Sorry

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Octava parte » Tú

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Eres tú realmente, aunque ahora desearías no serlo; pero lo eres. Cuatro costillas rotas, un brazo destrozado, agujeros en las palmas de tus manos y una bala en la barriga. ¿A quién le gustaría estar ahora en tu lugar?

Estáis sentados frente a frente. Tú con la espalda pegada a la puerta; Kris Marrer en una silla. La linterna está delante de él, en el suelo, iluminando el techo de la habitación. La luz se asemeja a la de una pecera mal iluminada. Tus ojos titilan, e intentas ver con claridad, pero la luz no te ayuda. A tu alrededor se va expandiendo un charco de sangre, y de la cintura para abajo ya no sientes nada. Si tus piernas pudieran incorporarse ahora y largarse, no te asombraría.

—Espero que te duela —dice Kris Marrer.

—Se aguanta —respondes, y de verdad lo crees. El dolor se ha transformado en un latido de fondo. No, el dolor no es ahora tu problema, lo peor es sentirte tan débil. Dormir, solo piensas en dormir.

—Me da igual quién seas realmente —sigue diciendo—. Me da igual que hayas muerto hace tres meses o si solo lo has simulado todo. Tampoco quiero saber por qué nos has puesto tan fácil el encontrarte.

Toses, la sangre brota espesa y cálida de tu boca; intentas levantar el brazo sano para enjugarte la sangre del mentón, pero no lo consigues. Te alegras de no poder verte en este momento.

Kris Marrer sigue hablando. «Concentración». Sientes cómo pierdes el hilo. ¡Concéntrate!

—… que seas uno de esos psicópatas que se ponen delante del cuchillo para que alguien los frene. Eso también me da igual. Solo quiero saber una cosa: ¿por qué tuviste que enredarnos a nosotros en esto?

Un tirón recorre tu cuerpo. Vaya, ya ves, ahora prestas atención. Ahora se trata de la verdad. Se trata de lo que ha sido. Por lo tanto, respóndele, dile tranquilamente toda la verdad.

—Por vuestra… vuestra petulancia.

—¿Qué?

Kris Marrer tiene que inclinarse hacia delante para poder escucharte mejor. No sabías que hablabas entre susurros. Carraspeas; más sangre, escupes, intentas sentarte más cómodamente, desistes.

—Por… Por la posición en la que os habéis puesto. Vosotros… Todos vivimos con culpas… nos torturamos con ellas, cada cual como puede… Y entonces… venís vosotros, mamones de mierda…

Sonríes. Los dientes blancos, la película de sangre sobre tus dientes blancos, la risa de un lobo. Y por un momento recuperas la fuerza. Como un latido tambaleante. Tu corazón late como un martillo. Es la fuerza de los justos.

—Yo os he… castigado, ¿entiendes? Os he castigado por esa petulancia. Porque yo… yo sé lo que es la culpa. Yo… he sido culpable. He sido tan culpable…

No sientes las lágrimas que corren por tus mejillas llenas de mugre. Desearías poder estar de pie. Con orgullo, dignidad, y no de este modo lamentable, sentado en el suelo como un idiota al que le han disparado en la barriga.

—… lo fui… No pude hacer nada, absolutamente nada. Pensé que había encontrado un camino, y luego… luego oí hablar de vosotros. Vosotros… habéis repartido absolución, quitándoles la culpa a otros, como si eso fuera tan sencillo. Yo… yo sabía que no podríais ayudarme. Yo tampoco quería ayuda. La culpa es algo personal. Privado. Y nadie puede disculparse con un muerto. ¿No crees? Nadie, nadie puede dar una satisfacción a un muerto… Nadie. Por eso me burlé de vosotros. Os hice hablar con los muertos. ¡Qué…, vamos, qué estúpidos tenéis que haberos sentido! ¿Pensasteis realmente que necesitaba una disculpa por lo que había hecho? ¿Lo habéis pensado, verdad? Lo habéis…

Entonces empiezas a reír, puedes ver lo dolorosa que resulta esa risa para Marrer. Tal vez no deberías exagerar, de lo contrario va a meterte otra bala antes de que hayas acabado de reírte.

—Dime lo estúpido que uno se siente al estar parado delante de un muerto recitando un texto. Aquellas palabras solo fueron escritas para vosotros… No habéis comprendido nada. Habéis…

—Nos castigaste —lo interrumpe Marrer, incrédulo—. ¿Eso es todo?

