Sombra

Sombra


69

Página 75 de 77

69

La tensión a veces nos juega malas pasadas.

Hasta que no oigo el ruido de la bomba de agua no me doy cuenta de que me he dormido.

Ariel y Christian están de pie, junto a la cisterna. El agua se está retirando de nuevo.

Tengo la impresión de haber dormido días enteros, pero al mirar el reloj veo que no ha sido más que media hora.

—¿Ya están volviendo?

—Sí —responde Christian.

—Ha sido un viaje breve.

—El tiempo no pasa del mismo modo en las dos dimensiones. En la Tierra un minuto es un minuto, pero en My Land puede equivaler a una hora. Depende.

—¿De qué?

—Del Leviatán. Cuanto más débil es el alma que va a My Land, más se dilata su sensación de paso del tiempo, hasta volverse eterna.

—Y llegada a ese punto le resultaría imposible volver, ¿no es así?

—¡Premio para la niña! —comenta Ariel, burlona.

Me giro y estallo. Esto ya es demasiado. La miro fijamente a los ojos, oscuros y feroces.

—Mira, yo no sé qué problema tienes conmigo, o quizá lo sepa, pero no me importa lo más mínimo. De pronto me encuentro inmersa en una situación que, como poco, es alucinante, en la que me cuesta incluso entender quien soy, y no tengo ninguna intención de soportar además tus comentarios ácidos ni tus dardos envenenados. Me ha parecido entender que estamos todos en el mismo barco, así que procura ocuparte de tus cosas y a mí déjame en paz. ¿Vale?

Ariel se queda inmóvil, en silencio. Pero su mirada es cortante como una hoja de afeitar.

—Alma tiene razón. —Esta vez Christian me apoya, y eso es lo que peor le sienta a Ariel, que se aleja y se sitúa al otro lado de la cisterna, sin decir una palabra.

Mientras tanto, la cámara ya ha emergido del todo. Veo la puerta que se abre, y a Morgan que sale el primero, y tras él Raul. Caminan con paso incierto y vacilante, como si estuvieran borrachos.

Cuando por fin llegan a nuestra altura, observo sus rostros agotados y pálidos, los ojos apagados en las órbitas, marcadas con profundas ojeras. Dan la sensación de estar profundamente agotados.

—¿Cómo ha ido? —se apresura a preguntar Christian. Morgan apenas puede hablar.

—Hay muchísimas almas… No os podéis hacer una idea. Están perdidas, asustadas… ¡Cuánta desesperación! —exclama, llevándose las manos ante los ojos.

—¿Y habéis conseguido liberar alguna? —pregunta el profesor K, saliendo de la cabina.

—Sí.

—¿Cuántas?

Por un momento Morgan parece estar a punto de caer, la cabeza no se le aguanta derecha; luego levanta de nuevo los ojos hacia nosotros y, sin hablar, indica el cinco con la mano derecha.

—¿Cómo se liberan las almas? —pregunto, confusa. Él me lanza una mirada oblicua y cansada.

—No es el momento, Alma…

Raul toma la palabra:

—Teníamos que actuar rápido. El Leviatán tenía mucho poder. Ha sido duro. Ha habido un momento en que creía que no podía más. Se ha lanzado contra mí, quería llevarme de nuevo consigo, y lo habría conseguido de no ser porque Morgan ha intervenido.

—A mí también me ha costado… —Prosigue Morgan—. Había una fuerza increíble que nos obstaculizaba de todas las maneras. Cuando hemos llegado al Atrio estábamos agotados.

—¿Qué es el Atrio? —pregunto.

Es Morgan quien responde:

—Es donde recoge las almas. Estaban todas allí, en fila, y queríamos avisarlas, liberarlas, pero… Él nos ha descubierto enseguida. Hemos tenido poco tiempo.

—Ahora descansad —sugiere el profesor, dándoles a los chicos dos vasos de agua.

