Sorry

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Cuarta parte » Antes. Frauke

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—Lo hice todo sola —se apresura a responder—. Yo… yo perdí los estribos. Los demás no tuvieron nada que ver con eso. Lo arreglaré.

—Eso ya lo veremos.

—Pensé que íbamos a encontrarnos.

—Nos encontraremos —dice Meybach, y en el instante siguiente se escucha un silbido, los cuervos levantan el vuelo de los árboles.

Frauke ve a un hombre parado en la orilla opuesta. A cien metros de distancia. Tal vez menos.

—Eso no es justo —dice ella.

—¿Qué no es justo? ¿Es que acaso tenías intenciones de estrecharme la mano?

«No, lo que quería era rajarte tu jodido pescuezo», es lo que a Frauke le hubiera gustado responderle. Entonces la joven aguza la mirada y ve que lleva puestos unos vaqueros y una chaqueta negra. Lleva una gorra en la cabeza y tiene el móvil pegado a la oreja derecha.

Frauke se acerca un poco más a la orilla del Krumme Lanke. Le duelen los ojos, pues tiene que concentrarse mucho para distinguir a Meybach con más claridad. Sin embargo, por mucho que se esfuerza, su figura sigue siendo borrosa, como si fuera una Fata Morgana que puede disolverse en la nada de un momento a otro.

—¿Cómo es que no habéis enterrado el cadáver en algún bosque?

—Por escrúpulos —dice Frauke—, y por respeto a la muerta. No queríamos meterla en cualquier sitio por ahí. Todo ser humano merece un entierro digno.

—¿Y por eso la habéis enterrado en vuestro jardín?

Frauke guarda silencio.

—No todo ser humano merece un entierro digno, Frauke. Alguna gente debería, sencillamente, desaparecer.

—¿Y es por eso entonces que la sacaste de nuestros terrenos?

La silueta parada al otro lado del lago no se mueve.

—¿Quién dice que yo la saqué? —pregunta Meybach tras una larga pausa.

Frauke hace una inspiración, está furiosa.

—¿Qué haces? —pregunta Meybach.

Frauke mira desconcertada hacia abajo. Ha puesto un pie sobre el hielo del lago.

—No hagas tonterías. El hielo no podrá sostenerte. ¿Crees que yo sería tan imbécil como para colocarme aquí si el hielo aguantase tu peso?

Frauke no le responde. Su mano derecha aprieta el mango del cuchillo en el bolsillo de su abrigo. A pesar del frío, ella siente el sudor correrle por la espalda. «Es como el día anterior en la sauna, todo se repite».

—¿Acaso pensaste en serio que me tomaría el esfuerzo de sacar el cadáver de vuestro jardín? Te tenía por más inteligente. Probablemente debería atenerme más a ti, ahora que estás fuera del juego.

—¿Quién dice que estoy fuera del juego?

Meybach suelta una carcajada que a Frauke le bastaría para matarlo.

—¿Crees que tus amigos te van a perdonar y se alegrarán de verte de nuevo después de que les metieras a la policía en casa? Desearía que nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, creo que nos hubiéramos entendido bien. Sea lo que sea que tengas que ver con tu agencia, en realidad no formas tanto parte de ella. Deberías perdonarte a ti misma, Frauke, ese es el primer paso, y nadie puede darlo por ti…

—¡CÓMO TE ATREVES A INMISCUIRTE EN MI VIDA!

Las palabras de Frauke resuenan sobre el hielo. No las ha dicho en el móvil, sino que se ha inclinado hacia delante y se las ha gritado. Cuando vuelve a pegarse el móvil al oído, Meybach le dice suavemente:

—Con eso, por lo visto, he tocado una herida abierta.

Ella ya no puede verlo. Todo ha acabado. Ya no puede más. «No voy a arrodillarme», piensa Frauke, al tiempo que pliega el móvil. A continuación, lo guarda en el abrigo y mira hacia donde está Meybach, como si esperara la señal de arrancada. Entonces echa a correr.

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