Sophie

Sophie


Capítulo 25

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Cuando viajábamos con mis padres todo era sencillo, ellos se encargaban del hospedaje, de la seguridad, de los tiempos, teníamos cinco días por nuestra cuenta, y sobrevivíamos de pura suerte. El programa tenía un atraso de cinco escuelas, Kurt se la pasó encerrado dos días en el cuarto de hotel jugando con el par de muñecas, al tercero se cansó de ellas y las regresó a su casa. Las chicas solo le dejaron un par de enfermedades venéreas ―se le deseaba, aunque no muy en serio―, y un atraso monumental en sus deberes. Y de Viri, ni hablar.

Llegar, presentarse, dar un vistazo rápido a las instalaciones, dar otro vistazo a los libros de contabilidad, escuchar necesidades de la organización, y retirarse con un: “En los siguientes días nos comunicaremos con Ustedes para informarles nuestra decisión sobre seguir apoyando su organización” o escuela o institución, según fuera el caso. Era sencillo, simple de cumplir, no entendía cómo Viri pasó dos días en una sola instalación.

―Tengo que escuchar con atención todas las demandas. No solo es llegar e irse, hay que ponerse en los zapatos de los menos afortunados.

Mi hermana tenía un corazón de oro, y también la definición de complicada tatuada en la frente.  

―Yo llevo seis instalaciones, Viri. No voy a perder días de vacaciones porque ustedes no pueden cumplir con su trabajo. ―Le advertí antes de prender el ordenador y enviar mis reportes. Mis padres eran los que tenían la última palabra, nuestro cometido era repetir la faena que vimos un millón de veces junto a ellos, si se les dedica mucho tiempo a las demandas, la gente nunca deja de pedir. Si realmente queríamos ayudar, teníamos que ser prácticos.

Una de las mayores ventajas de tener a mis hermanos, es que siempre me decían la fría y cruda verdad. Ellos no temían decirme nada, no les importaba si me enojaba, si me herían, o si yo no quería escuchar sus palabras. Ellos me lo decían mirándome a los ojos y con todo el derecho de unos hermanos que me amaban. Si ellos no lo hacían, entonces quién demonios. Los podía alejar cuantas veces quisiera, enojarme, odiarlos incluso ―ya lo había hecho―, y ellos siempre regresaban. Obviamente los quería, pero eso no quitaba, ¡que eran un par de inútiles!

 

―Viri yo sé que amas a los animales, pero esto es demasiado.

De ninguna manera iba a dormir en esa cama. La última institución que nos tocaba cubrir era en un pueblo perdido de la mano de la civilización. Hacían una gran labor cuidando animales abandonados, no solo perros o gatos, hay quien abandonaba hasta pollitos, hay gente muy cruel.

―No sea exagerada, un par de piquetitos no te van a matar.

Los dueños de la granja era una pareja muy amable, ya no sabían que ofrecernos, y mi hermana no dudó en aceptar cuando nos ofrecieron hospedaje. Kurt fue listo y declinó alegando que solo había una cama disponible, ¡maldito! Yo no podía dejar sola a Viri, y aquí me hallaba, sin disfrutar de las comodidades de un hotel, ya no hablemos de estrellas, cualquier hotel servía. Incluso Han y Solo estaban durmiendo mejor que yo, la Escalade tenía asientos donde podías descansar muy a gusto.

―Además, ya has dormido con animales de dos patas.

―Dormir, dormir, no. Además, ese colchón está lleno de bichos que no me van a hacer sentir como mis animales de dos patas.

Se veían caminando por las sábanas a las hormigas, y a saber qué más.

―Ve el lado positivo, no vas a dormir sola.

Mi hermana ya se acomodaba en la cama, casi podía oír a los animales gimiendo un: “Mmm”.

―Viri, no. Prefiero dormir en el suelo.

―Como gustes, pero si las ratas te quieren dar un besito, no quiero que me despiertes.

― ¡Joder!

