Sophie

Sophie


Capítulo 64

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64

 

“Eres una retorcida”, fue lo que dijeron cuando se enteraron de mi pequeño plan, y de la ayuda de Yaco.

Mi primo era bi, era una persona que creía firmemente en amar sin importar el género, por eso es que nos llevábamos tan bien, porque creíamos en lo mismo. En solo amar.

Él fue el que me dio la idea: “haz algo, que ellos sepan que nunca harías”.

Casarme, está Princesa nunca se iba a casar.

Me lo dijo Kaira un millón de veces: “Sé fiel a ti misma”. Amar, honrar y proteger lo que uno cree, es más difícil de lo que me imaginaba, sobre todo porque el corazón tiene muchos colores, olores, y sabores. Nunca iba a dejar a Luca y a Bruno, porque simplemente los quería, eran mi alfa y omega, eran mi todo.

No hay nada más maravilloso que la libertad, la libertad de amar y de ser amada, bajo los principios de lo que uno cree, y no bajo los estándares de lo que la sociedad impone. No se requiere esfuerzo, sale de manera natural, completamente natural.

Nos mantuvimos firmes en nuestro criterio y en nuestro derecho de ser independientes de los demás; No bodas, no contratos que estipularan que yo era de ellos, y ellos eran míos. Nosotros éramos conscientes de que así era, y no había que convencer a nadie más, el compromiso era entre nosotros y de nadie más, eso era más que un matrimonio. Mis padres lo aplaudieron, los de ellos no tanto, ¿qué se le iba a hacer?

Cerramos ese acuerdo con un par de mordidas para que el acuerdo fuera sellado con sangre, no hay tinta más poderosa que esa. Nada tenía que ver con nuestro corazón, yo tenía el de ellos, ellos tenían el mío, con eso era más que suficiente.

El gen posesivo de Luca, era distraído. Yo siempre supe que era dueña de su corazón, la falla consistió en que él nunca se sintió seguro del mío, gustosa iba a pasar la vida corrigiendo ese error.

Con Bruno fue más sencillo, el Lobo siempre fue más fácil, él aceptó que tenía su corazón bajo llave junto al de su hermano, con él no eran necesarias las palabras, él solo necesitaba que se lo demostraras, encantada lo hacía siempre que se requería. 

¿Qué se le iba a hacer? Aunque pertenecían a la misma mano, Bruno y Luca eran diferentes dedos. Y yo adoraba esos dedos.

Alguien le puso la etiqueta de ‘relación abierta’, yo no le llamo así, yo le llamo un amor sin mentiras, ni rencores, libre… simplemente amor.

 

¡GRACIAS, MUCHAS GRACIAS POR LEER!

Si te gusto Sophie…

Por favor considera dejar una reseña, comentario o carita feliz.

Como lector tienes el poder de elevar mi trabajo, sobre todo porque soy una autora Indie. Si tienes tiempo, mi página en Amazon te espera, además que siempre es un gusto saber de ti.

Gracias otra vez por leer a “Sophie”, y pasar tu tiempo conmigo. Para mí, es un honor.

 

 

 

 

 

Viri

Simplemente Amor

Sophie lucía preciosa con esa panza a punto de explotar cubierta con la leyenda “Porn Queen”.

― ¿Quieres una de esas? ―preguntó Gordon a mis espaldas.

― ¿La blusa? Ya tengo una. La mía dice: “Kiss my ass”.

Antes de que me alejara de él, me detuvo por la cintura. El contacto en público entre nosotros estaba prohibido, mi respiración se agitó inmediatamente, esto estaba mal, muy mal. Con una mano en la cintura restringió cualquier movimiento de mi parte, con la otra acariciaba mi trasero de arriba abajo y de regreso. Si mis padres lo veían… si Kurt lo veía…

―Con gusto, Viri. Te puedo besar ese suculento trasero cuando tu mandes… ya lo he hecho.

Me dio una nalgada que llegó hasta el hueso, el sonido fue ensombrecido por la carcajada de mi hermana y Bruno, con ellos todo era felicidad. Y Gordon lo sabía, todo lo tenía controlado, incluso cuando dar una buena nalgada...

