Sophie

Sophie


Capítulo 9

Página 11 de 61

 

9

 

Luca

Fue hasta que empezamos a convivir con los NCJ que la idea de ser ‘diferente’ dejó de ser tan desagradable. Ellos eran definitivamente diferentes; Se escuchaban, se amaban, intercambiaban consejos, compartían amor y pasión. Me gustaban. Poseían una especie de vínculo que nosotros no teníamos.

En casa siempre se sentía un silencio, una sensación de que algo iba mal. Diana lo intentaba, pero Frank y Jasón cada vez se alejaban más, a últimas fechas Jasón viajaba mucho.

Todo empeoró cuando Doc me reclutó, Frank se descontrolo todavía más.

― ¿Ya entrenaste? ―Fueron los ‘buenos días’ de Frank.

―Sí, papá.

―No me contestes así, lo hago por tu bien.

No quería discutir con él, no enfrente de Sophie.

―Acabamos de nadar cerca de diez kilómetros.

Sophie apenas tuvo tiempo de cubrirse antes de que Frank apareciera, seguro para joder con la rutina mañanera. Tal vez porque éramos invitados, pero se contuvo y no discutió, dio la media vuelta y nos dejó solos en la playa.

― ¿Quieres desayunar? ―preguntó Sophie con un poco de pena.

Odiaba dar lastima, y por más que deseara estar junto a ella ―todo el día y a todas horas―, negué y la dejé sola. Al fin ya estaba en tierra firme, sana y salva. Casi me da un ataque cuando no la vi en la casa de campaña, fue como si mi cuerpo no pudiera estar lejos de ella, desperté asustado, salí corriendo y la busqué como loco, nunca había sentido tanta desesperación. A duras penas la vi a lo lejos en lo profundo del mar, no había suficiente luz, ¿Cómo se metía a nadar así? Por más que braceaba por un momento pensé que la perdía, imaginé de todo: que estaba dormida, que un tiburón salía y la devoraba, que alguien salía de la nada y la raptaba. La desesperación me hizo nadar más rápido, perdí el control al detenerla, me hundí y ella se hundió conmigo, fue rápido, fue vergonzoso, y fue increíble como desapareció todo cuando advertí su pecho desnudo. Dejé de pensar, dejé de sentir, solo existía ese majestuoso pecho desnudo. Lo había imaginado un millón de veces, incluso estaba seguro de que lo podía oler, saborear, pero nada se comparaba con la visión en vivo y a todo color de los dos senos más increíbles de la historia.

A partir de ese momento ya no pude pensar en nada más. El día paso volando, si de por si seguía sus pasos, ahora seguía hasta el más pequeño de sus movimientos. No podía creer que sus padres le permitieran traer a su novio a Dite, ¡no podía creer que tuviera novio después de cómo me besó! Una cosa es que se besara con Fabio, él era de la familia, pero besar a otro, eso era…

 

―Todos los que pisan la isla están forzados a firmar un acuerdo de confidencialidad, Luca. Sino lo firman no entran, así de sencillo ―aseguró Kurt después de escuchar mis quejas.

―Nunca puedes estar cien por ciento seguro de que no van a hablar. Tus papás no deberían invitar a cualquiera.

Hice la referencia señalando a Daniel, el pequeño imbécil que desnudaba con la mirada a Sophie mientras jugaban a la orilla del mar. Afortunadamente los acompañaba Viri, Sophie no tenía cabeza para nadie más si su hermana estaba cerca.

Una ola revolcó a la pequeña de rizos de oro, Sophie se alertó, pero no la rescató, le dio tiempo a que se recuperara ella sola. Viri salió riendo a carcajadas, Sophie rio con ella y dio un paso a atrás. Un paso que Daniel no dejó escapar, la abrazo por la cintura y le robó un beso en los labios, un piquito que hizo que mi sangre bullera con violencia.

