Solo

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Julio I. Frío

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Julio I

FRÍO

1 de julio

VUELVE A HACER FRÍO OTRA vez, 65 o bajo cero hoy en el termómetro de mínimas. Tengo el presentimiento de que va a ser un mes muy frío para compensar el mes de junio. He tenido mucha suerte de que junio fuera relativamente cálido[17]. En caso contrario no habría sobrevivido. Ahora, cuando la estufa está encendida, dejo la puerta entornada todo lo que puedo y cuando ha estado apagada el tiempo suficiente como para que se hayan dispersado los gases, coloco telas (camisetas usadas y ropa interior, para ser exactos) en el motor del ventilador del túnel, y en la ventilación de entrada, para que el túnel y la cabaña no se enfríen demasiado. De hecho, estoy sin estufa entre doce y catorce horas al día. Créanme, es un desafío para mis fuerzas. Anoche se me congeló una oreja en el saco de dormir.

Estoy preocupado por la nieve. Desde que no he podido ocuparme de ella, se ha estado colando en el tejado. Esta mañana, cuando salí arriba para realizar las observaciones, me fijé en lo altos que eran los montones sobre el túnel de emergencia y los túneles al oeste de la cabaña. Sin embargo, es posible que pueda hacer algo al respecto dentro de poco. Desplazar los contactos por radio a la tarde ha resultado de gran ayuda para mi recuperación. Al tener más tiempo para prepararlo, el agotamiento no es tan grande. El contacto de hoy, aunque ha sido agotador, no me ha dejado tan exhausto como los anteriores.

No había más noticias desde Little America. Hutcheson dijo que Charlie y John Dyer habían salido a esquiar y que el doctor Poulter estaba con los observadores de meteoritos. Señor, cuánto envidiaba los diversos pasatiempos de Little America igual, supongo, que ellos a su vez envidiaban a la gente que estaba en casa y con la que hablaban por radio…

Mandé un mensaje en el que aprobaba la expedición de meteoritos siempre y cuando se hubieran analizado bien los posibles peligros.

2 de julio

… He vuelto a leer; dos capítulos de The House of Exile, con el que espero seguir esta noche. Es lo mejor para mí pues hace que me evada durante una o dos horas magníficas. Y esta noche, también, he puesto en marcha el fonógrafo después de cenar con In a Monastery Garden, Die Fledermaus, Tales from the Vienna Woods y The Swan. Según estaba escuchando, me invadió la esperanza de que tenía muchas probabilidades de salir adelante a menos que sufriera otro grave revés. Aunque sigo increíblemente débil, he hecho muchos progresos esta semana pasada. Saberlo resulta estimulante…

3 de julio

… El frío continúa, hay 62o bajo cero hoy. El hielo ha subido treinta centímetros en las paredes. Por fin he conseguido librarme de un buen montón de los restos congelados que he estado tirando en su mayor parte en el túnel, justo al lado de la puerta. Sentado en el borde de la trampilla, he estado echando todo eso hacia arriba con un cubo y una cuerda y tirándolo un poco a sotavento. Por supuesto, esto ha requerido media docena de subidas y bajadas a la escalera para llenar el cubo, y pensé en lo maravilloso que sería tener arriba un ayudante como Viernes[18] y simplemente gritar «tira ahora, ya está lleno». Tal y como están las cosas, tengo que sentarme y descansar después de cada viaje. Sin embargo, el trabajo ha merecido la pena; los túneles están mucho más limpios.

4 de julio

Estaba realmente animado por haber descubierto que soy capaz de nivelar la nieve. Sin embargo, tuve que contenerme porque la temperatura estaba en los menos 50o e, igual que un animal, parece que me encojo instintivamente ante cualquier cosa que duela. Es raro que haya cambiado tanto. El frío antes no me molestaba, más bien me gustaba por su limpieza, su acción antiséptica, pero ahora parece que tengo poca resistencia. Por ejemplo, esta tarde se me ha congelado la nariz bastante y durante el minuto o dos en los que he tenido las manos fuera de los guantes para calentarla se me han entumecido cinco dedos.

