Sorry

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Octava parte » Después

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DESPUÉS

Todo ha acabado. Ya no hay tiempo. Espero a que salga el sol. Cuando el sol haya salido, me bajaré del coche y todo habrá terminado. No he vuelto a abrir el maletero desde ayer, y así seguirá siendo, no volveré a abrirlo. En una gasolinera compré toallitas refrescantes y limpiador de cristales. En otra gasolinera pasé la aspiradora al coche. Limpié el interior, y desde entonces estoy sentada aquí, esperando a que salga el sol.

La vista es embriagadora. Sé que a Frauke le gustaría. Toda esa luz y la tranquilidad que penden sobre una ciudad al despuntar el día. Sé lo que diría Wolf ahora. Me apretaría contra él y me daría calor. Diría: «¿Tienes frío?». Y yo asentiría y sus manos estarían por todas partes para calentarme.

Cuánto echo de menos su calor.

Cuánto echo de menos su calor.

El cielo brilla con colores púrpura, y poco a poco ese púrpura se va disolviendo y volviéndose pálido, hasta convertirse en un azul opaco. El sol recuerda el mercurio líquido. No puedo apartar la vista de él. Aguanto hasta que mis ojos se inundan de lágrimas, entonces entrecierro los ojos y el sol sigue brillando tras mis párpados cerrados.

Pasan coches. Un autobús. Una ruidosa motocicleta. Más coches. Espero el cambio del semáforo, agarro mi bolso y me bajo. El aire matutino está fresco y claro. Tal vez baje andando hasta Friedenau. Puedo hacerlo. Si me apetece, puedo. Tal vez me plante bajo la ventana de Jenni y grite su nombre. «Tal vez no». Cierro el coche con llave, camino un par de metros y me detengo en el puente. Miro hacia abajo, hacia el Lietzensee. Todo duerme aún. En el hotel hay unas pocas luces encendidas, los árboles todavía no arrojan sombras. A pesar de ser tan temprano, hay dos personas sentadas al borde del agua. Tal vez hayan dormido allí, tal vez las noches de primavera son tan cálidas que uno puede dormir fuera. Esas personas están sentadas sobre una manta y han estirado las piernas hacia delante, sus voces son finas y tenues. Una de ellas está agachada junto a la orilla fumando un cigarrillo. Otra mira hacia arriba y me ve. Wolf. Alza ambos brazos como si dirigiera el aterrizaje de un avión en plena pista. Yo le devuelvo el saludo. Ahora los otros también levantan la vista. Y allí está Frauke, otra vez vestida completamente de negro, muy cansada, pero ríe, puedo ver su risa, cálida como la luz del sol, cálida y al mismo tiempo omnipresente. Saluda, se lleva una mano al corazón, luego se la lleva hasta la boca y me lanza un beso. Y yo sé que debo seguir andando, pero no puedo dejarla sola, me resulta muy difícil. Entonces Wolf rodea a Frauke con su brazo, y el hombre de la orilla lanza su cigarrillo, alza el brazo y arroja una piedra al agua, mientras los otros siguen charlando como si nada sucediera, al tiempo que la piedra salta una, dos, tres veces sobre la superficie del agua, antes de desaparecer silenciosamente en las profundidades.

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