Sophie

Sophie


Capítulo 34

Página 35 de 61

 

34

 

Bruno

Toda clase de preguntas cruzaron por mi cabeza. Antes de que las externara, me mostró.

Me llevó de la mano hasta la puerta doble que nos transportaba al mundo Northman―Carter Jones.

Crecí rodeado de opulencia, mis tres padres trabajaron muy fuerte para darnos más de lo que necesitábamos, no me era extraño el lujo que da el dinero. Solo que Sophie y su familia le daban un nuevo significado a la palabra riqueza, quizás extravagancia era un adjetivo más adecuado para el closet de la Princesa que decía no ser Princesa.

Se abrieron las puertas y resplandeció, todo brillaba; Paredes, techo, puertas, isla, incluso el sillón que más bien parecía cama, brillaba. Espejos por todas partes, mármol, un candelabro de araña con millones de cristales centellando me dio la bienvenida al mundo de la Princesa Sophie.

Y no me gusto, de hecho, lo odié.

―Quita esa cara, solo son un par de zapatos.

¡¿Un par?! ¡Era un millar! Tres paredes completas de zapatos de todos los tipos, colores y sabores. ¿Para qué demonios necesitaba tanto zapato? Descalza se veía muy bien.

― ¿No te parece que es una exageración todo esto? Mi ropa cabe en dos cajones ―Ladeó su cara, entrecerró sus ojos, y me preparé para el golpe. ¿Por qué abrí la boca? ¿A mí, qué? Yo no se los compraba…

<<Y nunca lo iba a hacer>> ¡Carajo! ¡¿Qué demonios estaba pensando?!

Adivinó en qué pensaba, porque abrió dos cajones, los vació y dijo―: Quita esa cara, aquí están tus cajones.

Así, sin pretensiones, sin preguntas complicadas como: ¿Qué somos? ¿Somos novios? ¿Te llamo o me llamas? ¿Cuándo me hablas? ¿Quieres conocer a mis papás?

Sophie no se complicaba, ella hacia lo que le nacía. ¡Era simplemente perfecta! Por eso mi cabeza alucinaba con costos de zapatos. 

― ¿Dónde está la película?

Necesitaba regresar a la cama, devolverle el favor del orgasmo, y dejar de pensar en estupideces.

―Aquí ―rozó su mano en un espejo y el reflejo de su cuerpo desnudo desapareció. Emergió una especie de ropero, parecía de madera, pero no, era un material mucho más sólido que la madera. Presionó su mano en una pantalla y recitó―: Sophie Northman―Carter Jones.

Eran pocas las ocasiones que le escuché decir su nombre completo, se oía complicado… y poderoso. Era mucho más sencillo decir: Sophie Gardner.

¡Oh, demonios! ¡¿Qué mierda pasaba conmigo?!

― ¿No te parece que es demasiada seguridad para una película?

Sonrió y los hoyuelos más bellos de la historia de los hoyuelos aparecieron, fue imposible no hundir mi lengua en ellos.

―Basta, Bruno, me estas babeando.

Y lamiendo, mordisqueando, succionando. Pronto la queja cambió a jadeo. Ahí, en el lujoso y frio mármol, le devolví el favor.

 

― ¿A qué venimos?

Necesitaba un poco de comida, la reserva de leche se me acababa, y todavía no desayunábamos.

―Por esto. ―Se estiró al mismo tiempo en que yo me recargaba en la isla, desde el piso pude admirar lo que con tanto esmero protegía.

―Es tu tesoro.

―Es mi tesoro ―confirmó. Paneles de cristal sostenían cerca de veinte coronas, así como los zapatos, había de todos tipos, colores y sabores. Solo que los colores provenían de piedras preciosas.

― ¿Son de verdad?

―Todo es de verdad. ―Tomó la primera que alcanzó y se la puso. Una princesa, Sophie era una princesa.

La siguiente fue para mí, seguro para que cerrara la boca. Con lo que guardaba ahí, bien podía vivir un país pequeño.

―Owen siempre me regala una en mi cumpleaños. Es nuestro ritual. Una corona a cambio de un beso y un abrazo.

No sé qué cara puse, porque me sorprendió diciendo―: No te apures, para ti son gratis ―mordisqueó mis labios hasta que abandoné la batalla y le devolví el beso―. Aquí guardo lo que más atesoro; Mis coronas, mis medallas, las cartas de Viri, las piezas de Kurt...

― ¿Esas son las medallas de Luca? ―interrumpí al ver todas y cada una de las medallas que mi hermano había ganado en toda su carrera, incluso las más recientes.

Sin ni siquiera parpadear, lo aceptó asintiendo una sola vez.

― ¿Por qué tienes sus medallas? ¿Quién te las dio? ¿Tú se las pediste? ―Se levantó con la gracia de una gacela, se quitó la corona que adornaba su cabeza y la devolvió a su lugar.

―Todo lo que está aquí, es mío. Voy a desayunar. ―Se dirigió devuelta a la habitación sin cerrar la caja de seguridad, ¿estaba loca?

Me quité la corona y la puse en su lugar, aproveché para darle un vistazo a las medallas, algunas no las conocía. Cuando tomaba una, se me ocurrió algo que nunca cruzó por mi cabeza, y que inmediatamente supe que era correcta.

Luca nadaba por ella.

Devolví la medalla, agarré la película, y cerré la caja donde Sophie guardaba el corazón de mi hermano.

 

Vimos “Brave” con un montón de golosinas regadas por toda la cama, para ser tan delgada, Sophie comía mucha porquería.

― ¿Qué quieres que te diga, es un placer? ―argumentó después del quinto chocolate. Yo con el tercero tenía suficiente para tres días de gimnasio.

― ¿Por qué no seguiste nadando?

―Shsss… ―me cayó en una escena donde competían tres hombres con arco. Quedé fascinado cuando susurró―: Soy Mérida, la primera descendiente del clan DunBroch, y voy a competir por mi propia mano…

Tenía años encaprichado con Sophie, era algo así como una fantasía imposible de alcanzar, como la estrella más brillante del firmamento, la más brillante y la más fugaz, era imposible de tocar. Y aquí estaba, babeando, literalmente, porque susurraba una escena de una película infantil. Nunca iba a dejar de fascinarme. 

Mérida resulto ser la única princesa digna del reconocimiento de Sophie. Tenía bien merecido su lugar por su magnífica personalidad. Además de que, platicaba una historia donde argumentaba que cada persona debe escribir su propia y excepcional historia.

Paré de besar su cuello e hice que levantara la mirada con mi mano en su barbilla, viéndola directo a los ojos, prometí―: Siempre vas a ser mi Méri.

Mi princesa valiente. El beso fue el sello de una promesa, una promesa que no tenía fecha de caducidad, ni reglas de exclusividad.

Ir a la siguiente página

Report Page