Me ha venido bien estar fuera. Supongo que he estado al aire libre durante dos horas en total, aunque no he estado más de media hora fuera cada vez. La noche sigue siendo muy oscura, aunque a mediodía los colores en el horizonte norte tienen un toque de amanecer. El sol está doce días más cerca… Siempre he valorado la vida, pero nunca hasta el punto en el que lo hago ahora. Las palabras no tienen el poder de describir lo que significa que la vida vuelva a brotar en mí. He estado pensando en todas las cosas nuevas que voy a hacer y en las cosas anteriores que voy a hacer de forma distinta, si es que consigo salir de aquí en algún momento. Espero no ser como el monje en aquellos versos que dicen algo así:

El monje, al enfermar, monje era

Pero al mejorar, en diablo se convirtiera…

*

Fueron días de gran belleza, de días sin sombras. Apenas una nube cubría el cielo. Al mirar hacia arriba parecía que era capaz de ver hasta una profundidad que en casa apenas se podía penetrar con un telescopio. Una vez más, di mi paseo, nunca lejos ni por mucho tiempo, pero lo suficiente para recuperar la confianza de volver a poseer las constelaciones rotantes, las estrellas y la opulencia de la aurora austral. En el frío creciente, la aurora brotaba hasta alcanzar la perfección. Durante horas, la barrera estaba bañada en la helada y blanca incandescencia de su excitación. A veces, una gran corriente luminosa atravesaba el cielo, cien veces mayor que el Misisipi; otras, estaba cubierto de pétalos separados de luz pálida que me gustaba ver como flores del viento. Y el brillo en el ventilador era como el reflejo de un incendio forestal.

En las ocasiones en las que la temperatura estaba a menos cincuenta o sesenta grados, un viento llegaba susurrando con el frío, con un aliento tan afilado que separaba la piel de la cara. Giraba, me torcía y retorcía como podía, pero era imposible eludir su abrazo paralizador. A lo mejor los dedos de mis pies se enfriaban primero y luego morían. Mientras bailaba arriba y abajo para doblarlos y recuperar la circulación se me congelaba la nariz y, para cuando me había ocupado de eso, se me había congelado la mano. Las muñecas, la garganta donde rozaba el casco, la nuca y los tobillos latían mientras fuego y hielo se alternaban para ocuparlos. Congelarse hasta morir debía ser algo extraño. A veces te sientes muy bien. El entumecimiento da paso a una profunda ausencia de sensaciones. Eres tan ajeno al dolor como un hombre bajo los efectos del opio. Pero otras veces, en el frío envolvente, tu angustia es igual que la angustia de un hombre que se ahoga lentamente en sustancias químicas.

La barrera se encogió por el frío. Casi se podía sentir su agonía en la corteza. Los temblores en el hielo llegaban con mayor violencia. A veces el sonido era como el de un trueno, con un estallido tras otro. La cabaña temblaba con los golpes más fuertes y algunos eran tan bruscos como para sacarme del sueño. Tenía la idea de que me encontraba en el equivalente al epicentro de un terremoto, pues la sucesión de sacudidas que aumentaban según avanzaban los meses no eran otra cosa que grietas abriéndose alrededor de la Base Avanzada. A lo mejor eran predicciones. Al igual que la superficie de la barrera, mi seguridad recuperada estaba basada en un dudoso equilibrio que un golpe fuerte podía partir en dos.

*

Ese golpe no llegó hasta el martes 5. Ese día el generador de radio a base de gasolina dejó de funcionar. Tema todo preparado para el contacto, incluso el motor estaba en marcha. Por casualidad, pulsé el interruptor para comprobar el voltaje. El sintonizador marcaba cero. Seguramente había algo desconectado, pero no. Mientras buscaba el problema llegué al generador y descubrí que no estaba girando. «Esto es malo, muy malo», me dije a mí mismo, habría perdido un brazo antes que tener un problema así.