De un brinco ya estaba en la cama, por primera vez en mi vida preferí un par de piquetitos, que un beso rabioso.

Cuando Kurt pasó por nosotras, ya estaba más que lista para iniciar mis vacaciones. Las ronchas en mi cuerpo eran otro indicio de que este verano no era lo que tenía planeado. Kurt llegó con malas noticias, el mundo real nos llamaba, teníamos que regresar a Chicago, y monitorear los centros de ayuda del país.

Se acababa el verano, y yo no había jugado ni una sola vez.

 

Bien decía el menor de los Gardner: ‘Vive hoy, que mañana ya es muy tarde’.

Como lo temía, se acabó el verano, y yo, sin jugar. Esta fiesta era mi última esperanza, pero el dormitorio de Bruno era un hormiguero, y no del que me dejó ronchas, aquí lo que abundaban eran las enfermedades venéreas. Me tuve que esconder en la ventana que daba a las escaleras de emergencia para hurgar en la herida de mi mala suerte.

Perdida en la vista del enorme conglomerado de autos, edificios y gente, llegué a la conclusión de que era mujer de ciudad. Nueva York es un lugar donde vas a la cama a las siete de la mañana y despiertas a las cuatro de la tarde como si no le debieras nada a el mundo. Te daba una perspectiva diferente de la vida, sobre todo, después de pasar un verano visitando instituciones que tenían a duras penas lo necesario.

― ¡Sophie! ―dejé mi rinconcito para sonreírle a uno de los cinco hombres más guapos de la faz de mi tierra.

― ¡Bruno! ―dejó plantadas al grupo de mujeres con las que hablaba y se dirigió a mí.

Bruno también creció, y muy bien. El menor de los Gardner ya no tenía una sola célula de infante en su cuerpo, ahora era un hombre seguro de sí mismo, directo, autentico, libre… y cada vez lo sentía más cerca. Mientras yo lo rodeaba por la cintura, él enmarcó mi cara con ambas manos, apreté los labios, sabia sus sucias intenciones. No me saludaba como sus hermanos, con un piquito rápido, no, el Lobo sacaba los dientes y mordisqueaba mi labio. Pero ahora también lo acarició con la lengua.

― ¡Bruno! ―Le di un golpe en el brazo entre juguetón y demandante. El escalofrío que me recorrió no lo esperaba. ¡Maldita abstinencia! ― ¡Uy, agresiva! Me gusta ―contestó viéndome a los ojos.

Ahí me di cuenta que Bruno ya era un Lobo a toda regla. ¡Pobre Caperucita!

―No hagas eso, ¿qué tal si abro la boca?

― ¿Y me lo regresas?

‘Hay que tener cuidado con lo que se desea’, dicen por ahí.

―No, Bruno. Y le digo a tu hermano ―puso los ojos en blanco burlándose, aunque pude ver como disminuía su sonrisa en la comisura de su boca.

Sí, hay que tener cuidado con lo que se desea.

― ¿Vas a estar así? ―Sonreí con el puchero. ¡Malditos Gardner! ― Anda, diviértete y consigue a quien más torturar.

―Yo no torturo a nadie ―contesté intrigada, ¿de qué hablaba?

―Créeme, Sophie. Si lo haces.

Me dio un beso en la mejilla y me abandonó a mi suerte.

 A punto estaba de irme con un marcador vacío en la frente, cuando se me acercó una chica.

―Es guapo.

― ¿Quién? ¿Bruno? ―asintió mirándome a los ojos, me llamó la atención que no se fijara en mi atuendo, solo observaba mis ojos, como… coqueteando. ¡Esto era nuevo! En ese momento decidí que la noche todavía era joven―. Sí, es guapo.

― ¿Sales con él? ―Negué mientras me preguntaba si solo estaba buscando información sobre Bruno. A lo mejor el coqueteo era para el Lobo―. ¿Qué me dirías si te digo que muero por besarte? ―regresé la mirada a la ciudad en busca de mi sentir. Una mujer, ¿quería besar a una mujer? ― Disculpa… soy una imbécil ―bajó la mirada abochornada. La seguridad con la que acompañó sus palabras desapareció… Y no me gusto.