Próximamente…

Viri

Simplemente Amor

 

No te pierdas el extracto de “El Juego: Yo”

 

Agradecimiento especial

 

A Papá Dios.

Por mandarme a este mundo en el tiempo y lugar exacto. Por regalarme la libertad de escribir, leer, querer, e incluso maldecir lo que yo quiera. Y por concederme el súper poder, el más poderoso de todos, el poder de decisión.

Soy una mujer bendecida, muchas gracias.

 

Agradecimientos

 

Me reservo nombres porque seguro se me pasa alguien. He tenido la suerte de conocer a gente grandiosa que me ha ayudado y apoyado con confianza ciega. ¡Muchas gracias!

A mis Consentidas, a mis Fénix, a mis Golosas, a mi Equipo de Administración, Edición, Prensa, Diseño, Distribución, a Giselle Pereira por dejarme usar su belleza como portada, y a Silvia Pacheco por presentarme el bello estado de San Luis Potosí.

Para todas ustedes solo hay agradecimiento en mi corazón, son lo mejor de este camino. Espero seguir contando con el placer de su compañía y amistad. ¡Muchísimas gracias por todo!

Es un verdadero placer escribir para Ustedes.

¡Oh! Ya ven como siempre olvido a alguien…

Y a Kaira, Owen, y Alex por regresar a mi imaginación y prestarme a sus hijos.

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El

Juego

Yo

 

1

―Mire Kaira. ¿Le puedo llamar Kaira?

―Adelante Señor.

Charles Carter no había parado de juzgarme desde el momento que entré a su oficina. Todos los empresarios con cuentas más grandes que el sol que conocía eran así; Con esa aura de superioridad que solo se adquiere cuando tu cuenta bancaria tiene más de ocho dígitos.

―Vamos a ser claros. No creo que haya problema con su currículum. Habla cinco idiomas. Voy a pasar por alto, su poca experiencia. Viene bien recomendada y por las funciones del puesto, podemos pasar por alto la experiencia.

¡Gracias Dioses! Necesitaba este trabajo con urgencia.

Hice todo lo posible para que no olfateara mi miedo y levanté todavía más el mentón.

―Pero es usted guapa y soltera. Necesito alguien que no se enrede con mi hijo entre las sabanas.

¡Mierda! No sabía que mi entrevista era con un Dios. ¡Carter era el Dios de los imbéciles!

Soy de estatura baja con tendencia a chaparrita, pero poseía unas curvas de infarto; Gracias al cuerpo provocativo que mi madre me transmitió vía genes, los hombres solían pensar que solo servía para dar placer. Por supuesto, placer para ellos. A mí me había servido para conseguir contactos y esta entrevista. Desafortunadamente el placer no entraba en la lista, a lo más, un par de “amigos” y eran de los que mordisquean suavecito, cuando a mí me gusta fuertecito. Aunque siempre ayudaban a la moral, mi último amigo solía decir: “Eres tan sensual, que causas adicción”. Aunque era un cliché, recordar eso siempre me servía cuando tenía la autoestima baja.

Dejé de soñar para enfocarme en el futuro.

―Permítame contrariarlo señor.

Con énfasis en el señor, porque yo era una dama. O eso sabía él.

―No conozco a su hijo. Y le aseguro que no paso de cama en cama. Además de que no considero que sea de su interés mi vida privada.

El Señor Carter dejó la costosa pluma fuente que sostenía en las manos, y recargó cansadamente su espalda en la silla.  Por un momento perdió el aura de poderío y se le llenaron los ojos de preocupación. Seguro “Junior” era todo un caso.

―En el caso de mi hijo, sí. Lamento si la ofendí, pero necesito ser claro. Si usted acepta firmar un documento donde acepte que no va a dormir con mi hijo. Puede darse por contratada.

¡Carajo! Pobre Carter Junior ¡con ese papá! o tal vez era al revés, tal vez el papá era el problema. Cualquiera que fuera el caso, sentía que me estaba metiendo en una familia tipo “Adams”; Todos locos y pudriéndose en dinero.

―No tengo ningún problema en firmar cualquier documento referente a su hijo, aunque está de más. Si lee mi currículum, se podrá dar cuenta que mis responsabilidades son grandes y no puedo, pero sobretodo ¡no quiero! darme el lujo de dormir con su hijo. Prefiero cumplir con mi trabajo.