«Más agua», pienso yo, mientras intento imaginarme cómo puede ser My Land, qué se puede sentir una vez allí. Y en ese momento siento un dolor fortísimo y penetrante en la cabeza.

—¡Ah! —grito, agachándome.

—¿Alma? ¿Qué sucede? ¿Te encuentras mal? —Reacciona inmediatamente el profesor.

—¡La cabeza! ¡Está intentando metérseme en la cabeza! —grito, presa del pánico.

—Cierra los ojos.

El profesor me aprieta las sienes con las manos; luego me apoya la palma de una mano contra la frente. No veo más que una gran flor negra, que se abre lentamente, hasta ocupar todo mi campo visual. Es como un torbellino que engulle en su color negro todos los demás colores. Pero también el dolor.

—¿Va mejor?

—Sí, sí… Va mejor, pero… ¿Cómo lo ha hecho?

—Con el simple contacto. Él nos tiene separados, nos educa para que estemos solos, para que no sintamos emociones. Los sentimientos son un arma que tenemos que aprender a usar solos, como se hace con un idioma extranjero. Yo he sentido pena y compasión por ti y te he transmitido todo eso con mi mano. Y Él se ha ido.

—¿Realmente es así de sencillo?

El profesor sacude la cabeza.

—No lo es en absoluto, sobre todo para un No Nacido. Y desgraciadamente te darás cuenta por ti misma. Pero ahora estate tranquila, todo está bien.

Me pongo en pie.

—Te acompaño a casa —dice Morgan, agotado.

—No hace falta, descansa.

—Un poco de aire fresco no puede irme mal.

Un minuto más tarde estamos fuera. Morgan levanta la mirada al cielo, abre los brazos y cierra los ojos. Aún no ha oscurecido del todo. Es el momento del cambio, cuando sol y luna se intercambian los papeles y los hemisferios. Son sólo unos minutos, de movimiento y transformación, en los que se siente en el aire la grandiosidad de lo que nos rodea, su apabullante perfección.

Y el deseo de formar parte de ello se vuelve incontenible.

Lo imito, cierro los ojos y abro los brazos y, tal como dice el profesor K, intento establecer un contacto. Mi mano toca la de Morgan, mis dedos se entrelazan con los suyos. Siento algo que pasa de mí a él y viceversa, un flujo, y me hago ilusiones, pensando que quizá lo hayamos conseguido, aunque sólo sea por un momento, que puede que hayamos alcanzado un momento de perfección.

—¿Por esto tenías tanta prisa por salir? —le pregunto después.

—Me faltaba el aire. La sensación de claustrofobia que se siente en My Land es total. Es una privación sensorial completa: ni oxígeno, ni olores, ni sabores, ni colores… Nadie que lo haya probado —dice, mirando alrededor— podría querer volver ahí abajo. Sólo lo entenderás cuando lo hayas experimentado tú misma.

—¿Cuándo crees que estaré lista?

—Nadie puede saberlo con certeza. Lo sentirás tú misma. Serás la primera en saber cuándo puedes acercarte a Él y enfrentarte.

—Por ahora, la simple idea me aterroriza.

—Lo importante es no tener prisa. Además, yo estoy contigo —dice, pasándome un brazo por los hombros. Así cogidos, caminamos tranquilos, en dirección al río.

Parece que va a ser una noche agradable; el aire es templado y tengo la sensación de que todo ocupa su lugar en el perfecto orden de las cosas.

Llegamos al río y cruzamos el puente. Echo una mirada inquieta al agua que fluye bajo nuestros pies.

Seguimos caminando, cuando Morgan de pronto se queda rígido y adopta una expresión preocupada.

Hasta aquel momento no me doy cuenta de que hay un chico delante de nosotros. Viene en nuestra dirección.

—¿Qué es? —pregunto.

Morgan no responde. Yo observo mejor al chico: sus ojos emanan una extraña luz. Y lleva algo en la mano… ¡Un cuchillo!