― ¿Me quieres besar? ―asintió mojándose los labios, era una chica muy guapa, pelirroja, sexi, clásica ―. Nunca he besado a una mujer. Seguro soy malísima.

― ¡Oh, no! Te prometo que no eres mala, lo puedo sentir. ―Su cara se alumbró con un brillo de esperanza. Eso me gusto.

―Como gustes, pero si soy mala no se aceptan reclamaciones ―sonrió y pude adivinar que no era una mujer que lo hiciera muy a menudo.

― ¿Estás segura? ―Le hice un guiño y asentí.

Se acercó despacio, aunque con determinación.

―Cierra tus ojos, y sigue al instinto.

Tal vez porque mencionó al instinto, pero me sentí emocionada. Entrelazó una mano con la mía mientras la otra acarició mi cabello, un escalofrío de anticipación recorrió mi espalda. No se apresuró, de puntitas acercó su cara a la mía. Con una de mis manos agarré su cuello al mismo tiempo que entreabría los labios y los unía a los míos. Sus labios eran suaves, tiernos, sabían a fresas y vino tinto. No había rudeza, era gentil, aunque demandante, y mucho más fácil de seguir de lo que había imaginado. Abrí mis labios, y entrelazamos nuestras lenguas. Su mano rodeó mi cintura, su cuerpo se ajustó al mío, en menos de lo que pude darme cuenta ya me tenía arrinconada con su cuerpo cubriendo el mío, una de sus manos cubriendo uno de mis pechos, y ¡Oh, la mujer era buena! ¡muy buena! Así como con el beso, me dejé llevar solo por la curiosidad de saber qué se sentía, cuáles eran las diferencias entre una mujer y un hombre, aparte de que nosotras venimos de marte y ellos de venus.

―Entonces… ¿quieres ir a comer algo? ¿A tomar algo? ¿A un lugar más tranquilo?

Giré mi cabeza y la vi a los ojos, no quería que las cosas se confundieran.

―De hecho, preferiría ir a tener sexo.

Me gustaba Nina, no dejaba de besarme, siempre me estaba besando. No sabría explicarlo… era tierna, cariñosa, un poco perturbada, pero en el buen sentido, comía mi coño como nadie, bueno, como ninguna mujer lo había hecho. Nunca se iba a comparar con Luca, más bien, no se podía comparar con Luca, porque simplemente nadie era de la especie de mi amor. Hasta donde yo sabía.

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Luca

Todo se volvió mercadotecnia: más entrenamientos, más competencias, más triunfos para que los espectadores compraran los productos de las marcas que me patrocinaban.

La gente estaba habida de hazañas, de récords, de medallas, no alcanzaban a entender, solo veía el presente, no veían mi futuro dentro de diez años. Había hijos de nadadores que nacían con malformaciones por el dopaje que se estaba imponiendo, y que, a voz callada, ya corría entre la gente que me manejaba.

Todos querían que mis números no cayeran, querían usar todos los medios para que el producto llamado Luca Gardner, les diera ganancias un poco más. Me exponían en todos los medios presumiendo valores efímeros: Juventud, éxito y fama. Nadie había vencido mis récords… todavía. Nadar era una habilidad para mí, pero no mi pasión, mi pasión tenia nombre de mujer.

Se acercaba mi retiro, y el día en que podía reclamarla, añoraba que pasaran los días, que se cumplieran los contratos para poder ir tras ella. Tenía mucha gente a mi alrededor; Veinte profesionales diferentes dedicados a mejorar mis resultados, entrenador, cuidador, masajista, doctor, nutricionista, cocinero, agente, una constelación de gente dedicada a mí. Y, sin embargo, estaba solo.