Eso le sacó una sonrisa.

―Por sus responsabilidades es que le estoy dando el beneficio de la duda. Y por la investigación que he hecho, sé que me dice la verdad, no pasa de cama en cama y cumple con sus responsabilidades.

¡Me mando investigar! Me tragué el orgullo y sonreí recordando a toda su familia.

―Baje al tercer piso y pida hablar con el licenciado Márquez. Él le va a dar la documentación necesaria: Acuerdo de confidencialidad, con la cláusula “no dormir con mi hijo” y su contrato.

Sin más se levantó y me ofreció la mano.

―Espero que cumpla su parte Kaira.

―No se preocupe señor. Le aseguro que puedo resistirme al adonis de su hijo.

Otra sonrisa. El señor Carter en su juventud debió de ser un verdadero adonis. Con esos ojos y esa sonrisa, podía olvidarme del hijo y meterme en la cama del padre.

 

2

Cincuenta y cinco minutos y Carter Junior no aparecía. Cuando me explicaron que él trabajaba desde casa no lo creí, aun cuando fueran “juniors”, la mayoría de los herederos iban a una oficina ―a perder el tiempo o por apariencia―, este no le interesaba ni eso.

En la recepción del moderno edificio me hicieron una inspección detallada. Hablaron con Carter padre y poco falto que me hicieran rayos X para que me dieran la tarjetita que me permitía entrar al mundo de los ricos y poderosos. Después de que revisarán todos mis antecedentes ―penales y no penales― y que la seguridad del grupo Carter diera luz verde, me dirigí al elevador que me llevaba directo al penthouse de mi nuevo jefe.  Con todos los nervios del primer día reajusté el vestido amarillo pálido de la suerte y apreté el único botón.

Cuando se abrieron las puertas me esperaba un hombre afroamericano perfectamente vestido; Un traje de tres piezas color negro acompañado de un reloj de cadena de oro, una joya que a simple vista evidenciaba que valía más que todo el dinero que había ganado en mi vida y el único color que se le veía. Le calcule unos setenta y cinco años y aunque se le veía cansado, se erguía con orgullo.

No me devolvió la sonrisa, solo hizo una pequeña reverencia con la cabeza y detuvo las puertas hasta que pasé.

―Soy Kaira Jones.

Extendí mi mano y se la ofrecí. La vio como si tuviera siete dedos en vez de cinco, finalmente la tomó entre la suya y con un fuerte apretón se presentó.

―Un placer señorita Jones. Yo soy el señor Gamble, el mayordomo del joven Carter.

No solté la carcajada, porque el señor Gamble dijo “mayordomo” con mucho orgullo. ¿Mayordomo? ¿Quién tiene mayordomo en estos tiempos? Esto parecía cada vez más extraño.

―El joven Carter se encuentra ocupado en estos momentos. Pero dio la indicación de que se sintiera libre de conocer el penthouse.

Asentí y me dejé llevar. Al abrirse las puertas del elevador, entré a un mundo completamente diferente al mío. El penthouse contaba con todos los ventanales de Chicago, no había paredes, solo cristales y cristales que permitían ver la majestuosidad de la ciudad y el lago Michigan. Una serie de puertas francesas de piso a techo que rodeaban el penthouse te daban acceso a la gran terraza que rodeaba el penthouse. La luminosidad y la decoración minimalista, te hacían sentir en el cielo. Solo la magnífica chimenea cubierta de fotografías te hacía saber que seguías en la tierra.

 Si te adentrabas un poco más, te encontrabas con una cocina completa y dos cuartos de baño forrados en granito color arena, el penthouse contaba con una zona de comedor amplísima, piscina, gimnasio y la cancha de baloncesto. Eso es lo único que logré ver en los veinte minutos que anduve divagando aquí y allá. Gamble, me dejó sola en cuanto me indicó que revisara la casa y me ofreciera una bebida, me negué, ahora me arrepentía, tenía sed y ya me había cansado de ver el lago Michigan.

Lo único bueno de la espera, es que logré tranquilizar mi corazón. Desde que había amanecido, sentía que mi corazón se salía del pecho, se lo atribuí a lo nuevo, siempre que iniciaba un trabajo mis nervios se disparaban, ahora me sentía mucho más tranquila. También me dio tiempo a calcular tiempos, el edificio se encontraba en el corazón de Chicago y a treinta minutos a pie del departamento de Elena, eso me facilitaba la vida.

