naranja.

- Papá, no tengo insomnio -dijo Mak-. Solo tengo dificultades a veces para conciliar el sueño. No es nada del otro mundo. -Si sacaba el tema de la psiquiatra lo estrangulaba.

Theresa tenía a Breanna en sus rodillas y la mecía suavemente. Su adorable carita se giró hacia Mak y le sonrió con la cara iluminada. Era contagioso y Mak no pudo evitar corresponderle con el mismo gesto. Breanna era muy bonita, de eso no cabía la menor duda. La pequeña tenía unos rizos casi blancos que le coronaban la cabeza y unas orejas que le sobresalían un poco. Su boquita era como una cereza regordeta y sus inquisitivos ojos eran del optimista color del cielo azul e igual de amplios.

- Y tener «dificultades para conciliar el sueño», ¿no significa que sufres insomnio? -preguntó Theresa.

La sonrisa de Makedde se desvaneció. Volvió a mirar a su hermana, que, increíblemente, no había hecho más que empezar.

- No entiendo cómo aún quieres sacarte el puñetero doctorado después de toda la pesadilla de Sídney. Sin mencionar lo que ocurrió con Stanley. En qué, ¿psicología forense? No me extraña que no puedas dormir. Siempre leyendo sobre psicópatas y violadores…

«Un golpe bajo, hermanita.»

El vello del cuello de Mak se erizó. El incidente con Stanley había ocurrido hacía muchos años y ahora estaba en prisión. No tenía nada que ver con su doctorado. Era totalmente irrelevante. Y de todas formas, ¿qué narices quería decir con «puñetero doctorado»? Ella nunca había fastidiado a Theresa por sus aspiraciones de ser madre y ama de casa. Si no era por ser modelo y no lo bastante «intelectual», era por lo de ser psicóloga forense y porque no era lo bastante «bueno». Parecía que Theresa tenía que ser negativa siempre con lo que hiciera su hermana, fuera lo que fuese.

- La universidad no es segura hoy, ya lo sabes. Especialmente en un campus tan grande como el de la Universidad de British Columbia. -Theresa dirigió su comentario al resto de la sala como si fuera un anuncio importante para el servicio público-. ¿Qué es lo que oí el otro día? ¡A una de cada tres estudiantes la han asaltado o acosado sexualmente en ese lugar! ¿Me oyes? ¡Una de cada tres!

- Creo que ese estudio en particular decía una de cada seis, que ya es lo bastante fuerte como para que encima lo exageres tú -dijo Mak con suavidad-. Y creo que esos resultados se han discutido bastante.

- Bueno, pues una de cada seis, no importa. -Theresa respiró profundamente.

«No, aún no ha terminado de enmendarme.»

- Y esa chica desaparecida… ¿Cómo se llama? ¿Susan Walker? Era estudiante de la UBC, ¿sabes? Vivía en el campus. El otro día vi a su prometido en las noticias, rogando que se facilitara información sobre su paradero. Su madre estaba llorando. Creen que ha sido secuestrada. No sé cómo puedes sentirte segura allí…

«No lo digas.»

- Especialmente con lo que has pasado.

«Lo ha dicho.»

Ben se mantuvo en silencio. Theresa no.

- Y esos que administran la droga. Hacen que las chicas se despierten en la cama de desconocidos sin ni siquiera recordar cómo han llegado hasta allí. Ropnol, creo que utilizan. Es una epidemia.

- Rohypnol -la corrigió Mak educadamente.

Como tranquilizante, el fármaco era legal en sesenta y cuatro países para tratar el insomnio, la ansiedad, las convulsiones y la tensión muscular. Y aunque era ilegal en Canadá y en Estados Unidos, se había conseguido colar de alguna manera por la puerta de atrás. Estaba muy al corriente de todo eso.

- El tipo de hombre que vaga estos días por el campus…

Mak miró la pared blanca que había detrás de su hermana. Si observaba con atención, podía incluso ver los brochazos de su madre. Consiguió apartar de su mente por completo la voz familiar, mientras su hermana continuaba pronunciándose sobre los peligros que acechaban Vancouver, la UBC y la vida de Makedde en general. Mak quería pedirle que dejara de alentar a su padre para preocuparlo más de lo que ya lo estaba, pero se mordió la lengua. El insomnio estaba minando su fuerza y estaba demasiado cansada para discutir.