Con la intención de realizar el contacto por radio me puse a trabajar en el aparato. A la hora de cenar lo tenía desmontado. El fallo era catastrófico. El asa del mecanismo del generador se había desprendido. Aunque intenté todo lo inimaginable, ningún remedio funcionaría. Excepto algún momento para comer o descansar, trabajé sin parar durante la noche. Cuando llegó la medianoche, la mesa estaba cubierta con piezas y el catre con herramientas, pero no estaba más cerca de la solución que al mediodía. El único arreglo posible era un asa nueva y ¿dónde demonios se suponía que iba a conseguir una?

Invadido por el agotamiento y la desesperación llegué a la conclusión de que mi mundo se estaba derrumbando. Quedaba el equipo de emergencia que se accionaba a mano, pero no creía tener fuerzas suficientes como para hacerlo funcionar. Normalmente se necesitaban dos personas para poner en marcha esos equipos: uno para darle potencia al transmisor y otro para teclear el código. Yo, que no tenía la fuerza ni de medio hombre, tendría que hacerlo solo. La lástima era que ese problema hubiera aparecido en un momento tan crítico, cuando se preparaba la expedición de los tractores. Y eso no era todo. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Pensé en Dyer llamando a KFY durante horas y preocupándose, quizá incluso alarmado. No, ese fallo no podía haber ocurrido en peor momento. Todo lo que había sufrido en junio para mantener la comunicación no servía para nada por el fallo de un minúsculo trozo de acero.

El viernes me desperté sintiéndome fatal e indeciso. Desenvolví el equipo de emergencia. Había probado el receptor hacía unas semanas, así que sabía que funcionaba bien. El transmisor era lo dudoso. Estaba dentro de una caja de acero de diez y ocho centímetros cuadrados unido a un trípode de acero y en uno de los postes había un asiento para el operador. Había dos manivelas pequeñas en los laterales de la caja que al girarlas generaban energía. Con la ayuda de las instrucciones, al final conseguí hacer las conexiones adecuadas. Un interruptor de cobre sujeto a la antena me permitía seleccionar el transmisor o el receptor en la antena. Armado y colocado en la mesa de la radio, el equipo parecía funcional y sencillo, pero tenía un presentimiento de lo que sucedería.

Miré el reloj de pulsera. Era casi la una. Había estado trabajando sin parar durante cuatro horas. Por supuesto, no había realizado el contacto de emergencia de las 9:30, pero Dyer había dicho que también estaría escuchando a las dos si no acudía al horario de contacto habitual. La comida fue algo rápido que consistió en leche caliente, sopa y galletas saladas. A las dos hice el primer intento con el nuevo equipo. Pulsé el interruptor de la antena hacia el transmisor y coloqué Práctica de Medicina, de Strumpell, en el pulsador para mantenerlo presionado y que Little America recibiese una señal continua si estaba a la escucha. Entonces, sentado a horcajadas en el asiento, comencé a girar las manivelas con las dos manos. El esfuerzo era incluso mayor de lo que había previsto. No sé cuál es la carga de resistencia magnética que debía superar, pero para mí era un esfuerzo largo y arduo. En cuanto empezó a girar rápido quité el libro del pulsador y con la mano izquierda todavía girando la manivela intenté deletrear «KFY-KFZ». ¿Alguna vez han intentado ese truco de frotarse el vientre con una mano mientras te das golpecitos en la cabeza subiendo y bajando con la otra? Bueno, esto era parecido, excepto porque realizar estos movimientos se había complicado hasta el infinito por mi debilidad y mi inseguridad al utilizar el código Morse.

Estuve llamando cinco minutos y cambié al receptor. Me temblaban los dedos mientras sintonizaba la longitud de onda que Dyer había asignado para este equipo. Solamente escuchaba los crujidos de la señal. Probé también las otras dos frecuencias alternativas que me había dado Dyer. Tampoco se oía nada. Entonces estuve subiendo y bajando por el dial. Silencio absoluto. O bien mi transmisor no daba señal, o no había sintonizado el receptor correctamente, o Little America no estaba a la escucha. Habría llorado por la decepción. Después de descansar unos diez minutos en el catre, volví a llamar, aunque era evidente que mis fuerzas se agotarían rápido con esta actividad. Cuando cambié al receptor estaba tan cansado que casi no me importaba. Entonces la voz de Dyer surgió un segundo después del silencio. Y luego la perdí. Probé desesperado con el indicador de señal e intenté la frecuencia exacta.