― ¡Deja de ver el jodido libro y ve a tu hermana, Kurt! ¿No vas a hacer nada? ―Kurt levantó la mirada por un segundo, ¡solo un segundo!

―Alex y Owen dicen que no me meta con sus novios... Además, ya hablé con él, no va a pasar nada ―aseguró regresando a su lectura.

― ¿Qué le dijiste?

¿Que lo íbamos a desmembrar lento y dolorosamente si le ponía una mano encima? Algo así sonaba perfectamente razonable.

―Lo normal. Que tuviera cuidado con lo que hacía.

Siempre se podía contar con Kurt, el maldito era de cuidado.

Aprovechando la intimidad que me daban los lentes obscuros seguí observando a Sophie, las olas chocaban con su cuerpo acariciando la suavidad de su piel. Era muy suave, todavía no estaba seguro de haberla tocado el día que nos besamos, todo paso muy rápido, ni siquiera estaba seguro de cómo me atreví. 

 ―Tu hermana es rara.

No hubo manera de recomponer la ensoñación de mi voz. Kurt bajó el libro para ponerme atención, él dejaba lo que fuera cuando se trataba de sus hermanas.

― ¿Por qué? ―No preguntó cuál de las dos, las dos eran raras.

―No sé. No es como las otras chicas.

―Por supuesto que no. Ellas son Northman―Carter Jones ―aseguró orgulloso. Me dio un pequeño golpe en el hombro y regresó a su libro.

Daniel volvió a abrazar a Sophie y mi paciencia se acabó, necesitaba un poco de aire fresco, la fresca brisa del caribe no bastaba.

Ya les daba la espalda cuando Kurt amenazó―: Recuerda la promesa, Luca. Mis hermanas son tierra prohibida.

No contesté, no volteé, ¡cómo si lo hubiera olvidado!

Para la noche ya estaba que reventaba, sus senos me retaban cada vez que dejaba de verlos. ¡No podía pensar en otra cosa! Por inconsciencia o conciencia, a la hora de acostarse mi bolsa de dormir estaba junto a la suya. El idiota de Daniel no tardó en poner la suya al otro lado, afortunadamente Kurt se encargó de él durmiendo a su lado.

Pasaron un par de horas sin que nada pasara, ya todos dormían, solo se escuchaban las olas rompiendo, los grillos cantando, y mi frustración por no poder conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos aparecía la imagen de Sophie tentándome a romper el pacto que tenía con su hermano. Abrí los ojos y ahí estaba, con su expresión de bella durmiente, de paz, de pecado latente. Bajé un poco la mirada para verificar que no pasara frio y ¡puf! La serpiente en forma de escote apareció. El camisón ―si a eso se le podía llamar camisón―, dejaba a la vista la mitad de sus senos, manzanas redondas, firmes, apetitosas. Si solo se bajaba un poquito me iba a dejar ver la preciada sonrosada cima. Verifiqué que todo mundo durmiera, levanté mi mano, y en contra de mi educación, con el dedo índice bajé el holgado camisón, solo un poquito, solo hasta que apareció la cima color muérdeme. 

Mi boca salivó, mi corazón se quería salir, mi verga reventaba. Lo pensé toda una eternidad en segundos, estaba mal, muy mal, pero con todo y eso mojé uno de mis dedos y acaricié la cima, se sentía suave, firme, rica. Juro que no quería, que no debía, pero el instinto me controló, no se puede ir contra la naturaleza. Solo un lametazo, su pecho subió y me pidió otro... y otro... y otro, sin poderme contener lamia una cima mientras apretaba con mis dedos la otra. En el instante que mi boca se llenó del endurecido pico, jadeó. Nunca había escuchado nada igual, era diferente, erótico, necesitado, era el sonido más excitante del universo.

A esta altura ya todo estaba perdido, le tapé la boca con mi mano y me preparé para violarla. Si Kurt o Daniel despertaban, ya me podía dar por muerto. Succioné un poco y Sophie jadeó otra vez, sus manos presionaron mi cabeza contra su pecho y mi erección se volvió dolorosa, mis manos hormigueaban por el deseo tan grande. ¡Me moría!

