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Quinta parte » Wolf

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WOLF

—Larguémonos —dice Tamara.

Wolf se sobresalta, pues está tan sumido en sus pensamientos y sus sentimientos que los ruidos a su alrededor han quedado silenciados. Durante la ceremonia no ha hablado con nadie, ha permanecido todo el tiempo al lado de Tamara, sirviéndole de sostén, pues no se ha sentido capaz de hacer nada más. Ahora Tamara le tira del brazo. Se separan del cortejo fúnebre, pero no se dirigen a la salida del cementerio, como Wolf había esperado. En su lugar, Tamara se agacha junto al sarcófago, y cuando se levanta de nuevo lleva una rosa en la mano.

—Creo que todos lo han visto —dice Wolf.

—No importa.

Tamara se engancha de su brazo y no se despiden de nadie, sencillamente, se marchan. Cuando llegan al coche de Wolf, Tamara se detiene junto a la puerta del conductor. Wolf no le pregunta, le arroja las llaves y sube.

—Hace una eternidad que no vengo aquí.

Dado que es un día entre semana, hay solo unas pocas madres con cochecitos de niños. Dos hombres mayores están sentados en un banco y han colocado un Tetrapak de vino tinto entre ambos. Wolf tiene la sensación de que el parque no ha cambiado desde su juventud.

Pasan junto al área de juegos y al kiosco y ponen rumbo hacia el Monumento a los Caídos. Poco antes de llegar, doblan por un camino lateral que los lleva directamente hasta el agua.

—Por ahí.

Tamara señala hacia los tupidos matorrales que hay tras un sauce llorón. Wolf se agacha y se sumerge entre los arbustos. Detrás de ellos hay un área de césped muy pequeña que lleva hasta el agua y ofrece sitio justamente para dos personas. El césped está protegido del camino gracias a la maleza. En la orilla opuesta se ve una hilera de edificios antiguos y el hotel.

Tamara se agacha junto a la orilla del mismo modo que lo ha hecho delante del sarcófago, y coloca la rosa sobre el agua. Por un momento, la rosa se queda allí flotando, para luego avanzar hacia el centro del lago. Wolf se agacha junto a Tamara.

—Buen plan.

—Gracias.

Un pato se acerca nadando hasta la rosa, la golpea una vez con el pico y continúa nadando. Wolf y Tamara se incorporan al mismo tiempo, chocan el uno contra la otra y casi se caen al agua. Wolf rodea a Tamara con su brazo. Le sorprende que ella se acurruque contra él. Siente la respiración de su amiga en el cuello, percibe ese olor que siempre ha sido un enigma para él. «¿Cómo puede oler tan bien?». En el olor de ella, Wolf encuentra también el día. La tristeza, el cansancio, la rabia. Aprieta aún más a Tamara contra sí y hunde su rostro en su pelo. Por un segundo ella retrocede, siente su respiración en el oído. «Hambriento, está hambriento». Su torso apretado contra el de ella; Tamara no lo rehúye, ni siquiera cuando siente la erección; permanece cerca de él. Sus labios recorren su cuello, la mano de Wolf acaricia el pelo de Tamara y echa su cabeza hacia atrás, de modo que ella tenga que mirarlo. Ambos respiran con dificultad, ambos esperan a que el otro dé el paso siguiente.

—¿Aquí?

—Aquí.

Él yace sobre la hierba húmeda y tiene a sus pies el lago Lietzen. Le da igual quién pueda estarlos mirando desde las casas de la orilla opuesta, le da igual que el hotel venda entradas para ello. Solo tiene ojos para Tamara, que se mueve encima de él y lo mira como si hicieran aquello todos los días, como si no hubiera nada de extraño en aquella situación. Ya no se sienten desesperados, su luto se aleja flotando por la superficie del lago, como la rosa, cada vez más y más distante de ellos. Es puro placer. Las manos de ella sobre su pecho, los ojos cerrados, y cada vez que ella lo mira, él sonríe, y ella vuelve a cerrar los ojos, a fin de que ese momento perdure todo cuanto sea posible.

—Córrete cuando quieras.

Él ni piensa en eso. También él quiere prolongar el momento y desea que Frauke estuviera mirándolos ahora. «Para ti —quiere decir—, sea lo que sea lo que hicimos mal, esto lo estamos haciendo bien, y espero que lo entiendas, lo espero de verdad». Los movimientos de Tamara se vuelven más apremiantes, Wolf intenta permanecer quieto, su mano izquierda rodea la nuca de ella, la derecha yace sobre su trasero. Alguien les silba desde alguna parte. Tamara ríe, coloca sus labios sobre los de él, su gemido se funde con el suyo, en su boca, y entonces se detiene. Es profundo. Él la penetra tan profundamente que ya no hay un antes ni un después. Todo ha acabado. Wolf tiene la sensación de estar en el lugar correcto. «De haber llegado». Los dos se miran. Tamara tensa sus músculos y sonríe. «Como si supiera exactamente quién soy y por qué estoy aquí». Wolf se pierde en esa sonrisa. Ambos han llegado.

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