—Adelante, KFY. Te oímos. Adelante, adelante, por favor. Te oímos. —Era Dyer. «Fantástico, absolutamente fantástico», pensé.

Cambié al transmisor y le dije a Dyer en pocas palabras que el motor estaba dañado y que lo estaba pasando mal con el equipo de emergencia.

—Lamentamos oír eso —dijo Dyer—, e intentaremos limitar nuestros mensajes.

Murphy comenzó a hablar y leyó el mensaje que quería mandar a Estados Unidos respecto a la expedición de meteoritos. Lo que dijo sobre mí ya no era importante. Cuando terminó, simplemente dije: «Vale. Radio no segura desde ahora. No os preocupéis si no cumplo el horario».

Luego, hablando despacio y en voz baja, Charlie dijo lo siguiente: «Como sabes, el trayecto a la Base Avanzada puede que sea complicado y, desde luego, es arriesgado. Eso es lo que pensamos nosotros. Por lo tanto, estamos analizando todas las posibilidades y se están realizando los preparativos con el mayor cuidado. Si estuviera en tu lugar, no contaría demasiado con que los tractores estén allí antes de finales de julio. Hay grandes posibilidades de que salgan mucho más tarde».

Por un instante me quedé de piedra. Me vino a la cabeza la idea de que sabían que el trayecto era peligroso, pero aún así seguían adelante. ¿Me había descubierto yo mismo de alguna forma? Mi corazón se detuvo al pensar que podría haber hecho algo tan estúpido. Interrumpí con la firme protesta de que, si pensaban que el trayecto era peligroso, debían abortarlo. Hubiera querido decir más cosas pero no podía mover la manivela. Marqué «KK», la señal para dar paso al otro y esperé.

A pesar de mi desastroso mensaje, evidentemente comprendieron lo que quería decir porque Murphy, con el mismo tono, dijo que lamentaba que lo hubiese entendido de esa forma. Y siguió: «Lo que quería decir es que imagino lo largos que deben haber sido estos últimos tres meses y medio y puedo suponer lo decepcionante que sería si, después de hablar de todo esto, los tractores se retrasaran mucho tiempo». Habló mucho tiempo, pero no lo escuché demasiado porque el corazón latía con fuerza y la cabeza me daba vueltas; además la señal iba y venía sin motivo aparente.

Entonces Poulter resumió los preparativos. Tampoco oí gran parte de aquello, pero sí escuché cómo me preguntaba si tenía algún consejo para los hombres que irían.

«No» fue toda mi respuesta.

Al lado del pulsador tenía un mensaje extenso que había escrito la mañana anterior con algunas medidas de seguridad: la necesidad de llevar una gran reserva de combustible para el tractor, máscaras para los hombres, guantes de piel y el consejo de que llevasen dos cajas completas de raciones y equipo de acampada, uno en los trineos que se llevan detrás y otro en la cabina del tractor, como protección en caso de que uno u otro cayese en una grieta. Cuando Poulter terminó, envié lo que pude de ese mensaje antes de que mis brazos fallaran. «Sed meticulosos haciendo agujeros en el camino y traed más banderas» concluí, y marqué la señal para repetirlo. Si contestaron, no los escuché. Entonces deletreé la frase otra vez y finalicé la transmisión maldiciendo mi debilidad mientras caía sobre el generador. Pero, a pesar de todo, sentía cierto alivio debido al hecho de que Little America no había sospechado nada, al menos que yo hubiera percibido.

La temperatura era de 60o bajo cero, pero me caía sudor por el pecho. Apagué la estufa y fui a trompicones hasta el saco de dormir. Era la tercera recaída grave y, después de cinco semanas de enfermedad agotadora, casi acaba conmigo. Si no hubiera sido por el suministro de combustible de una semana, además de las reservas de comida de tres semanas que había ido almacenando como una ardilla en lugares accesibles, no estoy seguro de haber sobrevivido a esa etapa. De nuevo me veía limitado a hacer las tareas indispensables muy despacio, como meras caricaturas de mi ambición. Volvió el dolor, al igual que los vómitos y el insomnio.

