Solo

Solo


Solo » Primera parte - Sueños » 5

Página 9 de 61

5

Volver al agua me cargaba de energía cada día. Las olas en la isla no eran fáciles. Se surfeaba casi siempre sobre el arrecife creado por lava volcánica negra de contornos irregulares, a veces lisos y cubiertos por una capa de algas y a veces con afiladas puntas. Las olas provenían de tormentas creadas por fuertes vientos en el Atlántico Norte que llegaban agrupadas en series, como las ondas que se forman cuando tiras una piedra en un estanque, pero a lo bestia. Las olas se precipitan al encontrar determinados contornos regulares que se forman en el fondo de la isla y que los surfistas llaman «picos». El peligro se hacía evidente en cuanto te asomabas a la costa y veías la potencia con la que rompían las olas.

«¡Esto es lo mío!», pensaba cada vez que salía a flote después de haber recorrido una ola de pared larga y vertical como el muro de mi antiguo colegio. Vivir en contacto constante con los cuatro elementos formaba parte de mi día a día. El mar y el viento definen los ritmos de nuestra vida. El siroco es una de las variantes del viento potente del este que arrastra nubes de arena desde el desierto del Sahara, creando lo que allí llamaban «calima». Un ambiente de misteriosa neblina amarilla, turbia y desconcertante. El mar está increíblemente vivo, tanto, que habla con la isla y entre los dos acuerdan quién se quedará y quién huirá impresionado por la aspereza y brutalidad de su combinación. La sequedad del entorno contrasta con la humedad del ambiente marino. El viento, siempre el viento.

Después de unas semanas me sentía libre, un ser afortunado que por fin había encontrado su lugar en el mundo. Me compré un todoterreno negro que un militar había traído de Venezuela en los años noventa; estaba viejo, pero era una máquina potente. Conducir por aquel paisaje lunar entre amarillento y pardo, atormentado por la aridez del viento, era un desafío sensorial constante. Extensiones de tierra que morían en lo que una vez fueron alargadas lenguas de lava incandescente acercándose a lamer el mar. Antes de mudarme al complejo, me instalé durante unos meses en una casa en un pequeño pueblo llamado Lajares, en la zona norte de la isla. Era un lugar con encanto rústico, de casas dispersas a los pies del volcán. Allí los cielos solían teñirse al atardecer del mismo rojo que el del fuego que creó esta isla y cargarse de misterio en las tardes de nebulosa calima. Al final del camino del norte había un bar donde se reunía la gente después de hacer surf. Llegué al atardecer y me senté junto a un tipo de pelo gris de unos cincuenta y pico años que contemplaba el desierto ensimismado.

—Es una pasada, ¿no? —me preguntó sin dejar de mirar el horizonte.

—La verdad es que sí.

—¿Y cuál es tu excusa?

—¿Excusa de qué? —respondí confundido.

—Para acabar exiliado aquí en La Roca, ¿voluntaria o forzosa?

—Ah, pues un poco de las dos, no lo tengo muy claro… Supongo que el ruido de mi mente, de mi entorno, la rutina…

—Yo decidí lo mismo, salir del círculo de exmujer, trabajo y bares.

—Sí, aquí el ritmo es diferente.

—El tiempo se detiene y a la vez es un regalo, aunque los días sean iguales. Me di cuenta de la importancia del tiempo cuando me encontré a mi hermano muerto hace un par de años. «Muerte súbita», dijeron los médicos, eso me dolió casi más que su pérdida. Sencillamente un día se acabó, sin campanas, sin dramas ni nada…

—Joder, no sé qué decir…

—No hay nada que decir, amigo, ya estamos aquí y eso es suficiente.

—Sí, para cambiar, algo tiene que cambiar.

—¡Eso es! Solo hay que estar atento a las incoherencias entre lo que decimos y lo que realmente llevamos dentro. Verdad o muerte, esa es la única relación posible con uno mismo. Después de un tiempo te darás cuenta de que esta isla es el mejor espejo en el que te vas a mirar nunca.

—Vaya, así que aquí también hay espejos…

—¿A qué te refieres?

—Nada, que son unos jodidos cotillas.

—Sí, demasiado sinceros los muy cabrones. Son una puerta al alma y al miedo que nos agarra.

—Creo que prefiero meterme en el mar y olvidarme de todo.

—Lo malo es que también sabe nadar el muy jodido.

—¿Quién?

—¿Quién qué?

—¿Que quién sabe nadar?

—¡Las pollas submarinas, tronco! ¿No lo sabías? No son un mito, existen, así que aprieta bien el culo cuando te bañes en el mar… ¡No, joder! El miedo, el miedo sabe nadar, como es el puto señor miedo también sabe nadar el muy cabrón.

—Macho, vaya mundo de peligros.

—¡Tranquilo! Nada está controlado, esa es la magia, no hay que concederse demasiada importancia para poder ser valientes. Bueno, eso o es que no había un sitio menos serio donde acabar.

—Joder, tío, ¿siempre hablas así?

—Solo cuando llevo todo el día bebiendo. También intento acordarme de subirme la bragueta después de mear. La edad, ya sabes.

Nelo era un tipo profundo y sincero, o bien era un genio o un bufón genial. Hablamos un par de horas, compartimos unas cuantas cervezas y nos hicimos amigos. Llevaba unos años trabajando como cámara de televisión española en la isla. Su mayor preocupación era que le llamase su redactor para grabar planos del tiempo o de turistas en el aeropuerto. Había recorrido medio mundo como cámara rodando documentales y reportajes de todo tipo sin hablar una palabra de inglés. Eso me devolvía la fe en la humanidad, la gente todavía se preocupa por comunicarse. Sus hijos estaban en edad escolar así que, para poder continuar con su estilo de vida y no limitar sus visitas a los niños a fines de semana alternos, llegó a un acuerdo con su exmujer: pasaría los periodos de vacaciones con ellos en la isla y los visitaría en su casa siempre que pudiera. La gente de la isla solía ser desenfadada y sencilla, pero Nelo era un oasis de vitalidad y charla existencial, se podía hablar de todo con él y terminar sumido en una parodia surrealista.

Ir a la siguiente página

Report Page