 Miré las escaleras por millonésima vez, no me había atrevido a subir. Solo esperaba que “Junior” me regalara cinco minutos de su jodido tiempo y se dignara a aparecer.

Finalmente oí pasos y le di la razón a Carter padre. Su hijo era un verdadero adonis, un poquito mayorcito para que papá le contratara el personal, pero un jodido adonis, temí quedar embarazada con solo verlo.

Sin camisa y con unos pantalones de franela blancos a la cadera, era la mismísima imagen de un orgasmo andante. Abdomen bien definido, con una delicada capa de vello que no alcanzaba a ensombrecer la magnificencia de sus músculos.  El cabello descuidado y suficientemente largo para que le cubriera los ojos, lo hacía ver todavía más apetecible. Tenía la altura perfecta para mí, más o menos uno ochenta, tranquilamente podía enterrar mi cara en su pecho y perderme ahí por un buen rato.

Lo que freno mi instinto animal, fue el aura de poderío que lo rodeaba, era todavía más poderoso que el de su padre. Hizo que mi corazón se volviera a desbocar con solo verlo.

Me levanté torpemente, lo que menos deseaba era dejar una mancha de mi excitación en la cuidada tapicería de piel. Tenía mucho tiempo de no sentir esta excitación, era refrescante.

Con pasos agiles y una sonrisa burlona se acercó.

―Mmm, mi padre y sus tácticas. Tu antecesora tenía mínimo cincuenta años y no era nada bonita.

¿Cómo? ¡Yo no llegaba a los treinta! Aunque chaparrita, con unos buenos tacones lograba llegar a un deseado metro sesenta y cinco, un poco pasada de pálida, pero eso me daba un aire sofisticado, o eso quería creer. Cabello castaño y lacio, ojos verdes y una sonrisa que derretía corazones. Junior aparte de impuntual, ¡ciego! ¡Yo era una belleza!

Me tomó de la mano y entrelazo nuestros dedos de una manera muy íntima.

― ¿Vamos?

Me jaló rumbo a las escaleras. No avancé y eso hizo que me estampara con su abdomen.

¡Dios! Olía exquisito, era una mezcla de limpio y sexo. Todos los pensamientos sucios que estaban bajo llave desde hacía seis años en la caja fuerte de mi cabeza, salieron y vieron la luz. Empeoraron cuando finalmente lo vi a los ojos. Eran de un azul muy… azul. El aro negro que los enmarcaban solo los hacia ver más profundos, más oscuros. Tenía una cara angelical, aunque la sonrisa era de un diablillo.

Como pude y roja hasta la coronilla, logré balbucear:

― ¿La oficina está arriba?

El orgasmo andante río y asintió.

―Sí, mi oficina está arriba.

No me gusto el tono que uso para “oficina”, aun así, lo seguí dócilmente. La mano me empezó a sudar e intenté retirarla.

―No… Me gusta húmeda.

¡La madre que lo parió! Su forma de acentuar "húmeda", hizo que me humedeciera toditita. Su voz era profunda, con un dije de burla en ella.

Dejé mi mano entre la suya y lo seguí escaleras arriba. El segundo piso no era diferente al primero. Minimalista, con grandes ventanales, pero a diferencia de la primera planta, solo encontrabas una serie de puertas color negro. Lo que más me llamo la atención, fue una serie de fotografías en blanco y negro. Eran fotografías de cuerpos… cuerpos desnudos. Eran eróticas, artísticas y elegantes. Un trabajo muy profesional.

Al final del pasillo abrió una puerta. Dejó ir mi mano, aunque su toque perduro en mi piel hasta fundirse en mis venas. Con un gesto exageradamente caballeroso, me hizo pasar.

Sexo. La habitación gritaba sexo por todos los rincones. Un par de sillones hechos para coger en color negro. Una cama extra grande con dosel cubierta de velos blancos, cojines regados en todas partes y un ventanal enorme sin protección. Listo para dar espectáculo gratis a todo Chicago. Y como accesorio final; Una rubia, atada de pies y manos en medio de la cama, desnuda y con los ojos vendados, lista para recibir.