Acerqué mi cuerpo al suyo buscando su calor, terminé afuera de mi bolsa de dormir, y casi adentro de la suya. Me metí bajo su camisón y me convertí en pulpo, en tiburón, en un animal. Besé todo lo que pude, toqué todo al alcance de mi mano, su piel era de seda, tan suave, tan adictiva, no podía parar de tocarla.

A través de la playera escuché que jadeaba más fuerte, saqué mi mano y volví a cubrir su boca. ¡No me importaba nada! La iba a violar a unos pasos de sus hermanos, de los míos, y de nuestros amigos. ¡Ah, y de su novio! No faltaba nadie… Bueno, sus padres. El segundo que duro la imagen de sus padres en mi cabeza fue suficiente para que me detuviera. Sophie anuló esa imagen mordisqueando, lamiendo mi mano, ahora el que jadeo fui yo. Dejó de existir el mundo, solo existía ella.

Antes de que perdiéramos más el control, jaló mi cabello.

―Déjame parar ―su susurro fue casi inaudible junto a mi oído. Me resistí a la idea de quitarme, encima de su cuerpo se estaba muy bien―. Anda… deja que me pare.

Odiando cada parte de mi cuerpo que se negaba a seguir mis órdenes, me hice a un lado. Se levantó en silencio, como una pequeña serpiente deslizándose por la arena.

― ¿Vamos?

Tomé su mano para dejarme guiar a las estrellas. Sus dedos se entrelazaron con los míos con firmeza, ningún poder humano nos iba a separar. Me llevó entre los árboles para llegar a la parte trasera de la finca, a diferencia del palacio, en la isla no tenían cámaras en cada rincón, era su lugar de libertad. No quise pensar a dónde se dirigía, mis esperanzas podían crecer si me imaginaba en su habitación, me dejé llevar en automático. Seguimos un sendero hasta que apareció un prado y tres cabañas, por supuesto, los niños NCJ no tenían una simple casa del árbol, ellos tenían cabañas a toda regla. Nos dirigimos a la última, en la esquina más escondida estaba la puerta.

―Shsss, no pasa nada.

No pude evitar brincar con el rechinido. A diferencia de mí, Sophie se veía calmada, serena, y gracias a mi amigo el universo, muy decidida. Cerró la puerta tras nosotros, el sonido del seguro acompañó al de mi garganta al pasar los nervios; Era una estancia mediana, un sillón, un librero y una cama era todo el mobiliario, ya no había juguetes o alguna señal de la infancia de Sophie, la princesa ya había crecido y me lo demostró al no prender la luz. Solo la luz de la luna nos guiaba.

― ¿Y Daniel? ―pregunté antes de perder la voz. Tenía muchas competencias en mi haber, en ninguna sentí la excitación recorrer mi cuerpo como al darme cuenta del por qué estábamos aquí.

― ¿Qué hay con Daniel? ―preguntó incierta― No quiero tener mi primera vez pensando en otro ―explicó con su mirada fija en la mía. Quedé en pausa, no supe qué decir. Sonrió y con un solo dedo empujando mi pecho me fue llevando hasta acorralarme contra la puerta, presionó su cuerpo entero contra el mío, respiré… y la olí. Su fragancia inundó mi sistema, mató cada neurona que tenía.

Era un hecho, la amistad con Kurt valía nada, si su hermana se apretaba así entre mis brazos.

Con mano temblorosa comprobé que el seguro estuviera bien puesto, lo que menos me apetecía era que Owen o Alex aparecieran con una escopeta.

Por más que ansiara a Sophie, los nervios atacaron mi deseo, empecé a sudar, a temblar.