—Eso es todo.

—¿Me estás tomando el pelo, no es cierto?

Él no te cree, no quiere creerte. Es un idiota, pero es un idiota con un arma en la mano.

—Vuestra petulancia, vuestra arrogancia —dice, y cada palabra es como un escupitajo—. ¿Por qué iba a tomarte el pelo? Lo que habéis hecho en nombre de la culpa y el remordimiento, debería estar prohibido. ¿Cómo pudisteis ser tan petulantes?

—Pero nosotros solo queríamos ayudar, nosotros…

—¡SOIS UNOS MAMONES QUE QUERÍAIS JUGAR A SER DIOS! —dices de repente en voz alta, y sabes, por supuesto, que estás exagerando un poco. Pero no se te ocurre nada mejor. Sabes que ellos jamás quisieron jugar a ser Dios. Solo te enfadó que, mientras tú librabas tu propia y ardua batalla contra tu culpa, llegaran cuatro personas y se hicieran pagar por lo que a ti te había costado toda tu identidad. Nadie debía tenerlo tan fácil, por eso tú se lo pusiste difícil.

—Yo fui tan culpable —sigues diciendo—, que me perdí. No podía ni siquiera mirarme a los ojos, ¿entiendes? ¿Cómo puedes solucionar una cosa así? Yo busqué una solución. Y de ese modo me convertí en vuestro espejo.

—¿Y por eso tuvieron que morir dos personas?

Ríes. Joder, habías tenido a Marrer por un tipo más inteligente.

—Lo que les hice a esos dos, se lo hubiera hecho aun cuando vosotros jamás hubieseis existido. Vosotros solo encajabais en mi cronograma.

—¿Cronograma?

—Sí, un cronograma.

—¿Y Wolf? ¿Él también encajaba en tu cronograma?

—¿Qué?

—A Wolf lo encontramos ayer muerto en los terrenos de nuestra villa. ¿Qué quisiste decirnos con eso? ¿Qué puede querer decirme una mente enferma enterrando vivo a mi hermano?

Intentas concentrarte. No tienes ni idea de lo que le ha sucedido a Wolf Marrer.

—Yo…

—¿Sabes una cosa? Para serte absolutamente sincero, no quiero escuchar tu respuesta. Ya me has contado suficiente mierda. ¿Es esa tu culpa?

Kris te muestra la foto. Butch y Sundance en sus bicicletas.

—¿Sabes lo que pienso de tu culpa? —sigue diciendo Kris—. Te pertenece solo a ti. Nadie va a quitártela. Y eso es lo que pienso de tu culpa: nada.

Miras fijamente la foto. Todo se reduce a ese instante. Ahí está de nuevo. El tintineo en tus oídos y la realidad, que empieza a estremecerse y a temblar antes de paralizarse con un sonido chirriante. Contemplas la foto en la mano de Kris Marrer, ves su rostro ahí detrás. La tristeza, la rabia. Él está aquí para matarte. Le da igual si es lo correcto o no. Solo sabe una cosa: «Tú no podrás seguir siendo».

Recuerda aquel momento en el restaurante, cuando oíste hablar por primera vez de la agencia. También entonces la realidad se paralizó, y te preguntaste lo que pasaría si murieras en un instante como aquel. ¿Sencillamente desaparecerías y nadie te vería nunca más? Aquello fue una premonición de este otro instante. Ya no hace falta ninguna bala. Todo se ha paralizado.

Sientes la oscuridad a tu alrededor; esperas que Marrer continúe hablando, que baje la foto y te grite. Nada sucede. La foto flota delante de tus ojos, la boca de Marrer no se mueve, y entonces la oscuridad se aproxima un poco más. Llega desde todos los rincones, inunda el espacio como si fuese un líquido, como la sangre caliente y negra. Lenta y espesa. La oscuridad baja arrastrándose por las paredes, se desprende del techo, abandona cada escondrijo y cada rincón y empieza a rodear los pies de Kris Marrer y a aproximarse a ti desde todos los ángulos. No eres más que una partícula silenciosa en un universo de silencio que ya no se pondrá en movimiento nunca más. Y cuando la oscuridad te ha rodeado por completo, tú también desapareces de la realidad, igual de silencioso, sin dejar rastro.

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