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Tercera parte » Tamara

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TAMARA

La tarde del mismo día en que Frauke abandona la casa con su mochila, dos coches patrulla entran en los terrenos de la villa. Tres policías se bajan del primer coche y se quedan parados junto al vehículo. En el segundo coche no ocurre nada durante un minuto, pero luego se abre la puerta y Gerald baja de él.

—Detesto esto —dice sin dirigirse a nadie en específico y encamina sus pasos hacia la vivienda.

Tamara no se entera de nada. Está en la primera planta, hablando por teléfono, cuando Wolf le grita que baje. En la planta baja, se tropieza con dos policías. El más joven de los dos le pide que tome asiento. Parece amable, pero su amabilidad no puede ocultar la tensión bajo la que se encuentra. Tamara no tiene ni idea de qué significa todo aquello, además, le resulta difícil tomar en serio a policías que son más jóvenes que ella.

—Prefiero quedarme de pie —dice ella, y le pregunta a Wolf si sabe qué está sucediendo.

—Mira por la ventana.

Tamara pasa junto al policía y se planta frente a la ventana. Ve los coches patrulla en el patio y, al lado, a Frauke, que en ese momento está hablando con Gerald y señala hacia abajo, donde está el lago.

—¿Podría sentarse, por favor? —pregunta el policía de nuevo.

Tamara se queda de pie. Fuera, dos policías están enfrascados en la labor de abrir la fosa con unas palas. Un tercer policía sostiene un perro pastor por medio de una correa. El pastor está echado a sus pies y la lengua le cuelga fuera de la boca. Por el vaho gélido, Tamara puede ver su respiración. Wolf se coloca junto a ella.

—Frauke va en serio —dice él.

Tamara no tiene ni idea de lo que puede responder a eso. «Es como esta mañana —piensa—, estamos parados junto a la ventana, mirando hacia fuera, y el mundo en el exterior cambia, mientras que nosotros seguimos igual». Sabe que se está engañando a sí misma. Desde que encontraron a aquella mujer clavada en la pared, se están produciendo en ellos más cambios de los que desean admitir. «Todo se está viniendo abajo, todo pierde su valor».

—¿Dónde está Kris? —pregunta Tamara.

—Te ha hecho caso —responde Wolf—, y hace un cuarto de hora se ha ido al Hospital Immanuel para verse ese horrible chichón.

Ambos ven entonces cómo Gerald saca un cigarrillo de la chaqueta y le ofrece uno a Frauke. Frauke acepta el fuego que Gerald le brinda y, entonces, levanta la vista y ve a Wolf y a Tamara en la ventana.

Tamara no halla las fuerzas para levantar la mano. Wolf se da la vuelta.

Media hora más tarde los policías están de pie y en silencio alrededor de la tumba abierta. Frauke y Gerald se les han unido. Miran hacia la villa, vuelven a mirar a la fosa. Tamara no consigue apartarse de la ventana. Siente como si se le hubiese caído al suelo algo muy valioso y nadie pudiera recoger de nuevo todos los fragmentos.

«Y cuando me dé la vuelta, todo habrá acabado. Me perderé ese momento que nos una de nuevo a Frauke y a mí. ¿Cómo puede traicionarnos así? ¿Cómo?».

Dos policías bajan a la fosa. Tamara ve cómo alzan el saco de dormir y se da la vuelta.

«Es más que suficiente».

Y es por eso que Tamara no se entera de que Frauke y Gerald se dirigen precipitadamente hacia la casa. En la cocina, uno de los policías le interrumpe el paso, pero ella lo empuja a un lado y camina hacia donde está Wolf.

—¿Qué habéis hecho con ella?

Wolf solo mira a Frauke.

—Wolf, ¿qué habéis hecho con ella? Maldita sea, ¿dónde está?

—¿De quién hablas?

—Sabes muy bien de quién hablo. Maldita sea, ¿dónde está el cadáver?

A Tamara le sorprende que Frauke no se acuerde del nombre de la muerta. «Tal vez no quiera pronunciar su nombre en voz alta, porque entonces…».

En ese momento Tamara se da cuenta de lo que Frauke acaba de decir.

—No tengo ni idea de qué significa todo esto —dice Wolf—. Pero puedes estar segura de que no quiero ver tu cara por aquí en mucho tiempo.

Gerald carraspea y envía fuera a los dos policías. A Tamara le parece que su voz es demasiado amable para alguien que trabaja en la Policía Criminal y que tiene que hacer visitas a casas un día sí y otro no.

—En la fosa solo hay un saco de dormir —dice el policía—. Frauke supuso que había un cadáver…

—No lo supuse —lo interrumpe Frauke—. Ella estaba allí.