7 de julio

Todo (yo incluido) está cubierto por el frío. Durante dos semanas el registro del termógrafo ha estado entre -40o, -50o y -60o. Hace un momento, cuando alumbré con la linterna el termógrafo, la aguja estaba llegando a los -65o. El hielo que se está extendiendo sobre el tragaluz, y amenaza con unirse al hielo de las paredes, ha alcanzado la altura de mis ojos. Espero con fervor que el hielo disminuya, simplemente porque debo tener más calor, aunque sea a costa de menos ventilación y más gases.

Sigo en malas condiciones. Mi cerebro parece completamente cansado y confundido. Esta noche ha sido una agonía. El tiempo plomizo, el frío y la monotonía de la barrera son una carga para mi ánimo; mi entereza y serenidad prácticamente han desaparecido. Este nuevo revés me recuerda a aquel que siguió a ese ataque de fiebre tifoidea que sufrí en Inglaterra durante una travesía como guardiamarina. Tuve fiebre durante semanas. Luego volvió a la normalidad. El día que debía recibir alimento sólido (y estaba muerto de hambre) tuve una recaída, así que tuve que pasar por el mismo proceso. Y entonces, como ahora, me enfrento a otra enfermedad con el cuerpo y la mente debilitados.

Hoy he vuelto a perderme un contacto con Little America. He llamado y escuchado durante al menos media hora, que era lo máximo que aguantaba. No ha habido suerte. Luego, para probar si me escuchaban tecleé «no oigo nada. Receptor fuera de servicio. Aquí bien. Bien, bien, bien». Todo esto ha resultado descorazonador, y noté que me tambaleaba en el límite del abandono.

*

Empujado por el viento predominante del sur, el frío se instaló en la barrera. Desde ese día y hasta el 17 de julio, la temperatura mínima diaria nunca superó los -54o, la mayoría del tiempo estaba en los -60o, y el día 14 alcanzó -71o. El hielo se acumuló en la caseta meteorológica como la humedad en el exterior de un vaso de julepe de menta. A veces el aire contenía copos de hielo, que caían en una lluvia seca y helada. En ese sentido, prácticamente veía caer el frío pues, cada vez que abría la trampilla, una niebla espesa se formaba cuando el aire congelado de la barrera se encontraba con el aire cálido en los túneles y la cabaña. Incluso cuando la estufa funcionaba durante quince o dieciséis horas al día, seguía sin calentar lo suficiente como para derretir el hielo que subía por la pared dos centímetros y medio al día. El techo estaba medio cubierto por cristales que rara vez se descongelaban. Y, mientras tanto, la capa helada avanzaba por las paredes hasta que finalmente llegó al techo; en todas partes, excepto en el oeste, donde el calor de la estufa detenía su progresión. A pesar del riesgo de incendio, dejé una lámpara ardiendo bajo el registro noche tras noche para evitar que las pilas se congelasen.

Todo este tiempo viví de la comida que estaba almacenada bajo el catre o en los estantes. Era una dieta poco inspirada: leche en polvo, galletas de avena y chocolate, sopa de tomate, guisantes en lata, hojas de nabo, arroz, harina de maíz, alubias, chocolate, gelatina, higos en almíbar, y seguía teniendo un poco del maravilloso jamón cocido que me había mandado mi madre. A pesar de que estos alimentos tan monótonos contenían nutrientes suficientes, no me había centrado en ellos solamente por ese motivo. Durante esta mala racha me resultaba imposible preparar algo más elaborado. Aunque la comida en lata se hubiera pasado horas cerca de la estufa, al final tenía que abrirla con martillo y cincel. Tenía los dedos en carne viva de tocar el metal frío. Daba igual cuánta comida me obligase a comer o cuánta ropa llevase, parecía imposible recuperar el sistema generador de calor de mi cuerpo. Una noche, cuando quise darme un baño (el primero en una semana) me horroricé al descubrir lo cerca que estaba de parecer un esqueleto. Se me marcaban las costillas y me colgaba la piel de los brazos. Pesaba ochenta y dos kilos cuando llegue a la Base Avanzada. Dudo que en julio pesara más de cincuenta y siete.