Me volví un producto de mi imagen. Una refresquera me ofrecía una cantidad astronómica por anunciar su producto, cuando yo no había dado un trago de refresco en años. Si algo me quedaba, eran mis valores. Me negué rotundamente, a mi agente le dio un pequeño infarto cuando le anuncié mi decisión, ya podía ir él y fotografiarse con la lata de refresco, a mí que me dejara en paz.

Cuando el dinero entró en juego, el rendimiento fue obligatorio. Si ganaba una medalla, ganaba dinero, si rompía un récord, ganaba dinero. Cuando mi salario aumentó a las siete cifras, todo lo que hacía se volvió relevante, ¿Con quién salía? ¿Dónde salía? No tenía espacio para un campo de error. Me vendían, me distribuían, me utilizaban, hasta que perdiera, por supuesto.

 Antes de que llegara el ‘Gracias y adiós’, que todos los atletas tienen, yo me iba a retirar. Aunque para eso todavía faltaban un par de años.

Lo único bueno de la fama es lo accesible que se volvió todo, sobre todo, lo material, además de que mi agenda se cargó de ‘amigos’, después de un par de años todo se volvió superficial. Al único que realmente podía llamar amigo aparte de mis hermanos, era a Kurt, y todavía no me perdonaba por completo el que estuviera enamorado de su hermana.

Darío organizo mi calendario con expectativas irreales, cargado de competencias, exhibiciones, saturado de actividades que no me dejaban respirar. Me vi obligado a entrenar más duro y por más tiempo. Era una tortura que todos desconocían, excepto ella.

Era año olímpico, y ya había participado en cerca de cien competencias. Si consideraba los días que tenía un año, y los días que necesitaba entrenar para ganar esas cien carreras, el esfuerzo era casi intolerable. Tenía un contrato, así que seguía y seguía, estaba seguro que no tardaba en pasar lo inevitable. Mi cuerpo estaba cansado, pero la inversión en él era grande, así que de todos modos lo hacía. Para ser honesto, la compensación también era grande,

Fue una bocanada de aire fresco el que mi agenda coincidiera con una de las conferencias de Bruno, casi no lo veía, hablábamos muy de vez en cuando, si yo no estaba ocupado con los entrenamientos y las campañas de publicidad, Bruno estaba ocupado tratando de salvar el mundo.

Y ahí estaba. Sentada con las piernas cruzadas y su pie golpeando el aire al son de la música. ¿Por qué no le salía otra cabeza? Verrugas, dientes podridos, un ojo bizco, calvicie, ¡cualquier cosa! Algo que le restara perfección. La vi saludar a un tipejo con un guiño y acepté la realidad; Desafortunadamente para mí, temía que, aunque le salieran verrugas sobre las verrugas, nada iba a aminorar la atracción que sentía por ella. Era la cruz, la piedra que no me dejaba avanzar… Y también era una belleza.

Los músculos de sus brazos decían que seguía nadando, su cuerpo se mantenía perfecto, marcado sin llegar a hacer musculoso. Se levantó y logré ver un perfecto trasero, esos jeans se le pegaban como una segunda piel envolviendo cada una de sus curvas. Las olas de su cabello caían revoltosas por sus hombros, lograban cubrir esas perfectas tetas que mi lengua todavía saboreaba. Ninguna piel era capaz de eliminar su sabor en mi boca, en mi piel. Nadie podía apartar su fantasma de mi cabeza… y mi corazón.

Levantó su vaso y sus labios se mojaron del líquido transparente. Arrugó su naricita y casi pude probar el contenido de su vaso. No cambiaba, a su cuerpo no le gustaba el alcohol.

Una mano la rodeó posesivamente por la cintura, por el brillo de sus ojos azules me di cuenta que el abrazo era bienvenido ¡Mierda! De un solo zarpazo recordé que en su vida no había sitio para mí. El brazo pertenecía a una mujer; Una mujer pelirroja, delgada, y alta.