—¡Corre!

Echamos a correr todo lo que podemos. Morgan me tira de un brazo, pero es más rápido y casi me arrastra. Yo corro, corro sin girarme siquiera para ver si el No Nacido —porque no tengo dudas de que es de lo que se trata— nos sigue o no. Lo único que puedo pensar es que esto no me ha ocurrido nunca. ¿Por qué tendría que hacernos daño uno de nosotros? Quizá porque no es como nosotros.

Sigo corriendo, hasta que Morgan se detiene.

—Intentaré detenerlo. Tú sigue.

Sigo unos metros más, pero no puedo. Me giro y veo a Morgan que se mueve despacio. Está claro que está agotado. Y no lo abandonaré.

—¡Vete! —me grita, cuando lo tiene casi encima.

No sé qué hacer. Debo actuar rápido. Hurgo en la mochila en busca de la pluma de acero. Pienso que, si ha funcionado una vez con un Master, puede que funcione otra vez con un No Nacido. La empuño como un cuchillo y me lanzo contra él.

El río está a sólo unos pasos.

Lo apuñalo en la espalda, justo entre las escápulas. La su dadera que lleva puesta se rasga y se tiñe de rojo oscuro, y él deja caer el cuchillo, que Morgan aleja de una patada. Entonces el No Nacido se gira hacia mí y me golpea en la cara. Acabo en el suelo. Siento un dolor tremendo, como si algo me hubiera explotado en la nariz y de pronto me ardiera. Cuando recupero la visión de lo que está pasando, veo que Morgan y el chico están agarrados y que se tambalean peligrosamente hacia el puente. De nuevo me lanzo contra nuestro asaltante y vuelvo a golpearlo. Vacila, y Morgan consigue asestarle un puñetazo que le hace volar hacia atrás. Sus ojos no dejan de brillar. Ahí es donde tengo que golpear, tengo que apagarlos, como hice con el Master en el parque. Pero cuando me acerco recibo de pronto una patada que me lanza por los suelos y me deja sin aliento.

En cuanto vuelvo a levantar la mirada, veo a Morgan que intenta empujar al No Nacido al río desde el puente, por encima de la baranda.

—¡Morgan!

Pero él ni siquiera me oye. Está usando sus últimas fuerzas para luchar. Me pongo en pie una vez más. La cabeza me da vueltas, la vista se me nubla. Veo una masa indefinida frente a mí, cada vez más inclinada sobre la baranda, cada vez más, hasta desaparecer bajo el puente, con un único grito penetrante. Me lanzo hacia la barandilla haciendo un esfuerzo inmenso y miro abajo.

—¡No! ¡No! —Me pongo a gritar.

La corriente se los ha llevado a los dos.

Me froto los ojos empañados por las lágrimas y vuelvo a mirar. ¡No es posible!

—¡Morgan!

Me dejo caer al suelo, desesperada. Ya no entiendo nada, no me importa nada.

Después algo me impulsa a ponerme de nuevo en pie. Una esperanza. Una esperanza me dice que tengo que volver al Refugio. No puede haber muerto. Lo encontraremos. Por el río. O en My Land.

Sí… lo salvaremos.

Morgan… Él tenía que estar siempre cerca. ¡Me lo prometió!

Camino vacilante. Apenas consigo mantener el equilibrio.

Estoy a punto de caerme de nuevo. Pero algo me sostiene en pie. Son dos brazos. Los miro. No son los de Morgan.

Levanto la cabeza y veo un rostro.

—¡Alma, Dios mío! ¿Quién te ha hecho esto…? ¡Alma! Soy Adam.

Siento los sonidos todos mezclados, dentro y fuera. Todo gira a mi alrededor a una velocidad de locos y me encuentro perdida en medio de la nada.

—Adam… ¿Quién? —pregunto, mirando hacia delante.

No consigo distinguir nada. Sólo una gran sombra.

FIN

Ir a la siguiente página

Report Page