9 de julio

Me siento como un chiste sin carcajada o, más bien, como una tortuga sin caparazón. Esta maldita monotonía me está destrozando. Últimamente soy incapaz de leer o dar cuerda al fonógrafo. Tengo que salir de este estado de alguna forma y lo único que se me ocurre es pedir ayuda a mi fe, de la que he dependido el último mes. He perdido casi toda la paz interior que había logrado por entonces y que ahora sé que me sacó adelante. Tengo que conseguir esa armonía interior de nuevo. En algún sitio me he desviado del camino.

10 de julio

… A causa del frío continuo he tenido la estufa encendida tanto tiempo que temo estar respirando una gran cantidad de gas. Ahora ya conozco bien los síntomas: dolor en ojos, cabeza y espalda. Es difícil saber qué me hiere más, el frío o el gas. He aprendido mucho a base de ensayo y error, pero todavía no estoy seguro de cuál es el punto medio seguro entre los dos.

Anoche no pude dormir y, por primera vez (y espero que la última), me tomé uno de esos somníferos, sabiendo que si no conseguía dormir de alguna forma no podría salir del saco de dormir a la mañana siguiente. He estado muy débil todo el día y creo que hay que culpar a la pastilla…

11 de julio

Anoche estaba decaído. Mi cerebro no solo estaba cansado, también confundido. La sed de luz era tan intensa que, con el propósito de mitigarla, por fin encendí la lámpara de queroseno y bebí su luz brillante durante media hora. Ha sido casi como volver a ver el sol, pues la oscuridad desapareció y hubo un respiro de la penumbra y el titileo constante…

He resuelto que mi problema es que he estado pensando palabras sin sentir su significado, que he estado repitiendo mis convicciones sobre el universo sin sentir su importancia. Así es como me he desviado del camino. Si pudiera sentir y afirmar la verdad recuperaría mi paz interior…

*

Lo que empeoró todo fue perder el contacto con Little America. El lunes 9 estuve a la escucha en el horario de emergencia, pero no oí nada. Lo mismo sucedió el martes. Dejé de llamar; girar las manivelas me agotaba demasiado. Claramente el problema estaba en mi equipo. Cada día, durante horas, trasteaba con el receptor y el transmisor, si lo había desmontado una vez podía desmontarlo media docena de veces más. Revisé el libro de instrucciones y la guía de uso realizando ajustes menores que Dyer me había preparado. Lo único que vi mal en el transmisor fue una conexión suelta. El martes 12 escuché a Dyer llamando, pero muy bajo. Intenté encontrarlo. «Te oigo. He tenido problemas con la radio. Adelante» marqué con tal ímpetu que realmente dije las palabras. Pero el código era tan inútil como las palabras. Seguía escuchando a Dyer llamar a KFY y pedir que me comunicase, por favor. Dos veces, a intervalos de cinco minutos, moví la manivela y deletreé «te oigo. Todo bien aquí. Bien, bien». Eso era todo lo que podía hacer y nunca llegó a su destino. Terminé a tiempo para escuchar la voz de Charlie Murphy. Lo que dijo fue incomprensible. Luego, el silencio. Era como si me estuviera hundiendo en arenas movedizas mientras llamaba a una persona sorda que no me escuchaba.

14 de julio

… Gracias al cielo creo que he descubierto lo que le pasa a la radio. He encontrado una conexión suelta en la antena, lo que fue una sorpresa pues la había examinado el día siguiente al último contacto. Desde entonces he estado trabajando continuamente, comprobando todas las conexiones en el receptor y el transmisor, y asegurándolas.

No me gusta este frío ininterrumpido. La temperatura se ha hundido hasta los -72o en el termógrafo, y he tenido que añadir más glicerina a la tinta de todos los aparatos para evitar que se congelase.