Gerald pretende continuar hablando, pero Frauke lo ignora.

—¿Dónde la habéis ocultado? —le pregunta a Wolf—. Por favor, dilo, y así ponemos fin a todo esto.

—No sé lo que está pasando contigo —dice Wolf serenamente—. Primero tu actitud de ayer por la noche y ahora esto. ¿Cómo pudiste decirle a Gerald que yo te he pegado?

Frauke se pone roja. Tamara sospecha lo que está a punto de suceder a continuación. Es un poco como los truenos de esa mañana y la nerviosa espera del relámpago. «Ahora mismo podría salir corriendo de aquí», piensa Tamara. Pero es demasiado tarde para eso, Frauke se ha dado la vuelta y ha fijado la mirada en ella.

—No me mires así —dice Tamara—. Yo tampoco tengo idea de lo que está pasando contigo.

La boca de Frauke se abre. Tamara se siente tan aliviada con su rápida reacción, que de inmediato tiene intenciones de disculparse con Frauke. Entonces Gerald dice:

—Nos gustaría registrar la casa, si no tenéis nada en contra.

—Adelante —dice Wolf—. Frauke puede guiaros, ella conoce bien la casa.

Una hora después, los coches patrulla han desaparecido ya de los terrenos de la villa, y la policía ha ido dejando un rastro de suciedad en todas las plantas de la vivienda. Han encontrado, en la habitación de Wolf, su reserva de marihuana dentro de su antigua lata de cacao, pero no han dicho ni una palabra al respecto. Gerald es el único que se ha quedado y les pide que firmen un formulario en el que se declaran de acuerdo con el registro de la casa y los terrenos adyacentes.

—¿Y qué pasa si no lo firmamos? —pregunta Wolf.

—En ese caso, yo podría tener problemas —le contesta Gerald con sinceridad.

Firman el documento.

Wolf quiere hablar a solas con Frauke. Gerald le dice que eso no es muy buena idea. Wolf suelta un improperio e intenta localizar a Kris a través del móvil, mientras Tamara acompaña a Gerald hasta la puerta. Frauke está de pie junto al portón de la entrada, fumando; tiene un aspecto lamentable. Gerald va hasta donde está ella a través del camino de grava. «Es como el final de una película triste», piensa Tamara, e inconscientemente espera a que Frauke la mire. Gerald y Frauke salen a la calle y se marchan.

Tamara, cansada, cierra los ojos y anhela poder despertarse en su cama y darle una segunda oportunidad a aquel día. Cuando vuelve a abrir los ojos, unos copos de nieve pasan volando por delante de su cara. Esos primeros copos son delicados y ligeros, pero los que le siguen son más gruesos y pesados. Están a finales de febrero, y es la primera vez que nieva ese invierno. Tamara mira al cielo durante un rato, y entonces aparece una sonrisa, luego unas lágrimas; a continuación, cierra la puerta y va hasta la cocina, donde la espera Wolf.

—¿Está nevando? —pregunta Wolf y le pasa la mano a Tamara por el cabello.

—Empieza a nevar.

Wolf le alcanza su taza de té. Se quedan lado a lado, de pie junto a la ventana, como si no hubiera otro sitio en la cocina. Contemplan la nieve que cae y el jardín destrozado. Sus brazos se tocan. Tamara bebe un sorbo de su té y le devuelve la taza a Wolf. Aún no sienten ninguna rabia, porque todavía no pueden entender del todo lo que Frauke les ha hecho.

—No habéis sido vosotros —afirma Tamara.

—No hemos sido nosotros —le asegura Wolf.

Tamara apoya la cabeza en su hombro. Piensa en los Belzen y en lo temprano que la pareja se despierta todos los días. «Tal vez hayan visto algo. Tal vez desde el otro lado vieron quién desenterró el cadáver». Tamara se guarda sus pensamientos, pues, para ser absolutamente sincera, lo más probable es que no quiera saber quién lo ha hecho.

—Kris se pondrá hecho una furia —dice Wolf.

En la planta superior suena uno de los teléfonos. Ni Wolf ni Tamara se mueven del sitio. Todavía no quieren separarse. La nieve cubre la tierra removida que hasta hace muy poco era todavía una tumba. Permanecen de pie junto a la ventana hasta que todo rastro desaparece bajo un manto blanco.

—¿Qué clase de psicópata es este que recoge un cadáver y deja unos lirios detrás? —se pregunta Wolf.

Tamara no reacciona. Está con sus pensamientos en otra parte y se pregunta cómo se comportará cuando vea a Frauke la próxima vez. «¿Se disculpará, sencillamente, y todo volverá a ser como antes?». Aunque es lo que Tamara desea, no cree que pueda suceder.

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