― ¿Me deseas, Luca? ―Con cada célula de mi cuerpo, incluso con las que iba a generar en un futuro. Pero mi tembloroso cuerpo solo respondió asintiendo―. Yo también…

Sus manos fueron subiendo de mi cintura a mi cuello, no me moví, no podía moverme. Sophie Northman-Carter Jones, la mujer que protagonizaba todos y cada uno de mis sueños húmedos quería a hacer el amor conmigo, y mi cuerpo no lograba reaccionar, ¡Malditos nervios! Como pude la tomé por la cintura mientras ella enroscaba sus manos en mi cuello.

―Luca… siénteme ―Cada una de sus curvas, de sus laderas y sus montañas fue absorbida por mi temblorosa piel―, quiero que me necesites… ―susurró pegada a mi boca.

No solo la necesitaba, sin ella no iba a sobrevivir. Pegó sus labios a los míos y ahí se desató el tsunami. Ya no eran mis manos, ya eran tentáculos en busca de alimento, la ropa que llevábamos desapareció como por arte de magia, mi boca quería tragarla, beberla en una sola moción.

Su pecho apareció nuevamente a mi vista, desnudo, orgulloso para dejarme completamente ciego, ¡cómo la deseaba!

―Vamos a la cama… ―escuché entre la nube de deseo. Sin separar mi boca de su pecho la levanté, sus piernas se enroscaron en mi cintura, y por primera vez sentí su calor.

―Sophie… ―Era perfecta, suave, delicada, caliente… maravillosa.

Con cada paso su calor frotaba mi verga, era imposible que me controlara. En contra de toda mi autoridad, derramé la leche. ¡Mierda, tenía un revoltijo ahí abajo! Pero o no se dio cuenta, o estaba igual de nerviosa que yo, porque siguió besándome, tocándome, en segundos ya estaba listo otra vez. Sophie se sentía muy bien, muy, muy bien.

Llegando a la cama la acosté y volví a quedar ciego. Nunca había visto algo tan perfecto, su desnudez era un lienzo perfecto.

¿A qué sabrá? Una pregunta que nunca debí responder. Bajé la cabeza, mis glándulas gustativas vibraron al absorber su sabor. Al cielo y al infierno, a eso sabía Sophie; Al cielo porque era lo más dulce, lo más delicioso que alguna vez haya probado. Y al infierno porque enseguida supe que era adicto a su sabor.

Fui subiendo besando cada parte de su cuerpo, no podía parar, temblaba bajo mis labios, yo temblaba por ella. Llegué a su boca sudando deseo, más valía que estuviera lista porque yo estaba a punto de reventar, otra vez.

― ¿Estás lista? Yo estoy listo.

La muy desvergonzada se burló de mí―: Sí, lo puedo ver.

No hice caso de su burla. Acariciaba mi verga sin importar lo pegajoso de la humedad, no tenía pudor ni vergüenza, era honesta, impúdica.

― ¿Estás lista? ―asintió soltando mi verga. Se acercó todavía más a mí para que nuestros cuerpos encajaran, y esperó. De más está decir que mi experiencia era tanta como la de ella; No supe cómo encajarme, no podía sostener mi peso sin aplastarla. La besé mientras la levantaba de la cama, necesitaba un poco de espacio, de control. Me senté en el único sillón con ella en mi regazo, sus piernas se ajustaron a mi cadera perfectamente, podía sentir la caliente entrada de su cuerpo en la punta de mi verga.

―Tu sólita ―susurré peleando contra mi instinto para no subir la cadera y sin importar lastimarla, enterrarme en lo más hondo de su cuerpo. Asintió viendo directo a mis ojos, sus pupilas estaban dilatadas, obscuras. Con todo mi autocontrol enfocado en no moverme, fui más consciente de sus esfuerzos por dejarme entrar, pequeños jadeos vibraban en su pecho cada vez que bajaba la cadera, poco a poco fuimos ganando terreno, poco a poco me envolvía un fuego húmedo y tirante.