15 de julio

Ha sido un día de noticias contradictorias. Por fin he conseguido establecer contacto con Little America, algo que está bien (aunque el esfuerzo me ha dejado agotado), pero también mal. El hecho más reconfortante es el descubrimiento de que el silencio no ha alterado el orden en Little America. Todos siguen tranquilos. Aunque tenía mucha curiosidad por saber cómo habían interpretado mi silencio, no me pareció prudente preguntarlo; también porque temía que Murphy empezase a examinarme volví a las instrucciones que había escrito para Poulter. Estas decían: «Volved a Little America si no encontráis el camino. Tengo multitud de banderas, gasolina, comida, ropa y carpas pero, por encima de todo, tenéis que aseguraros de no perderos o quedaros sin gasolina».

Apenas pude oír a Dyer decir que había entendido una parte y que lo repitiera, pero yo no podía. En lugar de eso terminé con una última advertencia: «No pongáis en juego las vidas de los hombres».

Charlie intervino entonces y expresó lo contentos que estaban de haber podido restablecer el contacto. Explicó que no iba a preguntar qué había pasado porque tenía muchos asuntos importantes que tratar. Dijo que, puesto que el contacto se había vuelto a perder, iban a intentar empezar la primera travesía el primer día claro después del 20 de julio. Entonces, cuando dijo eso, me di cuenta de que el silencio de la radio se había interpretado de la forma correcta. Charlie añadió que, si perdían el contacto conmigo en el futuro, asumirían que mi receptor funcionaba y me proporcionarían información a las 9:30 a.m. y a las 2:00 p.m. Cuando terminó, le escuché decir algo sobre el poste del anemómetro que me resultó incomprensible…

*

Cuando volvió la señal, Poulter estaba hablando detenida y deliberadamente, como solía hacer. El equipo, dijo, estaría formado por él mismo, Waite (el operador de radio), Skinner (conductor), Petersen y Fleming; estos dos últimos serían quienes se quedarían en la Base Avanzada como observadores. No esperaba tener grandes problemas en recorrer el camino, no obstante, sugirió que al mediodía de los días siguientes a la salida encendiera un barril de gasolina que serviría como faro.

Harold June comentó un poco los problemas del viaje, pero entendí muy poco de lo que dijo y, cuando acabó, Murphy resumió repitiendo lo mismo muchas veces para asegurarse de que le entendía. En efecto, lo que dijo era que el primer intento se consideraba experimental, que se sobreentendía que no se asumirían riesgos innecesarios y que, si las condiciones no eran favorables, Poulter volvería a Little America y esperaría a que hubiera más luz. «Te esperamos el jueves, como siempre», concluyó, «y dos veces al día a partir de entonces a las horas acordadas».

Todo eso era reconfortante. Intenté formular unos agradecimientos, pero mis fuerzas estaban agotadas. Dyer me pedía que repitiera, según yo cortaba la comunicación[19].

*

Incluso ahora, cuatro años después, todo esto parece una fantasía. Mentía porque no podía hacer nada más, pero también mentían en Little America. La diferencia es que ellos empezaron a sospechar que yo mentía e incluso adivinaron que me estaba inventando cosas para despistarlos, así que ellos urdieron su propia estrategia para despistarme a mí.

Parece ser que, en algún punto de la última semana de junio, Charlie Murphy empezó a sentir que algo raro pasaba en la Base Avanzada. No tenía nada tangible en lo que basar sus sospechas: «Nada excepto mi imaginación, mi intuición y, paradójicamente, la ausencia de noticias tuyas», como dijo después. Pero la sospecha estaba ahí, situada en el otro extremo del canal de radio, observando cómo tomaban forma mis mensajes en la máquina de escribir de Dyer; era como un doctor tomando el pulso de un hombre. La pérdida de comunicación en julio dio algo con que alimentar las sospechas de Murphy, y estas fueron aumentando según notó mi lucha con el equipo de manivela, el código incomprensible y las largas esperas entre palabras que para él no tenían otra explicación más sencilla sino la debilidad física.

Sin embargo, al principio, el resto se negó a tomarse en serio estas sospechas. Se dijo que no era adivino y que mis problemas con la radio era algo esperable. Sin embargo, a pesar de eso, la mente de Murphy no descartó la idea de que estaba en peligro.