Mak miró a Breanna en busca de un poco de sabiduría. La pequeña escudriñaba la habitación con unos ojos enormes y su mirada iba desde los labios de su madre hasta los de su padre y, luego, de vuelta a los de su madre. Finalmente se posó en el cuello de la camiseta de esta, del que entonces decidió tirar. Theresa le quitó la manita con suavidad mientras seguía hablando. Makedde veía los labios de su hermana moverse, sin escuchar nada.

Al sufrir lo que parecía el traqueteo de un gran tren de vapor en la cabeza, Mak se excusó en el estudio, citando fechas de entrega de su tesis. Abrió su libro por donde había dejado la marca, en la sección sobre trastornos de personalidad, pero no pudo mantener los ojos abiertos para leer mucho tiempo. Al poco rato inclinó su agotada cabeza sobre el libro y entró en una agitada siesta.

Volvió en sí a la hora de cenar y bajó las escaleras restregándose los ojos y oliendo la comida. Giró en dirección al comedor, miró hacia la mesa y…

«Vaya.»

Había una desconocida, una mujer, y estaba hablando con su padre. La mujer la miró y dijo:

- Hola, Makedde. -Y luego retiró la silla y se levantó tendiéndole la mano para saludarla-. Soy Ann.

«Dios mío, la psiquiatra.»

Su cara era cálida e inteligente. Tenía el pelo elegantemente corto de color castaño rojizo. Se la veía una mujer asentada a la que Mak echaba unos cuarenta y cinco años. No muy alta. Llevaba pantalones de sport y una blusa suelta, informal pero elegante, con unos pequeños pendientes de perlas como único complemento. Tenía un aspecto agradable y los rasgos uniformes, unos grandes ojos marrones y una sonrisa magnética a lo Julia Roberts.

Mak le dio la mano.

- Es un placer conocerte -le dijo.

- Igualmente -respondió la mujer-. He oído hablar mucho de ti.

«Apuesto a que sí.»

Ann leyó la expresión en la cara de Mak y añadió:

- Siempre bien. He oído que eres una estudiante brillante y una excelente modelo.

Mak no sabía qué responder. No podía decir que hubiera oído hablar mucho sobre ella, porque no sería verdad. La noche anterior, su padre, obviamente, le había insinuado de manera sutil que esa mujer era importante para él, y Mak se había puesto muy paranoica y se había encerrado en su propia miseria exagerándolo todo un poco. Había reaccionado a la defensiva muy rápido.

«Qué estúpida soy.»

Mak se instaló en la mesa. Todo estaba ya preparado. La comida estaba lista; la mesa, puesta; los invitados, sentados…

- Lo siento, no he ayudado con nada. He perdido la noción del tiempo. -Mak soltó una risa nerviosa cuando se dio cuenta de que sin querer había caído en el mismo tópico otra vez-. Yo me encargaré de recogerlo todo -añadió.

Observaba cómo su padre le servía a su nueva amiga arroz, pollo y un surtido de verduras. Ann le dedicó una sonrisa al darle las gracias y Mak se dio cuenta de que había pillado a su padre con una ligera mirada empalagosa.

«Vaya.»

«¿Esto es…? ¿Están… interesados el uno en el otro?»

Echó una mirada a Ann y al dedo en el que se lleva el anillo de boda. Nada. «Vaya, otra vez.» «Estaba casada con el sargento Morgan», le dijo su padre la noche anterior. «Estaba.» Obviamente, había mantenido su apellido de casada. ¿Cuándo habría ocurrido todo eso?

- Así que estás de visita en la isla -comentó Mak desinteresadamente.

- Sí, tengo aquí algunos amigos, pero vivo en Vancouver. Tú también, por lo que me han dicho.

- Sí, en Kitsilano.

- Yo no estoy muy lejos de allí. No es una zona tan buena, me temo. Kits está bien.

- Me gusta.

- Sigo prefiriendo Victoria -intervino Theresa con un tenedor lleno de arroz en la mano.

- Sí, esto es muy bonito -dijo Ann-. La ciudad jardín. No estamos lejos de los jardines Butchart, ¿verdad? Hace años que no voy.

Les alzó la vista.

- Mmm… Pues podríamos organizar una excursión la próxima vez que vengas. -Le salieron las palabras torpemente.

«Audaz, papá. Muy audaz -pensó Mak-. A por ello.»

- Me encantaría.

«No me puedo creer que esté presenciando cómo mi padre pide una cita.»

- Este pollo es magnífico, papá -dijo Theresa, ajena a la conversación-. Le enseñé hace poco la receta -añadió con orgullo.