La pelirroja le susurró algo en el oído, algo sexual, ese carmesí solo coloreaba su piel cuando se excitaba. Yo lo sabía bien, conmigo se iluminó de ese color por primera vez.

―Creo que sigues enamorado de nuestra pequeña Sophie, hermanito.

― ¡Cállate, imbécil!

Le di la espalda a mi hermano que seguía babeando por Sophie y me dirigí a la barra. Después de cambiar de bebida di la media vuelta, en cuanto la encontré otra vez, entrecerré los parpados y pretendí interés en el vaso que tenía enfrente de mí. <<Yo podía con ella, ella no podía más que yo>>, me recordé a mí mismo.

Sophie besaba a la rubia con los ojos cerrados, la rubia la disfrutaba con los ojos abiertos.

― ¡Joder, Luca! Imagínate cómo se mueven en la cama, ¡me muero si lo veo!

― ¡Qué te calles, carajo!

Dejé la copa con demasiada fuerza en la barra y más de dos ojos me vieron con disgusto. Yo no era hombre de problemas, pero en ese momento no me importaba romper un par de narices.

―Supéralo Luca, ella ya te supero. ¡Anda! Ve a saludarla, a ver si así se te baja el mal genio.

Ni de loco me acercaba a ella, no mientras siguiera en los brazos de la rubia. La mujer no la soltaba, ¿Quién lo haría?

― ¡Sophie! ―gritó mi hermano sin advertencia alguna. ¡No lo podía creer! ¿Qué teníamos? ¿Diez años? No importaba que mi madre perdiera un hijo, tenía otros tres para consolarse, hoy mataba al menor de los Gardner.

Sophie se separó de la boca de la rubia lo justo para voltear en busca de quién le había llamado. Nos encontró con ojos iluminados, le costó salir del abrazo de la rubia, pero sin titubear la dejó olvidada y se dirigió a nosotros. El problemático palpitar de mi corazón fue recompensado con su sonrisa.

―Ay, hermanito. Creo que me equivoque, Sophie todavía no te supera.

Su mirada no abandonó la mía. Las azules motas de deseo que brillaban dos años atrás, seguían ahí, dirigiéndose con paso firme hacia mí.

―Gardner ―saludó.

―Jones.

Le devolví el saludo. Para mi buena fortuna, no se notó el nerviosismo en mi voz. Su sonrisa se amplió y las motas brillaron todavía más.

― ¿Vamos? ―preguntó poniendo su mano sobre la mía. ¡Qué mierda! Cuando me tocaba, me convertía en el rey de la jungla. Le di mi trago a Bruno y me dejé guiar por ella, que me llevara al infierno, qué más daba.

― ¡Mi conferencia es a las doce!

Alcancé escuchar a Bruno. No me tomé la molestia de voltear, ya tenía en mis manos a Sophie, ya podía volver a sentir.

Fui atacado por su boca en el momento que se cerró la puerta de su loft. Finalmente obtuve el beso que moría por darle desde que la vi, ¡mentira! desde que me rompió el corazón. Besaba con la misma pasión, con el mismo deseo que sentía por ella. Sus labios se sincronizaron con los míos, sus manos se prendaron de mi cuerpo como las mías al suyo.

―Sophie, no… Ven, siéntate, vamos a hablar un segundo.

Necesitaba dos minutos, uno… solo unos segundos para poder pensar.

―No quiero hablar, quiero sentirte.

Mi camisa ya estaba abierta, sus labios acariciaban mi pecho, sus manos peleaban con mi ropa. Su presencia eliminaba mi capacidad de raciocinio ¡¿Qué diablos era esa mujer?! ¿El tiempo que pasé olvidando dónde estaba? Todas esas horas deseando odiarla, todos esos minutos controlando el deseo se vengaban de mí riendo. No había olvidado, ni odiado, ni dejado de desear… solo perdí el tiempo.

La que no perdía el tiempo era ella, ya estábamos desnudos y rozando nuestros cuerpos en la habitación. Paré en seco para recuperar un poco de cordura.