Mi instinto no me había mentido. Estaba trabajando para la familia Adams. Y parecía que era perfecta para el trabajo, porque en vez de salir corriendo, empecé a sentir que la excitación de mi pecho bajaba corriendo a mis partes íntimas. Mi pobre corazoncito bombeaba a marchas forzadas, mi pecho subía y bajaba con rapidez mientras trataba de encontrar una solución a mi problema. Bien podía fornicar con el orgasmo andante como bestias en brama y quedarme sin trabajo en mi primera hora de trabajo. O privarme del placer que se respiraba en el ambiente y cumplir mi contrato.

Dos segundos bastaron para reacomodar mis prioridades. Necesitaba con urgencia un buen revolcón, sudar, sentirme deseada, porque excitada, chin―chin ¡listo! ¡Uf! Realmente lo necesitaba. Pero mis responsabilidades dieron un paso adelante.

―Me temo que hay una equivocación. Me contrataron para ser su asistente, no para…

Hice una señal con la mano para mostrar la habitación y evitarme la pena de decir lo que deseaba y no podía tener.

―Si me indica donde está la oficina, yo me puedo poner a trabajar y usted puede seguir…

Volví a obviar mis deseos. Y di un paso fuera de la habitación.

Él no se inmutó. Caminó hacia la cama, con un solo movimiento se quitó el pantalón, se acomodó un condón y sin preámbulo, penetró salvajemente a la mujer que lo esperaba pacientemente. “¡Suertuda!” gritó mi vientre, mientras los observaba sin poder moverme. Bombeaba en el interior de la rubia sin descanso, los jadeos, gemidos, gritos que salían de sus bocas eran todavía más estimulantes.

Mi humedad empezaba peligrosamente a gotear. Sentía todo el cuerpo caliente, deseoso de ser parte de las atenciones que le estaba brindando a la rubia. Me mojé los labios intentando apagar el fuego que me estaba consumiendo. En ese momento el volteó y con un simple movimiento de cabeza me indicó que me acercara.

Dudosa, muy dudosa di un paso atrás. Y con una gran bocanada de aire, detuve mi cuerpo para que no saltara sobre ellos. Me puse en acción y traté de abrir las puertas, alguna tenía que ser la oficina.

Lo que encontré, fueron tres puertas cerradas bajo llave, pero eso no detuvo a mi imaginación, ella imaginaba habitaciones perfectamente bien adaptadas para coger como dementes, eso fue lo único que mi cabeza razonaba; Coger, regresar y desvestirme, unirme a la rubia y dejar que mi cuerpo le sirviera en algo al orgasmo andante…

Dejé de fantasear cuando encontré la habitación principal. Amplia, con un fuerte olor a madera y perfectamente ordenada, me dio la impresión de que Junior no pasaba mucho tiempo en su habitación. Fue hasta el otro extremo del pasillo donde encontré la oficina.

Empecé a dar pequeños brinquitos en cuanto cerré la puerta atrás de mí. La oficina era el sueño de cualquiera; Amplia, con grandes ventanales, las únicas dos paredes cubiertas de piedra, muebles y equipo de última generación, pero lo mejor de todo, es que estaba vacía. Sin papeles o libros que indicaran que Junior pasaba por ahí.

Dejé salir un gemido de puritito éxtasis. Era la oficina de mis sueños. Dejé mi bolsa y laptop en el escritorio que era en forma de semicírculo ―justo como me gustaba―, y me dirigí a la puerta que se encontraban al fondo. Al abrir la puerta, me encontré con otra habitación, más pequeña que las anteriores, pero lo suficientemente grande para incluir una cama King. En esta casa había encontrado más superficies para coger, que dientes en mi boca.

Vague por la habitación con pericia. El orgasmo andante estaba ocupado y yo no tenía nada que hacer, excepto imaginarme lo que le estaba haciendo a la rubia.

Después de revisar el precioso y amplio baño cubierto en mármol blanco, salí de la habitación. El orgasmo andante me esperaba recargado en el escritorio fisgoneando en mi bolso.

― ¡Ey!

Me acerqué al escritorio y le arrebaté mi bolso de las manos.