―Ayúdame ―gimió cuando nos encontramos con la barrera de la tierra virgen. Con un brazo la rodeé por la cintura, el otro la apretó por la espalda hacia a mí, mi mano la bajó por el hombro y mi verga la subió al mismo tiempo que conquistaba su cuerpo, mi respiración se aceleró con un placer tan grande que me mareó, mi leche se derramó en su interior como señal de propiedad. Sophie era mía, mi tierra, mi puerto, mía.

― ¿Duele? ―negó, pero su gemido decía otra cosa― No te muevas, dale tiempo a que se ajuste ―Y a que yo me recuperara. Guie mi mano a su cabello acariciando la sedosidad, besé su cuello, sus mejillas, sus parpados, mi otra mano cobro vida deleitándose de su piel, la fineza de su espalda era infinita, la redondez de sus nalgas adictiva. Poco a poco el calor volvió a envolver nuestros cuerpos, fui creciendo en su interior sintiendo lo caliente, lo húmedo, lo apretado, lo perfecto de todo su cuerpo. Ella sólita me hizo saber que estaba lista con movimientos pequeños de cadera, mordisqueaba su mentón cuando dejé que el instinto tomara las riendas, yo subía, ella bajaba, el ritmo fue creciendo, se fue apoderando de nuestros cuerpos. El par de jadeos, de humedad recibiendo dureza, de besos empapados de lujuria sonorizaron la cabaña elevando la poderosa sensación de estar adentro de su cuerpo. Empezaba a sentir nuevamente la tirantez de mis pelotas cuando empujé su cuerpo para que me diera un poco de espacio para frotar su entrada, el aroma de su deseo inundo mis sentidos al pulir el nudo que coronaba el infierno. Sus paredes se tensionaron mientras más frotaba, me aplastaban, me succionaban, un color magenta fue coloreando su piel desde los pies hasta la frente, su pecho brillaba, ella brillaba.

― ¡No pares! ¡Por favor no pares! ―froté con todas mis fuerzas, con todo el deseo de mis diecisiete años hasta que explotó. Me succionó, exigió mi leche, reclamó lo que era suyo, apreté mi cuerpo contra el suyo hasta hacerle daño, sus dientes se enterraron en mi hombro causando un delicioso dolor de placer, y me dejé ir. Le di cada gota hasta que no quedo nada, todo de mí, todo era de ella.

Su cuerpo se sentía débil, frágil, la acuné entre mi cuerpo mientras acariciaba con mis labios la húmeda piel de su cara, sabia a gloria.

― ¿Te duele? ―preguntó minutos después entre suspiros.

―No. Se supone que la adolorida eres tú, ¿no?

O mis clases de biología eran incorrectas, o el cuerpo de Sophie no respondía como decían los libros. 

Separó su cuerpo del mío con una sonrisa que nunca le había visto, era diferente, satisfecha.

―Estás sangrando ―informó acariciando mi cara con sus delicadas manos. Me podía desangrar, no importaba nada si ella seguía acariciándome así.

Entre nubes, pregunté―: ¿Dónde?

Su sonrisa se amplió, sus ojos brillaron, ¡qué bella!

―Aquí… ―susurró antes de limpiar con su lengua mi cuello. Lamió donde sus dientes se enterraron minutos atrás, lamió varias veces hasta que el deseo empezaba a despertar otra vez, era bueno tener guerra de hormonas por cuerpo.

Mostrando su lengua manchada de mi sangre balbuceó:

― ¿Ves? ―Cerró la boca y tragó. Se relamió los labios con un gesto de lo más lascivo, erótico y dulce al mismo tiempo. Ahora también mi sangre corría por su cuerpo, ya no podía darle más de mis fluidos.

Me dolió la cara, creo que nunca había sonreído tanto. Hasta que…

― ¿Ves?

Le mostré mis dedos manchados de sangre ―muestra de que conquisté la tierra virgen―, gritó―: ¡No! ―pero fue demasiado tarde, mi boca se inundó del sabor exótico de Sophie, ahora todos sus fluidos también corrían por mi cuerpo.

Ir a la siguiente página

Report Page