Sophie

Sophie


Capítulo 33

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33

 

Despertar con Bruno era un nuevo placer culpable, su mano recargada en mi cadera, su respiración acariciando mi nuca, el calor de su cuerpo, el olor. ¡Mmm, placer culpable!

Me levanté con cuidado de no despertarlo, aun siendo una desvergonzada había necesidades que tenía que cubrir a solas. Salí del baño con aliento fresco y lista para ir a nadar… hasta que vi sus pies. La indeclinable rutina que tenía desde niña paso a segundo término cuando vi sus piecitos, así como su manzana de Adam, pidieron ser mi nuevo fetiche.

Los acaricié casi inconsciente, siguiendo la forma, las líneas, al dueño. La forma desgarbada de dormir de Bruno llamaba a pecar, y pecar fuerte, me metí bajo las sabanas a gatas, las piernas velludas y fuertes enmarcaron mi camino a lo que se le podía llamar: un buen desayuno.

Mi lengua salió en busca de la verga semierecta con apetito feroz, tenía un sabor picoso, energético como su dueño. Parecía que se fuera acabar, la lamia, la besaba, me embutía con ella sin decoro, sin técnica, simplemente me atragantaba como chiquilla y su helado de chocolate, hasta que sentí sus manos en mi cabeza empujándome hasta tragar por completo lo que ahora era una verga completamente erecta y más.

La falta de aire en la cama fue algo nuevo, solo un segundo de sus manos en mi cabeza, un segundo de perder la noción del mundo y solo ser consciente de lo que llenaba mi boca, un segundo que supo a ¡quiero más! El acto dejó de ser desorganizado para tomar tintes casi militares, sus manos me empujaban hasta asfixiarme con su verga por un segundo, descansaba otro, dos segundos, descansaba, tres, cuatro… llegamos a los treinta y nueve segundos, mareados, sudados, jadeando. Mis entrenados pulmones empezaban a arder, mis entrañas a rogar, empezaba a rendirme cuando Bruno sacó la bandera blanca dándose por vencido. La leche salía a borbotones ahogándome, y yo, yo gustosa recibía cada gota de lo que era hasta el momento el mejor desayuno de mi vida.           

― ¡Arriba cenicienta! ―jadeó cuando finalmente salí de mi escondite. Me acosté a su lado jadeando igual que él, y tan desgarbada como él.

―Joder con cenicienta. ―Su sonrisa era perversa y al mismo tiempo inocente. ¡Oh, diablos!

―Está bien, no eres cenicienta. ¿Blanca Nieves?

― ¡No!

― ¿Por qué no? Una vez te escuche decir que Alex era gruñón, y Owen dormilón.

― ¡Exacto!

La realización llegó en forma de una espontánea carcajada que llenó de alegría el loft completo y sus alrededores, incluyendo mi cuerpo, y corazón.

―Tienes razón, Blanca Nieves es Kaira.

― ¡No!

― ¡Joder, mujer! No estas contenta con nada.

Besé su pecho desnudo antes de recargar mi cabeza en él.

―Blanca Nieves es la más pasiva, dependiente, inútil, y sumisa de todas las princesas. No hace nada para evitar que el cazador la mate; Si éste no le arranca el corazón a ella, es solo por su cara bonita. No hace nada para sobrevivir en el bosque; Tiene que pedir ayuda a los animales para encontrar dónde dormir. Tampoco intenta salvarse del hechizo de su madrastra, ni de la maldad de esta. Lo único que sabe hacer, son las tareas domésticas. ¡Mi madre es completamente opuesta a Blanca Nieves!

―Lo siento, no sabía que íbamos a analizar a la pobre y, por lo visto, inútil Blanca Nieves. ¿No se supone que los cuentos son para fantasear?

― ¡Oh, no con Dormilón! Owen vio conmigo todas las películas de Disney, y si digo todas, es ¡todas! ―Su risa de incredulidad me hizo verlo de frente―. ¡Te lo juro! Película que salía, película que veía conmigo.  Después la analizábamos, me hacía ver los pros y contra de los personajes.

―Te arruino la fantasía.

Me pareció ver enojo en sus ojos.

―Al contrario, yo no deje de creer en princesas por analizar las películas, yo me convertí en una Princesa. Cuando adoptamos a Owen y a Alex, la fantasía se hizo realidad.

―Ellos no son tus príncipes.

El enojo en sus ojos iba en aumento, ¿qué le pasaba?

―No, por supuesto que no. Ellos son mis padres. Yo no necesito un príncipe.

― ¡Por supuesto que sí!

Ahora la que se enojó fui yo.

― ¡Claro que no!

―Está en tu destino, Sophie. Un día te vas a casar, vas a tener un montón de hijos, a vivir en un palacio, y a ser feliz por siempre jamás.

 Creo que nunca me sentí tan indignada como en este momento.

―Yo nunca me voy a casar ―afirmé con rotunda seriedad.

― ¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!

No pensé que a “el Lobo” le sorprendiera tanto. Él era el hombre más libre que conocía; Nunca lo imaginé como un defensor de la institución del matrimonio.

―Estoy teniendo un déjà vu en estos momentos, Bruno. Y quedamos en que no íbamos a hablar de él. ―Vi pasar enojo, frustración, lamento por sus facciones―. Solo voy a decir que el día que yo jure estar con alguien, no va a hacer necesario un papel. Lo voy a jurar y voy a ser fiel a ese juramento. ―Como obra de arte su semblante se aligero. El hombre era un enigma.

―Ah, ¿pero si vas a tener una pareja?

― ¡Claro! Ya la tengo.

¡Ups! se supone que no íbamos a hablar de él. La sonrisa ‘ya lo sabía’ apareció para tranquilizarme. Tuvo un poco de compasión y cambió de tema.

―Regresando a las princesas, entonces ¿cuál no es inútil, o dependiente, o sumisa? No debe de haber muchas.

Como regresamos a tierra firme, regresé a su pecho.

―Si prometes no principiarme, te digo cuál es mi favorita.

―Te lo prometo.

Me dio un beso en el cabello. Y como una pobre Blanca Nieves, le creí.

―Mérida. Mérida es mi favorita. A diferencia de las clásicas princesas, ésta no se casa, sólo quiere vivir la vida. Es impetuosa, toma el control de su propio destino, es excelente atleta, y a pesar de su personalidad extrovertida y enérgica, es de corazón dulce, especialmente cuando se trata de sus hermanos.

―Mérida… creo que nunca vi esa película.

―Se llama: ‘Brave’.

Algo escuchó en mi voz, porque inmediatamente se paró, y así como llegó al mundo, empezó a abrir cajones.

― ¿Qué haces?

―Tengo que ver esa película, y algo me dice que por aquí debe de estar.

No pude evitar el sonrojo, lo sentí subiendo desde la punta de mis pies hasta que cubrió toda mi piel.

― ¡Oh, diablos! ¿Dónde está?

Su carcajada no ayudaba. Bajé la mirada, me mordí los labios, intenté pensar en la corona, y de todos modos no logré controlar el sonrojo que aumentaba por cada cajón que abría.

―Sophie, la voy a encontrar. No importa si volteo de cabeza todo el loft, la voy a encontrar.

Solo por el beneficio de la chica que me ayudaba con la limpieza, claudiqué―: Está en mi closet.

― ¿En tu closet? ¿Qué hace en tú closet?

―Ahí está mi caja de seguridad.

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