― ¡¿Qué diablos crees que haces?! ¿Quién carajos te crees?

¡Imbécil! El orgasmo andante era un verdadero imbécil. Y cínico. El muy cínico se estaba riendo de mí ¡en mí cara!

―Ah, ya entiendo. Tú tienes todo el derecho de revisar cada habitación de mi casa, pero yo no tengo derecho a revisar ese pequeño bolso.

― ¡Exacto!

Contesté lívida. No me acosté con él y de todos modos iba a perder mi trabajo.

Dejó salir de su precioso y torneado pecho una carcajada. ¡Dios! Estaba como para ahogarse en él.

―Muy bien. Me parece bien.

Se sentó en el único sillón que tenía la oficina. Un amplio y mullido sillón de tres plazas forrado en piel blanca.

―Te voy a explicar las reglas y tú las sigues. Si no estás de acuerdo, puedes ir con mi papi y pedir tu liquidación.

Me senté tras el escritorio y prendí mi laptop.

―Supongo que firmaste el contrato de confidencialidad.

―Por supuesto.

Asintió y se acomodó exactamente en medio del sillón. Abriendo exageradamente las piernas, en una clara invitación. Mi mente viajó y se trasladó en medio de sus piernas, justo en el bulto que sobresalía. Un ancho y largo bulto…

Me mojé los labios y me centré en la pantalla. Si seguía por ese camino, solo iba a ver bultos donde volteara.

―Bien. Primero: Esta es mi casa y puedo hacer lo que me venga en gana. Nadie me dice si está bien o mal.

Me pareció justo ¿Quién diablos era yo para decirle qué hacer o cómo vivir?

―Segundo: Duermo hasta tarde, todo puede esperar hasta medio día. Si necesitas algo, le hablas a mi abogado, no me molestes antes de las doce.

Ya empezaban los problemas.

―Y tercero: Nuestra convivencia sería más fácil; Si te acercas, te pones de rodillas y haces todo lo que se está imaginando esa linda cabecita.

¡Junior podía leer la mente! El tono de su voz y la mirada invitaban a no salir de su entrepierna por lo que duraba del día, que digo del día, ¡del año entero!

 Tomando aire me envalentoné. Ahora venía la mía.

―Me parece justo lo primero. De ninguna manera voy a interferir con su… estilo de vida. Lo segundo nos puede crear problemas. Mi contrato dice que trabajo de nueve a cinco con una hora de almuerzo. Si usted empieza a trabajar a las doce, solo vamos a poder trabajar un par de horas.

―Podemos cambiar tu horario, llegas a las doce y te vas a las ocho, nueve, o no te vas.

Me dijo con una sonrisa.

―Me temo que eso no es posible, a las cinco salgo de aquí. Ni un minuto menos, ni uno más.

El muy imbécil se volvió a burlar de mí, asintió con una sonrisa que decía “ya veremos”. Pues sí, ya veremos. Porque si creía que iba a ceder en eso, estaba muy equivocado.

―Y tercero; Puede parar con las… sugerencias. De ninguna marera voy a dormir con usted. Yo vengo a trabajar.

Se levantó del sillón y caminó rumbo al escritorio. Lo rodeó y se agachó para quedar entre mis piernas.

Miedo. Me dio miedo; la mirada, la sonrisa, su cuerpo, su andar emanaban peligro y yo estaba a punto de empezar a gritar.

―Vas a terminar bien enterrada entre mis piernas tarde o temprano.

Una afirmación hecha con conocimiento de causa. Solo era cuestión de tiempo.

―Por ahora, solo deja de mojarte los labios. Tienes los labios muy gruesos para ser tradicionales, pero son únicos y perfectos para rodear mi verga. Me tientan a mojarte con los míos y no precisamente la boca.

¡Hijo de… de su lujuriosa madre! Hizo que cada terminal nerviosa de mi cuerpo se estremeciera. Y tenía razón, soy un poco trompuda.

Bajó su cabeza e inhaló aire a la altura de mi entrepierna, levantó la cabeza con una sonrisa, se levantó y se fue.

Cuando llegué a casa estaba exhausta, todo el día era una constante invitación a dejar de pensar y enfocarte a satisfacer el cuerpo. Es extenuante resistirse a lo que se desea.

 

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