Aunque Poulter siempre ha dicho que no le influyó la intuición de Murphy cuando realizó la propuesta de la expedición de meteoritos hacia la Base Avanzada, yo tengo mis dudas. Teniendo en cuenta su amabilidad, con el tiempo, cada vez sospecho más que me dijo eso para tranquilizarme, pero sí sé que cuando Murphy y él empezaron a hacer planes para la expedición de meteoritos hasta la Base Avanzada llegaron a un punto de férrea oposición. Bajo lo que se podía considerar el gobierno constitucional que había creado en Little America, todas las propuestas importantes debían ser aceptadas por el grupo de dieciséis oficiales que constituían el equipo y que tenían poder de veto por dos tercios de los votos en cualquier acción de los oficiales. La discusión fue reñida y, por lo que me han dicho, bastante acalorada. El conflicto continuó durante días, los túneles de Little America hervían por la discordia. El argumento decisivo de la oposición era la falta de permiso por mi parte para ir a la Base Avanzada antes de que saliera el sol. Se dijo que mis instrucciones originales habrían prohibido una expedición en la noche polar en cualquier caso y se señaló que, al autorizar la expedición para instalar las bases, había advertido a Poulter de forma específica que no se empezase hasta que hubiera luz.

Pero Murphy siguió basándose en su intuición e insistió en llevar a cabo una acción decisiva, aunque admitió al personal que no tenía nada concreto en lo que apoyarse. «Os garantizo», les dijo, «que una intuición es algo bastante pobre para que la gente asuma riesgos pero, si yo tengo razón y vosotros no, nunca nos lo perdonaremos». Por su parte, Poulter argumentaba a favor del valor real de las observaciones de los meteoritos. Pero, para algunos hombres, muchos de ellos cargos o antiguos cargos de la Marina acostumbrados a las órdenes arbitrarias, la expedición propuesta era un incumplimiento deliberado de una orden explícita, un viaje insensato, apoyado únicamente en una corazonada, y el desastre potencial que podría traer la desgracia a su líder y a ellos mismos. Si, como se suponía, se trataba de un viaje de rescate, el sentido común y las instrucciones del jefe exigían que al hombre que supuestamente necesitaba ayuda, se le preguntase directamente si realmente la necesitaba.

Murphy no hizo esto último con la excusa de que el hombre en la Base Avanzada, si se le presentaban estos hechos, no tendría más alternativa que vetar la expedición. Su argumento era que se podían hacer dos cosas al mismo tiempo: dar a Poulter la primera base que necesitaba para sus observaciones y, al mismo tiempo, descubrir si yo estaba bien o no. Basándose en esto, Poulter y él consiguieron finalmente convencer al equipo para que lo aprobase. De esta forma se les dejó el camino despejado para seguir hablándome de la expedición como un proyecto de observación de meteoritos, sabiendo que yo no me interpondría en uno de los grandes proyectos científicos de Poulter. En cuanto di mi consentimiento, limitado como estaba, sintieron que tenían carta blanca. Si Poulter descubría que estaba bien, mucho mejor; simplemente tendría que instalar el equipo de meteoritos y nadie sería el más listo, excepto porque Charlie Murphy quizá nunca escucharía hablar de su fiasco como médium polar. Por otra parte, si yo estaba realmente en peligro, el doble propósito habría servido.

Durante este alboroto e incluso cuando yo no estaba comunicándome con ellos, me aseguraban que todo iba bien, que los preparativos de la expedición de meteoritos avanzaban satisfactoriamente, que no se esperaban problemas y que estaban deseando verme pronto.

Todo esto lo sé ahora. En julio de 1934 no podía saberlo, y Charlie Murphy se ocupó perfectamente de que no tuviera motivos para sospechar nada. En los cuatro años que han pasado, esta historia ha llegado a mí en distintos fragmentos e incluso ahora dudo saberlo todo. Los hombres más cercanos al punto clave del asunto han elegido guardarse su versión de la historia para sí mismos, y los demás solo conocen un hecho o dos, además de sus propias ideas sobre lo que sucedió. Pero, puesto que estos sucesos son tan parte de la historia de la Base Avanzada como mis propias desgracias, me siento obligado a contar lo que ahora sé.

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