―Quiero que digas qué me extrañas.

La vi directo a los ojos, hablando con el corazón en la boca y el deseo palpitando en la entrepierna.

―Sin ti no tengo oxígeno… deja que respire un poco ―rogó.

¡Joder! ¿Quién se podía resistir? ¿Quién quería cordura? Mi boca regresó a la suya con apetito feroz. Lamí mejillas, parpados, frente, bajé a su cuello y acaricié con mi lengua la cicatriz que le había hecho dos años atrás, la marca de que esa mujer era mía, que esa mujer corría por mi sangre.

La bajé de mi cuerpo y la encajé en la cama. Sonrió y de inmediato abrió las piernas, a esa mujer le gustaba jugar.

Entre sus piernas empecé a besar su vientre desnudo, con suavidad, rodeando su ombligo, acariciando ligeramente la voluptuosidad de su pecho. Intentó levantar el talle para apresurarme y la detuve sin tacto de un solo empuje con la mano. Sin retirar mi mano de su pecho, le advertí―: O te quedas quieta, o no hay orgasmos. Si te mueves, solo te uso ―abrió más las piernas, empuñó las sabanas, y se mantuvo quietecita. ¡Ah, mi Princesa!

Deseé que se moviera, que me diera alguna razón para solo usarla, pero no, sabía que conmigo no se jugaba, con disciplina adquirida en años de entrenamiento se mantuvo quieta. ¡Y terminé de romperme! Se veía tan inocente, tan entregada. Pasó, lo que pasaba solo con ella, la parte oscura de mi alma reconoció la suya. Un nudo de entendimiento se instaló en mi pecho, una tirantez rodeó mi garganta apretando fuerte, luchando contra mí, contra ella, contra lo que sentía… me venció. Fui absorbido por ella. Mi mejilla descansó en su vientre derrotada, cerré los ojos y me impregné de ella; Su olor, su textura, su palpitar. Sus manos acariciaron mi cabello tímidamente, se enroscaron entre las hebras, limpiaron una lágrima. Dolía. Si, dolía.

―Tus pies te llevarán… ―susurró con voz entrecortada, sufriendo, implorando. Ese era mi consuelo, que ella sentía lo mismo que yo.

―Allí donde está tu corazón ―murmuré. Retiré la mejilla de su vientre y la sustituí con mis labios. Volví a besar su vientre, a venerar su piel. Con un solo dedo perdido en ella, y un suave jadeo, terminó. El segundo y tercer dedo, fueron recibidos con los espasmos de su interior.

―No seas cruel… ¡dame!

Me reí de su orden, Sophie Northman―Carter Jones no cambiaba.

―No te muevas, princesa.

― ¡Odio que me llames así! ―alegó sin moverse, yo la conocía mejor, sabía que le gustaba ser mi Princesa.

Levanté su cadera y la recargué en mis piernas, quedó completamente expuesta entre mis piernas, las rosadas puertas del infierno brillaban, invitaban a entrar al purgatorio, y nunca salir. Con mi erección en la mano las acaricié, de repente sentí una necesidad apremiante por probarla, necesitaba beber de ella.

La bajé de mis piernas, la arrastré hasta la orilla de la cama, y mi cara se perdió entre los labios del infierno. Agarró mi cabeza con sus dos manos forzándola a llevar mi lengua directamente a donde la necesitaba. Evidentemente me estaba tomando demasiado tiempo, y ella no era una mujer paciente. Enterré mi boca entre sus labios y sacudí mi cabeza ligeramente para llegar más profundo.