Él sonrió afable.

- Bueno, mi hijo Connor acaba de hacer un máster justo ahora de cómo tostar pan -dijo Ann, y todos rieron-. Sé cuándo se ha cansado de la comida basura porque aparece sin avisar y me limpia la nevera.

El repiqueteo del teléfono rompió el momento.

«No, ahora no.»

- Yo no lo cojo -espetó Mak.

La llamada resonó por toda la casa y el sonido se amplió en coro por varias habitaciones. Había tres teléfonos en casa de los Vanderwall y todas las personas que estaban a la mesa levantaron la vista para mirar al que tenían más cerca, que era el que colgaba de la pared de la cocina. Todos excepto Les Vanderwall. Él tenía la vista fijada en Makedde.

- No voy a cogerlo -dijo-. Estamos en mitad de la cena.

Mak era la que se encontraba sentada más cerca del aparato. Por desgracia, su corta siesta no la había liberado del dolor de cabeza, que parecía agudizarse con cada timbrazo.

- Por Dios santo, yo lo cogeré -masculló Theresa, y se levantó de la silla. Se apartó el pelo hacia un lado mientras se incorporaba y la melena volvió perfectamente a su lugar cuando levantó la cabeza.

- No, no lo cojas -añadió Mak, ahora medio levantada-. Estamos cenando.

Pero Theresa ya estaba a muy poca distancia del teléfono mientras explicaba que si no Breanna se pondría a llorar.

Descolgó el auricular y contestó con un «Residencia de los Vanderwall, ¿dígame?».

Mak esperó. Su corazón latía desenfrenado. Si era Andy, no quería hablar con él. En ese momento no. No con la familia cerca… especialmente con su hermana y la invitada de su padre allí.

- No, no soy Makedde, soy su hermana, Theresa. ¿Quién llama? -Pausa-. ¿Andrew Flynn? Vaya, ¿sí? He oído hablar mucho de usted, detective. ¿Llama desde Australia?

Mak saltó de la silla.

- ¿La academia del FBI? ¿En seeerio? -continuó Theresa con los ojos llenos de curiosidad. Puso el peso en una de las piernas y se colocó la mano en la cintura, dando la espalda al comedor.

Mak llegó a la cocina y se deslizó por el hule ondeando las manos para llamar la atención de su hermana y diciendo en voz baja «No estoy, no estoy en casa».

- ¿De verdad? Qué fascinante… -Theresa la oyó acercarse y cambió el peso a la otra pierna, mirando por encima del hombro e ignorando el frenético lenguaje de signos de su hermana-. ¡Ajá! -Cuando Mak estuvo cerca, Theresa añadió-: Ah, aquí la tengo…

Theresa sonreía cuando le pasó el teléfono a Mak, que pensó que era una sonrisa que significaba «jódete».

Mak se quedó atrás y movió la cabeza.

Después de que el auricular quedara suspendido en el aire unos segundos, Theresa volvió a llevarse el teléfono a los labios y repitió:

- Sí, Makedde ya está aquí, se la paso. -Volvió a extender el brazo para acercarle el aparato. Ahora la sonrisa era más amplia.

«Qué lista.»

- Eh, hola.

- ¿Makedde? -Aquella voz conocida.

La línea no era muy clara.

- Bien, ¿cómo vas? -Aquel argot típico australiano le desgarró el corazón.

- Bien, gracias. -«Bueno, en realidad no.»

Mak miraba hacia el comedor desde la puerta de la cocina. Ann era la única que era lo suficientemente educada para no husmear; los demás la observaban y Theresa aún estaba de pie en la cocina, a solo unos metros, mirándola con atención.

- Un segundo, me voy a cambiar de habitación -le dijo a Andy-. ¿Puedes colgarlo cuando coja el otro? -le pidió a su hermana con el auricular en la mano-. Solo será un segundo.

Mak corrió por el vestíbulo hacia el estudio de su padre y cerró la puerta detrás de ella. Estando de pie recuperó la llamada. El cable del teléfono estaba enredado y estirado. No quería ponerse cómoda. Cuando se puso el auricular en la oreja oyó que su hermana había vuelto a empezar otra conversación con Andy.

- … ¿En serio? Entonces, cuánto tiempo se va a… -estaba diciendo Theresa.

- Gracias -dijo alto Mak-. Ya lo tengo, gracias.

- Bueno, adiós, detective Flynn. Encantada de hablar con usted. -Mak oyó el clic del teléfono y esperó un momento para asegurarse de que su hermana había colgado de verdad.

