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Tercera parte » Tamara

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TAMARA

Faltan unos minutos para la medianoche cuando cruzan la entrada de coches de la villa. Kris todavía puede sostenerse en pie a duras penas; Tamara y Wolf lo ayudan a bajar del coche y le sirven de apoyo al subir la escalera. La nariz de Wolf ha dejado de sangrar, el ojo izquierdo está casi hinchado, y en la parte delantera de su camisa pueden verse unas manchas oscuras.

El coche de Frauke está en su sitio y hay luz en la planta baja. Aunque Tamara está furiosa con su mejor amiga, no puede ocultar una sensación de alivio al ver el coche. Kris se encarga de decirlo:

—Por lo menos ahora sabemos dónde está.

Frauke está sentada en el sofá del salón y levanta la vista cuando entran. La mirada de Tamara se encuentra con la de Frauke y la primera se pregunta dónde ha quedado la fortaleza de su amiga. Frauke parece pequeña y frágil, su voz, sin embargo, sigue siendo la de siempre, exigente y precisa.

—¿Dónde habéis estado?

Tamara tiene intenciones de hacerle la misma pregunta, pero entonces ve que Frauke no está sola. Hay un hombre sentado frente a ella.

—Este es Gerald —dice Frauke—, es de la Policía Criminal.

Eso basta. Son solo un par de gotas, pero Tamara las siente correr por su muslo. «La Policía Criminal». La voz de Tamara suena forzada cuando dice que tiene que ir al lavabo. Antes de que alguien pueda objetar nada, Tamara ha desaparecido en el piso de arriba, aunque en la planta baja también hay un baño.

—¿Qué?

La voz de David suena como si estuviera a miles de kilómetros de distancia. Tamara piensa lo curioso que es que alguien que está tan cerca pueda estar a la vez tan lejos.

—Te he dicho…

—Te he oído. ¿Dónde estás?

Tamara no quiere decirle que se ha encerrado en un cuarto de baño. Tampoco quiere decirle que está sentada a oscuras sobre la tapa del váter, con la rodilla pegada al pecho y los brazos alrededor de ella.

—En casa —dice.

—Tamara, hemos acordado que…

—Yo solo quería saber si Jenni estaba bien.

—Ella está bien, por supuesto que está bien. ¿Qué piensas?

—Ve a echar un vistazo, por favor.

—¿Qué?

—Solo un minuto, David. ¿Quieres ir arriba un momento y ver si realmente está bien? Yo espero.

David guarda silencio. Tamara escucha cómo respira, luego se siente un rumor y unos pasos que se alejan. Tamara espera. Mira fijamente al espejo sobre el lavabo, que le devuelve su reflejo como una mancha oscura.

«Si me acercara ahora sigilosamente y mirara, me vería quizá sentada en el retrete, con el teléfono pegado al oído. Tal vez pueda dejar a esta Tamara y empezar de nuevo en otra parte».

—La niña duerme —dice David en el otro extremo de la línea.

—Gracias, gracias, mil gracias.

Tamara suelta una exhalación y siente que las lágrimas le suben a los ojos.

—Dime, Tamara, ¿a qué viene todo esto?

—¿No podríais iros de viaje por un tiempo?

¿Qué es lo que quieres?

—Iros de viaje por algún tiempo. Dos semanas o algo así. Hace buen tiempo y…

—Tamara, hace un tiempo horrible. Estamos a mediados de febrero. ¿Has tomado algo?

Ahora las lágrimas le corren por la cara; Tamara solloza. David intenta tranquilizarla, pero Tamara no quiere que él la oiga llorar. Alza la nariz e intenta calmarse.

—Es miedo —dice ella, por fin.

—¿Qué?

—Tengo miedo, David.

—¿Miedo de qué?

—Hay tantas cosas malas por ahí.

—Tamara…

—Prométeme que en los próximos días estarás muy pendiente de Jenni, prométemelo.

—Te lo prometo —dice David, y a continuación surge una pausa que a Tamara le parece añoranza y esperanza, pero David destruye el momento cuando le pide que se controle.

—¿Me oyes? —le insiste él.

—Te oigo —dice Tamara e intenta imaginar la luz en casa de David. La luz, el olor y la certeza de que siempre hay alguien. Antes de que pueda preguntarle a David lo que piensa, lo que siente, él ha colgado.

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