― ¡Dioses! ―gritó. Mezclé succiones con rápidos movimientos de lengua, me deleité cogiendo profundamente el sabroso y pequeño infierno. Jadeaba suavemente, empujando su cadera contra mi lengua al mismo ritmo. Por varios minutos disfruté de su sabor, de su jugo, de sus jadeos. El agarre de sus manos se intensifico y pude probar el orgasmo que se estaba construyendo en su interior. De repente jadeo más fuerte, intensifiqué el esfuerzo y le di todo. Con un audible grito de éxtasis, los músculos de su estómago se contrajeron. Con mis manos dañando su cadera, forcé a su palpitante coño hundirse más profundo entre mi boca. Un torrente de dulce jugo inundó mi lengua, pude sentir las pulsantes olas de placer recorrer su cuerpo. Con tiento, lamí pliegue por pliegue tratando de construir otro piso. Supe que lo estaba logrando, cuando empezó a rogar―: ¡Oh, dioses! ¡Dioses!

Fui premiado con otra ola de jugo sobre mi lengua. Usé solo mis labios para agradecer con pequeños besos al infierno, me retiré y dejé que regresara a su propio paso.

Me acosté a su lado observando su precioso rostro; Un saludable color rosa chispeaba en sus mejillas y nariz. Sonreí con la visión de sus ojos cerrados, y una gran sonrisa de satisfacción en sus labios Cielos, ¡qué bella era!

Su respiración poco a poco se normalizo, rodó hacia mi lado y finalmente abrió los ojos.

―Mmm, eso fue nuevo.

“La práctica hace al maestro”, decía

Doc. No abrí la boca, solo pasé mi brazo bajo su cabeza y la acerqué a mi pecho. Cerré los parpados y por unos minutos me empapé de ella. Uno junto al otro, entrelazados con brazos y piernas, disfrutamos de la cercanía, del calor, del lazo que nos unía.

―Luca… yo.

―Shsss… no importa.

Me dio un minuto más, sesenta segundos para cortar la unión. Después se levantó y con ojos llenos de pasión, prometió―: Te voy a coger.

Dejé que se saliera con la suya, era una Princesa, no podía negarle nada. Relamiéndose los labios, bajó hasta que mi verga se movió saludando su sonrisa. Firme y orgullosa, tembló cuando una de sus manos la atrapó, con la otra rodeó mis pelotas y las acarició con suavidad ¡Debería ser un delito ser tocado por ella! Empezó a besar la punta, continuo con lametazos por todo lo largo hasta que encontró las cuidadas pelotas, lamiéndolas ligeramente. Regresó a la punta y de un solo movimiento me engulló completo, hizo algo con su lengua y por poco le lleno la boca de leche.

― ¡Uy, eso es nuevo!

Me soltó para reír, aproveché para volverme acomodar entre sus piernas, si seguía en la calidez de su boca ―y su pecaminosa lengua―, no iba a durar lo suficiente para lograr las tres vueltas, era una regla que no podía romper.

Resbalé por el camino que me llevaba al infierno; Caliente, ardiendo, temblando en las tinieblas del oscuro amor que sentía por ella, todo mío. ¡Regresé a casa! La luna y las estrellas se alinearon, me acoplé a ella y toqué el punto exacto para sentir un estremecimiento en manos, piel, lengua y verga.

― ¡Dioses! ¡Otra vez!

Robándole energía al universo, la embestí fuerte, bombardeé su cuerpo con todas mis fuerzas, sentí que iniciaba un profundo temblor en su cuerpo, con el corazón en la frente, cuello y pecho, le di con todo.

El grito de placer, los intensos espasmos, el violento temblor que invadió su cuerpo por la intensidad del orgasmo, me hizo perder el control. La leche salía furiosa de mi cuerpo para rellenar el suyo. De alguna manera logré mantenerme enterrado en ella hasta que vació mis pelotas, con cada espasmo me exprimía más y más extendiendo el placer.

Recuperamos el aliento unidos y poco a poco, saboreando las sobras de su temblor hasta que ceso. Solo ahí recuperé un poco de voluntad y me retiré del infierno, caímos en la cama uno al lado del otro, en silencio, mirándonos a los ojos y sin una sola palabra por decir.

―Hola, Luca.

No entendía a esa mujer, y mucho me temía que nunca lo iba a hacer.

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