- Lo siento.

- No, está bien. Tu hermana parece muy amable.

- Sí.

Se apoyó en la esquina del escritorio y dejó que sus ojos se pasearan por el estudio. Una foto enmarcada de la graduación de su padre en la academia colgaba de una de las paredes junto a una placa que alababa un servicio extraordinario. Su boca siempre se curvaba formando una sonrisa torcida al ver aquella imagen. Su padre estaba más joven y se lo veía más impaciente, sus cabellos aún no eran grises y su rostro era suave y anguloso.

- Mi padre me ha dicho que llamaste ayer.

- Sí, pero aún no habías llegado.

«Vale, pero ¿cómo sabías que estaría aquí?» Era consciente de que la pregunta denotaría su sospecha, así que no la hizo en voz alta. Además, probablemente se lo habría imaginado, ¿no? Sabía que visitaba a menudo a su padre y tenía su teléfono. Era lógico que llamara allí si quería hablar con ella. «Pero ¿hablar conmigo sobre qué?»

Makedde dio la espalda a la pared que estaba llena de marcos y placas, y se quedó delante de una estantería en la que se alineaban varias gorras llenas de polvo que su padre había intercambiado con otros departamentos de policía de todo el continente. Analizó los emblemas bordados: Departamento de Policía de Vancouver, Unidad de Poligrafía de Texas, equipo SWAT del Departamento de Policía de Los Ángeles, FBI…

La línea del teléfono se quedó en silencio durante un largo rato que pareció muy incómodo.

- Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? -dijo ella finalmente-. Así que llamas desde Quantico. Debe de ser bastante tarde en Virginia…

- Sí, son las once pasadas. Como le explicaba a tu hermana, estoy aquí haciendo un curso.

- Con la Unidad de Ciencias del Comportamiento.

- Exacto. El comisario de policía ha aceptado una nueva unidad de procesos de Nueva Gales del Sur, con tecnología de calidad de todo el mundo. Se imparte con lo mejor. Parece que tengo una buena oportunidad para dirigir una de las divisiones. Incluso a lo mejor podría hacerme cargo de la unidad entera en un futuro.

Durante una fracción de segundo experimentó una repentina oleada de rabia, y sabía que era porque de alguna manera él se estaba beneficiando indirectamente de la peor clase de tragedia y violencia. Pero Mak sabía que era injusto sentirse así y dejó a un lado sus pensamientos.

- Es genial -respondió ella.

Aquel acento australiano, aquella voz, provocaba una mezcla de sensaciones en su interior. Había caído rendida a sus pies, pero al poco tiempo dejó de confiar en él, incluso llegó a temerlo. Él le había salvado la vida en Sídney y odiaba sentirse en deuda. No podía evitar aquella sensación cada vez que pensaba en él, y ahora, con su voz directamente en la oreja, notaba como si en su pecho hubiera un balón hinchado que crecía con cada respiración. El hecho de que se hubieran acostado lo empeoraba todavía más. Pero era aún peor que ella siguiera pensando en él.

- Oye, no puedo hablar mucho. Estábamos cenando justo ahora -soltó de golpe. Se sintió culpable por cómo había sonado justo después de haberlo dicho, aunque era cierto.

- Vaya, lo siento. Ya te dejo ir.

- No, no es necesario, yo…

- No, en serio, lo siento. Por favor, vuelve con tu familia.

Se había cerrado como una almeja.

Sabía, por experiencia, que podía llegar a hacerlo.

Silencio.

- Eeeh… Gracias por tu llamada.

- Cuídate.

- Tú también. Adiós.

Makedde colgó y se quedó mirando el teléfono. Estaba ruborizada. Le escocían los ojos. ¿Solo quería hablar? ¿Había algo que quería contarle? Contuvo la necesidad de llamarlo. Se sentó en la silla de su padre y se puso la cabeza entre las manos. Lo último que necesitaba era empezar a pensar en Andy Flynn de nuevo. Necesitaba paz, y allí no había paz alguna.

Makedde pensó que su comida ya estaría fría al volver a la mesa, y así era.

Cuatro pares de ojos la miraban expectantes mientras tomaba asiento, pero no dijo nada. Theresa abrió la boca para hablar, pero algo en la mirada de Makedde hizo que se parara antes de que pudiera articular ningún sonido. Cuando volvió a abrir la boca fue para contarle a Ann todo sobre Breanna.

Eso estaba bien.

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